Arina se preparó para oírle reír. A pesar que no llego a sonreír, se podría decir que Daemon luchaba para no reírse de lo que sin duda consideraba una idea absurda. Se llenó de inquietud. Más aún, ¿debía habérselo dicho? Quién sabe si no sería mejor que no la creyera. Si Belial descubría que Daemon sabía la verdad, ¿qué haría? Sintió un escalofrío ante la multitud de posibilidades, alcanzó la túnica y se la puso.
El silencio quedo colgado entre ellos como un manto espeso, asfixiando el aliento de los pulmones. Daemon se apartó dejando caer los hombros en amarga derrota. Pensar que había estado tan preocupada por su marcha, como si la distancia física y emocional fueran las peores cosas que podrían separarles.
La angustia le oprimió el corazón. Lo que les separaba era mucho más que el brutal pasado, mucho más de lo que podría ser aliviado con unas pocas palabras tiernas. Eran dos seres diferentes, de dos mundos diferentes. Nada podría cruzar el abismo entre ellos.
Se le llenaron los ojos de lágrimas, pero se negó a llorar. Los ángeles no lloran. Sólo los seres humanos.
Sin embargo, a pesar de su condición divina, sufría por tocar a Daemon y calmar un poco su dolor. Pero la rigidez de la columna vertebral le hacía parecer inalcanzable, formidable. Durante varios minutos se quedó mirando las persianas cerradas, sintiéndose tan sola, tan asustada por lo que fuera a ser de ambos.
Demasiado asustada para hablar, Arina le miró.
De repente la enfrentó, y una vez más la ira le oscurecía la mirada.
¾¿Entonces que soy, mi señora?, ¿también soy un demonio?
Ella agitó la cabeza, el corazón le latía fuertemente.
¾No, como ya os dije sois un hombre.
¾Sí, un hombre ¾susurró aproximándose, tan cerca que podía oler su dolor.
Una profunda amargura brillaba en los ojos de ese hombre, obligándola a apartar la mirada.
¾Tal como vos sois una mujer, y vuestro hermano es humano.
Por alguna razón ella necesitaba que le creyera, para demostrar que podía creer en lo irrazonable. Si pudiera, tal vez había alguna forma de superar esa imposible situación.
¾¿Por qué os negáis a creer mis palabras?
¾Porque son las de una loca.
Ella se acercó a Cecile de nuevo, esta vez determinada a hacerle creer.
¾Entonces permitidme mostraros.
¾Sí ¾dijo, tomándola por el brazo y apartándola del gato¾. Vamos a encontrar la verdad. Seguramente vuestro hermano sabe lo que es. Preguntémosle por ello.
Un temblor de miedo descendió por la columna vertebral de Arina. ¿Qué diría Belial? Tan retorcida como era su mente, no podía empezar a pensar los horrores que podría elucubrar.
¿Se arriesgarían a darle más poder? Si Daemon supiera lo que realmente era, su temor podría alimentar la fuerza de Belial. Hiciera lo que hiciera, debía evitar que eso sucediera.
Antes de que pudiera protestar por su intención, Daemon la sacó fuera de la cámara, hacia el vestíbulo.
¾¡No, mi señor!
Le imploró, pero él ignoró sus palabras. En cambio la arrastró a través del patio, hacia el establo. Continúo luchando, aunque a él no le importó.
Encontraron a Belial recostado en una oscura esquina, sobre un fardo de heno. Los caballos habían resuelto vagar por el corral, pero aun así ella podía oír su desagrado al estar tan cerca del hedor del infierno. Arrugando la nariz con aversión, se pregunto cómo podrían los seres humanos ser tan insensibles al olor acre.
Belial se dio la vuelta. El rostro pálido y contraído. Aun sin saber cómo había llegado a tal condición, Arina inmediatamente se dio cuenta que había excedido sus poderes. Ninguna enfermedad le acosaba, más bien era la debilidad del demonio.
Les miró acercarse, pero no hizo ningún intento por levantarse.
Daemon la atrajo a su lado, y juntos hicieron frente al demonio.
¾Saludos, Belial ¾dijo, enfatizando el nombre.
Una repentina luz de reconocimiento brilló en la mirada fija de Belial, y Arina supo que había deducido lo sucedido entre ella y Daemon. El corazón le latía con miedo. Quien sabía que maldades planearía ahora.
