Adron Quiakides nunca había sido el tipo de hombre al que se podía abordar imprudentemente.
No si uno quería vivir, desde luego.
Y esta noche, mientras estaba sentado solo en la cabina trasera del Goldon Crena consumiendo poco a poco una cara botella de alcohol Grenna, lo último que quería era que alguien lo molestase.
Sus placeres en la vida eran pocos, y consumir por completo ese líquido naranja amarillento le daba la paz que deseaba su maltratada alma.
Porque esta noche, más que nunca, sus recuerdos dolían.
Esta misma hora señalaba el quinto aniversario de la noche en que había tomado la decisión de pasar el resto de su vida pagando.
Adron agarro la botella medio borracho con la mano derecha, incapaz de creer que había pasado tanto tiempo desde que había caminado con una cojera pronunciada.
Cinco años desde que había experimentado algo de comodidad o alguna paz.
Él se había quedado en cama por horas tratando de dormir. Tratando de olvidar, y finalmente él se había percatado que la única forma para silenciar a sus demonios era ahogarlos por completo.
Y nada trabajaba mejor que Grena.
Inclinando la gran botella a sus labios, dejó que el fuego pasara por su garganta.
-Oye, cariño –dijo una mujer atractiva y pelirroja mientras andaba con paso lento sobre él y apoyaba una cadera delgada contra la mesa-. ¿Quieres algo de compañía?
-Tengo compañía –dijo él, su voz rasposa resonando en sus oídos-. Yo, yo mismo y yo.
Ella lanzo una mirada muy hambrienta sobre su cuerpo, después se apoyo a través de la mesa para mostrar sus generosos pechos.
-Pues bien, hay bastante de mí para hacer a los tres felices.
Había habido un tiempo, una vez, cuando no hubiera dudado en llevarla arriba ante esa oferta.
Pero entonces la vida no era nada excepto cambiante, y normalmente se modificaba en un segundo.
Ella se relamió los labios.
-Vamos, guapo, cómprame una bebida.
Adron la miro. No era la primera mujer que le hacía una proposición esa noche. Y en verdad le desconcertaba que alguna mujer se tomara la molestia dada la cruel cicatriz de su cara. Pero entonces, las mujeres del Golden Crona no era críticas, sobretodo no cuando sentían el dinero.
-Lo siento –dijo él fríamente-. Ninguno de nosotros está interesado.
Ella suspiro dramáticamente.
-De acuerdo, si alguno de vosotros cambia de opinión, me lo haces saber.
Con una última triste mirada hacia él, se volvió a través del gentío de humanos y aliens que se movía a través de la barra atestada.
Adron cambió de posición con inquietud en su asiento mientras el profundo dolor en su hueso pasaba como un relámpago por su pierna izquierda. Apretando los dientes, expresó un gruñido bajo en su garganta.
Uno pensaría que la cantidad de calmantes con los que vivía cuando se combinaban con el alcohol aplastarían cualquier dolencia física. Pero apenas entumecían su tormento físico.
Y no hacían nada con la agonía en su corazón.
-Maldito infierno –gruñó bajo su aliento él, después echó la cabeza hacía atrás y terminó su bebida.
Agarró a una camarera de piel verde que pasaba y ordenó
dos botellas más.
Mientras esperaba que volviera, vio a otra mujer dirigiéndosele. La feroz mirada encolerizada que le lanzó, la hizo escabullirse.
Finalmente estaba divirtiéndose. Esta noche tenía la intención de quedar completamente enlosado y se compadecía del siguiente estúpido lo suficientemente tonto como para acercársele. A menos que viniesen cargados con más alcohol.
MMM
Livia Typpa Vista había vivido todo su vida con custodia policial. Más rehén que princesa, durante mucho tiempo se había fatigado con los dictámenes de todo el mundo sobre su comportamiento, y a la edad de veintiséis años, ya había tenido suficiente.
No era una niña.
Y no iba a casarse con Clypper Thoran en dos semanas. ¡Ni que fuera el último varón en el universo!
-Harás lo que se te dice.
Se sobresaltó con la orden imperiosa de su padre. La alta eminencia en la que él podría estar, salvo que ella, no su hermano mayor, había heredado su obstinación. Sin importar el precio, se rehusaba a casarse con un Gobernador Territorial dieciséis años mayor que su padre.
Desde que Clypper había ordenado a una virgen para ser su prometida, supo que sólo había una forma para frustrarlos a ambos.
Después de esta noche, no seguiría siendo una virgen.
Por la mañana, su padre la mataría por ello. Pero mejor morir que ser casada con un anciano cruel, con cara de cabra que andaba tanteándola con sus frías manos cada vez que estaba cerca de ella.
El Goleen Crona.
Mientras la lluvia caía sobre ella, Livia clavo los ojos en el signo por encima de su cabeza. Su criada, Krista, le había hablado sobre el club. Dentro había toda clase de héroes y toda clase de villanos, y aunque preferiría entregar su virginidad a un héroe, honestamente no le importaba. Siempre que fuera pasablemente atractivo y agradable, sería lo suficientemente bueno para la noche.
