jueves, 8 de marzo de 2012

BOSH cap 2

Tres semanas después

¿Cuánto dolería la decapitación?
Desde la ventana de su patéticamente pequeña celda donde apenas cabía una litera, lavabo e inodoro, Caillen observaba todo el patio lleno de gente, mientras cargaban la pesada hoja electrónica que estaban afilando para su ejecución.
Sí, definitivamente iba a dejarle marca.
No te preocupes, Cai. En sólo unos miserables minutos más tus problemas habrán terminado.
Para siempre.
Su cuello se estremeció a la espera del golpe que estaba próximo y que pondría fin a una vida que en realidad no había sido tan genial. Sin embargo, lo extraño, a pesar de todo, no estaba preparado para que todo terminara. Ni mucho menos.
Pude haber sido algo.
Ah, maldición, ¿a quién quería engañar? Era un contrabandista de tercera generación con un problema de juego del que su familia no sabía nada...
¿Sí? ¿Y qué? Seguía siendo el mejor maldito piloto de todos los Sistemas Unidos. No había nada que no pudiera pilotar y nadie a quien no pudiera esquivar cuando estaba en una nave.
Nunca erraba el objetivo. Nunca.
Nada de eso importa ahora. No mientras estuviera con un pie en la tumba.
Menuda manera de morir para un guerrero…
Olvidar la última comida, lo que de verdad quería antes de palmarla era un buen polvo. Una buena follada para olvidar todo lo demás.
Se rió perversamente al recordar la expresión atónica en la cara del alcaide cuando le hizo su última petición.
—¿Alguna de tus cachondas hijas?
A eso le había respondido con un cruel golpe contra la pared. No es que no hubiera hecho lo mismo, o algo peor, si alguien hubiera hablado así de sus hermanas. Pero...
Él era como un grano en el culo para aquellos a los que odiaba y que eran, básicamente todos los que tenían algún tipo de autoridad.
Sí, bueno, eso está a punto de terminar también.
Suspiró mientras miraba por la pequeña ventana cubierta con barrotes a los soldados que se daban prisa en prepararlo todo para el último minuto. Una parte de él tenía miedo de morir. Bueno, vale, una gran parte de él tenía miedo de morir. Siempre había esperado que ocurriera cuando fuera muy viejo y mientras dormía. Aunque en la práctica, habría preferido la alternativa de una lucha brutal donde eliminara a tantos enemigos como pudiera.
Al menos no mueres solo en la cuneta.
Se estremeció por el recuerdo que siempre hacía lo posible por evitar. Aunque viviera mil años nunca olvidaría la visión de su padre muriendo solo como si no fuera más que basura. Y en todos los escabrosos escenarios que se había imaginado a lo largo de los años sobre su propia muerte, ser ejecutado nunca había sido uno de ellos.
Incluso ahora podía oír la llamada desesperada de su hermana.
«Cai, estoy en el sector Garvon huyendo de los Ejectutores. ¿Me puedes ayudar?»
Kasen había omitido el hecho de que estaba transportando prillion, un antibiótico tan potente que fue declarado ilegal por todos los gobiernos que aceptaban sobornos de las comunidades médicas, quienes temían las represalias al meterlo entre sus ganancias. Pero para los contrabandistas como él y su hermana, era un negocio redondo. Un envío te resolvía la vida por lo menos durante un año.
Y era una sentencia de muerte llevarlo a través de determinados sistemas.
Garvon uno de ellos.
Incluso si le hubiera dicho lo que transportaba, no habría cambiado nada. Aún así habría ocupado su lugar en la horca.
El altruismo era una mierda.
Ahora mismo estaba pensando que debería haber aprendido algo de autoconservación y haber llegado diez minutos tarde. Pero al final del día, sus hermanas eran su mundo y aunque le gustaría pretender lo contrario, no habría podido vivir si alguna de ellas hubiera muerto.
Incluso la cascarrabias de Kasen.
Miró su cronómetro y sintió náuseas otra vez. Treinta minutos más y todo habría terminado.
Treinta minutos.
Recordó las veces en el pasado cuando ese tiempo le había parecido una eternidad y ahora…
Desearía tener el poder de detener el tiempo. Para teletransportarse fuera de aquí y ver su tugurio infectado de ratas una vez más. Para que su hermana Shahara le dijera que era un idiota.
Bueno, al menos no tendría que volver a ver las sosas y desagradables paredes ni el asqueroso retrete cubierto de mugre.
Chico, tienes todos los números para estar cabreado. Todavía debía el pago de dos años por su nave, que había sido confiscada por los Garvons después de su detención. Y siendo realista, había ganado una mierda con ella y todavía tenía las marcas de los bombardeos en los dos estabilizadores traseros por su último encuentro con las autoridades.
Suspiró otra vez.
Sus amigos y familia lo habían intentado todo para negociar un aplazamiento de la ejecución. Pero el gobernador de Garvon se había mantenido firme en dar un ejemplo con él.
