Nick se despertó con la sensación de su madre estrangulándolo. Vestida con la camiseta negra con la que había dormido y vaquero, estaba de rodillas junto a él, retorciéndole el cuello.
—¡Mamá! ¿Qué haces?
Ella apretó.
—Te mato. ¿Entiendes? Muerto. Muerto. Muerto.
Él tosió, tratando de alejarse de ella.
—¿Qué he hecho?
Gruñendo, ella le soltó y retrocedió, entonces le golpeó en el trasero.
—Debido a tu hazaña y a esos imbéciles amigos tuyos de anoche, estoy despedida. Espero que estés contento. Apenas puedo permitirme el lujo de alimentarnos y buscarnos cobijo ahora. ¿Qué se supone que voy a hacer sin un trabajo? No me gradué en el instituto y sólo tengo experiencia como bailarina.
Parecía que estaba a punto de llorar.
—No tienes ni idea de lo mal que algunos clubes tratan a su gente. Sé que odiabas mi trabajo, pero era lo único que pude encontrar que pagaran por encima del salario mínimo para alguien sin conocimientos o experiencia en un trabajo verdadero. No siquiera puedo trabajar como cajera, no entiendo cómo funciona un ordenador o hacer cualquier otra cosa. Peter no escuchará una disculpa. Dijo que no le importaba lo que pasó o cómo pasó. Estoy despedida y ni siquiera puedo ir a buscar mi cheque, me lo enviará por correo porque no quiere volver a verme. Oh, Dios, ¿qué voy a hacer?
—Señora Gautier, he oído que hay lugares en la red donde se puede vender niños a un buen precio. Nick es todavía bastante joven, debería conseguir lo suficiente como para sacarla un poco del apuro.
Nick boqueó ante la voz de Rosa desde el otro lado de la puerta mientras ella pasó por delante de su habitación. Normalmente, le gustaba el sonido de su acento recio, pero en este momento...
—Gracias, Rosa. Lo aprecio.
Nick se deslizó sobre la cama, tratando de alejarse de su madre antes de que comenzara a estrangularle otra vez.
—Kyrian dijo que conocía a algunas personas que podrían contratarte.
Lo fulminó con la mirada como si de verdad pudiera matarlo.
—Eso no te saca del lío, señor. ¿Tú y Bubba vais a pelear dentro y provocar que pierda otro trabajo? Sabes que a la mayoría de los jefes no les gusta que los hijos traigan a un energúmeno para que te saque sobre los hombros cuando se supone que debes estar trabajando.
—Pero fue por tu propio bien.
—Como la zurra que estoy a punto de darte.
Nick brincó en la cama, rodó sobre ella, y luego corrió hacia la puerta para salir al pasillo, donde esperaba que fuera más seguro.
—Soy demasiado grande para que me zurres.
—Bien, estás castigado sin salir hasta que tus nietos sean viejos.
—Algo difícil de hacer. ¿Cómo voy a tener nietos si estoy castigado sin salir?
—Precisamente esa es la cuestión, engendro del demonio. Nunca vas a librarte del castigo. ¡Nunca!
La puerta del fondo del vestíbulo se abrió para mostrar a un irritado Kyrian. Vestido con un pantalón negro de pijama y sin camiseta, les fulminó con la mirada. Tenía el pelo alborotado y una buena sombra en el rostro. Más que eso, tenía una constitución que Nick mataría por tener. Maldición, nadie en la escuela volvería a meterse nunca con él si estuviera así de musculado.
Kyrian les inmovilizó a ambos con un ceño enojado.
—Gente, realmente necesito dormir. ¿Podéis ir abajo para gritaros? O mejor aún, ¿fuera en el patio?
Su madre se calmó de inmediato.
—Lo siento, señor Hunter. No fue nuestra intención molestarle.
Kyrian se pasó la mano por el pelo rubio, lo que hizo que se le pusiera de punta. Nick se reiría o burlaría de él, pero Kyrian no le tenía tanto cariño como su madre. Su jefe en realidad podría matarlo.
—No hay problema. Ahora, si va a ayudar a poner fin a esta pelea y a salvar la vida de Nick antes de que pueda pagar la deuda, haga una llamada al Santuario en Ursuline. Pregunte por Nicolette Peltier. Es la dueña y ya le he hablado de usted. Me dijo que la llamara en cualquier momento y que estaría más que encantada de añadirla a la nómina.