Reuniendo su valor, Livia abrió la puerta y se paró en seco.
Nunca había visto algo así. Un mar de aliens y humanos bailaban y oscilaban de arriba abajo a través de la barra humeante que olía al sudor de muchas especies, y a alcohol barato. La horrible música era tan fuerte, que hacía a sus oídos latir.
Un varón grande, anaranjado y reptil le dirigió un ceño fruncido mientras ella vacilaba en la puerta.
-Dentro o fuera –gruño él.
Ella inspiro profundamente para fortalecer su coraje. Eso, y mentalmente conjuró una imagen de las mandíbulas llenas de grasa de Clypper y sus ojos globulosos, llenos de lujuria.
Estremeciéndose, entró y dejó la puerta un poco atrás.
-Veinticinco créditos –exigió el hombre-reptil.
-¿Perdón?
-Veinticinco créditos. Pagas o te lanzo afuera sobre tu culo.
Livia arqueó una ceja. Tenía en la punta de la lengua las palabras para ponerlo en su sitio, pero entonces recordó que él no sabía quien era ella. Y debía seguir así.
Si alguien supiera que era una princesa Vistan, sería devuelta al hotel donde se hospedaban.
Sin mencionar el hecho de que tenía poco tiempo. Tenía que encontrar a un hombre antes de que alguien la echara en falta y comenzara una búsqueda.
Sacando el dinero que le había robado a su hermano, pagó el precio.
-De acuerdo –se murmuró a sí misma mientras examinaba la barra llena de gente-. Es hora de encontrarle.
Pasó entre el gentío y se sobresaltó a medida que varios humanos sucios la miraban con interés.
Livia rápidamente añadió a su lista de cosas el buscar a un hombre que se hubiera bañado.
Un alto, ocurro y humano varón le sonrió, exhibiendo un juego de dientes negros.
De acuerdo, también tenia que añadir que supiera como se usaba un cepillo de dientes.
Mientras cruzaba el cuarto, vio a un moreno en la barra que parecía prometedor. Se dirigió hacia él. Pero tan pronto como se acerco, se congeló.
Era el corredor personal de su padre.
Si supiera como maldecir, definitivamente maldeciría su suerte.
Solamente no dejes que me vea.
Cayendo entre en el gentío, Livia lo vigiló tratando de escudriñar la aglomeración buscando a su blanco. Seguramente, allí había alguien que podría…
Una conmoción a la entrada llamo su atención.
Livia comenzó a mirar.
¡Oh, no! Se aterrorizó al ver a los Guardias de la familia real entrando en la barra. Inmediatamente, los soldados vestidos de gris empezaron a preguntar a los clientes mientras se expandían para cubrir tanto de la barra como pudieran.
Tembló. Para que ellos estuvieran aquí armados, Krista tendría que haber dicho voluntariamente su posición, y sin duda, su intención. Livia gimió ante el pensamiento.
¿Cómo podía haberla traicionado Krista? Su criada había sido tan útil en la planificación y ejecución de su plan.
Pero por alguna razón, Krista vivía con el miedo al padre de Livia y fácilmente un ceño fruncido habría hecho que su criada lo dijera todo.
Directamente hasta el mayor de los detalles.
Livia se encogió de miedo al pensar en la reacción de su padre. Pero al menos Krista, a diferencia de ella, no pagaría por su afrenta.
Krista estaba protegida por sus leyes. Solo un varón de su familia podría castigarla, y Krista no tenía ningún pariente masculino vivo.
Livia no tenía esa suerte, y no era necesario decir lo que su padre le haría por esto.
La castidad era una de las virtudes más importantes que cualquier mujer debía poseer en su mundo. De hecho, hombres y mujeres sólo tenían permitido mezclarse durante las comidas, funciones puras, reales, y cuando las parejas estuvieran casadas, realizarían sus funciones maritales. Pero que una mujer buscase a un hombre que no tuviese lazos de sangre con ella era extremadamente prohibido.
Y se castigaba duramente.
Se estremeció de miedo. Había sabido las consecuencias antes de ponerse en marcha. De una u otra manera, pagaría por su indiscreción, y si tenía que pagar, entonces iba a asegurarse de completar el plan.
Apretando los dientes, Livia escudriñó el cuarto buscando un escondite. En la parte trasera del club había una línea de cabinas. Se dirigió hacia ellas.
Desgraciadamente, todos a los que miró estaban ocupados.
¡Maldición!
-Oye, bebé –preguntó un hombre grosero mirándola-, ¿quieres compañía?
Ella lo consideró hasta que él tendió la mano y le agarró el brazo. La tiro hacía él, su mano apretando ferozmente la carne de la parte superior de su brazo.
-Vamos –dijo con una brillante sonrisa mientras se pasaba la mano por su pelo mojado-, ¿Qué me dices a mí y a mi cabeza?
Ella se apartó dando tumbos antes de que pudiera herirla más.
-No, gracias.
Apartándose, vio a los guardias dirigiéndose hacia ella a medida que pasaban rozando al gentío.
Con su corazón martilleando, corrió hasta la última cabina y se sentó en el banco vacío antes de que el guardia la viera.
-¿Qué diablos haces?
