viernes, 23 de marzo de 2012

DA cap 15

Las semanas pesaban como si cada día se aposentara sobre los hombros de un hombre viejo. Arina recibía cada amanecer con miedo y ansiedad. ¿Sería este el día de la muerte de Daemon? Y cada día, intentaba un nuevo método de romper la maldición, pero nada parecía funcionar.
Para colmo, cayó más nieve, cubriendo la tierra con una capa de blanco puro, que la hacía preguntarse cómo el mal podía agazaparse tan cómodamente alrededor de ellos y no ser al menos tocado por la inocencia de este mundo.
Sentada miraba al exterior a los niños que hacían ángeles de nieve mientras bebía a sorbos una taza de sidra caliente. Escuchó el sonido de sus risas y la hicieron sonreír.
Había disfrutado de las últimas tres quincenas. Daemon siempre se encontraba cerca, listo para atenderla. Le había enseñado a jugar al ajedrez, y él la había enseñado mucho sobre los sentimientos humanos y el deseo. Pero su tiempo juntos sólo la hacía ansiar su presencia, anhelar el pasar una vida a su lado. ¿Independientemente de lo que ella tuviera que hacer?
—¿Mi ama?
Se dio la vuelta hacia la voz áspera por la edad y afrontó a la bruja.
—Pido perdón por molestaros —dijo la anciana, acercándose.
Arina la miró fijamente. Aunque debería odiar a la anciana, sólo la compadecía.
—¿Qué necesitais?
—Yo… —La bruja desvió la mirada—. Sé que no tengo ningún derecho a pedirlo, pero busco su compasión.
Arina la miró con el ceño fruncido ante sus palabras, preguntándose que tipo de compasión buscaba la bruja.
—¿Mi compasión?
—Sí, mi ama. Necesito que me perdoneis por lo que he hecho.
La petición de la arpía la impresionó. ¿Cómo podía solicitar tal cosa?
—Por favor —requirió la bruja—. Estos últimos días, la he visto y he lamentado todo lo que he hecho. Fue mi pena y mi dolor lo que me llevó a buscar venganza. Y yo… yo vi a mi muchacho anoche —miró a la distancia, con preocupación en sus viejos ojos.
—¿Vuestro hijo? —preguntó Arina, un temblor de miedo la cubrió el corazón. ¿Belial había estado jugando con los sueños de la anciana?
—Sí —dijo, su vieja voz temblorosa—. Vino a verme y me dijo lo glorioso que es su nuevo hogar, tal como usted dijo. Mi muchacho me mandó buscar el perdón para que yo pudiera unirme algún día allí con él. Me quiere a su lado para toda la eternidad.
El pecho de Arina se contrajo. El dolor y el pesar se mezclaban en los ancianos ojos, ojos que hablaban de demasiada dureza y pena.
¿Cómo podía negar a esta mujer lo que solicitaba? En verdad, su perdón parecía una pequeña petición.
—¿Cómo se llama?
—Raida, mi ama.
Arina sonrió
—Raida, os perdono.
E incluso cuando dijo las palabras, supo que era verdad. Entendía muy bien las emociones humanas y el porqué la pérdida del hijo de Raida provocaría la ira de la mujer y el que tomara tales acciones.
El temor brilló en los ojos de la mujer y se abrazó a sí misma.
—¿Es demasiado tarde para salvar mi alma?
Arina echó un vistazo al patio, buscando a Belial. Si él se enteraba de esto, no podría decir que mal podría infringirlas a ambas. Podía protegerse a sí misma, pero la fragilidad de la anciana la hacía una víctima fácil.
Inclinándose, susurró:
—Sí, pero es un asunto peligroso si os atrapara Belial.
Raida tragó, los ojos muy abiertos y temerosos.
—¿Qué debo hacer?
Arina meditó sobre el asunto. Había varios modos de reclamar el alma de un trueque, siempre que el pacto no se hubiera rubricado.
Ningún poder podría romper un acuerdo firmado.
—¿Cómo se realizó el pacto?
—Renuncié al Señor y me comprometí a servir a Belial y al diablo.
—¿Has realizado el pacto por escrito?
—No, mi ama. No sé escribir, así que hice un juramento verbal de que Lucifer podría reclamar mi alma a mi muerte.