Una vez más, deseaba no haber confiado nunca en Daemon, y sin embargo no podía olvidar la parte de su ser que necesitaba que la creyera, la diminuta voz que le daba esperanza.
Algo de tensión abandonó la cara de Belial.
¾¿Que trae a mi querida hermana y cuñado a buscarme en este día?
Daemon la miró con la mirada extrañamente en blanco.
¾¿Qué queréis hacer?
Ella apretó los dientes ante la nueva oleada de cólera por la terquedad de Daemon. Si tan solo hubiera podido impedirle buscar a Belial. Pero era demasiado tarde. Ahora el demonio sabía la verdad, y no tenía dudas de que pronto iba a recuperar las fuerzas. Así era cómo el cielo y los santos les ayudaban.
¾No importa. Sólo mentirá. La deshonestidad es su naturaleza, le alimenta.
¾Arina ¾reprendió Belial¾, tus palabras me hieren profundamente. Nunca he sido deshonesto contigo.
¾No ¾contestó, con el labio contraído. El amargo sabor del odio le quemó la garganta, y aunque nunca lo había sentido, no pudo contener la maligna emoción que contaminaba su sangre¾. Has dejado bien claro lo que querías desde el principio. Y ahora habiéndome corrompido, ¿qué piensas hacer?
Él frunció el ceño, con una mirada creíble de confusión en la cara.
¾Ya nos hemos ocupado de eso, ¿no? Te casé con tu marido.
Daemon se volvió hacia Belial, quien les observaba con un brillo divertido en los ojos.
¾Mi señora tiene la idea de que es un ángel, y vos un demonio ¾dijo Daemon.
¾Un, ¿qué? ¾preguntó Belial, rompiendo a reír¾ ¿Parezco un demonio?, ¿tengo las orejas puntiagudas?, ¿han brotado alas de mi espalda? ¾Levantándose con cuidado de la cama, se giró y enseño la espalda para su inspección¾ ¿Veis una cola bífida? ¾Chasqueó la lengua y se volvió hacia Daemon con una sonrisa sarcástica¾ Sólo mis peores enemigos me han llamado demonio. Y respecto a que ella sea un ángel, ¿no dirías por su rostro lo fácil que le resultaría? Su cara es tan bella que cualquier ángel lloraría de envidia.
Daemon la miró. Arina se tensó por la acusación y la agonía que veía en esos ojos. Empezó a contradecir a Belial, pero se mordió la lengua. La pequeña voz de su mente la prevenía de hablar.
¾¿Entonces lo negáis? ¾Preguntó Daemon a Belial.
Belial agitó la cabeza, como regañando a un niño travieso.
¾Querida Arina, por favor, dime que no has sucumbido a la locura. Pensaba que tu mente estaría cuerda.
¾No hay nada malo en mi mente ¾contestó en un susurro furioso.
El negó con la cabeza y suspiró, como si estuviera demasiado cansado para hablar con ella.
Después de un momento le arrastro un dedo frío por la mejilla. En la comisura de su boca apareció una burla malvada, produciéndola un escalofrío por la espalda.
¾Pero seguramente no te creerás celestial, ¿verdad?
La agonía y la furia la atravesaron. Se lanzó sobre Belial, pero Daemon la agarró por la cintura atrayéndola a su lado.
¾¡Mentiroso! ¾Gritó, luchando contra el agarre de hierro de Daemon¾ No, celestial nunca más. Tú y tu cómplice os encargasteis de eso.
¾¿Yo y mi qué? ¾Preguntó con tan fingido desconcierto que incluso ella dudó¾ ¿De qué maldades me acusas?
¾Lo sabes muy bien.
Daemon le rodeó la cintura con los brazos.
¾Tranquila ¾exclamó, con el aliento calentándole la mejilla.
La cólera de Arina se marchitó y la dejo vulnerable a la sensación del cuerpo de Daemon contra el suyo. Toda voluntad de luchar contra Belial desapareció, deteniendo los forcejeos antes de reabrir las heridas de Daemon.
¾Parecería que Belial nada sabe de vuestras afirmaciones, mi señora ¾afirmó apretándola con los brazos durante un instante.
Belial suspiró.
