sábado, 25 de febrero de 2012

DW cap 2

DELPHINE SE ECHÓ HACIA ATRÁS CON HORROR. Intentó transportarse de la
mejor manera posible a la habitación de Cratus para detenerlos.
No pudo. Azura la había bloqueado y nada podía hacerla entrar.
—¡No! —Les gritó. Pero era demasiado tarde. Habían desaparecido del departamento, y
ahora él estaba en manos de la maldad definitiva.
¿Qué iban a hacer?
¿Cómo podía haber sucedido esto?
Más que nada, ¿Por qué no había podido impedir que pasara? No tendría que haber
esperado a que se fuera a dormir. Debería haber hecho saber que estaba allí y quedarse sin
importar las protestas. Tendrían que haber estado observándolo hasta que se rindiera.
Pero eso no tenía sentido. Los sería, los podría, los debería, no cambiaban el hecho de
que Cratus ahora luchaba en contra de ellos.
Maldición.
Había sólo un pequeño puñado de dioses que podría atraer el poder de la Fuente y la
mayoría ya habían desertado hacia el lado de Noir. De los que quedaban en su lado,
ninguno podía igualar las habilidades de Noir. Sólo Cratus habría sido lo suficientemente
fuerte para pelear contra ellos. Peor, ahora tendría que enfrentarse a Phobos y Zeus con su
fracaso.
Tendría suerte si no la mataban.
Pero no era una cobarde. Las cosas se habían complicado y necesitaba hacérselo saber lo
más pronto posible, así podrían prepararse adecuadamente para la guerra que se acercaba.
Y su inevitable derrota.
Míralo por el lado bueno. Probablemente estés muerta en pocos minutos en vez de prisionera por
toda la eternidad.
Tragó con fuerza, lo que quería era huir y esconderse. Encontrar un lugar seguro en el
mundo.
Si sólo pudiera. Pero ahora no había seguridad. Noir y Azura habían regresado y no se
detendrían hasta tenerlos a todos encadenados.
Hasta que hubieran conquistado el mundo de los hombres.
Su corazón retumbaba con miedo, abandonó la pequeña habitación para viajar al
Olimpo. Hacia el Hall de los dioses, donde Zeus y los otros se reunían normalmente a esta
hora del día para comer, cotillear y conspirar. Como una semidiosa, ella, en su mayor
parte, evitaba este lugar. Nunca se había sentido bienvenida allí. Los dioses tenían sus
grupitos y trataba de estar fuera de la línea de fuego, especialmente, dado que muchos
tenían terribles problemas de celos. Había escuchado de diosas menores que se habían
convertido en toda clase de monstruos por la única razón de que uno de los dioses la había
mirado mientras su esposa estaba presente. No queriendo convertirse en una Gorgona,
araña deformada o algo por el estilo, Delphine había evitado el lugar a toda costa.
Hasta hoy.
Tragando un miedo que un Dream-Hunter no debería sentir, Delphine empujó las
puertas para ver a tres grupos de dioses reunidos allí. Apolo tocando su lira, mientras
Afrodita y Ares compartían un tazón de ambrosía. Hermes estaba con Atenea, jugando
una partida de ajedrez con piezas vivas en miniatura.
Zeus descansaba en su trono, mientras Hera estaba sentada a su lado conversando con
Perséfone. Era una animada escena que odiaba tener que perturbar.
Mientras caminaba hacia el frente, Phobos apareció y la cogió para detenerla.
—¿Qué ha pasado?
—Cratus ha desertado.
Podría jurar que había susurrado las palabras, pero todo sonido y actividad se
detuvieron en el salón como si hubiera gritado.
Zeus se levantó lentamente, sus ojos llameando con todo el peso de la furia. Alto y
rubio, podría haber sido muy guapo si no fuera por esa desagradable disposición y
tendencia a asesinar a todo aquel que le produjera el menor disgusto.
—No me vas a decir que fracasaste en traer aquí a Cratus. No, mientras me estés mirando
así, no te lo diré. Tuvo que morderse la lengua para no dejar escapar esa broma. Dado su
humor, no sería exactamente amable, ni la comprendería.
