domingo, 11 de marzo de 2012

INF cap 1

Soy un idiota inadaptado social.
—¡Nicholas Ambrosius Gautier! ¡Cuida tu lenguaje!
Nick suspiró ante el agudo tono de su madre mientras estaba de pie en la cocina mirándose la brillante camisa hawaiana de color naranja. El color y el estilo ya era bastante malo, el hecho de que estuviera cubierta con enormes truchas (¿o eran salmones?) rosas, grises y blancos era incluso peor.
—Mamá, no puedo llevar esto al colegio. Es… —Se detuvo para pensar una palabra verdaderamente dura que no le tuviera castigado de por vida—…horrible. Si alguien me ve con esto, seré un paria relegado a la esquina de los perdedores en la cafetería.
Como siempre, ella bufó ante su protesta.
—Oh, cállate. No hay nada malo en esa camisa. Wanda me dijo en la tienda de Buena Voluntad que eran de una de esas enormes mansiones bajando el Distrito Garden. Esa camisa pertenecía al hijo de un hombre muy honrado y ya que te estoy criando para que seas…
Nick apretó los dientes.
—Prefiero ser un delincuente con el cual no se mete nadie.
Ella dejó escapar un profundo suspiro de agravio mientras paraba de freír el beicon.
—Nadie va a meterse contigo, Nicky. La escuela tiene una estricta política de no intimidación.
Sí, claro. Eso no valía el papel del contrato en el que estaba escrito. Sobre todo teniendo en cuenta que los matones eran analfabetos y no podrían leerlo de todos modos.
¡Por Dios! ¿Por qué no le escuchaba? No parecía que fuera él, el que tenía que meterse en la guarida del león todos los días y tener que atravesar la brutalidad de un campo de minas de instituto. Honestamente, estaba harto de ello y no había nada que pudiera hacer.
Él era un enorme perdedor y nadie en el colegio le dejaba alguna vez olvidarlo. Ni los profesores, ni el director y mucho menos los otros estudiantes.
¿Por qué no podía dar un salto hacia delante y evitar toda esa pesadilla del instituto?
Porque su mamá no le dejaría. Sólo los matones abandonaban el colegio y ella no había trabajado tan duro como lo había hecho para criar otra pieza de mierda —esta era una dura letanía grabada permanentemente en su mente. Se ordenaba exactamente en: “Ser un buen chico, Nicky. Graduado. Ir a la Universidad. Conseguir un buen trabajo. Casarse con una buena chica. Tener un montón de nietos y no olvidar nunca un día de guardar en la iglesia”. Su mamá ya había trazado un mapa de todo su futuro sin permitir desvíos ni paradas.
Pero al final del día, él amaba a su mamá y apreciaba todo lo que hacía por él. A pesar de su continuo, “haz lo que te digo, Nicky. No te estoy escuchando porque sé lo que es mejor para ti”, que le decía todo el tiempo.
Él no era estúpido y no era un alborotador. Ella no tenía idea de lo que le pasaba en el colegio y cada vez que intentaba explicarlo, se negaba a escucharle. Era tan frustrante…
Argh, ¿No podría pillar la gripe porcina o algo por el estilo? Sólo durante los próximos cuatro años, ¿Hasta que fuera capaz de graduarse y pasar a una vida que no incluyera una humillación constante? Después de todo, la gripe porcina había matado a millones de personas en 1918 y a varios más durante los brotes de los años setenta y ochenta. ¿Era pedir demasiado que otra cepa mutante le incapacitara durante una cuantos años más? Tal vez una buena temporada de parvo[1]
No eres un perro, Nick.
Cierto, ningún perro sería atrapado ni muerto llevando esta camisa.
Mear sobre ella sería otra cosa.
Suspirando, bajó la mirada al trozo de mierda de camisa que quería quemar.
De acuerdo, vale. Haría lo que siempre hacía cuando su madre hacía que se pareciese a un idiota flameante.
Se lo guardaría para sí.
No quiero llevar esto. Me hace parecer estúpido.
Arriba ese ánimo, Nick. Puedes hacerlo. Has llevado cosas mucho peores.
Sí, claro. Bien. Dejemos que se rían. De todas formas no podría detenerlos. Si no era la camisa, le humillarían por alguna otra cosa. Los zapatos. El corte de pelo. Y si todo lo demás fracasaba se burlarían de su nombre. Nick el pito, o sin colita Nicholas. No importaba lo que dijera o hiciera, esos que se mofaban lo harían de cualquier cosa. Algunas personas tenían los cables cruzados y no podían vivir a menos que hicieran sufrir a otros.
Como siempre decía tía Menyara, nadie puede hacerte sentir inferior a menos que se los permitas.
El problema era, que lo permitía mucho más de lo que quería.
Su madre le puso un descarapelado plato azul que había sacado de un lado de la estufa oxidada.
—Siéntate, cariño y come algo. He leído en una revista que dejaron en el club que los niños sacan mejores notas en los exámenes y lo hacen mucho mejor en el colegio cuando han desayunado. —Sonrió y sostuvo el paquete de beicon para que lo viera—. Y mira. Esta vez no ha caducado.
