viernes, 23 de marzo de 2012

DA cap 9

Pasó una quincena y Arina se maravillaba de la rápida recuperación de Daemon. Pero cada día era una mezcla de tristeza y alegría, porque cada día que él se recuperaba significaba que se acercaba el día en el que ella se iría. Pensar en su ausencia le desgarraba una parte de su alegría. Si se fuera, quizás la voz de dentro de su corazón que le advertía sobre su muerte cesaría.
Belial también estaba ausente y extrañamente silencioso. Por fortuna, raras veces estaba cerca de ella. Ahora, estaba sentada fuera, en el pequeño jardín, dejando una lágrima en una de las túnicas de Daemon. Todavía pensaba que prefería estar con su marido y escuchar su voz cálida más que el sonido de las crujientes hojas que la rodeaba, aunque sentía un poco de felicidad con el hecho de que estuviera sanando tan rápidamente. Y, después de todo, le había dado algunos días de mimos. Sólo dos días atrás él empezó a pedirle que le permitiera incorporarse, y que considerara que estaba lo suficientemente recuperado, siempre que no se cansase mucho.
Sí, eso suena como un presagio.
Arina frunció el ceño ante la voz del hermano Edred, que le llegaba a través de los arbustos. Ella iba a llamarlo y hacerle notar su presencia cuando las siguientes palabras la congelaron.
El normando es el propio demonio sin duda alguna. Desde la primera vez que lo vi, me he preguntado por su largo cabello de color extraño. Nunca antes había conocido a un normando que tuviera ese pelo largo. Me pregunto qué serán esas señales que trata de ocultar.
La marca de la bestia, me apuesto lo que sea dijo Norbert despectivamente, con una hostilidad venenosa que hizo que sintiera como la recorría una ola de furia.
Sus voces se apagaron durante un momento. Entonces el fraile habló una vez más.
También he tenido visiones del infierno donde muchos demonios se inclinaban ante él.
¿Qué hay de la dama?
Ella se tensó ante la pregunta de Norbert.
Como Santa María Magdalena, su corazón es puro, pero ella sigue el sendero pecaminoso de la carne. Me temo que su bondad la hace ciega a su verdadera naturaleza. O quizás, ha hechizado su alma pura. Ella no puede ver la maldad de su marido.
¡Maldad, decía! Arina apartó la túnica, con la furia hirviendo en su garganta. ¿Qué podría ser más malvado que esa lengua chismosa, especialmente cuando esa lengua pertenecía a uno que debía hacer caso a las palabras del Señor de no levantar falso testimonio? Cerrando sus puños, se preparó para echarle un sermón al hermano Edred que no iba a olvidar pronto.
¡Arina!
Antes de que pudiera dar otro paso, Daemon dobló la esquina del porche y se dirigió hacia ella. Su rabia fundía la diversión en sus ojos. El rubor teñía sus mejillas y resoplaba mientras se acercaba.
¡Milord! dijo, tratando de sonar severa, pero falló. Por mucho que quisiera reñirle, su obvia felicidad le impidió decir nada que pudiera hundir su humor. No deberíais abusar de vuestras fuerzas.
Él llegó a su lado y le cogió de las manos, llevándoselas a los labios, besando primero la derecha y luego la izquierda. Un escalofrío recorrió su cuerpo con la gentileza y el calor de su toque en su piel.
Él le ofreció una sonrisa dubitativa y toda su intención de regañarlo se desvaneció. Sí, sé que os lo prometí, pero no podía esperar a que volvieseis.
Ella elevó juguetonamente las cejas pero no pudo evitar que una esquina de su boca se elevara con humor.
Bien parecíais lo suficientemente deseoso de que me fuera esta mañana.
Su mirada se volvió seria y apretó sus manos.
Me disculpo por eso, pero tenía negocios muy importantes.
Su humor se apagó con el cambio de él y una inquietud se instaló en su pecho ¿Qué negocios eran tan importantes para echarla de su lado tan temprano? ¿Planeaba irse tan pronto? Su corazón se derrumbó con ese pensamiento.  ¿Estaría haciendo planes con los masones antes de su partida?
