viernes, 23 de marzo de 2012

Daemon Angel

Ella salió de la nube de humo proveniente de los cuerpos caídos como el Ángel de la Muerte llegado a reclamar sus almas. Su pálido cabello rubio flotaba en la fuerte brisa recordándole un estandarte de batalla.
Daemon parpadeó ante la visión, sus ojos ardiendo por el humo y sudor, y el hedor de la muerte que lo rodeaba. Una sombra desde la derecha captó su atención. Se volvió en su montura con la espada en alto justo a tiempo para evitar que la espada curva del Sajón le rebanara el muslo. Con dos giros, y limpias estocadas, derribó a su atacante y dirigió una rápida mirada a la misteriosa forma. Los sajones que aun permanecían en pie la rodearon en un manto de protección como si ahora se unieran a su favor. Daemon negó con su cabeza ante su esfuerzo. Su número apenas asustaría a un bebé, y mucho menos al ejército normando que había cortado a través de sus filas con tan poca dificultad.
Los sonidos de la batalla se calmaron en un áspero silencio, quebrado sólo por el ocasional relincho de un  caballo, o el gemido de los moribundos.
—Señora ¿por qué has venido? — dijo bruscamente uno de los sajones en su vulgar lengua nativa, su voz arrastrada por el viento hasta los oídos de Daemon.
Ella elevó su barbilla con un coraje que rivalizaba incluso con el más valiente de los hombres y se alejó del soldado sajón.
—¿Quién dirige este ejército? — preguntó la mujer en los puros y dulces tonos de un ángel hablando en francés normando.
—¡Milord!
Algo aferró el brazo de Daemon. Con una maldición, aplastó al insecto, pero sólo golpeó aire. Enfurecido ante la interrupción de su sueño, parpadeó abriendo sus ojos para ver a su escudero apostado junto a su catre.
—Es un mensajero de su hermano, el rey —dijo Wace, su rostro radiante de juventud sonriendo alegremente de la manera que siempre molestaba a Daemon por las mañanas.
Con sus labios fruncidos en una mueca, Daemon retiró las sabanas y se levantó.
—Saldré enseguida —dijo, buscando sus calzones y túnica.
¿Qué diablos podía William querer de él ahora? Había dominado a los Sajones como prometió, y ahora todo lo que anhelaba era libertad para regresar al continente, donde tenía intención de buscar hasta que encontrara otro ejército o causa por la que luchar.
Daemon apartó el pelo de sus ojos y alzó una mano abriendo la solapa de la tienda. Vio al mensajero de William, un joven con una mirada asustada que palideció considerablemente en cuanto lo miró. Daemon no hizo caso de la reacción, la amargura ardiendo en su garganta. Estaba demasiado acostumbrado a la reacción de la gente ante él, demasiado acostumbrado al completo terror brillando en sus ojos como si temieran por sus almas. Como si alguna vez hubiera dado algún uso para el alma de alguien, incluyendo la suya.
—¿Qué quiere mi hermano de mi? —Daemon preguntó con voz ronca, incluso para sus propios oídos.
Los ojos del mensajero se abrieron de par en par al tiempo que alzaba la mirada y notaba los ojos desiguales de Daemon. Por un momento, Daemon temió que Wace fuera a tener que traer al hombre un paño y hule[1]. El hombre se veía como un conejo arrinconado.
—Su Majestad el Rey me envía, milord —dijo, extendiendo un pergamino sellado.
Daemon lo tomó de sus manos y rompió el sello. Con curiosidad atravesándole fuertemente, escudriñó los contenidos. Su estado de ánimo se oscureció con cada palabra que leía. William le había dado el señorío de Brunneswald Hall, las tierras circundantes a la mansión, y todos los territorios más alejados.
¡Por los infiernos, mataría a William por esto!
Su puño se tensó sobre la carta. Alzó la mirada al mensajero, su respiración agitada.
—Dile a William que me ocuparé de la rebelión como pidió, pero quiero que busque un cuidador permanente para la mansión. No tengo necesidad de ésta.
El mensajero asintió violentamente.
—Sí, milord. Se lo diré inmediatamente.
Daemon asintió con la cabeza, su estomago anudándose ante el humor de William. ¿Qué estaba pensando ese hombre? Había servido bien a su hermano; ¿por qué William le haría tal cosa a él?
—Bastardo sangriento —dijo al entrar en la tienda, inseguro para quién estaba dirigido el insulto, si para él mismo o para William
—¿Quién dirige este ejército?
Daemon se giró ante el sonido de la voz de sus sueños, pero no vio nada. Un anhelo doloroso se extendió a través de él, un anhelo cuya fuente no podía identificar. Sin embargo, era siempre la misma. Siempre desde que había desembarcado en Hastings con William, había sido acechado por el sueño de una hermosa doncella viniendo por su alma.
Gruñendo, se percató que era más que probablemente un aviso de su muerte. Sí, él le daría la bienvenida con los brazos abiertos al momento y la paz que traería.


[1] Oil cloth: paño y tela encerada para ser impermeable, como un pañal de bebé, dando a entender que el mensajero se iba a hacer sus necesidades encima. 

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