Él se rió ante algo que no era realmente divertido. Uno de los tipos que frecuentaban el club de su madre era un carnicero local que algunas veces les daba carne cuando iba a caducar ya que de todos modos iba a tirarla.
“Si la comemos pronto, no nos hará enfermar”
Otra letanía que odiaba.
Cogiendo el crujiente beicon, echó un vistazo alrededor de la minúscula vivienda a la que llamaban hogar. Ésta era una de las cuatro que habían sido rescatadas de una vieja casa. Compuesta por tres pequeños cuartos, la cocina/sala de estar, el dormitorio de su madre y el baño. No era mucho, pero era suyo y su madre estaba orgullosa de ello, de modo que él intentaba estarlo también.
La mayoría de los días.
Se estremeció mientras miraba la esquina donde su madre había colgado unas sábanas azul oscuro para hacerle una habitación en su último cumpleaños. Sus ropas estaban guardadas en una vieja cesta de lavandería en el suelo colocada cerca de su colchón que estaba cubierto con sábanas de Star Wars que tenía desde los nueve años —otro regalo de su madre que había conseguido en un rastrillo.
—Un día, Mamá. Voy a comprarnos una casa realmente bonita.
Con cosas realmente buenas en su interior.
Ella sonrió, pero sus ojos decían que no creía ni una palabra de lo que le decía.
—Sé que lo harás, cariño. Ahora come y ve al colegio. No quiero que te eches a perder igual que yo. —Se detuvo cuando una mirada de dolor cruzó su rostro—. Puedes ver por ti mismo lo que se consigue.
La culpa le atravesó. Él era la razón de que su madre hubiese abandonado el colegio. Tan pronto como sus padres descubrieron que estaba embarazada, le habían ofrecido una única elección.
Entregar al bebé o abandonar su encantadora casa en Kenner, su educación y su familia.
Por razones que él todavía no entendía, ella le había elegido a él.
Eso era algo que Nick nunca se permitía olvidar. Pero un día él iba a conseguir devolvérselo todo. Ella se lo merecía y por ella, llevaría esa atroz camisa.
Incluso si hacía que lo mataran…
Y sonreiría a través del dolor de ello, hasta que Stone y su pandilla le patearan los dientes.
Intentando no pensar en la zurra que llegaría, Nick se comió el beicon en silencio. Quizás Stone no estaría en el colegio. Podría tener malaria, o la plaga, o rabia, o algo.
Sí, puede que el jodido monstruito consiguiera la sífilis en sus partes privadas.
Ese pensamiento realmente le hizo sonreír mientras se llevaba los granulados huevos revueltos a la boca y los tragaba. Se obligó a no temblar ante el sabor. Pero era todo lo que podían permitirse. Echó un vistazo al reloj de la pared y se levantó de golpe.
—Tengo que irme. Voy a llegar tarde.
Ella le agarró en un abrazo de oso.
Nick hizo una mueca.
—Deja de acosarme sexualmente, Mamá. Me voy antes de que se me haga tarde.
Ella le palmeó en la nalga antes de soltarle.
—Acosarte sexualmente. Chico, no tienes idea. —Le revolvió el pelo cuando él se inclinó para recoger su mochila.
Nick se pasó las correas por ambos brazos y golpeó la puerta al salir corriendo. Se lanzó directamente del ruinoso porche y corrió a toda velocidad calle abajo, pasando coches deshechos y basura, hacia donde estaba la parada del bus.
—Por favor no vayas…
De todos modos él iba a ser aleccionado por otra lectura al estilo “¿Nick? ¿Qué vamos a hacer contigo, pedazo de basura blanca?” del Señor Peters. El viejo odiaba a los de su clase y el hecho de que Nick fuera un mocoso con beca en su privilegiada escuela jodía seriamente a Peters. A él nada le habría gustado más que echarle a patadas de modo que Nick no pudiera “corromper” a los niños de las buenas familias.
Nick encrespó el labio mientras intentaba no pensar en la manera en que esas decentes personas le miraban como si no fuera nada. Más de la mitad de sus padres eran clientes habituales del club donde trabajaba su madre, pero se llamaban decentes mientras que él y su mamá eran considerados basura.
La hipocresía de eso no casaba bien con él. Pero era lo que había. No podía cambiar la forma de pensar de nadie excepto la propia.
Nick agachó la cabeza y corrió a toda velocidad cuando vio el bus escolar parado en su estacionamiento.
Oh tío…
Él aceleró y fue en una carrera a muerte. Golpeó la plataforma y saltó al autobús. Lo había cogido justo a tiempo.
Jadeando y sudando con el húmedo aire otoñal de Nueva Orleáns se sacó la mochila con un encogimiento de hombros mientras saludaba al conductor.
—Buenos días, señor Clemmons.
El viejo hombre afroamericano le sonrió. Él era uno de los conductores favoritos de Nick.
