miércoles, 1 de febrero de 2012

SN cap 6

Valerius jamás comprendería a esta mujer, o a su peculiaridad. En el fondo de su mente había una imagen de Tabitha con el provocativo salto de cama negro que había encontrado bajo su almohada.
La imagen lo perseguía.
—Me encantaría ir a casa contigo, Tabitha —le dijo—. Pero ahora mismo no puedo. Tengo que hacer mi trabajo.
Ella sonrió y lo besó nuevamente, con tanta pasión que hizo que el cuerpo entero de Valerius ardiera.
Apartándose, le habló al oído.
—Y eso hace que te desee aún más —Él tembló mientras ella le daba una larga y sensual lamida en el lóbulo—. Cuando llegue el amanecer, voy a hacerte gritar de placer.
Su entrepierna dio un tirón por la ávida expectativa.
—¿Lo prometes? —las palabras fueron pronunciadas antes de poder contenerlas.
Ella dio un paso atrás y dejó que su mano cayera desde el rostro hasta su pecho, desde donde trazó un camino hasta su cinturón. Él ardió debido a su contacto.
—Oh, sí, bebé —le dijo provocativamente—. Tengo la intención de exprimirte hasta que explotes.
Ese solo pensamiento fue suficiente para convertir su sangre en lava. No podía reprimir la fantasía de las largas piernas de Tabitha envueltas alrededor de su cadera, su cuerpo cálido y húmedo mientras lo acogía dentro.
La atrajo hacia sí para poder besarla, aunque estaban de pie en medio de la calle. Jamás había hecho algo tan bajo. Ni tampoco había disfrutado tanto del sabor de los labios de ella.
Su aroma agridulce invadió los sentidos de Valerius, e hizo que todo su cuerpo ardiera por ella.
Esta iba a ser la noche más larga de su vida.
Respirando hondo, se apartó renuentemente de ella.
—Entonces, ¿por dónde deberíamos comenzar a patrullar?
—¿No intentarás forzarme a ir a casa?
—¿Podría?
—No hay ni una maldita posibilidad.
—Entonces, ¿por dónde deberíamos empezar a patrullar?
Tabitha rió.
—¿No estás un poquito demasiado bien vestido para cazar a los muertos?
—En realidad, no. Es bastante adecuado, ¿no te parece? Me veo como si fuera a un funeral.
Ella rió ante su morboso sentido del humor.
—Supongo. ¿Siempre vistes trajes?
—Me siento más cómodo. Realmente no soy el tipo de hombre de vaqueros y camisetas.
—Sí, imagino que te ves del mismo modo que yo cuando uso traje. Molesto —Tabitha señaló la calle con una inclinación de cabeza—. ¿Vamos?
—¿Tenemos que ir a Bourbon? ¿No podemos ir a Chartres o Royal?
—En Bourbon está la multitud.
—Pero a los Daimons les agrada matar cerca de la Catedral.
Estaba repentinamente incómodo.
—¿Qué hay de malo con la calle Bourbon?
—Hay mucha gente ofensiva allí.
Eso la ofendió a ella.
—Discúlpame, yo vivo en Bourbon. ¿Estás llamándome ofensiva?
—No. No exactamente. Pero eres dueña de una tienda de sexo.
Eso le puso aún más los pelos de punta.
—¡Oh! Ya está. No obtendrás nada esta noche, Conde Penícula. Puedes asar tu propio…
—Tabitha, por favor. No me agrada la calle Bourbon.
—Bien —dijo ella con aspereza mientras se alejaba de él—. Ve por aquel camino. Yo iré por este.
Valerius apretó los dientes cuando ella lo dejó allí de pie. Verdaderamente odiaba poner un pie en esa área. Era luminosa, bulliciosa, y llena de gente que lo odiaba.
Vete. Olvídate de ella.
Debería. Realmente debería hacerlo, pero no podía.
Antes de poder detenerse, fue detrás de Tabitha. Para el momento en que la alcanzó, ella ya estaba en Bourbon.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó cuando se acercó a ella—. Odiaría mancillarte.