Ella tragó para deshacer el nudo que se le había formado en la garganta ¿Era este el adiós que ella temía desde hace tiempo?
¿Negocios importantes? preguntó con voz estrangulada por el peso del miedo y la pena.
sus ojos se volvieron de nuevo brillantes y alegres—. Cuando estabais cuidándome anoche, me di cuenta de que olvidé ocuparme de una cosa.
Ella frunció el ceño con confusión ¿Había retornado su fiebre y sus alucinaciones?
¿Qué es?
Le dio una pequeña caja de madera que sacó de la faldiquera que tenía colgada de su cinturón. Arina miró fijamente, con asombro, la caja con incrustaciones plateadas. Debía de haber viajado hasta el pueblo, unas ocho leguas, para comprarlo. Pero ¿por qué había hecho el viaje?
Abridla le urgió.
Rompió el sello con el pulgar y abrió la caja. Un grito sorprendido salió de sus labios y la felicidad la sacudió por dentro. Acostado en una cama de seda descansaba un anillo de oro incrustado con esmeraldas pequeñas y destellantes.
Las lágrimas escaparon de sus ojos mientras miraba su pequeño tesoro, para ella de lo más grande.
¿Un anillo de compromiso? preguntó con voz ronca.
Él asintió, su mirada amorosa y cálida.
Me di cuenta la última vez de que no podíais estar sin uno para que nadie tuviera dudas de que sois mía.
Arina apretó sus labios temblorosos y se puso el anillo en su sitio. Las joyas le parpadeaban como si ellas supieran alguna broma que a ella se le escapaba. Nunca había esperado un regalo y se estremeció con excitada anticipación. ¿Podría ser, después de todo, que Daemon y ella pudieran tener una vida en común? ¿Se atrevería a tener esperanzas? Entonces ¿por qué sino le había dado ese regalo?
Daemon cogió el anillo de sus dedos temblorosos, lo besó y se lo puso en su pulgar derecho. Levantó la vista, con una pequeña y tímida sonrisa en sus labios.
Como tu presencia en mi vida, se ajusta perfectamente.
Cerró los ojos, saboreando sus palabras que le trajeron una sonrisa a sus labios y felicidad a su corazón. Pero todavía la duda persistía bajo su bienestar, sofocándola hasta que no podía resistirlo más.
A pesar de la parte de ella que suplicaba que se mantuviera en silencio,  abrió los ojos y le preguntó lo que más necesitaba saber
¿Esto significa que queréis quedaros?
Él apartó la vista y ella se tensó, temerosa de escuchar su respuesta. Por algunos terroríficos minutos, él miró fijamente la pequeña cancela rodeada de vides. Las emociones cruzaron  sus rasgos y ella luchaba por nombrarlas, pero éstas pasaron y no se atrevió a intentarlo. Su abrazo se estrechó y suspiró.
Sí, miladi, pretendo quedarme.
Gritando de alivio, ella arrojó los brazos sobre sus hombros y lo apretó contra sí fuertemente. La fuerza de su pecho contra el de ella le robó el aliento y provocó que su corazón comenzara a latir fuertemente. La envolvió en sus brazos, acercándola, y ella rezó una pequeña plegaria de agradecimiento porque al final ella había ganado su guerra.
De repente, sus labios reclamaron los de ella.
Arina abrió la boca, dejando que él la saboreara profundamente. Su rica y masculina esencia se coló en su cabeza y tembló. Sí, esto era lo que ella quería. Todo lo que siempre había deseado.
Su cuerpo se encendió con su toque y ella acarició su espalda, disfrutando de los valles y curvas de sus músculos. Él entrelazó su mano en su cabello y ahuecó la nariz en su nuca, causando un hormigueo en su cuero cabelludo. Quejándose contra sus labios, ella vibró contra él.
Antes de que pudiera reaccionar, Daemon la cogió en sus brazos y se la llevó a la casa, hasta sus habitaciones. Con una gentileza que ella apenas comprendía, la tendió en la cama. Arina temblaba con la fuerza de su deseo. Al final, ella iba a conseguir su más profundo deseo.