¾Sí, pero lo hago.
Daemon la soltó, y Arina se tensó a la espera de las mentiras, o medias verdades, que podría contar Belial.
¾Nuestra madre sufrió de tales ilusiones. Una vez llegó a afirmar ser la Virgen en persona. Como Arina, empezó sin más. Sus recuerdos se desvanecían, para luego hacer afirmaciones escandalosas.
Así que optó por el camino de las mentiras. Arina frunció el ceño deseando poder leer la mente de Belial, pero ese poder no pertenecía ni a ángeles ni a demonios. Podían sentir estados de ánimo, y a veces tantear los corazones de quienes les rodearan, pero la mente pertenecía al individuo hasta que vendía ese derecho.
Belial se aproximó, tomándola de la barbilla con la mano helada. Le dio a Daemon una mirada triste.
¾Me temo que todo lo que podemos hacer es encerrarla.
Daemon se tensó visiblemente con las palabras. La ira le oscilaba dentro de los ojos al apartar la mano de Belial, y Arina pronunció una pequeña oración de gratitud al ver que Daemon todavía la defendía.
¾No, no habrá encierro. Mi señora no es una amenaza para nadie.
Belial fingió una mirada de sorpresa que hizo que Arina casi aplaudiera por su capacidad de actuar.
¾Pero, ¿qué hay de los peligros que puede sufrir ella misma? Nuestra madre se suicidó en uno de sus ataques.
Arina sacudió la cabeza.
¾En caso de que mi muerte llegara sería por tu mano, no por la mía.
¾Querida ¾susurró en tono paternalista¾, sabes que no puedo hacerte daño.
¾No, tienes prohibido tomar una vida. Pero fácilmente puedes utilizar tu astucia y engañar a otros para seguir tus órdenes.
Volvió a mirar a Daemon.
¾Ya veis como está. Pronto se volverá contra vos, y seréis el demonio que quiere verla muerta.
¾¡No! ¾Grito Arina, temiendo que Daemon creyera las mentiras. Se aferró a su túnica, los músculos contrayéndose bajo los puños apretados¾ No le creáis. Está jugando con vuestros temores para volveros contra mí.
Daemon abrió la boca para hablar, pero un mozo de cuadra le llamó desde la entrada del establo.
¾Mi señor, ha llegado un mensajero. Necesita hablar con vos.
Belial asintió con la cabeza.
¾Id. Cuidaré de mi hermana hasta vuestro regreso.
A pesar de desear tener cerca a Daemon, ella le soltó.
Con un suspiro a regañadientes, él les dejó solos.
Vacilante, Arina se volvió hacia Belial, la ira y miedo tronando en sus venas.
¾Eres realmente malvado.
Sonrió con un gesto burlón malvado, que haría enorgullecerse al mismo Lucifer.
¾Por supuesto que sí. ¿Qué más podría ser?
Ella sacudió la cabeza, recordando un tiempo en que había sido algo más. Hubo un tiempo en que Belial había sido el más virtuoso de todos los ángeles. Arina abrió la boca para apelar a esa parte de él, pero pronto se detuvo. Esos días habían pasado hacía tiempo. Se había aliado con los poderes de la oscuridad, y se necesitaría mucho más que ella, o sus argumentos, para convertirle.
¾¿Por qué no decirle a Daemon la verdad? ¾Preguntó al fin. Si era cuidadosa e inteligente, podría ser capaz de descubrir los planes de Belial.
A pesar de ser más inteligente que la mayoría, Belial adoraba alardear y jugar. Siempre buscaba una nueva oportunidad, y a menudo podía dejarse llevar por trampas que le traicionaban. De hecho, fue esa parte de su personalidad la que había causado la caída.
¾¿Qué ventaja consigues continuando la farsa que has empezado?
Se rió.
¾¿Qué ventaja tendría la verdad? Serás mortal hasta tu fallecimiento. Si realmente se entera de lo que eres, te apartará. ¿Dónde irás entonces?
Ella arqueó una ceja. ¿Qué planeaba?
¾¿Qué te importa?
Se encogió de hombros, y si ella no le conociera mejor, creería esa indiferencia.
¾Aquí o allá, todavía eres mía, pero, ¿por qué no disfrutar un poco antes de abandonarle? Después de todo, ya estás condenada.
