Kiara estaba sentada en la sala de espera del hospital mirando fijamente hacia el exterior de la ventana. Nykyrian había estado en cirugía casi seis horas, y mientras cada segundo pasaba, sentía que sus esperanzas disminuían.
Thia yacía dormida en su regazo, las lágrimas todavía bañaban sus pestañas cerradas. Hablarle a la pequeña niña sobre la muerte de su madre y del padre que había visto una sola vez, había sido una de las cosas más difíciles que Kiara había hecho en su vida.
Suspiró, echando una mirada alrededor del cuarto. Jayne estaba sentada frente a ella, junto con Caillen y Darling. Hauk caminaba de un lado al otro por el pasillo, sin decir nada.
Los padres de Nykyrian estaban reunidos con su padre en el otro extremo del cuarto. Ellos eran un grupo sombrío y Kiara no se imaginaba lo que Nykyrian diría si pudiera verlos.
Levantó su mano izquierda ante ella, dejando que los rayos de sol del amanecer jugaran a través de las piedras rojas de griata. Daría todo lo que poseía y todo lo que aspiraba en la vida si pudiera recuperar a Nykyrian. Ni siquiera le importaba que estuviera lisiado, mientras lo tuviera a él.
Kiara soltó una respiración temblorosa. Sostuvo a Thia como si ella fuera un bálsamo contra su pesar, y apartó los rizos rubios de sus mejillas pequeñas y regordetas.
Las puertas se abrieron al extremo de la sala de espera.
Levantó la mirada esperando ver al doctor, pero se sorprendió cuando vio a Rachol entrando en la sala de espera con una hermosa mujer pelirroja. Caillen se levantó y detuvo a la pelirroja antes de que ella pudiera identificarla. Rachol vino directamente hacia Kiara y se arrodilló a sus pies.
—¿Cómo estas? —preguntó, con la preocupación grabada en su rostro mientras le daba un apretón consolador en su mano.
—No muy bien —contestó ella, mientras las lágrimas se derramaban por sus mejillas.
Los labios de Rachol temblaron.
—Lo siento mucho. Yo debí haber estado allí. Yo pude haberlo detenido.
Kiara le tocó la mejilla con una tierna caricia. Sabía que a Rachol le dolía tanto como a ella.
—Tú lo conoces bien, Rachol. Nykyrian es demasiado terco como para haberte escuchado. Tengo el presentimiento de que si hubieras estado allí, ahora estarías en la sala de operaciones a su lado.
Rachol asintió, sus labios dibujaron una línea tensa.
—Supongo que tienes razón.
La pelirroja se acercó con vacilación.
—Rachol —dijo ella en un suave y musical acento—. No me gustan mucho los hospitales. ¿Vas a estar bien?
Rachol levantó la mirada hacia ella, con sus ojos oscuros llenos de dolor.
—Seguro —dijo, y tomó asiento al lado de Kiara.
La pelirroja asintió con la cabeza.
—Regresaré en un rato para echarte un vistazo. Si me necesitas, estaré en mi apartamento.
Kiara siguió el caminar elegante de la mujer con los ojos. El movimiento de la pelirroja le recordó a una bailarina.
—¿Quién es ella? —le preguntó a Rachol.
Él suspiró.
—Shahara Dagan.
Kiara abrió los ojos como platos.
—¿La asesina que iba a matarte a ti y a Nykyrian?
Él asintió con un suspiro de cansancio.
—Es una larga historia —replicó y apoyó la cabeza contra la pared.
Fueron forzados a esperar una hora más hasta que finalmente un doctor salió. Se detuvo ante Hauk y este señaló a Kiara. Kiara miró el acercamiento del doctor hacia ella, con una fría aprehensión, su corazón latía de miedo por lo que le pudiera decir. Rachol le sostuvo la mano.
—¿Señora Quiakides?
Kiara asintió con la cabeza, incapaz de hablar, con el nudo que bloqueaba su garganta.
