Una vez más, Kiara se despertó en un ambiente poco familiar. Recordó a Némesis y su corazón latió deprisa, alojándose dolorosamente en su garganta.
¿Dónde estaba? ¿Qué habían hecho con ella?
Kiara inspeccionó el cuarto rápidamente con sus ojos, buscando alguna pista sobre su destino.
La luz tenue se reflejaba contra las paredes de acero pálidas, dándoles una extraña apariencia sombría. Atraída por un movimiento súbito en una esquina, enfocó sus ojos sobre una rellenita mujer mayor quien la miraba, mientras reclinaba su silla.
—Está a salvo —la mujer le sonrió dulcemente, su cara vieja era como la de una abuela amable—. Nadie le hará daño aquí.
Los ojos marrones de la mujer brillaban con honestidad y calor. Kiara confió en ella.
Cuando las luces se aclararon revisó el cuarto y notó la riqueza de los muebles. La cama en la que estaba sentaba era de una oscura madera tallada, una rareza que pocos podían permitirse el lujo de tener. La blanca telaraña flotante colgaba sobre los postes altos y escudaba a la cama del frío.
Kiara se giró para mirar a la mujer.
—¿Dónde estoy? —preguntó.
—El dónde no es lo importante. Será enviada pronto a casa ahora que ha despertado. —La mujer se puso de pie y puso una cara de fanática que Kiara reconoció al instante—. ¿Siente hambre o sed?
Ante la negativa de Kiara, la mujer se acercó a la puerta.
—Mi nombre es Mira. Quédese aquí y buscaré algo que pueda ponerse.
Kiara la miraba mientras se marchaba. En la soledad intrínseca del cuarto, escuchó un viento feroz afuera que golpeaba insistentemente. Su mirada se enfocó en las ventanas coloreadas que estaban en la pared más lejana. Un árbol extraño fue golpeado fuertemente por el viento y eso hizo que sus ramas se chocaran con la ventana. Kiara se sentía desvalida ante las fuerzas desconocidas que no podía controlar.
Suspiró y sus pensamientos regresaron hacia su padre. Sin ninguna duda estaría lanzándole frenéticas maldiciones enfadadas a sus pobres soldados, ordenándoles que fueran a investigar cada fragmento del espacio en su búsqueda. Su garganta se apretó rezando para que estas personas pensaran devolverla a Gouran.
La puerta se abrió, y la sorpresa la alejó de sus pensamientos.
No era Mira, era un hombre quien entraba a su habitación. Kiara se tapó hasta la barbilla, vacilando ante el extraño, no estaba lo suficientemente asustada, pero agradecía la poca protección que le brindaba la sábana.
Nykyrian se detuvo. Creía que Kiara todavía estaría dormida. Debió suponerlo.
Sus ojos ambarinos sobresaltados lo miraron perspicazmente. Con algo de morbo, se preguntó como reaccionaría si se anunciaba como el temido y despiadado Némesis.
Pero no había necesidad, ya conocía su reacción. Sus ojos se saldrían de sus órbitas del pánico, indudablemente gritaría de terror y rogaría por su vida.
Suspiró cansado. Su mirada lo estudiaba y su cuerpo reaccionó inmediatamente como si lo hubiera acariciado con sus manos.
Era la única mujer que había deseado en muchos años. Tuvo que controlarse para no rendirse ante el deseo torturante de besarla y averiguar como se sentirían sus brazos delgados envueltos en su cuerpo mientras se enterraba profundamente en su calor. También sentía otra necesidad que ni siquiera podía nombrar.
El corazón de Kiara latía apresurado. El hombre era alto, vestido totalmente de negro. Incluso a través del diáfano velo que los separaba, las incrustaciones plateadas de sus botas y su cinturón de armas brillaban débilmente con la luz. Una larga capa negra delgada se arrastraba hasta sus tobillos, la parte izquierda de la capa estaba retirada revelando la presencia de un blaster.
