—¿En dónde estamos? —preguntó Kiara cuando aterrizaron en el interior de una bahía sumamente iluminada, en un planeta que ella nunca había visto antes.
—En la ciudad de Verta —dijo Nykyrian, mientras apagaba los motores.
—¿Verta? —repitió Kiara, mientras una emoción rápidamente la recorría. Ella siempre había querido visitar las infames tiendas de Paraf Run, pero su padre siempre le había dicho que ir muy lejos era demasiado peligroso. Toda mercancía dudosa, incluso los esclavos, era comprada y vendida en ese lugar, por los seres más peligrosos del universo.
—¿Estás seguro de que aquí no nos pasará nada malo? —preguntó ella.
Nykyrian abrió la compuerta.
—Claro. Soy bien conocido en este lugar y nadie es tan tonto como para cruzarse en mi camino.
Un pensamiento travieso se le ocurrió y no pudo resistir el impulso de preguntarle:
—¿Qué pasaría si algún aristócrata de alta jerarquía me ve y exige mis servicios privados?
Sus manos se tensaron alrededor de ella mientras soltaba los cinturones de seguridad.
—Le arrancaría el corazón y se lo haría tragar.
Kiara no estaba muy segura de que le hubiera gustado mucho su respuesta. Tragó saliva cuando una imagen de la muerte de Arast pasó por su mente.
Después de soltarle el cinturón de seguridad, Nykyrian la ayudó a bajar, la sacó de la bahía, y la llevó a una calle atestada de personas.
—Quédate a mi lado —le dijo él, mientras le envolvía un brazo posesivamente sobre su cintura.
Kiara observó la calle, asombrada por la variedad de seres y culturas que interactuaban en ella. Vio a princesas adineradas vestidas con las telas más finas que existían, a pilluelos callejeros y sucios que apenas llevaban la suficiente ropa como para cubrir su desnudez. Un niño sucio pasó corriendo al lado de ellos.
Nykyrian la soltó.
—¡Jana! —gritó y el muchacho se detuvo inmediatamente.
Kiara miró asombrada como Nykyrian le señalaba al muchacho un escondite rápidamente antes de que un Guardián enfadado girara en la esquina, con un garrote en la mano. El Guardián miró en todas las direcciones, y luego los miró.
Apartó de su camino a toda la muchedumbre, mirando fijamente a Nykyrian.
—¿Has visto a Jana el ladrón? —chasqueó él.
Nykyrian cruzó los brazos sobre su pecho.
—No. ¿Por qué?
Por la cara del Guardián, Kiara pudo deducir que el hombre pensaba que Nykyrian estaba mintiendo, pero él no le dijo nada más. Con una mueca en dirección a ella, el hombre lentamente bajó por la calle.
Kiara se mordió el labio inferior, preguntándose qué estaba pasando. Nykyrian metió una mano en las sombras y sacó al niño del brazo.
—¿Qué estás haciendo? —le exigió Nykyrian firmemente, pero su tono de voz todavía era calmado.
El niño la miraba tímidamente.
—No hice nada, Nykyrian, ¡te lo juro por mi vida!
El gesto de dureza en el rostro de Nykyrian se ablandó.
—¿De qué te acusan?
El niño se lamió los labios y bajó la cabeza. Sus hombros delgados se agitaron y Kiara se dio cuenta de que estaba llorando.
—Mi madre murió hace dos días —sollozó—. Ellos quieren llevarme a una casa de trabajo.
La mandíbula de Nykyrian comenzó a apretarse, expresando su gesto de enfado usual.
Para su eterna sorpresa, él tiró al niño sucio entre sus brazos y lo abrazó.
—Todo está bien, Jana. No voy a permitir que ellos te hagan eso.
Un nudo se apretó en la garganta de Kiara cuando miró la forma tierna en la que levantó al niño en sus brazos. Los pequeños brazos delgados de Jana lo abrazaron mientras sollozaba contra el cuello de Nykyrian.
—Tú me pareces muy tierno, para ser un hombre sin sentimientos —le dijo ella, mientras apartaba un mechón de pelo enredado de la mejilla sucia de Jana.
Nykyrian no dijo nada. En su lugar, la llevó calle abajo, a la parte trasera de una tienda. Se quitó las gafas y tocó la puerta trasera, donde esperaron, hasta que una atractiva mujer apareció.
—¡Nykyrian! —exclamó ella alegremente, al abrir la puerta, mirándolo de arriba a bajo, como una madre mira a su hijo después de una larga ausencia.
