Caleb dejó escapar un profundo sonido de supremo enfado cuando intentó sujetar a Nick en el húmedo suelo.
—Cálmate. Soy un demonio, Nick. A mi genética no le gusta el hematíe. Eso no quiere decir otra cosa que el que tengo una herencia familiar penosa.
—¿Entonces por qué estoy teniendo flashes de ti matándome?
—¿Qué has comido ésta mañana?
A Nick no le gustaba aquella respuesta. Ni siquiera un poco.
—Vi lo que sucedió. Estabas succionándome la vida.
Caleb puso los ojos en blanco.
—Oh, claro. Eso es definitivamente un invento de tu híper activismo, sobre la estimulada imaginación Hollywoodiense. Te lo aseguro. No mato a la gente de esa manera. Lleva demasiado tiempo. No me va la tortura. Prefiero una muerte rápida de modo que pueda moverme sobre algo más satisfactorio.
Lo extraño era, que él se lo creía. La paciencia no era una virtud que Caleb practicase.
—¿Estás seguro?
—Tío, mírame. ¿Crees que habría dejado anoche que los demonios me macharan por todas partes para que pudieras escapar si tuviese intención de matarte? ¿En serio? Ya he tenido bastante dolor en mi existencia. Llegados a éste punto, me gustaría evitarlo lo más posible. Saca la cabeza de tu esfínter y usa tus tres neuronas para pensar en ello.
Nick se pasó la mano por el pelo cuando finalmente se calmó. Anoche, Calen había estado por encima de lo requerido. Tenía razón. Nick no tenía razón para dudar de su lealtad.
—Lo siento. Ya no sé qué más pensar. Tengo todas éstas cosas raras en mi interior.
—Eso se llama pubertad.
—Además de eso —dijo Nick jocosamente—. En realidad, omito que ese fuera mi único problema. Es sólo que ya no sé qué pensar. —Porque cada persona alrededor de él no es quien o lo que creía que eran.
—Está bien. No te culpo por no confiar en mí. Seré honesto. No voy a traicionarte. Sin embargo, si te traiciono, no quiero enfrentar ese demonio. Así que estás a salvo hasta que descubra una forma de liberarme de mi esclavitud.
Bueno, eso decía mucho de su relación.
—Aprecio la honestidad.
—Deberías, ya que es una rareza en mí. —Caleb bostezó—. Me alegra ver que todavía respiras.
—Encantado de estar respirando. —Especialmente desde que había pasado la última hora antes de la llegada de Caleb entreteniendo a la Muerte.
No demasiadas personas podían hacer esa declaración.
Caleb le señaló el brazo.
—No te olvides de tu cabestrillo.
—¿Te vas?
—No hay necesidad de que esté aquí. No estás bajo amenaza, y todavía estoy exhausto. Tengo que descansar. No soy tan joven como solía ser.
—¿Qué edad tienes?
Caleb se rió.
—Hay demasiados ceros y acabarás cansándote de contar. Bastante viejo para saber lo que hago y bastante joven para hacerlo de todos modos. —Le guiñó el ojo—. Te veré después. —Se vaporizó literalmente delante de él.
—Tengo que conseguir aprender esos poderes.
¿Sería como hacer todo lo que quería? ¿Tendría todo el dinero, el tiempo y los poderes que podría soñar? No podía imaginarse nada más chulo.
Cerrando los ojos, conjuró una imagen de sí mismo como adulto. Sólo que no se vio a él. Vio a Ambrose en su mente. Y no se veía feliz.
Extraño. Ambrose estaba en pie delante de una gigantesca y ornamentada chimenea, donde ardía un enorme fuego. Las llamas titilaron en un par de ojos que eran de un inhumano verde. Con una mano agarrado a la repisa de piedra de la chimenea, estaba mirando el fuego perdido y triste. Afligido.
«No te conviertas en mí, Nick».
No fue la voz de Ambrose la que oyó. Esa era profunda, siniestra y le envió un escalofrío bajando por la columna.
Estoy perdiendo la cabeza. Tenía que ser eso. No había otra explicación.
—Hey. Nick. Necesito una mano.
Parpadeó ante el sonido del grito de Mark. Sacando todo de la mente, fue a ayudarles.
