miércoles, 14 de marzo de 2012

INV cap 17

—¿Que quieres que haga qué? ¿Es que te has metido una dosis extra de estupidez por el esfínter hasta morir?
Enojado y ofendido, Nick se cruzó los brazos sobre el pecho mientras se enfrentaba a Caleb en su destartalado piso. Aunque estaban los dos solos, ya había tenido suficiente de la actitud del demonio por un día.
¿Qué pasaba con él? Desde que Nick había sido atacado en la escuela, Caleb había sido diferente con él. Sentía como si el demonio odiara el mismo aire que respiraba. Nick no era el que tenía un problema. Lo tenía Caleb.
—Necesitamos saber con lo que estamos tratando, Caleb. De lo contrario, no te pediría que hicieras esto.
Caleb le gruñó.
—Con lo que estás tratando es con un demonio seriamente cabreado que sigue preguntándose por qué está jugándose el cuello por un idiota como tú. Estoy cansado, Nick. ¿No lo pillaste en nuestra discusión anterior?
—Pensé que lo que tuvimos fue una pelea.
—No, esto es el infierno —se burló—, y yo estoy atrapado en él. Y estoy harto de ti. ¿Me oyes? ¿Por qué no luchas tus propias batallas? Quieres información, mueve tu perezoso culo y ve a buscarla.
Deseando tener la fuerza para enfrentarse a él y no acabar con las tripas colgando, Nick se sorprendió ante su así llamado protector, quien de pronto se había convertido en un mal cruce entre abucheador y padre abusivo.
—Y piensas que me he metido algo por el…
—Aléjate de él, Nick.
Nick abrió los ojos como platos cuando Caleb se manifestó al lado de… Caleb.
Los dos estaban plantados uno al lado del otro en frente de su dormitorio improvisado. Misma altura. Mismo pelo. Mismos ojos. Misma ropa negra y curvados labios. La única diferencia era que el recién llegado parecía sufrir mucho dolor.
Y sangraba por la comisura de la boca.
Ah sí, esto era como esa escena en Terminator 2 cuando el malvado cyborg de cromo toma el control del guardia de seguridad bueno.
Salvo que el auténtico Caleb no era por lo general todo cálido y esponjoso. Algo que les hacía aún más difícil de diferenciar.
—¿Quién de vosotros es real? —preguntó Nick.
—Uno cojea, tonto —Simi relampagueó al lado de Nick y se apoyó en su hombro—. ¿No puedes ver la diferencia entre el Malphas lindo y el falso jodidamente feo?
En realidad no. Si Caleb no estuviera cojeando y sangrando, no tendría ni idea.
Nick frunció el ceño.
—¿Qué está pasando?
Con su pelo púrpura brillante, haciendo juego con su lápiz de labios, recogido en coletas, Simi dejó escapar un sonido adorable imposible de describir.
—Esos demonios desagradables lo han hecho para encontrarte. O algo así. Mira, hay una gran recompensa por tu cabeza —se pasó la mano por el pelo para enfatizar sus palabras—. Y si algunos de esos ruines pueden encontrarte, te llevarán para que su señor se coma tu cerebro, y así conseguir ser puestos en libertad. Así que ganan las dos partes. Bueno, tú no porque probablemente te dolería si se comen tu cerebro. Aunque Simi está bastante segura que te matarían primero. —Hizo una pausa para pensar en ello con una expresión extrañamente bonita—. Por otra parte, algunos no lo hacen, porque les gusta el sonido de los gritos mientras mueren. Me pregunto si los cerebros gritan. Hmm... Simi ve llegar una expulsión. No ex...
—¿Perimento?
—Esa es la palabra —sonriendo, ella le tocó la punta de la nariz—. Experimento. Gracias, akri‑Nicky. Es bueno que uses el cerebro, mientras todavía tienes uno. Simi está muy orgullosa de ti.
—No me ayudas con mi miedo, Simi.
—Oh —le sonrió—. Lo siento. Simi guardará silencio. Hasta que sea el momento de ya no estar silenciosa. Silencio. Me gusta esa palabra. ¿Has notado que algunas palabras son muy bonitas de decir? —Sonrió como una muñeca hermosa—. Simi silenciosa. —Su rostro se quedó en blanco mientras se tocaba con el dedo índice su labio inferior y frunció los labios—. Oh, espera, no. A Simi no le gusta la forma en que suena eso en absoluto. ¡Bla! Una Simi silenciosa no es una buena cosa.
