DELPHINE ESTABA MÁS QUE DISPUESTA A GOLPEAR A JERICHO por sus crueles
intenciones cuando lo siguió fuera del restaurante. Quién quiera que fuera no merecía
morir, y por lo que podía ver, era una de las dos jóvenes mujeres.
O, Zeus lo prohibiera, ambas.
¿Qué pasaba con él que había olvidado toda la compasión? ¿Qué podrían haberle hecho
esas chicas para desear matarlas? Se veían tan inofensivas, cómo podría ser…
Al menos, ese fue su pensamiento hasta que vio al demonio entrar precipitadamente en
el oscuro callejón para atacar a las dos jóvenes mujeres que habían estado siguiendo.
Ella intentó bombardear al demonio, sólo para recordar que sus poderes se habían ido
completamente.
Jericho se lanzó contra el demonio y le agarró desde atrás. Con nada más que1.76 de
altura, el demonio tenía la piel oscura, relampagueantes ojos oscuros y una calva. Magro,
nervudo y extremadamente hermoso, luchó contra Jericho.
Jericho sacó al demonio del griterío de las universitarias.
—Saca a las chicas de aquí —le gritó.
Hizo lo que él le dijo, ya que sabía que no podría combatir al demonio en presencia de
testigos. Los humanos realmente no querían saber qué había fuera en el mundo haciendo
presa de ellos.
Tan pronto como ella despejó el callejón y las llorosas chicas habían corrido hacia la
seguridad, Jericho soltó al demonio, quién se volvió contra él con centellantes colmillos.
Jericho atrapó los hombros del demonio cuando se abalanzó sobre él y lo lanzó al suelo.
En un fluido movimiento, sacó la daga de su bota y la sujetó contra la garganta del
demonio. Ahora incapaz de moverse sin lastimarse, los ojos del demonio se volvieron
rojos y sus marcas de demonio aparecieron en su cabeza calva.
—¿Qué estás haciendo aquí, Berith? —exigió Jericho en un frío y peligroso tono.
Los ojos del demonio se agrandaron cuando se dio cuenta de quién era Jericho.
—¿Kyrios? —preguntó con excitación, usando el término que significaba "Amo"—. Es
tan bueno verle otra vez. Había oído que había sido desterrado. Despojado de sus poderes.
Jericho le mantuvo en el lugar.
—Estoy seguro que mi padre te llenó la cabeza de tonterías. Como puedes ver, estoy
sano y entero, y queriendo destriparte. Ahora, ¿por qué ibas tras esas chicas?
—Órdenes.
—¿De quién?
Berith se encogió de hombros.
—No tengo la menor idea. Un chico que dice que compró mi anillo en una tienda de
antigüedades. Conoces las reglas. No puedo cuestionar sus órdenes. Sólo las llevo a cabo.
Delphine estaba completamente confundida por lo que estaba ocurriendo pero no quiso
interrumpirlos.
Jericho quitó su cuchillo de la garganta del demonio y se acuclilló.
—¿Dónde está ese chico que posee tu anillo?
—En algo llamado “Dormitorio Universitario” no lejos de aquí. Es un lugar pequeño.
Después de que le traiga a la chica, lo siguiente que quiere es que le consiga una casa. Una
grande en algo llamado Garden District. No estoy seguro de lo que es. Tendré que
investigarlo.
Delphine finalmente interrumpió.
—¿Asumo que conoces a este demonio?
Asintiendo, Jericho se puso de pie, tirando del demonio para levantarlo con él.
—Fue uno de los generales de mi padre hasta que lo disgustó. Por sus agravios, mi
padre lo confinó a la esclavitud en un anillo. Posees el anillo, también posees a Berith.
Berith enderezó sus ropas con tirones exagerados.
—Y duele cada vez que me conjuran. Juro que se siente como si alguien desollara mi
piel completamente.