—Buenos días, señor Gautier. —Siempre pronunciaba mal el apellido de Nick. Decía Go-chay, en lugar del correcto Go-shay. La diferencia es que en Go-chay tradicionalmente había una “h” después de la “t”, y como la madre de Nick decía frecuentemente, eran demasiado pobres para más letras. Por no mencionar, que uno de los parientes de su madre, Fernando Upton Gautier, había fundado el pequeño pueblo en Mississippi que compartía su nombre y ambos se pronunciaban Go-shay—. ¿Le hizo llegar nuevamente tarde su madre?
—Ya lo sabe. —Buceó en el bolsillo en busca del dinero y pagó rápidamente antes de ir a sentarse. Jadeando y sudando, se inclinó hacia atrás y respiró profundamente, agradeciendo no haberse retrasado.
Desafortunadamente, todavía sudaba cuando llegó al colegio.
Afróntalo, Nick. Has llegado a tiempo. Eso es bueno.
Si, deja que las burlas comiencen.
Se alisó el pelo, se limpió el sudor de la frente y se colocó la mochila sobre el hombro izquierdo.
Manteniendo la cabeza en alto a pesar de las risitas y los comentarios acerca de su camisa, cruzó el patio y atravesó las puertas como si le pertenecieran. Eso era lo mejor que podía hacer.
—¡Ew! ¡Asqueroso! Está goteando sudor. ¿Es demasiado pobre para tener su propia toalla? ¿La gente pobre no se ducha?
—Mira parece que fue a pescar al Ponychartrain[2] y acabó sacando una apestosa camisa en vez de un verdadero pez.
—Eso es porque no podía distinguirlo. Apuesto a que incluso brilla en la oscuridad.
—Apuesto a que hay un vagabundo desnudo en alguna parte deseando saber quien le ha robado la ropa mientras dormía en un banco. Gah, ¿Cuánto hace que posee esos zapatos de todos modos? Creo que mi padre llevaba unos así en los ochenta.
Nick hizo oídos sordos y se centró en el hecho de que eran realmente estúpidos. Ninguno de ellos estaría allí si sus padres no hubiesen pagado. Él era el chico de la beca. Probablemente ellos ni siquiera habían escrito sus verdaderos nombres en los exámenes de acceso.
Eso era lo que más importaba. Prefería tener cerebro que dinero. Aunque en este momento un lanzacohetes también estaría bien. No podría decir eso en voz alta sin evitar que los polizontes se le lanzaran encima por tener esas ideas “inapropiadas”.
La bravata duró hasta que llegó a la taquilla donde Stone y su pandilla holgazaneaban.
Genial, simplemente genial. ¿No podían elegir a otro a quien acechar?
Stone Blakemoor era el tipo de idiota que daba mala fama a los atletas. No todos eran de esa manera y él lo sabía. Nick tenía varios amigos que jugaban en el equipo de fútbol, titulares nada menos, no calienta banquillos como Stone.
No obstante, cuando pensabas en un arrogante atleta cabeza dura, Stone era apropiadamente electo. Era definitivamente un apodo auto satisfactorio con el que sus padres le habían etiquetado. Supongo que su madre había sabido mientras él estaba en su vientre que iba a dar a luz a un redomado imbécil.
Stone resopló cuando Nick se detuvo al lado de su grupo.
Antes de que pudiera pensárselo mejor, Nick le zurró con la mochila en un lado de la cabeza con tanta fuerza como pudo.
Y entonces se encontró encima a lo Donkey Kong[3].
—¡Pelea! —gritó alguien mientras Nick agarraba del cuello a Stone y le golpeaba.
Una muchedumbre se reunió alrededor, coreando, “pelea, pelea, pelea”.
De alguna manera Stone se escapó del agarre y le golpeó con fuerza en el esternón, dejándole sin respiración. Demonios, él era mucho más fuerte de lo que parecía. Golpeaba como un martillo neumático.
Furioso, Nick empezó a ir por él, sólo para encontrarse de repente a uno de los profesores entre ellos.
La señora Pantall.
La imagen de la pequeña figura le calmó instantáneamente. Él no iba a golpear a una persona inocente, y menos a una mujer. Ella entornó los ojos sobre él y le señaló el final del pasillo.
—Al despacho, Gautier. ¡Ahora!
Maldiciendo en voz baja, Nick recogió su mochila del embaldosado suelo color crema y miró a Stone a quien por lo menos le había reventado el labio.
Esto en cuanto a no meterse en problemas.
¿Pero que se suponía que debía hacer? ¿Dejar que la jodida comadreja insultara a su mamá?
Disgustado, entró en la oficina y se sentó en la silla de la esquina junto a la puerta del Director. ¿Por qué no había un botón para deshacer su vida?
—¿Perdona?
Nick contempló a la más suave, más dulce voz que alguna vez hubiera oído. El estómago se le cayó al suelo. Vestida completamente de rosa, era preciosa, con sedoso cabello marrón y ojos verdes que prácticamente resplandecían.
Oh. Dios. Mío.
Nick quería hablar, pero lo único que podía hacer era tratar de no babearle encima. Ella le tendió la mano.
—Soy Nekoda Kennedy, pero la mayoría me llaman Kody. Soy nueva en la escuela y estoy un poco nerviosa. Me dijeron que esperara aquí, pero entonces hubo una pelea y nadie ha vuelto y… Lo siento, cuando me pongo nerviosa balbuceo.