—¿Sim? —gruñó Caleb—. ¿Una mano, por favor? —El Caleb bueno estaba atrapado en una llave por el otro Caleb.
Nick se adelantó.
El Caleb bueno extendió la mano y lo detuvo.
—No te lastimes.
—Me siento como un yo‑yo.
—Es mejor que lo que siento yo, amigo. Confía en mí.
El Caleb malo se retiró en el momento que Simi entró en la refriega. Se encaminó hacia la puerta, pero Simi lanzó la mano y envolvió lo que parecía ser una cuerda pegajosa a su alrededor. Le hizo tambalear hacia ella como un pescador listo para un filete de pez espada.
—Oh, no —dijo Simi—. No podemos permitirlo. ¿A dónde vas, señor Pantalones‑Malvados? Tú no hieres a la gente y después huyes. Eso es de mala educación. —Se volvió para mirar a Caleb—. ¿Puede Simi hacerle barbacoa, o está en la lista de comidas de “No Simi”?
Caleb miró con frialdad al demonio.
Bon appetit, cariño.
Esta vez, cuando Simi sonrió, Nick vio que tenía los dientes serrados y afilados. Con un grito de placer, ella se desvaneció con el demonio a cuestas.
Nick parpadeó varias veces mientras trataba de digerir todo lo que estaba sucediendo.
—Simi es un demonio.
—Sí.
Simi era un demonio. Él se lo repetía en la cabeza.
Bueno, sin duda eso explicaba mucho de su rareza. Pero aún así...
Nick estaba horrorizado.
—Para que quede claro, ¿sé si alguien es un demonio o un bicho raro?
—Sí, lo sabes. No estoy seguro si Bubba y Mark serían de los últimos o no, sin embargo. Estoy demasiado cansado para clasificarlos mentalmente. Decídelo tú y estaré de acuerdo con tus decimales Dewey[1]. —Caleb se derrumbó en el sofá con un gemido—. ¿Estás bien?
—Tal vez, pero mi madre te va a matar si ve sangre en el sofá.
Caleb miró la mancha grande que se extendía por el cojín donde estaba estirado.
—Lo limpiaré antes de irme. Sólo necesito descansar aquí un minuto. No tienes ni idea del dolor que estoy pasando. Y… —Estrechó la mirada sobre Nick—. ¿Quién te lo dijo?
Um, eso era difuso.
—¿Me dijo qué?
—Sobre tu destino.
¿Hablaba en serio?
—Amigo. Fuiste .
Caleb maldijo y después hizo una mueca.
—No fui yo, Nick. Ese estúpido Fringer me agarró y me lanzó en Lataya.
Nick no tenía ni idea de lo que estaba hablando.
—¿Quién es ese?
—No es una persona. Es un lugar. Piensa en ello como un calabozo para demonios donde tus poderes quedan aniquilados.
Un escalofrío pasó sobre él cuando se dio cuenta de que había estado pasando el tiempo con sus enemigos y no había tenido ni idea de ello.
Sí, eso fue terrible y aleccionador.
—Entonces, ¿cuándo fue la última vez que hablé contigo?
Caleb se lamió la sangre de los labios.
—Cuando te saqué de la taquilla y te desenvolví.
—Lo que realmente me jodió, para que lo sepas. Tú eres el que merecía ser encerrado. —Nick cambió de tono al ver las heridas profundas en el cuerpo de Caleb. Heridas que había recibido por él. Todo eso puesto en perspectiva le hizo sentir tanto enfadado como agradecido—. Bueno, sé que no te lo merecías, pero aún así... no me gusta ser lanzado dentro de las taquillas. Para futuras referencias, ¿vale?
—Tomo nota.
Nervioso sobre todo lo que había sucedido, Nick paseo alrededor del sofá.
—Entonces, ¿qué está pasando con todo esto?
—Esto es lo que estaba tratando de decirte, chaval. Los Fringe‑Hunters pueden cogerte de cualquier manera que quieran. Eso es lo que los hace tan mortíferos. En cuanto a eso, no deberían poder meterse en este piso, ya que se supone te protege de cosas como esas y más. —Sus ojos brillaron a los monstruosos ojos de serpiente—. ¿Le invitaste a entrar?