Ella movió la cabeza apiadándose de los dos. Cruzando los brazos sobre su pecho, miró
a Jericho.
—Debes haber tenido una gran infancia con un hombre como tu padre.
—Sí. Todo era cachorritos, arcos iris y esas extrañas personas peludas con perchas
revestidas y acolchadas en sus cabezas, esos que parecen extraterrestres del espacio en
ácido.
Berith dejó de remover los jirones de sus ropas, frunciendo el ceño.
—¿Quiere decir los Teletubbies7?
Jericho le lanzó una sonrisa afectada.
—El hecho de que sepas a lo que me refiero Berith, verdaderamente me asusta.
Berith se encogió de hombros.
—Como un demonio de tortura, tengo que saber todas las cosas que son
profundamente molestas. Estaríais asombrados de cuántas personas en la edad moderna
no le tienen tanto miedo a los zombies como a los Teletubbies.
Jericho resopló.
—La verdad es que no. Más bien lucharía contra un zombie come-cerebros cualquier
día, antes que oírles cantar.
—Ambos estáis enfermos —dijo Delphine.
Con todo, su conversación la divirtió extrañamente.
Jericho la ignoró.
—¿Así que, qué ibas a hacer con las chicas?
Berith se restregó los ojos antes de contestar.
—A una me la iba a comer, la otra, el chico la quería para que fuera su novia. Usted
sabe que todavía tengo que llevársela a él, ¿verdad?
—No, no lo harás —dijo Jericho en tono lacónico.
—¿Qué quiere decir?
La voz de Berith se llenó de miedo. Retrocedió dos pasos.
—¿Piensa matarme?
—No. Voy a liberarte.
Berith retrocedió otro paso, su cara se distorsionó con sospecha.
—Ese es un eufemismo demoníaco para la muerte...
—No voy a matarte, Berith.
—¿De verdad? —Arrastró lentamente la palabra—. ¿Por qué no?
La forma en que lo dijo fue cómica. Era casi como si estuviera desilusionado.
—Porque necesito un aliado y no puedo pensar en uno mejor.
Berith se mofó.
—Claro que puede. Puedo pensar en una buena cantidad de dioses con más poder que
un demonio atado.
—Sí, pero sé tus debilidades, lo cual quiere decir que lo pensarás dos veces antes de
traicionarme.
—Muy buen punto. Usted obtiene el anillo y yo soy suyo, a sus órdenes.
Jericho miró a Delphine.
—¿Lo hacemos?
—¿Tengo elección?
—No realmente.
—No lo creo así.
Berith los llevó directamente ante su amo, quién resultó ser un estudiante universitario
cara-de-espinilla de diecinueve años. Menudo amo fue. En realidad, mojó sus pantalones
en el mismo momento en el que se transportaron a su cuarto.
—¿Qué es lo que quieren? —preguntó con agitada voz encogido de miedo en una
esquina de su cuarto.
Jericho cruzó los brazos sobre su pecho en una posición ruda mientras fruncía el ceño
hacia el chico.
—Quiero el anillo de Berith.
—Es mío. Lo compré legalmente.
—Niño —Jericho dijo severamente—. Dámelo. Te compensaré. Sobre todo, dámelo sin
quejarte, y te dejaré vivir.
El chico tragó. Miró hacia a Berith.
—¿Que hay sobre nuestro trato?
Berith señaló a Jericho con su pulgar.
—El hombre no me quiere molestándolo con eso y, sin intención de ofender, no le
enojaría. He visto lo que puede hacer y es de lo que las películas de horror están hechas.
Partes de cuerpo agitándose, sangre. Montones de sangre y tortura —se inclinó hacia
adelante para susurrar fuerte—. Y la mujer con nosotros… La diosa de las pesadillas. Estos
dos pueden ponerte a dormir y pueden despertarte. Podrías querer dejarles tener el anillo,
así pueden irse pacíficamente.
—Pero...
