jueves, 8 de marzo de 2012

BOSH cap 6

Arena de entrenamiento de las fuerzas en Qillaq

—¡Cubre tu espalda!
Rodeando a Narcissa en el anillo de práctica de tierra dentro del colosal estadio, Desideria Denarii apenas se hizo a un lado antes de que el golpe de la espada de su hermana mayor le separara la cabeza de los hombros. Contrarrestó el golpe con uno propio. Uno que condujo a su oponente hacia atrás y en una posición defensiva.
Lo que puso el temperamento de Narcissa en ebullición. Gritando, fue hacia Desideria con todo lo que tenía. Pero con el furioso ataque, se desequilibró y Desideria la desarmó de un tirón, lo cual sólo hizo que su hermana se disgustara más mientras la espada era lanzada a tres metros de distancia de ellas aterrizando en el polvo con un fuerte ruido.
Arrojando hacia atrás la cabeza y derramando el pelo negro a través de los hombros, Narcissa soltó un feroz grito de guerra, y arremetió contra ella. Desideria apenas se refrenó antes de apuñalar a su propia hermana en el corazón. Era lo que se le había adiestrado a hacer cuando alguien la atacaba y fueran lo suficientemente estúpidos para dejarle una brecha. Pero si bien era su código de guerrera, se rehusaba a matar a Narcissa en una pelea de práctica.
Aun si significaba días de hambre para ella.
Ya había enterrado a dos hermanas por percances en el entrenamiento. Tenía pocas ganas de enterrar a una tercera.
En lugar de eso le permitió a Narcissa empujarla al suelo donde hizo llover golpe tras golpe en su cara. Desideria le pateó de regreso, entonces se lanzó arriba hasta aterrizar de pie. Se movió para tomar represalias.
—¡Suficiente!
Se congelaron ante el grito de la entrenadora. Con su metro ochenta de altura, Kara era una soldado bien entrenada. Su corto pelo negro peinado hacia atrás, hacia juego con el de Narcissa y todas ellas compartían las mismas facciones afiladas, exóticas y ojos negros. Kara musculosa y curvilínea, y su hermana gemela, una vez habían sido integrantes de la Guardia Mayor de su reina. Una reina que resultaba ser la madre de Desideria y la hermana mayor de Kara. Una vez que las cuatro hermanas habían alcanzado la edad de entrenamiento, Kara honorablemente había abandonado la guardia para ser su instructora personal.
Desde entonces, su tía había sido despiadada con ellas.
Matar o ser asesinada, ese era el único lema de Kara y era uno que se esforzaba por inculcar en sus sobrinas.
—Narcissa, ve a las duchas. Hablaremos más tarde de tu arrebato.
Narcissa frunció los labios mientras se limpiaba la sangre de la nariz y miraba furiosa a Desideria. Sin una palabra, se dirigió a través del anillo hacia las escaleras que la llevarían a las duchas.
Su tía se giró hacia ella con un profundo ceño feroz.
—Tú… —Desideria suspiró con resignación mientras ignoraba el labio sangrante y el ojo hinchándose.
—Castigada. Lo sé.
Bueno, al menos las buenas noticias eran que perdería algo del peso extra que su madre siempre se quejaba que había ganado. No era la manera en que quería hacerlo, pero...
Kara la miró furiosamente.
—¿Por qué no la golpeaste cuando tuviste la oportunidad?
Porque Cissy puede elevar mis nervios a la enésima potencia, pero al final del día, todavía es mi hermana mayor y la amo. Nunca la lastimaría realmente, nunca pensaría en matarla. Desideria sabía que no debía dar un indicio de ese sentimiento en voz alta. Kara nunca lo comprendería.
Era una Qillaq y ellas no tenían esas debilidades.
Cuando no contestó de inmediato, su tía la agarró por la camisa y la sacudió con fuerza hasta que estuvieron nariz con nariz. Una hazaña impresionante debido a que Desideria era unos quince centímetros mucho más baja. La fuerza del tirón causó que la trenza de Desideria se cayera del hombro y colgara holgadamente sobre la espalda.
—Sin piedad. Jamás. Quienquiera que sea. Cuando combates, cualquier pelea, tu adversario es tu enemigo. ¿Entendido?
Desideria asintió con la cabeza.
Su tía la sacudió.
—Hazlo. ¿Comprendido?
—Sí.
Kara la descolgó y apenas se refrenó antes de ir tropezando en la tierra.
