lunes, 27 de febrero de 2012

BON cap 3

Kiara estiró sus articulaciones tensas. Esperó poder hacer una presentación decente esa noche, pero lo dudaba. Habían pasado cuatro noches desde la última vez que durmió tranquilamente. Cada vez que intentaba descansar, su mente se plagaba con las imágenes de alguien atacándola por la espalda con un cuchillo y ese alguien siempre se convertía en Nykyrian.
 Con un suspiro cansado, miró fijamente su atuendo, verificando que su traje no tuviera ningún defecto. El apretado body rojo brillante, se aferraba a su figura, haciendo que se percatara de la cantidad de dulces que había comido esa tarde.
Bien, por lo menos sus cardenales casi habían desaparecido. Estaba un poco sorprendida de que los medios de comunicación no le hubieran preguntado nada sobre su rostro golpeado. Encogiéndose de hombros, le atribuyó eso a la pesada cantidad de oro que contenía su vestido. Probablemente ni siquiera lo habían notado.
 Kiara se enfrentó a si misma y fue hacia su vestidor.
La soledad la invadió cuando inspeccionó el diminuto cuarto vacío. Su padre pensaba que su ausencia la confortaba. Todos parecían pensar que prefería la soledad antes de cada actuación, pero la verdad era muy diferente. Necesitaba de compañía sobre todo antes de los primeros minutos de un baile. Simplemente el tono de otra voz, la aliviaría del nerviosismo que la atormentaba.
Pensó en Nykyrian. ¿La dejaría sola también?
Kiara negó con la cabeza preguntándose por qué tenía esos pensamientos. ¿Por qué sus sueños la atormentaban convirtiéndolo a él en su perseguidor mientras que su mente consciente lo veía como su salvador?
No obtuvo ninguna respuesta.
Nerviosamente, dio otro paso más para salir del cuarto. Cuando estuvo cerca de la puerta, oyó las voces sordas de los guardias de su padre.
—Te digo que no me alisté para desempeñar este tipo de misión. ¡Demonios, casi deseo que alguien intente matarla solo para liberarnos de este fastidio!
El otro guardia sonrió.
—Pienso que hay una mejor manera de terminar con este engorro.
—¿Qué quieres decir?
—Imagínate cumpliendo el deber nocturno en su casa. Envidio a Yanas y a Briqs.
—¡Si me gustaría mostrarle mi porra nocturna a ese pequeño bollito relleno!
Espantada de sus bromas, Kiara cruzó el cuarto y tanteó la bolsa que estaba en la mesa. Sacó su pequeño blaster y se aseguró que estuviera cargado hasta el tope.
En ese momento no sabía en quien confiaba menos, en los Prokebeins o en los soldados de su padre. No iba seguir poniendo en riesgo su seguridad.
Después de que recargó el arma, oyó un chasquido afilado fuera de la puerta. Kiara se volvió para investigar que había producido el ruido.
 Una sombra alta la atravesó cuando se acercó a la puerta. Se retiró nerviosamente.
 No podría ser. Simplemente estaba imaginando que la sombra lucía como un hombre gigante. No quiso darse la vuelta, pero sin embargo lo hizo y entonces deseó no haberlo hecho.
 Si había pensado que sus últimos dos asesinos eran feos, ellos no eran nada comparado con este. Unos fríos ojos negros la miraron fijamente desde una cara humana llena de cicatrices. Una sonrisa maníaca torcía sus labios.
 El miedo la paralizó. El sudor corrió por todo su cuerpo cuando esperaba que el hombre hiciera otra cosa que mirarla como un lorina rabioso.
Miró su bolso que estaba sobre la mesa donde el hombre se apoyaba. ¿Podría alcanzar su blaster?
Y como si el asesino pudiera leer sus pensamientos, miró su bolso. Y con un golpe de su brazo lo tiró al suelo. Kiara dio un paso, entonces se heló cuando su blaster cayó a sus pies con un golpe pesado.
El hombre sonrió cruelmente y la recuperó con su larga pierna de un tajo.
—¡Auxilio! —gritó, sabiendo que los guardias vendrían a rescatarla.
Chasqueando la lengua, el asesinó negó con la cabeza.
—No podrán escucharte. Todos están muertos.
Los pensamientos abandonaron la mente de Kiara en una estela de terror. El hombre se le acercó.
Su respiración se volvió trabajosa y rápida. Kiara deseaba salir del cuarto, pero sus piernas no le cooperaban. Estaba muerta, lo sabía.
De repente, su mente y cuerpo empezaron a trabajar al unísono. ¡La puerta! Tenía que salir y pedir ayuda. Le echó una silla al asesino y corrió.