Una repentina compresión apareció en su mente, Arina aspiró con fuerza el aliento entre los dientes. Belial y su cómplice buscaban más que sólo la muerte de Daemon.
¾¡También planeas tomar su alma!
No habló, pero la mirada en esos ojos confirmó su sospecha.
¾No ha hecho nada malo.
Belial se rió, el malvado sonido raspándole los oídos, como los zarpazos de bestias salvajes contra huesos profanados.
¾Ha hecho más para ganarse la condena que yo ¾exclamó, el eco de su voz resonó a su alrededor¾. Ante todo ha maldecido a Dios, y antes de que termine aquí, hará mucho más que eso.
¾¡No! ¾Gritó. Cualquier cosa que hiciera, debía proteger a Daemon. Su alma no tenía importancia comparada con la de él¾ Lo impediré.
Los ojos del demonio se llenaron de un vibrante rojo.
¾Interfiere conmigo, y volveré a robar tus pensamientos.
Él tropezó con la pared del establo y algunos de sus temores se desvanecieron, poniéndose rígida para enfrentarle.
¾Estás demasiado débil. De hecho, tus poderes se han desvanecido hasta el punto de que puedo herir tu carne de demonio.
La ira llameó en esos ojos.
¾Recuerda quien será tu señor cuando abandones este mundo, ángel.
¾Podrás reclamar mi alma, pero mi corazón estará donde no puedas tocarlo.
Se apoyo en la pared acercándose hacia ella. Al pararse a su lado el hedor la abrumó.
¾Puedes resistirte a mí, incluso en el infierno. ¿Pero qué será de tu marido? Recuerda, le gobernaré durante toda la eternidad.
Daemon estrechó la mirada y escudriñó la carta de William. Sosteniéndola fuertemente leyó de nuevo la dispensa de William sobre las tierras de Brunneswald, y sus títulos.
¿Por qué le habría mandado el último mensaje a William, informándole de su deseo de quedarse? ¿En qué estaba pensando?
Una imagen de Arina apareció en su mente, con los brazos abiertos y los labios fruncidos en una cálida sonrisa acogedora. Había puesto todas las esperanzas a sus pies, sin cuidado lanzó el inútil corazón a sus manos, y ahora había más que pagado el precio de semejante estupidez.
Sí, le había preguntado por las tierras para poder envejecer al lado de Arina. Daemon sacudió la cabeza disgustado por el mero pensamiento. Debía haber caído en la cuenta de que considerarlo era una utopía.
Maldiciéndose por su debilidad, arrugó el pergamino en el puño. ¿Por qué no se había escuchado a sí mismo y abandonado Inglaterra? Si le quedaba algo de sensatez, se iría con las primeras luces.
Tu esposa te necesita.
Daemon se estremeció al oír la voz en su cabeza. ¿Qué haría? Estaba loca, y él era un tonto.
Demente. La palabra le persiguió a través de los pensamientos, como un silencioso y temible fantasma buscando sangre. El terror le alcanzó profundamente, haciéndole detenerse. Había tenido mucha experiencia tratando con locos. La última cosa que buscaba ahora era volver a su juventud.
La locura de Arina solo crecería hasta convertirla en un extraño. No la señora que había ganado su corazón, sino alguien que no reconocería nunca, alguien que no podría aliviar su dolor de la manera que hacía cuando su mente le pertenecía.
¿Y qué sería de ella una vez que perdiera la razón?, ¿sería violenta, o una de esas pobres almas que se acurrucan como un pequeño gatito asustado de moverse?
¿Y entonces qué?, ¿la entregaría a Belial y a Edred para exorcizarla, o algo peor?
Daemon cerró los ojos ante el dolor de su pecho. Quería irse, y sin embargo no podía obligarse a renunciar a ella. De todas las cosas de su vida, sólo ella tenía valor, merecía la pena proteger. No, nunca podría abandonarla.
Con un nudo en la garganta Daemon miró de nuevo al establo, a tiempo para ver salir a Arina.
¾¿Mi señora? ¾llamó.
Ella continúo su camino hacia la casa.
Daemon comenzó a alejarse, pero se detuvo después de dos pasos. ¿Había perdido el juicio finalmente? Las palabras de Belial sobre su madre le resonaron en la cabeza. ¿Podría realmente hacerse daño a sí misma?