—Nick. Nick Gautier.
Él se sobresaltó al darse cuenta lo estúpido que sonaba y cómo se había retrasado en la conversación.
Ella se echó a reír como un ángel. Una belleza perfecta…
Estoy loco por ti…
Dale un apretón, Nick. Dale un apretón…
—Entonces, ¿cuánto llevas aquí? —preguntó Kody.
Usa la lengua. Úsala. Al final, consiguió una respuesta.
—Tres años.
—¿Te gusta?
La mirada de Nick se dirigió a Stone y a los otros que entraban en la oficina.
—Hoy no.
Ella abrió la boca para contestar pero Stone y su panda la rodearon.
—Oye, nena. —Stone mostró una sonrisa de queso—. ¿Carne nueva?
Kody hizo una mueca y les eludió.
—Alejaos de mí, animales. Apestáis. —Pasó una mirada de repugnancia por el cuerpo de Stone y frunció los labios—. ¿No eres un poco mayor para que tu mamá te elija la ropa? ¿De compras por el Children’s Place? Estoy segura que algunos de los de tercer grado se morirán por saber quién te compró esa fea camisa marinera.
A Nick se le escapó la risa. Sí, realmente, realmente le gustaba.
Ella fue a detenerse junto a Nick, de espaldas contra la pared para poder mantener un ojo sobre Stone.
—Siento que nos interrumpieran.
Stone hizo un sonido como si estuviera a punto de vomitar.
—¿Por qué estás hablando con el Rey Estúpido Fracasado? ¿Quieres hablar de camisas feas? Mira la que lleva puesta.
Nick se sobresaltó cuando Kody examinó la manga de su camisa.
—Me gusta un hombre que corre riesgos con la moda. Es la marca de alguien que vive con su propio código. Un rebelde —echó una mirada mordaz sobre Stone—. Un lobo solitario es mucho más sexy que un animal de carga que sigue las órdenes y no puede tener una opinión a menos que alguien se la dé.
—Ooooooh —dijeron al unísono los amigos de Stone cuando ella le venció.
—¡Callaos! —Stone se metió con ellos—, nadie os pidió vuestra opinión.
—¿Nekoda? —Llamó la secretaria—. Tenemos que terminar con tu horario.
Kody le dedicó a Nick una última sonrisa.
—Estoy en noveno grado.
—Yo también.
Su sonrisa se ensanchó.
—Espero que tengamos alguna clase en común. Encantada de conocerte, Nick.
Ella se aseguró de pisarle el pie a Stone cuando pasó a su lado. Stone aulló y masculló un insulto en voz baja. Entonces él y sus tres amigos se sentaron en las sillas que estaban enfrente de Nick.
Van a vapulearme por esto.
La señora Pantall les dejó para ir a hablar con el señor Peters.
Tan pronto como se marchó, Stone le lanzó un pedazo de papel.
—¿De dónde sacaste esa camisa, Gautier? ¿De la caridad o la encontraste en un contenedor? Nah, apuesto a que vapuleaste a un vagabundo por ella.
Nick se negó a morder el anzuelo esta vez. Además él podía afrontar los insultos si iban dirigidos directamente a él. Eran los que se lanzaban contra su mamá los que lo llevaban a pelear con fuerza.
Y esto era la razón de que la mayoría de las escuelas privadas tuvieran uniforme, pero Stone se negaba a llevar uno y desde que su padre era totalmente el propietario del colegio…
Se tenían que burlar de Nick por las ropas que su madre pensaba que eran respetables. ¿Por qué nunca me escuchas, Mamá? Solo por una vez…
—¿Qué? ¿No había ninguna más elegante?
Nick se echó hacia delante…
En el momento exacto en que Peters salía y le vio.
Definitivamente la Dama Fortuna estaba hoy de vacaciones…
—Gautier —gruñó él—. Entra aquí. ¡Ahora!
Con un profundo suspiro, Nick se levantó y entró en la oficina que conocía tan bien como su propia casa.
Peters permaneció fuera, no dudaba que hablando con Stone mientras él se veía obligado a esperar. Tomó la silla de la derecha y se sentó allí, contemplando las fotos de la mujer de Peters y los niños. Tenían una encantadora casa con patio y en una foto, sus hijas jugaban con un perrito blanco.
Nick se los quedó mirando. ¿Cómo sería vivir de esa manera? Él siempre había querido un perro, pero como apenas podían afrontar alimentarse a sí mismos, un cachorro estaba fuera de discusión. Por no mencionar que su casero moriría si tenían uno en uno de sus pisos de alquiler, aunque un perro no podría hacer mucho daño en la ruinosa vivienda.
Después de algunos minutos, Peters entró y fue a su escritorio. Sin una palabra, levantó el teléfono.
Nick entró en pánico.
—¿Qué está haciendo?
—Voy a llamar a su madre.
El terror le desgarró.
—Por favor, señor Peters, no haga eso. Ella ha tenido turno doble en el trabajo ayer noche y esta noche también. Solo ha dormido unas cuatro horas hoy y no quiero que se preocupe por nada —por no mencionar, que haría papilla su real culo por esto.