Delphine dio un paso adelante.
—Ningún pero, amorcito. Danos el anillo antes de que alguien salga lastimado.
Berith se aclaró la voz.
—Ese alguien puedes ser tú, simplemente como aclaración.
Los ojos del chico se ensancharon antes de que sacara de su dedo meñique el anillo y se
lo ofreciera.
—Sólo quería que Kerry me conociera.
Jericho lo tomó.
—Para que conste en acta chico, invocando a un demonio para secuestrarla, no es la
mejor forma para conocer a una mujer. Normalmente produce el resultado contrario.
Delphine arqueó una ceja ante eso.
Jericho no hizo comentarios sobre su tácito sarcasmo.
La siguiente cosa que Delphine supo, era que estaban de regreso en Azmodea, en el
cuarto de Jericho.
Él se volvió hacia el demonio.
—Berith, vuelve al anillo. Ahora.
Berith le saludó antes de acceder. Jericho deslizó el anillo en su dedo. Pequeño y de oro,
sostenía una sola piedra roja como la sangre y tenía una calavera grabada en una placa. El
anillo parecía más bien espeluznante, y dado el hecho de que alojaba a un demonio, era
bastante apropiado.
—¿Qué piensas hacer con eso? —preguntó, señalando el anillo.
Él se encogió de hombros.
—Nunca hace daño tener una sorpresa que tus enemigos no esperan. Incluso el más
fuerte de nosotros tiene necesidad de la caballería de vez en cuando.
Eso tenía sentido para ella. Y Berith no ganaría nada trabajando para Noir.
Sin mencionar que Jericho no confiaba en Noir.
Aunque no lo dijo con palabras, ella lo supo por la manera en la que estaba más en
guardia aquí de lo que lo había estado en el restaurante.
Él podría hablar del juego, pero conocía las instrucciones. Le dio crédito por no seguir
ciegamente a alguien. No tenía ninguna duda de que podría volverse en su contra, peor
aún que cuando lo había hecho contra Zeus.
Caminó hacia Jericho. Su cabello era largo y rubio otra vez, se lo había hecho cortar para
su breve viaje a Nueva Orleáns, probablemente porque parecía tener aversión a destacar.
Pero ahora parecía el dios que era, con el ojo completamente fulgurante de color.
Era mucho mayor que ella. Más fuerte. Debería temerle y, aún así, tenía la abrumadora
compulsión de frotarse contra él. De hacerle que la sujetara.
A pesar de esos sentimientos, ella juguetonamente estrechó su mirada.
—A propósito, quiero volver al comentario que hiciste antes. ¿No es así cómo nos
conocimos?
Él se mofó.
—Ya ves que asombrosamente dulce has sido conmigo como resultado de eso. Has
hecho de todo menos morderme.
Ella dobló sus manos detrás de su espalda y sonrió diabólicamente.
—Probablemente debería haber hecho eso mientras tuve la oportunidad.
—Pues bien, siempre hay un mañana. Estoy seguro que encontrarás la forma de
resolver eso.
No había humor en su tono. Era mortalmente serio.
—Estaba bromeando.
—Claro que lo hacías.
Ella lo cogió cuando pasaba frente a ella.
—No confías en nadie, ¿verdad?
—¿Qué crees tú? Estoy seguro de que te volverías contra mí como todos los demás lo
han hecho. No es como si fuéramos familiares o incluso amigos. Como Noir dijo, todos
estamos en venta. Sólo es cuestión de precio.
—Yo no creo eso. No hay nada que pudiera volverme contra M'Adoc.
Su risa burlona resonó en sus oídos.
—Es fácil para ti decirlo. Nunca has sido tentada.
—Es ahí donde te equivocas.
—¿Cómo?
Ella se volvió dándole la espalda. Alzando su camisa, ella le mostró las cicatrices que
normalmente encubría con sus poderes. Desde que sus poderes fueron contenidos, estaba
segura de que eran visibles ahora.