Ella pasó su mirada fija del guardia al hombre sentado delante de ella.
El aliento quedó atascado en su garganta.
Él era más que pasable.
De hecho, nunca había visto a un hombre tan increíblemente guapo. Sus rasgos bien definidos y rígidamente aristocráticos. Sus cejas oscuras de color café se arqueaban con precisión sobre los ojos más penetrantes y azules que alguna vez había visto.
Iba vestido completamente de negro, llevaba el cabello rubio y canoso largo, sujeto en una cola. Bien afeitado y lavado, lo rodeaba un aire de refinamiento y poder.
Pero sus ojos eran fríos mientras la miraba. Precavidos.
El aura de peligro se pegaba a él y a causa de la determinación de su mandíbula, podía afirmar que no quería compañía.
Él tiró de los guantes negros sobre sus manos mientras la miraba.
Debería levantarse y marcharse, aún más cuando él tenía una cicatriz que recorría ferozmente su pómulo, desde el nacimiento del pelo y abajo hasta su mandíbula. Parecía que alguien le hubiera cortado allí a propósito, lo que la hacía preguntarse que clase de hombre era sencillamente.
¿Qué había hecho para merecer semejante herida?
Mordiéndose los labios indecisa, dirigió de nuevo la mirada al guardia quieto.
¿Qué debía hacer?
Adron arqueó una ceja a la mujer que aún no le había dejado.
Estaba borracho, pero no tan borracho como para no darse cuenta de que el pequeño ratón mojado sentado delante suyo no debía estar ahí. Podía oler su inocencia.
Y le revolvía el estómago.
Su pelo café oscuro estaba suelto, resbalando sobre sus hombros finos en ondas.
Tenía grandes ojos, angelicales. Ojos verdes que hechizaban. Eran completamente…
Cándidos y honestos.
Un temblor lo recorrió. ¿Quién tenía en esa época ojos así? ¿Y cómo lo miraba tan directamente con ellos?
-Me escondo de alguien –le confió ella-. ¿Prestas atención?
-Caramba, si, presto atención.
Livia miro ceñudamente al desconocido. Su tono fiero la hizo echarse atrás, y si no hubiera sido por los guardias que escudriñaban las cabinas, hubiera salido.
¡Piensa en algo!
El guardia tapó dos cabinas y tendió un holo-cubo a los extraños sentados en él.
-¿Han visto a esta mujer?
Su plan estaba arruinado, solo conocía una manera de frustrar a su padre. Se levanto de su asiento y se sentó junto al desconocido.
Él la miro ceñudo.
Antes de que le pudiera decir algo, Livia se inclinó hacia delante y lo besó.
Adron estaba sentado en un silencio atontado mientras ella ponía fuertemente sus labios cerrados contra los de él. Era el beso más casto que le daba una mujer no relacionada con él.
Por la forma en que sujetaba su cabeza entre sus manos, él podía decir que ella creía que un beso debía darse así.
Pero peor que la inocencia que saboreaba, no había besado a una mujer en cinco años y la percepción de ese ruido sordo, los labios llenos contra los de él fue más de lo que su mente borracha podía maneja.
Y su olor…
Dios, como había echado de menos el dulce, embriagador olor de una mujer.
Cerrando los ojos, soltó la botella, y ahuecó las manos contra su cara mientras tomaba cartas en el asunto.
Livia tembló mientras él abría los labios y deslizaba la lengua en su boca. Había visto a personas besarse así en juegos y titubeos, pero nadie alguna vez había tenido la insolencia de hacérselo a ella.
Saboreó el alcohol, dulce y aromático en su lengua, olió su perfume caliente, limpio mientras él recorría con sus manos su espalda y la sujetaba tan suavemente que la hizo temblar.
Él era sin duda único, pensó ella mientras su cuerpo ardía ante sus caricias. Este era el hombre al que daría su virginidad. Un hombre de ojos azules y atormentados y un toque tierno.
Un hombre que la hacía jadear y sentirse débil, y al mismo tiempo caliente y extrañamente poderosa.
Entre sus brazos, realmente se sentía como si tuviera el control de su vida. De su cuerpo.
Y le gustaba.
Adron nunca había saboreado nada mejor que su boca. Sintió la falta de experiencia de ella mientras con vacilación ésta tocaba con su lengua la suya. Y su cuerpo rugió a la vida con un latido bastante olvidado que exigía más que sus solamente sus labios.
Oh Dios, eso era el cielo y él había vivido en el infierno durante el suficiente tiempo como para haber olvidado el sabor y como se sentía eso.
-Perdone –dijo un hombre cuando se detuvo delante de ellos-. Mire esto.
Adron se liberó del beso el tiempo justo como para dirigir una mirada aburrida al recién llegado.
-Márchese o muera.
El miedo titiló en los ojos del hombre. Era una vista a la que Adron estaba acostumbrado.
Sin otra palabra, el hombre se apartó de ellos.
Adron volvió a sus labios.
Livia gimió mientras él profundizaba el beso.
