Dos meses más tarde.
—Siéntese con la espalda recta.
¿Qué edad tengo?
¿Cinco?
Apretando los dientes para no repartir golpes a diestro y siniestro, Caillen hizo lo ordenado. Un poco a regañadientes, admitió, pero de todos modos obedeció como le había prometido a su padre que haría. Aunque era difícil sentarse con la espalda recta cuando lo que realmente quería era hacerle una lavativa al pomposo que tenía delante. Se sentía como si estuviera ahogándose en nueve millones de capas de pesada tela. De verdad, ¿cómo puede cualquier aristócrata estar gordo si lleva tanta ropa pesada en su cuerpo todo el tiempo? ¿Cuánta cantidad de comida tienes que comer para ganar peso? Olvídate del gimnasio, se sentía como si estuviera en un banco de prensado de una tonelada.
Y esto ni siquiera era el peso de la mierda explosiva que acarreaba. Esa podía llevarla encima a todas partes. ¿Esto? Esto era ridículo. Se frotó el cuello, donde se le estaba formando urticaria por el alto cuello almidonado.
Al menos todavía tienes la cabeza.
Sí, pero eso no era tan atractivo en este momento como había sido hace algunos meses. Echó un vistazo a dos de sus mejores amigos que lo miraban y al asesor cultural con un estoicismo que no se correspondía con el brillo divertido en sus ojos traidores. Hijos de puta, disfrutaban de cada minuto de su miseria.
Hartaros, imbéciles. Mi venganza llegará. Y sangrareis.
Pero sabía la verdad. Nunca haría daño a ninguno de ellos. Simplemente se imaginaría estrangulándolos. Habían pasado mucho juntos para que él llevara a cabo algo así contra ellos.
Delgado, con el pelo rojo oscuro, Darling Cruel era reservado y regio como cualquier monarca, lo cual tendría sentido ya que pertenecía a una de las más antiguas familias aristocráticas. Iba impecablemente vestido con un traje negro ribeteado en blanco, cubierto con una ligera túnica negra larga y suelta de dignatario. El hijo de un gobernador real y un alto príncipe en sí mismo, estaba acostumbrado a la mierda como esta. A pesar de toda la generación de los Darling, Caillen conocía la verdad sobre su renegado amigo, un lado rebelde que nadie sospecharía en él. El pelo hasta los hombros de Darling le cubría un lado de la cara y escondía una fea cicatriz sobre la cual Darling nunca hablaba. Caillen era uno de los pocos que sabía cómo la había obtenido.
Con rasgos perfectos, inmaculados que enorgullecerían a cualquier mujer, Maris Sulle era mucho más peculiar. Su largo cabello negro estaba recogido y trenzado con bolas de plata entrelazadas. Traía puesta una capa en un naranja y amarillo vibrante que arrastraba por el suelo y se concentraba elegantemente alrededor de sus pies con botas rojas. Obviamente a Maris no le preocupaba la movilidad, ya que él nunca había tenido que correr ni un día en su extravagante vida. Más bien, él ordenaba a otras personas que corrieran por él.
La amistad entre Maris y Darling se remontaba a la primera infancia. Caillen había conocido a Maris hace unos diez años y lo había odiado al principio debido a la arrogancia consentida que emanaba de cada gesto que hacía y de cada pieza de tela cara que llevaba. Pero Maris era como la mala hierba Gondarion, se pegaba a ti y después de un tiempo aprendías a apreciar la belleza de su extraño sentido del humor y su excepcional y retorcida manera de enfrentarse al mundo que le rodeaba. Ahora Caillen atesoraba su amistad tanto como lo hacía Darling.
Los dos eran un vivo contraste con el impávido rostro y apagado atuendo del asesor cultural, Bogimir, que le miraba con manifiesto desdén. El hombre no tenía en buen concepto a Caillen, lo que estaba bien, porque él no tenía un buen concepto de Boggi tampoco.
Bogimir se aclaró la garganta. Ese sonido estaba empezando a hacer picadillo los nervios que le quedaban a Caillen.
—¿Está prestándome atención, alteza?