Su mano tocó el pomo helado. Lo asió como si fuera su línea de la vida, pero antes de que pudiera girarlo para abrirlo, un golpe le dio de lleno en la espalda, enviándola lejos.
 Aturdida, se golpeó contra el suelo.
Desesperada, quiso gritar de nuevo, pero sus pulmones eran incapaces de hacer algo distinto a inhalar el frío y raspante aire que sacudía su pecho. Rodó por el suelo en un esfuerzo por poner más distancia entre ellos. El terror se adueñó de su cuerpo cegando su visión.
El asesino la agarró por la garganta, la levantó del suelo y la empujó a través de la mesa. Sus botellas de perfume y su maquillaje se sacudieron, mordiendo su espalda y rasgando su carne mientras el hombre la apretaba. No pudo controlar las lágrimas cuando miró fijamente la cara insensible del asesino.
 Kiara supo que nunca saldría viva de ese cuarto.
 El asesino puso el blaster contra su mejilla. Su risa torcida invadía sus oídos, mientras esperaba el sonido explosivo que pondría punto final a su vida. Cerró los ojos y rezó.
La puerta se reventó y se cayó totalmente.
—Suéltala, Pitala.
Kiara se congeló de alivio al escuchar su acento profundo. ¡Era él! Abriendo los ojos, giró la cabeza para ver a su salvador alto y rubio.
Nykyrian permanecía calmado en la puerta con los brazos extendidos a cada lado del marco.
—La mataré, híbrido —contestó Pitala con una voz serpentina y chillona.
—Entonces te mataré. Suéltela y podrás salir vivo de aquí.
 La sangre de Kiara abandonó su rostro. Tembló deseando que no fueran tan indiferentes con su vida.
 Pitala la miró indeciso.
 Su blaster se apartó de su mejilla. Kiara respiró inseguramente ofreciendo una oración para dar las gracias.
—¿Piensas que te tengo miedo, semipescado? —Pitala sonrió con desprecio negándose a soltar su garganta.
Nykyrian se apoyó a un lado de la puerta.
—Eres realmente patético. ¿Honestamente piensas que voy a quedarme aquí parado esperando que tu compañero me ataque por la espalda? —Nykyrian chasqueó los dedos.
Un hombre inconsciente fue empujado a través de la puerta. Pitala maldijo.
—Realmente odio sacar la basura —dijo Rachol al unirse con Nykyrian.
Pitala la soltó. Kiara se frotó el cardenal de la garganta y se bajó de la mesa. Luego vio en un reflejo como Pitala dirigió su arma al par que estaba de pie en la puerta.
Antes de que pudiera apuntarlos, dos blasters que venían de ninguna parte dirigieron sus vistas hacia su corazón.
—Piénsalo —dijo Nykyrian malignamente, mientras pulsaba el botón de descarga de su blaster hacia atrás con su dedo pulgar.
 Pitala sonrió nerviosamente y levantó sus manos.
—Realmente no iba a dispararte. Solo quería ver si eres tan bueno como todos dicen.
—Mejor —dijo Rachol quitándole el blaster a Pitala de la mano.
Nykyrian guardó su arma.
—Discúlpate con Tara Biardi y podrás marcharte.
Unos ojos negros enfadados, miraron fijamente a Kiara haciéndoles la promesa tácita de que regresaría. Una ola de terror la consumió.
—Discúlpeme —chasqueó.
Un sudor frío envolvió a su cuerpo cuando Pitala se inclinó y palmoteó a su compañero despierto. Después de unos segundos, el par de asesinos se marchó.
El alivio por su salida fue rápidamente menguado.
—¿Qué están haciendo ustedes aquí? —preguntó, sin saber cuales eran las intenciones de Nykyrian y de Rachol.
—Salvándote —dijo Nykyrian ausentemente, mientras miraba hacia el corredor.
Esas palabras solo la calmaron un poco. Kiara no estaba segura de que peligro hubiese pasado. El OMG no había aceptado el contrato para protegerla. Quizá solo la habían salvado de Pitala, para poder acabar libremente con su vida.
Rachol la miró fijamente.
—Todavía no esta lo suficientemente aterrorizada, pero apuesto a que se desmayará antes de que la lleves a casa.
Kiara abrió la boca para recordarle que ella no se desmayaba, pero se quedó callada cuando Nykyrian regresó al cuarto.
—¿Crees que vinieron desde la parte de atrás? —preguntó Rachol.
—Sí. Te apuesto cincuenta dorcas a que están preparando una emboscada cerca de mi nave.
Rachol sonrió.
—Sin apuestas. Ya los conozco. Se que son demasiado estúpidos, obvios y predecibles.