Los primeros tres botones de su camisa de seda estaban desechos, revelando la promesa de un cuerpo moreno y musculoso. Una cicatriz profunda corría desde la base de su garganta hasta lo largo de la clavícula y desaparecía bajo la camisa. Tenía un fuerte deseo de investigar hasta donde llegaba esa cicatriz.
Aunque la mitad de su cara estaba cubierta por gafas oscuras, se podía decir que el hombre era extremadamente atractivo. Su cara morena y bien afeitada, reflejaba una determinación reacia. Su largo pelo rubio casi blanco estaba trenzado en su espalda. Por eso determinó que era un guerrero de habilidades extraordinarias.
Una aura de poder y peligro emanaba de su cuerpo embriagándola. Casi podía sentir su fuerza.
—Supongo que Mira ha salido ha buscar ropa —dijo con un acento que no pudo determinar y con un profundo timbre de voz que envió escalofríos a través de su cuerpo.
—¿Eres Andarion? —le preguntó al notar sus dientes. Sintió temor de su respuesta.
Nykyrian abrió la boca y se pasó la lengua encima de sus dientes caninos afilados.
—No te preocupes, no me como a los humanos —contestó.
Kiara se alivió.
—¿Eres quien me llevará a casa? —preguntó cuando él avanzó y se apoyó contra una alta columna de la cama.
—Si lo prefieres encontraré a un humano para que te lleve.
Ella lo consideró por un momento. Quizá estaría más segura si tuviera una escolta humana.
Kiara echó una mirada sobre su cuerpo, admirando su pose casual. Los firmes pantalones de cuero le daban énfasis a sus muslos musculosos. Su sangre se encendió. Nunca le había atraído un hombre de esa manera. Lamiéndose los labios repentinamente secos, decidió que podía tolerarlo mientras la llevaba de vuelta a casa.
—No, confío en ti. —Kiara sonrió.
—Eso no es muy inteligente de tu parte, no soy muy confiable —le avisó enviándole una ola de aprehensión y curiosidad.
Su intercambio se abrevió cuando Mira regresó con un traje de batalla en el hombro.
—Oh Nykyrian —dijo sobresaltada—. No sabía que estabas aquí.
Kiara notó la obvia incomodidad de Mira.
—Esperaré afuera —dijo mientras se dirigía a la puerta.
El ceño de Mira lo siguió.
En cuanto se marchó, Kiara apartó el velo de la cama a un lado y salió de la cama. Sus dedos de los pies se congelaron por el contacto con el piso frío.
—¿Él no le cae bien? —preguntó.
Mira saltó como si se hubiera tropezado.
—No —dijo apresuradamente—. No es eso. Simplemente es... Él es... un poco peculiar, supongo. —Mira le dio el traje.
Kiara admitió que también la había desquiciado un poco.
—¿Quién es él?
—Es Nykyrian... —Mira hizo una pausa, sus cejas se juntaron—. Me he olvidado de su apellido, rara vez lo usa. Parece que lo detesta.
—Que extraño.
—Así es. —Mira se apoyó más cerca y le susurró—. Es un Asesino renegado de la Liga.
El corazón de Kiara se detuvo.
—Pensé que la Liga no permitía que sus asesinos desertaran.
Mira agitó la cabeza gravemente.
—No lo hacen. Nykyrian es el único que ha podido alejarse más de una semana. He escuchado que es alguna clase de héroe condecorado.
Kiara frunció el ceño.
—¿Un héroe? ¿Y por qué desertó?
Mira agitó la cabeza.
—Nadie lo sabe con seguridad. Es muy reservado e incluso casi nunca habla. —Mira suspiró—. La mayoría de las personas de aquí tienden a evitarlo porque es un híbrido.
El ceño de Kiara se profundizó.
—¿Qué es un Híbrido?
—Es mitad Andarion y mitad humano.
—Qué raro.
—Hmmm —masculló Mira—. Estoy segura de que te protegerá. Es el mejor combatiente que tiene el OMG.
Kiara se aprovechó del cotilleo de Mira cuando la ayudaba con la manga de su traje de batalla.
—¿Ya no asesina a las personas?