Olvidando a los guardias y sus temores, ella suspiró de placer. Las extrañas emociones la desgarraban mientras él enterraba los labios contra su cuello y hacía que ardientes escalofríos la recorrieran. Sus brazos se ciñeron a su cintura a medida que sus senos se hinchaban.
¿Qué era ese latido en su interior que sentía ella?
¿Este dolor insoportable?
Él la volvía insensata y jadeante. Y lo quería desesperadamente.
-¿Harás el amor conmigo?
Adron se echo hacía atrás sorprendido. Si no estuviera borracho, la hubiera despachado, pero había algo en ella que de algún modo llamaba algo que había olvidado durante mucho tiempo.
Había pasado una eternidad desde que se había acostado con una mujer. Años de soledad amarga, dolorida y dolor.
Y ahora ella se le ofrecía.
Échala.
Pero no lo hizo. En lugar de ello, se encontró levantándose de la cabina y conduciéndola entre el gentío.
Livia no supo a donde iban. En el fondo de su mente, estaba aterrorizada. No sabía nada de este hombre.
Ni siquiera su nombre.
Nunca en su vida había hecho nada tan tonto. Y aun así instintivamente sabía que él no la heriría.
Había dolor en sus ojos azules helados, pero no crueldad.
Él mantuvo su brazo sobre ella. Y camino apoyándose pesadamente en un bastón de oro.
Ella quiso preguntarle que le había sucedido a su cara y pierna, pero no se atrevió no fuera que él lo reconsiderara.
La guió al exterior del club, a un transporte.
Después de entrar, ascendieron tres niveles hasta un edificio de apartamento de escala superior.
Livia se relajó un poquito mientras entraban en el gran vestíbulo. Al menos no sería seducida en una trastienda oscura, suicísima de algún lugar.
Krista la había preparado para lo que debía esperar. Hasta una estimación de cuanto tiempo tardaría un hombre en dejarla ir.
Tomando un aliento profundo para darse valor, Livia creyó que estaría de vuelta en su hotel para medianoche. Allí dudaría, y finalmente su padre comprendería la verdad.
Dios tuviera piedad de ella.
Pero había tomado su decisión y una vez que su mente se empeñaba en algo, ahí iba ella. No sería convencida.
Sin hablarse, tomaron un ascensor a un piso alto.
Él la introdujo en un apartamento casi del tamaño de sus habitaciones en palacio. Y tan pronto como cerro la puerta, la jaló a sus brazos.
Esta vez el beso fue feroz. Muy exigente. Su beso le robo el aliento mientras él la apretaba contra la pared.
Su cabeza nadó ante la poderosa percepción de sus manos vagando por ella.
¿Qué haces?
Silencio, le gritó a su mente, aplastando la culpabilidad y el miedo.
Era su vida y la reclamaría.
Con ese pensamiento, comenzó a desabrochar su camisa.
Adron inspiró agudamente al sentir su mano contra su pecho desnudo. Su toque lo quemó. Solo vagamente podía recordar a alguien aparte de los doctores, enfermeras o terapeutas tocando su carne.
Para su mérito, ella no se encogió asustada o hizo algún comentario acerca de las múltiples cicatrices que dividían su cuerpo. Incluso pareció no notarlas.
Esa era la razón por la que no había estado con una mujer durante tanto tiempo. No había querido explicar las cicatrices. Contar de donde eran.
Tener que afrontar a su amante al amanecer.
Quizás era por lo que había escogido a una desconocida esa noche. No le debía una explicación. No le debía nada.
No quería ver piedad o asco en la cara de una amante.
Pero no había nada en sus ojos verdes claros aparte de curiosidad y hambre.
Livia nunca había visto el pecho de un hombre desnudo antes, al menos en ninguna aparte de carretes.
Fascinada por ello, corrió sus manos sobre la piel suave, leonada que se estiraba duramente sobre músculos duros, prietos. Como terciopelo sobre acero. El constaste la asombró.
-Te sientes maravillosamente –respiró ella.
Adron se echó hacía atrás para mirarla. Había una nota extraña de miedo en su voz, una suave vacilación en sus caricias. Y en ese instante, un sentimiento de temor lo consumió. Estaba borracho, pero no tan borracho.
-Eres una virgen.
Su cara se tornó de un color rojo fuerte.
-¡Mierda! –gruño él mientras se alejaba de ella.
Su erección dolía y todo su cuerpo ardía. Déjenlo a él encontrar a la única virgen que estaba seguro alguna vez había pisado el Golden Crona.
Agarrando su bastón, cojeó hasta la barra y se sirvió otro vaso. Pero lo aguó. El alcohol no le hacía nada.
Repentinamente, ella estuvo detrás de el, apoyándose contra su espalda mientras sus brazos finos le rodeaban la cintura.
Él se estremeció por el gesto, de la percepción de sus pechos pequeños contra su columna vertebral. Y en ese momento, la necesitó aun más.
-Quiero hacer el amor contigo –susurro ella contra su oído.
-¿Estas loca? –empezó a mirarla él.
Ella negó con la cabeza.
-Quiero regalar mi virginidad. No quiero que me la arrebaten.
-¿Arrebatada por quien?
Ella dejo caer su mirada fija.