Kiara reconoció de repente a la mujer, como la enfermera que había cuidado de Nykyrian en el primer disco que ella había visto el día anterior.
—Hola Orinthe. ¿Podemos entrar? —preguntó él, mirando fijamente a Kiara.
—¡Sabes que eres bienvenido aquí cuando quieras! —dijo ella con una sonrisa y abrió mucho más la puerta.
Nykyrian se apartó y dejó que Kiara entrara primero. La mujer la guió a través de un almacén de comestibles inmaculado y la llevó a un pequeño salón de descanso que estaba a la derecha. Jana había dejado de llorar y estaba echando una mirada alrededor de la comida con tanto anhelo, que Kiara quiso llorar por él.
Nykyrian sentó a Jana en una de las cuatro sillas que bordeaban a una pequeña mesa redonda. Orinthe fue hacia un estante y tomó una bandeja llena de frutas y panes dulces. Con una sonrisa tierna, la puso delante de Jana quien ávidamente cayó sobre ella.
Una extraña mirada se cruzó por la cara de Orinthe mientras miraba a Jana.
—Él me recuerda a otro niño que conocía hace mucho tiempo —le dijo ella a Nykyrian.
Nykyrian no se movió. Se quedó quieto mirando varios segundos a Jana.
—Él necesita un hogar —dijo él después de una larga pausa—. No se a donde más llevarlo.
Orinthe asintió con la cabeza.
—Podría necesitarlo para que me ayude aquí en la oficina. El chico que hacía mis recados me dejó hace tres días y no he tenido tiempo de buscar a otro.
Jana levantó la mirada de su comida, con los ojos abiertos.
—¿Quedarme aquí? —preguntó el con un tono de temor—. ¿Con toda esta comida?
La brillante sonrisa de Orinthe, calentó el corazón de Kiara.
—¡Y puedes comer tanto como quieras!
Jana miraba a Nykyrian y a Orinthe con una felicidad radiante.
—Claro —dijo ella seriamente—. Que tendrás que mantenerte limpio y lavarte detrás de las orejas.
Jana arrugó la nariz.
—¿Pero puedo comerme todo esto?
—Tanto como quieras —repitió Orinthe. Jana sonrió.
—Nykyrian —dijo Orinthe, mientras se ponía de pies—. Puedes llevarlo arriba y bañarlo.
—Seguro —dijo él, entonces sacó a Jana y a sus panes fuera de la habitación.
Kiara sonrió detrás de ellos, su corazón latía de orgullo y amor ante la ternura de Nykyrian.
Orinthe volvió sus pálidos ojos azules hacia Kiara, con una mirada fija y escrutadora que le dio la impresión a Kiara de que no podría esconderle nada a la sabia mujer.
—¿Eres la mujer de Nykyrian? —preguntó ella con un tono bajo.
Kiara suspiró.
—Lo dudo.
Orinthe se rió de sus palabras, con un brillo en los ojos.
—Bien, si te tranquiliza, eres la primera mujer, con la que lo he visto —pasó una tela húmeda sobre la mesa, limpiando las migas que Jana había dejado en su avidez por llenarse de comida—. ¿Cómo te llamas, niña?
—Kiara.
Su sonrisa se amplió.
—Un nombre tan hermoso como la dueña.
—Gracias —dijo ella, con las mejillas sonrojadas.
Orinthe dobló la tela y se sentó en la mesa.
Kiara miró a la amable mujer, mientras un millón de preguntas sobre Nykyrian se arremolinaban en su mente.
—Usted fue la niñera de Nykyrian ¿verdad?
Orinthe se mordió su labio inferior, entonces se puso de pies y cerró la puerta que conducía al cuarto de arriba a donde Nykyrian había llevado a Jana. Luego se sentó en su silla nuevamente, haciéndole señas a Kiara para que se acercara un poco más a ella.
—Ya sabes, que él puede escucharnos.
Kiara sonrió, recordando muy bien que Nykyrian poseía un oído extraordinario.
—Yo fui su psicoanalista —dijo Orinthe en voz baja—. Después de su adopción, necesitó ayuda para adaptarse a la familia.
Kiara frunció el ceño.
—¿Por qué?
Orinthe se reclinó en su silla, con los ojos empañados por los recuerdos. Tomó una respiración profunda y miró con un poco de temor hacia la puerta cerrada.