—No, que yo sepa. —Mira le ofreció la mano a Kiara—. Dejemos los chismes para otra ocasión. Ha sido un gran placer conocerla, Señorita Biardi. Le deseo mucho éxito en su nuevo show.
Sonriendo Kiara tomó la calurosa y aterciopelada mano de Mira y le dio una corta pero elegante sacudida.
—Ha sido un honor conocerla, Mira. Gracias por su bondad. Si alguna vez quiere venir a ver mi show, simplemente llámeme y le permitiré entrar.
—Gracias. Ojala pudiera hacer eso. —Los ojos de Mira estaban llenos de amistad cuando abandonó la habitación.
Rápidamente, Kiara se cambio su vestido por el traje de batalla negro. Después de que terminó de cerrar la parte delantera del traje, abrió la puerta y salió al corredor para buscar a su escolta. Nykyrian se apartó de la pared.
Kiara se ruborizó cuando comprendió lo desarreglada que debía verse. Miró como el traje que llevaba puesto que obviamente había sido diseñado para un hombre, le arrastraba por el piso y le quedaba como un saco grande. Solo el cielo sabía como se veía su cara después de la manera en como Chenz había jugado a Griball con ella.
Sus promotores de danza, la abandonarían definitivamente si alguna vez la vieran en tal estado. Cuantas veces le habían dicho que su imagen era lo más importante y que por eso debía conservarse.
Bien, no podía evitarlo.
Recobró su vanidad perdida sacudiendo la cabeza y miró a su escolta.
—¿Estás lista? —preguntó, con su voz resonando en su mente, haciéndola arder con su tono rico y refinado.
Kiara lamió sus labios, preguntándose lo que sentiría al besar a ese asesino peligroso.
Había escuchado muchas historias sobre los invaluables soldados de la Liga. Eran un grupo libre, entrenados para matar objetivos políticos y vivían celosamente protegidos como los más valiosos artículos de la Liga. Kiara se preguntó que tipo de hombre podía desafiar a una Liga nefasta, que protegía e intimidaba a todos los gobiernos con su poder militar. Incluso su padre que tenía más valor que muchos, se negaba a desobedecer una orden de la Liga.
Por un momento, pensó que Nykyrian podría responderle a sus inconscientes preguntas a cambio de un beso. Pero lo más increíble pasó, él se marchó.
Kiara frunció el ceño confundida, con las mejillas ardientes por su rechazo.
Nykyrian se detuvo a unos pocos pasos de ella.
—No te quedes ahí —la reprendió—. Tienes que irte a tu casa. Tu padre está muy angustiado.
—¿Lo llamaste? —preguntó Kiara, sorprendida de que fuera tan considerado.
—Lo hizo Rachol —dijo antes de continuar bajando por el vestíbulo.
Kiara se ofendió por su actitud hacia ella. Tenía que esforzarse por mantener el ritmo de sus largos pasos, que rápidamente la guiaron hasta el corredor de abajo hacia la bahía de aterrizaje.
Nykyrian la llevó a un avión de combate negro, que estaba en el extremo izquierdo de la bahía. Pasaron al lado de varias personas, pero nadie le dirigió ni un saludo a Nykyrian. Kiara pensó en las palabras de Mira. No era extraño que el hombre fuera reservado.
Abrió la compuerta de la cabina del piloto al apretar un botón al lado de la nave, luego puso sus manos alrededor de su cintura y la puso sobre la escalera. El calor de sus manos fuertes, atravesó el material de su traje y la estremeció. La ligera presión le dio un masaje a su piel y le quitó la respiración.
Detente, se dijo, No es el primer hombre que te sostiene. Una pequeña sonrisa curvó sus labios. No era el primero, pero definitivamente era el más intrigante.
Tratando de controlar sus emociones tumultuosas, Kiara subió a la cima de la nave e hizo una pausa confundida.
Miró hacia abajo, donde Nykyrian permanecía de pie, ignorándola.
Se llenó de incertidumbre cuando vio la única silla que había dentro del avión de combate. ¿Era la nave correcta? ¿Dónde se suponía que debía sentarse, en su regazo? Un calor la atravesó por ese pensamiento.