Nykyrian asintió.
—Sabes qué hacer. Me encontraré contigo en la hora y el lugar de la cita.
Rachol inclinó su cabeza y le sonrió alegremente a Kiara.
—Enróllate y enciéndete —le dijo a Nykyrian cuando salía por la puerta.
Nykyrian volvió su atención hacia Kiara. Quiso confortarla desesperadamente, pero tuvo miedo de lo que podría pasar si la tocaba. Las lágrimas aún brillaban en sus mejillas y le removían el maquillaje.
Apretó la mano alrededor del mango de su blaster. Debió haber matado a Pitala por el daño que le causó. Refrenando sus emociones, Nykyrian recogió la capa que estaba en la clavija de la puerta.
—Toma —dijo, entregándole la capa—. Debemos marcharnos.
Kiara se tragó el nudo que tenía en la garganta. En ese momento fue incapaz de entender sus palabras a través de la oscuridad que nublaba su mente.
—¿Piensas que debemos irnos? —preguntó.
—Sí.
—Tengo que hacer una presentación. —Su voz sonaba espectral incluso para ella. Tenía que bailar. La gente había pagado mucho dinero para ser defraudada. Sus promotores nunca le perdonarían que los hiciera quedar en ridículo en público.
Nykyrian la agarró por el brazo cuando intentó alejarse de él. Su lucidez lo preocupaba. ¿Será que había quedado traumatizada por el ataque? Estaba demasiado tranquila.
—Tienes que irte del teatro.
—No puedo.
Su voz fantasmal y vacía lo asustó. Nykyrian quería sacudirla. Sus ojos ambarinos lucían transparentes, desprovistos de cualquier emoción. Rachol tenía razón, estaba en shock.
—Escucha —le dijo, intentando penetrar en su mente conmocionada—. Pitala y su gente harán todo lo que sea necesario para completar su misión. Eso incluye el bombardeo de este edificio. A ellos no les importan las vidas que perezcan con tal de lograr su objetivo. Debemos irnos de aquí.
Kiara sonrió, mientras comprendía sus palabras. Soltándose de su agarre caminó hacia el vestíbulo. Su dedo del pie se chocó con algo sólido. Miró hacia abajo.
Su entumecimiento la consumió en una estela de terror. Esparcidos en el suelo estaban los cuerpos de sus guardias. Sus ojos se abrieron y brillaron de temor, la sangre empapaba sus uniformes.
Su grito hizo eco a través del vestíbulo.
Haciendo una mueca de dolor ante su grito, Nykyrian la ahuecó entre sus brazos y le acunó la cabeza contra su pecho.
—No mires —le susurró, su pecho se apretaba en un nudo doloroso de emociones reprimidas.
La sostuvo silenciosamente mientras lloraba. Había dejado de aterrorizarse hace mucho tiempo al ver cuerpos sin vida. La única emoción que sintió fue el enojo por sus muertes.
Sus lágrimas calientes le empaparon la camisa haciéndole sentir escalofríos a través de su piel. El olor ligero a flores flotaba desde su pelo. Sus brazos delgados lo apretaron de desesperación. Puso sus brazos alrededor de sus hombros, deseando tener lo que nunca tendría, deseando poder darle las cosas que nunca le daría a ella, cosas como la seguridad y un mundo mejor.
—Todo estará bien —le dijo tiernamente.
—No, no quiero —sollozó Kiara. Sus emociones se estrellaron en su mente en olas de pesar rotundo y agonía. Todavía sentía el blaster de Pitala en la mejilla y podía ver a sus ojos negros amenazándola.
¡Oh Dios, casi había muerto!
 Kiara lloró en el hombro de Nykyrian, mientras lo abrazaba. Necesitaba la seguridad que le ofrecía, su protección. Encontraba un extraño consuelo en sus brazos. El latido de su corazón era firme y consolador bajo su mejilla. Un olor débil a cuero y almizcle salía de su piel.
 Aferrándose a su cuerpo, ella necesitaba su calor.
 Nykyrian apretó los dientes por ese abrazo. Nunca en su vida lo habían aferrado de esa manera. Sabía que solo su estado emocional la incitaba a tocarlo. Si alguna vez se enteraba de quién y qué era, lo odiaría como lo hacían todos los demás.
Tragándose el nudo de dolor que quemaba su garganta la apartó.
—Debemos irnos.
 Kiara tomó la capa de su mano y se envolvió en ella. Trató de apartar sus ojos de los cuerpos. Por ahora no tenía más opción que confiar en ese extraño para poder escapar de Pitala. Nykyrian había salvado su vida, obviamente sabía lo que estaba haciendo.