—Pensé que eras tú.
Él se echó hacia atrás con un gemido.
—Nick. Tenemos que conseguir pulir tus poderes. Tu inteligencia no está donde necesita estar. Te juro que voy a atarte a Simi hasta que abras los ojos a todo lo demás. Ella es lo mejor que jamás he visto. Nadie pasa por encima de ella.
Él se había dado cuenta de cómo Remi y el resto de los osos se escondían de su vista.
—¿De dónde viene?
—Su pueblo son los llamados Charonte, son originarios de Lemuria, pero después se trasladaron a otros lugares de los que no puedo hablar contigo.
—¿Por qué?
—Simplemente no puedo, Nick, ¿de acuerdo? Ahora, por favor, dame un segundo para estar aquí en silencio y sangrar.
Eso era lo mínimo que podía hacer, ya que él era la única razón por la que Caleb resultó herido.
—¿Quieres tomar algo?
—La sangre humana sería fabulosa. Pero como dudo que seas donante, déjame sufrir durante un minuto más.
Nick se paseó arriba y abajo mientras trataba de comprender lo espeluznante que se había convertido su mundo.
—No, Nick —susurró Caleb desde detrás de él—. El mundo siempre ha sido espeluznante. Tú has sido afortunado al estar a salvo de él. Esa es la parte más triste de la infancia, realmente. Cuando ese delgado velo es arrancado por algo horrible y te quedas con la verdad sin adornos. Cuando el mundo deja de ser seguro y ves su lado horrible. Tú, como la mayoría de los humanos, temes a los demonios. Pero no somos los peores depredadores que hay ahí fuera. Sabes lo que somos. Son los que te atraen con bondad o que atacan por la espalda. Esos son monstruos mucho peores que nosotros. Todo este tiempo, pensabas que los sabías. Todos lo hacemos. Pero ahora lo has visto.
—Y no puedo echar marcha atrás.
Caleb negó con la cabeza.
Nick se detuvo a mirarlo.
—¿Fuiste alguna vez un niño?
—Muy pocas criaturas tienen la suerte de haber nacido adultos. Todos sufrimos durante la niñez y la adolescencia.
—¿Te gustó la tuya? —preguntó Nick, queriendo saber.
—Algunas partes. Pero crecí en un lugar y época muy diferente. Ni siquiera puedes llegar a imaginártelo.
No, él supuso que no podría.
Los ojos de Caleb regresaron a su apariencia humana.
—Pero hubo alguien que fue amable conmigo. Alguien que no se suponía tendría bondad. Lo que sé, lo aprendí de él. Deberías alegrarte de haberme conocido después que él lo hiciera. Te aseguro que mi Sombra con la que trataste era mucho más amable de lo que yo hubiera sido antes.
—Pero no quieres ser mi protector.
—Nunca dije eso.
—Tus expresiones lo hacen.
Caleb se echó a reír.
—No sabes leer entre líneas, chaval. Eres malísimo interpretando la impaciencia. La tengo con todas las criaturas. Quiero mi libertad. Y por eso voy directo al grano. Es lo que he anhelado todos estos incontables siglos. Pero mi libertad se perdería si dejo que seas tragado por la oscuridad.
—Dijiste que la profecía no puede ser combatida.
Caleb se levantó del sofá y limpió la sangre con un ondeo de la mano.
—¿Desde cuándo prestas atención en clase? ¿Y sobre todo a Moby Dick?
Nick se encogió de hombros.
—Al parecer lo hago. ¿Quién sabe? —Él se puso serio cuando se encontró la siniestra mirada de Caleb y la horrible realidad de su futuro le cayó como un tocho de plomo—. ¿Crees que puedo salvarme?
—No estaría aquí si no lo creyera. Me iría a construir un bunker muy profundo.
—Lo que pasará si tienes razón. ¿Qué pasa si no puedo luchar contra ella?
—Esa es la pregunta equivocada, Nick. ¿Qué ocurre si puedes?


[1] Melvin Dewey, fue un bibliotecario estadounidense, creador del Sistema Dewey de clasificación decimal. Lo que facilitó el acceso a los libros por autor, materia y título.

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