Los ojos de Phobos le advirtieron que se mantuviera en silencio, como si lo necesitara,
antes de volverse hacia Zeus para defenderla.
—Un contratiempo menor, mi Señor. De verdad.
Eso no hizo nada por apaciguar al rey de los dioses.
—¿Estás dispuesto a tomar su lugar debajo de mi hacha?
—¿Debo hacerlo?
Zeus gritó con ira.
—No estoy complacido con ninguno de los dos.
Mientras Zeus comenzaba a caminar hacia ellos, Nike dio un paso adelante.
—¿Mi Señor? —Preguntó suavemente—. ¿Puedo tener unas palabras con ellos?
La miró como si fuera a ser la próxima cosa destrozada, justo después de acabar con
ellos.
—Que sea muy corto.
Nike asintió antes de descender del podio donde el trono de Zeus estaba asentado.
Apolo le bufó, pero no le prestó atención mientras caminaba hasta el lado de Delphine.
Nike la atrajo más cerca de ella.
—Dime qué ha pasado.
De nuevo, Delphine habló en el más tranquilo de los tonos.
—Azura lo convenció antes de que yo pudiera. Le prometió libertad y venganza si se
unía a ellos.
Zeus maldijo.
—Tendría que mataros a ambos por esto.
Nike se puso en frente de Delphine.
—Mi Señor, por favor, permíteme. Soy la diosa de la victoria, y Cratus es mi hermano.
Créedme, si hay alguien en esta habitación que sabe cómo llegar hasta él e influenciarlo,
soy yo.
Zeus curvó sus labios.
—Entonces, influéncialo, pero esto no tiene nada que ver con sus vidas.
Lanzó una malévola mirada hacia Phobos y luego a Delphine.
A Delphine definitivamente no le gustaba hacia dónde se estaban encaminando las
cosas, y lo que quería era escaparse de la furiosa desaprobación de Zeus. También tuvo
que tragarse la pregunta de por qué Nike, para empezar si quería tanto a su hermano, no
se ofrecía.
Pero el punto de esto era salvar su vida, no provocarlos para que la mataran.
—Lo que mi hermano necesita, no se lo puedo dar yo.
Nike lanzó una fija mirada a Delphine.
—Ella puede. Dadnos una oportunidad, mi Señor. Sé que podemos ganarnos su lealtad.
La furia de Zeus se intensificó hasta que Delphine estuvo segura de que caería sobre
ella.
Pero después de algunos horrendos segundos, cedió.
—Una oportunidad es todo lo que tenéis. Azura y los otros matarán a los rehenes en
dos semanas y luego vendrán a por nosotros. Tenéis doce días para convencerlo o matarlo.
Delphine sacudió su cabeza ante esa orden.
—Cratus no puede ser asesinado.
Zeus se rió amargamente.
—Oh, sí, se puede. Aún cuando sus poderes fueran restaurados en su plena potencia,
apuñaladlo en el corazón y morirá.
Delphine frunció el ceño.
—¿Cómo?
El orgullo en la cara de Zeus le sentó mal.
—Su corazón inmortal le fue arrancado del pecho cuando lo expulsé de aquí, y lo que
tiene ahora es un frágil corazón humano. Pínchalo y morirá, simple y sencillo. No habrá
resurrección para él en la mañana como la hubo en el pasado.
Vio un destello de dolor en los ojos de Nike.
—Ven conmigo, Delphine.
Delphine siguió a la pequeña diosa hasta las puertas que llevaban al balcón con vista a
la cascada de arcoíris y al follaje verde y espeso que rodeaba el salón. Cuando Phobos
intentó seguirlas, Nike lo envió de vuelta dentro.
—Esto no es para ti, Phobos. Por favor, comprende.
Inclinó la cabeza antes de regresar dentro y cerrar las puertas tras él.
En el momento en que estuvieron solas, Nike llevó a Delphine al rincón más alejado del
balcón antes de hablarle en un tono muy bajo.