—Tabitha, por favor, quédate conmigo. No quise ofenderte.
Ella lo miró con el ceño fruncido.
En el instante en que Tabitha abrió la boca para aclararle las cosas, alguien arrojó un balde de agua podrida desde un balcón, y empapó a Valerius.
Él se quedó petrificado mientras ella fruncía el ceño y luego miraba hacia arriba para encontrarse con Charlie, uno de los porteros del club de strippers Belle Queen, riendo. Subió el balde y chocó su mano con otro hombre que estaba parado junto a él.
—Charlie Laroux, ¿qué diablos estás haciendo? —le gritó Tabitha.
—¿Yo? —preguntó, indignado—. ¿Desde cuándo pasas tiempo con nuestros enemigos? Nick nos contó todo sobre ese asno, y le prometí que si alguna vez encontraba al imbécil en nuestra calle otra vez, haría que se arrepintiera de eso.
Si Charlie la hubiese abofeteado, Tabitha no estaría tan sorprendida. Miró a Valerius, quien había sacado un pañuelo de su bolsillo para secarse la cara mientras su mandíbula temblaba de furia.
—Lo juro, Charlie, si estuvieras aquí abajo te retorcería el pescuezo.
—¿Por qué? Conoces nuestro código, Tabby. ¿Por qué lo estás violando?
—Porque no hay nada malo acerca de Val aparte del hecho de que Nick necesita tener una vida propia. Sólo espera, Charlie. Tendré una larga y agradable charla con Brandy, y cuando termine con ella, tendrás suerte si te deja aparcar tu auto frente a su casa para dormir en él.
Brandy era la novia de Charlie, una cliente habitual de la tienda de Tabitha.
Charlie se puso pálido mientras ella tomaba el brazo de Valerius. Lo hizo cruzar la calle, hacia su negocio.
—¡No puedo creerlo! —dijo bruscamente.
—Por eso es que odio esta calle —dijo él, en un tono falto de emoción—. Cada vez que vengo aquí, termino sufriendo la desaprobación de los amigos de Nick.
—¡Ese idiota!
Tabitha jamás había estado tan furiosa en su vida. Lo condujo a través de su tienda y ni siquiera se detuvo a conversar con su empleada. Lo llevó escaleras arriba hacia su baño, y tomó dos toallas del armario.
—Ve y date un baño. Tomaré algo de ropa prestada de mi amiga.
Él palideció.
—No quiero ofenderte, pero las lentejuelas plateadas y los tonos pastel no son mi estilo.
Ella sonrió a pesar de sí misma.
—No tomaré lo de Marla, sino lo de Marlon.
—¿Marlon?
—Su alter ego. No nos visita con frecuencia, pero ella guarda algunas de sus cosas para cuando siente la necesidad de salir.
—Creo que no comprendo del todo.
—Ve a bañarte —le dijo, empujándolo hacia el baño.
Valerius no discutió. El olor fétido del agua era verdaderamente insoportable. Sólo estaba agradecido que Tabitha estuviera dispuesta a tolerarlo lo suficiente como para que se limpiara.
Apenas se había quitado la ropa y entrado a la ducha cuando la puerta se abrió.
Valerius se quedó helado.
—Soy yo —dijo Tabitha del otro lado de la cortina de baño—. Encontré un par de pantalones negros y una sosegada camisa negra para ti. Los pantalones probablemente sean un poquito grandes en la cintura, pero deberían ser lo suficientemente largos. No estoy segura sobre la camisa. Podrías terminar usando una de mis camisetas.
—Gracias —dijo él.
Antes de poder darse cuenta de lo que ella estaba haciendo, la cortina se abrió, para mostrarla parada fuera con una expresión hambrienta en el rostro.
—De nada.
Valerius no se movió mientras quedaba enfrentado a ella, con el agua caliente cayendo sobre su columna. Su audaz e intensa mirada logró que su cuerpo se endureciera contra su voluntad.
A ella no pareció importarle. De hecho, una pequeña sonrisa apareció en su rostro.
—¿Siempre espías a tus invitados? —preguntó con calma.