—Siéntate enfrente del asiento —la instruyó Nykyrian desde abajo cuando por fin notó su vacilación.
Hizo lo que le ordenó.
Desde la posición en la que estaba sentada, Kiara vio a alguien avanzando con dos cascos y un registro computarizado. Nykyrian firmó el registro rápidamente, agarró los dos cascos y se le unió.
Intentando evitar el cuerpo caluroso que se apretaba en su espalda, estudió los mandos de la nave. El tablero principal le recordó a una pieza de museo. No podía asegurar cuantos años tenía de haber sido construida.
Nykyrian debió haber notado su interés, porque le dijo suavemente:
—Es un avión de combate Bertraud Trebuchet.
—Pensé que habían dejado de construirlos hace años y que el último que quedaba se le vendió a Némesis.
—Somos buenos amigos —dijo en un tono extraño, que hubiera sido maravilloso si fueran amantes.
Antes de que pudiera hacerle otra pregunta, le puso un casco sobre la cabeza. Kiara sintió sus brazos moviéndose detrás y comprendió que se estaba quitando las gafas. Curiosa, intentó darse la vuelta.
—¡No lo hagas! —le chasqueó.
Kiara se puso rígida.
Su agitación la derritió cuando sus brazos fuertes estuvieron a su alrededor para encender los interruptores que estaban al frente.
Con un rugido ensordecedor, los artefactos se encendieron y luego se estableció un zumbido suave. En el murmullo ensordecedor que llenaba sus orejas, escuchó la voz del director a través del intercomunicador que estaba en su casco.
Se reclinó hacia atrás. El cuerpo de Nykyrian se sacudió por el contacto inesperado. Una sonrisa maliciosa curvó los labios de Kiara. Bien, realmente no le era tan indiferente como quería hacerle creer.
Nykyrian se inflamó inmediatamente al sentir su cuerpo apretado contra el suyo. ¡Dios, era un idiota! ¿Por qué no pensó en pedirle prestada la nave de combate de doble asiento a Jayne? ¿Cómo podía viajar hasta Gouran si sus hormonas se adueñaban de su sentido común?
Alejó sus pensamientos del cuerpo que estaba suavemente amoldado contra el suyo y le prestó atención al director para efectuar el lanzamiento.
La fuerza de gravedad atrajo su cuerpo con más fuerza, y aumentaba su incomodidad. Y su excitación. Su mano tembló cuando apretó el acelerador.
Nykyrian estuvo tentado de abortar el lanzamiento y de aprovecharse de la mujer que tenía en su regazo. Para su decepción solo pudo servirse de su afamada determinación férrea.
En pocos minutos, estuvieron en órbita.
Kiara vio como el planeta gris oscuro se alejaba de su vista. Y por alguna razón inexplicable, se sentía segura en esos brazos extraños. El sentido común le decía que era un asesino militar especializado y que debía tenerle mucho miedo, pero a su corazón no le importaban sus miedos. Por alguna loca razón, pensó que él jamás le haría daño.
Moviéndose en el asiento, escuchó su respiración entrecortada.
—Permanece sentada —le ordenó, con un tono de voz áspero.
Eso la fastidió.
—¿Esperas que me quede embutida delante de ti? —le preguntó.
—Espero que te quedes sentada.
Con una mueca, Kiara se apoyó de espaldas. Su ira se derritió cuando sintió su corazón golpeando su hombro. Percibió el calor de su cuerpo, su fuerte olor masculino a cuero y almizcle. Deseaba a ese hombre más de lo que había deseado alguna vez a alguien.
Kiara suspiró, sabiendo que él sobrepasaba a todas sus exigencias.
Nykyrian sentía a Kiara relajada contra él. Sabía que debía disculparse por su laconismo. Pero jamás pedía disculpas por nada. Además, era mejor no agradarle. No había ninguna esperanza de que pasara algo entre ellos. Recordó que había elegido su vida cuidadosamente, pero jamás una decisión le había pesado tanto en su mente.
Permanecieron callados el resto de la larga jornada.