—Pero…
Él levantó la mano en un gesto imperioso que en realidad silenció a la madre de Nick. ¡Caray!, tener esos malvados trucos de Jedi. Si Nick lo hubiera hecho, su madre de verdad le habría zurrado. Duro.
—No lo dude. Hágale una llamada. Se lo aseguro, le encantará trabajar para ellos. —Y con eso, desapareció de nuevo en su cuarto negro como la noche y cerró la puerta.
Nick dejó escapar un suspiro de alivio. Todavía podría sobrevivir esta mañana.
—Oh, ni se te ocurra. —Su madre volvió su terrorífica cara hacia él—. Todavía no estás perdonado. Ve a cambiarte. Tienes cinco minutos.
—¿Para qué?
—No discutas ni me contestes. No, si quieres vivir hasta el mediodía. Entra y date una ducha. ¡Ahora!
Busca. Persigue. Ladra, Fido, ladra. Realmente odiaba cuando le hablaba como si no fuera nada más que un perro con el único propósito de obedecerla en cada capricho.
—Sabes, no soy un retrasado mental, mamá. Puedo entenderte.
—Al parecer, no puedes, porque ahora te quedan sólo cuatro minutos y treinta segundos antes de que empiecen a tocar tu canto fúnebre.
Con el deseo infantil de sacarle la lengua, se volvió a la habitación y entró en el baño adyacente para obedecerla y que no lo castigara sin salir más tiempo de lo necesario.
Aunque a este ritmo, parecía como si ella estuviera buscando razones para castigarlo.
El síndrome del nido vacío. A ella le daba miedo que saliera de casa, así que se aferraba a él más fuerte. Bueno, eso probablemente no se designara así, pero era como él lo llamaba.
Suspirando, se quitó la ropa y comenzó la ducha.
Por supuesto, le tomó más de cinco minutos terminar y vestirse. Y cuando él abrió la puerta que daba al dormitorio, encontró a su madre en la cama, mirándole con furia.
—¿Qué? Me di prisa.
—Claro que sí. —Se deslizó fuera de la cama—. Ni siquiera te afeitaste.
—Me dijiste que me diera prisa, así que no me molesté en buscar una maquinilla. Además, sólo tengo tres pelos. No es que alguien pueda verlos, excepto tú. —Mantenía la esperanza que no tardaran en crecer y multiplicarse. Había la suficiente cantidad para ser castrante e irritante. Algo más para que su madre le fastidiara con hacerlo.
Ella hizo un sonido molesto que siempre le recordaba a una tetera dejando escapar vapor.
—Vamos. Tenemos que coger un tranvía.
—¿A dónde vamos?
—Ya has oído al señor Hunter. Tenemos que ir al Santuario.
—Dijo que llamaras.
Puso los ojos en blanco, algo por lo que también le habría castigado si se lo hubiera hecho a ella.
—No pides un trabajo de esa manera, Nick.
—Pero…
—¡Vamos!
Él no quería cruzar la ciudad por ninguna razón. ¿Por qué tenía que verla solicitar un empleo, de todos modos? Prefería que le arrancaran los ojos a quedarse sentado aburrido y mirando el parpadeo de las luces fluorescentes.
—¿No puedo quedarme aquí?
—No. No aceptamos caridad, y lo sabes. El señor Hunter fue lo suficientemente amable para alojarnos durante la noche, pero nunca debes alargar la estancia.
—Pero…
—Nick, haz lo que digo.
Rechinando los dientes, se dirigió a las escaleras. Podría tragarse el pero de su vocabulario, ya que todo lo que parecía hacer era actuar como un acelerador nuclear que causaba que su temperamento estallara.
Apenas había llegado al pie de la escalera olió algo delicioso... Algo que olía como auténtico, jugoso, delicioso tocino, que‑hace‑la‑boca‑agua y endurece‑las‑arterias. No esos paquetes de trocitos de tocino que su madre rescataba de los puestos de condimentos y agregaba a los huevos en polvo de la mañana.
¡Ñam!
Sin pensarlo conscientemente, se fue en línea recta hacia la cocina.
Su madre lo agarró del brazo.
—¿A dónde vas?
—Comida. Sigo mi nariz.
Y al ruido del estómago.
—No —le susurró a él—. ¿Qué parte de “no caridad” no has entendido?
