Dos semanas después
Caillen ajustó el pequeño comunicador que estaba dentro de su oído para que nadie supiera que Darling y Maris le chivaban instrucciones sobre cómo comportarse. Mierda, realmente soy un niñato de cinco años...
Sólo no babees en la camisa. Al menos no mientras esté sobrio.
Por no hablar de que todavía se sentía como si se ahogara dentro de las pesadas capas de tela. Había intentado hablar con su padre para adaptar quinientos años de normas de vestuario de los Orczy, pero se negó. Por lo visto era una marca de honor parecer un bicho raro andante de diez toneladas.
Boggi no dejaba de observarle con una mirada de advertencia.
Oh, el deseo de hacer algún gesto obsceno era tan fuerte que no sabía cómo se contenía para no hacerlo.
Pero hoy no avergonzaría a su padre. Parecería y actuaría como un miembro de la realeza, aunque eso le matara.
Y muy bien podría ocurrir. Especialmente si su asesino decidía hacer algún movimiento mientras él tenía todo el cuerpo oprimido. Aunque, por otra parte, todo lo que tenía que hacer era tirar la ropa sobre el hombre. Seguro que sólo su peso lo aplastaría.
—No te preocupes, Cai. Estamos contigo.
Con tanto público y otros dignatarios cerca de él no podía contestar a las palabras de ánimo que Darling le dijo en la oreja. Su padre había ocupado una estancia oficial dividida por un portal para que él pudiera saludar a los gobernadores, embajadores, senadores y otros representantes territoriales de diversos planetas que conformaban el más alto rango de los Nueve Sistemas. La última vez que había visto tantos aristos en el mismo lugar, su cabeza estaba tres metros debajo de una cuchilla a punto de caer y matarle.
Sí, hoy se sentía exactamente de la misma manera. Pero al menos nadie había hecho ningún movimiento hacia su padre. Hasta ahora el asesino se mantenía oculto.
Cobarde bastardo.
Él aguantaba a la derecha de su padre, mientras que Boggi se mantenía a la izquierda para presentar a los hombres y mujeres que deseaban hablar con su padre. Las luces arrojaban un resplandor tan brillante que bañaban a todo el mundo con un efecto de halo. Sobre todo, hacían que las telas y joyas relucieran. Un ladrón de joyas se sentiría en el nirvana al ver todo esto.
Mientras que en las naves normales las mamparas eran habitualmente de un color gris soso, éstas se habían cubierto de una capa de oro para que brillaran tenuemente. Los sirvientes se mezclaban entre la élite con las bandejas de oro repletas de canapés de numerosos mundos y alcohol, lo que parecía ser una mala idea. Varias de las personas estaban bebiendo demasiado y hablando mucho sin inhibiciones.
Caillen observó rápidamente la cámara para hacer lo que siempre hacía en una multitud, buscar a alguien que quisiera matarle o atacarle. Pero no había ninguna amenaza visible. Por lo menos no todavía. Bueno, ninguna aparte de Darling y Maris, en un rincón lejano, riéndose de él por su postura con los pies juntos y las manos plegadas justo delante.
Qué gesto tan estúpido. Parecía estar colocado dentro de una caja en la estantería de una tienda de juguetes.
Hola, amigo, no tengo genitales y sólo puedo repetir tres frases programadas en mi chip.
—Esto te mata, ¿no? —A Darling se le escapó una malvada risita cuando interrumpió los pensamientos de Caillen.
Maris se le unió en la burla.
—Tengo que decir que sólo tú puedes hacer que ese traje tan llamativo parezca sexy. —Él ronroneó como un gato satisfecho que ojeaba al ratón que deseaba zamparse.
Caillen le soltó un bajo «ja» antes de pasarse la mano por el pelo y hacerles un disimulado gesto obsceno.
—Ah, que grosería. —Darling chasqueó la lengua—. Sigue así y abandono.
Maris se mofó.
—Habla por ti. Si eso es una invitación, sólo hazme una señal para ir a la parte trasera, nene. Así que no bromees conmigo, Cai, a menos que quieras probar mi abrazo de oso.
—¿No es cierto, Caillen?
La pregunta de su padre lo pilló desprevenido mientras cuatro pares de ojos le miraban expectantes. Mierda. ¿Qué habían dicho y quieres eran esa pareja de ancianos frente a él?
Por suerte, Darling había estado prestando atención.
—Son Ferryns. El embajador Torren y su esposa. Dí, sí. Absolutamente. Y sonríe como si quisieras llevártela a la cama.
No tenía ni idea del porqué esa última parte, pero hizo exactamente lo que le dijo Darling.
La anciana se ruborizó.
—Es usted muy amable, alteza. Es un placer conoceros. He oído sólo cosas maravillosas sobre usted.
¿En serio? Esa tenía que ser la primera vez. Definitivamente no había salido de la boca de Boggi.
De su tío, tampoco. De hecho, su tío había hecho todo lo posible para dejar atrás a Caillen. Pero como estaba convencido de que el asesino atacaría a su padre en la Cumbre, Caillen había insistido en permanecer a su lado.