Él marcó el número de todos modos.
Nick apretó los dientes cuando la rabia y el temor atravesaron todo su ser.
—¿Señorita Gautier? —¿Podía alguien utilizar un tono más detestable? ¿Y siempre tenía que subrayar el hecho que su madre nunca se había casado? Eso siempre la avergonzaba hasta la muerte—. Quiero hacerle saber que Nick será expulsado del colegio durante el resto de la semana.
El estómago impactó contra el suelo. Su madre iba a matarle cuando llegara a casa. ¿Por qué no podía Peters simplemente dispararle y sacarle de su miseria?
Peters le miró sin misericordia.
—No, él se peleó otra vez, y me enferma pensar que él puede venir aquí y atacar a gente decente cada vez que así lo quiera sin razón aparente. Tiene que aprender a controlar su temperamento. Honestamente, estoy tentado de llamar a la policía. En mi opinión, debería enviársele a la escuela pública donde pueden manejar a chicos problemáticos iguales a él. Se lo he dicho antes y se lo digo de nuevo. Él no pertenece a este lugar.
Nick se moría un poco con cada palabra. Chicos como él…
Él se aisló de modo que no tuviera que oír el resto de la diatriba de Peters de cómo carecía de valor. En el corazón conocía la verdad. Lo último que necesitaba era alguien voceándoselo.
Después de unos minutos, Peters colgó el teléfono.
Nick le dedicó una hosca mirada.
—Yo no lo empecé.
Peters frunció los labios.
—Eso no es lo que dicen los otros. ¿A quién se supone que tengo que creer, Gautier? ¿A un matón como tú o a cuatro honorables estudiantes?
Se suponía que él debería creer al único que dijera la verdad el cual resultaba ser el matón.
—Insultó a mi madre.
—Esa no es excusa para la violencia.
Eso le bajó por la columna igual que una trituradora de papel. El cerdo santurrón. Nick no podía permitir que quedara sin respuesta.
—¿De veras? Bueno usted sabe, señor Peters, ayer por la noche vi desnuda a su madre y para ser una anciana, tiene realmente encantadoras…
—¡Cómo te atreves! —Gritó, poniéndose en pie para agarrar a Nick por la camisa—. Tú pequeño estúpido bocazas…
—Pensaba que había dicho que insultar a su madre no era excusa para la violencia.
Peters tembló mientras la rabia le moteaba la piel. Su apretón se hizo más intenso y una vena le palpitó en la sien.
—Mi madre no es una stripper de la Calle Bourbon. Es una buena mujer temerosa de dios. —Apartó a Nick de él—. Recoja sus cosas y márchese.
¿Temerosa de dios, ja? Qué extraño que Nick y su madre fueran a misa cada domingo y al menos dos veces por semana y la única vez que había visto a Peters o a su madre fuera en navidades.
Claro…
Hipócrita hasta la médula. Despreciaba a la gente como Peters.
Nick cogió la mochila del suelo y se marchó. Había un guarda de seguridad esperándole fuera de la oficina para escoltarle a su taquilla.
Como a un criminal.
Quizás debiera acostumbrarse. Algunas cosas se llevan en la sangre. Al menos no me ha esposado.
Todavía.
Manteniendo la cabeza baja, intentó no mirar a nadie cuando los otros estudiantes se rieron de manera contenida y susurraron sobre él.
—Eso es lo que sucede cuando provienes de la basura.
—Espero que no le dejen regresar.
—Se lo tiene merecido.
Nick apretó los dientes con rabia mientras se acercaba a su taquilla y alcanzaba la cerradura de combinación.
Brynna Addams estaba sacando sus libros, dos puertas más abajo. Alta con el pelo castaño oscuro, era muy bonita y una de las pocas personas que estaban con Stone y su gente que Nick podía soportar.
Ella se detuvo a mirarles con el ceño fruncido que sólo se profundizó cuando vio al guardia con él.
—¿Qué ocurre, Nick?
—Me expulsaron. —Hizo una pausa antes de tragarse su orgullo. Otra vez—. ¿Puedo pedirte un favor?
Ella no vaciló.
—Claro.
—¿Podrías conseguirme los apuntes para no retrasarme?
—Por supuesto. ¿Quieres que te los envíe por email?
Y estúpidamente pensaba que no podía sentirme peor.
—No tengo ordenador en casa.
Sus mejillas se oscurecieron.
—Lo siento. Um. ¿Donde quieres que te los lleve?
Nick agradeció que ella fuera decente, al contrario que el resto de los tíos con los que andaba.
—Me pasaré por tu casa después del colegio y los recogeré.
Ella escribió su dirección mientras él recogía todos sus libros.
—Estaré en casa sobre las cuatro.
—Gracias, Brynna. Realmente lo aprecio. —Hundió el papel en el bolsillo, entonces permitió que el guardia de seguridad le escoltara fuera del campus.
Se enfermaba con sólo pensar en tener que enfrentarse con su mamá, él volvió a casa a su lado del gueto y temía cada paso que daba y que le acercaba más a la puerta.