Kiara se quedó extática cuando su mundo estuvo a la vista. Escuchó la profunda voz de Nykyrian hablando totalmente en el idioma nativo de Gourish, explicándole sus asuntos al director.
La voz del director rugió cuando le dio sus coordenadas.
Kiara pestañeó, incapaz de creer lo que sus ojos veían, a una escuadrilla aérea rodeándolos. Las naves no estaban haciéndole una fiesta de bienvenida, eran naves de combate militares, totalmente armadas y listas para disparar.
Los brazos de Nykyrian se pusieron rígidos por la expectativa. Su corazón latió con fuerza. ¿Qué sucedería si uno de los soldados de su padre entraba en pánico y les disparaba sin ninguna razón? Aunque los pilotos estaban cuidadosamente entrenados, los errores sucedían y no quería estar incluida en los libros de estadística.
—¡Detengan a los aviones de combate! —chasqueó.
—¿Kiara? —la voz aliviada de su padre estalló a través del auricular—. Ángel, ¿Estás bien?
—Papa, por favor —le rogó antes de que ocurriera un desastre—. Solo vino a traerme a casa. Cancela a tus tropas.
El silencio le respondió durante unos segundo. Finalmente, su padre suspiró y les ordenó a los soldados regresar a la base.
Los brazos de Nykyrian se relajaron a su alrededor cuando los aviones de combate se alejaron.
Les tomó varios minutos llegar a la bahía de aterrizaje principal. El enorme cristal y la estructura de albañilería le dieron la bienvenida a Kiara. Nunca se había sentido tan feliz de llegar a casa. La ciudad capital resonó de actividad mientras aterrizaban.
Nykyrian ejecutó un aterrizaje sin problemas dentro de la bahía.
Después de soltar el dosel, desabrochó a Kiara de su asiento. Ella se quitó el casco y se giró para enfrentarlo. Levantó una ceja cuando notó que él no hizo ningún movimiento para quitarse su equipo.
—¿No te quedarás con nosotros un momento?
Mirando a un lado del avión de combate, notó la gran cantidad de tropas de su padre. Nykyrian negó con un gesto.
—Parece que están nerviosos —dijo secamente.
Kiara le entregó el casco.
—Nunca podré agradecerte lo suficiente por lo que haz hecho.
—Fue un placer. Vivo para transportar mujeres hermosas.
Kiara pensó que estaba bromeando, pero su voz nunca cambió.
—Eres un misterio —le susurró, extasiada—. ¿Por qué no vienes esta noche a mi presentación de apertura? Te regalaré un par de pases.
Nykyrian suspiró.
—No, gracias. Deberías abstenerte de realizar cualquier presentación hasta que encuentren y liquiden a las personas que tratan de matarte.
Kiara ignoró su consejo. Ahora estaba en casa y todo estaría bien. Impulsivamente, se inclinó y le dio un beso a un lado del casco.
—Gracias otra vez —le dijo, luego se deslizó de la nave.
Una vez que sus pies tocaron tierra, corrió hacia los brazos extendidos de su padre. Su corazón latía tranquilo ahora que estaba a salvo y de regreso a su hogar.
Las ojeras de Tiarun se habían acentuado y su rostro tenía un ceño profundo y prohibitivo mientras trazaba el contorno de su mejilla hinchada. Kiara lo abrazó con fuerza.
—Ya no me duele —le aseguró.
—El OMG me dijo que habían matado a los responsables.
Kiara tembló cuando lo recordó todo.
—Lo hicieron.
Tiarun la apretó tanto que temió que sus costillas se romperían.
—Desde hoy llevarás guardias armados a tu lado. No se por que razón el OMG te devolvió ilesa. Pero gracias a Dios que estás bien.
A salvo. Kiara sonrió nerviosamente. Encontró difícil de creer que había estado en el Centro de operaciones del Legendario Némesis, lo había conocido e incluso ninguno de sus mercenarios había atentado contra su vida. Por eso mismo, no le contaría a su padre lo poco que había visto. Les debía eso y mucho más.
Dándose la vuelta, vio como Nykyrian cerraba su compuerta. No sabía nada de él, pero por alguna razón quería verlo de nuevo desesperadamente.