-Muy bien. Si no me quieres, iré a encontrar a alguien que lo haga.
Sintió el pinchazo de una rara oleada de celos al pensar en alguien que no fuera él dentro de ella.
¿A ti que te importa?
Y aún por una razón desconocida, estúpida, le importaba.
Él atrapó su mano mientras ella se apartaba.
-¿Cuál es tu nombre?
-Livia.
-Livia –repitió él. Iba bien con ella y esos ojos verdemar cándidos-. ¿Por qué te rebajas con alguien como yo?
Livia hizo una pausa mientras veía el auto rechazo vehemente en los ojos fríos. Se odiaba a sí mismo. Era tan obvio y quiso preguntarse por qué.
-Porque pareces agradable.
Él se rió fríamente en respuesta.
-¿Agradable? No soy simpático. No hay nada agradable en mí.
Eso no era cierto. Le faltaba ser mezquino con ella. Él sentía dolor, lo supo. Y lo volvía brusco.
Pero no lo enfurecía.
-Tengo que irme –dijo ella quedamente, lamentando que no sería él después de todo-. No hay tiempo antes de que tenga que volver, y debo encargarme de esto para mañana.
-¿Por qué?
Livia se mordió los labios mientras sentía su cara enrojecer. Por la mañana, seria inspeccionada por los doctores de Clypper.
Si no encontraba a un hombre esa noche, estaría condenada.
-Solamente lo hago –se permitió a sí misma vagar la mirada por su cuerpo exuberante. Tenía hombros anchos y un cuerpo delgado, firmemente musculoso. Su pelo blanco contrastaba fuertemente con la ropa negra que llevaba.
Él era primoroso.
Pero no la quería.
Adron vio la determinación dura en sus ojos, iba a encontrar a otro hombre para que se acostara con ella. Lo sabía.
Debería dejarla ir y aún…
¿Por qué no yo?
Desde que había perdido su agilidad, había evitado a las mujeres. Había temido pasar la vergüenza por su torpeza rigidez. Pero ella no tendría con quien compararle.
Adron agarró su bastón. Recordó un tiempo en que podría haberla levantado entre sus brazos y haber corrido con ella hasta su cama.
Pero esos días se habían terminado para siempre.
-Mi dormitorio esta aquí –dijo él, agarrando una botella y dirigiéndose abajo por el vestíbulo.
Livia se estremeció mientras se daba cuenta de que la había invitado a unírsele.
Excitada y aterrada, lo siguió por el pasillo elegante y a un dormitorio al final de él. El dormitorio del señor era igual de grande que el de ella. Una cama de tamaño gigante estaba puesta contra una pared alejada, con una vista de la cuidad bajo ellos.
Él coloco la botella sobre la mesita de noche, después se pasó a una silla al lado de la cama. Con su cara dura, se sentó lentamente.
Ella vio el dolor en su cara mientras él doblaba la pierna y la movía para sacarse las botas. Quiso saber que le había sucedido, pero no se atrevió a preguntar por miedo a enojarlo. Entonces, ella se acercó y tomó su pie con la mano.
Él la contempló, sus ojos alarmados mientras ella tiraba de la bota fácilmente.
-Sabes, nunca he hecho algo así –susurro ella.
-En vista de que eres virgen, imagino que no.
Relamiéndose los labios, ella le quitó la otra bota.
Adron podía sentir su nerviosismo, su incertidumbre, y deseo tranquilizarla.
-No te heriré –la reconfortó él.
Ella le dirigió una sonrisa que retorció sus tripas. Como deseaba haberla encontrado antes de esa noche desgraciada. Entonces, podría haber sido el amante que merecía. Habría podido tomarla durante toda la noche. Lentamente. Bromeándole.
No sabía como sería ahora. Pero intentaría darle placer. Haría su más condenado intento para estar seguro de que la primera vez de ella fuese un buen recuerdo.
Con su ingle tirante, él se levantó y se movió a la cama.
Antes de saber lo que ella haría, ella se sentó en su regazo y lo besó.
Adron inhaló la dulzura de su aliento mientras ponía sus manos sobre ella. Nunca había esperado a una virgen tan atrevida. Y era una aprendiz rápida.
Ella profundizo el beso y bromeó con su lengua.
¡Oh sí, esto podía ser divertido!.
Él desabrochó su camisa para exponer su pequeño corsé. Ella gimió mientras él corría su mano sobre el raso que apenas cubría sus pechos y los apretó suavemente con sus manos.
Livia se estremeció ante el extraño latido entre sus piernas. Y cuando él soltó la presilla a su espalda y su corsé cayó abierto, tembló. Nadie nunca la había visto desnuda antes.
Él clavo los ojos en sus pechos desnudos mientras corría sus manos sobre los endurecidos picos. Trazó lento ardientes círculos alrededor de ellos, haciendo que escalofríos recorrieran todo su cuerpo.
-Eres tan hermosa –respiro él. Después, bajó su cabeza y llevó un pecho a su boca.
Livia siseó de placer mientras su lengua se arremolinaba ardedor de su carne, azuzando, lamiendo.
Ella nunca había sentido nada igual.