En el interior de su destartalada casa, su madre le estaba esperando con un cansado ceño en la cara. Vestida con una raída bata rosa, le miraba tan cansada y afectada como no la había visto nunca. Él dejó caer la mochila al suelo.
—Deberías estar durmiendo, mamá.
Sus ojos le atravesaron con rapidez e hizo que se sintiera incluso más bajo de lo que lo había hecho sentir Peters.
—¿Cómo puedo dormir cuando mi hijo ha sido expulsado del colegio por pelearse? Tú de todas las personas sabe cuán duro es para mí mantenerte allí. Lo que tengo que hacer para pagarte los libros y la comida. ¿Por qué eres tan estúpido como para echarlo por la borda a la primera oportunidad? ¿En qué estabas pensando?
Nick no dijo nada porque la verdad la mataría y no quería hacerla sentir tan mal como él cuando no había nada que ella pudiera hacer al respecto.
Yo soy el hombre de la familia. Era el encargado de cuidarla. Eso era todo lo que sabía.
Cuida de tu madre, chico, o responderás ante mí. Haz que haga un sólo puchero y te cortaré la lengua. Hazla llorar y te mataré yo mismo”. Su padre no era bueno para nada, excepto que cumplía con las amenazas. Todas ellas. Y como ya había asesinado a doce personas, Nick suponía que no se lo pensaría dos veces en matarle ya que el hombre no le tenía ningún afecto.
Así que mantuvo su rabia encerrada y se negó a decir nada.
—No me pongas esa cara. Estoy harta de esa mirada en tu cara. Dime por qué atacaste a ese chico. Ahora.
Nick apretó los dientes con fuerza.
—Respóndeme, Nick, o entonces te juro que te azotaré incluso a tu edad.
El tuvo que detenerse a sí mismo de poner los ojos en blanco ante su absurda amenaza. Incluso a sus catorce años, él era una cabeza más alta que su menuda madre y pesaba más de dieciocho kilos que ella.
—Se burló de mí.
—¿Y por eso has comprometido todo tu futuro? ¿En que estabas pensando? Se rió de ti. ¿Y qué? Créeme, esa no es la peor cosa que pude sucederte. Tienes que crecer, Nicky y dejar de actuar igual que un bebé. Sólo porque alguien se ría de ti no es razón para pelear. ¿Acaso lo es?
No. Se tragaba los ataques contra él todo el tiempo. Lo que no sufriría eran los ataques contra su mamá. Y no lo haría.
—Lo siento.
Ella alzó la mano.
—Ni siquiera vayas por ahí. No lo sientes. Puedo verlo en tus ojos. Estoy tan decepcionada contigo. Pensé que te había enseñado mejor, pero aparentemente estás decidido a convertirte en un criminal al igual que tu padre, a pesar de todo lo que he hecho para mantenerte recto. Ahora vete a tu habitación hasta que me calme. Puedes quedarte allí durante el resto del día.
—Tengo que trabajar esta tarde. La señora Liza necesita que la ayude a mover su mercancía en el almacén.
Ella gruñó.
—Bien. Puedes ir, pero después vienes directo a casa. ¿Me has oído? No te quiero perdiendo el tiempo con algunos de esos haraganes a los que llamas amigos.
—Sí, madre. —Nick se dirigió a su “habitación” y cerró las sábanas. Enfermo y cansado de todo, se sentó sobre el colchón e inclinó la cabeza contra la pared donde vio los fragmentos del techo que se habían decolorado y desconchado.
Y entonces lo oyó…
El sonido de las lágrimas de su madre llegando a través de la pared de su dormitorio. Dios, como odiaba ese sonido.
—Lo siento, mamá —susurró, deseando haber matado a Stone cuando pudo.
Un día… un día iba a salir de ese agujero. Incluso si tenía que matar a alguien para hacerlo.

Eran las nueve cuando Nick dejó el almacén de Liza. Él había recogido ya los apuntes de Brynna en la enorme mansión que era su casa de camino al trabajo. Luego había trabajado cinco horas para poder ahorrar dinero para el fondo de la universidad. Claro, que al ritmo que iba tendría cincuenta años antes de que pudiera ir. Pero algo era mejor que nada.
Liza cerró con llave la puerta de su tienda mientras él se mantenía detrás para protegerla de cualquiera que pudiera estar mirando.
—Buenas noches, Nicky. Gracias por toda tu ayuda.
—Buenas noches, Liza.
Esperó hasta que ella estuvo a salvo en el coche y de camino a su casa antes de que él se dirigiera por la calle Royal hacia la plaza. La parada más cercana del tranvía pasaba detrás de Jackson Brewery. Pero a medida que se acercaba a la plaza, quiso ver a su mamá y pedirle disculpas por conseguir que le expulsaran.
Ella te dijo que fueras directamente a casa…
Sí, pero él la había hecho llorar y odiaba cada vez que lo hacía. Además, en el piso él estaría realmente solo por la noche. No tenían televisión ni ninguna otra cosa que hacer.
Y él ya se había leído Hammer’s Slammers, incluso lo podría recitar.
Tal vez si se disculpaba, ella le dejaría pasar el tiempo en el club por la noche.