Jericho se detuvo cuando vio las cicatrices que ella tenía de palizas pasadas. ¿Cómo se
le habían pasado antes? Entonces, él había estado ocupado en mantenerla cubierta e
intentando no enfocar la atención en su cuerpo. Porque sabía qué vergonzoso era estar
desnudo delante de desconocidos, había mantenido su mirada lejos de su piel desnuda.
Era rutina para los Oneroi ser golpeados cada vez que rompían las reglas. Pero no
podía imaginar a Delphine haciendo cualquier cosa que garantizara tal crueldad. Tocó las
cicatrices apenas perceptibles cuando una ola de cólera le consumió. Que alguien
profanara su cuerpo así.
—¿Por qué son éstas?
Ella bajó su camisa y se volvió hacía él para afrontarle.
—Por mi negativa a perseguir a Arik cuando se volvió Skoti.
—¿Arik? No conocía ese nombre.
—Fue el Oneroi que llegó a mí cuando me creía humana. Me enseñó y me protegió
hasta que fuese lo suficientemente fuerte para pelear por mí misma. Me preguntaste si
tuve a una hermana... siempre le consideré un hermano por su bondad en ayudarme. Por
lo que me rehusé a cazarle, aun después de que me amenazaron y llevaron a cabo sus
palizas. Habría muerto antes de traicionar lo que sentía y le debía a él.
Ese era el tipo de lealtad que Jericho buscaba desesperadamente. Una sola vez.
Intentó decirse a sí mismo que la había tenido con Nike, pero sabía la verdad. Su
hermana pudo haberle ayudado, pero nunca lo hizo. Ni siquiera una vez en todos esos
siglos.
Eso hizo que su corazón se apretará con fuerza por lo que Delphine era capaz de hacer.
—Alabo tu lealtad. Es una cosa rara.
Ella negó con la cabeza.
—Creo que no. Y no pienso que sea mejor persona que cualquier otra. Así que si puedo
permanecer fiel a mis principios, sé que las demás personas también pueden. En este caso,
Deimos y M'Adoc podrían volverse en contra de los Olímpicos y podrían asociarse con
Noir, pero prefieren ser torturados que traicionar a su gente. ¿No es eso la lealtad?
—Así qué —gruñó—. ¿Soy un bastardo por traicionar a los Olímpicos? ¿Es lo que estás
diciendo?
—No. Yo... —Hizo una pausa como si estuviera frustrada—. Olvídalo. Estás más allá de
escucharme.
Estaba tan inmerso en su furia que hervía. Lo estaba despachando y él no lo podía
aguantar.
—¡No soy un pedazo de mierda que puedas desechar en el inodoro y alejarte!
Delphine cogió su cara entre sus manos.
—Jericho, tranquilo. No te estoy acusando de nada.
—No tienes que hacerlo. Tus ojos lo hacen por ti.
Intentó apartarse, pero ella le sujetó.
Esos ojos lo desgarraron y le debilitaron cuando lo miró gentilmente.
—No pongas tus inseguridades en mí. No aceptaré eso de ti. No te condeno por lo que
has hecho. Una sola paliza por desobedecer órdenes no iguala la traición que te hicieron, y
sé eso. Mientras estaba herida, no fui arrojada a la calle, impotente, para sobrevivir por mí
misma.
No, no lo había sido, y el hecho de que comprendiera la diferencia le debilitó aun más.
En ese momento ella hizo algo que nadie había hecho en los siglos.
Le abrazó.
Jericho quiso maldecirla y apartarla a empujones, pero la suavidad de su cuerpo contra
el suyo... La sensación de sus brazos alrededor de él... No podía moverse. En lo más
profundo, en el lugar más oscuro de su alma que él siempre había negado, deseaba esto
ardientemente, tan desesperadamente que todo lo que pudo hacer fue saborearlo.