—Bésale la mano —le dijo la voz de Darling.
Caillen obedeció. Ella se sonrojó aún más antes de que ambos se marcharan.
Su padre frunció el ceño.
—Pareces un poco preocupado. ¿Estás bien?
—Nada preocupado. Simplemente no estoy acostumbrado a tener tantos aristos a mi alrededor sin que revisen sus carteras o llamen para que me detengan.
Darling se sofocó en su oído.
—Me doy cuenta que has omitido las otras veces más peligrosas.
Caillen le lanzó una mirada furiosa.
Su padre le dio una palmada en la espalda.
—Lo estás haciendo muy bien, muchacho. Sabía que lo harías.
Sí... No se había meado en la alfombra todavía.
Pero otra copa de licor y podría.
Deseando estar en cualquier otra parte, Caillen se obligó a prestar más atención a lo que hacía a pesar de sentirse como un imbécil cursi en un traje de mal gusto.
Desideria estaba en el extremo más alejado de la guardia de su madre. Todavía tenía que ganarse una posición delante, pero estaba bien. Lo conseguiría en las próximas semanas. De eso no tenía ninguna duda. Sobre todo porque los otros miembros la trataban como alguien inferior por estar relacionada con su reina. Asumieron que su nombramiento se debía a favoritismo.
Como si su madre hubiera poseído alguna vez un gramo de eso. Adelante, burlaros de mí. Todo lo que tenían que hacer era alimentar su ira y volverla más decidida para desafiarlas una vez esto acabe. Lo único que le había impedido desafiarlas en las dos últimas semanas había sido su falta de experiencia con las funciones sociales. Porque hasta hace dos semanas se la consideraba una niña, que nunca había asistido a un acto como éste y prefería quedarse atrás para conseguir rodaje antes de tomar la iniciativa.
Pero antes de que finalizara el año, llegaría a ser jefe de la guardia y todas ellas la respetarían al ver que había alcanzado esa posición por sus habilidades y destrezas y no por sus lazos consanguíneos con la reina.
—Míralos —dijo su madre en la lengua materna con una sonrisa falsa a Pleba, una de sus guardias más antiguas—. Como pavos reales acicalándose, pero sin una polla entre ellos.
Desideria arqueó una ceja ante el insulto de su madre. Por desgracia, era cierto. Incluso los consortes mimados de su madre que eran extremadamente femeninos según los cánones de Qillaq eran mucho más masculinos que algo que Desideria hubiera visto desde que salió de su casa. Aunque ella nunca habría considerado a su padre afeminado, ahora entendía por qué sus amigos y familia eran tan duros hacia otros mundos como el de él.
Ellos simplemente no estaban a la altura. Era realmente aterrador. No es que ella estuviera interesada en buscar un amante, tenía que pasar un año como adulta antes que le estuviera permitido tener uno y sólo si ella se ganaba el derecho en el combate.
Definitivamente no era algo que le interesara en este momento. Tenía muchas más cosas en la cabeza que no tenían nada que ver con la especie masculina.
El sexo podría esperar. Los hombres estaban bien, pero nada...
Sus pensamientos se disolvieron cuando al rodear una esquina se detuvo pasmada.
Oh. Dios. Mío.
Sin aliento, todo lo que pudo hacer fue mirar fijamente a lo último que esperaba encontrar a bordo de esta nave.
Un total dios masculino...
Era sin duda el hombre más refinado que había visto en su vida y no era la única que pensaba así. Todas las mujeres en la estancia le lanzaban miradas llenas de lujuria mientras él permanecía ajeno a sus sofocos. Varios grupos de mujeres que se mantenían apartados, hacían comentarios lujuriosos acerca de lo que les gustaría hacerle y cómo.
Pero no era sólo su aspecto lo que le llamó la atención. Fue la fuerza de su presencia. A pesar de que estaba cubierto por muchas túnicas pesadas que ocultaban del todo la forma de su cuerpo, mantenía el peso del cuerpo sobre una pierna, cabeza baja, ojos intensos...
La postura de un soldado.
Más que eso era la expresión fría en su rostro mientras sus ojos recorrían la multitud. Afilada. Alerta.
Depredador. Era obvio que estaba evaluando a todo el mundo en la sala como una amenaza potencial. Un aura de asesino letal le rodeaba, alertándoles a todos que él sólo golpearía una vez y sería mortal cuando lo hiciera.
Un escalofrío le recorrió la espina dorsal cuando se le aceleraron los latidos del corazón con una feroz oleada de adrenalina.
Era absolutamente magnífico. Corto pelo negro enmarcando un rostro tan delicioso que era difícil no mirarlo. Sintió como un extraño temblor la atravesaba.
Y cuando los ojos oscuros se encontraron con los suyos, sintió un escalofrío de reconocimiento que se le puso la piel de gallina a todo lo largo del cuerpo.
Oh, sí... Por eso, ella estaría dispuesta a luchar e incluso más.
—¡Caillen! Relaja la cara. Estás asustando a los invitados.