—Sabes lo que está en juego así que no voy a repetir lo mismo. Pero lo que desconoces
es una parte de mi hermano de la que sólo yo estoy al tanto. Ambos estamos unidos
porque me protegía de nuestros padres, y lo adoro por eso. Es un buen hombre, pero no es
fácil encontrar esa parte que mantiene muy adentro y lo que era antes de su castigo. Tienes
que recordar que es el hijo de Odio y Guerra, y esas dos cosas son como leche materna en
lo que a él concierne. Es lo que hace mejor.
Delphine no entendía que tenía que ver eso con su misión. Su nacimiento no le
importaba, sólo su rendición.
—¿Y cómo puedo derrotarlo?
—No puedes. No si tiene su fuerza completa. Esa es la pura verdad. Nuestro propio
padre trató de destruirlo cuando alcanzó la madurez, y Cratus le dejó un recuerdo de
sangre por el esfuerzo. La única razón por la que Zeus pudo hacerle daño, fue porque no
se defendió. Si así lo hubiera hecho, sería ahora el rey de los dioses.
—Entonces voy a tener que matarlo.
—¡No!
La ferocidad del tono hizo que los ojos de Delphine se abrieran.
—Mi hermano no se merece eso. Ahora está sufriendo porque le perdonó la vida a un
infante. Esas no son las acciones de alguien inalcanzable. Cuando éramos niños, recibió
muchas palizas en mi lugar que nadie debería sufrir. No deseo que lo mates. Deseo que
me ayudes a salvarlo y traerlo de regreso aquí donde pertenece.
—¿Cómo?
Nike hizo una profunda inhalación antes de contestar con lágrimas en los ojos.
—Peleará y morirá por proteger lo que ama. Hasta la tumba. Haz que se preocupe por ti
más de lo que se preocupa por la venganza, y se unirá a nuestro bando.
Eso era ridículo.
—No lo conozco y sólo tenemos unos pocos días.
Era apenas tiempo suficiente para asesinarlo, no digamos ya para tratar de seducir a un
hombre que ni siquiera conocía.
—¿Por qué no eres tú la que va, dado que es tu hermano?
Nike negó con la cabeza.
—No me escuchará. Ha pasado mucho tiempo y nunca he ido a verlo. No en todos estos
siglos. Sólo uno, creo, lo puede hacer. A menudo es todo lo que se necesita. Cratus es la
más vengativa de las personas cuando siente que se le ha perjudicado. Por eso debes
seducirlo. Tienes una pequeña cantidad de tiempo, recuerda, no sabía nada del infante que
salvó y sin embargo, arruinó su vida por ese pequeño ser. Por favor, Delphine. Por mí,
trata de salvarlo. Es un gran hombre, aunque no uno perfecto. Como la diosa de la
victoria, hay una sola verdad que sé por encima de todas las cosas. Sólo podrás vencer
cuando tu corazón es puro y cuando la victoria está motivada por las razones correctas.
Dale una razón para vivir, dale una razón para luchar con toda su fuerza, y todos
ganaremos en esto.
—¿Y si no puedo?
Sus ojos se tornaron aún más oscuros mientras dejaba escapar un triste suspiro.
—Conoces la respuesta, y sabes lo que Zeus os hará si fallas.
Delphine asintió. Perderían sin él. Necesitaban su fuerza y sus poderes para combatir a
Noir y su ejército. Mientras que su destino, sería afortunada si escapaba tan fácilmente
como lo había hecho Cratus.
—¿Debo conseguir que Eros le dispare? Sería la manera más fácil de seducirlo.
Nike negó con la cabeza.
—Esos poderes no funcionan con Cratus e intentarlo sólo lo enfurecería. Créeme, esa es
la última cosa que querrías hacer. Deberá ser ganado honestamente.
Oh, eso no iba a ser fácil…
No.
—¿Cómo puedo seducirlo? No tengo emociones.
—Eso no es verdad y ambas lo sabemos —susurró Nike—. Tienes todo lo que necesitas.