Su cabello rubio era tan suave en su cara. Su aliento cosquilleó en su cuello. Antes de
que pudiese detenerse, acunó su cabeza en su mano y se imaginó dentro de ella. Se
imaginó cómo sería que demostrara lealtad hacia él y saber que podría depender de ella
para permanecer fiel a su lado, costara lo que costara.
¿Cómo se sentiría?
Queriendo estar más cerca de ella, bajó su cabeza y capturó sus labios.
Delphine no estaba preparada para la ferocidad de su beso. A pesar de toda su pasión,
fue gentil, como si la saborease. Todo su cuerpo estalló con calor y necesidad. La dureza
de él... la sensación de su mano en su cabello... era una mezcla venenosa. No era extraño
que el Skoti se convirtiera en íncubo y súcubo. Si un beso contenía tanto placer, lo demás
podría deslumbrarles.
Sus dientes pellizcaron sus labios y su respiración se intensificó. Gruñendo
profundamente en su garganta, devastó su boca.
Delphine se derritió dentro de él, deleitándose con los tendones de su cuerpo, el poder
de su deseo.
Él tomó su mano y lentamente la condujo hacia la protuberancia en sus pantalones.
Jericho tembló cuando ella le ahuecó a través de sus vaqueros. Había pasado largo
tiempo desde que una mujer le había tocado así. Por siglos, había deseado ardientemente
la habilidad para permanecer duro cada vez que una mujer se le acercaba. Hasta ahora,
eso sólo había sido un sueño.
Y él estaba desesperado por ser tocado...
Necesitando liberación, abrió la cremallera de sus pantalones y se liberó.
Su toque vaciló.
—Por favor —susurró, presionando su mano contra su polla—. Por favor no te apartes.
Delphine tuvo miedo. ¿Qué es lo que quería de ella? No estaba lista para tener sexo con
él. Apenas se conocían.
Pero él no parecía conducirla en esa dirección. No estaba traspasando los límites con su
cuerpo. De hecho, sólo usó su mano para acariciarlo.
—Esto es todo lo que quiero de ti —susurró, su tono era profundo, intenso y sincero.
Asintiendo, ella miró hacia abajo, a sus manos entrelazadas. Éste era el hombre que no
había sabía nada excepto sufrir, y eso le dio placer. ¿Cómo lo podría privar de algo que no
la lastimaba?
Por alguna razón que no podía nombrar, no conseguía resignarse a lastimarlo.
Él enterró la cara en su cuello cuando se empujó a sí mismo contra su mano. Su
respiración era tan errática que la preocupó. ¿Estaba bien?
—¿Jericho?
En el momento en que ella dijo su nombre, él dejó salir un fiero y primitivo gruñido,
soltándose a sí mismo de su mano. Su cuerpo entero se estremeció violentamente. Cuando
se echó para atrás y se encontró con su mirada, su ojo era una vibrante sombra de azul.
Sus alas salieron disparadas de su espalda y se desplegaron. Eran negras y enormes,
revoloteaban suavemente abanicándola ligeramente.
Jadeando, apoyó un brazo en la pared detrás de ella y se inclinó hacia delante mientras
intentaba calmar su respiración.
—¿Estás bien?
Le respondió con un beso tan tierno, que ella tembló. Sus labios fueron un mero susurro
contra los suyos. Envolvió sus brazos alrededor de ella y la sujetó como un amante.
Como si ella fuera preciosa.
Nadie alguna vez la había sujetado así. Y algo dentro de ella chispeó por eso. Se sentía
tan bien ser sostenía así. Tener la impresión de que ella era parte de él en cierta forma. Que
eran algo más que desconocidos.
Algo más que enemigos.
Él llevó sus besos de sus labios hacia su cuello. Entonces miró hacia abajo, hacía su
mojada mano.
—Lo siento. No tuve la intención de enredar las cosas —él hizo aparecer una toallita
para limpiarla.