—Esto será una lección para cualquier extranjero que piense que puede viajar a través de nuestro sistema y no obedecer nuestras leyes. Podremos ser un sistema pequeño, pero somos grandes en intolerancia. 
Caillen sacudió la cabeza mientras el gobernador reiteraba las palabras de las que obviamente se sentía orgulloso tan sólo a unos metros de distancia de su ventana rodeado por los equipos de noticias. Qué jodido idiota. Cualquier ayudante que hubiera asesorado al gobernador había fallado miserablemente.
Una de las reporteras tomó con su cámara una imagen de la reacción de Caillen ante las palabras del gobernador mientras observaba desde su celda.
Caillen dio la espalda a la cámara.
El gobernador farfulló indignado, dejando saber a Caillen que había tocado una fibra sensible con su desafío silencioso.
Gran error por parte del gobernador. Eso fue como ponerle un cebo a un depredador salvaje y que fuera el hermano pequeño quien golpeara con la superdirecta.
Nunca me dejes ver tu flanco al descubierto.
Mostrando una sonrisa maliciosa, Caillen no pudo resistirse a gritarles.
—No debes preocuparte por mis amigos en las altas esferas, gover. Si no por los que se arrastrarán desde las alcantarillas para cortarte la garganta. Sabes, mis hermanos asesinos se sentirán honrados de venir en tu busca y del resto de imbéciles lameculos mientras dormís. ¡Siempre Sentella! Vengaremos a vuestras víctimas de una vez por todas. 
La mención de la agencia fantasma de renegados asesinos que desafiaba a los gobiernos corruptos que eran dirigidos por la Liga y sus matones hizo que los medios se agitaran y que el gobernador mirara a todas partes tratando de encontrar a un asesino entre la multitud. Como si fuera capaz de identificarlo. Lo mejor de los amigos de Caillen es que cuando los veías acercarse, tu cabeza ya está rodando por el suelo.
Pero por mucho que Caillen quería fingir lo contrario, sabía que sus amigos no lo podían ayudar en este momento. Se había metido solito en esto y por una vez no había escapatoria.
Estoy muerto. Completamente. Totalmente...
Dolorosamente.
Veinte minutos y contando...
Mejor que lo aceptara. Era lo que era y se había entregado voluntariamente.
«Lo siento mucho, Cai». Las llorosas palabras que Kasen murmuró en la última visita cruzaron por su mente.
Ni la mitad que yo. Darling siempre decía que sus hermanas le matarían a disgustos. Qué razón tenía el cabrón.
Vamos. Mejor tú que ella. Lo sabes.
Sí, pero eso no le consolaba ahora mismo. Debería haberla estrangulado cuando rompió su avión de combate de juguete siendo niños. Había sido el único juguete que había tenido y lo hizo pedazos en un ataque de ira porque le había sacado la lengua.
Está bien, Cai. Cálmate. Has pasado por cosas peores.
Sí, pero no moría después.
Ya estaba cansado de que su cerebro no parara de quejarse sobre cosas que no podía cambiar. Había cumplido la promesa a su padre. Kasen estaba a salvo.
Él, no tanto.
Deslizándose por la pared hasta quedar en cuclillas en el pequeño espacio hasta la litera, Caillen golpeó la cabeza contra la pared, dando la bienvenida al dolor para distraerse. ¿Por qué los bastardos no venían y le mataban de una vez? La espera era la peor parte. Sin duda esa era la intención. Hacerla tan miserable como fuera posible.
Cerrando los ojos, se pasó la mano por la cara. Al menos no dejaba a Shahara en dificultades. Ahora estaba casada y tenía a alguien que podía protegerla y cuidarla.
Quien de verdad le cabreaba era Kasen. Ella no tenía necesidad de complicarse la vida para hacerse ejecutar. Sí, el dinero estaba bien. Pero no valía la pena por su vida y no era como si estuvieran en una situación desesperada. No como lo habían estado en el pasado. Su asquerosamente rico cuñado le habría dado gustosamente el dinero que ella le hubiera pedido a Syn.
Estúpido capullo idiota.
Egoísta…
—¿Estás listo, preso?
Dejó caer la mano y abrió los ojos para ver al alcaide frente a la celda con seis guardias. Se sintió halagado al ver que ellos le consideraban tan gran problema. Y su espíritu estaba sin duda dispuesto a darles una pelea y algo más. Sin embargo, le habían inyectado un neuro-inhibidor que le impedía hacer nada excepto fulminarles con la mirada. Si trataba de atacar, los inhibidores le morderían, inundado su cuerpo con dolor, trabando los músculos y derribándole directamente sobre el suelo.
Lo peor de todo, haría que se meara en los pantalones.
Nunca les daría esa satisfacción, no hasta que estuviera muerto y ya no pudiera controlar la vejiga. Después de todo, era un Dagan y los Dagan, no importa la pobreza o situación, eran gente orgullosa.