Caillen dejó escapar un largo suspiro de fastidio.
—Sí, sí, Boggi. —Era un imperativo moral utilizar el apodo que sabía volvía loco a Bogimir—. Estoy contigo.
Bogimir estrechó un poco la mirada que hizo a Caillen querer poner el pie en un lugar sumamente incomodo del cuerpo de Boggi.
—Usted quiso decir: Sí, le atiendo.
Caillen apretó los dientes antes de corregir su pronunciación y palabras.
—Sí, le atiendo. —Gilipollas.
Boggi hizo un gesto hacia la mesa.
—Ahora, tome un sorbo de vino.
Con los bíceps protestando por el sobrepeso de la ropa y la bilis rogándole que lanzara el contenido en la cara del despreciable Boggi, Caillen alcanzó la copa y la levantó.
Al instante, Boggi comenzó esa agitada danza que sólo sería muy útil si caminara descalzo sobre brasas o tratando de salir de un nido de serpientes de fuego.
—No, no, no. La forma correcta de sostener su copa es así. —Se la arrebató de la mano a Caillen para demostrar el uso correcto.
Caillen puso los ojos en blanco. Tan patético cuando incluso beber algo era una puesta en escena. ¿Qué demonios le pasaba a esta gente? ¿De verdad había una diferencia en cómo se tomaba una copa de krikkin y bebía de ella? ¿Era realmente todo lo que tenían de que preocuparse en sus vidas inútiles, demasiado privilegiadas, demasiado consentidas?
Boggi dejó la copa sobre la mesa y lo miró.
—Inténtelo otra vez.
Caillen frunció los labios.
—Ah, joder esta mierda. —Extrayendo el blaster de debajo de las ropas, le disparó a la copa. Se echó a reír al rodear la mesa para poder disparar otras tres veces más. En la última ronda, se hizo pedazos y los fragmentos llovieron por el suelo antes de que la copa aterrizara boca abajo a los pies de Boggi.
Esto sí era divertido.
Pero Boggi no lo creyó así. Él sopló y resopló, luego salió a toda prisa por la puerta, sin duda, a delatarlo como una de sus hermanas había hecho cuando eran niños.
Da lo mismo. Con tres hermanas mayores, Caillen estaba acostumbrado a que le echaran la bronca. Y honestamente, su padre era un aficionado en comparación con sus hermanas.
Darling no hizo ruido, hasta que estuvieron a solas con Maris. Una vez que la habitación estuvo despejada, él y Maris se echaron a reír.
—Eres malo en tu despreciable corazón.
—Abso-krikkin-lutamente. —Caillen sopló en la punta caliente del blaster antes de inclinarse y despojarse de la ropa sofocante para retorcerla y lanzarla de golpe al suelo. Desnudo a excepción del pantalón negro y las botas, se enfundó el arma, luego se encontró con la expresión divertida de Darling—. ¿Cómo podéis estar cuerdos? ¿En serio? No sabéis como lamento la infancia que debéis haber tenido. «No toque eso. No haga eso. Sujete la copa así» —dijo en un tono agudo, burlón mientras encorvaba la mano en una garra. Luego bajó la voz a su tono de barítono normal—. Nunca pensé que agradecería la pobreza. Pero ¿sabéis qué? Compadezco a los ricos. No sabéis como vivir.
Darling sonrió.
—Hay una razón por la que paso el tiempo con gentuza como tú.
Maris negó con la cabeza a los dos.
—Tu padre va a tener un ataque de histeria con esto.
Tenía que ser Maris el que usara un término de chica como ataque de histeria.
—Maris está en lo cierto, Cai. Sólo tienes dos días para dominar esto antes de tu debut en sociedad. Dios nos ayude a todos y especialmente a ti. —Darling se quitó de encima su túnica ligera y se la dio—. Confía en mí, no puedes disparar a las indefensas copas sobre la mesa delante de los emperadores y gobernadores. Podrías causar un incidente interestelar.
Caillen resopló.
—No me percaté de que las copas son algún tipo de especie protegida. Bien. ¿Puedo disparar a la vajilla o está protegida también?