No eres una Oneroi completa. Aún conservas un espíritu humano y emociones dentro de
ti. Ellas te guiarán.
Le apretó ligeramente el hombro.
—Ahora ve y gánatelo.
Ganárselo. Lo hacía parecer fácil. Pero mientras Delphine la observaba marcharse, todo
lo que podía ver era su propia condenación.
Y la de los otros dioses que confiaban en ella. Era imposible.
Phobos se le unió en el balcón.
—¿Estás bien? Pareces más pálida ahora que cuando Zeus te ladró.
Verdaderamente, se sentía más enferma ahora. Más atemorizada.
—¿Cómo seduces a un hombre?
Se rió ante su pregunta.
—Creo que me ofende que me lo preguntes. ¿Qué? ¿Crees que tengo alguna clase de
experiencia en ese tema?
Le lanzó una cómica mirada.
—Estoy hablando en serio, Phobos.
—Igual que yo —dijo, ofendido–. Seducir hombres no es exactamente algo en lo que
tenga experiencia. Ni es algo en lo que me pase el tiempo pensando.
Echó una mirada a la puerta para asegurarse de que estaba completamente cerrada.
Cuando habló, era apenas un audible susurro.
—Tal vez deberías preguntárselo a Zeus.
Puso los ojos en blanco. Si las historias fueran ciertas, todo lo que una mujer necesitaba
para seducir a Zeus era ser una hembra. Ni siquiera tenían que respirar.
—No eres gracioso, Phobos. Necesito ayuda con esto. Ayuda real. ¿Qué les gusta a los
hombres?
—Eso depende del hombre. A mí me gustan los pechos. Una buena delantera me
convence de hacer lo que sea. Incluso cosas estúpidas.
Ella dejó escapar un gruñido frustrado.
—¡Eres tan ofensivo!
—Oh, por favor –dijo descaradamente–. Tengo diez mil años de edad. Eres afortunada
de que no sea más chauvinista de lo que ya soy. Nena, he recorrido un largo camino.
Y no la ayudaba en lo más mínimo.
—Sólo vete.
Phobos vaciló como si no estuviera seguro de cual era lo mejor que podía hacer.
Ella señaló hacia la puerta.
Él levantó sus manos rindiéndose.
—Está bien. Me voy. Pero si me necesitas…
—Prefiero sacarme los ojos.
Se lo tomó con una sonrisa muy natural.
—Como la personificación del miedo, a menudo tengo ese efecto en las mujeres. Tal vez
debería intentar cambiarme de lugar con Himerus1.
Me han dicho que las mujeres se rasgan la ropa en el momento en que aparece.
Definitivamente es mejor ser el dios de la lujuria que del miedo.
Sacudió la cabeza ante su superficialidad mientras se encaminaba hacia dentro. Cómo
desearía poder parecerse un poco a él. Nada parecía tocar a Phobos o sacudirlo.
Honestamente, estaba atemorizada, e incluso en silencio, esa emoción era amarga.
Sola, miró a través del lujoso jardín y consideró su siguiente curso de acción.
Cratus estaba con sus enemigos…
Y ella estaba encargada de seducirlo o asesinarlo. Qué gran desafío.
Mientras pensaba en alguna manera de acercársele, Phobos reapareció, su expresión
furiosa y preocupada.
—Los Skoti de Noir están atacando el salón de los espejos.
Agarró su mano y la tele transportó de vuelta a la Isla Desaparecida antes de que
pudiera siquiera parpadear.
Sin duda, había un grupo de Skoti destrozando los portales que usaban para controlar
el sueño humano y unirse a los durmientes. Todo el salón de vídrio estaba en ruinas.
Piezas de cristal y espejo estaban desparramadas por todo el suelo mientras un puñado de
dioses del sueño intentaba luchar con ellos.
Delphine manifestó una espada para atacar al Skotos que tenía más cerca.
El Skotos rió.
—¿Quieres jugar, niñita?
Se lanzó hacia él, mostrándole exactamente cuán letal era. Borrándole instantáneamente
la sonrisa de la cara. Era mortalmente precisa y había practicado toda su existencia para
pelear con los demonios que perseguían a los humanos mientras dormían.