Se inclinó hacia delante, acunando su cabeza entre sus manos. Su cuerpo ardía. Él arrastró sus manos hasta su espalda, por sus caderas y cuando la tocó entre las piernas, ella gimió.
Él la contempló, sus ojos aturdidos y hambrientos mientras respiraba trabajosamente. La giró, poniéndola sobre el colchón, y apagó las luces. Ella lo oyó quitarse el resto de sus ropas en la oscuridad, pero no podía ver nada.
Adron deseo verla desnuda, pero no quiso ninguna luz para que ella no pudiera ver su cuerpo herido.
Su ingle estaba caliente y palpitaba por ella, desabrochó el aparato ortopédico duro, espinoso de su pierna izquierda y lo dejó caer al suelo. Después, se quitó el mismo de la mano.
Después, lenta, cuidadosamente, tiró de las ropas de ella.
Corrió la mano sobre la piel suave, caliente, deleitándose con los susurros de placer. Nunca antes había tomado a una virgen y el saber que sería su primer amante añadía más excitación al momento.
Nadie la había tocado.
Nadie aparte de él.
Incluso con las alas rotas y cortadas, se remontó con ese conocimiento.
Livia gimió mientras él la cubría con su cuerpo largo, ardiente. Nunca había sentido nada parecido en lo que apoyarse, la dura fuerza que se extendía uniformemente por su carne desnuda.
Él la beso con ferocidad mientras separaba sus piernas con una rodilla. Después, presiono su muslo contra el centro de su cuerpo, el vello de su pierna instigándola íntimamente.
Ella corrió sus manos por su espalda, sintiendo la zona escabrosa de las cicatrices, el músculo y la piel.
-Mi nombre es Adron –él respiro en su oído segundos antes de seguir el contorno de su oreja con la lengua.
-Adron –repitió ella, probando las sílabas. Era un nombre fuerte que le sentaba bien.
Él la acarició con sus muslos, con su lengua y sus manos. Arqueándose, Livia dio la bienvenida a su contacto. Era tan malvadamente erótico sentirle en todos sitios y no poder ver nada de él. Era como un sueño. Una fantasía de medianoche.
Alzándose, ella cogió su cabello y lo dejó caer alrededor de su cara, después enterró las manos en las sedosas hebras. Él se apoyó contra ella y puso los labios sobre el hueco de su codo lamiendo su carne.
Adron tragó mientras se apartaba, deseando afanadamente verla afrontarle. En lugar de ello, levantó la mano para seguir sus contornos. Podía sentir el diminuto hundimiento en la barbilla de ella, imaginar los ojazos verdes en su cara ovalada y pequeña que se había introducido en un corazón que había considerado muerto.
Ella era impresionante. Y durante esta noche, era suya.
Toda suya.
Cerrando los ojos, se movió bajando por su cuerpo, después maldijo mientras una oleada de dolor agudo ascendía por su pierna y su espalda.
Ella se tensó bajo él.
-¿Qué está mal?
Adron no pudo responder. El dolor de su pierna era tan intenso que al instante apagó su deseo.
Se giró sobre su espalda y luchó por respirar.
-¿Adron?
La preocupación en su voz lo carcomió.
-Mi pierna –dijo entre dientes fuertemente apretados él-. Necesito los calmantes que hay en mi mesilla de noche.
-¿Qué pierna?
-Maldición, coge mi medicina.
-¿Qué pierna? –insistió ella.
-La izquierda.
Livia llevo sus manos a su rodilla.
Adron maldijo a medida que el dolor lo desgarraba.
-¡Alto! –gruñó él.
-Chist –dijo ella pacíficamente mientras masajeaba la rodilla.
Un extraño calor salió de sus manos, penetrándole la piel. Adron frunció el ceño mientras el dolor disminuía.
De repente, entonces, el dolor se fue completamente.
Por un minuto entero, se quedo allí, esperando a que el dolor volviera.
No lo hizo.
De hecho, no le dolía nada. Ni el pecho, ni el brazo, ni la rodilla. Nada.
-¿Qué hiciste?
-Solo es temporal –susurro ella-. Pero por unas horas, no te molestara en absoluto.
Adron no podía creerlo. Había aprendido a vivir en un estado de dolor constante, imparable. La agonía física era tan severa que no podía dormir más de un par de horas seguidas.
Hasta ahora.
La ausencia era increíble. Su corazón se hinchó de alegría. Era libre. Incluso si era solo temporal, aún podía tener un momento para recordar como había sido antes de que su cuerpo hubiera sido cruel, vengativamente destrozado.
Y todo era por ella.
Tiró de ella a sus brazos y besó sus hermosos labios.
Livia sintió su corazón golpeando bajo ella y oyó la risa en su voz.
-Gracias.
Ella sonrió. Hasta que él recorrió su cuerpo con besos. Livia gimió mientras el agudo placer se desgarraba a través de ella. Sus manos y su boca se sentían increíbles contra su piel desnuda.
Esto era bastante más de lo que había esperado. Krista le había dicho que un hombre que no la conociera se daría prisa con la acción, después la dejaría marchar.
Pero Adron se tomaba su tiempo. Parecía que realmente le gustara saborearla.