—Cuando me encontré con Nykyrian la primera vez, nunca antes había visto a un niño en tan mal estado. Ni tampoco después.
Kiara se mordió una uña, escuchando atentamente, esperando que la mujer continuara.
Y como Orinthe parecía estar satisfecha con lo poco que le dijo, Kiara la incitó:
—¿En qué estado?
Los labios de Orinthe temblaron. Ella negó con su cabeza, sus ojos grises lucían preocupados.
—No te imaginas. Él había permanecido encadenado en una pared, en la casa de trabajo para niños, alimentado solo con agua y basura. Los trabajadores temían darle carne. Pensaban que al probarla, podría hacer que su sangre de Andarion entrara en un frenesí alimenticio. Supongo que pensaron que lo mejor era mantenerlo encadenado y muerto de hambre —ella negó con su cabeza—. Él tenía cardenales en todo su cuerpo, horribles cicatrices físicas por todas las atrocidades que había pasado. Solo puedo imaginarme lo que le hacían.
Orinthe soltó una respiración temblorosa y miró a los ojos a Kiara.
—Él era tan escuálido y hostil con cualquiera que se le acercara. Tardé semanas tan solo para lograr tocarlo, sin que él me diera una patada o me siseara como una serpiente. Permanecía enroscado como una pelota en el suelo, mirando todo con desconfianza, negándose a hablar.
Las lágrimas empaparon a los ojos de Kiara.
—¿Ellos lo encadenaron a una pared? —preguntó, incapaz de comprender las palabras de Orinthe, pero sobre todo esas—. ¿Por qué?
Orinthe negó con la cabeza.
—Ellos tenían miedo de que él lastimara a los otros niños. Aquella era una casa de trabajo humana —sus manos temblaban inquietas, contra la tela húmeda—. La cicatriz que lleva que va de su cuello a su clavícula fue causada por la cadena que ellos usaban.
Kiara se mordió el labio, una lágrima se deslizó por su mejilla. Abrió la boca para preguntarle algo más, pero Nykyrian regresó. Rápidamente, se limpió la humedad de su mejilla.
Él estaba parado detrás de la silla de Orinthe y le puso una mano en el hombro. Orinthe la cubrió con su propia mano.
—Jana está tomando una siesta.
—Bueno —dijo ella con una sonrisa tierna—. Lo dejaré dormir hasta la hora de la cena.
Nykyrian apartó su mano
—Transferiré fondos a tu cuenta para él.
Orinthe escupió mientras hablaba.
—¡No harás tal cosa! ¡Solo el cielo sabe que me das más que suficiente!
Por un momento, Kiara pensó que él se había ruborizado. Tragó saliva, mirándola fijamente, entonces miró nuevamente a Orinthe.
—Gracias por darle asilo en tu casa a Jana. Si te causa algún problema, llámame y yo hablaré con él.
Orinthe sonrió tiernamente, el cariño que sentía por Nykyrian se reflejaba en sus ojos.
Nykyrian le dio la mano a Kiara. Al levantarse, Kiara envolvió su mano con la suya.
Un ceño cruzó la cara de Orinthe.
—¿Van a marcharse ahora?
Él asintió con la cabeza antes de ponerse sus gafas.
—Si necesitas algo, me llamas a mí o a Rachol.
Orinthe suspiró en una forma que hizo pensar a Kiara, que las palabras de Nykyrian la avergonzaban. Ella levantó su vista hacia Nykyrian, y su sonrisa calurosa, amistosa, regresó.
—Cuida de ti y de tu hermosa dama. Los dos hacen una bonita pareja.
Kiara le sonrió a la amable mujer.
—Gracias.
Al ver la cara de Nykyrian, Kiara podía afirmar que ese cumplido lo incomodó.
—Vendré a visitarlos en un par de semanas.
Orinthe asintió con la cabeza y los acompaño hasta la puerta.
Nykyrian la guió calle abajo. Kiara observaba la rigidez de su columna vertebral y sabía que algo lo molestaba.
—¿Qué sucede? —le preguntó.
Él se encogió de hombros.
—Desearía que Orinthe no te hubiera dicho nada.
A Kiara se le retorcieron las entrañas. ¿Acaso había algo que este hombre no pudiera escuchar?
—Hubiera deseado que me lo dijeras tu mismo.
Nykyrian la miró con vacilación. Kiara deseaba que él no llevara puestas las gafas para poder interpretar su humor, sus emociones.
Un minuto después, él se movió.