Caillen parpadeó cuando la voz de Darling en el oído lo sobresaltó. Su amigo tenía razón. Tenía ese profundo e intenso cejo que llevaba como una armadura cerca del gentío indeseado que rondaba por sus habituales sitios de reunión. Era su defecto básico cada vez que salía de casa o se sentía incómodo con su entorno. Parece rudo y nadie se meterá contigo.
Parece homicida y te evitarán por completo.
Lo que no era nada bueno cerca de la multitud de vejestorios que rodeaban a su padre. Tendría suerte si a alguno de ellos no le daba un infarto y lo demandaban.
—Ahora pareces flipado con una sobredosis de antidepre.
Caillen suspiró. Esto era una batalla perdida. Al menos eso era lo que pensaba hasta que sintió un hormigueo familiar advirtiéndole que alguien lo estaba observando.
Un barrido rápido para ponerse al corriente...
Oh, sí. Eso te alegrará el día. Ella era exquisita. Vestida con un ajustado, y quería decir a-j-u-s-t-a-d-o traje de combate de cuero color vino que estaba adornado con algún tipo de designación militar, sus curvas exuberantes le hicieron la boca agua. Su cabello oscuro estaba alisado hacia atrás de su rostro exótico y enrollado en un moño severo en la nuca. Era difícil para una mujer quedar bien con un peinado tan regio, pero lo llevaba bien y le hizo preguntarse cuánto mejor se vería desnuda, con ese pelo cayéndole suelto sobre los hombros.
Su piel era de un color leonado intenso y tan suave que ansió saborearla. Pero fueron los labios los que le gritaban. Un arco perfecto que le rogaba ser inflamado por sus besos. Sí, él podría imaginarse la sensación de sus uñas sobre la carne, clavándose profundamente, su cabeza hacia atrás mientras él…
La voz de Darling fue afilada con una amonestación.
—Mantén la bragueta cerrada, Cai. Ella está fuera de los límites.
Maldita sea.
—En serio, Caillen —añadió Maris—. Olvídalo, hombre. Es Qillaq.
Él hizo una mueca de disgusto. Ah mierda. Eso no estaba bien. Las Qills eran la peor clase de odia-hombres y manipuladoras que alguna vez hayan nacido. Por lo que había oído, habían sido normales hasta hace unos doscientos años, cuando la guerra había exterminado a gran parte de la población y prácticamente la totalidad de los hombres. Las mujeres que sobrevivieron básicamente habían bombardeado a sus enemigos hasta el límite y después tomaron bastantes de los hombres enemigos como esclavos para repoblar su planeta. La siguiente generación se propuso criar a los hombres y mujeres tan feroces para que nunca más fueran derrotados por otro ejército. De hecho, las artes marciales y la ley eran la piedra angular de toda su civilización.
Se mantenían independientes y rara vez se aventuraban en la política de otros planetas. Si bien tenían algunos hombres en el gobierno, era raro. Sus hombres estaban reservados para ser soldados y mantenerlos como reproductores.
Bueno, no me importaría que me mantuviera por una o dos noches.
Sin embargo, sabía que no era cierto. Tan deliciosa como era, él odiaba que cualquier mujer sintiera la necesidad de controlarle. Demasiados años viviendo con tres hermanas agobiantes que pasaron de ser su madre a sus guardianas y le dejaron un mal sabor de boca cuando se trataba de mujeres de ese tipo. No se sentía amenazado por mujeres fuertes. Las prefería. Pero no quería que trataran de dirigirle la vida ni que le ataran corta la cuerda. Mientras ellas tuvieran las miras puestas en otros, a él ya le estaba bien. Cuando ellas decidían que necesitaba ayuda para cortarse la comida…
Él quería sangre.
Lástima. Porque esa mujer tenía una buena pieza de culo con la que no le importaría pasar algunas horas.
Pero no era tan tonto como para perseguir algo que sabía que lo volvería loco. Había ido por ese camino demasiadas veces. Así que en lugar de eso, le ofreció una sonrisa a la gatita de edad avanzada que le estaba devorando como el último filete en su perrera.
Socorro…
Desideria sintió como una sombra caía sobre ella. Parpadeando, se centró en la mirada enojada de su madre.
—¿Ahora te esperamos a ti? ¿Me perdí el comunicado anunciando tu nombramiento como reina?
El calor le picó el rostro al darse cuenta que se había detenido por completo para observar al atractivo hombre de la esquina. No puedo creer que sea tan estúpida.
Aunque él era fascinante e irresistible. Como puso de manifiesto la senadora que le deslizaba la mano por el pecho mientras él intentaba hablar con ella.
—Perdonadme, mi reina. Me pareció ver algo.
—Parecías estar en las nubes, Desideria. ¿Me he equivocado al ascenderte?
Esas palabras le golpearon como un chorro de agua helada y consiguieron apagarle todo el deseo.
—No, señora.
La mirada furiosa de su madre se intensificó.
—Entonces será mejor que prestes atención o te encontrarás de vuelta a casa en el próximo transbordador.
Qué vergüenza. Eso haría a sus hermanas y su tía delirantemente felices.
Desideria quiso esconderse en un agujero al ver las sonrisas sarcásticas de los otros miembros de la guardia. Para ellos esto acababa de confirmarles que ella no pertenecía aquí.