Delphine no estaba exactamente segura de lo que había sucedido, pero había un
profundo cambio en él ahora. Parecía más calmado.
Más amable.
¿El sexo hacía eso con todo el mundo?
Tan pronto como su mano estuvo limpia, la llevó hacía sus labios y colocó el más dulce
de los besos en sus nudillos.
La forma en cómo la miraba, le hizo temblar. Ella levantó su mano de sus labios y tocó
el parche sobre su ojo.
—¿Puedo?
Vio incertidumbre antes de que él asintiese con una sutil inclinación de la cabeza.
Asustada por lo que encontraría, quitó el parche lentamente para ver la profunda
cicatriz que dividía en dos su cara. Era brutal y cruel. Sólo podía imaginar cuánto debió
haber dolido cuando Zeus se la hizo.
Pero todavía tenía su ojo. Era blanco como la leche, y por la manera en que él enfocó su
mirada en ella, podía decir que no estaba ciego.
—¿Por qué llevas el parche?
—Hace que las personas se sientan menos incómodas. Apartan la vista del parche.
Clavan los ojos en la cicatriz cuando la descubren e intentan imaginarse que sucedió para
causarla.
Y lo herían cuando hacían eso. No lo dijo con palabras, pero su tono le indicó a ella la
verdad.
Trazó la forma de su ceja antes de que ella ahuecase su mejilla en su mano.
—Lamento que te hicieran daño.
Jericho quiso maldecirla por su simpatía, pero no podía. Sus palabras le tocaron tan
profundamente como su caricia.
—Deberíamos descansar —dijo, su voz era gruesa.
Estaba tan saciado ahora, después de su liberación, que todo lo que quería era
acurrucarse y sujetarla. Pero lo que le mató más, fue el conocimiento de que ella no sentía
lo mismo por él. Y no la podría culpar.
Ella era una prisionera.
Su prisionera.
Y le había dado el primer placer auténtico que había tenido desde que Zeus le aprisionó
contra el suelo en el vestíbulo del templo. Sólo por eso, le daría cualquier cosa que ella le
pidiera. Agradecía a los dioses que no tuviera idea de lo débil que estaba en ese momento.
Cuánto poder tenía sobre él.
Cuando no protestó por su deseo para irse a la cama, cerró sus ojos y cambió sus ropas
por un camisón rosado. Cubría como un sueño su cuerpo delgado, resaltando sus curvas.
Sus pezones estaban duros y más que nada visibles a través del satén.
Lo que él no daría por saborearlos… Pero no la tomaría. No sin invitación. Ella se quedó
sin aliento cuando la túnica apareció y cruzó sus brazos sobre su pecho.
—No te lastimaré —prometió mientras golpeaba el suelo con los pies, tragándose el
deseo de deslizar su mano dentro de la profunda V de su camisón y ahuecar su pecho.
¿Cómo podría lastimarla después de lo que acababa de hacer por él?
—Sólo vamos a dormir.
Ella le dirigió una mirada tan cargada de sospecha como las que él siempre tenía.
Ignorándola, cambió sus ropas por un pantalón de pijama de franela de color verde
oscuro. Normalmente dormía desnudo, pero estaba bien seguro de que ella protestaría.
Olvidando su parche, plegó sus alas en su espalda y tiró de ella hacia la cama.
Delphine no estaba segura sobre eso. Pero admiró como lucía su esculpido trasero
cuando se alejó. Él se subió a la cama primero, esperándola.
—Nunca he dormido con alguien en mi vida —confesó.
—Yo tampoco.
Notó que colocaba su espada al otro lado de su cuerpo como si temiera que la pudiese
necesitar. La única cuestión era, ¿quién pensaba que podría atacarlo? ¿Los otros?
¿O ella?
—¿Qué haces?
—Yo...
Un músculo se tensó en su mandíbula como si él la taladrara con su fiera mirada.