Habían pasado horas para cuando volvieron a poner todo en su sitio y repararon las paredes de yeso. Sólo después de las tres, Nick se marchó para dirigirse al Café Du Monde. Nekoda le había prometido encontrarse con él allí después de la escuela. Incluso aunque las clases habían sido canceladas, esperaba que ella apareciera, y en caso de que lo hiciera, no quería que pensara que la había dejado plantada.
No le tomó mucho tiempo alcanzar el pabellón cubierto que estaba atestado con turistas y algunos locales. Mundialmente famoso y tradicional desde mediados del siglo diecinueve, el Café Du Monde era una visita obligatoria para todo el mundo. Abierto las veinticuatro horas del día, siete días a la semana a excepción de Navidad y durante los huracanes, era uno de los lugares favoritos de Nick. El menú era razonable (bien, era barato, razón por la cual él podía permitirse ir allí cuando raramente invitaba a alguien) y extremadamente limitado ‑básicamente agua, leche, refrescos, zumo de naranja y café de achicoria.
Pero la verdadera razón para que estuviese allí eran los beignets espolvoreados de azúcar. Los donuts franceses no tenían agujeros. Tan sucio como te ponían, era la cosa más sabrosa que hubiese comido alguna vez. Olvida las galletas. Los beignets mandaban.
Cuando se detuvo en la esquina de St. Ann con Decatur, esperando que la luz cambiase para así poder cruzar la calle, vio a tres músicos tocando en frente del café.
—Hey, Nick —lo llamó el del trombón cuando cruzó y se acercó a la entrada.
Nick sonrió al viejo afro-americano que había estado tocando jazz y zydeco en las calles desde que podía recordar. Por la noche, también tocaba en varios clubes alrededor de la ciudad.
—Hey, Lucas. ¿Cómo te va?
—Bien. Espero que a tu madre también le vaya bien.
—Sabes que cuido bien de ella. ¿Cómo le va a tu hija? ¿Va bien en el colegio? —La esposa de Lucas había muerto de cáncer hacía cuatro años, dejándole solo para criar a Kesha, quien se había graduado la primavera pasada.
—Le encanta aquello, tengo problemas para hacer que venga a casa de visita. ¿Puedes creerlo? Nunca pensé que se iría. Ahora dudo que regrese.
Nick se rió.
—Estoy seguro de que pronto estará en casa. ¿Cómo podría no estarlo?
Thomas, el baterista, juntó sus baquetas haciéndolas sonar para hacerles saber que era hora de otra canción. Alzando el trombón, Lucas inclinó la cabeza hacia Nick antes de unirse a ellos para tocar “Iko Iko”.
Nick dio un respingo. Aunque adoraba la canción, era una de aquellas que nunca fallaba en pegársele a los oídos. La oiría en la cabeza durante al menos los próximos tres días.
Hey, now. Hey, now… Iko Iko unday… ¡Ves! Ya estaba empezando.
Oh tío, que alguien me dispare.
Cuando miró alrededor buscando una mesa vacía, su mirada capturó algo rosa y crema. Cuando enfocó el rostro de la chica, el estómago le emigró al sur. Con suave pelo castaño y unos fantástico y enormes ojos, estaba la chica más guapa del mundo.
Nekoda.
Y cuando ella lo reconoció, la más preciosa sonrisa que había visto iluminó toda su cara y le provocó cosas que apenas entendía. Tenía el cuerpo caliente y frío al mismo tiempo. Se le secó la garganta, y una parte de él quería dar media vuelta y correr a esconderse.
Sí, esa sería la cosa más inteligente a hacer.
¿Cuándo has sido tú inteligente?
Antes de que supiese lo que estaba haciendo, los pies lo llevaron a su mesa.
—Hola —dijo ella, dirigiéndole un adorable hoyuelo.
¿Cómo podía una sílaba sonar igual que un coro angelical? Hasta ahora aquel era el sonido más dulce que hubiese oído jamás. Incluso hizo que le bajase un escalofrío por la columna.
—Hey.
Dí algo más. Rápido.
¿Por qué tenía la mente completamente en blanco? No era como si no hubiese hablado antes con ella. Joder, ella incluso lo había besado la noche pasada.
Sí, y todavía podía saborear sus labios.
Ese era el problema, se dio cuenta. Era tan incómodo verla después de que se hubiesen besado. ¿Lo habría fastidiado? ¿Habría estado bien para ella?
Ah gah, soy patético. Ni siquiera sé hablar con una chica.
A ese paso, nunca tendría novia.