La parte que dijo que no podía comer.
Pero sabía que no debía discutir, sobre todo cuando tenía esa mirada en su rostro.
—Bien. —Se dirigió hacia la puerta.
Rosa giró desde la esquina de la pared y frunció el ceño ante ellos.
—¿Nick? ¿Señora Gautier? ¿No desean comer antes de salir?
Miró a su madre, esperando que cambiara de opinión.
—Gracias, Rosa, pero tenemos que acudir a una cita.
El ceño fruncido de Rosa se transformó en una sonrisa amable. De la misma altura que su madre, era una hermosa mujer de pelo negro que se recogía en un moño y brillantes ojos marrones.
—Entonces déjeme que lo prepare para que se lo lleven.
Su madre le soltó el brazo.
—No, gracias. No queremos darle ningún problema.
—No es un problema —le aseguró Rosa—. Hice la comida para ustedes. Ya he comido, y el señor Kyrian no se levantará hasta mucho más tarde. Si no se lo comen, tendré que tirarlo a la basura.
Nick le ofreció a su madre su mejor mirada de súplica y pucheros. Era un gesto con el que había conseguido muchas cosas y no tenía dilema moral en usarlo.
Vio la reticencia en sus ojos. A ella realmente no le gustaba aceptar nada de nadie. La gente siempre espera algo a cambio cuando lo haces. Nada en la vida es gratis, Nick. No lo aceptes y no estarás obligado. Él conocía bien su letanía.
Pero no lo veía de la misma manera.
—Siempre dices que no debemos desaprovechar la comida, mamá.
Ella respiró hondo antes de ceder.
—Muy bien. Gracias, Rosa.
—Es un placer. ¿Lo quiere para…?
—Comeremos en la mesa. No quiero darle más trabajo.
Nick casi fue corrieron a la cocina, donde Rosa había preparado dos platos sobre la isla central. El olor caliente hizo que tuviera más retortijones de estómago.
—¡Oh, Dios mío! ¡Tenemos panqueques y tocino! —Olía tan bien, que ya babeaba.
Rosa se rió de su ansia. Ella no tenía ni idea de lo raro que era para él una comida como ésta.
—¿No quieres sirope? —preguntó ella mientras él tomaba uno de los panqueques y le daba un mordisco.
Nick se tragó la comida de delicioso sabor.
—¿Hay sirope, también?
Señaló hacia la encimera detrás de él, donde esperaba una enorme botella de Log Cabin. Oh sí, eso es de lo que estoy hablando...
Él la agarró, abrió la parte superior, y procedió a ahogar el plato.
Su madre fue mucho más sosegada cuando tomó su comida.
—Nick, no te eches tanto sirope. No podrás saborear tu comida.
Esa era la idea.
—Mamá, es sirope auténtico y no está diluido. —Algo que ella hacía para que les durara más tiempo si tenían la suerte de conseguir alguno.
Su cara se puso rojo brillante.
Rosa le dio una palmadita en la mano.
—Está bien, señora Gautier. Entiendo lo que es tener que luchar para alimentar a mi hijo. Miguel y yo pasamos muchos años de escasez antes de venir a trabajar para el señor Kyrian. Coman tanto como quieran. La política del señor Kyrian es que nadie pase hambre en su casa.
—Gracias.
Rosa inclinó la cabeza, luego le acercó un plato lleno de panqueques a Nick.
—Pero come más despacio y déjale algo a tu madre. Si comes demasiado te dolerá el estómago.
—Sí, pero valdrá la pena. Están deliciosos. Muchas gracias por hacerlos.
Ella sonrió y le entregó una servilleta.
—Me alegro de que disfrutes.
—Es más que disfrutar. Es como si todas las papilas gustativas en la boca estuvieran cantando y bailando. Apuesto a que si escuchas cerca, incluso puedes oírlas.
Y aún fue mejor cuando le entregó un vaso de zumo de naranja recién exprimido. Oh sí, él estaba en el cielo.
Para cuando su madre terminó de comer, él casi había dado cuenta de la mayoría de los panqueques.
Sacudiendo la cabeza, su madre lo tomó del brazo “ileso” y le separó del plato vacío.
—Vamos, cariño. Tenemos que irnos.
Él se lamió el sirope de los dedos.
Su madre arrugó la cara con disgusto.
—Nick, tienes una servilleta. Por favor, úsala.