—Confío en ti.
En ese momento, entendió que estaba más temeroso de ella, que ella de él. Costaba
mucha fe acostarse al lado de alguien y confiar en que no te atacaran mientras duermes.
Extendió su mano hacia ella. Decidiendo tomarla, sonrió.
—¿Tregua?
—Tregua.
Se unió a él en la cama y rodó sobre su costado dándole la espalda.
Después de algunos minutos, ella sintió su mano en su cabello.
—¿Qué haces?
—Lo siento.
Inmediatamente puso más distancia entre ellos.
Tentada a darse la vuelta, se rehusó. No quería nada más de esto. Si lo miraba, él podría
leer mal sus intenciones, y quién sabía a dónde podría conducirlos.
Jericho estaba boca arriba, observándola de soslayo. Era tan duro no tocarla cuando
estaba tan cerca. El contorno de su cuerpo debajo de las sábanas era suficiente hacer
enardecer su cuerpo una vez más.
La próxima vez que se corriera, quería estar dentro de ella.
Pero no sería esta noche. Había visto el miedo en sus ojos cuando había presionado su
mano contra él. Más que eso, sabía la verdad no dicha.
Ella era virgen.
La mayoría de los Oneroi lo eran. Al menos, los que habían nacido después de la
maldición de Zeus. Dado que no sentían deseo o amor, no había nada que los motivara al
sexo.
Los Skoti eran un asunto diferente, como lo había visto antes con Zeth. Pero Delphine...
Ella nunca había sido tocada. Él había sido el primero en besarla.
Ese pensamiento trajo una ola de ternura posesiva sobre él. Girando su cabeza, la miró.
Estaba completamente relajada y había empezado a roncar un poco.
Sonriendo, se acercó lentamente hacia ella. El calor de su cuerpo le calentó, incluso la
suavidad de su piel lo llamaba para tocarla. Incapaz de resistirse, rozó su mano debajo de
su brazo mientras se inclinaba hacia adelante para aspirar su perfume. Se echó para atrás,
su aliento se atoró en su garganta. El borde de su camisón había sido empujado hacia
atrás, mostrándole sus pechos descubiertos.
Como ella, eran hermosos. Su cuerpo explotó con deseo y rechinó los dientes, queriendo
probarlos.
Desiste...
Le había hecho una promesa y estaba a punto de romperla. En lugar de eso, la besó
ligeramente en la cabeza.
—Buenas noches, Delphine —susurró, saboreando las sílabas de su nombre.
Se alejó rodando, cerró sus ojos y se obligó a ignorarla.
Como si pudiera…
Pero el sonido de su respiración le calmó. Y cuando se relajó para dormir, una parte de
él se imaginó como sería pasar la eternidad con ella a su lado.
—¿DELPHINE?
Ante el sonido de su nombre, Delphine se levantó de donde estaba haciendo una
guirnalda de flores. Estaba en un prado tranquilo... el mismo donde jugaba cuando era
niña. Pero ahora había negras nubes moviéndose, bloqueando el sol.
—¿Quién está ahí? —preguntó.
La sombra de Zeth apareció.
Ella rodó sobre sus pies, lista para pelear con él. Era como cuando siempre la atacaban.
Él podría meter a otros en su sueño, y podían derrotarla.
Zeth era un dios hermoso y sus ojos azules normalmente resplandecían. Pero parecía
enfermo ahora. Su cabello colgaba flojo alrededor de su cara delgada. Sus ojos, ahora eran
negros en lugar de azul, estaban hundidos.
—Algo está mal —él suspiró.
—Nos has traicionado.
—No, es más que eso. Hay algo con lo que Noir nos alimenta. No lo hagas... —Se
desvaneció poco a poco, entonces reapareció—. No lo comas.
Y entonces se fue.
Delphine miró a su alrededor, buscando a los demás. ¿Era un truco?
Pero no había nadie más.