«No muestres miedo a tus enemigos. Sólo desprecio. Nunca dejes que nadie te mire por encima del hombro. Eres tan bueno como cualquiera de ellos. No importa quienes sean. Tú eres mejor. En nuestro mundo, los Dagans son de la realeza y tú, hijo mío, eres un príncipe».
Su padre se lo había enseñado y tendría presente esas palabras mientras les hacía frente.
Activaron los electroimanes en sus puños para provocar que las manos se trabaran juntas a la espalda y que así los guardias bajaran el campo de fuerza que lo mantenía dentro de la celda.
Caillen frunció los labios mientras los miraba.
—Podríais haber esperado hasta que me levantara, chicos. Ahora será un poco más difícil. 
El alcaide le devolvió la mirada con aire satisfecho.
—Esperaremos.
Él soltó un bufido. ¿De verdad le tenían tanto miedo que ni siquiera podía levantarse sin que ellos sudaran?
Vaya, Cai, incluso un asesino tan duro de pelar como Nykyrian estaría impresionado con esa hazaña.
Por otra parte, tenían buenas razones para temerle. Si no fuera por el inhibidor, ya estaría libre y todos ellos estarían muertos o sangrando.
Pero no hoy.
Caillen apoyó la espalda contra la pared y fue ascendiendo con el movimiento de los hombros hasta que estuvo de pie. Los guardias se le acercaron con trilassos —una vara de metro y medio con una soga corredera en el extremo— para ponerla alrededor de su cuello y así arrastrarlo hacía adelante manteniendo una distancia de tres metros entre ellos.
Se rió de ellos y de su miedo.
—Malditos gilipollas.
Le apretaron la soga alrededor del cuello hasta que tosió por la falta de oxígeno.
—Tened cuidado. No queremos matarlo aquí dentro.
Puede que el alcaide tuviera ese sentimiento, pero la expresión en los rostros de los guardias mostraba que estarían más que contentos de enviarlo a la muerte quince minutos antes.
Caillen jadeó y tosió, mientras le arrastraban por el pasillo deslucido hacia la zona común, donde espectadores, dignatarios y reporteros esperaban para echarle un vistazo al legendario contrabandista, que hasta ahora había sido más un mito que una realidad. Los medios se forrarían mostrando este espectáculo.
Irónico de verdad. Había tenido que luchar cada minuto de su vida para reunir con esfuerzo dos créditos, pero ahora su muerte haría que un imbécil se pagara el alquiler durante unos meses.
Deberías haber aceptado el ofrecimiento de un sedante. Porque en este momento, mientras subía hasta la plataforma y se acercaba a esa reluciente cuchilla, empezaba a sentir verdadero pánico
Ignóralo.
¿Cómo? Mira a tu alrededor, imbécil. Estás a punto de morir. Y había por lo menos un centenar de personas para presenciarlo y regodearse. Malditos sean todos por su entretenimiento sádico.
No pienses en ello.
Algo difícil de hacer cuando le obligaban a arrodillarse bajo una cuchilla de tres metros de alto que brillaba con una sed de sangre metálica sobre su cabeza.
Puedes hacerlo…
No quiero morir. No lo haré. Necesito vivir. Tengo planes. Bueno, no realmente, pero podría hacer algo. Algo que no incluya mi cabeza rodando en un cubo de plástico que aún conservaba las manchas de la última ejecución.
Apretó los dientes para evitar mendigar por su vida. No les daría esa satisfacción tampoco.
—¿Unas últimas palabras?
 Caillen miró al director.
—Sí... Nos vemos en el infierno. —Miró hacia el grupo de tres jovencitas sonrientes que aguardaban en la sección de los dignatarios. Una de ellas tenía un asombroso parecido con el alcaide—. Y para que conste... tu hija tiene un culito muy caliente.
Ella dejó escapar un chillido excitado.
El rostro del alcaide se encendió de ira.
Los guardias le apretaron la soga de nuevo, estrangulando el resto de sus palabras.
La visión de Caillen se nubló al tiempo que le zumbaban los oídos. Oh, genial, mucho mejor estrangularle hasta la muerte.
 No.
Lo mantuvieron de rodillas y le inclinaron la cabeza sobre la cuña que había sido diseñada para mantener el cuello en su lugar hasta que la cuchilla cayera. Sin embargo, estaba ahogándose mientras los guardias se negaban a soltar la soga. Oyó un ruido fuerte, tal vez alguien gritando, pero no podía decir lo que era ni de dónde venía.
Casi había terminado.
Unos segundos más.
Solo déjate ir.
Relájate...          
Era demasiado luchador para eso. Trató de aferrarse a cada jadeo, a cada doloroso aliento. Pero la lucha era inútil cuando oyó un fuerte estruendo.
Al final, se hundió en la oscuridad.

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