—Sí, pero no quiero desaprovecharlo. Está bueno.
Ella dejó escapar un suspiro de exasperación cuando se encontró con la mirada de Rosa.
—Lo juro, Rosa, le he enseñado mejor. Simplemente no lo ha asumido todavía. No por falta de esfuerzo por mi parte.
Ella se echó a reír.
—Lo sé. Créame, mi Miguel es igual.
Ignorándolas, Nick tomó un último bocado antes de seguir a su madre fuera de la casa y calle abajo hacia la estación. No hablaron mucho mientras hacían el camino por el selecto y alto distrito Garden, donde vivía Kyrian, al otro lado del barrio francés, donde el bar y restaurante llamado Santuario se situaba en el 688 Ursuline. Algo que significaba bajarse del tranvía en Jackson Brewery y patear algunas manzanas hacia el convento de las Ursuline, que había dado nombre a la calle. Santuario estaba sólo a una manzana calle arriba y no tan lejos de su instituto.
Había estado por el lugar más veces de las que podía contar. Su madre le dijo que la gente de allí podría ser ruda y no le quería herido, así que técnicamente se lo prohibió. Y esa declaración siempre le hizo preguntarse cómo sabía su madre que clase de gente era, ya que nunca había estado allí que él supiera. Sin embargo, nunca se lo había preguntado.
Eso entraba dentro de la categoría “no preguntes, porque sólo conseguirás una estúpida respuesta de padres”. Si todos tus amigos se tiran desde un puente... Porque yo lo digo. Así que mientras vivas bajo mi techo... y así sucesivamente.
Santuario aparte, a Nick siempre le había encantado el distrito como un escape de su destartalado piso y barrio. Había algo que calmaba cada raíz Cajun dentro de él ‑la historia, la belleza, la mezcla de culturas, olores, comida, y la gente. No hay ningún lugar en la tierra como este. No es que hubiera estado nunca en ninguna otra parte excepto Laurel o Jackson, Mississippi, cada vez que habían tenido que evacuar en caso de huracanes ‑y entonces sólo había visto las plazas de aparcamiento de cualquier tienda o centro comercial donde había acampado temporalmente su oxidado Yugo.
Hizo una pausa, cuando llegaron hasta el Café Du Monde que se asentaba en el borde del mercado francés y el olor del café de achicoria y buñuelos lo golpeó. Era la primera vez en su vida que el dulce olor no le apretaba el estómago con punzadas de hambre. Hoy, con el estómago completamente lleno, lo apreció y saboreó.
Hasta que se dio cuenta de que se estaba quedando atrás.
A pesar de que era más alto que su madre, tenía que darse prisa para alcanzarla. Para una mujer pequeña, podía tirar fuerte cada vez que quería.
Por suerte, estaba tan concentrada en su destino que no se percató de que se rezagaba.
Ella cortó por Dumaine hacia Chartres. Y a medida que se acercaban a la esquina de Chartres y Ursuline, finalmente bajó la velocidad como si de pronto se asustara. No es que la culpara. El Santuario ocupando una manzana, no sólo era enorme, sino también legendario. Todo el mundo en Nueva Orleans sabía que el lugar se abría desde las ocho de la mañana hasta las tres de la madrugada. Se decía que tenía algunas de las mejores comidas del mundo y algunos de los clientes habituales más perversos.
El edificio de ladrillo rojo de tres pisos tenía un enorme letrero que colgaba sobre las puertas de estilo salón. Era negro con una motocicleta estacionada en una colina y recortada por la luna llena. La palabra SANTUARIO era blanca con un contorno púrpura brumoso. Y en la parte inferior derecha del letrero, en una letra mucho más pequeña estaba el lema: HOGAR DE LOS AULLADORES.
Pero eso no fue lo que hizo que Nick vacilara. Parado delante de las puertas había una enorme montaña de hombre que se apoyaba contra la pared. Aún más alto que Kyrian, tenía los brazos como dos troncos de árbol y largo pelo rubio rizado que lo llevaba recogido en una coleta. Y mientras le miraba, Nick vio un flash en la mente del forzudo convirtiéndose en un gran y enojado oso.
Él era uno de los cambia-formas que Alex Peltier le había hablado la noche anterior...
Nick no tenía ni idea de cómo sabía eso, pero lo sabía.
Su mamá lo empujó para cruzar la calle hasta donde el Were‑Oso estaba de pie.