Ella echó una nerviosa mirada alrededor.
—¿Quieres sentarte? —Expulsó las palabras como si estuviese tan incómoda con lo estaba él.
Oh no. No me digas que va a darme el discurso de “dejémoslo en amigos”. Odiaba esa putada.
—Uh, claro. —Con temblorosas manos, retiró la silla de vinilo y tomó asiento.
—Siento estar hoy ido. Mi madre me despertó demasiado temprano ésta mañana y no estoy totalmente despierto después de la pasada noche. Después Bubba hizo que le ayudara a limpiar la tienda. Realmente podría echar una siesta.
Estás gimoteando demasiado, y no hables de camas o quizás piense que la estás invitando a algo que podría ofenderla, o te consigas una bofetada.
—¿Cómo te sientes? —Sí, ese era un tópico seguro.
Para ambos.
—Alegre de estar viva.
La camarera vino a tomarles nota. Nick empezó a decirle que le trajera agua cuando recordó que por una vez tenía realmente dinero de Kyrian y el señor Poitiers. Gracias a dios. Podía incluso invitar a Kody.
—Dos beignets y un chocolate con leche para mí. —Miró a Nekoda—. ¿Qué te gustaría beber?
—La leche suena bien. Tomaré eso también.
La camarera se marchó.
—¿Has oído alguna cosa de lo que sucedió en la escuela? —le preguntó ella.
La escuela era otro tema seguro.
—Aún no. ¿Y tú?
—Nada, a no ser que tenemos nuevo entrenador.
Pareció tan sorprendida como lo había estado él.
—¿De verdad?
—Sí, aterrador, ¿no? Creo que reemplazaron al entrenador antes de que acabaran de limpiar la sangre del pasillo. —Nick se encogió tan pronto oyó esas palabras saliéndole de la boca.
No hables de sangre con una chica. ¿Eres estúpido?
Afortunadamente, ella cambió de tema por él.
—¿Cómo está tu brazo?
—Mejor. No me ha dolido en todo el día.
—Bien.
Nuevamente, eso era extraño. Pero la única cosa por la que estaba agradecido era el hecho de que ella fuese todavía una chica. Llana y simple. Ni un cambiante, ni cazadora de vampiros o demonio. Sólo otra humana que estaba pasando el rato con él. Era bueno estar rodeado nuevamente de normalidad.
—Así que, ¿te gusta Nueva Orleáns? —le preguntó a ella—. ¿Es diferente de dónde has vivido antes?
—Muy diferente. Pero me gusta. Excepto por el calor. No puedo creer todavía éste calor a finales de octubre.
—Sí, bueno, hay un viejo refrán. Si no te gusta el clima, espera un minuto. Podemos pasar del calor al frío tan rápido como un turbo lavado con un sistema de centrifugado.
Nekoda bajó la guardia mientras se reía con su humor.
Es su encanto demoníaco. No te dejes engañar. Pero era difícil. Nick Gautier era encantador y dulce. Adorable.
Maravilloso con ojos tan azules, que deberían ser un pecado y espeso pelo castaño que rogaba ser tocado. A los catorce años, la promesa del hombre en el que se convertiría ya estaba allí. Los rasgos esculpidos y la aguda inteligencia. E incluso aunque era delgado, su tono muscular era perfecto y mostraba que con el tiempo, su cuerpo estaría perfectamente definido.
La mejor parte era, que no tenía ni idea de lo guapo que era.
Tímido e inseguro, todavía podía esgrimir alguna de las más destructivas fuerzas alguna vez liberadas.
Una vez que creciera, tendría el potencial para convertirse al mal en su forma más pura, más fría. Nunca debía perder la visión de eso.
Todavía, su sonrisa era contagiosa. Su toque bondadoso.
Cuando ella fue a pagar por su consumición, él la detuvo y se hizo cargo de la nota. Incluso le dejó propina a la camarera.
Entonces, se excusó y tomó el cambio de modo que pudiera dejarlo caer en la caja del trombón de los músicos callejeros. No se quedó ni un solo centavo de ello.
Nekoda arqueó una ceja ante eso cuando él se reunión con ella y tomó asiento.
—Pensé que eras realmente pobre.
Él se sonrojó profundamente.
—Lo soy, pero tengo un nuevo trabajo en el que me pagan bien, y creo en compartir mi buena fortuna siempre que tenga alguna. Lucas también ayuda a su hija en la escuela. Me imagino que lo necesita más que yo.