—Él ha salido de cirugía, pero todavía falta muchísimo para que se recupere. Sufrió muchos daños —sus ojos llenos de piedad la desgarraron—. Con toda honestidad, no se como ha sobrevivido hasta ahora. Nunca he visto que alguien haya sobrevivido a una cirugía con todas las lesiones que él tiene.
Con cada palabra, la garganta de Kiara se apretaba un poco más.
—Si usted prefiere, puede quedarse en su cuarto —dijo él doctor casi en un susurro—. Podría aumentar su oportunidad de sobrevivir, si alguien cercano se queda con él.
—¿Él puede escucharme? —preguntó ella, con la voz rota.
—Dudo que pueda entenderla, pero sabrá que usted está allí.
Jayne tomó a Thia de sus brazos.
—La llevaré a casa para que se quede con mis hijos. Cuando él esté mejor, la volveré a traer.
Kiara le ofreció una sonrisa insegura, agradecida por su bondad.
—Iré contigo —dijo Rachol a su lado.
Dándole palmaditas a la mano de Rachol, Kiara se levantó y siguió al doctor, con Rachol a su lado. Hauk le informó las palabras del doctor al resto del grupo en espera.
El doctor abrió la puerta del cuarto de Nykyrian. Kiara tuvo ganas de gritar, solo su garganta apretada y reseca le impidió que algún sonido saliera de sus labios. Nykyrian yacía en la cama con una serie de alambres y tubos conectados a su cuerpo en varias máquinas. Se veía tan pálido. Kiara tembló, las lágrimas corrieron por sus mejillas.
—Tuvimos que volver a conectar todo su sistema nervioso —dijo el doctor, mientras retiraba una silla para ella—. Hay una gran oportunidad de que él esté paralizado si se despierta —el doctor se aclaró la garganta—. Si lo hace a lo largo del día, tendrá grandes oportunidades de recuperación.
Rachol salió. Al escuchar que la puerta se cerraba detrás de ellos, Kiara caminó hasta la cama.
—Nykyrian —susurró, sus lágrimas se derramaban por sus mejillas, goteando sobre el brazo de él—. No me dejes. —Tocó el punto en el cual, sus lágrimas habían caído sobre su piel helada—. No te perdonaré si me dejas sola.
Miró fijamente su rostro hermoso, que estaba hinchado y rojo donde le habían vuelto a juntar la piel de sus heridas.
Con mucho cuidado, le pasó los dedos sobre sus cejas finamente arqueadas, deseando que él abriera los ojos y la mirara. En ese momento, incluso agradecería uno de sus feroces gruñidos.
La puerta se abrió y Rachol y Hauk entraron. De mala gana, Kiara soltó la mano de Nykyrian, se sentó en la silla al lado de la cama y rezó para que se recuperara.
La semana pasó muy lentamente mientras Kiara esperaba por una señal de recuperación. Todos le habían insistido varias veces, que saliera un rato del cuarto y que durmiera en una cama decente, o comiera una comida caliente, pero ella no quería, no podía hacerlo.
Al octavo día, dormitaba incómoda en su silla. Un gemido suave la despertó. Kiara se levantó de un salto, con su corazón golpeando. Examinó a Nykyrian, quien la miraba fijamente con los ojos abiertos. Llorando de alegría, corrió hacia él.
—¡Nykyrian! —sollozó, lágrimas de alivio se derramaron por sus mejillas—. ¿Cómo te sientes?
Él tragó saliva e intentó aclarar su garganta.
—Como si hubiera luchado y perdido con la bestia de Tourah —dijo con voz rasposa. Intentó sonreírle, pero no pudo hacerlo realmente.
A Kiara no le importó. En ese momento, pensó que podía volar. Mordiéndose el labio, miró fijamente los hermosos ojos verdes que había temido que él nunca volvería abrir.