Arina asintió con alivio. Sería un poco difícil, pero no imposible. Si sólo la maldición fuera tan fácil de deshacer.
—¿Especificó Lucifer cuando se produciría tu muerte?
—Cuando se cumpliera la maldición.
Arina exhaló entre los dientes. Parecía como si todo dependiera de la muerte de Daemon. Pero si ella pudiera convertir a Raida, tal vez, podría evitar la maldición, o al menos sería más fácil de romper.
—Debes hacer penitencia por tus pecados y rezar al Señor por su perdón.
—¿Me perdonará Él? —preguntó, la voz frágil.
Arina la sonrió. Siempre hay esperanza. Las palabras de Kaziel la resonaron en la cabeza y optó por creer en ellas.
—Si imploras al Señor con honestidad y te arrepientes verdaderamente, sí, te perdonará.
Los ojos de Raida brillaron con alivio y comenzó a alejarse.
Arina la agarró del brazo y tiró.
—Una cosa más, Raida, tu penitencia debe ser pública. Debes mostrar al Señor tu sacrificio.
—¡Gracias, mi ama! —exclamó Raida, cayendo sobre de rodillas y besando el ruedo de la saya de Arina. Amarrándolo firmemente, Raida la sacudía toda.
—Pero —dijo Arina, haciendo una pausa hasta que Raida la miró—, hay que tener cuidado. Lucifer y Belial no serán benevolentes ante tu pérdida. A tu muerte, tratarán de reclamar tu alma. Cuando aparezcan, debes invocar el nombre de Azriel. Él vendrá en vuestra ayuda y desterrará a los demonios de vuelta al infierno.
—Azriel, no lo olvidaré.
Arina sonrió, deseando que Azriel y su ejército pudieran ayudarla.
Tocó la mano de Raida y los ojos de la anciana se endulzaron.
—Yo nunca debería haberos culpado, mi ama. Sois realmente amable.
Una brisa hizo llegar un aroma hasta Arina y se puso rígida, reconociendo el hedor del infierno. Obligó a Raida a incorporarse sobre los pies.
—Ahora id y rezad.
Nada más dejarla Raida, Belial apareció, caminando por el lateral del señorío como si estuviera dando un paseo por la muralla. Una sonrisa curvaba sus labios mientras acortaba la distancia entre ellos.
Una vez más, un escalofrío la subió por la espalda, y levantó la barbilla para enfrentarle.
No le muestres ningún miedo, se repetía silenciosamente. Pero cuanto más tiempo permanecía humana, más difícil se le hacía combatir sus emociones. Belial se detuvo a su lado, mirando hacia abajo con una chispa de reprimenda.
—¿Crees que es así de fácil?
—Nada es fácil —dijo Arina con una pequeña sonrisa, sabiendo que Raida tendría momentos duros para salvarse—. Harías bien en recordártelo a ti mismo.
El rió, el desagradable sonido la chirrió en los oídos.
—Así que intentas recuperar su espíritu.
Ella entrecerró los ojos ante la ambigüedad, pero se mordió la lengua. Apartando la mirada de él, observó las travesuras de los niños. Esperaba que cogiera la indirecta y se fuera.
—¿Crees que podrás romper la maldición?
Sus palabras la hicieron volver a prestarle atención.
—¿Puedo? —preguntó, tratando de parecer despreocupada, pero por dentro el corazón se paró, con los sentidos a la expectativa de sus siguientes palabras.
La sonrisa de Belial se ensanchó. Cruzó los brazos sobre el pecho, y la evaluó con una mirada calculadora.
—Si buscas que te dé información, tendrás que ofrecerme una golosina.
Esta vez, Arina sonrió, su corazón de pronto se iluminó. Quería reír, pero aplastó el deseo. No había necesidad de aumentar su ira y forzarle a una confrontación directa.
—Gracias, demonio. Ya has contestado a mi pregunta. Si eres capaz de negociar, entonces hay un modo de romperla.
Su penetrante mirada se volvió fría. Belial descruzó los brazos y la agarró, arrancándola del asiento.
El miedo la recorrió la espalda, e hizo todo lo que pudo para no encogerse de miedo.
—No juegues a este juego, ángel —gruñó, su tono la atravesó. Sus ojos brillaban en rojo y sus dientes se alargaron hasta formar colmillos—. No conoces las reglas.