Era como si verdaderamente estuviera haciendo el amor con ella. Y ella se pregunto si él era así de tierno con una desconocida, ¿cuan más lo sería si realmente se conocieran?
Pero esta noche sería todo lo que habría alguna vez. Cuando todo terminara lo dejaría, y este momento no sería nada más que un querido recordatorio que ella llevaría consigo el resto de su vida.
Esta noche, solo estaban ellos dos.
Y ella lo celebraría.
Adron bebió el olor y el sabor de su piel mientras mordía la carne desnuda de su cadera. Su sabor era adictivo, y su olor…
Podría aspirar la esencia dulce de flores para siempre.
Sus manos suavemente acariciaron su pelo y su cuello de un modo que lo hizo arder. Nunca había tenido una noche como esta.
Una noche sin demonios. Sin recuerdos.
Ella lo absorbía y gustosamente se entregó a ella.
Era su ángel de misericordia, salvándolo de sus pecados. Salvándolo de su tristeza y su soledad. Atesoraría este momento tranquilo el resto de su vida. Lo calentaría y acompañaría cuando su cuerpo volviera a ser odioso.
Su corazón enternecido por ella, separó sus piernas y colocó su cuerpo entre ellas.
Livia se mordió el labio, esperando que entrara en su interior. No lo hizo. En vez de ello, besó descendiendo por su muslo mientras enterraba su mano en el centro de su cuerpo.
Ella siseó de placer por su toque. Era dulce felicidad, pura. Y se tomó su tiempo envolviéndola con sus dedos, explorando, acariciando, acariciando.
-Eso es –respiró él contra su pierna mientras ella se frotaba contra su mano-. No te avergüences.
Ella debería estarlo pero no lo estaba.
Al menos no hasta que él la tocó con su boca.
El ciego éxtasis la desgarró en pedazos.
-¿Adron? –Preguntó ella, su voz ronca y extraña-. ¿Se supone que debes hacer eso?
Él le dio un lametón largo, profundo.
-¿Se siente bueno?
-Oh, si.
-Entonces se supone que debo hacerlo –sin otra palabra, la tomó con su boca.
Livia se contorsionó entre sus brazos mientras su lengua la atormentaba. Y cuando él deslizo un dedo en su interior, pensó que moriría de placer.
Kirsta le había dicho que debía esperar dolor, pero no había nada doloroso en sus caricias.
Nada salvo el cielo.
Ella echó su cabeza atrás mientras él movía su dedo en su interior, acercándose y acercándose, siguiendo el ritmo con su lengua. Asaltada por las fuertes emociones, fogosas, Livia sintió su cuerpo temblar y sacudirse como si tuviera mente propia.
Su éxtasis se remontó hasta que creyó que no podría aumentar más y después cuando estuvo lista para rogarle que se detuviera, su cuerpo se rompió.
Livia gritó cuando su liberación llego dura y rápidamente.
Aún él siguió jugando con ella. Su dedo y su lengua le dieron placer hasta que su carne se puso tan sensible que no pudo seguir soportando sus caricias.
-Por favor –lloró ella-. Por favor, ten piedad de mí.
Adron se rió ante su tono, y se asombró del sonido. No podía recordar la última vez que había reído.
Se echó para atrás, pero siguió con su dedo dentro de ella por un instante más largo. Podía sentir su himen aun intacto. Su cuerpo ardía, exigiéndole tomarla.
Pero no podía hacer eso. Pero no le había hecho ningún daño verdadero. Una vez que rompiera esa barrera, no habría vuelta atrás. No ocurriría otra vez. Sería como cuando decidió…
Se sobresalto ante el recuerdo. Su vida se había arruinado por un acto impulsivo. No dejaría que ella arruinase la suya del mismo modo.
Ella era amable y dulce. Un corazón puro en un mundo de corruptos.
No echaría a perder eso.
Cerrando los ojos, se desconcertó por tener piedad de ella. Había hecho lo posible por volver y reinar en su cuerpo traidor.
Habían pasado años desde que había hecho algo noche. Años desde que había querido hacer algo noble.
Se agachó para recoger la manta y la tapó.
Livia hizo un pausa mientras él se tendía sobre su espalda y la mantenía cerca. Celebró el sentir sus brazos a su alrededor, pero no parecía que el fuera a hacer ningún movimiento para…
-¿Adron?
-¿Sí?
-¿No hemos llegado hasta el final, verdad?
Él froto su mejilla contra su hombre.
-Te di tu placer, Livia. ¿Qué más quieres?
Ella comenzó a mirarlo, pero en la oscuridad todo lo que podía ver eran los vagos contornos de su rostro.
-Pero tú no… tu sabes.
-Lo sé.
-¿Por qué?
-Livia, ¿no crees que deberías esperar hasta encontrar a alguien por quien te preocupes?
-Me preocupo por ti.
Adron bufo.
-Aun no me conoces.
Ella movió sus brazos y llevó su mano contra su mejilla.
-Estás en lo cierto, no te conozco. Pero he compartido mi cuerpo contigo. Quiero que termines.
Él se apartó de ella.