—¿Hay otra salida además de la puerta de atrás? —preguntó Nykyrian.
—Los hosteleros entran por otra puerta —susurró ella.
—¿Dónde está?
—Por aquí. —Kiara lo llevó hacia el corredor, más allá del cuarto de recepción.
 Al entrar en la cocina. Kiara se sintió cohibida. Los hosteleros se detuvieron y los miraron fijamente con interés perspicaz. Su estómago se sacudió ante el olor de los pasteles. Por un momento pensó que estaba enferma.
Sin detenerse, Nykyrian la llevó a la puerta trasera y salieron a la calle.
 Él clamó por un vehículo de transporte.
 Kiara entró al automóvil, apartándose lo más lejos que pudo en su asiento. Quería marchitarse en la oscuridad y nunca preocuparse por ser cazada de nuevo.
Nykyrian le dio su dirección a la computadora.
Ella se aterrorizó.
—¿Cómo sabes dónde vivo?
—En este momento, todos los mercenarios lo saben. Los Probekeins han estado listando tu nombre y dirección durante la última semana a todos los cazadores de fortuna.
Sus manos temblaron. Todo este tiempo, se había engañado pensando que estaba a salvo. ¿Su vida era de verdad tan insegura?
Su estómago se anudó aún más cuando pensó en los soldados muertos. Habían muerto por su culpa. Si no hubiera sido por ella, todavía estarían vivos.
El Probekeins la quería muerta y cualquiera que estuviera cerca de ella, podría ser la próxima victima.
—¿No te da temor estar a mi lado? —le preguntó calladamente.
—¿Temor? —preguntó él, sorprendido.
—El próximo asesino podría matarte por accidente.
Nykyrian agitó la cabeza.
—Te aseguro que nadie me mataría por accidente. El contrato por tu vida, no se compara con el que existe por la mía.
Kiara asintió, incapaz de hablar por el nudo de lágrimas que se apretaban en su garganta. Estaba sentaba, al lado de un verdadero mercenario, un asesino brutal si la verdad fuera dicha. ¿Por qué estaba ayudándola?
—¿Vas a matarme? —Su voz se agitó por la tensión y el miedo de sus palabras.
 Nykyrian suspiró.
—Si tuviera esa intención, nunca te habría devuelto a tu padre.
—¿Pero por qué estás protegiéndome? Pensé que los asesinos mercenarios sólo estaban motivados por el dinero.
Nykyrian se acarició con la mano derecha su bíceps izquierdo.
—No has conocido a los suficientes mercenarios como para hacer esa afirmación.
Kiara le concedió la razón.
—Has evitado mi pregunta. ¿Por qué estás ayudándome?
Su mano se detuvo. Parecía mirar lejos de ella.
—Quizá soy tu fanático.
—¿Lo eres?
 —Sí.
Kiara lo miró fijamente asustada y confundida como para sentir algo. Nykyrian estaba sentado inmóvil a su lado, parecía casi etéreo. Su pelo rubio estaba suelto, desparramado encima de sus hombros. Y como antes las gafas oscuras disimulaban sus rasgos, dándole una idea diferente de su rostro.
—¿Quién eres? —le preguntó, necesitando conocer su respuesta.
Nykyrian se encogió de hombros.
—Nunca lo he deducido, toma demasiado tiempo pensar en mí y el tiempo es un lujo que no poseo.
Kiara se quedó callada, pensando, recordando.
—Sabes, maté a esos guardias.
Sus palabras ablandaron un poco su rigidez.
—El Probekeins los mató.
Kiara agitó la cabeza, las lágrimas rodaban en sus mejillas.
—No, ellos estaban protegiéndome.
Nykyrian suspiró de nuevo y la miró.
—Eran soldados. La muerte es uno de los riesgos de su trabajo. Ellos conocían esos riesgos.
Sus palabras la atravesaron.
—¿Cómo puedes ser tan frío? —le dijo con un sollozo—. Eran personas con familias.
Nykyrian la miró fijamente. Incluso en el parpadeo de la luz débil, vio las lágrimas chispeando contra sus mejillas. Conocía su dolor, su culpa.
De nuevo, la necesidad de confortarla lo consumió. Apartando sus deseos, miró fuera de la ventana.
—Soy un soldado. Las emociones se destierran de nosotros durante el entrenamiento.
 Kiara se mofó.
—Eres un mercenario. Hay una diferencia.
—Es cierto. A los mercenarios les pagan mucho mejor.
La frustración abrió un hoyo en el interior de Kiara. Como pudo pensar alguna vez que Nykyrian era diferente. Era del mismo calibre que Pitala. ¿Sería capaz de ponerle una pistola en la cabeza si le daban la cantidad correcta de dinero?