Había muy pocos Oneroi con más talento que ella.
Phobos estaba luchando con dos más, tratando de proteger los portales restantes.
Aunque, técnicamente, podían hacer su trabajo sin ellos, no era ni remotamente tan fácil.
Ni siquiera efectivo. Los portales tenían que ser salvados.
Justo cuando Delphine estaba por correr hacia su oponente, alguien la agarró por
detrás. Una ruda mano aferró su garganta, paralizando su cuerpo entero.
No había nada ahí sino una profunda y oscura niebla. El aura de maldad era tangible.
Ese era Noir.
Y estaba en sus garras. Algo frío acarició su mejilla un instante antes de que él le
volviera la cabeza y la oscuridad invadiera cada parte de ella.
AZURA TRAZÓ UN PEQUEÑO CÍRCULO ALREDEDOR DE JERICHO MIENTRAS
sonreía orgullosamente.
Cerró los ojos, dejando que el poder de la Fuente lo llenara de nuevo. Había pasado
tanto tiempo.
Demasiado tiempo…
Estaba completo una vez más, y se sentía increíble. Cómo lo había extrañado. La visión
y los olores de sus poderes. La sensación que lo recorría como fuego viviente. Flexionando
su mano, vio como sus dedos se convertían en garras metálicas que eran como afiladas
cuchillas. Desaparecidas estaban las palabras que su madre le había quemado en la piel, y
en su lugar los tatuajes brillaban vívidamente en la suave luz.
Nadie nunca lo controlaría de nuevo. Estaba de vuelta y estaba furioso. Violento.
Y preparado para la venganza.
Azura acunó su mejilla en la mano.
—¿Te gustaría que reparara tu cara y ojo?
—No —gruñó. Quería un recordatorio de lo que ser débil le había costado. Nunca
cometería de nuevo ese error.
—Muy bien. Tienes completamente restaurada tu divinidad. Haz que nos sintamos
orgullosos.
Esa era su intención.
Se hizo hacia atrás, así podría verse en el espejo de la pared. Había desaparecido el
sucio humano que tenía que mendigar trabajo y satisfacerse con restos de comida y ropas
rasgadas, todo mientras esperaba a los asesinos de Zeus que venían por la noche a
masacrarlo.
Su cabello ya no era negro. Una vez más era del más puro blanco de los dioses y
contrastaba agudamente con sus ropas negras.
Azura le entregó una espada y un látigo.
—No son a los que estás acostumbrado, pero creo que los encontrarás a tu gusto.
Sintió la sangre viva del universo en la hoja. Vibraba como un ser viviente.
—¿Qué es esto?
—Fue forjada en las entrañas de la Fuente. La esencia misma del universo está en su
interior. La espada traspasará lo que sea. Más allá de esto, traspasará a cualquiera.
Pasó el dedo a lo largo del borde, apreciando el filo. Siseando, vio la gota de sangre que
había aparecido. Sangre que rápidamente se evaporó como si su cuerpo se sanara por sí
solo.
Como el de un dios.
Más que eso, la cuchilla absorbió su sangre como si se estuviera alimentando de ella.
—Tienes que alimentar a la espada regularmente —explicó Azura, pasando una uña
sobre el filo—. La espada requiere sangre fresca para prosperar. Con ella, puedes matar a
Zeus y absorber sus poderes.
Hizo una pausa y se encontró con una mirada tan furiosa como su alma rogando por
justicia.
—Puedes ser el rey de los dioses del Olimpo… Imagínatelo, Cratus. Todos ellos
postrados ante ti.
Curvó los labios ante sus palabras.
—Cratus está muerto —dijo en un tono gutural—. Mi nombre es Jericho2.
Ella rió.
—No podría pensar en un mejor nombre para ti. Maldito y reducido a cenizas. Y como
el poderoso Fénix, renaces de la destrucción de tu pasado para hacer llover furia sobre
aquellos que te maldijeron.
Y disfrutaría bañándose en su sangre. La espada de su mano nunca estaría hambrienta
mientras la sostuviera.