Nykyrian se dio cuenta que Kiara lo estaba viendo. Mirándola por última vez, se preparó para despegar. Un dolor lo atravesó cuando lamento la necesidad de pasar toda su vida solo.
Apretó sus dientes y despegó.
Cuando el planeta diminuto desapareció de su visión, el remordimiento lo consumió. Quizá algún día sería libre de mantener una relación con alguien pero lo dudaba.
Simplemente una sola vez, le gustaría saber que se sentía el ser amado, que lo abrazaran por las noches cuando estuviera confundido y herido.
Sus ojos se estrecharon. ¿Si ni siquiera sus familias reales o adoptivas le habían mostrado alguna vez bondad, por qué lo esperaría de alguien más?
¿Para qué necesitaba amor y bondad? Esas cosas sólo volvían a un soldado débil y vulnerable. Se encogió de hombros para sacar fuera a esos pensamientos melancólicos, regresó al control de su nave y se dirigió hacia su casa aislada.
No tardó mucho tiempo en llegar al planeta anaranjado y amarillo. Atracó en el hangar pequeño que estaba al lado de la casa.
Apretó un botón en el panel de control que cerró el portal detrás de su nave, y esperó que el aire artificial remplazara al mortal y natural, mientras tanto un pensamiento sobre una bailarina delgada invadió sus sueños. Suspiró queriendo las cosas que su dinero y su influencia no podían comprar. El amor de Kiara y su aceptación.
Cuando la luz le anunció que era seguro el ambiente, salió de su avión de combate.
En cuanto entró a la casa, sus cuatro mascotas lo asaltaron con saltos felices y lengüetadas que desterraron toda su melancolía.
Los lorinas eran criaturas felinas que muchos creían que nunca podrían domesticarse. Le había tomado a Nykyrian mucho tiempo volverlos dóciles, pero como la mayoría de los seres, una vez que aprendieron que podían confiar que él no los dañaría o los descuidaría, se volvieron amigos rápidamente.
Eran el único bálsamo que aliviaba la soledad en la que vivía. Frotando la piel suave de sus cabezas, Nykyrian dejó caer si casco cerca de la puerta. Agradecía que todavía estuviera oscuro en su planeta. Con algo de suerte, podría dormir un poco.
Las estrellas brillaban a través del techo translucido, mientras la casa flotaba plácidamente sobre el mundo gaseoso que la sostenía. Era un lugar, pacífico y consolador que siempre aliviaba la tensión de sus músculos y expulsaba los problemas de su mente.
Había comprado el planeta muchos años después de decidir que estaba cansado de vivir en pisos apiñados de ciudades ruidosas y llena de criminales. Nadie, excepto Rachol conocía la existencia de la casa. No había allí ninguna bailarina para tentarlo. Tenía la soledad que necesitaba para vivir en paz.
Fatigado, Nykyrian subió los escalones a su izquierda. La cama grande y suave le dio la bienvenida. Soltó el lazo de su trenza, agitó su cabello suelto y de un golpe cayó encima del cobertor negro de piel.
Rodó hacia su espalda y permaneció durante horas mirando el cielo que giraba sobre él. A pesar de la tranquilidad de los cielos, su mente no estaba en paz. Los lorinas lo cubrieron, ofreciéndole todo el solaz que podían. Acariciando su piel, pensó en unos rizos castaños oscuros, de una delgada bailarina que corría hacia los brazos de su padre.
Se tragó un nudo en su garganta, sintiéndose más solo que nunca.
Cuando el cielo comenzó a aclararse, vio a una nave subiendo verticalmente sobre el techo. No se movió esperando que Rachol aterrizara y entrara.
Los lorinas escucharon el sonido agudo de los equipos de Rachol y saltaron de la cama, ansiosos por saludar a su otro amigo. Nykyrian gruñó cuando usaron su estómago como almohadilla de lanzamiento.
—¡Kip! —Gritó Rachol desde abajo, bombardeado por los lorinas—. ¿Cuándo vas a encadenar a estos perros cruzados allá arriba?