¿Y por qué? ¿Un hombre sin nombre? Sí que era sexy y ardiente, pero él no valía su carrera o su reputación. Ningún hombre lo valía.
Ella quería morirse de vergüenza. No importa lo que costara, no podía dejarse distraer de nuevo. No podía permitirlo. Situándose detrás de su madre, ella les siguió fuera de la cámara, decidida a no prestar atención a nadie más, hombre o mujer.
Ni siquiera si estaban ardiendo y corriendo en círculos diciendo ser el diablo.
Sin embargo, ella no pudo resistir una rápida mirada atrás antes de irse. Al mismo tiempo que ella lo miró, él la miró y sus miradas se quedaron fijas.
Una esquina de su boca se curvó en la sonrisa más seductora y sin embargo extrañamente burlona que ella había visto nunca. Era como si él tuviera un secreto y la invitara a escucharlo. Y maldita sea si no quería acercarse a él y preguntarle lo que era.
He perdido la cabeza.
Si ella no conseguía ponerla en su lugar, donde pertenecía, perdería su trabajo y el poco respeto que había logrado arrancar al duro corazón de su madre.
Nada valía la pena. Nada.
Rompiendo esa conexión temporal con él, salió de la cámara.
Caillen sintió un aleteo de decepción cuando la desconocida Qill se había ido. No tenía ni idea de por qué. Ella no era su tipo. En absoluto.
Sí, pero al menos con ella no se aburriría. Con las mujeres mimadas de su alrededor, lo haría. Sí, eran inteligentes y hermosas. Pero no tenían ni idea de cómo era el mundo real y se encontró que no sólo eran aborrecibles e irresponsables las personas que hacían las leyes que regían a todo el mundo, si no también ingenuos. Se tomaban una carrera tranquila y una educación demasiado cara como una experiencia mundana. En su existencia, lo mundano significaba poder reunir un puñado de habichuelas para hacer diez comidas que alimentaran a cuatro personas. Poder reparar tu casa y mantener una nave con pocas piezas de repuesto a un coste mínimo.
Esta gente creía saber lo que eran los problemas pero estaban tan perdidos como una criatura de tres años que lloraba por un juguete roto, porque para ellos eso era el fin del mundo. Nunca les había tocado la realidad verdadera. No de verdad. Su dinero les aislaba detrás de un muro de protección que mantenía todo lo malo fuera.
No tener unos padres amorosos ni entrar en la escuela correcta ni tener el nivel más alto en el trabajo no era una tragedia. Consideraba una maldita vergüenza que los padres egoístas no dieran cabida en sus corazones a sus demasiado mimados hijos, pero no era la catástrofe que ellos pretendían. La tragedia era ver morir a un ser querido porque no podías pagar un día más de estancia en el hospital después de quedarte en la calle y sin hogar tratando de pagar su tratamiento, o conocer gente que había vendido sus cuerpos sólo para comer cada dos semanas. Era tener que enterrar a tus padres antes de los diez años y luego tener que pagar el alquiler. Tener que vender sangre para pagar el medicamento que tu hermana necesita para tratar su enfermedad incurable que la mataría si no lo hiciera. Pasarse los días sin comer para que la misma hermana pudiera visitar al médico con semanas de retraso y esperar que éste aceptara un pago a cuenta y no te echara a la calle a patadas frente a una sala de espera llena de gente.
Esos eran verdaderos horrores. No poder comprar la pintura que «amas» porque alguien te dijo que no era la mejor. Para la gente de su alrededor, esto último era una tragedia de proporciones épicas.
No pertenezco aquí.
Honestamente, no quería pertenecer.
Con el estómago revuelto, se aclaró la garganta para llamar la atención de su padre.
Su padre lo miró expectante y le golpeó con un puño en el abdomen. Si bien lo conocía hacía sólo unos meses, había aprendido a quererlo y respetarlo, a pesar del mundo en el que vivía. El hombre se preocupaba por él y no quería decepcionarle.
Pero esto...
Necesitaba un descanso.
—No me siento bien…
—¿Estás bien? —La preocupación en los ojos de su padre le revolvió aún más el estómago.
—Lo estaré. ¿Podrías excusarme? —Odiaba sonar así. En su mundo, el intercambio habría sido completamente diferente... Oye, papá, creo que voy a vomitar. Voy a la piltra a echar una sobada, ¿vale?
Sin embargo, tanto su padre como Boggi se desmayarían si dijera eso en voz alta delante de ese grupo.
Su padre le hizo un gesto al guardaespaldas.
—Tómate tu tiempo. Por favor, hazme saber si al final podrás venir a cenar para informar a los demás.
—Sí, señor. —Caillen se dio la vuelta y se alejó de la multitud con ese guardia molesto detrás de él. Como si él necesitara la ayuda de alguien para protegerse. ¿Quieres limpiarme la barbilla ya puestos?
Darling y Maris se reunieron con él en el pasillo.
—¿Estás bien? —Darling frunció el ceño—. Pareces a punto de echar la pota.