Como si intuyera que Nick sentía sus poderes sobrenaturales, el oso entornó un par de glaciales ojos azules sobre ellos.
—¿Estáis perdidos?
Su madre tragó audiblemente.
—Um... Kyrian Hunter me dijo que hablara con ¿Nicolette Peltier? Creo que es dueña de este establecimiento.
Con un curioso ceño fruncido se encontró con la mirada de Nick antes de sacar el walkie-talkie del cinturón y presionar el botón.
—¿Aimee? ¿Está mamá en su oficina?
—Sí, ¿por qué?
—Tengo a dos humanos aquí fuera que quieren verla. Kyrian los envió.
Su elección de palabras divirtió a Nick. Mientras que su madre lo declaraba como excéntrico, él lo sabía mejor. El tipo frente a él estaba advirtiendo al resto de su familia que entraban nuevos humanos. Bonito código. En tu cara y al mismo tiempo, lo bastante inofensivo para volar debajo del radar de la mayoría de la gente.
—Sé amable con ellos, Remi, y no les arranques las cabezas de un mordisco. Mamá saldrá enseguida —dijo la mujer por radio.
Remi abrió la puerta de vaivén para ellos.
—Si queréis entrar y esperar.
Su madre sonrió.
—Gracias.
Nick se detuvo en la puerta para mirar hacia atrás al oso.
—¿Está Alex?
Remi entornó la mirada sobre él.
—¿Cómo conoces a Alex? —¿Podría haber más sospecha o desafío en ese tono?
—Vamos juntos a la escuela.
—Ah —y eso fue todo lo que dijo.
Vale... Es evidente que el oso no era una persona matutina y no tenía ningún deseo de decirle dónde encontrar a su compañero de clase. Optando por no irritar a alguien que no era humano y que probablemente podría partirle en dos la columna vertebral, Nick entró y se unió a su madre, que estaba de pie delante de la primera mesa redonda colocada con cuatro sillas. Dado que todavía era una hora y media antes del almuerzo, no había muchos ocupantes en la sala. Dos hombres... no, un Were‑Pantera y un Were‑Halcón, se encontraban en el bar, reponiendo existencias y limpiando. Había una persona en una mesa con un ordenador portátil y una taza de café. Dos mujeres que tomaban un desayuno tardío y un hombre mayor leyendo el periódico y tomando notas de algún tipo.
Su madre le dio un dólar.
—Vete a jugar a un vídeo juego, mientras hablo con la dueña.
Pensando que era extraño, pero muy agradecido por la rareza de tener dinero para malgastar, Nick se fue a la parte trasera del restaurante, donde las mesas de billar y los juegos recreativos estaban colocados contra la pared. A medida que se acercaba a ellos, vio a un chico unos años mayor que él que estaba limpiando las mesas. No fueron las rastas rubias enmarañadas lo que le hicieron detenerse tanto como el monito sentado en el hombro del chico, comiendo un plátano. El mono le enseñó los dientes a Nick antes de hacerle bulla. El camarero alcanzó al mono para serenarlo y eso lo calmó por completo.
Nick quería ir e investigar al primate, pero algo en el camarero le advirtió que mantuviera la distancia.
No, chico no.
Were‑Tigre. Uno muy cruel y antisocial.
¿Cómo puedo saberlo al mirarlo?
Ayer, él había sido normal.
Hoy...
Era un bicho raro mientras flashes de las imágenes de los cambia-formas le rondaban en la mente. No sabía sus nombres, pero sabía lo que eran a pesar de que se hacían pasar por humanos.
¿Qué está pasando?
La cabeza le daba vueltas por la sobrecarga de información. Pero con todo eso había una abrumadora sensación de seguridad. No se sentía amenazado por los animales a su alrededor. Era como si fueran guardianes de algún tipo. Protectores, no depredadores. Algo que parecía tan descabellado como un restaurante y un bar propiedad de una familia de cambia-formas.
«¿Ambrose?» Llamó silenciosamente a su tío, necesitando que alguien le pudiera ayudar a entender. «¿Qué está pasando aquí? Estoy viendo algunas cosas espeluznantes. Personas que no son personas...»
«Recuerda lo que te dije, muchacho. Tienes el poder de la clarividencia. La capacidad de ver lo que está oculto».
«¿Así que nadie será capaz de mentirme otra vez?»