Una sombra grande se cernió sobre ellos. Arina miró casi esperando que fuera Kaziel, sin embargo se encontró con el ceño disgustado de Daemon.
Él barrió a Belial con una mirada mordaz. —Te advertí antes sobre que la tocaras con ira.
Belial cerró los ojos y se puso tenso. Ella sabía que estaba luchando por recuperar el control de su aspecto. Levantando la barbilla, él abrió los ojos y la liberó. Una vez más sus ojos eran azules, sus dientes normales.
Con una sonrisa satisfecha sobre los labios, se dio la vuelta para enfrentar a Daemon.
—Lo hiciste Daemon FierceBlood —dijo pausadamente con la voz cansina, dándole con la mano en la espalda. Levantó las cejas—. Lo hiciste.
Los dos hombres se miraban fijamente. Arina retuvo el aliento ante la tensión que se generó entre ellos, tensión que afloró ardiente y la quemó con intensidad.
—Adelante —dijo Belial indicándola con la mirada—. Cógela. Te has ganado el derecho.
Y no había manera de confundir el matiz malicioso en su voz.
Belial los echó a cada uno una última mirada divertida antes de regresar hacia el pasillo.
—¿Estás bien? —preguntó Daemon.
A pesar del miedo, Arina le ofreció una sonrisa. La esperanza floreció dentro de ella. Había una manera de romper la maldición y debía encontrarla.
—¡Nunca me sentí mejor!

Arina estaba arrodillada en la pequeña capilla que había justo fuera de la sala. Durante horas había rezado, esperando recibir alguna pista de cómo frustrar a Belial y la maldición de Raida. Pero todo lo que había ganado hasta ahora eran unas hinchadas y palpitantes rodillas.
El arrastre sigiloso de unos pies llegó hasta ella, echó un vistazo sobre el hombro para ver cómo el hermano Edred se acercaba. Él cruzó por delante del altar y luego se arrodilló a su lado.
—¿Busca milady el perdón de algún pecado? —preguntó, su voz escasamente un susurró.
Arina le echó un vistazo.
—No, Hermano. No tengo ninguna confesión pública que necesite hacer.
Él frunció el ceño, y la recorrió el cuerpo con la mirada como si buscara algo.
—¿Entonces, qué ha mantenido a milady aquí durante todas estas horas?
Levantó una ceja, asombrada por la revelación de que la había estado observando. En principio iba a reprenderle, pero de repente una idea la vino a la mente. Sí, incluso con sus pecados, el hermano Edred podría ser un buen aliado.
—Hay un demonio en nuestro entorno.
—Ah, el muchacho —dijo acariciándola las manos apretadas—. Por fin os habéis dado cuenta de la verdadera naturaleza de vuestro esposo.
Arina quitó las manos de su agarre y negó con la cabeza.
—No es mi esposo, Hermano, pero si otro hombre.
Un ceño arrugó su frente mientras la incredulidad llenaba sus ojos.
—¿Y que os hace pensar que es alguien más?
—Hubo señales —dijo, inclinándose más cerca como si le susurrase un secreto horrible.
Arina siempre había despreciado las supersticiones de la humanidad, pero por una vez decidió que servirían para su objetivo.
—De noche oigo llantos y cuando sopla la brisa, huelo el azufre del diablo.
Sus ojos se ensancharon.
—¿Y estáis segura que no es el acercamiento de vuestro esposo?
—Sí —dijo seriamente—. Estoy convencida. Lo oigo sólo cuando él esta lejos.
El hermano Edred extrajo un pequeño vial de sus vestiduras.
—Cojed esto milady —la dijo, presionándoselo en las manos—. Esta agua es del Señor. Si el mal se acerca a usted, esto lo alejará.
—Gracias, amable hermano.
La bendijo antes de alejarse. Arina le vio marcharse, esperando que él iniciara la búsqueda del demonio en otra parte.
Con un poco de suerte, descubriría a Belial por su propia cuenta. Pero si ella acusaba a Belial y alguien descubría lo que era, podían juzgarla por herejía y de estar en trato con los demonios.
Pero una vez que descubrieran a Belial y comprendieran que Daemon no tenía ninguna asociación con él, tal vez entonces algunos de los temores que albergaban hacia Daemon se reducirían.

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