El pensamiento la congeló.
Será que sus sueños le advertían que no podía confiar en él. La confianza era cosa del pasado. Había confiado en la seguridad del hotel de la compañía de baile y había sido raptada. Confió en los soldados de su padre y casi había sido asesinada. Nunca volvería a ser tan tonta. Vigilaría muy bien a Nykyrian.
El transporte se detuvo enfrente de su edificio. Nykyrian salió primero y examinó la calle.
Después de un minuto, la ayudó a salir del automóvil. La escudó con su cuerpo cuando cruzaron la acera y ella insertó su tarjeta en la ranura de la puerta. Cuando la puerta se abrió, la agarró de su brazo para impedirle entrar en el edificio antes de que examinara el vestíbulo y la calle.
—¡Estás poniéndome nerviosa! —chasqueó ella.
—Es natural que estés nerviosa.
Kiara rechinó los dientes por la frustración, caminó por el corredor y se dirigió hacia el ascensor.
—Mi apartamento está en el último piso.
—Lo sé.
Eso la enfureció. ¿Si sabía tanto, por qué no la guiaba? Oh, lo que daría por golpearle esa caradura.
—Debe ser estremecedor estar siempre en lo correcto —le dijo con irritación, mientras presionaba el número de su piso.
Cuando las puertas se cerraron, la enfrentó.
—Puedes atacarme todo lo que quieras. No voy a morirme por caerte bien o no. ¡Pero me respetarás, me escucharás y me obedecerás!
El enojo picó en sus mejillas por ese rápido cambio de actitud.
—¡No soy tuya, no tienes ningún papel de propiedad sobre mi! Dios mío, ni siquiera te he contratado.
—Tu no pero tu padre sí.
Kiara se puso rígida por la confusión.
—¿Qué se supone que significa eso? Estaba allí cuando Rachol rechazó la propuesta de mi padre.
—Lo reconsideramos.
El nudo en su estómago se aflojó.
—¿Por qué?
 Él caminó a sus espaldas.
—Por Pitala y Aksel Bredeh.
Kiara frunció el ceño. A Pitala lo conocía bastante bien.
—¿Quién es Aksel Bredeh?
—Es otro asesino mercenario experto, mu Tara.
Ella apretó los dientes.
—¿Por qué sigues llamándome Tara? ¿Es un insulto?
Nykyrian se tensó por un momento.
—En Andarion significa señora —le dijo suavemente y se apartó.
—Oh —susurró con curiosidad al haber elegido llamarla así, después de tratarla tan groseramente.
—¿Quién es Aksel Bredeh? —le preguntó, cuestionándose sobre lo que hacía que este nuevo mercenario motivara a Nykyrian para ayudarla. ¿Podría ser peor que Pitala? Se estremeció por esa idea. Solo el silencio contestó su pregunta.
Miró a Nykyrian, esperando su respuesta. Antes de que pudiera preguntarle de nuevo, las puertas de su apartamento se abrieron.
Nykyrian salió y examinó el corredor.
Estuvo tentada de empujarlo y decirle «buu», apostó a que saltaría desde el doceavo piso. O le dispararía, le previno su mente. Si realmente fuera un ex asesino de la Liga, era muy peligroso intentar asustarlo.
Llegó hasta su puerta y se detuvo.
—Alguien la ha manipulado —le susurró a Nykyrian, mientras miraba el dispositivo extraño que estaba enganchado en la ranura de la cerradura.
Se tragó el pánico que surgió a través de su cuerpo. ¡Alguien estaba dentro de su casa! Podía oírlos.
El miedo la consumió.
Nykyrian la puso detrás de él y luego golpeó dos veces.
—¿Quién es? —un gruñido le preguntó desde adentro.
—La Bestia de Tourah —le contestó Nykyrian sarcásticamente—. ¡Abre la maldita puerta antes de que te dispare desde el vestíbulo!
—Dios, pero que temperamento —dijo la voz, mientras la puerta se abría para revelar a un enorme varón Andarion.
 El corazón de Kiara se deslizó hacia su estómago al ver su maciza contextura. Había pensado que Nykyrian era alto. Pero este hombre era una cabeza aún más alto. Sus dientes largos la iluminaron.
 ¿La estaba considerado para la cena?
 Nykyrian la agarró por el brazo y la puso frente al hombre.
 Sus ojos se ensancharon cuando se dio de bruces contra el pecho del Andarion. Sus ojos de color carmesí y blancos, hicieron que un escalofrío recorriera a su espina dorsal. No le sorprendía que Nykyrian llevara gafas oscuras. Esos ojos la estaban aterrorizando.