Por lo menos Darling usaba un lenguaje auténtico.
—¿Cómo eres tan normal viniendo de esta mierda?
Darling le dio una sonrisa de medio lado.
—Mis amigos temerarios. Os debo toda mi cordura chicos.
Sí, y eso que Darling no mencionó la doble vida que llevaba. Para todos los presentes era un miembro de la realeza. Para sus amigos, era un renegado buscado que protegía a víctimas inocentes elegidas por la Liga. Uno que tenía un precio astronómico por su cabeza.
Caillen miró a Maris de arriba abajo.
—Sé que tú no eres normal.
Maris se echó a reír.
—En realidad me gusta la pompa y el decoro. Me resulta refrescante este civismo en un universo donde la gente normalmente se mata unos a otros para lucrarse.
—Sí, pero en caso de que no lo hayas notado, todo este civismo es una farsa.
Maris arqueó una ceja arrogante.
—Una farsa es enviar flores a alguien y luego dispararle a la cara cuando abre la puerta. Es sonreírle a alguien mientras escuchas con simpatía sus problemas pretendiendo ser su mejor amigo y luego le apuñalas por la espalda. Coger información obtenida confidencialmente y ponerla en su contra. Exponer a todo el mundo sus secretos personales sólo por pura maldad y crueldad. O peor aún, mentir sobre ellos después que no han hecho otra cosa que tratar de ayudarte porque estás celoso y sabes que nunca podrás conseguir lo que tienen.
Maris señaló con el pulgar por encima del hombro a la gente que habían dejado atrás.
»Todo el mundo sabe que los aristos sólo piensan en sí mismos y son implacables. No fingen preocuparse por ti y no les contarás nada que no quieras que se haga público. Vamos al grano. Sin embargo, todavía nos respetamos mutuamente y todas las maquinaciones políticas siguen adelante. Es traición honesta en mi opinión. Nadie se sorprende cuando un senador dispara a otro. Ni si un emperador ordena la muerte de su rival. Sin embargo, la gente siempre se sorprende cuando su mejor amigo habla de ellos a sus espaldas o trata de arruinarlos por la única razón de celos mezquinos o pura malicia.
Ahora Caillen estaba de verdad asustado al darse cuenta que Maris tenía razón.
—Tú sí que sabes la manera de joderme, al darle sentido a todo. Sólo tú podrías darle esa perspectiva.
Maris se encogió de hombros.
—Todo es cuestión de perspectiva, amigo mío. Eso y la capacidad de esquivar rápido la mierda que la vida te lanza.
Caillen se rió por su vuelta inesperada al entrar en la cabina y su guardia se quedó en el pasillo. No era propio de Maris que hablara de esa manera.
—Creo que al final le hemos corrompido, Darling.
Antes de que Maris pudiera responder, Darling le interrumpió.
—¿Quieres que nos quedemos o necesitas algo de tiempo a solas?
—Necesito algo de tiempo.
Darling le dio una palmadita compasiva en el hombro.
—Se hará más fácil. Te lo juro.
Caillen no se lo creyó ni por un segundo. Pero apreciaba el gesto. Además, si alguien sabía llevar una doble vida, ese era Darling.
—Gracias.
Esperó hasta que se fueron antes de arrancarse las túnicas y lanzarlas en un montón a sus pies. Tuvo el deseo infantil de patearlas. ¿Y la parte más triste? Esas malditas cosas costaban tanto como su nave y les habrían alimentado a él y a sus hermanas durante seis años en el pasado.
Rastrillando sus manos por el pelo, se dirigió al armario donde había escondido en reserva su mochila. Negra y usada, había sido su manta de seguridad durante años. Un dispositivo para cada ocasión. Era su saco mágico que le había visto pasar por muchas pruebas descabelladas.
Sonrió cuando la abrió y revolvió las cosas que pertenecían a su pasado. Armas, alimentos deshidratados, vestimenta...
Y por último...
—Aquí estás. —Sacó su antiguo enlace y lo acunó en la palma. Esto era lo que necesitaba...
Intercambiándolo por el que llevaba en la oreja, llamó a su hermana. Todavía estaba enfadado con Shahara y las otras por no decirle nunca que era adoptado, aunque lo entendía.
Para ellas era familia. No importaba cómo había sucedido. En el momento en que su padre se presentó con él en brazos, las tres le recibieron con el corazón abierto y nunca miraron atrás.
—¿Cai? —Shahara tenía una voz profunda y ronca para una mujer, lo que había sido genial cuando era niño porque no pudo gritarle con un tono chillón, a diferencia de Kasen y Tess—. ¿Eres tú, cariño? ¡Te he echado tanto de menos! ¿Por qué no me has llamado para ponerme al corriente de lo que pasa en tu nueva vida?
Él sonrió ante el afecto que sólo su hermana mayor podría mostrarle.
—Hola. He estado ocupadísimo con todas… las cosas con las que mi padre me ha estado asfixiando. Y a ti, ¿cómo te va?
—Nada importante. —Una respuesta escueta que rápidamente provocó que su voz bajara dos octavas—. Dime qué pasa.