Azura dio un paso atrás.
—Por ahora, comandarás el ejército Skoti. Queremos neutralizar el Olimpo y usar a sus
dioses del sueño para atacar a aquellos que necesitamos controlar.
—Considéralo hecho.
Estaba más que dispuesto a echar a Zeus y su séquito a los lobos. Se lo merecían y más
por toda su crueldad.
Un rayo de luz casi lo dejó ciego. Levantando un brazo para escudar su ojo, frunció el
ceño mientras la negra niebla se transformaba en el único ser que conocía, aún más
malvado que Azura.
Noir.
Alto y oscuro con cabello y ojos negros, Noir exudaba un poder supremo inmisericorde.
Incluso Jericho tenía que admitir que era guapo de la única manera en la que los dioses lo
eran. Pero éste era uno de los primeros seres que habían sido creados.
O más bien, en el caso de Noir, el primero en ser engendrado.
Vestido con armadura ornamentada de borgoña, Noir llevaba una capa rojo oscuro que
estaba bordada en oro. La fría mirada de Noir se entrecerró en Jericho hasta que se dirigió
a Azura.
—Felicitaciones, hermanita.
—Te dije que podría convencerlo para que se pusiera de nuestro lado.
Noir inclinó su cabeza hacia ella.
—Y yo me he anotado un tanto desde el otro lado.
—¿En serio?
—Míralo por ti misma.
Extendió su mano para mostrarle en su palma un agujero negro donde un grupo de
Oneroi estaba yaciendo en profunda miseria.
Jericho esperaba que la visión lo hiciera supremamente feliz. Pero mientras veía sus
torturados y lastimados cuerpos, una no solicitada ola de compasión lo recorrió.
¿Por qué?
No podía imaginarlo. Los dioses sabían que ellos no tendrían piedad en lo que a él
concernía. Muchas veces, se reían cuando lo asesinaban. Pero mientras inspeccionaba a los
prisioneros, uno en particular capturó su atención.
Sin pensarlo, dio un paso adelante.
Azura le prestó toda su atención.
—¿Ves algo que te guste?
Jericho giró alejándose de la mujer de cuyo rostro no podía apartarse. No sabía por qué
lo atraía. Había sido un movimiento estúpido por su parte.
—No.
—Entonces dejaré que una de mis sirvientas te enseñe tus nuevos aposentos. Creo que
los encontrarás de mucho mejor gusto que ese hoyo en el que estabas viviendo.
Azura chasqueó sus dedos y una joven alrededor de los dieciséis apareció.
Al menos es lo que parecía al principio. Pero su bronceada piel mantenía una iridiscente
cualidad que le recordaba los ojos de un dragón.
Era una demonio muy hermosa.
—Sígueme, mi Señor —dijo suavemente.
Lo hizo y se asombró ante la opulencia del palacio dorado que Azura y Noir llamaban
hogar. A diferencia de los Olímpicos, vivían en la entraña más oscura del centro de la
tierra. Con todo, estaba lejos de ser oscuro o depresivo.
—¿Cuánto tiempo has estado aquí?
Le lanzó una mirada sobre su hombro.
—Nací aquí, mi Señor.
—¿Y qué edad tienes?
—Un poco más de dos mil años.
Abrió una puerta negra con chapas de oro.
Jericho dejó salir un apreciativo jadeo ante la vista de su nueva habitación. Lujosa y rica,
lo llamaba a entrar. Caminando despacio junto a la demonio, fue todo lo que puedo hacer
para no correr hacia la cama y arrojarse sobre ella. Había pasado tanto tiempo desde que
había dormido en una cama que no podía siquiera recordar la sensación.
La chica cerró la puerta y se desplazó hacia la chimenea. Arrojando ráfagas de llamas de
su mano, encendió el fuego. Luego se volvió hacia él con un brillo calculador en sus
oscuros ojos.
—¿Hay algo más que pueda hacer por ti, mi Señor?
Entendió el significado inmediatamente y no tenía intenciones de ir allí. Al menos, no
con una demonio y no en ese momento.