Daemon la miró fijamente como un hombre hambriento ante el festín de un rey. El hambre cruda en sus ojos enviaba olas de vibrante calor a través de ella. Quería que la devorara y probar largamente los salados y tensos músculos hasta que estuviera ahíta. Pero una parte de su corazón le decía que ella nunca iba a estar saciada de él. No, siempre lo querría, siempre añoraría sus caricias.
Lamiéndose los labios, le ofreció una sonrisa dubitativa.
Vamos, Milord Normando le susurró, estirando sus brazos—. Os he estado esperando.
Daemon cerró los ojos ante esas palabras, saboreando todas y cada una de las sílabas. Posiblemente, arruinaría la vida de los dos con una eternidad de rumores y hostilidad, pero por su vida, no podía parar de disfrutar de este instante, de esta mujer única. La necesitaba, y la única manera de dejarla marchar era sacando su propio corazón de su pecho.
No, no podía irse. Si había un Dios ahí arriba, entonces esta era su forma de reparar todo el daño que había sufrido. Y si esa era su recompensa, Daemon decidió que valía la pena cada tormento que pudiera tener, y se sentía alegremente aliviado de todo por este instante en toda su vida.
Ella le envolvió en sus brazos y él se estremeció con su ternura. Tendido cerca de ella, probó sus labios sedosos, su cuello donde inhaló su divina esencia de rosas. Sus labios cosquillearon a través de su piel sabrosa y la absorbió profundamente.  Este era el único alimento que necesitaba, el alimento por el que había pasado hambre toda su vida.
Un ardiente fuego reemplazó la frialdad en su corazón. Cada color y olor le parecían amplificados y más brillantes, como si hubiera abierto por primera vez los ojos, como si hubiera vuelto a nacer.
Sus caricias dubitativas hacían eco en su alma, rompiendo cada barrera que él hubiera construido y yacía allí asustado y tembloroso como una criatura desnuda en el borde de un acantilado. Justo como un niño, quería gritar su miedo y su desesperación. Nunca se había sentido tan expuesto, tan vulnerable y, es más, sabía que una palabra de rechazo de ella podría destruirlo.
Ella le quitó la túnica, sus manos exploraron ansiosamente cada rincón de su piel. Daemon cerró los ojos, con el cuerpo ardiendo.
¿Os siguen doliendo vuestras heridas? susurró, recorriendo con sus dedos los puntos de su costado.
Daemon sacudió la cabeza, con la garganta cerrada. En realidad, todas sus heridas presentes y pasadas estaban completamente curadas y por primera vez en su vida, no podía entender la paz que invadía su corazón.
Todo lo que siento es a vos, miladi, y nunca podríais causarme daño.
El aliento de Arina tembló ante sus palabras. Sonrió, con el cuerpo encendido por la necesidad de él. Ningún hombre había significado tanto, era parte de sí misma. Su cabeza daba vueltas con su olor masculino, con la gentil presión de sus fuertes manos acariciando su piel. Cualquier lugar donde tocase, calientes corrientes la recorrían de pies a cabeza. Arina acarició con sus labios la barba incipiente del cuello de Daemon, disfrutando de su salado sabor. Su ronco gemido reverberó sobre los labios de Arina y le parecieron los gemidos más gloriosos del mundo.
Te necesito le suspiró contra su mejilla.
Arina lo abrazó más fuerte.
Siempre estaré aquí contigo.
Se estremeció cuando le quitó la túnica y el calor cubrió sus mejillas. Incluso aunque pensó que ya se había dado a él, la vergüenza llenaba su corazón. La vez anterior, estaba oscuro, pero a plena luz del sol, ella yacía completamente desnuda, completamente vulnerable ante su mirada, su caricia.
Los ojos le ardían con una intensidad que le robaba el aliento cuando se movió de nuevo y tocó sus labios. Daemon saboreó el cálido sabor de su piel, la bienvenida de su boca. Le mordisqueó parte de su garganta, su tierna carne. Punzantes y pulsantes fuegos ardían dentro de él. Parecía como si hubiera estado esperando este momento toda su vida, como si fuera la primera vez que nunca tuvo con ella.
Como un inexperto muchacho, aún se encontraba temblando por la expectación, nervioso más allá  de toda resistencia.