Darling volvió a reír, pero no respondió al sarcasmo.
Caillen se colocó sobre los hombros la túnica de modo que Boggi no lo llamara un salvaje... otra vez.
—Este… —hizo un gesto abarcando el salón ornamentado del palacio, que era más grande que casi todo su antiguo edificio de apartamentos—… no es mi estilo. Yo no encajo aquí y todos lo sabemos. —Su sitio estaba en su nave, corriendo a través de los bloqueos y provocando paros cardiacos a las autoridades. Por encima de todo, su lugar estaba en la cama de una mujer que se preocupaba más en mantener el ritmo con él que en no estropearse el pelo.
Quería dejar atrás este lugar y volver a casa tanto que podía saborearlo.
Pero no era así de simple. En realidad le gustaba su padre recién descubierto.
Y lo peor de todo, él había hecho una promesa al hombre de que iba a intentarlo durante un año antes de que él se decidiera dejarlo.
¿Por qué escogí un año krikkin?
Los treinta minutos en su celda, no le habían parecido mucho tiempo entonces. Ahora se extendía hasta el infinito y lo odiaba. Apenas veía a su padre y cuando lo hacía, de todo lo que se hablaba era de lo inaceptable que era su comportamiento.
Aguántalo, Cai. Te enrolaste para la misión. Y llegaría hasta el final.
Aún si le mataba.
—Se lo dije, sire. Es un animal que no encaja aquí. Me doy cuenta de que es su hijo, pero honestamente, tiene que enviarlo de regreso a la alcantarilla donde se crió.
Evzen negó con la cabeza por la condena de Bogimir mientras miraba de frente el monitor de su oficina. Caillen reía con sus amigos mientras empuñaba su blaster como si estuviera presto a defenderse a la mínima advertencia. Era una actitud arrogante que pertenecía a un bandido sin escrúpulos. No a un príncipe.
Sin embargo, era un príncipe...
Y era su responsabilidad hacerle ver a su hijo que ese era su destino.
—No es un animal, consejero. Y harías bien en recordar que es un príncipe de este imperio y, como tal merece un tono deferente cuando te refieras a él.
Mientras Bogimir palidecía por sobrepasar su posición, Evzen miraba el monitor donde Caillen seguía sonriendo con orgullosa satisfacción por la destrucción que había causado. A él también le hizo gracia el objetivo de su hijo. Rudo pero impresionante a pesar de lo que era.
—Acepto que tiene rasgos toscos que deben pulirse…
—Sire, por favor... Él tiene las costumbres de un rufián y el sentido…
—Es mi hijo. —Uno que él había dado por muerto durante estos últimos largos años. Muerto porque había fallado en mantener protegido al niño.
Tener a su hijo de nuevo y vivo...
Era un bendito milagro y eso era algo que no se tomaba a la ligera. No le importaba que su hijo no supiera nada de la aristocracia o la diplomacia.
En realidad eso no era cierto y él lo sabía.
—Caillen habla treinta y ocho idiomas y la mayoría de los dialectos de cada uno. Con fluidez. No sólo las versiones aprendidas a través de videos educativos y profesores. Él conoce los idiomas y la cultura, así como a los nativos. Entiende las complejidades de su política y las leyes mejor que yo. —Lanzó una mirada significativa a Bogimir—. Mejor que la mayoría de los consejeros culturales que he conocido.
Más que eso, Caillen sabía cómo luchar mejor que la élite de sus fuerzas de operaciones especiales. El primer día que Caillen había estado en el palacio, había encontrado doce brechas en su seguridad y les había mostrado cómo reforzar las defensas.
Su hijo era brillante.
—Sire…
—Ni una palabra. —Levantó la mano para cortar las palabras de Bogimir—. Le instruirás y le tratarás como al príncipe que es. No quiero más discusiones.
—Sí, sire. —Haciendo una reverencia, Bogimir se marchó.
Evzen suspiró mientras se volvía hacia el micrófono sobre la mesa por el que había estado hablando con su hermano antes de que Bogimir lo hubiera interrumpido.
—¿Has oído todo eso?