«No. Eso es un poder distinto. La clarividencia te permite ver a la mayoría de los seres sobrenaturales que tratan de entremezclarse en el mundo humano».
«¿Qué quiere decir “mayoría”?»
«Hay algunos demonios que son lo suficientemente poderosos como para ocultarse. Así como los dioses de nivel superior y los que están poseídos. Con el tiempo, serás capaz de verlos también. Pero eso necesitará mucho entrenamiento y disciplina».
Por ahora... era como vivir en una alucinación psicodélica mala.
«Sólo relájate, Nick. Ve a entretenerte con un juego».
Sintió como Ambrose le dejaba solo otra vez. Sin nada mejor que hacer, se acercó a la máquina de mata marcianos. Vaya, no había visto una de esas en mucho tiempo. Algún anticuado debía haberle cogido afición. Sacando su dólar, lo convirtió en fichas, entonces echó una y escuchó la música distintiva. Justo había comenzado a jugar cuando una sombra cayó sobre él.
Miró hacia arriba y se congeló al instante. Santa Madre...
Este tío debía tener más de dos metros de altura. Una versión mayor del tipo de la puerta, éste tenía la expresión más despiadada que Nick había visto nunca.
Voy a morir...
—¿Quién dijo que podrías jugar en mi máquina?
Nick sabía que era un hombre quien se lo decía, pero él vio a Grizzly Peltier en la mente. Un enorme oso con sangre en sus ojos.
—Uh...
El hombre se rió y en broma le empujó el brazo.
—Relájate, muchacho. No te mees encima. Estaba gastándote una broma.
Es más fácil decirlo que hacerlo, ya que el corazón le corría como Richard Petty en Daytona.
Él negó con la cabeza.
—Soy Papá Grizzly Peltier. ¿Tienes nombre?
—N‑n‑nick.
—Encantado de conocerte, N‑n‑nick —Él sacó una ficha de su bolsillo y se la tendió—. Siento haberte arruinado el juego. Pero me encanta la mirada de asombro en la cara de la gente la primera vez que me conocen. Es una cosa bella.
Nick tomó la ficha, pero todavía no estaba seguro de qué pensar.
«Es un buen tipo, chico. Dale las gracias por la ficha».
—Um, gracias.
Papá Oso le dio una palmada en el hombro, y luego caminó hacia el escenario para que él y otro chico que era una copia exacta de Remi pudieran estirar los cables eléctricos en el suelo.
—Cierra la boca, dulce. Papa sólo muerde a los que desnudan primero los dientes.
Se volvió al oír la voz suave, ligeramente acentuada para encontrar lo que tenía que ser una de las mujeres más hermosas que había visto nunca. Alta, rubia, y construida con la clase de curvas que los hombres soñaban, llevaba una camiseta negra del Santuario que era lo suficientemente apretada para ponerlo realmente incómodo.
—Soy Aimee Peltier. Debes de ser Nick.
Hombre, tenía mejores poderes que él.
—¿Cómo sabes mi nombre?
Ella se inclinó para hablarle al oído como si estuviera contándole un gran secreto.
—Tu madre me lo dijo en el cuarto de atrás —susurró.
Oh sí, vaya. Se sintió el mayor estúpido por eso.
—Vamos y te presentaré al personal que está ahora despierto y funcionando.
Inseguro sobre eso, Nick vaciló.
—¿Por qué? —¿Iba a alimentar a los osos con él o algo así?
—Debido a que tu madre va a trabajar aquí y tu escuela está calle abajo, probablemente nos frecuentarás mucho en un futuro cercano.
—Oh. —Por fin relajado, le permitió que le llevara hacia el camarero con el mono.
—Wren, saluda a Nick.
El camarero no dio más respuesta que una mirada colérica bajo las greñas de pelo retorcido.
Aimee se lo tomó bien.
—Wren realmente no habla. Pero es un buen tipo, y vive al lado de nuestra casa. Lo verás mucho, ya que no tiene vida personal ni intereses fuera. Básicamente, trabaja todo el tiempo. —Rascó la cabeza del mono—. Y su pequeño amigo peludo es Marvin. Marvin, saluda a Nick.
El mono saltó del hombro de Wren al de Nick, sobresaltándole. Nick lo agarró y lo abrazó mientras Marvin le revolvía el pelo y le metía un dedo pequeño parecido al cuero en la oreja.