—Eso es realmente dulce de tu parte.
—Tengo momentos de esos, pero no se lo digas a nadie. Dejemos que sea nuestro secreto.
Ella sonrió ante su sinceridad. Él era tan diferente del Malachai con el que había luchado una vez. ¿Cómo podía ese chico generoso haberse convertido en el más diabólico de todos los poderes? Era inconcebible, y sin embargo allí estaba él sentado…
Cariñoso. Bromista. Precioso.
Por lo que sabía, juraría que habían identificado a la persona equivocada. Y aún así, de algún modo ese chico frente a ella crecería hasta convertirse en un demonio que un día acabaría con el mundo.
Un demonio al que tenía que matar.
Si tuviese algo de cerebro, lo haría ahora mismo, antes de que esos poderes se hicieran más fuertes. Pero tenía protocolos que seguir. Todavía había una oportunidad de que pudiera ser salvado.
Un pacto hecho.
Tenía que honrar el pacto, incluso aunque ese fuese contra cada parte de su ser. Al igual que él, había nacido como soldado. Su único deber era proteger el orden natural y no dejar ni a uno solo de sus enemigos.
Incluyendo a adolescentes encantadores.
La riqueza de un alma se mide por cuánto puede sentir… la pobreza por cuán poco.
Ahora mismo, en ese momento y lugar, el alma de Nick era rica y pura. Si podía mantenerse en ese camino, no se perdería. Un instrumento que ellos podrían utilizar y un poder que podrían aprovechar.
Ese era el panorama que estaban pintando, y el fracaso no era una opción.
Nick tuvo el repentino sentimiento de que Kody estaba diseccionándolo igual que algún experimento mutante de laboratorio.
—¿Me ha salido una nueva cabeza?
Ella parpadeó.
—¿Qué?
—Parecía que estabas tratando de hacerte una idea sobre mí. Probablemente no debería decir nada, pero me hace sentir realmente incómodo.
—Lo siento. No quise dar esa impresión. Es sólo. No importa. Algunas cosas, una mujer, tiene que guardárselas para sí misma.
—¡Hey, gente de buena calidad! ¿Qué estáis haciendo y a la luz del día?
Nick sonrió a la aguda y cantarina voz que pertenecía a Simi. Otra nueva amiga que había conocido la noche anterior. Había aparecido para ayudarles a todos, y chico, lo había hecho.
—Hola, Simi. ¿Quieres unirte a nosotros?
Su pelo era negro azabache con rayas rojas atravesándolo. Hoy lo llevaba en dos altas coletas que estaban sujetas con bandas de clavos que hacían juego con el collar de púas que llevaba alrededor del cuello. Con su buen metro ochenta y tres, también llevaba unas botas con plataforma que le daban otros diez u once centímetros a su altura. Su falda era una minifalda escocesa morada que hacía juego con la camiseta de red morada y el top negro.
Se dejó caer en la silla próxima a Kody y abrió su bolso en forma de ataúd. Nick intercambió un ceño fruncido con Kody cuando Simi sacó un babero para comer marisco y se lo ató alrededor del cuello. Después sacó una botella de salsa barbacoa.
La camarera se acercó con una gran sonrisa en el rostro.
—Hola, Simi. ¿Lo de siempre?
—Absolutamente, Tracy. Hazlos venir hasta el estómago de la Simi.
La camarera se rió.
—Chica, no sé donde lo metes. Juro que tienes agujeros en las piernas.
—Ooo, la Simi lo desearía. Entonces podría comer incluso más. ¡Yum!
Riendo, la camarera se dirigió de vuelta a la cocina.
—¿Con qué frecuencia comes aquí? —le preguntó Nick.
Simi sacó varias servilletas del dispensador plateado y se las puso sobre el regazo.
—Siempre que estamos en la ciudad y Akri me deja.
Akri. También había mencionado ese nombre anoche, pero Nick no tenía ni idea de quién era, incluso aunque Simi actuaba como si así fuera.
—¿Quién es Akri?
Ella resopló con irritación.
—El papá de Simi. Tonto medio humano, ¿no sabes nada?
Nick abrió la boca para responder, pero en el momento en que lo hizo, lo vio. No estaba seguro. Fue un rápido disparo de imágenes. Él y Simi. Sólo que ese no era él. Eso era. Otro tiempo y lugar.