—Así es.
—¿Y qué te parece?
Talian se tomó un minuto para considerar sus palabras antes de hablar.
—¿Quieres mi respuesta como tu asesor militar de alto rango o como tu devoto hermano?
—Ambas.
—Como hermano, estoy totalmente de acuerdo contigo. A pesar de que él no tiene diplomacia, Caillen es brillante evaluando situaciones y decidiendo como manejarlas, aunque no siempre calmándolas. No se puede pedir un sucesor mejor.
—¿Y como mi asesor?
—Es impulsivo y temerario con una sobrecarga de libido que lo tiene persiguiendo cualquier cosa con pechos. Si no se controla, nos va a arrastrar a la guerra por algo completamente estúpido como joder a la hija de alguien o su esposa, probablemente al mismo tiempo. Tiene un gran potencial, pero creo que Bogimir está en lo correcto. Ha vivido entre la escoria demasiado tiempo. Si lo hubiéramos encontrado antes, podría haber sido redimido. Ahora... no pertenece a nuestro mundo y no se está ajustando a él en absoluto. Verdaderamente, no creo que quiera. Déjale ir a casa, Ev. Por el bien de todos.
El pecho de Evzen se contrajo con esas palabras cuando la pena le estranguló. No podía soportar la idea de perder a Caillen otra vez. Sí, el hombre tiene un filo tosco, pero era divertido y altamente inteligente.
Él es mi hijo. Por encima de todo, tenía fe en Caillen. Con el tiempo, no tenía dudas de que su hijo encajaría.
Sin embargo, Evzen era propiedad de su pueblo. Su primera prioridad tenía que ser su seguridad y bienestar. Era un manto de responsabilidad que quería legar a su hijo. Pero si Caillen se negaba...
Tengo que intentarlo.
Evzen encontró la mirada fija de su hermano en el monitor.
—Vamos a ver cómo lo hace en la Arimanda.
Talian exhaló un suspiro de remordimiento y disgusto que le dijo que su hermano estaba lejos de estar tan contento como él de tener a Caillen de nuevo en la línea de sucesión.
—Voy a asignarle un destacamento extra para él.
—¿Por qué?
—¿Las Qillaqs? ¿Te acuerdas de ellas? Envían un quórum completo para la asamblea. Y puedo ver el desastre que se avecina. Sabes cómo se visten sus mujeres… o mejor dicho, no lo hacen. Hagamos lo que hagamos, tenemos que mantener a Caillen lejos de ellas.
Su hermano estaba en lo cierto. Las Qillaqs eran una raza conflictiva que no toleraba a nadie fácilmente y sobre todo a los forasteros o a los hombres. Una mirada equivocada y atacarían.
Y Caillen también.
Evzen frunció el ceño.
—Pensé que habían rehusado la Cumbre.
—Lo hicieron en un principio. Pero recibí la noticia esta mañana de que su propia reina se unirá a nosotros. Al parecer, hay algo de gran importancia que ella desea declarar ante el Consejo. Presentimos que probablemente es un acto de guerra. Esperemos que tu hijo no la convierta en una contra nosotros.
Evzen observó mientras Caillen discutía con Bogimir en la sala. Tal vez debería enviar a casa a Caillen mientras él asistía a la Cumbre. Pero no quería estar lejos de su hijo durante dos semanas. No cuando todavía estaban conociéndose el uno al otro. Sin mencionar el hecho de que Caillen era un experto en la negociación con los Krellins y estaba bien informado sobre su príncipe coronado. Necesitaban desesperadamente un acuerdo comercial con ellos en el cual él había estado trabajando durante tres años sin avances. Si no lo conseguía alcanzar durante la Cumbre y que lo ratificara el Consejo, pasarían tres años más antes de que él lo pudiera intentar otra vez. Para entonces, su colonia, que necesitaba los suministros y la protección, sería destruida y todos sus ciudadanos esclavizados. Su gente no podía esperar seis meses más, menos aún tres años.
Caillen era la única esperanza que tenían.
Por lo tanto se llevaría a su hijo y lo vigilaría.
Muy de cerca.