—¿Por qué quieres saber lo que me sucedió en mi niñez? Prefiero no pensar en lo que me ocurrió en esos días. Para mí esos momentos están muertos y olvidados.
Kiara lo miró con sorna.
—¿Olvidados? Si eso fuera verdad, tú no serías tan distante conmigo. ¿Por qué no me dejas entrar a tu corazón?
Su mandíbula se tensó y miró alrededor de la calle llena de gente.
—Este no es el lugar para mantener una discusión íntima. Deja de preguntarme esas cosas, antes de que pierda la paciencia. —Kiara suspiró, deseando estrangularlo.
Obligándose a guardar silencio, lo siguió hasta llegar a un enorme complejo de tiendas que estaba al final de la calle. Se olvidó de su enojo, cuando miró sorprendida, la variedad de mercancías que deslumbraban sus ojos. A todas partes que miraba, la saludaba la luminosidad de los colores.
Nykyrian la llevó hacia un ascensor y subieron al segundo piso. Allí, había enormes vitrinas de vidrio llenas de accesorios y adornos. Los vestidos de marca estaban colgados sobre los maniquíes abstractos, que representaban la forma en que la ropa luciría en las distintas siluetas humanas.
Kiara observó las finas telas que había a su alrededor, y entonces comprendió que en ese segundo piso, se vendían los artículos más costosos de la tienda.
—Había muchos vestidos bonitos abajo —le dijo ella, intimidada por el precio que veía en las etiquetas.
Nykyrian la agarró por el brazo cuando empezó a darse la vuelta, con la mandíbula tensa.
—Soy más que capaz de llenarte varios guardarropas con artículos de este lugar.
—Pero…
—Pero nada, mu Tara. Empieza a comprar.
Kiara se mordió el labio ansiosa, negándose a ceder tan fácilmente.
—Esto realmente no es…
—Kiara —le gruñó él letalmente.
Ella suspiró enfadada.
—Bien. Cuando estés en bancarrota, recuerda que traté de detenerte.
Una sonrisa se dibujó en sus labios. Extasiada por sus hermosos hoyuelos, Kiara deseó poder lograr que esa sonrisa nunca se borrara de sus labios y hacerlo sonreír más a menudo.
—¡Kiara Biardi!
Kiara se dio la vuelta para encontrarse cara a cara con una entusiasmada vendedora. La muchacha la miraba fijamente con unos enormes y emocionados ojos marrones.
—¡Oh Dios mío! ¡Yo la adoro! —le dijo ella efusivamente—. ¡Vi la Oración Silenciosa el año pasado y pensé que era la mejor producción del mundo! ¡Usted es la mejor!
Kiara sonrió, sonrojada por su cumplido, pero las palabras de la mujer parecían incomodar a Nykyrian mucho más. Él dejó caer el firme asimiento de su codo.
—Gracias —le dijo Kiara a la vendedora, mientras se preguntaba que nuevo problema tenía Nykyrian ahora.
—Mi nombre es Terra, y si necesita cualquier cosa, solo dígamelo. Oh Dios mío. No puedo esperar para decírselo a mi madre, ¡nunca me lo creerá!
Kiara miraba con fijeza a Nykyrian para ver como se estaba tomando la continua adoración de la vendedora. Ahora, él apenas la miraba, con sus rasgos estoicos.
Kiara permitió que la vendedora la tomara por el brazo y que le mostrara una variedad de telas. A pesar de toda la generosidad de su padre, Kiara comprendió que nunca había visto telas más extravagantes. Cada trozo de tela era tan ligero y airoso como la seda más fina.
Terra le explicó que muchas de esas telas eran fabricadas en mundos no humanos, y traídas a la tienda por un precio exorbitante. Kiara miraba sobre su hombro, insegura de cuanto dinero estaba deseoso de gastar Nykyrian en sus ropas.
—Me gusta este —dijo él, señalando el que Terra tenía sostenido—. No te preocupes por el precio, solo dedícate a comprar lo que necesitas.
Terra le sonrió.
—¡Si usted no es de los que cuentan las monedas, yo tengo una línea de ropa mucho mejor en la parte trasera!
Ante su asentimiento, los llevó hasta las líneas exclusivas.
A pesar de su renuencia, Nykyrian y Terra llenaron a Kiara con tanta ropa, como para vestirla dos meses. Cuando Terra salió para hacer el pedido, Kiara le frunció el ceño a Nykyrian.
—¡No puedo creer que te hayas gastado todo ese dinero en mi!