El miedo le llenó ferozmente, y corrió tras ella.
Cuando se le acercaba, volvió la cabeza hacia él. El pánico brillaba en su mirada un momento antes de que levantara el borde de su vestido y se lanzara al interior.
Daemon corrió tras ella, y la agarró cuando entró en sus cámaras.
¾¿No oísteis mi llamada?
Le miró con una cristalina mirada llena de inteligencia y claridad, no de locura. La mirada vacía que estaba acostumbrado a la hora de afrontar la demencia.
¾Sí, mi señor, os oí. Pero tenía que llegar aquí antes de que me detuvierais.
¾¿Para qué?
Ella se apartó y se movió para recuperar a Cecile de debajo de la repisa de la ventana.
¾No ¾dijo al llegar a ella¾. Me detuvisteis antes, pero esta vez me permitiréis terminar.
Antes de que él se pudiera mover, cubrió los ojos de Cecile con la mano. La gata se retorcía y silbaba.
Daemon intento liberar al enojado gatito, pero Arina se mantuvo firme. Él se alejó, con miedo a luchar y herir al gatito. De repente, la cara de Arina cambió, y se apartó de él.
Arina respiró hondo para calmar los nervios, mientras la culpa le roía fieramente las entrañas. Debía hacer creer a Daemon que le había mentido. Mientras Daemon la aceptara como humana, tal vez podría ayudarle. Se dio cuenta de que nunca antes le había hablado de su verdadera forma. Pero Daemon había sido muy inflexible cuando le dijo porqué se había apartado, y las mentiras no estaban en su naturaleza.
Sin embargo, Belial le había enseñado una importante lección en el establo. No debía permitir que Daemon conociera la verdad. Si revelaba a Daemon su forma verdadera, o la de Belial, y éste realmente la creía, el demonio sería libre en su forma humana, capaz de usar sus plenos poderes todo el tiempo.
Mientras Daemon creyera que Belial y ella eran mortales, Belial podría continuar su farsa, una farsa que le costaba cara en fuerza y poder.
No importaba cómo, pero debía mantener a Belial en su forma humana. Al menos, hasta que pudiera encontrar alguna forma de contener sus poderes, o recuperar los suyos.
Liberó a Cecile y suspiró. El gato saltó al suelo golpeándola el pecho, y lanzándose bajo la cama.
¾Teníais razón, mi señor ¾dijo con los hombros caídos¾. No soy ningún ángel.
Daemon la observaba, más confuso de lo que había estado cuando ella hizo la primera declaración.
¾¿Qué juego es este?
¾No juego. Solo estoy de acuerdo con vuestra sabiduría.
Inseguro de si podría confiar en lo que oía, Daemon sacudió la cabeza. Debía estar loca. No había otra explicación para sus actos, sus vacilaciones.
¾¿Y sobre vuestro hermano?
Ella tragó saliva apartando la mirada.
¾Como habéis dicho, es un hombre.
Se fijó en cómo le temblaban las manos, y cómo las mantenía unidas. Mentía. Lo sabía por la forma en que se negaba a mirarle, o la forma en que agitaba nerviosa las mangas. Por alguna razón creía que era un ángel, y su hermano un demonio.
¾Fue una confusión momentánea ¾añadió mirándole, sus ojos traicionando la agitación.
¾¿Una qué?
Arina se apartó de él, incapaz de afrontarle mientras le mentía.
¾Estaba equivocada sobre mi identidad ¾susurró, la mentira le ardía en la garganta.
¾Entonces, ¿por qué lo afirmasteis, mi señora? ¾Preguntó con voz entrecortada¾ ¿Fue mi toque tan abominable que tuvisteis que inventar toda esta historia para mantenerme alejado?
¾¡No! ¾Gritó, ahuecándole la mejilla con la mano¾ Nunca podría perjudicaros.
Tan pronto como esas palabras abandonaron sus labios, su mente repitió la declaración hostil de la bruja.
Veréis a vuestro amante mortal morir. Le sostendréis en los brazos mientras su vida le abandona.
Dejó caer la mano de su rostro, mientras los ojos se oscurecían de terror. ¿Cómo había olvidado esa parte de la maldición? ¿Por qué no lo había recordado al principio?