Tenía fe ciega en que todo saldría bien.
Hasta que recordó el dicho favorito de Caillen. Nunca subestimes la capacidad de un Dagan para joder los planes mejor preparados.
Y ahora mismo, su hijo aún se considera a sí mismo un Dagan.
Cada vez que Evzen oía ese nombre se enfurecía. Su hijo era un Oczy. Uno de los mejores y más antiguos de las casas gobernantes. El suyo era un legado por el que las personas habrían asesinado.
Pero no Caillen. Era el único hombre que honestamente no le importaba la riqueza y su parafernalia. Aunque su hijo estaba encantado de tener las cosas más finas, él era tan feliz, si no más feliz, sin ellas.
Incomprensible.
Y eso le dio ganas de llorar. Su hijo era un completo desconocido y él estaba tratando de entenderle. Él lo hacía. Pero cuanto más tiempo pasaban juntos, más tenía Evzen que afrontar la verdad.
Cuando todo esto terminase, lo más probable es que perdiera a su hijo otra vez...
Caillen dio un suspiro de alivio cuando Boggi salió rápidamente enojado otra vez y lo dejó solo con sus amigos. En el momento en que la puerta se cerró, él enroscó la túnica que le sofocaba y la tiró al suelo. Luego él atascó la señal en la sala de modo que ni su padre, ni el destacamento de seguridad de su padre, pudieran espiarlos. Realmente odiaba esa mierda.
Maris chasqueó la lengua en él.
—Es cruel la forma en que fardas de ese cuerpo sexy todo el tiempo, delante de mí, Cai. Juro que nunca he deseado ser una mujer más que en este momento. —Mordiéndose el labio, miró a Darling—. Esas abdominales... es criminal ver eso bien y ser heterosexual. ¿No mordisquear esos músculos toda la noche?
Darling retorció el gesto con aversión.
—Uh, no. Es como un hermano para mí. Honestamente, encuentro ese pensamiento repugnante.
Maris respondió con un gesto de cuello y muñeca puramente femenino.
—Tú te lo pierdes. —Volvió su atención a Caillen e hizo un gruñido ronroneando en la parte posterior de la garganta—. Una noche, bebé, y yo podría cambiar tu religión.
Caillen lanzo una risa bonachona.
—Tú sigue diciendo eso, pero te conozco bien. A ti te gusta ser el perseguidor, Maris. En el momento en que alguien te persigue, sales huyendo.
Riéndose de la verdad, Darling se inclinó para recoger la túnica y lanzársela de regreso a Caillen.
—Sabes, Maris tiene razón. No puedes seguir desnudándote cada dos segundos y especialmente no en una nave durante una Cumbre donde estarán vigilando todas las estancias. Haz eso allí y terminarás en las noticias, y estarás desacreditado para siempre.
Caillen no estaba preocupado por eso.
—Los bloquearé.
Darling negó con la cabeza.
—Usar armas y explosivos de tecnología punta. Va a ser que no. Bloquea algo allí y saltaran todo tipo de alarmas. Ni siquiera Syn podría entrar por la fuerza sin ser encarcelado.
Le daba que pensar. Su cuñado que podía forzar la entrada en cualquier cosa y no ser detectado, eso le decía todo lo que necesitaba saber sobre su viaje al infierno.
—Así que, mantengo mis pantalones, ¿eh?
—A menos que quieras estar en la próxima función porno. Sé que será duro.
Caillen arqueó una ceja ante la elección de las palabras de Darling.
Darling puso los ojos en blanco.
—Tienes una mente muy sucia.
—Sí, bueno, sabes que hay un montón de amigas a las que les gusta jugar con ella y además disfrutan con la vista.
Maris soltó un ligero ¡uau!
—Déjalo Dar. Recuerda que estamos hablando con el único hombre que he visto que puede acercarse a una mujer que acaba de conocer y decirle que tiene su virilidad a su servicio y en vez de ser abofeteado o arrestado por ello, consigue llevársela a la cama.
Darling se cruzó los brazos sobre el pecho.
—Eso es porque la mayoría de los hombres tienen más sentido común que decir eso en voz alta.