—Jamás, pero no pude resistirme a echar un vistazo a lo que pretendo saborear más tarde.
—¿Siempre eres así de descarada?
—¿Sinceramente? —él asintió—. No, en general no soy tan molesta, y tú eres el último hombre del planeta al que debería tomar en cuenta. Pero parece que no puedo evitarlo.
Valerius se estiró para tocarla. Realmente, era demasiado buena para ser real.
—Jamás conocí a alguien como tú.
Ella le cubrió la mano con la suya, luego giró el rostro para besarle la palma.
—Apresúrate y date una ducha. Tenemos trabajo que hacer.
Ella se apartó y él sintió su ausencia inmediatamente. ¿Qué tenía esa mujer?
Renuente a pensar en eso, se bañó rápidamente y luego se vistió. Encontró a Tabitha en su habitación, sentada en la silla y pasando las páginas de uno de sus libros.
Tabitha levantó la mirada al sentir la presencia de Valerius. Él estaba parado silenciosamente en el umbral. Parecía estar completamente en su elemento, excepto por la ropa que no le quedaba muy bien.
Levantándose, le ofreció una amistosa sonrisa. Una vez que llegó a él, desabotonó los puños de las mangas, que eran demasiado cortas para sus brazos, y se las enrolló hasta el antebrazo.
Luego le sacó la camisa de adentro del pantalón.
—Sé que no es tu estilo, pero se ve mucho mejor de este modo.
—¿Estás segura?
Se veía delicioso.
—Oh, sí.
Tenía una espada larga y retráctil en la mano.
—El único problema es que si no tengo mangas largas, no puedo usar esto.
Tabitha contuvo la respiración ante la calidad de su arma.
—Muy buena pieza. ¿Es de Kell? —le preguntó.
Kell era un Dark Hunter apostado en Dallas, que construía muchas de las armas pesadas que usaban los Dark Hunters.
—No —dijo él, respirando profundamente—. Kell no trata con nadie de Roma.
—¿Perdón?
Él le quitó la espada.
—Él es de Dacia, y su gente guerreó contra la mía. Él y sus hermanos fueron capturados y llevados a Roma para ser gladiadores. Dos mil años más tarde, sigue bastante molesto con todos nosotros.
—Está bien, ya es suficiente. ¿Por qué Ash no hace que dejen de tratarlos como basura?
—¿Cómo puede detenerlos?
—¿Golpeándolos hasta que entiendan?
—No funcionaría. Mis hermanos y yo hemos aprendido a dejar a los demás en paz. Somos pocos y ni siquiera hay necesidad de discutir.
Tabitha gruñó.
—Bien, que se pudran todos, entonces.
Valerius depositó su espada en el tocador y la dejó allí antes de salir.
Tabitha lo apartó rápidamente de las aceras, para que nadie más pudiese arrojarle un balde encima, y mantuvo su brazo enlazado con el de él.
—Sabes, no veo cómo puedes realizar tus tareas con Zarek disparándote al azar desde el Olimpo, y el resto de los perdedores en la calle buscándote para matarte.
—Aprendí rápidamente a evitar la calle Bourbon y dejar que la patrullen Talon, o ahora Jean-Luc, mientras que yo me ocupo de las áreas en que nadie conoce a Nick.
—¿Y Zarek?
Él no hizo ningún comentario.
Doblaron en la calle Dumaine. Ninguno de los dos hablaba. No habían ido muy lejos cuando Tabitha sintió una extraña sensación atravesándola.
—Daimons —susurró, inconsciente de haber hablado hasta que Valerius la soltó.
Extrajo una daga de su bolsillo mientras giraba en la calle, como intentando atrapar un aroma.
No había nada.
Tabitha podía sentir la presencia maligna, pero tampoco podía localizarla con precisión.
Algo silbó antes de que un inesperado viento bailara en la calle. Traía el sonido de una risa débil y maníaca.
Tabitha… —su sangre se heló ante el sonido de su nombre susurrado en la oscuridad—. Venimos por ti, pequeñita.
La risa hizo eco fuertemente, y entonces se desvaneció en la nada.
Aterrada, Tabitha no podía respirar.