—¿Dónde está Rachol? —otra voz hizo que desviara su atención hasta su sofá.
—Ocupándose de sus asuntos —respondió Nykyrian.
Kiara miró fijamente al varón humano que estaba acostado en el sofá, con los pies reclinados en la mesa. Su pelo castaño rojizo oscuro, era casi tan largo como el de Nykyrian, y se esparcía por el lado derecho de su cara. Se veía completamente cómodo en su casa.
Esa visión la encolerizó.
Cómo se atrevían a invadir su territorio de esa manera. ¡Su agitación aumentó cuando el Andarion se sentó en su sillón favorito, recogió su bolsa de friggles de la mesa y empezó a masticarlos!
Quitándole la bolsa, lo miró con un ceño.
—¡Ésta es mi casa, no una casa de beneficencia!
El Andarion miró a Nykyrian a los ojos largamente.
—Ella tiene coraje —le chasqueó con una risa maliciosa—. Apuesto a que su carne es igual de picante.
Su mirada la enfocó de nuevo. Kiara retrocedió un paso, apretando la bolsa contra su pecho.
—Pienso que debes regresarle la comida —dijo Nykyrian detrás de ella—. Es imprudente hacer pasar hambre a un Andarion. Si Hauk decide morderte un poco, no hay mucho que podamos hacer.
Hauk la repasó con una mirada fija, como si estuviera midiéndola.
Su enojo desapareció. Le devolvió la bolsa a Hauk y se tragó el nudo de su garganta. ¿Cómo se había metido en esto? ¿Cómo pudo su padre confiarles su seguridad a estas personas?
—Solo intentan molestarte —dijo el hombre del pelo rojo con una sonrisa luminosa—. Soy Darling Crewell. —Se puso de pie y le extendió la mano.
Kiara sacudió su mano enguantada. Algo sobre la apariencia de Darling le recordaba a un aristócrata. Parecía ser muy amable, a diferencia de los dos Andariones.
—El glotón es Dancer Hauk —dijo Darling, cuando volvió a tomar asiento.
—¿Dancer? —sonrió Kiara, divertida por la revelación.
—Significa asesino en Andarion —chasqueó Hauk.
Darling se rió con un sonido gutural profundo.
—¡Ya quisieras! Creo que Nykyrian me dijo que significaba: el de mejillas bonitas.
Hauk miró intensamente a Nykyrian con ganas de matarlo. Este se encogió de hombros, aparentemente indiferente ante su hostilidad.
—Bien, así es.
Kiara suspiró de alivio por su teatro, eso calmó los ánimos entre ellos y le quitó su nerviosismo.
Darling sonrió de nuevo.
—Siento mucho, si sobrepasamos nuestros límites. Siendo el único aquí con Hauk, lo animé a que escogiera otras fuentes de comida.
Por lo menos Darling tenía modales.
—Está bien —le aseguró ella—. Todavía estoy disgustada por todo lo que me ha pasado.
Dándose la vuelta, enfrentó a Nykyrian. Él se apoyó contra su barra de ejercicios con los brazos cruzados sobre su pecho. Tenía la cabeza en un ángulo dirigido hacia Darling, pero estaba segura de que la estaba mirando. Sentía sus ojos sobre ella. Si no llevara puestas esas gafas podría verlos.
¿Será que se las quitaría alguna vez en su vida?
 —Debo cambiarme de ropa —dijo ella ausentemente—. Supongo que no necesito decirles a ninguno de los tres que se pongan cómodos.
Nykyrian sonrió afectadamente.
Realmente odiaba a esas gafas. Desearía poder leer sus emociones y humores.
Kiara se detuvo en la entrada del vestíbulo y miró a los tres hombres. Estaba incómoda de tener que quitarse la ropa con esos extraños rondando su casa.
Miró la cara estoica de Nykyrian.
—No tienes de qué preocuparte por nosotros —le dijo, casi leyendo sus pensamientos—. A Hauk no le atraen las humanas, a Darling no le atraen las mujeres y yo… —Nykyrian hizo una pausa.
¿Qué podría decir? La recordaba demasiado bien con su camisa de dormir desgarrada. Y deseaba ver un poco más de su cuerpo.
Sus ojos lo miraban expectantes. Él se contuvo. En ese momento, ella pensaba que era el héroe que había salvado su vida. Y no lo era. Lo mejor que podía hacer era lograr que lo odiara ahora, de una vez por todas.
—No estoy interesado —terminó.
Kiara se ruborizó profundamente ante las palabras groseras que él le dirigió en frente de los otros dos hombres. Estrechando sus ojos, hirvió de la humillación. ¿Qué la había hecho pensar alguna vez que podría querer a este hombre? Solo era un ser despreciable.