Él se encogió de hombros.
—Maldición Nykyrian, yo no puedo aceptar todo esto —deseó poder ver sus ojos. Pero en su lugar, su expresión de enfado se reflejó a través de sus lentes oscuras. Terra regresó con su agenda electrónica y Nykyrian firmó con su nombre rápidamente y le indicó el lugar a donde deberían enviarle los paquetes.
—¿Necesitas algo más? —le preguntó él, mientras le devolvía la agenda a Terra.
Kiara apretó los dientes.
—Difícilmente.
Con una inclinación de cabeza hacia Terra, él la tomó por el brazo y la sacó de la tienda.
—Necesitamos conseguir el repuesto para la nave de Rachol.
Kiara permaneció callada mientras Nykyrian efectuaba la transacción en la tienda de repuestos. Todo lo que quería conocer, era las respuestas a las millones de preguntas que tenía sobre el hombre al que se le había entregado. ¿Por qué simplemente no se las contestaba él mismo?
—¿Tienes hambre? —la interrogó al salir de la tienda, mientras llevaba el repuesto de Rachol envuelto debajo del brazo.
—Sí —contestó ella hostilmente, mientras su estómago le retumbaba con solo pensarlo.
Tomó su mano y la llevo por una calle de negocios hacia un café pequeño. Su mano ardía bajo su toque y ella olvidó su enojo. El corazón de Kiara latía más fuertemente con cada momento que pasaba, deseaba que llegaran a casa pronto, para que pudieran estar solos.
Mientras caminaban en la acera, Kiara notó a un pequeño grupo de Andarions que los observaban.
Nykyrian se puso rígido, al darse cuenta también.
—¿Conoces al Príncipe Jullien? —preguntó él con voz sutil.
—¡Es ese que está ahí! —exclamó Kiara, aliviada de saber porque el pequeño y gordo Andarion le parecía tan familiar.
Notando lo apretada que tenía las mandíbulas Nykyrian, se preguntó que tipo de animosidad tenía con el hombre. ¿Era por algo o por alguien? ¿Nykyrian no se opuso?
Se sentó con ella en la parte trasera del restaurante, con la espalda apoyada contra la pared para poder vigilar a los ocupantes. De repente, su cuerpo se tensó y ella detectó que estaba enojado al ver como sus labios dibujaban una mueca. Kira se dio la vuelta para poder ver que era lo que ahora lo molestaba, y vio como Jullien se dirigía directamente hacia ellos, con su séquito de guardias a solo un paso detrás de él.
Sin decir una palabra de cortesía, Jullien tomó asiento al lado de Kiara y le levantó la mano con su palma suave y regordeta. Kiara se encogió al ver como su mano era imbuida por esa carne blanca, preguntándose que le hacía pensar al príncipe que ella tenía algún deseo de ser tocada por él. Lo último que deseaba en ese momento era tener a un fanático adorador que le echara saliva encima. Especialmente ese príncipe que la había perseguido continuamente el año pasado, cuando había realizado una presentación para su padre en Triosa.
—Tarn Biardi, es un placer verla de nuevo. —Jullien se rió con seguridad, expresándole con esa sonrisa la horrible arrogancia que poseía.
Ella sonrió rígidamente.
—Es un placer volver a verlo, Su Alteza —contestó ella, deseando poder pensar en algo que lo alejara de su vista.
Sus dedos acariciaban los de ella mientras la miraba fijamente a los ojos, con un deseo que le provocaba nauseas. Mientras él se apartaba un mechón de pelo negro de su hombro, su sonrisa se tornó seductora. Su obvia vanidad la fastidió. Tan gordo y feo como era, tenía suerte si encontraba a una concubina que estuviera deseosa de satisfacerle sus necesidades. Sin duda Jullien pensaba que de por sí, él era un buen partido debido a su riqueza y su dinero.
Kiara miró con fijeza a Nykyrian. Parecía tranquilo, salvo que sus manos estaban hincadas en el menú, y ella tenía el claro presentimiento de que le costaba mucho controlar su autodominio para no saltar sobre Jullien y estrangularlo. Al mirar a Jullien a la cara, se encontró con su mirada y tuvo que contener un temblor ante sus cambiantes ojos de color verde y marrón, bordeados de rojo.
Su sonrisa se ensanchó.
—He hablado con mi padre para que regrese a Triosa y realice su presentación. Él está esclavizado con su belleza y talento casi tanto como yo. —Jullien casi destellaba con la satisfacción.