Así que en lugar de girar a la derecha, lo hizo a la izquierda y se dirigió a su club en la calle Bourbon. Los débiles sonidos de música jazz y zydeco saliendo de tiendas y restaurantes le tranquilizó. Cerrando los ojos mientras caminaba, inhaló el dulce aroma de la canela y el gumbo[4], mientras pasaba por el Café Pontalba. El estómago le gruñó. Como no había estado en la escuela, el almuerzo consistió en más huevos en polvo y tocino, y todavía tenía que cenar… que serían esos asquerosos huevos otra vez.
No queriendo pensar en eso, caminó por el estrecho callejón hasta la puerta trasera del club y llamó.
John Chartier, uno de los fornidos gorilas que cuidaban de las bailarinas le abrió con un feroz ceño fruncido, hasta que vio a Nick. Una amplia sonrisa se extendió por su rostro.
—Oye, amigo. ¿Has venido a ver a tu mamá?
—Sí. ¿Está todavía en el escenario?
—No, ella todavía tiene unos cuantos minutos. —Se echó hacia atrás, para dejar pasar a Nick por el pasillo oscuro hacia el camerino.
Se detuvo en la puerta de la sala donde las bailarinas se vestían y descansaban entre las actuaciones y llamó.
Tiffany abrió. Absolutamente impresionante, era alta y rubia… y apenas vestida con un tanga y top de encaje.
A pesar de que se había criado alrededor de mujeres vestidas de esa manera y estaba acostumbrado a ello, el rostro le ardió con un color rojo brillante y mantuvo la mirada en el suelo. Era como ver a su hermana desnuda.
Tiffany se echó a reír, ahuecándole la barbilla con la mano.
—¿Cherise? Es tu Nicky. —Le apretó la barbilla con cariño—. Es tan dulce la manera en que evitas mirarnos. Sabía que eras tú cuando llamaste. Nadie es tan agradable. Todo lo que puedo decir es que tu mamá te está educando correctamente.
Nick murmuró un agradecimiento al pasar junto a ella y dirigirse al puesto de su madre. Mantuvo la mirada hacia abajo hasta que estuvo seguro de que su mamá estaba cubierta por su albornoz rosa.
Pero cuando él vio la furiosa mirada reflejada en el espejo astillado donde ella se estaba poniendo el maquillaje, el estómago se le cayó al suelo. No había perdón en su cara esta noche.
—Creí haberte dicho que te fueras directo a casa.
—Quería decirte otra vez que lo siento.
Ella dejó el aplicador del rímel.
—No, no lo haces. Estás tratando que te diga que ya no tienes que cumplir con el castigo. No voy a hacerlo, Nicholas Ambrosius Gautier. Y tu insignificante disculpa no cambia el hecho de que deberías tener mejor criterio. Tienes que aprender a pensar antes de actuar. Ese genio tuyo te va a meter en problemas graves algún día. Al igual que le pasó a tu padre. Ahora te vas a casa, piensas en lo que hiciste y lo equivocado que estabas.
—Pero mamá…
—Nada de pero mamá. ¡Vete!
—¡Cherise! —Gritó el controlador, haciéndole saber que era hora de salir a escena.
Ella se puso de pie.
—Lo digo en serio, Nick. Vete a casa.
Nick se dio la vuelta y dejó el club, sintiéndose peor de lo que había estado cuando había dejado a Liza. ¿Por qué no creía su mamá en él?
¿Por qué no podía ver que no estaba tratando de jugar con ella?
Daba igual… estaba cansado de tratar de convencer al mundo, y especialmente a su mamá, que no carecía de valor.
En la calle, bajó por Bourbon hacia el Canal, donde podría tomar el tranvía más cercano. Odiaba cuando su madre le trataba como a un criminal. Él no era su padre. Nunca sería como ese hombre.
Bien, nunca voy a proteger su honor otra vez. Dejaré que te insulten y se burlen de ti. ¿Por qué debería molestarme cuando haciendo lo correcto se enfada tanto conmigo?
Enojado, dolido y disgustado, oyó que alguien le llamaba por su nombre.
Deteniéndose, vio a Tyree, Alan y Mike al otro lado de la calle, apoyados contra una tienda de turistas. Le hicieron una señal.
Nick cruzó la calle para golpear ligeramente el puño contra el de ellos.
—¿Qué pasa?
Tyree ladeó la cabeza en señal de saludo silencioso.
—Colgado. ¿Qué haces?
—Me voy a casa.
Tyree dio una palmada en el cuello de la camisa naranja de Nick.
—Chico, ¿qué es esto? Es una mierda horrible.
Nick le apartó la mano de una palmada.
—Ropa. ¿Qué es esa mierda que llevas puesta y que parece tan anticuada?
Tyree resopló y se pavoneó.
—Esta es mi ropa de Romeo. Hace que todas las mujeres me vean delicioso.
Nick se burló.
—Delicioso loco. Ellas no quieren una birria de Romeo.
Todos se rieron.
Mike se puso serio.
—Mira, tenemos un trabajito esta noche y podríamos necesitar un cuarto. ¿Quieres entrar? Podrías tener un par de cientos para ti.