Sus labios recorrieron la tierna carne de detrás de su oreja y tembló por el efervescente deseo que pugnaba dentro de él.
Venid a mí, milord susurró, su voz ronca urgiéndole más.
Separó sus piernas.
Arina se encogió ante la expectación de sentir la sensación de él sobre todo su cuerpo. Contuvo el aliento, temerosa de que cambiara de opinión y se retirase. O peor, que decidiera marcharse. No, nunca le dejaría marcharse. No podía. Daemon era su vida, su aliento.
Su cuerpo ardía y elevó sus caderas. Con un gruñido, enterró su cara en la garganta y se deslizó dentro en ella.
Repentinamente, un horrible dolor desgarrador nació en su interior. Parecía como si se hubiera partido en dos. Su estómago se sacudió y ardió y Arina gritó de agonía.
¿Arina? Daemon preguntó, su voz sonando tan lejana que ella quería preguntarle dónde se había ido.
Todavía su cabeza daba vueltas como si hubiera caído dentro de un pozo o un agujero profundo. Insólitas imágenes y espirales la rodeaban, quitándole el aliento. Cientos de extrañas voces hablaban a la vez, algunas acusadoras, otros con pena. Desde algún lugar, escuchaba lamentaciones y lloros. Su pecho se encogió, intentando ordenar sus pensamientos pero como una persona desmayada, no encontraba nada sólido a lo que agarrarse.
De repente, las imágenes se detuvieron. Un dolor brutal explotó dentro de su cuerpo, sacudiendo sus miembros, acallando su corazón. Desde ningún sitio, sus recuerdos regresaron con gran claridad punzante.
¡Por todos los santos! lloró, empujando contra Daemon.
Con mirada confundida, la abrazó.
Milady, ¿qué ocurre?
Milady. La palabra se cernía en su mente como una pesadilla, un increíble terror que la paralizaba de miedo.
Nada lloró, alejándose de él para cubrirse con las mantas de piel. Se encogió en el borde de la cama, demasiado horrorizada para pensar
¿Qué he hecho?
Daemon la miró como si ella fuera a golpearlo, y se movió lentamente de la cama y recuperó sus calzas. El dolor en sus ojos le indicó que había pensado que su rechazo era por él.
Dejando salir sus lágrimas, Arina tragó a través del doloroso nudo que tenía en su garganta y se enderezó contra la terrible e increíble verdad que debía pronunciar.
No sois vos, Milord susurró
Le echó un vistazo pero no pudo quitar el sufrimiento que ardía en sus ojos. Arina miró fijamente hacia su manta, apretándola entre sus puños. ¿Por qué?, quería gritar, ¿por qué había sucedido esto? Pero la respuesta no vino, sólo más dolor, más culpa, más pesar
Yo… yo nos he dañado a ambos.
Un ceño arrugaba sus cejas cuando se movió alrededor de la cama, la tocó y, aunque parecía calmado, ella pudo sentir el irritante enojo dentro de él
¿Cómo?
Arina cerró sus ojos en un esfuerzo por desvanecer el calor de su mano contra su hombro desnudo, el confort que le ofrecía. Confort que quería rehuir. Y rechazar a Daemon era lo último que quería hacer. ¡No, lo necesitaba y esa necesidad era la que podía causar su condenación!
¿Cómo se lo podría decir? Nunca la creería. La verdad, encontraba esto imposible de creer y lo sabía realmente.
Belial había jugado bien con ella. Sí, el demonio seguro que había ganado su lugar en el infierno por su traición.
Milady, ¿qué es lo que ha causado tanta aflicción?
Su corazón latía desaforadamente contra su pecho. Arina consideró varias formas de  abordar el asunto con él, pero nada le parecía correcto. ¿Cómo podría decirle la verdad? Que ambos no eran nada más que los peones del diablo en un juego en el que no participaba al principio.
Pensareis que estoy loca.
Le aparto el pelo detrás de su hombro.
Nunca pensaría eso de vos.
Sacudió la cabeza, rechazando su intento de tranquilizarla. Ella debería mantener las distancias entre los dos. Daemon la cogió de los hombros y la forzó a mirarlo.
Contádmelo.