El temor por las maldiciones debía haber eclipsado completamente esa parte de sus recuerdos. Arina se aparto lejos de él con el cuerpo tembloroso. Verle morir, la frase resonaba en su mente, rompiéndose en su alma.
Daemon iba a morir por su culpa. Arina cerró los ojos contra la pesadilla. Su precioso caballero seria sacrificado por la venganza de una mujer, por un acto que no podía deshacer.
¾Debo irme.
Daemon apretó los dientes con esas palabras susurradas. Ella pasaba del fuego al hielo tan rápidamente, como un cernícalo saltando sobre una diminuta liebre. Al momento le calentaba con su toque, al siguiente hablaba de dejarle.
¿Estaría loca de verdad? Y aún así no podría aceptarlo. Por mucho que su lógica alegaba razones contra su cordura, en lo más profundo de su corazón sabía que no estaba loca.
Suspirando, deseando una respuesta. ¿Que debía hacer con ella? Si abandonaba Brunneswald, Belial haría como un buen hermano y la encerraría, o la exorcizaría.
Habiendo visto ese tipo de tratamiento de primera mano, se negó a permitirlo. No, se había casado con ella y la protegería, no importaba cómo.
Además, William le había concedido las tierras, y no podía decepcionar a su hermano. No confiaba en ninguno de sus hombres para cuidar sus tierras durante su ausencia. Arina había sido la única persona en la que había confiado, pero con sus actuales estados de ánimo, no se atrevía a dejarla al cargo.
Estaba atado a la tierra y su esposa más firmemente de lo que nunca creyó posible. Más de lo que nunca quiso.
¾Aquí, mi señora ¾dijo, colocando el brazo en su cintura y dirigiéndola a la cama¾. Descansad.
Le observaba con ojos tan tristes que le hirieron profundamente.
¾Estáis en vuestro derecho a creerme demente, mi señor. Pero os prometo que estoy cuerda.
Asintió con la cabeza, un nudo de incertidumbre le cerraba la garganta.
¾Lo sé.
Arina le clavó los ojos, memorizando los extraños colores de esos ojos, el calor de su toque en la cintura. La idea de experimentar una vida mortal sin él le partía el corazón, dejándolo vacío. Ciertamente, se preguntaba cómo había sobrevivido sin él. Como había sobrevivido a lo largo de los siglos sin su gentil toque.
Por primera vez en su existencia quiso ser humana, quiso experimentar las pruebas de sus vidas. ¿Cómo sería sujetar un hijo en sus brazos, un niño nacido de su cuerpo y de la simiente de Daemon?
Arina cerró los ojos, saboreando la imagen.
Pero un lamento se arrastró en su pecho. Nunca conocería el placer, o algún tipo de amor. Estaba maldita, traída a este mundo para el placer retorcido del diablo.
Cualquier cosa que hiciera, debía mantener a Daemon alejado. Sin embargo, ¿cómo? Si le convencía honestamente de su estado, ¿podría ahuyentarle? ¿Osaría arriesgarse?
Arina suspiró con el corazón aún más pesado. ¿Qué bien podría hacerle? Nunca volvería a creerla. Además, el conocimiento de su verdadera identidad le pondría incluso en un peligro mayor. Belial, sin duda, solo esperaba una oportunidad así.
No, debía pensar otra manera de alejarle. Mirando por la ventana recordó algo que su hermano había mencionado hacía unos días.
¾¿No deseáis viajar a Londres?
El respingó ante su pregunta, como si sus pensamientos estuviesen a mil leguas de distancia.
¾No sé de qué me habláis, mi señora.
¾Hablasteis de ello mientras teníais fiebre. Dijisteis que queríais hablar con vuestro hermano.
¾Actualmente no hay ninguna razón para ello.
Arina suspiró, escuchaba su intención de quedarse tan claramente como si los pensamientos le llenaran su propia mente. ¿Qué haría?
Abandónalo. Parecía tan fácil, tan sencillo, y sólo el mero pensamiento le trajo un dolor en el pecho que le azotó a través de las venas.
Pero, ¿qué otra cosa podría hacer? Si se quedaba moriría, y eso nunca podría permitirlo. No, al llegar la noche abandonaría este sitio antes de hacerle daño.
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