—Basura patética. Cómo tu inútil padre mestizo.
Esas palabras resonaron profundamente dentro de ella y antes de que se pudiera contener, atacó.
Riéndose de la audacia de su sobrina, Kara esquivó la carga y desenfundó la espada para contraatacarla.
Desideria vaciló mientras se daba cuenta de lo que había hecho. Pero era muy tarde. No podía retroceder. Un desafío público era un desafío a enfrentar. Retirarse ahora sería una pública y oficial derrota.
Fiel a la naturaleza de su gente, Kara sería despiadada mientras hiciera lo posible para matarla.
Pero Desideria no quería lastimarla más de lo que había querido matar a su hermana. Es la sangre de tu padre la que te contamina. Esa acusación había sido hecha por todo el mundo alrededor de ella. Y era cierta. A diferencia de sus hermanas, ella era la única medio Qillaq, lo que la hacía menos a los ojos de todos.
«Tú eres mi rosa delicada, la cosa más preciosa que tengo». Todavía podía oír las últimas palabras que le dijo su padre. «Rosa delicada» era lo que significaba Desideria en su lenguaje. Había convencido a su madre de llamarla así aunque había tenido que mentir en el nacimiento acerca del significado a fin de salirse con la suya. Su madre pensó que significaba «fuerte guerrera».
El nombre Desideria fue su broma secreta ante la gente guerrera de su madre que le había esclavizado. Y había muerto bajo dudosas circunstancias.
Ahora nadie tenía permiso para decir el nombre de su padre en voz alta y le habían prohibido llorar por él.
Hasta el día de hoy. También quería sangre por eso. Pero ahora mismo, mientras combatía contra su tía, no sentía que ella fuera en parte Gondarion. Sentía el calor de la gente de su madre y quería oír a Kara llorar por insultar al amado padre de Desideria
Concentrándose profundamente para aprovechar cada pizca de su entrenamiento, balanceó la espada y la giró, atrapando la hoja de Kara. En una maniobra hábil, la desarmó, atrapó la espada con la mano izquierda e inclinó las dos hacia la garganta de Kara mientras la rodeaba.
No había nada que su tía pudiera hacer sin conseguir que le fuera cortada la garganta.
—¿Te rindes?
Kara estrechó su oscura mirada.
—Sólo porque éste es un ejercicio de entrenamiento y tú todavía debes ser castigada.
Por supuesto que debía serlo.
Pero había ganado la pelea y esa era la cosa más importante.
—Me puedes castigar, pero ambas sabemos la verdad. Ya no soy tu alumna —no después de que la había derrotado. Ahora era una maestra y merecía el respeto de su tía.
Mestiza o no.
Kara inclinó la cabeza hacia ella y extendió la mano para coger la espada.
Desideria hizo una pausa antes de entregársela. No iba a hacerlo tan simple. No esta vez. Asegurándose de mantener la expresión en blanco, partió la hoja en dos con el muslo antes de devolverle la empuñadura a Kara.
Las mejillas de Kara se volvieron rosado brillante mientras la cólera se acumulaba sin duda a un nivel asesino. La espada había sido un regalo de su madre al alcanzar la mayoría de edad, cuando pasó de alumna a maestra. Pero, eso era lo que sucedía cuando perdías. El vencedor escogía si romper la hoja o devolverla intacta. Intacta era un acto de respeto. Romperla era el acto último de castigo y una bofetada muy personal. Debido a que su tía había insultado a su padre, sería despiadada en esto. El sentimentalismo estaba condenado.
Mi padre fue un buen hombre. Y ella lucharía a muerte por su honor.
Enfundando la espada de entrenamiento, Desideria se dirigió hacia las duchas mientras su tía iba en dirección contraria. Sin duda planeando su defunción mientras caminaba.
Mejor aún, mi castigo. Suspiró resignada con lo que le llegaría demasiado pronto.
Mientras alcanzaba la puerta que conducía a los vestidores, vio a su madre dar un paso fuera de las sombras del área de descanso, lo que le hizo aspirar un aliento bruscamente. Su madre no asistía a menudo al entrenamiento, excepto para decirles qué decepción tan grande eran todas y cómo sus habilidades se quedaban con mucho detrás de las de ella y sus hermanas cuando había tenido su edad.
Una versión mayor de Desideria con el mismo pelo oscuro, la piel profundamente bronceada y los ojos negros, la reina Sarra parecía más como la hermana mayor de Desideria que como su madre. Su cuerpo bien tonificado y liso por las incontables horas de entrenamiento marcial. Fácilmente podría ser tomada por una mujer al principio de sus treinta.