Arina se mordió el labio. La furia se consumía en su mirada, abrasándola con su intensidad. Quería encogerse en él, correr y nunca dejar que él conociera la verdad. Pero ¿cómo podría? Le debía una explicación.
Su mandíbula se movió nerviosamente.
¿Qué os irrita, milady?
En sus ojos pudo ver el temor de que lo rechazara y su enfado no parecía demasiado importante para ella. Ese enojo era apenas una tapadera para evitar que conociera lo mucho que podría herirle su rechazo. El dolor se enroscó dentro de ella y sabía que no podía permitir que él pensara eso, permitir que creyera que iba a desdeñarlo cuando él era toda su vida. Antes de que pudiera pensarlo, la verdad escapó de sus labios.
Soy un ángel.
Daemon entrecerró los ojos. De todos los horrores pavorosos que habían cruzado sus pensamientos, ninguno podía compararse con su declaración. Se llenó de incredulidad.
¿Sois un ángel, milady?
Ella suspiró e intentó tocarlo pero su mano se detuvo a pulgadas de su mejilla. Bajó su brazo hasta su costado y clavó su mirada en el suelo.
Sé que no me creéis, pero os prometo que es la verdad. Nací en el cielo y ahora estoy atada al infierno.
Daemon apartó la mirada. Su corazón estaba extrañamente silencioso. Era como si su cuerpo no supiera cómo reaccionar ante las palabras de ella y así decidía no sentir nada. Estaba loca. La verdad de esto retumbaba en su alma. De todas las mujeres del mundo, había encontrado finalmente una que caldeaba su vida, que llenaba el vacío de su corazón y una que estaba obviamente demente.
No estoy loca declaró—. Sé que no me creéis pero, ¡debéis hacerlo!
Sólo la miró fijamente. No podía ceder al impulso de maldecirla. Quizás ya estaba muerto. Seguramente era lo único que podía explicar la extraña serena derrota que resonaba por todo su cuerpo, susurrando a través de su alma. Podía luchar con cualquier demonio, salvar esto. Contra la mente de ella, nada se podía hacer.
Arina se pasó la lengua por los labios y paseó su mirada por la habitación. Cecile salió de un salto de debajo de la cama, y Daemon movió su pie para permitirle acercarse a su comida. Arina siguió el errático recorrido de Cecile con sus ojos, entonces lo miró de nuevo.
Puedo probar mis palabras.
¿Probarlas? preguntó, con la garganta cerrada y áspera—. ¿Podéis hacer que os broten alas o halo? —el enojo brillaba en sus ojos, ardiendo en su interior. ¿Cuál era la causa de sus delirios? Enfurecido con el destino, atacó contra lo único que podía, ella—. Pensaba que los ángeles nunca sentían furia, miladi. Los hermanos siempre juraban que los ángeles tenían una paciencia infinita ella se enderezó y elevó su barbilla como si se enfrentara a un ejercito—. En mi verdadera forma, lo soy. Sin embargo, he vivido demasiado tiempo como una mortal, por lo que parece que las emociones humanas me han corrompido.
La furia se marchitó en sus ojos y frotó su hombro izquierdo con su mano derecha, sus labios temblorosos.
Nada de esto importa susurró, el dolor de su voz le alcanzó, haciéndole el más ruin de todas las criaturas. Estaba deseando aliviarla pero, ¿podría darse cuenta de su consuelo en su estado trastornado?
Estoy segura que estoy maldita por lo que he hecho murmuró, sus palabras abrasándolo.
Un cortante gruñido frunció sus labios y toda su pena explotó. Aquí estaba, su peor miedo se expresó en alto. Los rumores y burlas finalmente le habían privado de la única cosa que había pensado que siempre sería totalmente suya, el corazón de Arina.
La rabia lo cegó y deseó arrancar las lenguas de todas las cabezas del valle de Brunneswald.
Así sería.
gruñó—. Estáis maldita. Habéis yacido con el bastardo del diablo. ¿No es cierto, milady?
Arina lo miró fijamente, aterrada.
—No, he yacido con un hombre, ni más, ni menos. Y eso solo es suficiente para hacer peligrar mi alma.