Intentó usar sus poderes. Otra vez, eran inútiles. Parecía que incluso en este reino, ella
estaba atrapada.
Un relámpago brilló, seguido de un tremendo trueno. Un fiero viento aplastó su ropa
contra su cuerpo.
Delphine se encaminó hacia el bosque donde su casa había estado una vez. No fue lejos.
Azura estaba allí en la senda, bloqueándola.
—¿Qué ocurre, niña? ¿Tienes miedo?
—¿Por qué estás aquí?
Azura sonrió, pero el gesto no alcanzó sus ojos fríos.
—Tengo un regalo para ti.
—No quiero tus regalos.
Ella chasqueó la lengua.
—Querrás este.
Delphine comenzó a correr. Si pudiese alcanzar los árboles...
No lo logró.
Azura apareció ante ella y la atrapó. Gritando, Delphine intentó pelear. Pero no pudo.
Azura la tiró al suelo y empujón algo en su boca.
—Traga.
Delphine negó con la cabeza, intentando liberarse. Intentó escupir el gel amargo de su
boca. Nada surtió efecto.
—¡Traga! —Azura gritó con una voz demoníaca.
Delphine se atragantó, pero al final, no pudo resistir la orden. El gel bajó por su
garganta.
Gritó. Parecía reptar a través de ella.
Azura se rió.
—A él le gustarás más ahora —se retiró y dejó a Delphine sobre el suelo.
Retorciéndose de dolor, intentó vomitar y no pudo. Pero después de algunos minutos,
el dolor disminuyó.
Un calor insoportable comenzó profundamente dentro de ella. Uno que no le dejaría
dormir otro minuto.
Abriendo los ojos, se encontró aún acostada en la cama con Jericho. La oscuridad los
envolvía, y todavía podía ver el contorno de su cuerpo perfectamente.
Necesitando probarlo, lo atacó.
AZURA REÍA MIENTRAS REGRESABA AL CUARTO DE GUERRA, donde Noir,
sentado, alimentaba a uno de sus feos perros negros de caza.
Él levantó la mirada con el ceño fruncido con severidad.
—Pareces complacida.
—Lo estoy. Nos he garantizado un poco más de tiempo con Cratus fuera de nuestros
asuntos.
—Bien —palmeó al perro de caza en la cabeza—. Es demasiado curioso. Me enteré por
una de mis mascotas que bajó a hablar con Deimos y Jaden.
Ella siseó como un gato ante el nombre de Jaden. Si había una criatura que ella odiaba,
esa era él.
—Parece que nuestro pequeño negociador no ha aprendido su lección.
—¿Lo hará alguna vez?
Ella curvó su labio.
—Lástima que no lo podamos matar.
—Al menos sangra bien. Algo que los demás no hacen.
—Cierto —Azura arrastró su mano a lo largo de la parte trasera de su silla.
—¿Has encontrado a tu Malachai?
—Sólo la ciudad. Ma'at y el Dios Atlante Apostolos lo protegen, así que no puedo
encontrar su posición exacta. Pero haré trizas esa ciudad hasta que lo haga.
Ella se detuvo a su lado.
—Tal vez no tengas que hacerlo.
—¿Qué quieres decir?
—Uno de mis demonios me dijo que hay un grupo de gallu buscando un refugio.
Noir levantó la mirada con interés.
—¿Gallu?
Esos eran demonios sumerios y algo más brutales que cualquier otro demonio. Lo mejor
de todo, la sangre de un gallu era infecciosa y podría convertir a sus víctimas en zombies.
—¿Los invitaremos a entrar?
Noir sonrió.
—Absolutamente. Y conozco a su primera víctima.
—Cratus.
Asintió y Azura rió. Con Cratus infectado, ellos podrían controlarlo completa y
absolutamente.
Entonces, aún sin el Malachai o su hermano Braith, el mundo sería de ellos para
siempre.
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