Sí, claro. Caillen lo sabía mejor.
—Eso es porque la mayoría de los hombres carecen de mis chicos y mis habilidades. Puede que tú sepas manipular explosivos, Dar, pero yo sé cómo manejar a las mujeres. Cuando se trata de la población femenina, yo soy el amo.
—Por favor —dijo Darling con una carcajada—. Te he visto con tus hermanas. No puedes con ellas. Te tienen completamente dominado.
—Totalmente falso. Las dejo pensar eso. Eso, amigos míos, es lo bueno de ello. No ha nacido la mujer que no pueda manejar y envolver alrededor de mi dedo meñique.
Darling negó con la cabeza.
—Y un día conocerás a una mujer que es inmune a tus encantos.
Había una nota extraña en la voz de Darling que le hablaba de lamento, pero por lo que sabía, Darling nunca había tenido una relación seria y lo ignoró.
—Nunca sucederá. Puedo incluso hechizar a un bebé para que deje su sonajero y la leche.
Maris se rió entre dientes.
—Estoy contigo, Dar. Me gustaría ver como cae de rodillas por un golpe del destino, pero en esto estoy de acuerdo con Cai. Como él dijo, he visto a demasiadas mujeres, de todas las edades, caer a sus pies tan pronto como les dedica una sonrisa juguetona de ven-aquí-y-desnúdate-para-mí.
Darling se negó a ceder en su opinión.
—Y yo digo que siempre hay una persona que te desestabiliza. Siempre cuando menos te lo esperas. Confía en mí, si Nykyrian y Syn han encontrado mujeres que los toleren a ellos y sus psicosis, tú también.
Caillen no discutió porque él tenía mejor criterio. Se había pasado toda su vida teniendo que rendir cuentas a sus hermanas por todo, después teniendo que atenderlas y hacer frente a sus dramas. Por no hablar de la única vez que había intentado ser serio con una mujer...
Sí, eso le había enseñado y acabó con cualquier pensamiento que pudiera haber tenido acerca de un compromiso. Las mujeres estaban locas.
Era por eso que no tenía ningún interés en asentarse con una mujer. Nunca. O incluso dejar que una permaneciera con él más de las dos horas que le llevaba aliviar la comezón biológica. No quería el trauma que conllevaba. Todas las mujeres querían domesticar al hombre y él era demasiado salvaje para eso. No quería hijos o una esposa. Sólo quería vivir su vida bajo sus términos y no responder a nadie excepto a sí mismo.
Libertad. Eso era lo que anhelaba. Vivía para el impulso de la sangre ante el peligro del contrabando. Volando rápido. Vivir al límite, a un paso de la muerte. Ni siquiera sus hermanas, que eran las mujeres más difíciles que había conocido nunca, podrían seguir su ritmo. Si ellas no pudieron con él sabía que no había nadie más que pudiera.
Queriendo cambiar de tema, les dirigió de nuevo a la cuestión que se traía entre manos y que era por lo que había bloqueado la vigilancia de video.
—Mirad, sabéis que me importa dos cojones si me condenan de estúpido en público, lo cual soy la mayor parte del tiempo. Mi filosofía es simple. Quieres ser mi amigo, tomemos un trago. Me quieres juzgar, se acabó. Pero esto no se trata de mí. A pesar de que él es un aristócrata, mi padre parece ser un hombre decente y yo no quiero humillarlo frente a su pretencioso equipo haciendo alguna gilipollez como pensar que el recipiente para lavarse las manos contiene sopa y trate de comérmela... otra vez. O romper algún otro protocolo del que no estoy al corriente. Así que, ¿podéis enseñarme a ser como uno de vosotros? —Eso en realidad le resultó más fácil de lo que había pensado que sería. Apenas se había ahogado en su dignidad.
Darling le dio una palmada en la espalda.
—No te preocupes, hermano. Estaremos contigo a cada paso del camino.
Maris esbozó una sonrisa diabólica.
—Y riéndonos continuamente a tu costa. Sin embargo prometemos mantenerla oculta… la mayor parte del tiempo.