No, era aquí. No, la veía como un demonio con alas negras y cuernos. La cabeza empezó a darle vueltas cuando intentó analizar el caleidoscopio que le dejó con el estómago revuelto.
—¿Nick? —preguntó Kody en un tono preocupado—. ¿Estás bien?
Simi respondió por él.
—Él está bien. Sólo acojonado porque la Simi es un demonio y él no lo sabía hasta ahora. Estará bien en unos momentos. —Le tendió su vaso de leche—. Esto ayudará.
Nick parpadeó como si intentara calmarse.
—¿Estoy soñando?
Kody todavía no había reaccionado a las noticias de Simi. De hecho, actuaba como si no la hubiese escuchado. Quizás no lo hiciera. Quizás Simi era como Grim, y él y Tracy era los únicos que podían verla y oírla.
Todavía, las imágenes le atravesaron la cabeza, haciendo que le fuese difícil enfocarse en cualquier cosa. Apenas podía respirar.
Tengo que salir de aquí.
Con la cabeza latiéndole, miró a Kody.
—Necesito hacerlo. Tengo que irme. Te veré después, ¿vale?
—¿Estás seguro que no necesitas que te ayude? —preguntó Kody.
—No. Quiero decir, sí, estoy bien. —Se levantó y se tambaleó alejándose de ellas.
No sabía a dónde ir, así que se dirigió al único lugar seguro en el que podía pensar. Su madre.
Kody arqueó una ceja cuando vio a Nick alejarse rápidamente de ellas.
—¿Fuiste tú o fui yo lo que le asustó?
—Más seguro que fuese yo —dijo Simi sonriendo abiertamente—. ¿La Simi tiene ese efecto o ese afecto sobre la gente? Afecto. Efecto. ¿Cuál es la diferencia entre esas dos palabras y realmente, importa? Algunas personas se ponen tan irritantes cuando utilizas mal una palabra. Pero me gusta hacerlo. El lenguaje debería ser divertido y mientras la gente sepa lo que quieres decir, ¿qué diferencia hay? De veras, de veras, de veras.
Kody sacudió la cabeza ante la Caronte. Simi pertenecía a una antigua raza de demonios que habían sido creados para proteger a los dioses atlantes. Ahora, ella estaba asignada a vigilar a sólo uno de ellos.
Acheron Parthenopaeus.
Aunque sabía del antiguo dios, nunca lo había conocido. Por muchas razones. Una era el hecho de que Acheron no quería que nadie supiese de su divinidad. Era un secreto bien guardado y ella lo respetaba. La única razón de que conociera su identidad era que tenían un amigo en común. Uno que, al igual que Nick, podía ver la verdad sin importar lo duro que alguien o algo intentase ocultarlo. La camarera regresó con diez platos de beignets y un largo de leche para Simi.
—Ooo, la persona favorita de Simi es siempre la que le trae comida. Gracias, Tracy.
—De nada, Simi.
Simi sacó un puñado de efectivo y se lo tendió.
—Quédate el cambio y diviértete con él.
Por la expresión de Tracy, era obvio que Simi le había dado una propina generosa.
—¿Estás segura?
—Absolutamente. —Simi roció los beignet con su salsa barbacoa.
—Gracias. —Tracy fue a atender otra mesa.
Nekoda se encogió cuando Simi tomó un mordisco. Y después de eso.
—Me ha encantado verte otra vez, Simi. Pero creo que tengo que irme.
Simi se limpió el polvo de la cara.
—De acuerdo, pero Nekoda-Akra tienes que saber algo importante.
—¿Qué es?
—Algunas cosas malas vienen a la ciudad y se quedan en la tirada… no, tienda. Esa es la palabra que la Simi necesita.
—¿Qué tipo de mal?
Simi se lamió los labios antes de responder.
—Akri no está seguro. ¿Tú no puedes sentirlo?
Nekoda resopló.
—¿En ésta ciudad? Hay todo tipo de espíritus aquí, y mucho de ellos son hostiles.
—Cierto, lo cual es por lo que a la Simi le gusta venir aquí. Yo me como a los malos y Akri es todo feliz. No hay “no” Simi si es algo que hace presa sobre la gente. La Simi puede comer todo lo que ella quiera.
Sí, la Simi era un ser único.
—¿Tú piensas que Nick es malo?
Simi sacudió la cabeza.
—No. El mal es el que está acechándole.
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