Pasándose la mano a través de su cabello desatado, Nykyrian se sentó. Los lorinas subieron los escalones, seguidos por Rachol.
Nykyrian apiló las almohadas a lo largo de la pared y se reclinó contra ellas.
—¿Y bien? —le preguntó a Rachol cuando estuvo al pie de su cama.
—Le dije a Biardi que estábamos ocupados. El fulano nos ofreció sin embargo mucho dinero. Casi estuve tentado a tomarlo y cuidarla yo mismo. La muchacha parecía defraudada de que nos negáramos. —Se encogió de hombros.
Nykyrian agitó la cabeza. Como siempre, el informe de Rachol era breve pero eficiente, corto y cómico.
El deslizó una pierna hacia arriba y puso su brazo sobre la rodilla.
—¿Qué quieren los Probekeins?
—Quieren que Gourans les done todos los derechos que tienen sobre Miremba IV. Tenías razón sobre el arma. Parece que los Probekeins necesitan los recursos de ese fortín para completar el explosivo.
Nykyrian frunció el ceño.
—No sabía que había surata en Miremba. —Su mente repasó los químicos que se necesitaban para fabricar el arma, el surata era el único que los Probekeins no tenían en sus territorios.
Rachol no dijo nada. Se dio la vuelta y se sostuvo con los codos, mirando fijamente los rayos rosados y ambarinos del cielo.
—Realmente está es una gran vista. Debes tratar de mirarla cuando estés realmente aburrido.
Nykyrian frunció el ceño.
—Y tú debes tratar de verla cuando estés sobrio.
—Eso dolió. —Rachol sonrió—. Estoy sobrio y debo decir que no es tan interesante. —Miró a Nykyrian—. No he bebido en tres días. Lo estoy haciendo bien.
—Puedes hacerlo mejor.
Rachol resopló.
—Dejaré mi bebida el día de tu boda.
Nykyrian se puso de pie y no parecía divertido.
—Necesito comer —comentó ausentemente, antes de ir a los escalones.
—Espera —le llamó Rachol deteniéndolo—. Pensé que querrías saber esto. Pitala y Aksel Bredeh han aceptado el contrato por la vida de Kiara. No se cual de los dos va a hacer el golpe.
Nykyrian se congeló. Pitala y Bredeh hacían que Némesis pareciera un crío.
—¿Cuándo descubriste eso?
—Cuando venía hacia aquí.
Los pensamientos giraron en la mente de Nykyrian. No podía permitir que Kiara muriera. ¿Pero querido Dios como podía protegerla, estando todos los días cerca de ella sin enloquecer por las necesidades de su cuerpo?
Una imagen de Kiara yaciendo muerta lo atormentó. Había pasado la mitad de su vida asesinando y sabía demasiado bien como era la mentalidad de un asesino, sobre todo sabía lo que Pitala o Bredeh le harían a Kiara antes de acabar con su vida. Parte del trabajo de un asesino era hacer la muerte tan repugnante como fuera posible para intimidar a los parientes de las víctimas y a sus aliados.
Nykyrian era ahora un vengador, no un asesino. Cuando desertó de la Liga, había jurado que protegería a las víctimas inocentes escogidas por la Liga y otros asesinos. No podría permitir que muriera.
Recordó lo que Rachol le dijo una vez, hace mucho tiempo, que desde que abandonó la Liga ya no obedecía a la ley. No, ahora era solo retribución y justicia. La retribución normalmente llegaba demasiado tarde y la justicia no permitía que Kiara muriera por algo que ni siquiera le concernía.
Nykyrian miró fijamente a Rachol un poco indeciso. No era su trabajo o su responsabilidad cuidar de Kiara. Había sido condenado al infierno por haber pertenecido a la Liga. Estar solo con ella y no tocarla, era incluso una tortura más grande que todas las misiones que le habían obligado a ejecutar en contra de su voluntad.
Recordó los suaves y confiados ojos de Kiara y sintió su cuerpo amoldado contra el suyo.
Nykyrian tomó una decisión.
—Llama a Biardi.
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