Feroz y dura, Sarra no tenía ningún rey para cogobernar a su lado, la ley de su gente decía que ninguna mujer podía casarse con un hombre que no la pudiera derrotar en combate y ningún hombre alguna vez había superado a su madre.
Ninguna mujer tampoco.
Pero eso no significaba que su madre viviera sin compañía. De hecho, tres consortes masculinos permanecían a corta distancia detrás de ella y cada uno de ellos, igual que el padre de Desideria, había sido conquistado en la batalla. En el caso de su padre, fue un esclavo que se vio obligado a aterrizar y se había quedado varado. Una patrulla fronteriza le había recogido y entregado como premio por una competición.
Otros tres consortes de su madre eran Qillaq de nacimiento y como tales habían sido entrenados de nacimiento como guerreros, así como las mujeres Qillaq. Pero por su belleza perfecta, habían sido subastados en lugar de ser enviados a la batalla para sufrir cicatrices. La única vez que los consortes de su madre habían tenido permiso para combatir fue cuando les había reclamado.
Una batalla, sólo para ver si eran dignos de ser un rey. Todos ellos habían fallado. Ahora no eran nada más que las mascotas consentidas que estaban a merced de los antojos de Sarra.
Los ojos de su madre resplandecían con un orgullo que Desideria nunca había visto en ellos antes.
—Kara apreciaba esa espada por encima de todo.
Desideria se aseguro de que la pena que sentía por esas palabras no se mostrara en su conducta o expresión.
—Entonces debería haber peleado más duro para conservarla.
Sarra se rió.
—Continúa pensando así y aún podrías ser mi sucesora, sangre mestiza y todo.
Desideria apretó los labios para abstenerse de decir algo que la pudiera mandar al exilio. Después de todo, su madre había elegido acostarse con su padre y se había permitido embarazarse de él. Si hubiera que culpar a alguien por su ascendencia defectuosa, era a su madre y no a ella.
Pero su madre no quería oír eso.
—Me siento orgullosa, Desideria. Y como ya no eres una estudiante o una niña, quiero ofrecerte la anterior posición de Kara en mi guardia.
Esas palabras la cogieron completamente por sorpresa. No era difícil de hacer porque estaba más acostumbrada a la condena que a la alabanza de su madre.
—¿Perdón?
—Ya me han oído y sabes cuánto odio repetirme.
Desideria apenas se contuvo antes de abrazar a su madre mientras la excitación la atravesaba. No era bien recibido. Las únicas emociones que los Qillaqs permitían mostrar era la cólera, pero nunca durante la batalla, y ocasionalmente el humor. El resto del tiempo, debían ser severos y serios.
Se aclaró la voz e inclinó la cabeza hacia su madre.
—Acepto tu oferta, mi reina, y me siento honrada que me consideres lo suficiente para hacerlo.
Narcissa jadeó detrás de ella mientras salía del área de vestir.
Volviéndose, Desideria vio a su hermana caminar a grandes pasos para acercarse.
Su hermana la barrió con una mofa repugnante.
—¿Qué hay de mí? Soy la mayor. Si alguien merece estar en tu guardia, madre, sin duda alguna soy yo.
Los ojos de su madre eran fríos y vacíos.
—Eres todavía estudiante. Nunca has derrotado a tu tía y como tal eres indigna para estar en mi guardia.
—Pero...
Su madre levantó rápidamente la mano en un gesto que interrumpió a Narcissa.
—Me oíste, niña —esa única palabra fue una bofetada en la cara y un recordatorio de que su madre no veía a Narcissa como una adulta aún, sino más bien como una niñita que necesitaba más instrucción y disciplina—. Ahora cuida tu posición.
La mirada en la cara de su hermana fue feroz y le prometió a Desideria una revancha. Furiosa con ellas, se dio la vuelta y se fue.
Desideria odiaba el hecho que acababa de hacer un encarnizado enemigo. No era lo que quería.
Pero a su madre no le importó. Más que todo, ella fomentaba el resentimiento de una a la otra y lo celebraba.
—Incorpórate mañana por tu uniforme. Me aseguraré de que Coryn te ponga al corriente de la Cumbre, así que prepárate para salir con nosotras.