—¿Dónde estás? —gritó Valerius.
Nadie respondió.
Valerius envolvió a Tabitha en sus brazos mientras se extendía con cada sentido que poseía, pero no pudo encontrar rastros de qué o quién había hablado.
—¿Tabitha?
Valerius giró abruptamente ante el sonido de una voz directamente detrás de él.
No era un humano. Tampoco era un Daimon. Era un espíritu. Un fantasma.
Abrió su boca como para gritar, y luego se evaporó en una espeluznante bruma que pasó a través de ella, dejando su cuerpo completamente frío.
Era como si algo hubiese rozado su alma.
Valerius podía sentir a Tabitha temblando, pero había que reconocer que no gritó ni perdió el control de sí misma.
—¿Se ha ido? —preguntó ella.
—Eso creo.
Al menos él ya no lo sentía.
—¿Qué era esa cosa? —preguntó, con un diminuto rastro de histeria en la voz.
—No estoy seguro. ¿Lo reconociste, o a la voz?
Ella sacudió la cabeza.
Un grito humano resonó.
Valerius la soltó para poder correr hacia el sonido. Sabía que Tabitha estaba justo detrás de él, y se aseguró de mantenerla allí. Lo último que quería era dejarla atrás para que esa cosa la atacara.
No les tomó mucho tiempo llegar a la pequeña y oscura glorieta donde el grito se había originado.
Desgraciadamente, habían llegado demasiado tarde. Un cuerpo yacía en la calle, hecho un montón.
—Quédate atrás —le dijo a Tabitha mientras él avanzaba poco a poco.
Tabitha comenzó a discutir, pero realmente no quería ver lo que era evidente. Para ser sincera, había visto más cuerpos muertos de lo necesario.
Valerius se arrodilló y buscó el pulso.
—Está muerto —dijo.
Tabitha se persignó y luego apartó la mirada. Mientras su vista recaía en el edificio, frunció el ceño. Allí, sobre el viejo y gastado ladrillo, había una anotación en griego hecha con sangre. Tabitha podía hablar el idioma, pero no podía leer las palabras en griego.
—¿Sabes lo que dice?
Valerius levantó la vista. Su rostro se convirtió en piedra.
—Dice “Muerte a quienes se entrometen”.
En cuanto lo leyó, las palabras desaparecieron. Ella tragó con fuerza mientras una nueva ola de pánico la inundaba.
—¿Qué está sucediendo, Val?
—No lo sé —dijo, antes de extraer su teléfono y llamar a Tate, el médico forenseÀ que era un viejo amigo de los Dark Hunters.
—Me sorprende que Tate hable contigo —dijo ella luego de que Valerius colgó.
—No le agrado, pero luego que Ash tuvo una conversación con él, ha aprendido a tolerarme —Valerius se unió a ella—. Será mejor que nos vayamos antes de que Tate llegue con la policía.
—Sí —dijo ella, sintiéndose descompuesta—. ¿Crees que deberíamos llamar a Ash y contarle lo que pasó?
—En realidad no sabemos lo que sucedió. No hubo tiempo suficiente como para que un Daimon lo matara y robara su alma.
—¿Y eso qué significa?
—¿Tú o tus hermanas han conjurado algo?
—¡No! —dijo ella indignada—. Sabemos lo que tenemos que hacer.
—Bueno, alguien parece tener tu número, Tabitha, y hasta que descubramos qué es, no creo que deba permitir que te apartes de mi vista.
Tabitha no podía estar más de acuerdo. Con toda sinceridad, no quería estar fuera de su vista. No si esa… cosa iba a regresar.
—Dime algo, Val. ¿Los Dark Hunters son buenos contra los fantasmas?
—¿Sinceramente? —ella asintió—. Ni siquiera un poquito. De hecho, si no tenemos cuidado, podemos ser poseídos por ellos.
Ella quedó helada ante sus palabras.
—¿Me estás diciendo que si ese espectro regresa, podría apoderarse de ti?
Valerius asintió.
—Y que dios te ayude a ti y al resto de esta ciudad si eso sucede.

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