¡Eh!
—A él le gusta meterse con el pelo de la gente. —Aimee tendió la mano, y Marvin le permitió que le atrajera a sus brazos y abrazarlo—. Marvin es un poco limosnero. Ten a mano algún bocado y será tu nuevo mejor amigo. —Ella le acarició la nariz antes de devolverlo a Wren.
Wren no dijo ni una palabra cuando Marvin se le posó en el hombro. Él simplemente se fue a trabajar, limpiando las mesas.
Aimee condujo lejos a Nick.
—Conociste a Remi cuando llegaste. Mi mejor consejo para ti es que aprendas a diferenciar a los cuatrillizos.
—¿Cuatrillizos?
Ella gesticuló hacia el escenario, donde Papá y el doble de Remi estaban trabajando.
—Tengo cuatro hermanos que son cuatrillizos idénticos. ¡Quinn! —gritó.
El joven Were‑Oso levantó la vista.
Ella sonrió y le hizo gestos para que volviera al trabajo.
—Ese obviamente es Quinn. Ya me lo imaginaba, pero a veces, raras sin embargo, no puedo distinguirlo de Cherif. Tienen el mismo corte de pelo exacto, lo que de vez en cuando hacen para molestarnos. Es normalmente un poco más corto que el de Remi y Dev. A Dev podrás detectarlo bastante fácil porque siempre está riendo y haciendo bromas sarcásticas. También tiene un tatuaje de doble arco y flecha en el brazo, y es el que más a menudo está en la puerta. Él se tomó el día libre para pasar un momento por Kenner para recoger una moto que tenía pedida. —Se detuvo en seco y le dedicó una mirada siniestra—. Si te acercas a uno de ellos y gruñe o no habla, asume que es Remi. Tiene un perpetuo SPM y te sacará el brazo derecho fuera de sitio. En realidad no tienes que hacer nada más que respirar para cabrearle. Palabra de sabio.
Hizo una nota mental mientras ella le llevaba a la barra.
—El rubio es Jasyn. Jasyn, saluda a Nick.
El Were‑Halcón inclinó la cabeza hacia él.
—El otro camarero encantador esta mañana es Justin.
Pelo negro, alto, y con un aura de: Voy a patearte el culo tan duro, que harás eructar el cuero de mi zapato. Otro que Nick intentaría evitar.
Una versión mayor de Aimee salió por la puerta junto a la barra. Hizo una pausa mientras lo miraba.
Se sintió como si estuviera bajo un microscopio mientras ella lo miraba de los pies a la cabeza.
Al final, le tendió la mano.
—Buenos días, señor Gautier. Soy Nicolette. Pero, por favor, llámame Mamá Lo.
—Mamá Lo.
Su ceño fruncido se transformó en una expresión amable.
—Bienvenido a nuestra familia. He oído que trabajas para Kyrian.
—Lo hago. Hasta que me despida.
Ella se echó a reír.
—No necesitas darle una razón para que lo haga. Además, él no despide a su gente. Los mata.
—¡Mamá! —dijo Aimee con una sonrisa—. El pobre muchacho no sabe que estás bromeando.
—¿Nick? ¿Qué estás haciendo aquí?
Se volvió ante la llamada que venía de Kara, la hermana de Alex, quien también asistía a la escuela con ellos. Incluso tan alta como él, tenía el mismo pelo rubio que Aimee y Mamá Lo.
Aimee explicó su presencia antes de que él tuviera la oportunidad.
—Su madre va a trabajar para nosotros, Kiki. ¿Por qué no lo llevas a la cocina? Estoy bastante segura que las galletas de Morty ya están listas.
¿Galletas? Vaya, si continuaban así, se pondría enorme.
Pero valdría la pena.
Nick dio un paso hacia la cocina, luego hizo una pausa cuando un frío escalofrío le bajó por la columna vertebral. Aquí había algo y era malvado.
Buscó en la sala hasta que su mirada encontró la fuente de su malestar. El hombre salió por la puerta detrás de las mujeres, llevando una bandeja de plata. Vestía una camiseta negra y una sudadera gris, a primera vista, parecía como cualquier chico rondando la veintena.
Hasta que la mirada de Nick se encontró con la de él. Sintió como electricidad sacudiéndole. No se podía negar la intensidad de la presencia de esta criatura.
Él era Muerte, y montaba un caballo pálido...
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