Sin decir una palabra, corrió en estampida desde el vestíbulo hasta su alcoba y cerró la puerta de golpe.
Qué había estado pensando cuando lo consideró atractivo. ¡Si ni siquiera era humano!
Kiara hizo una pausa. Ése debía ser su problema.
No, él había dicho que a Hauk no le gustaban los humanos y que él no estaba interesado.
Sacándose el traje a tirones, lo echó sobre la cama. Nunca la habían avergonzado así. ¿Quién se creía que era? ¿Un asesino mercenario? ¡Ja! No era digno de ese aterrador título. ¡Simplemente era un rústico, malcriado con modales de pordiosero!
Le demostraría lo insignificante que era para ella. De hecho, nunca volvería a hablarle de nuevo.
Kiara ató su túnica alrededor de su cintura y entró en el vestíbulo. Se detuvo y vio a lo lejos el lugar donde Nykyrian se apoyaba contra su barra de ejercicios. Su cuerpo tembló de la rabia.
A Nykyrian le picó la piel. Sabía que estaba siendo observado. Girando su cabeza, vio los ojos ambarinos de Kiara mirándolo. Bueno, ya lo odiaba. El odio era algo con lo que podía tratar fácilmente. ¿Pero entonces, por qué le dolió el saber que ella lo despreciaba? Debería estar contento.
Apartando sus emociones, miró de nuevo a Hauk. Percibió el momento en el que Kiara entró al baño. Cuando la escuchó encender la ducha, una imagen de su cuerpo desnudo acariciado por el rocío del agua, atravesó su mente.
En contra de su voluntad, su cuerpo respondió con una necesidad martilleante.
—¿Estás bien? —le preguntó Darling.
—Estoy cansado. —Nykyrian aclaró su garganta—. Me estabas diciendo que pusiste los escáneres afuera del corredor.
—Correcto. Hauk manipuló el sistema de comunicaciones para impedir que cualquiera pueda acceder a el. Los canales están limpios si necesitas contactarnos.
Nykyrian asintió.
—Seguiré usando el enlace.
—Probablemente es lo mejor —dijo Hauk—. Cuando Bredeh se entere de que estás protegiéndola, te va atacar con todo su arsenal.
—Estoy preparado.
Hauk resopló.
—Yo no sería tan arrogante. Bredeh no se apega a las reglas de la Liga y te atacará abiertamente. Quiere tu vida más que la de Kiara. —Hauk mordió un friggle.
Nykyrian se encogió de hombros. Aksel era la menor de sus preocupaciones actuales.
Escuchó cuando Kiara salió del baño. Suprimiendo el deseo de mirarla, devolvió sus pensamientos a la discusión.
—Actúan como si el deseo de Aksel de verme muerto fuera algo nuevo. Él ha tratado de matarme desde que cumplí diez años.
Hauk resopló.
—Es verdad, pero…
 Un grito de Kiara hizo eco en la casa.
 Nykyrian se congeló. Agarrando su pistola de rayos, corrió hacia el corredor, a la parte trasera del cuarto desde donde se había escuchado el sonido. Cuidadosamente, entró en el estudio y entonces se paralizó.
 Con un ceño acentuado, miró como la rabia desfiguraba la expresión del rostro de Kiara. Estaba de pie en el centro del cuarto con las manos en las caderas.
 —¿Qué está sucediendo aquí? —chasqueó él, encolerizado por su chillido injustificado.
 —¿Qué haz hecho? —le gruñó ella—. ¡Mira mi cuarto! —gesticuló hacia los oscuros escudos antiexplosivos, que tapaban las ventanas hasta el suelo—. Cómo se atreve tu gente a entrar a casa y reordenar mis muebles. ¿Y que es esa cosa?
Guardando su pistola, Nykyrian miró fijamente la pared que cubría las ventanas.
—Es un escudo antiexplosivos.
Darling y Hauk intercambiaron miradas prudentes.
—Había olvidado mencionar que —dijo Darling—, cubrimos todas las ventanas para impedir que los francotiradores encontraran un blanco.
Kiara echó humo de la furia.
—¡Quiero que se vayan de aquí! Todos ustedes. ¡Fuera!
 Nykyrian le hizo señas a Hauk y a Darling, excusándolos. Sin decir una palabra, se marcharon.
 —Ese mensaje también iba para ti.
—Lo se. Pero acostúmbrate, porque no me voy a marchar.
Ella se acercó para enfrentarlo con sus puños fijados herméticamente en sus costados.
—Estás despedido.