A pesar de la cólera de Narcissa, eso realmente la hizo querer dar saltos de excitación. Nunca había dejado el planeta antes. Cuando era niña había pasado horas escuchando a su padre contarle sobre todos los lugares que había visitado antes de ser capturado y todas las cosas increíbles que él había visto y había hecho mientras estuvo allí.
Ahora finalmente vería algunos de ellos. No podía esperar.
Manteniendo la calma exterior, le dirigió a su madre una sonrisa reservada.
—Gracias, mi reina.
Sarra extendió la mano hacia ella.
Desideria se inclinó y besó el anillo antes de hacer una profunda reverencia e irse. No dejó que su felicidad se mostrara hasta que estuvo en el vestidor.
Tan pronto como la puerta se cerró, su mejor amiga y criada, Tanith, la acorraló.
—¡Oh Dios mío! ¡No puedo creer lo que hiciste! Aplastaste a esa perra y la hiciste tragar todos los años de insultarte. ¡Felicidades! —Chillando, Tanith agarró los brazos de Desideria y saltó.
—Chis, chis, chis —murmuró Desideria, rehusándose a saltar con ella a pesar de que en realidad quería—. No dejes que nadie te oiga por casualidad.
Ambas serían castigadas, y ahora que Desideria había ganado el rango de adulta, sería mucho peor que los castigos del pasado.
Tanith se tranquilizó.
—Lo siento. ¡Es solo que estoy tan emocionada por ti! Narcissa por otra parte… yo no bebería de una copa abierta durante un tiempo en el futuro cercano si fuera tú. Sabe Dios lo que podría hacer.
—Créeme, lo sé —su otra hermana, Gwenela, se pondría furiosa cuándo se enterara también. Estaban todavía en entrenamiento y Desideria era la más joven. Cómo se atrevía a ser la primera en ganar el estatus de adulta...
Ambas estarían dispuestas a cortarle la cabeza ahora.
—No puedo creer que gané.
Tanith resplandecía.
—Yo sí. A pesar de lo que digan, eres diez veces más combativa que los de pura raza.
Ella se estremeció ante un insulto que podría hacer ejecutar a Tanith si alguien la oía.
—No deberías decir eso.
—Es cierto y tú lo sabes. Tu padre fue un héroe y era un buen hombre… a diferencia de los demás. Todo lo que hacen es holgazanear y lloriquear, esperando que alguien les limpie el trasero.
Por eso amaba a Tanith. Solo ella creía en lo que hacía Desideria. Su padre no se había suicidado como un cobarde. No era más propio de él de lo que era en ella. Mientras era cierto que las otras razas eran más débiles que las Qillaqs, él había poseído el corazón de un guerrero y la fuerza de un ciborg. Su combatividad también fluía a través de ella.
Haré a mi madre sentirse orgullosa. Les demostraría su casta a todos ellos y redimiría el nombre de su padre. Aunque fuera lo último que hiciera.

—¿Cómo que el asesinato fracasó?
—El príncipe recién encontrado tiene habilidades con las que no contamos. Por desgracia no es ningún incompetente y debo subrayar exactamente lo bien entrenado que está.
—¿Cómo es que sobrevivió todos estos años? Era solamente una criatura cuando le secuestramos. Todavía no puedo creer que regresara después de todo lo que hicimos para asegurar que no lo hiciera.
—Lo sé. Ambos, él y Evzen son los bastardos más afortunados alguna vez nacidos. Cada vez que pensamos que les tenemos, escapan.
—No podemos fallar otra vez. Las cosas aquí se están revelando rápido. Después de hoy, no tenemos un momento que perder. No podemos permitir que cambie la línea de sucesión.
—Te escucho y me aseguraré de que el siguiente...
—No. Necesitamos volver a pensar nuestro plan. Cuando demos nuestro segundo golpe, debe ser con seguridad. Sobre todo, debe ser fatal.
—¿Y qué hay de nuestro otro problema?
—Tengo un plan perfecto para eso también. ¿Puedes encargarte de tu parte?
—Absolutamente. ¿Y tú?
—Lo tengo bajo control. Pero debemos atacar durante la Cumbre.
—¿Podrás esquivar la seguridad?
—No me insultes con esa estúpida pregunta. Por supuesto que puedo. Dos semanas y viviremos esas vidas para las que nacimos y no habrá nada más que malos recuerdos de los que reírnos por haber aguantado.
—¿Y Desideria?
—Una víctima más. Deja que su nombre sea desterrado así como el de su padre. Entonces seremos los únicos que queden que valga la pena recordar.

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