Caillen se rió por la forma en que Maris lo dijo. Tenía la suerte de tener dos amigos en los que podía confiar. Cuatro si contaba a Nykyrian y a Syn. Muchas personas le habían apuñalado por la espalda para saber que no debía dar por sentado la lealtad. No había mucha gente que diera su vida por alguien más. Pero cualquiera de los cuatro lo harían por él.
Y él moriría por ellos con la misma rapidez.
Darling movió las cejas hacia Maris.
—No sé. Un condenado estúpido en público puede ser muy entretenido.
Caillen apartó de un empujón a Darling, que se echó a reír mientras trastabillaba de lado.
—Ambos sois unos pervertidos. No sé por qué me quedo con vosotros.
Darling resopló.
—Probablemente, porque somos los únicos que van a pasar el rato contigo. Sin mencionar, que yo era un buen niño inocente sin tacha de depravación hasta que comencé a relacionarme contigo y tu pandilla.
Maris asintió con la cabeza.
—Puedo dar fe de ello. Vosotros corrompisteis seriamente a mi amiguito.
Darling se puso rígido.
—¿Amiguito? Me suena a tu mascota.
Maris echó un brazo alrededor de Darling.
—Sigo aspirando a eso también, pero tú no estás en el juego más de lo que Caillen lo está. Juro que deberías vestir la capa de un monje.
Caillen aplaudió.
—Hablando del tema, voy a buscar a esa linda doncella que vi antes y comprobar si está soltera. —Chasqueó la lengua dos veces y les guiñó el ojo—. Nos vemos más tarde.
Con los pensamientos ya imaginándose los encantos de la criada, los dejó discurrir mientras caminaba por el pasillo hacia el jardín de invierno donde había visto por última vez a la pequeña rubia que le había dedicado una sonrisa lasciva antes.
—Ven con papá, nena. —Estaba definitivamente con ánimo de encontrar algo de tiempo a solas con ella y ese plumero que había estado utilizando en las estatuas de su padre. Había algo duro en él que quería que ella jugueteara con eso.
Al traspasar las puertas de cristal que daban a los jardines traseros, sus sentidos recogieron una perturbación efímera. Era una mancha pequeña y sutil en el cristal. La mayoría de las personas no le prestarían ninguna atención, pero la mayoría de las personas no estaban acostumbradas a gorronear para sobrevivir y tener que cuidar las espaldas cada instante que respiraban.
No debería estar ahí.
Caillen frunció el ceño. Las criadas habían estado aquí esta mañana limpiando a fondo todo...
Apartó la cortina para mirar el cerrojo electrónico. Había sido desactivado y dejada entreabierta para una salida rápida.
Sí, aquí dentro había alguien, que no debería estar.
Esa calma, fría y mortal se apoderó de él cuando entró en el modo soldado. Sabía que el asesino no había ido hacia el estudio donde él había estado. La otra dirección conducía al ala privada de su padre.
Vamos, Cai. No seas ridículo. Los de seguridad están por todas partes. Uno de ellos podría haber estado haciendo la ronda y tocó la mampara.
Sí, pero cuando te has criado con personas que irrumpían en lugares como este para matar y robar a sus ocupantes, sabías lo inútil que era la seguridad. Las alarmas eran sólo para los honestos. Los asesinos y ladrones profesionales se mondaban los dientes con ellos.
Más vale prevenir que lamentar...
Siguió el amplio pasillo decorado con los retratos oficiales de sus antepasados a lo que no podía seguir la pista, pero no vio nada fuera de lo común. Las paredes blancas y los suelos brillaban hasta tal punto, que podía ver su ropa de color negro perfilada como en un espejo. El aroma de la gran cantidad de flores frescas que cubrían las ornamentadas vasijas de bronce se le colaba en la nariz.
Estás siendo estúpido. Aquí no hay nada. Sólo una imaginación hiperactiva alimentada por una brutal paranoia.
Estaba fuera de la cámara de su padre y a punto de ir en busca de su doncella, después de todo, cuando oyó caer algo.
Un segundo más tarde, su padre pedía ayuda a gritos.
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