Lanzó una risa amarga, su enfado y su furia crepitaban profundamente en su interior.
Entonces os suplico vuestro perdón por corromperos, miladi.
La inocencia brillaba en los ojos de ella y, por un momento, casi pudo creer su fantástica afirmación. Pero se lo pensó mejor. Dios no existía y sin Dios, no podían existir los ángeles.
Vos no me habéis corrompido —Arina trataba de acercarse a Cecile, pero la gatita rechazaba sus caricias. Daemon la cogió del brazo y la volvió hasta tenerla cara a cara una vez más. Intentaba que entrase en razón. Si podía forzarla a pensar en su afirmación, tal vez su mente volviera en sí. Sí, era mujer inteligente. Seguro que podría ver la verdad si se la mostraba.
—Habladme de vuestro hermano, miladi, ¿también es un ángel?
El horror emanó de su rostro como si ella hubiera olvidado a su hermano. Su mirada se amplió y el miedo oscureció sus ojos. ¿Qué causaba este temor? El hecho de que hubiera encontrado un error en su lógica o la posibilidad de que, en su locura, ella pensara que su hermano había nacido en el cielo como ella.
No es mi hermano dijo finalmente y Daemon tuvo que hacer un gran esfuerzo para no sacudirla. Debía ser paciente.
¿Entonces qué es él?
Abrió la boca para hablar y la volvió a cerrar.
Decídmelo, milady insistió.
No vais a creerme.
Encontró esto fácil de aceptar. Pero después de sus primeras palabras ¿cómo se atrevía decirle eso?
¿Puede ser algo más absurdo que el que vos seáis un ángel?
Tragó con los ojos encendidos por la indignación.
Sí, para vuestro entendimiento lo es.
¿Para mi entendimiento?
¿Ahora se atrevía a cuestionar su capacidad de razonamiento? Al menos sabía distinguir la realidad de la ficción.
La furia calentaba su mirada.
Sí, milord.
Daemon apretó los dientes, todo su cuerpo temblaba con el peso de su furia. Hacía mucho, mucho tiempo que nadie se había atrevido a cuestionar su mente y encontraba su insulto difícil de tragar.
Muchos dicen que soy un hombre inteligente ¿Por qué al menos no probais mis humildes habilidades? ¿Quién es vuestro hermano?
Se apartó de él y una vez más luchó contra el deseo de sacudirla. ¿Por qué estaba haciendo esto? ¿Eran sus caricias tan aborrecibles que ella tenía que montarse estos cuentos para salvarse a sí misma de tener que aguantarlo?
Bien, ciertamente no tenía intención de estar con una mujer a la que no podía tocar. No, había sido rechazado antes. Daba por sentado que esto no era muy elaborado, pero sabía cuando alguien no lo quería y rechazaba humillarse demasiado.
Muy bien, milady. Podéis estar aquí con su hermano y no preocuparse más por mis atenciones. Yo, en mis terrenales y bastardas maneras nunca me atrevería a tentar mi suerte de nuevo con vos. Podeis estar tranquila.
Frunció el ceño y le miró cortante.
¿Qué queréis decir?
Entrecerró los ojos y recuperó su túnica y sus zapatos. Con rápidos y furiosos movimientos, se vistió.
No la voy a molestar más. Vos y vuestro hermano celestial podeis quedarse en mis tierras. No voy a condenaros por hacerlo.
¿Os vais? preguntó, alcanzando su brazo.
Su toque ardió sobre él como si le hubiesen lanzado una capa de material ardiente que separaba su carne de la de ella. El diablo le ayudara, aún la quería, y se odiaba a sí mismo por su debilidad. ¿Cuándo aprendería a dejar de desear cosas que no podía tener?
Queréis que me vaya, ¿no es verdad, milady? ¿Por qué si no me habéis contado vuestro ridículo cuento?
Sacudió la cabeza y el dolor de sus ojos lo atravesó, pero se endureció contra eso. No podía ser su victima de nuevo.
No es ridículo insistiósoy un ángel.
¿Y vuestro hermano?
Tragó, su agarre se hizo más estrecho en su brazo antes de hablar.
No es un hombre, no es mi hermano. Es el demonio, Belial.

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