Nykyrian bajó el menú.
—El Emperador Aros es sumamente generoso al decir tales palabras —rechinó Nykyrian, con los dientes apretados.
Jullien levantó una ceja incrédulo, y se volvió en su silla para mirar a Nykyrian. Kiara contuvo la respiración, sin saber lo que pasaría después. Nadie le dirigía la palabra a un príncipe a menos que lo conociera de antemano.
—No me había dado cuenta de que te había hablado —dijo Jullien, en una voz que Kiara sabía, le sacaría las casillas a Nykyrian.
Los labios de Nykyrian se apretaron con un gruñido feroz.
—Yo no reconozco a tus reglas de superioridad.
Los ojos de Jullien se estrecharon y por un momento, Kiara pensó que iba a llamar a sus guardias para que arrestaran a Nykyrian.
—Eres uno de mis súbditos. ¡Exijo el respeto que merezco!
—Titana tu.
Kiara no supo que tipo de respuesta inexpresiva le había dado Nykyrian, pero por el sonrojo de las mejillas del príncipe, supo que no había sido nada cortés. Rezó para que Nykyrian se tranquilizara antes de que los guardias Andarions de Jullien lo atacaran.
—Nunca he conocido a un Andarion que se blanqueara su pelo como si fuera un giakon —Jullien sonrió con desprecio.
Kiara aguantó la respiración, temiendo la respuesta de Nykyrian.
—Mejor que ser gordo, esperpento…
—Su Alteza —le cortó Kiara, antes de que los guardias pudieran lanzarse contra Nykyrian—. Me honraría el presentarme en Triosa. Si usted contacta con mi manager, estoy segura que algo se puede arreglar —le brindó a Jullien una sonrisa falsa.
Jullien miró con intensidad a Nykyrian.
—Muy bien, mu Tarn. No tengo deseos de seguir avergonzándola. —Jullien se puso de pies, clavando sus ojos en el rostro de Nykyrian.
Nykyrian se quedó sentado, con los brazos cruzados sobre el pecho como si nada hubiera pasado en el universo. Kiara esperó hasta que Jullien se hubiera apartado y estrechó los ojos hacia el.
—¡Eso fue increíblemente grosero!
—Me pongo peor con los años.
A Kiara le picó la palma con las ganas que tenía de darle una cachetada. Nunca había estado tan enfadada con una persona en su vida.
—¿Por qué lo atacaste de esa manera? ¿Qué te ha hecho como para que lo ofendas así?
—Nació.
La expresión distante de Nykyrian la sacó de quicio. Kiara se sentó nuevamente en su silla.
—Bien —chasqueó.
Kiara continuó mirando fijamente a su estoico rostro hasta que no pudo soportarlo más.
—Estoy cansada de que me evadas. Quizá debería irme mejor con Jullien. ¡Estoy segura de que me daría la bienvenida alegremente!
La expresión de odio que atravesó la cara de Nykyrian la sobresaltó. Por un momento, pensó en pedirle disculpas, pero su enojo pudo más. Él había empezado esa discusión, entonces que se aguantara su mal humor.
—A ti probablemente te gustaría tener a sus hijos bastardos —refunfuñó Nykyrian en un susurró feroz—. No te halagues ni por un minuto, al pensar que él podría tenerte como algo más que su amante.
Su insulto la hizo sonrojar.
—¡Cómo te atreves! ¿Crees que puedes hacerlo mejor? ¡No he visto a ninguna mujer que te quiera en absoluto!
En el momento en que esas palabras salieron de sus labios y su cerebro las procesó, Kiara se quedó sin respiración. No podía creer que le hubiera dicho eso. ¿Cuántas veces su padre le había advertido que debía cerrar la boca cuando estaba enfadada?
—Nykyrian —dijo ella suavemente—. Lo siento mucho.
Él se quedó tan inmóvil hasta que ella pensó que la haría gritar.
—Creo que debemos marcharnos —dijo él, al ponerse de pies. Kiara levantó la mirada hacia él. No parecía expresar ningún enojo ni en su cara, ni en su cuerpo.
Lo peor, era que Kiara se había dado cuenta que lo había herido profundamente por su estúpido comentario cruel.
—¿Qué sientes por mi? —le preguntó ella, su voz era poco menos que un murmullo.
—Pensé que lo sabías.
Ella negó con la cabeza.