Se humedeció los labios cuando las tripas se le apretaron aún más ante el sonido de su dulce voz en el oído. Dioses, cómo la añoraba.
—¿Quién dice que pase algo?
—Querido, te conozco. Lo sé por tu tono. Estás triste y dolido. ¿Qué pasa, cariño? ¿Necesitas que vaya y mate a alguien por ti?
Sonrió por la amenaza segura de su hermana. Como una ex cazarrecompensas, probablemente habría matado a más gente que él.
—No necesito que luches mis batallas. Sólo quería escuchar una voz amiga.
Sonó como si ella estuviera abriendo algo al final de la línea.
—Sabes que siempre estamos a tu disposición.
—Igualmente.
Era maravilloso saber que a pesar de que ella estaba en el otro lado del universo, lucharía hasta la muerte por él. Podía ver una imagen perfecta de cómo era en su mente. Su largo cabello rojo y ojos dorados que siempre rebosaban amor maternal cuando le miraban. Ella probablemente llevaría un lado del cabello retirado detrás de la oreja y mantendría una mano levantada cerca de su enlace. No había razón para ello, sólo una extraña manía que ella tenía. Y probablemente llevaría un vestido fluido dándole una apariencia suave y tierna. Una completa contradicción para una mujer que podría eliminar a la peor escoria del universo que alguna vez escupió el infierno.
—¿Vas a hablar conmigo o seguirás respirando en mi oído? —preguntó.
—Me gusta respirar en tu oído.
—Estás enfermo, Cai. Creí que te había criado mejor.
Normalmente lo hubiera encontrado divertido, pero no en este momento. Ahora mismo, le hirieron.
—No lo hagas.
—¿Hacer qué?
—Encontrarme fallos. Sé que estás bromeando. Pero no quiero oír cómo te quejas de mí, ¿de acuerdo?
—Decidido. Estoy oficialmente preocupada. ¿Tengo que ir a buscarte?
—¿Alguna vez creceré para ti? Ya no soy un niño, Shay.
—Sé que no lo eres. Eres el único ser humano en mi vida, aparte de mi marido, en quien he podido confiar. Y no soporto oírte molesto. Me dan ganas de hacerle daño a alguien. Te quiero, Caillen. Quiero que lo sepas.
Él sujetó esas palabras como un salvavidas.
—Yo también te quiero.
Entonces oyó a Syn en el fondo.
—Tengo sus coordenadas. Podríamos llegar allí en dos horas. ¿Quieres que le ponga combustible a la nave?
Eso consiguió hacerle reír.
—Dile a tu marido loco-de-atar que no necesito su ayuda. Si tan sólo veo su sombra, yo mismo le pegaré un tiro —Era muy bueno tener una conversación sin pretensiones ni preocuparse por el vocabulario, sintaxis o la enunciación—. No os entretengo más, chicos. Sólo quería saber cómo estabais.
—Bien. —Su tono era reservado y por eso supo que todavía estaba preocupada por él—. Cuídate y recuerda que sólo estoy a una llamada de distancia cuando me necesites. Y si cambias de opinión, mi marido loco-de-atar puede llevarme en dos horas.
—Gracias. —Sacudió la cabeza mientras presionaba el botón de apagado del enlace. Él colgó y suspiró mientras todavía mantenía una sonrisa divertida en la comisura de los labios por sus últimas palabras.
¿Cómo se había vuelto su vida tan complicada? Hubo muchas ocasiones en el pasado que quiso morir en la cuneta y dejar que el universo se llevara su alma. Momentos en que la basura con la que tenía que tratar había caído sobre él con una furia tan sucia que lo había dejado temporalmente amargado.
Esto no era nada como esas otras veces y, sin embargo se sentía tan derrotado. Perdido.
Herido.
No podía explicar las emociones que le hacían trizas. Estaban ahí, despedazando su confianza. Haciéndole desear que su padre nunca le hubiera encontrado.
Basta de lloriqueos. Maldición, Cai, te estás convirtiendo en un aristos. Arg, ¿qué pasa conmigo?
Este no era él. Tenía dinero y poder. No le pasaba nada, excepto estupidez.
Como no quería pensar más en ello, cerró la mochila, y se estiró en el sofá para mirar por la ventanilla las estrellas que le habían guiado, protegido y calmado todos los días de su vida adulta. Lo que daría por estar de vuelta en su nave, haciendo una carrera mortal a través de un sector hostil...
Pero mientras las miraba, sus pensamientos se quedaron en blanco y una imagen le asaltó la mente de algún lugar que ni siquiera podía comenzar a comprender.
Era la visión de una Qill de cabello oscuro con un andar descarado que le decía que antes le pateaba el culo que besarle los labios. La verdad, a él no le importaría lo primero si podía conseguir lo último.
Sí.
Soy un bastardo gravemente enfermo. No tenía ni idea de por qué le atraía, pero al final, sólo sabía una cosa.
Iba a volverse estúpido por ella y definitivamente conseguiría meterle en un mundo de dolor.
Algunas tentaciones eran más de lo que un simple mortal podía rechazar y ella era la más grande con la que se había cruzado. Sí, la próxima vez que se vieran, sin duda la dejaría que le llevara por el mal camino.