-Livia…
-Adron. Si tú no lo haces, entonces seré metida a la fuerza en un matrimonio con una hombre mayor que mi papá. No quiero que él me toque del modo en que lo haces tú. Por favor, ayúdame.
Sus palabras lo desgarraron. Una imagen de Lia pasó como un relámpago por su mente. Él se había sometido a la costumbre Andarion para casarse con ella. Y ella le había mostrado un significado completamente nuevo de la palabra infierno.
Livia rozó con su mano su pecho, bajó por su estómago. Sus tripas se apretaron ferozmente ante su toque, Adron sintió sus uñas rozando el vello de sus piernas hasta que ella lo sujetó en su mano.
Su ingle se tensó e hinchó más incluso. En ese instante, supo que estaba perdido.
Y cuando ella lo besó, todo su mundo se vino abajo.
Livia no estaba preparada para su reacción. Él soltó un gruñido grave y la giró, inmovilizándola contra el colchón.
Él era salvaje e indómito mientras besaba sus labios, después sepulto la cara en el cuello de ella donde la lamió y bromeó con su carne, quemándola completamente.
Él alcanzó la parte baja de ella entre ambos, acariciándola hasta que ella perdió la razón, toda la cordura.
Después, él abrió más sus piernas. Ella sintió la punta de su virilidad contra su corazón.
En un gesto dulce, él llevo su mano a la suya y la sujetó por encima de su cabeza. La besó ligeramente en los labios, después se deslizo profundamente en su interior.
Mientras la llenaba, ella se mordió el labio inferior para evitar gritar por el dolor inesperado que se había metido entre su placer. Él era tan grande que su cuerpo dolía por la extraña sensación.
Pero al menos estaba hecho.
Ya no era una virgen.
Adron aguantó su deseo aún, esperando que el cuerpo de ella se ajustara a él. Lo último que quería era lastimarla, pero por la fuerte sujeción que ella mantenía en su mano, sabía que ella lo escondía.
También tenía mejor criterio que el de creer que alguien podía sentir placer y dolor al mismo tiempo.
Y se negaba a herirla esa noche.
A regañadientes, soltó su mano y se alzó sobre sus brazos para mirarla a los ojos. Estaba acostumbrado a la oscuridad. Tanto que vio como sus ojos estaban fuertemente apretados.
-No tengas miedo –susurro él, seguidamente bajó su mano por su cuerpo hasta tocarla entre las piernas.
Livia suspiró mientras su mano acariciaba su clítoris. El dolor menguó mientras una oleada de placer crecía.
-Eso es –dijo él. Después, lentamente comenzó a mecer sus caderas contra ella.
Livia se arqueó mientras el calor era eliminado por su ardiente contacto. Él se sintió tan bien en su interior y cada golpe parecía llegar más hondo mientras ella se pegaba a sus hombros anchos, musculosos. Nunca había imaginado que pudiera sentirse tan fantástico.
Adron observó su rostro mientras se entregaba a él. Apretó los dientes ante el sentimiento increíble. Ella estaba tan húmeda y caliente bajo y alrededor de él. Había olvidado el placer de estar entre los brazos de una mujer.
Había olvidado el sentimiento increíble de alguien que simplemente lo sujetaba en la oscuridad.
Él bajó y la atrajo a sus brazos donde acunó su cabeza entre sus manos. Su aliento cayó contra su hombro desnudo, quemándole.
Ella giró la cabeza para besar su cuello mientras corría sus manos sobre su espalda.
Él gruñó, se puso muy caliente por el placer de ello.
Livia pasó su pierna alrededor de su fina cintura. Él la sujetaba con tanta ternura que tocó muy profundamente el interior de su corazón. Krista le había dicho que él la usaría sin ningún sentimiento por ella.
Pero no se sentía así.
No por la forma en que él la sujetaba como si tuviera miedo de dejarla ir.
Él volvió a sus labios y ella gimió ante el sabor de su lengua. La acarició más rápidamente. Más profundamente. Más duramente.
Livia lo sujetó mientras su placer comenzaba de nuevo. ¡Oh Dios!, ¿Qué hacía él para que ella se sintiera así?
Y esta vez cuando llego su liberación, él se unió a ella.
Él expresó su placer con un gruñido grave mientras daba el último y profundo golpe, y se estremecía entre sus brazos.
Adron se derrumbó sobre ella.
Completamente agotado, se colocó allí, sujetándola mientras comenzaba a flotar bajando del cielo a su cuerpo.
Eso en cuanto al sexo sin sentido. No había habido nada sin sentido en lo que habían compartido.
Y lo que más lo aterrorizó era el hecho de que no quería que ella se marchara.
No quería volver a la vacuidad desocupada de su vida. Había estado solo durante tanto tiempo. Había vivido sin nadie aparte de sirvientes y familia.
Pero ella había cambiado eso.
Él no quería volver.
-Eso ha sido asombroso –respiró ella contra su oído-. ¿Podemos hacerlo de nuevo?
Él se rió, y le asombró sentir que su cuerpo ya esta duro.
-Si, podemos.
De hecho, no se detendría hasta que ella volviera a suplicarle por clemencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario