lunes, 27 de febrero de 2012

BON cap 6

Kiara y Hauk estaban mirando una comedia cuando Nykyrian regresó. Ella lo miró sonriente, pero él ni siquiera se molestó en mirar hacia su dirección. Defraudada, volvió su mirada hacia Hauk quien le respondió con un apologético encogimiento de hombros antes de ponerse de pie.
—Bueno, supongo que es el momento de que esta niñera se evapore —dijo Hauk, asintiendo hacia Nykyrian—. Ten cuidado con su asado —dijo él, antes de marcharse.
Nykyrian la miró.
—¿De que estaba hablando? —preguntó él con aspereza.
Kiara se encogió de hombros.
—Me dijo que le había gustado. ¿Quieres probarlo? Deje un poco calentándose en la estufa. —Ella puso una almohada en su regazo y la ahuecó entre sus piernas.
—Yo lo buscaré —dijo él, atravesando su cuerpo por la puerta.
Estaba actuando de una forma extraña, incluso para él mismo. Kiara lo miró moviéndose despacio en la cocina, con un profundo ceño en su rostro. ¿Qué había pasado?
Pasaron varios minutos mientras ella esperaba que el se le uniera, pero se quedó en la cocina fuera de su vista. Preocupada y curiosa, fue a echarle un vistazo.
—¿Algo anda mal? —le preguntó Kiara.
Inmediatamente, él se enderezó y tomó su tenedor.
—Solo estoy cansado —dijo él, antes de morder un poco.
Kiara se sentó en frente de él. Encogiendo las piernas en la silla, sostuvo la barbilla sobre sus rodillas.
—Hauk y yo pasamos la tarde jugando —dijo ella, intentando sacarle algún tipo de conversación para apartar esa melancolía que parecía invadirlo—. ¿Has jugado alguna vez?
Él apretó el tenedor fuertemente.
—No.
Exasperada, ella lo miró fijamente.
—No tienes que ladrarme, solo estaba…
—Mira —la interrumpió Nykyrian, haciéndola saltar de sorpresa por su tono afilado—. No tengo humor para ser sociable. ¡Por qué no me dejas en paz!
Echando humo de la indignación, Kiara se puso de pies. Le dio una vuelta a la mesa y se quedó al lado de su silla.
—Sabes, estoy poniéndome muy enferma por este abuso. Si tenemos que estar juntos constantemente, lo menos que podrías hacer es ser un poco civilizado.
Nykyrian se levantó y la silla chirrió contra el piso de porcelana cuando la apartó con la pierna.
—¿Por qué continuas persiguiéndome si ya sabes que no tengo ningún interés en ti como mujer? ¿Eres incapaz de tener un hombre en tu casa sin acostarte con él?
Ella nunca había escuchado palabras tan hirientes en su vida. Antes de que pudiera pensar, lo abofeteó en la cara tan fuertemente como pudo.
Él ni siquiera retrocedió. Apenas se quedó allí, inmóvil. Ella ni siquiera notó el levantamiento y la caída de su pecho. Kiara se horrorizó por lo que había hecho. Su palma le ardía por el golpe. Nunca en la vida había golpeado a nadie por nada.
—Perdóname —jadeó ella, ahuecando su cara entre sus manos.
El apartó las manos de su rostro.
—No me toques —gruñó él, con una voz baja y feroz.
Ella abrió la boca para hablar, pero un golpe seco en la puerta la obligó a guardar silencio. Nykyrian fue a abrir la puerta.
Kiara se quedó de pie en la cocina, agarrando el mesón mientras una multitud de emociones le desgarraban su interior. ¿Qué la había impulsado a hacer tal cosa? Su insulto invadió sus orejas, recordándole que su acción estaba plenamente justificada. ¿O no?
Con un nudo en la garganta, se movió hacia el cuarto de enfrente para ver quien estaba allí y lo que estaba pasando. Se dirigió al vestíbulo, y observó como Rachol le desabotonaba y le levantaba la camisa de la espalda a Nykyrian.
Su frente se arrugó con ternura al ver la forma en la que sus manos se movían sobre el cuerpo de Nykyrian. Él no protestó en lo más mínimo. En lugar de chasquearle a Rachol, solo lo miró.
Rachol maldijo antes de alejarse. Kiara se paralizó cuando comprendió por qué las manos de Rachol estaban cubiertas de sangre.
—¿Cómo te abriste nuevamente esa maldita cosa? —le ladró a Nykyrian.
Kiara dio un paso al frente, queriendo ayudar, mientras su estómago se retorcía al ver la herida.
Al verla moverse, Nykyrian la enfrentó:
—Vete —le gruñó, mostrándole los dientes.
Tragándose su miedo ante su reacción, ella corrió por el vestíbulo hacia su cuarto, con las lágrimas derramándose sobre su rostro.

* * * * * *

 —Eso no era necesario —dijo Rachol, mientras empujaba a Nykyrian hacia el sofá.
Nykyrian no le dijo nada. Le tomaba toda su concentración el permanecer consciente por el latido y la agonía ardiente que sentía en su costado. Respirar estaba siendo más difícil con cada segundo que pasaba.
Se tensó cuando Rachol le tocó un nervio, pero no dijo nada. Pensó en lo que le había dicho a Kiara y deseo poder darle vuelta a eso. Pero en ese momento se arrepintió también de muchas cosas.
Podía usar el dolor como excusa, pero solo sería eso: una excusa. Nykyrian apretó los dientes ante su estupidez. ¿Y que le importaba?
—Voy a darte un poco de Synethol —dijo Rachol al ponerse de pie—. Se que lo odias, pero te ayudará mucho más rápido a sanar y en este momento no puedo permitirme el lujo de atenderte una herida.
Nykyrian asintió, sabiendo que Rachol tenía razón.
Fatigado, miró a Rachol limpiando la sangre de sus manos y buscó intensamente entre sus cosas hasta que encontró un inyector.
Rachol echó la manga de su camisa hacia atrás. Al exponer el codo de Nykyrian, puso el inyector sobre su piel.
—Me quedaré esta noche aquí. Solo espero que Kiara tenga un saco de dormir. —Dicho esto, apretó el émbolo.
La aguja penetró al brazo de Nykyrian y el espeso jarabe atravesó su piel con una dolorosa lentitud. Se quitó los lentes y se los dio a Rachol.
—Dile que siento mucho lo que le dije —susurró, antes de que el efecto de la droga le nublara la visión.
Rachol le frunció el ceño a Nykyrian. Era la primera vez que Kip se había disculpado por algo ante alguien. ¿Qué había interrumpido?
Luego de colocar al inyector de regreso a su empaque, le rehizo la venda a Nykyrian. Una mancha roja ya estaba traspasando la tela blanca. Maldijo. La pequeña bailarina le había costado casi la vida a Nykyrian y por eso deseaba desgarrarla a pedazos.
Kip era la única familia que tenía en la vida y por Dios, que no iba a quedarse tranquilo viendo como el único amigo/familiar que había tenido alguna vez moría por causa de una harita.
Con pasos largos y enfadados, Rachol caminó por el vestíbulo hacia el cuarto de Kiara. Golpeó la puerta, usando a la madera como una victima para su mal humor.
—Adelante.
Rachol escuchó el sonido de las lágrimas en su voz y dudó, todo su enojo desapareció. Siempre se había comportado como un tonto al ver a una mujer llorando. Apretando los dientes, abrió la puerta.
Encogida en una pelota pequeña sobre la cama, ella lucía más triste que cualquier persona que él hubiera visto alguna vez, y ya había visto mucha miseria creciendo en las calles. Se aclaró la garganta por las extrañas emociones que amenazaban con estrangularlo.
—Necesito encontrar algunas sábanas o algún saco de dormir.
Aspirando, ella se limpió las lágrimas de la cara.
—¿Vas a quedarte esta noche?
Él asintió.
Kiara se puso de pie y se dirigió hasta el armario. Contrario a su código normal de no atravesar el umbral hasta que lo invitaran, Rachol cruzó el cuarto.
Kiara le dio una pila de sábanas y dos almohadas.
—Nykyrian nunca me pidió nada —susurró ella, con su voz más invadida de lágrimas y de agonía como para que él pudiera permanecer de pie.
—Si, bueno, nunca pide mucho, además normalmente duerme descubierto.
Decepcionada, ella asintió con la cabeza.
Rachol maldijo calladamente.
—No me mires con esos ojos tristes. Jesús, me recuerdas a un hombre condenado en la corte.
Las lágrimas se deslizaron por sus mejillas. Rachol gimió y dejó caer las mantas.
—Vamos —le dijo él, llevándola de regreso a la cama—. Dime lo que pasó.
Ella lo miró sobresaltada y herida.
Rachol se sentía como un piojo, mientras se sentaba en el colchón. Demonios, no había hecho nada malo ¿Entonces por qué se sentía tan terrible?
—Kip quería que te dijera que siente mucho cualquier cosa que te haya dicho. Conociéndolo, probablemente, te dijo algo horrible, pero no lo hizo con intención. Cuando está herido, es tan mordaz como una lorina salvaje.
 Kiara abrió ampliamente sus ojos ambarinos mientras lo miraba. Las lágrimas brillaban entre sus oscuras pestañas.
—¿Qué sucedió esta noche? —preguntó ella, con un susurro lastimero—. ¿Cómo se hirió?
Su enojo creció cuando recordó su misión. Levantándose, Rachol caminó alrededor de la cama.
—Fuimos a encontrarnos con un informante. Desgraciadamente, algunos de los perros de Bredeh lo asesinaron. Cuando llegamos, los bastardos habían tomado a su pequeño hijo como rehén.
Necesitando desesperadamente una salida para su enojo, estrelló de golpe su puño contra la pared. El dolor hizo erupción a través de sus nudillos, entorpeciendo su mano, pero eso no disminuyó el dolor de su conciencia.
—¿Rachol?
No pudo dejar de notar el miedo en la voz de Kiara cuando lo miró fijamente con los ojos bien abiertos.
—Lo siento —dijo él, con una disculpa algo humilde—. Es solo que estoy jodidamente furioso con la vida y por como juegan con… —su voz bajó de tono. Él suspiró fatigadamente—. Mataron al padre del niño justo en frente de él.
—Rachol, lo siento. —Kiara se levantó de la cama y se dirigió hacia él.
Rachol retrocedió y agitó la cabeza.
—No me toques —le dijo, esquivándola.
Ella se puso las manos contra la boca y parecía estar luchando contra otro brote de lágrimas.
—Es lo mismo que Nykyrian me dijo.
El cabeceó entendiendo lo que le quería decir.
—Realmente no somos ogros —le dijo Rachol, mientras se preguntaba el por qué se molestaba en explicarle algo.
Ella regresó a la cama y se sentó con las piernas cruzadas. Sus grandes ojos ambarinos llenos de dolor, lo miraban fijamente.
—No te gusta que te toquen.
—Exactamente.
Sus sollozos estremecieron su cuerpo y condenó a su alma.
—Eh, no hagas eso —le dijo él, mientras se pasaba la mano por el cabello—. Ten piedad de mí, no puedo resistir ver a una mujer llorando.
Ella apretó la almohada contra su estómago y lloró como si su corazón se estuviera rompiendo.
—¿Pero por qué, por qué no puedo tocarlo, por qué no puedo tocarlo?
Rachol se quedó quieto por un momento, pensando en alguna manera de hacerla entender. Su mirada flotó hacia el estante que estaba al lado de la puerta y hacia las estatuillas de griata que lo delineaban. Dirigiéndose hacia ellas, tomo una del estante.
—Aquí —dijo él, mientras se la daba a ella—. Dime lo que ves.
Ella lo miró como si estuviera loco.
—Es solo una de mis…
—No, realmente quiero que la mires.
El vio como sus elegantes dedos se deslizaban por los duros planos de un niño que estaba de pie al lado de su perro.
—Cuando la sostienes —le explicó—, es afilada, fría y ambos sabemos que el griata es una de las sustancias más duras del universo.
Ella asintió, con una diminuta sonrisa curvando sus labios cuando comprendió lo que él le quería decir.
—También es el más quebradizo. Si le das por equivocación un golpe, o le rompes un lado se fragmentará en pedazos.
Rachol volvió su mirada hacia ella.
—Es por eso que la naturaleza le ha dado al griata una diminuta cáscara que lo cubre para mantenerlo seguro. Antes de que puedas exigir el tesoro, debes quitar su escudo cuidadosamente.
Ella se limpió los ojos con el reverso de su mano, recordándole a una niña que había conocido hace mucho tiempo.
—Tu cubierta no puede ser tocada —le susurró ella.
—Tú lo lograste. Es muy fácil permanecer distante si no confías en nadie para algo, incluso si esa criatura te conforta con sus caricias.
Ella le lanzó una mirada dubitativa.
—¿Y no estás harto de eso?
Él se encogió de hombros.
—Soy mucho más quebradizo que Kip. En realidad, mi vida ha sido más fácil que la suya. En lugar del griata, él se parece más a una torna.
—¿Qué es una torna?
—Es una flor que crece en Ritadaria. Si intentas capturar su lozanía, las hojas se envuelven alrededor de ti y te estrangulan hasta la muerte.
Horrorizada por sus palabras, ella lo miró fijamente.
Él se encogió de hombros.
—Tú preguntaste. —Inclinándose, recogió las sábanas del suelo—. Odio las sábanas —murmuró él, dejándola sola con sus palabras.

* * * * *
 Nykyrian se despertó primero.
 Silenciosamente caminó sobre el cuerpo dormido de Rachol, sus lentes fueron olvidadas. El dolor en su costado había disminuido y se había convertido solo en una pequeña molestia, un triste recordatorio de la vida que se había perdido anoche por un momento de descuido. Apretó los dientes al pensar en el informador, culpándose por todo lo que había sucedido.
Cuando llegó hasta la puerta del baño, la puerta de Kiara se abrió. Y antes de que él pudiera pensar en apartar sus ojos de su vista, los vio.
La boca de Kiara cayó. Los ojos que la miraban fijamente no eran nada que hubiera imaginado. Eran claros y luminosos, con la más hermosa sombra verdosa, con una línea marrón alrededor del borde del iris.
Sus ojos eran humanos y hermosos.
Su garganta se apretó de felicidad. Esos ojos le dieron el primer vislumbre de su alma. En ellos, vio toda su desconfianza, su enojo y su amargura. Era como si lo estuviera viendo al desnudo. Kiara deseó poder tomarlo entre sus brazos para aliviar todo el dolor que se arremolinaba en esos magníficos ojos.
Mordiéndose el labio, ella cambió su mirada para verle todo el rostro. Allí, no se sorprendió de nada. Él era tan hermoso como lo había sospechado.
Él pestañeó y miró a otro lado, aparentemente avergonzado.
—Siento mucho lo que te dijo anoche —susurró, mientras la miraba para demostrare su sinceridad antes de apartar sus ojos de nuevo.
Ella se aclaró la garganta por la emoción súbita que sintió al escuchar su disculpa.
—Rachol me lo dijo. Yo también lo siento. No debí haberte golpeado, todo fue un error.
Él se encogió de hombros y caminó hacia el baño.
 Kiara tembló ante su reciente descubrimiento. Sin lentes, no era un fantasma tenebroso que frecuentaba sus sueños. Era un hombre mortal que podía ser herido y también podía ser amado. Ella jadeó ante sus pensamientos. ¿Amor? Eso no era lo que deseaba de él. ¿O sí?
Ya no sintiéndose tan satisfecha, empezó a hacer el desayuno.

* * * * *
Las manos de Nykyrian se estremecieron mientras las arrastraba sobre su rostro. Bueno, por lo menos tendría una cosa menos de qué preocuparse. Ella lo había visto finalmente.
Ahora sería el comienzo. Primero sentiría piedad, por el pobre mestizo, luego vendría la peor parte, el odio eventual de su sangre mixta, por el hecho de que él tenía muchas características de ambas razas.
Las personas nunca habían visto nada más en él que la antítesis de sus propios rasgos, no comprendiendo o preocupándose de que el desdén que sentían por él le hacia daño.
Apretando los dientes, se quitó la venda del costado, sintiendo un poco de satisfacción ante la protesta palpitante de su piel. El dolor físico era más fácil de soportar y apartaba a su mente de otras cosas.
Al desvestirse, entró en la ducha.
El agua le quemó cuando se deslizó sobre su herida. A pesar del dolor, una imagen de Kiara lo atormentó.
—¡No! —siseó, golpeando la pared con la palma de su mano.
Ella no se merecía a alguien como él. Necesitaba a alguien libre que la amara completamente, no a un hombre que había dividido sus lealtades, buscado por las autoridades y por los criminales. Pensó en todas las noches que ella pasaría sola mientras él se ocupaba de sus misiones, atormentada por el temor de que fuera asesinado.
Kiara podría estar mejor con alguien más. No podía permitirse el lujo de amarla. Nunca.

* * * * *

Kiara le sonrió a Nykyrian a pesar de la advertencia que se había hecho a sí misma de permanecer apartada.
—Voy a tener que acostumbrarme de nuevo a ti —le dijo, mientras le daba un plato.
Él no le contestó.
Llenó un plato para ella y se sentó frente a él. Su blanco pelo mojado estaba apartado de su rostro. Sus ojos, con sus pestañas largas y oscuras, le encantaron totalmente.
—¿Cómo te sientes? —le preguntó.
—Como si me hubieran disparado —le contestó él secamente.
Ella sonrió.
—Dios, ¿Por qué será?
Él la miró fijamente, y rápidamente miró a su comida de nuevo.
—Estoy sorprendido de que me hables a pesar de lo que te dije anoche.
Ella se encogió de hombros.
—Papá me enseñó las ventajas de la amnesia. Siempre me dijo que era un ingrediente necesario para la amistad —aclaró su garganta y le dijo con voz profunda—: Kiara, mi ángel, no importa cuando tiempo vives o cuantos buenos amigos tienes, alguien siempre te va a decir o va a hacer algo que no quiere hacer. Si son de verdad tus amigos, los perdonarás y olvidarás.
Nykyrian bebió un sorbo su jugo.
—Tu padre es un sabio.
—¡Buen día! —Rachol bostezó, estirándose mientras entraba en la cocina—. ¿Qué huele tan bien?
—Tartas de Frisanian —dijo Kiara, devolviéndole la sonrisa.
Caminó para tomar las más calientes y sacó un par. Rachol se volvió y sonrió.
—Si quieres a un hombre en tu vida, llámame cuando quieras.
Kiara sonrió, asombrada de lo guapo que se veía sin su delineador de ojos y sus aros en las orejas. Pero aún así, no era ni de cerca tan hermoso como Nykyrian.
—¿Seré bendecida con ustedes dos hoy? —Kiara mordió su fruta.
Rachol se sentó al lado de ella.
—Maldita, sería una descripción más concisa. En ese caso, te respondo afirmativamente. —Él le sonrió a Nykyrian—. Kip no te deja ninguna duda, y puedes ver la prueba en su mirada, y todo porque yo estoy alrededor.
—No necesito una niñera —dijo Nykyrian calladamente.
—Bueno en mí caso, sería un niñero. Así que no te molestes con tu cantaleta habitual, ya estoy comprometido.
—Deberías estarlo.
Kiara estalló en una risa ante la respuesta de Nykyrian.
Rachol gesticuló al hablar.
—Kiara, por favor. No lo animes a que abuse de mí, ya me hace suficiente daño solo.
Nykyrian soltó el tenedor y miró a Rachol con un ceño sombrío.
—Sabes, siempre me he preguntado lo que se sentiría al estrangular a un Ritadarion.
Kiara miró a Rachol, sin estar segura de que Nykyrian estuviera bromeando.
Rachol continuó sonriendo.
—Perdiste tu oportunidad hace tres años en Tondara.
—Y nunca lo superé.
Kiara continuó escuchando sus burlas. Estaba asombrada de lo bien que se llevaban, sabiendo que Nykyrian no le permitiría a nadie más tratarlo con esa confianza. Después de unos minutos, Nykyrian se excusó y se dirigió a la sala.
—¿Él está realmente bien? —le susurró Kiara a Rachol.
Rachol se inclinó hacia ella.
—Susurrar no funciona alrededor de él, puede escuchar a metros de distancia. Es una de sus condenadas características de Andarion.
Rachol se enderezó y siguió hablando.
—Él tiene un humor tan agrio como un gimfry enojado —chocó sus nudillos —. ¿A qué problema nos enfrentamos?
—Pensé que tenías muchas cosas que hacer como para preocuparte por este lugar —la voz de Nykyrian fue hasta la cocina sin necesidad de que él gritara.
Kiara alzó las cejas, sorprendida de que realmente pudiera escucharlos.
Rachol pestañeó ante ella.
—Las tengo, pero estás loco si crees que voy a dejar a esta dulzura sola, con tu hosca presencia.
Nykyrian dijo algo más en ese idioma extraño que utilizaba con Rachol.
Kiara miró a Rachol y vio como sus ojos se ensanchaban antes de que saliera disparado de la cocina.
—Bredeh está viniendo por ella —le dijo Nykyrian en Ritadarion a Rachol. Levantó la mirada fijamente para ver como Kiara se les unía en la cocina.
—¿Crees que él va a bombardear el edificio?
Nykyrian asintió, su estómago se apretó ante ese pensamiento.
—Debemos sacarla de aquí. Llama a su padre por el telelink, e infórmale que tiene menos de media hora para llegar aquí y verla antes de que nos marchemos. Corre a enviar el mensaje.
Rachol asintió y se movió para cumplir la orden. Nykyrian llamó a Kiara para que se le acercara. Ella dudó un instante, antes de dar un paso adelante.
Tomando un lápiz óptico y una agenda electrónica, Nykyrian escribió sus ordenes para ella: “Tenemos razones para creer que estamos siendo vigilados. Necesito que reúnas suficiente ropa para varios días. Tenemos que irnos de aquí rápidamente.”
Sus ojos se ensancharon cuando leyó la nota.
—Oh Dios —susurró ella y corrió hacia el cuarto.
Kiara temblaba de miedo. ¿Quién estaba vigilándolos? ¿Sería acaso el misterioso Aksel? Abrió la puerta de su cuarto y escuchó a Rachol discutiendo con su padre en el telelink que estaba al lado de su cama. A través de la pantalla, pudo ver el rostro preocupado de su padre mientras miraba a Rachol. Un sudor frío y viscoso, congeló sus manos.
—Papá —dijo ella, al caminar dentro del rango del espectador e interrumpir la larga lista que pensaba hacer Rachol—. Todo está bien. Confío en ellos completamente.
—Yo no —chasqueó él, se enfocó en Rachol con un brillo intenso y asesino.
—Confía en mis instintos —exclamó ella, mientras colocaba una mano en el hombro de Rachol para demostrarle sus palabras. Estaba un poco sorprendida de que Rachol no hubiera protestado.
En lugar de calmar a su padre, ese gesto parecía hacer hervir su enojo.
—¡No se atrevan a moverla de allí antes de que llegue, o desearan que Dios los hubiera dejado en el agujero del cual se arrastraron! —cortó la transmisión.
—Jesús —resopló Rachol —. Que cascarrabias.
—Solo está preocupado por mí.
Rachol se rascó la barba que había en su mejilla.
—Sí, bueno, el hombre necesita un par de tragos.
Antes de que Kiara pudiera contestarle, Nykyrian pasó a través de la puerta y le tiró a Rachol su pistola de rayos.
—El ataque ha empezado.
Kiara se congeló. Nykyrian retrocedió y Rachol se puso al frente.
—Estoy asustada —susurró ella, casi esperando desmayarse en cualquier momento.
—No lo estés —la tranquilizó Nykyrian—. Primero tienen que pasar sobre mí y no soy ningún obstáculo fácil —sostuvo la pistola en su mano izquierda y extendió su mano derecha hacia ella.
Sin vacilar, ella puso su mano helada dentro de la suya que era calurosa y grande. Sabía que estaba segura.
La llevó con él hacia el vestíbulo. Juntos se agacharon al lado de la barra de ejercicios. Nykyrian la rodeó con su calor, y mantuvo sus piernas contra su pecho. Podía oler el limpio olor a jabón de su piel.
Rachol se escondió detrás de la silla que estaba más cercana a la puerta. Kiara miró fijamente como el láser cortaba a través de la puerta, haciéndola recordar aquel breve instante ocurrido en el transbordador de sus secuestradores.
Se tragó su pánico, diciéndose a sí misma que Nykyrian estaba con ella esta vez y que la mantendría segura. Y como si hubiera leído sus pensamientos, él la acarició con su mano consoladora, debajo del brazo. Ella miró fijamente su mano izquierda que estaba cerca de su rostro, observando como él empujaba el botón de su pistola de rayos. Esperando.
El siseo de la antorcha cada vez era más ruidoso.
—Cuando ellos la atraviesen, alístate para correr —le susurró Nykyrian, revolviéndole su pelo con su respiración calurosa, provocando que un escalofrío recorriera su mejilla.
Asintió.
—Encuéntrate conmigo en el lugar de siempre —le gritó Rachol cuando sitió que la puerta se astilló.
El corazón de Kiara latía en sus orejas, ensordeciéndola ante los otros sonidos. El hedor carbonizado se pegó a su garganta y la estranguló. El miedo restringió su visión y todo lo que podía enfocar era la débil puerta que los separaba de los hombres que querían matarla. ¿Dónde estaba la seguridad del edificio? Rezó.
Con una nube de humo y un alarido triunfante, un grupo de hombres pasó a través de la puerta. Rachol les disparó, matando a los dos primeros.
Rachol hizo un gesto santo con sus labios y corrió hacia el caos que había en el vestíbulo. No podía creer lo que veían sus ojos. Nykyrian envolvió su brazo derecho alrededor de su cintura como si fuera un cinturón de seguridad, y la puso de pies.
Ella tembló de miedo, rezando para no tropezarse y que ello no le costara sus vidas. Nykyrian la mantuvo contra él, su cuerpo la escudaba del fuego de las pistolas. Ella se tropezó contra él cuando la llevaba a través del humo que infestaba el vestíbulo.
Él disparó su pistola, mientras apretaba su brazo alrededor de ella. A pesar de su miedo, quería ver lo que estaba pasando.
—No mires —le chasqueó Nykyrian antes de ponerla detrás de él—. Dios, odio este trabajo —gruñó, girando alrededor y disparándole a algo que estaba detrás de ellos.
La empujó hacia el corredor, lejos de la revuelta. Con una patada abrió las escaleras, examinó los escalones, y la empujó a través de la puerta. Sacó un dispositivo de su bolsillo y lo utilizó para mantener la puerta cerrada detrás de ellos.
—Espera aquí, necesito…
—¡No me dejes! —jadeó Kiara, aferrándolo desesperadamente.
Él apretó los dientes. Respirando profundamente, la tomó de la mano y la guió para que bajara los escalones hacia la bahía de desembarco que estaba en el sótano del edificio.
Sus piernas temblaban, Kiara tropezó dos veces.
—Déjame —dijo ella, mientras la ayudaba a ponerse de pies—. Ellos te dejarán ir.
Nykyrian resopló ante sus palabras.
—Créeme, Aksel preferiría arrancarme la cabeza a mí que a ti. Tranquilízate, lo estás haciendo bien.
—¿Cómo puedes estar tan condenadamente calmado? —chasqueó ella.
Él se encogió de hombros y siguió llevándola hacia los transbordadores.
—O lo hacemos o nos matarán. Si nos matan, no podrán torturarnos. Es una situación desde todo punto de vista muy victoriosa.
Por alguna razón, Kiara no creyó en su filosofía. Entonces, los escuchó. ¡Su corazón latió fuertemente cuando comprendió que alguien estaba acercándose! Nykyrian le cubrió los labios con un dedo y le señaló las sombras de la bahía de desembarco.
Cuando el soldado se detuvo a varios metros, Nykyrian le quitó el dedo de los labios.
—Escucha —le susurró en la oreja—, tengo que dejarte sola. Tengo que ocuparme de los hombres que vigilan mi nave, ¿de acuerdo?
Ella se frotó los brazos para calentarse.
—Estoy asustada.
Él asintió.
—Yo también —le dijo y se marchó.
Kiara se agachó en la parte trasera de la nave, esforzando a sus orejas para poder escuchar lo que estaba sucediendo. Los pasos regresaron y ella se internó un poco más en las sombras.
Nykyrian se movió sobre las naves tan silencioso, como un espectro, hecho por el cual era reconocido. Al escuchar, dedujo que había tres soldados en la bahía, dos estaban juntos y uno de ellos vagaba por todos lados. Tomando una respiración profunda, revisó la escena y cargó su pistola de rayos, para asegurarse de que tenía suficiente jugo para sacarlos de allí con vida.
El bloque frío de miedo que siempre había odiado sentir, se asentó en su estómago como una piedra. Bueno, era el momento de trabajar. Saltó de la nave y se interpuso entre los dos soldados.
Un guardia lo enfrentó, la boca del hombre se abrió y se movió convulsivamente como un pescado. El hombre borboteó antes de levantar su pistola. Nykyrian le disparó, entonces pensó en atrapar al segundo guardia antes de que el otro soldado le disparara por la espalda. Un escalofrío recorrió el pelo de su nuca.
—¡Te tengo híbrido!
Nykyrian apretó los dientes por el enojo y la frustración, no era Aksel, pero era mucho peor. Era su demente hermano menor.
—Dirígete tú mismo hacia Aksel, y la dejaré ir.
—Sí, como no —murmuró Nykyrian, mientras recargaba su pistola de rayos—. Yo no soy un repartidor de estiércol lisiado.
¡Maldición! ¿Cómo había hecho Arast para caminar detrás de él y encontrarla? Su oído ya no era el de antes. Nykyrian bordeó el área alrededor de las naves hacia donde el idiota estaba de pie, apuntando con su pistola, a la cabeza de Kiara.
—¡Híbrido!
—¡Nykyrian, corre! —le gritó Kiara.
Arast apretó su asimiento alrededor de su garganta.
—Dices otra palabra, harita y te romperé el cuello —le chasqueó.
Nykyrian sabía que solo tenía una única oportunidad para arriesgarse.
—¿Quieres un pedazo de mí? —le preguntó él, su voz hizo eco en la bahía.
Arast se dio la vuelta, buscando la dirección de donde venía la voz. Nykyrian lo vio, sus manos le temblaban de miedo por la vida de Kiara.
—¿Dónde estás híbrido?
—Déjala ir y suelta el arma.
—¿Y dejo que me dispares? —Arast sonrió con sarcasmo—. No soy idiota, híbrido.
—Solo igual de inteligente que mis botas —susurró Nykyrian, dudando de su propia inteligencia al permitir que el imbécil tuviera ventaja.
Apretando sus dientes con determinación, Nykyrian deslizó su pistola a través del piso. El sonido fantasmal y penetrante del metal contra el pavimento enrejado, se estrelló contra las orejas de Nykyrian. Arast deseaba algo más que matarlo, y Kiara solo estaba en el medio del campo de batalla.
 Nykyrian siempre había sabido que llegaría este día.
—Déjala ir, y te daré la oportunidad que tanto has estado esperando —gritó, mientras observaba a Arast cuidadosamente.
Arast apartó violentamente a Kiara. Y sin esperar que el bastardo le disparara, o que bajara su arma, lo cual sería un milagro, Nykyrian se lanzó de las sombras directamente hacia su objetivo.
Kiara gritó cundo vio a los dos hombres entrelazados. Se movían tan rápidamente, que todo lo que podía ver era un borrón negro y marrón, moviéndose en un baile espantoso, la vida de Nykyrian se balanceaba como resultado. Se frotó la garganta con sus dedos temblorosos, sintiendo los cardenales que le habían dejado las crueles manos del asesino.
Una llamarada de luz fue disparada. Nykyrian maldijo. El asesino se puso de pies y apuntó su pistola hacia Nykyrian, pero antes de que pudiera dispararle, Nykyrian lo agarró por la cabeza y se la retorció. Ella reconoció el sonido de huesos quebrados un segundo antes de que la sangre se derramara de la boca del soldado y se derrumbara lentamente en el piso.
Horrorizada, miró fijamente a Nykyrian mientras él se inclinaba sobre el cuerpo del hombre, para tomarle el pulso. ¡Lo había matado solo con sus manos! Nykyrian se puso de pies.
El corazón de Kiara palpitó con fuerza del terror. Por primera vez, comprendió quién era realmente Nykyrian y lo que era capaz de hacer.
—Vamos —dijo Nykyrian, mientras le ofrecía una mano—. Los otros vendrán pronto.
Sus ilusiones se derrumbaron, las lágrimas corrieron por sus mejillas como dos senderos helados.
—¡Kiara! —chasqueó Nykyrian, agarrándole el brazo y empujándola hacia la nave—. Tenemos que salir de aquí.
De alguna manera, ella logró subir por la escalera de mano y sentarse en la cabina del piloto de la nave. Su corazón martilleaba en su pecho cuando él se le unió.
Ató los cinturones de seguridad de ambos, y enderezó el cuerpo.
Kiara levantó la mirada para ver si había más soldados entrando en la bahía. Nykyrian encendió los interruptores que estaban enfrente de ella. Los motores de su nave se encendieron con un ruido ensordecedor.
Conmocionada por el gran grupo de asesinos, Kiara los miró fijamente. Un hombre destacaba como cabecilla de los soldados, mientras la miraba a ella y a Nykyrian con un rostro atractivo y frío, que reflejaba crueldad y odio.
Aksel miró fijamente a sus dos objetivos, sabiendo que Nykyrian una vez más se le había escapado de las manos cuando la nave Arcana salió volando de la bahía.
—¡Maldición! —gritó.
En ese momento, fue cuando vio el cuerpo de su hermano. Sus dientes chasquearon con rabia y odio.
—¡Encuéntrenlo! —le gruñó a sus soldados—. ¡Tomaré la vida de ese híbrido, o la de ustedes!
Apartando a sus hombres de su camino, Aksel regresó a su nave. Esto había llegado demasiado lejos. ¡Acabaría con la vida de Nykyrian como sea!

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