Desideria entró en la suite de los aposentos para buscar la medicina para la migraña de su madre. Una migraña que su madre juraba era provocada por estar rodeada de hombres que no tenían nada entre las piernas.
Llegó a la mesita de noche y buscó entre varias botellas hasta que encontró la correcta. Al cerrar el cajón, la pequeña botella resbaló de su mano.
—Genial —murmuró. Tenía un caso grave de retención de líquidos desde que se había despertado. Sin duda era por los nervios y el hecho…
Mierda, la botella rodó por debajo de la cama hacia el otro lado, fuera del alcance de la mano. Ella se agachó para recogerla y entonces se congeló en el momento en que su cabeza estuvo cerca del conducto de ventilación que corría por debajo de la cama. Oyó una voz débil diciendo la cosa más chocante que había oído en su vida.
—Sarra estará muerta antes de que deje esta nave. Si liquidas a Desideria en el proceso, mucho mejor. Incluso estoy dispuesta a convertirla en héroe nacional que murió valientemente al intentar salvar a su madre si puedes entregarme las dos cabezas.
—Es más difícil de lo que pensaba. Hay cámaras y seguridad en todas partes.
—¿Me estás diciendo que eres demasiado incompetente para esquivarlas?
—Nunca.
—Entonces, te sugiero que empieces. Cuanto antes termines, mejor para todos nosotros.
—Cuenta con ello.
—Bien, porque si en la siguiente transmisión no se da la noticia que están muertas, habrá otra sobre cómo cierto individuo tuvo un percance y fue lanzado por una esclusa.
Desideria retrocedió con el corazón martilleándole. Alguien iba a matar a su madre...
Su propia vida no le importaba. Bueno, no era del todo cierto. Ella no quería morir, pero su vida era insignificante en comparación con la de su madre. Como parte de la guardia, había hecho el juramento de rendir su vida para proteger a la reina. Si fallaba en mantener con vida a su madre, también perdería la suya.
Todos los miembros de la guardia serían ejecutados si la reina moría asesinada durante su vigilancia.
Tenía que advertir a su madre antes de que fuera demasiado tarde. Acercándose más, trató de escuchar algo de su complot, pero las voces eran demasiado débiles. Amortiguadas, como si se percataran que alguien podría estar escuchando.
Desideria se acercó más a la rejilla de ventilación...
Ahora ya no se oía ninguna voz.
Maldita sea.
Agarrando la medicina, rápidamente se dirigió de nuevo a la cubierta de proa de la nave donde su madre estaba hablando con Pleba mientras que los otros aristos pululaban cerca de ellas. No sabía por qué, pero las vestiduras de colores brillantes le recordaban a las aves acicalándose con el pico unas a otras.
A excepción de su madre, que estaba vestida de color marrón oscuro y negro. Las Qillaqs creían que el cuerpo era una obra de arte y debía ser exhibida y apreciada. ¿Por qué trabajar tanto para perfeccionar algo que vas a esconder debajo de capas de tela? Por eso el traje de su madre estaba formado por tiras de cuero que apenas cubría las partes de su cuerpo que otras razas encontraba vulgar ser expuestas.
Aun así, Desideria era muy conservadora en comparación con el resto de su grupo. Aunque se enorgullecía de su cuerpo, seguía sintiéndose tímida haciendo alarde de él. Tenía una buena musculatura, pero en comparación con las otras mujeres de su familia, era más bien corpulenta y añadido a los muchos años que tanto su madre como sus hermanas insultaran su peso la habían cohibido sobre mostrar demasiado no fuera que empezaran a meterse con ella otra vez.
Su madre se detuvo cuando vio acercarse a Desideria. Ella tendió la mano por el medicamento en un gesto imperioso que la irritó.
Desideria vaciló.
—¿Puedo hablar con usted, mi reina?
—Habla.
Pasó la mirada sobre la guardia, tomando nota mental de quien faltaba.
—¿Dónde están Xene y Via? —Una u ambas podían ser la débil voz femenina que había escuchado a través de la rejilla de ventilación. A nadie más se le permitiría acercarse lo suficiente para matar a su madre.
—Tuvieron que ir al baño. ¿Te gustaría unirte a ellas? —Ella mantuvo la mano extendida—. Mi medicina.
—Madre…
Su madre se aclaró la garganta fuertemente por el uso familiar del título que Desideria tenía prohibido cuando estaban en público.
Ella apretó los dientes en señal de frustración.
—Os pido perdón, mi reina, pero mis noticias son sumamente importantes.
—Entonces, habla y dame mi medicina para aliviar el dolor de cabeza en lugar de agravarlo.
—Yo... —Ella se mordió el labio con indecisión. ¿Y si el asesino no estaba trabajando solo? Otro miembro de la guardia podría muy bien estar involucrado. En este momento, no se atrevía a confiar en nadie hasta que averiguara dónde estaban sus verdaderas lealtades—. Es de carácter privado.
—No hay secretos para mi guardia. Lo sabes.