—No, no lo sé. En un minuto me sostienes como si tuvieras miedo de que fuera a abandonarte, y en el siguiente me chasqueas y rechiflas como si quisieras que me marchara.
Sin contestarle, él se dio la vuelta y salió del café. Gimiendo de frustración, Kiara se le unió. Nunca había estado tan confundida. Quería agitarle el puño, pegarle, sacudirlo, aliviarlo y lo que más la aterraba, quería hacerle el amor.
Apretó los dientes, frustrada. ¿Sentiría él lo mismo por ella? ¿Era por eso que él estaba haciendo eso, porque estaba tan confundido con sus emociones como ella? ¿Por qué no podía simplemente hablarle y decirle lo que lo molestaba? ¿Por qué se comportaba de ese modo?
Nykyrian se mantuvo mirando sobre sus hombros, para asegurarse de que Kiara seguía detrás de él. Se arrepentía de sus propias palabras. Por lo tanto, se arrepentía de su vida. Sabía que debía explicarle sus sentimientos, pero no estaba seguro de poder resistir la barrera de emociones que estremecían su alma si liberaba todo el dolor de su pasado. No, era mejor que ella estuviera lejos y que no supiera nada sobre él. No era demasiado tarde para que encontrara a alguien más. Alguien que… —se formó un nudo en su estómago. No podía resistir el pensamiento de vivir una vida sin ella. ¿Qué iba a hacer?
Kiara miraba la espalda de Nykyrian, preguntándose si alguna vez sentiría algo en absoluto. Todo lo que quería era que él le diera una señal de que le importaba, que podía amarla. Su corazón latió con fuerza. ¿Era acaso mucho pedir?
Recogieron sus paquetes e hicieron su camino de regreso a la casa de Nykyrian. Kiara permaneció en silencio, sus emociones se agrupaban en un nudo apretado en su garganta.
Rachol parecía divertido al verlos disgustados cuando ayudó a descargar a la nave. La única palabra que Nykyrian le dirigió, fue para decirle donde debía guardar su ropa. Después de eso, recogió una caja de herramientas y caminó hacia la bahía para trabajar en la nave de Rachol.
Con furiosos e iracundos tirones, Kiara sacó su ropa de las bolsas y cajas, y las puso en el guardarropa. Con cada segundo que pasaba, se ponía cada vez más furiosa por importarle lo que pensaba Nykyrian. Estaba actuando como una adolescente enferma de amor. Si él no la quería, bien. Podía encontrar a alguien más con facilidad.
Su corazón se hundió ante esa idea. Ella no quería a nadie más. Quería a Nykyrian. Ignorando su nueva ropa sobre la cama, se encogió en el colchón y sollozó ante la miseria que ardía en su alma.
—¿Qué hicieron ustedes dos hoy? —preguntó Rachol, mientras ayudaba a Nykyrian a abrir el panel de su estabilizador.
—Nada —dijo Nykyrian—. Me imagino que encontraste la dirección de Driana.
Rachol asintió con la cabeza y sus ojos sondeaban a Nykyrian, de esa forma que siempre hacía que quisiera golpearlo con algo.
Rachol le dio una llave de poder.
—También encontré algo muy interesante sobre Driana y tú.
Nykyrian estrechó los ojos. Definitivamente si quería golpear a Rachol.
—No se suponía que debías inmiscuirte en su vida personal y mucho menos en la mía, para hacer tu trabajo.
Rachol se encogió de hombros y desenvolvió el nuevo repuesto.
—No pude resistirme.
Nykyrian aguantó la respiración, esperaba que Rachol tuviera el suficiente valor de hacerle la siguiente pregunta.
Obviamente, si tuvo valor.
—¿Cómo fue que ella se casó con Aksel y no contigo?
Nykyrian soltó el repuesto, en su mente se removieron aquellos recuerdos en los cuales odiaba pensar.
—Su padre y el Comandante pensaron que él sería un mejor esposo.
—Sí, pero…
—¡Suficiente! —rugió Nykyrian—. No quiero pensar en eso nunca más. Sucedió hace mucho tiempo. No me lo recuerdes.
* * * * *
Kiara acariciaba las orejas de Ilyse, mientras se limpiaba las lágrimas de su rostro. Semanas atrás, ella sabía muy bien quien era y lo que quería. Ahora, no estaba segura de nada. ¿Por qué estaba tan atraída por un hombre al cual no parecía importarle en absoluto? Era cierto que había dormido con ella, pero eso no era amor.