—No.
Pareció aliviada.
—Si cambiaras de opinión, llámame. Rielle. Vendré inmediatamente.
—Gracias.
Pareció sorprendida por su gratitud antes de desvanecerse.
Solo, Jericho dejó su espada en el tocador. Se movió alrededor de la habitación,
recorriendo con sus manos la fina madera pulida de los postes de la cama. Ésta le
recordaba a su cama en el Olimpo. Del tiempo, antes de la historia registrada, cuando
había sido respetado y temido.
Estaba de vuelta.
Y estaba enfadado. Que la Fuente ofreciera piedad a aquellos que le habían hecho
enfadar.
Porque para el final del día, él no tendría ninguna para ellos.
—¿QUÉ ESTÁS HACIENDO? —Preguntó Noir bruscamente.
Azura hizo una pausa mientras su sirviente posaba el cuerpo de la perra Olímpica sobre
la mesa ante ella.
—¿No viste la manera en que la miró?
Noir se encogió de hombros.
—Es atractiva. Era de esperarse.
—Sí, pero necesitamos mantener a nuestra nueva herramienta feliz. La última cosa que
queremos es que se vuelva contra nosotros. Sin tu Malachai, lo necesitaremos cuando
ataquemos a la fuente.
Pasó la mano sobre el inconsciente cuerpo de la mujer, apreciando su pequeña estatura.
—Es una belleza, ¿no es verdad?
—Si te gustan las mujeres pálidas e insípidas. Personalmente, las prefiero con más color.
Azura sonrió cuando la atrajo más cerca y pasó la lengua a lo largo de su garganta.
Escalofríos recorrieron su piel. Aún cuando se llamaban entre ellos hermano y hermana,
no había nada que los uniera por sangre, excepto su mutua búsqueda de poder y el
hambre de muerte. En eso, eran familia.
La realidad era una historia diferente.
—No ahora, amante. Deseo presentarla a Cratus.
—Arrójala a su habitación, entonces. O mátala. Cualquier cosa es buena para mí.
Azura conjuró un collar de restricción para los poderes de la mujer. La última cosa que
necesitaban era tenerla suelta por su casa. No es que pudiera hacer mucho. Era meramente
una cuestión de principios.
Tan pronto como tuvo los poderes de la Olímpica restringidos, desató el pálido cabello
de la mujer para que cayera como una cascada sobre sus hombros.
—Sí, muy bonita.
Satisfecha, Azura se tele transportó hasta la habitación de Cratus. Estaba observando
por la ventana como si tratara de encontrar un enemigo de alguna clase. En el momento en
que apareció, se volvió como si estuviera listo para luchar.
Suprimió la urgencia de burlarse de él por algo que era en realidad admirable. Era
inteligente al no confiar en ellos. La mayoría de las personas, para su extremo detrimento,
lo hacían. El hecho de que sólo él sospechara alguna traición decía mucho del por qué era
un valioso aliado.
—No hay necesidad de estar nervioso.
Su cara era una absoluta piedra.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Te he traído un regalo.
Jericho arqueó una ceja, preguntándose qué clase de juego estaba jugando, y sabía que
estaba tramando algo. Todo su comportamiento le advertía que todo lo que buscaba era
ponerlo aún más furioso. Y no estaba nervioso. Era sólo que conocía la traición que vivía
en el corazón de todas las criaturas. Era todo lo que esperaba de ellas.
No se podía confiar en ninguna.
En realidad, eso no era cierto. Podrían ser de confianza para joder a la gente a su
alrededor cuando eso servía a sus propósitos. Eso podía confiar.
—¿Regalo?
Su sonrisa era maliciosa y más fría que el hielo.
—Bon appetit, precioso —dijo Azura mientras chasqueaba sus dedos.
El sonido aún resonaba en sus oídos cuando una pequeña forma se materializó ante sus
pies.
Jericho jadeó ante la visión de la diminuta mujer…
Una que estaba completamente desnuda.

No hay comentarios:

Publicar un comentario