Nick abrió los ojos ante la cantidad. Eso era mucho dinero. Tyree, Mike y Alan eran estafadores. Aunque su madre tendría un ataque si alguna vez lo sabía, él les había ayudado una o dos veces cuando habían estafado a los turistas.
—¿Billar, póker o dados?
Alan y Tyree intercambiaron una mirada divertida.
—Esto no es más que un trabajo de vigilancia. Por lo menos para ti. Tenemos al gran jefe de Storyville quién nos paga por sacudir a algunos morosos. Sólo llevará un par de minutos.
Nick frunció el ceño.
—Yo no sé nada de eso.
Tyree chasqueó la lengua.
—Vamos, Nick. No tenemos mucho tiempo antes de tener que estar allí y realmente necesitamos a alguien que vigile la calle. Cinco minutos y harás más dinero que trabajando un mes para la vieja.
Nick miró hacia el club de su madre. Normalmente, él les habría dicho que le olvidaran, pero ahora mismo…
Si todo el mundo va a llamarme delincuente sin valor, bien podría serlo.
Porque el vivir correctamente seguro que no estaba dándole sus frutos.
—¿Seguro que se hará en cinco minutos?
Tyree asintió con la cabeza.
—Por supuesto. Dentro y fuera y terminamos.
Entonces podría estar en casa y su mamá no sería la más sabia. Por una vez, le gustaba la idea de pegársela, aunque ella nunca lo sabría.
—Bien. Estoy dentro.
—Bien.
Nick miró a Alan, que tenía diecinueve años.
—¿Chicos, podéis llevarme después a casa?
—¿Para ti, chico? Lo que sea.
Asintiendo con la cabeza, Nick les siguió a la parte más sórdida de North Rampart. Tyree se detuvo en la calle, bloqueando un callejón.
—Tú te quedas aquí y vigilas. Avísanos si ves a alguien.
Nick asintió con la cabeza.
Ellos se desvanecieron en las sombras mientras él se quedó allí, esperando. Después de unos minutos, una pareja de ancianos le pasó de largo en la acera. Por su vestimenta y conducta, podría decir que eran simples turistas dando un paseo tardío por el desgastado camino.
—Hola —le dijo la mujer, sonriendo.
—Hola —le contestó Nick devolviendo la sonrisa. Pero su sonrisa murió un instante después, cuando Alan saltó de las sombras para agarrar a la mujer mientras Tyree sujetaba al hombre contra una pared.
Nick se quedó atónito.
—¿Qué estás haciendo?
—¡Cállate! —Gruñó Alan, sacando una pistola—. Está bien, abuelo. Danos tu dinero o te disparo justo entre los ojos.
Nick sintió que el color le desaparecía del rostro. Esto no podía estar ocurriendo. ¿Estaban atracando a dos turistas?
Y yo estoy ayudando…
Durante un minuto no pudo respirar mientras veía llorar a la mujer y el hombre les rogaba que no le hicieran daño a ella.
Antes de darse cuenta de lo que estaba haciendo, agarró la mano de Alan que empuñaba el arma y la apartó de un golpe.
—¡Corran! —Les gritó a la pareja.
Ellos lo hicieron.
Tyree partió tras ellos, pero Nick le derribó al suelo.
Alan le cogió por el cuello de la camisa y tiró de él hacia atrás.
—Tío, ¿qué estás haciendo?
Nick le empujó.
—No te puedo dejar que asaltes a la gente. Ese no fue el trato.
—Estúpido… —Alan le golpeó en la cara con la pistola.
El dolor estalló en el cráneo de Nick mientras saboreaba la sangre.
—Vas a pagar por esto, Gautier.
Los tres cayeron sobre él tan rápido y furiosos que ni siquiera pudo huir de la pelea. Un minuto estaba de pie y al siguiente, estaba en el suelo con los brazos alrededor de la cabeza para protegerla de la pistola con la que Alan le estaba golpeando. Ellos le pisotearon y golpearon hasta que perdió toda la sensibilidad en las piernas y en un brazo.
Alan dio un paso atrás y le apuntó con el arma.
—Di tus oraciones, Gautier. Estás a punto de convertirte en una estadística.


[1] Parvo: fiebre altamente contagiosa en los perros.
[2] El Pontchartrain es un lago de agua salobre localizado al sudeste de Luisiana.
[3] Donkey Kong es un personaje ficticio en varios videojuegos, considerado uno de los más famosos de la empresa Nintendo. Donkey Kong es un gorila de 1,95 m. y 225 kg. Se caracteriza por usar una corbata roja con sus siglas DK.
[4] Gumbo es una sopa que se puede encontrar en algunos restaurantes del Golfo de México en los Estados Unidos, es muy popular en Luisiana entre los criollos, en el Sudeste de Texas, el sur de Misisipi y el Lowcountry de Charleston, Carolina del Sur y Brunswick, Georgia. Aunque se sirve este plato en todas las épocas del año se puede encontrar por regla general en los meses fríos. Se elabora en ollas en grandes cantidades y lentamente durante algunas horas.

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