¿Por qué su madre era tan ridículamente testaruda? ¿Era para evitar que las demás pensaran que sentía favoritismo hacia su hija? ¿O simplemente que su madre era estúpida?
Desideria debatía qué hacer. Al final, tendría que hablar. Cuanto más tiempo se mantuviera en silencio, más cerca podría llegar el asesino para atacar. Tomando una profunda respiración, le entregó la botella a su madre y le dijo lo que había oído.
—Tengo razones para temer por su seguridad.
Su madre se quedó completamente inmóvil, y luego se rió.
—¿Mientras estamos aquí? Por favor. Sé que quieres demostrar tu valía. Pero no hay ninguna amenaza a menos que quieran matarme de aburrimiento.
Varias de las guardias se echaron a reír.
Desideria se sintió humillada por el rechazo brutal de su madre.
Peria, jefe de la guardia, dio un paso adelante.
—¿Por qué no te tomas un pequeño descanso, muchacha?
Y Desideria podría en verdad haber pasado de esa bofetada. Honestamente, quería llorar, pero no iba a darles esa satisfacción.
—Oí por casualidad un complot para matarla.
Eso al menos llamó la atención de su madre.
Hasta que ella se echó a reír otra vez.
—No seas tonta, hija. Aquí nadie tiene las pelotas para venir tras de mí. Ahora tómate un descanso y déjanos.
Desideria estaba mortificada mientras reunía la poca dignidad que pudo encontrar y se alejó, oyéndoles reírse de ella.
—¿Un atentado en la Cumbre? —El tono burlón de Peria hizo que una oleada de náuseas le recorriera el cuerpo—. ¿En serio? ¿En qué estaría ella pensando?
—Tal vez me precipité al ascenderla tan pronto. —Suspiró su madre—. Tenía tantas ambiciones para ella. Oh, bueno. Sólo espero que Narcissa y Gwenela no resulten ser unas decepciones también. Nunca debí haber engendrado con su padre. Eso pasa por querer añadir a nuestro linaje a alguien de fuera de nuestro mundo. Debería haberlo pensado mejor.
Esas palabras fueron como una patada en su intestino. Te odio, perra santurrona. Bueno, no odiaba a su madre. No de verdad. Se sentía herida y quería atacar.
Ya era bastante malo cuando otras personas se burlaban de ella. Pero cuando lo hacía su madre, era mucho peor. Lo único que quería era que su madre se sintiera orgullosa de ella. ¿Por qué era una tarea tan imposible?
¿Cómo voy a mirar a los demás alguna vez?
Ninguno de ellos la respetaba en este momento. Pensaban que era una inepta.
Peor aún, pensaban que era débil.
Perdida en sus pensamientos, no se dio cuenta por dónde iba, hasta que chocó con una pared sólida. Al menos eso fue lo que pensó hasta que se percató que era un hombre.
Un hombre, enorme y poderoso, con un cuerpo tan duro como el granito.
Jadeando, levantó la vista y se congeló.
Unos ojos marrones oscuros resplandecían con calor mientras una sonrisa lenta se extendía por la cara del varón devastador que había visto hace un rato. Y su colisión echó por el suelo cualquier especulación sobre el cuerpo oculto por las ropas voluminosas. Él era tan escultural como cualquier guerrero que había visto nunca.
La luz bromista de sus ojos se desvaneció por una mirada de profunda preocupación.
—¿Estás bien?
Era difícil pensar en una respuesta cuando el agradable aroma masculino le espesaba la cabeza y los ojos la cautivaban de esa manera. Oh, era magnífico.
—Bien.
Su inteligente mirada se agudizó.
—No pareces estar bien… quiero decir ESTÁS BIEN, pero algo te molesta. ¿Puedo hacer algo para ayudar?
Odiaba ser como un libro abierto para cualquiera. Genial. Simplemente genial. Ahora soy humillada por extraños también. Eso ya era el colmo.
—Tienes razón. Tú me molestas. Ahora sal de mi camino.
Su tono fue más cortante de lo que pretendía, pero no pudo controlar su ira debido a su propia estupidez y vergüenza.
Él levantó las manos y se apartó para dejarla pasar.
—Perdón por tratar de ayudar.
Desideria dio tres pasos y, luego se volvió a pedirle disculpas por su rudeza.
Él ya se había ido.
Extraño. Y rápido, por no mencionar sigiloso. No le habría creído capaz de moverse así, especialmente envuelto en todo ese material.
A una parte de ella le jorobaba haber sido tan ruda con él. Él no se lo merecía. Ella odiaba cada vez que se enojaba con la persona equivocada, como su madre siempre hacía. Y aquí, había abofeteado a alguien que sólo estaba tratando de ser amable.
—Éste no es mi día.
En este momento, lo que realmente quería era meterse debajo de algo y morir.
Morir...
Ella le había espetado a su madre lo que oyó por casualidad. Si quienquiera que fuera el asesino había captado esas palabras...
Morir era una posibilidad muy real. Mierda... ¿Qué había hecho? Sus acciones podrían muy bien haber precipitado las cosas. Tengo que descubrir quién es. Inmediatamente.
Porque si no, ambas morirían.
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