—Llamaré al doctor —dijo ella, le apretó la mano antes de salir corriendo del cuarto.
Una vez afuera, les contó las noticias apresuradamente a sus amigos y familiares, y salió en busca del doctor lo más rápido que pudo.
Regresó con su esposo. Sus padres lo rodearon con buenos deseos y amor. El calor la recorrió ante esa visión.
El doctor les exigió que salieran.
Con una última sonrisa a Nykyrian, Kiara salió con sus padres del cuarto. Todos charlaban entusiastamente, mientras esperaban escuchar el último veredicto del doctor. Kiara se mordió las uñas, rezando.
Una hora después, el doctor salió del cuarto con una amplia sonrisa dibujada en el rostro. Su corazón latió esperanzado.
—Él se recuperará —dijo el doctor, al detenerse ante ella—. De hecho, debe poder caminar normalmente, después de algunas sesiones de terapia. Es un hombre muy afortunado.
No, pensó Kiara, yo soy una mujer afortunada. Estaba tan debilitada por el alivio, que su padre la tomó en brazos y la abrazó fuertemente.
¡Había un Dios y la amaba!
Sonriendo, Kiara agarró la mano de Cairistiona y la apretó.
* * * * *
Kiara observaba a Nykyrian luchando en el suelo con Thia, su corazón se iluminó por la forma en que Nykyrian «Ayudaba» a Thia con su tarea. De algún modo, sus lecciones siempre terminaban en juego.
Sonrió, sabiendo que él era un buen padre y un marido maravilloso.
La brillante luz del sol se vertió a través de las puertas de la biblioteca del palacio. Seis meses habían pasado desde que Nykyrian salió del hospital, y durante ese tiempo, habían dejado la pequeña casa cómoda anidada entre las estrellas y se habían ido a vivir con el padre de Nykyrian, donde este exigió para ella y Thia, la protección contra los boowash, que quisieran hacerles daño.
Ambos sonreían mientras rodaban por el suelo. Thia chilló, entonces salió corriendo lejos, y las lorinas la siguieron mientras corría a toda velocidad hacia las escaleras.
Una amplia sonrisa se dibujó en los labios de Kiara, al encontrarse con la mirada de Nykyrian.
—Le debiste haber hecho cosquillas.
Nykyrian se rió. Al tomar su bastón, se puso de pies. Todavía caminaba con una cojera pronunciada, pero estaba vivo y sano.
—¿Estás contenta de que Thia esté con nosotros? —preguntó él, mientras la tomaba en sus brazos.
Kiara gruñó cuando su barriga redondeada chocó con su firme y musculoso pecho. Ella llevaba dos semanas de retraso.
—En este momento, deseo que este se nos una.
Los hoyuelos de Nykyrian destellaron.
Kiara los tocó, esperando que su bebé también los heredara.
—Estoy feliz de que Thia esté aquí. Ayer me dijo, que quería un hermanito esta vez, para que la ayudara a vencerte, y a una hermanita la próxima vez, para tener con quien jugar a las muñecas.
Una esquina de su boca se levantó.
—Estoy deseoso de complacerla.
Una calurosa felicidad consumió a Kiara.
—Yo también lo estoy. Mientras no tenga que criarlos sin tu ayuda.
Sus brazos se apretaron alrededor de ella.
—Estoy jubilado. Juró que nunca volveré a tomar otra misión.
Kiara lo miró fijamente, dudando de sus palabras.
—¿Ni siquiera si viene Rachol y te lo pide?
Él la besó ligeramente en los labios.
—Te amo —susurró.
A Kiara se le estancó la respiración en la garganta. Sus labios temblaban mientras él finalmente le decía las palabras, que tanto había querido escuchar.
—¿Qué? —dijo, deseando que se las repitiera.
—Te amo, mu shona, y nunca volveré a dejarte.
Kiara le sonrió, sabiendo que esta vez, estarían juntos para siempre.
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