Con un suspiro tembloroso, se levantó de la cama y empezó a doblar su ropa. No entendía por qué Nykyrian se comportaba así. ¿Por qué le compraba tantas cosas, si quería que se marchara?
Él había sido tan tierno la noche anterior, que ella había estado segura que la amaba, que la necesitaba. Entonces en la mañana, había amanecido y había vuelto a comportarse otra vez distante. Apretando los dientes contra el miserable dolor de su pecho, presionó el botón para abrir la puerta del armario.
Un destello de luz en las ventanas le llamó la atención y se acercó a la pared blanca que estaba cerca del baño, para ver a Nykyrian y a Rachol trabajando en la nave. La voz de Rachol se escuchaba distante, pero era claramente audible mientras hablaban, y por primera vez, lo hacían en un idioma que ella podía entender.
—Espero que hayas pensado mucho lo que estás haciendo —dijo Rachol, mientras le entregaba una herramienta a Nykyrian.
Nykyrian la recibió.
—Kiara es mi problema.
—No, ella es un problema de todos nosotros. Dios mío, con solo una palabra ella podría destruirte. Demonios, quizá también a todos nosotros.
Nykyrian hizo una mueca mientras tiraba de una parte.
—Así que eso crees.
Rachol agitó la cabeza.
—Tú lo sabes muy bien. Sé razonable. Hemos trabajado demasiado duro como para que te apartes de nosotros por culpa de una harita. Si todo lo que quieres es un buen… —Rachol apenas si tuvo tiempo de esquivar a la herramienta que le pasó volando por su cabeza.
Nykyrian saltó de la nave y agarró a Rachol por el cuello de su camisa. Kiara aguantó la respiración, asustada de lo que él pudiera hacer.
—¡Nunca vuelvas a insultarla otra vez! —ladró él, mientras mantenía sus manos apretadas alrededor de la camisa de Rachol—. Es mi vida la que está en riesgo, no la tuya.
La furia nubló el rostro de Rachol y por un momento, Kiara temió que ellos podrían ponerse a pelear.
—Maldito seas Kip, no hagas esto. Eres todo lo que tengo. No vale la pena que pierdas tu vida por ella, ¿no lo entiendes? Te necesitamos. Yo te necesito.
Más lágrimas se deslizaron por las mejillas de Kiara mientras miraba a Nykyrian soltando a Rachol.
Nykyrian se quedó de pie, mirándolo, con una expresión ilegible en el rostro. Pasados unos segundos, él suspiró.
—Demasiadas personas han dirigido mi vida por mí. Estoy cansado de hacer lo que los demás esperan. Pensé que tú entre toda la gente, comprendería lo que es desear algo, y una vez que se consigue, no querer dejarlo ir.
Rachol negó con la cabeza con los labios apretados.
—Vamos, tú lo sabes bien. ¿Cuándo han sido confiables las mujeres? Ellas te dejan en el momento en que ven que todo se pone difícil.
Nykyrian resopló.
—Eso no es cierto.
Rachol levantó las cejas con sorna.
—¿No? Ella nunca dejará al teatro para estar contigo. Y tú no puedes vivir como la gente corriente. Si lo intentas, sabes que no pasará mucho tiempo antes de que un Asesino de la Liga te corte la garganta.
Nykyrian golpeó con el puño el lateral de la nave. El sonido seco hizo eco en la bahía, y atravesó la mente de Kiara.
—He pasado toda mi vida escuchando a las personas explicándome por qué no pueden amarme —la amargura de su voz desgarró a Kiara—. Y siempre me dije a mí mismo que no me interesaba, que no necesitaba que nadie me amara.
Nykyrian se pasó la mano por el cabello y miró fijamente a Rachol.
—Todo era mentira, lo sabes. Me interesa y también quiero a Kiara. Si pierdo mi vida por estar con ella, no importa. De todas maneras ya he vivido mi pasado. Me levanto cada mañana con más dolor en mis articulaciones que el día anterior. Si tengo que morir, prefiero morir sabiendo que alguien me amó, al menos una vez.
Kiara apenas escuchó el final de sus palabras. Los sollozos sacudieron su cuerpo mientras se derrumbaba en el suelo. Enterró la cabeza en sus manos y lloró. Él la amaba.
No sabía como iba a ganárselo, pero se prometió que algún día, muy pronto, lo haría, tenía que hacerlo. Su felicidad dependía de su habilidad de exigirlo totalmente como suyo, para hacerle admitir lo mucho que ella le importaba.
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