Su audacia casi lo hizo sonreír. Había pasado mucho tiempo desde que alguien se atreviera a enfrentarlo con enojo, sin un arma apuntándole a la cabeza.
—Tú no me contrataste.
Los ojos de Kiara se abrieron abruptamente. Nunca en su vida había estado tan enfadada. De hecho, era raro que alguna vez perdiera la calma. Miró fijamente a Nykyrian deseando convertirse en Trisani para poder estrellarlo contra las paredes solo con sus pensamientos.
—Quiero que te largues de mi casa.
Por un momento breve, ella creyó que él había hecho una mueca de dolor, pero su cara volvió a ponerse de piedra rápidamente. Luego se marchó del estudio.
La invadió la satisfacción cuando le echó un vistazo al cuarto vacío. Mañana llamaría a los de mantenimiento del edificio y les ordenaría que quitaran todos los escudos. Esta noche disfrutaría de la paz de estar sola y viva.
¡Quería a su vida de regreso y pensaba exigirla!
Un movimiento en uno de los espejos llamó su atención. Caminando más cerca del vidrio, reconoció a Nykyrian en el cuarto de enfrente.
Tembló de la rabia. No se había marchado. Y con un furor acalorado fue a sacarlo de su vida. Estaba cansada de no tener el mando en todo lo que le sucedía. ¡Había llegado el tiempo de que las personas comprendieran que no toleraría más invasiones a su libertad!
Al llegar a la cocina, Kiara se detuvo, asustada por la visión que tenía en frente.
¿Acaso estaba preparando la cena? Su enojo se disolvió. Nunca hubiera esperado que un asesino mercenario supiera cocinar.
—¿Qué estás haciendo? —le preguntó un poco más calmada.
—Pensé que podías estar hambrienta, al menos, yo si lo estoy.
Kiara lo miró mientras él enjuagaba las verduras de brenna en el fregadero. Sacó un cuchillo del aparador que estaba fijado en la pared y empezó a cortar las verduras en pedazos diminutos.
—¿Parece que sabes lo que estas haciendo?
Nykyrian dejó de cortar y la miró.
—¿Te sorprende? Incluso los asesinos necesitan comer.
Ignoró su obvio sarcasmo.
—Supongo que si necesitan comer, pero ¿Cretoria? ¿Es eso lo que estás preparando?
—Sí. —Terminó de cortar las verduras y las puso en el mesón.
—Así que además de asesino eres gastrónomo.
Nykyrian se encogió de hombros mientras caminaba hacia el refrigerador y sacaba la carne congelada. Luego regresó al mesón.
—Podrías decir que soy un asesino gastrónomo. Siendo Andarion, me gusta la carne humana bien preparada.
Ella se mordió el labio ante su tono indiferente que no expresaba ninguna emoción.
—Me dijiste que no comías humanos.
Estaba segura que debajo de sus lentes la miraba con intensidad. Sin contestarle ni una palabra, empezó a cortar la carne.
Kiara miró al cuchillo haciendo cortes y con cada golpe se encogía más y más. ¿Estaba segura con él? Sus manos temblaron. Su padre no lo hubiera contratado si pensaba que podría estar en peligro. ¿Verdad?
Si tan solo pudiera leer sus pensamientos tan fácilmente como parecía que leía los suyos.
—¿Alguna vez te quitas esas gafas?
—No.
Frunció los labios por esa breve respuesta.
—¿Te avergüenza tener los ojos como un Andarion? —persistió ella, intentando deducir las razones de por que las llevaba puestas.
Nykyrian gruñó.
—Nada sobre mi me molesta. Pero mis ojos parece que incomodan a todo el maldito mundo.
—¿Incluso a Hauk?
El cuchillo golpeaba más ruidosamente.
—Sobre todo a Hauk.
Kiara cuestionó sus palabras. ¿Por qué un Andarion podría sentirse incómodo por otro de su tipo?
¿Quién era este hombre que estaba en su casa? Comprendió que no averiguaría la respuesta ese día.
—Debo ir a vestirme —le dijo suavemente y abandonó la cocina.
Gracias, pensó Nykyrian. La parte baja del frente de su túnica le había causado un poco de incomodidad. Desde que la había visto en el estudio, la única cosa que realmente había notado eran las gotas diminutas de agua que se aferraban a la hendidura profunda de sus pechos.
Juró mantener a su mente concentrada en sus asuntos y no en el cuerpo de Kiara.
Evitarla sería su meta, encendió el fuego ubicado en el mesón de la cocina. Cuando terminó de colocar la carne y las verduras en un plato, escuchó el golpe código de Rachol en la puerta.
Kiara salió corriendo de su cuarto, cerrándose los últimos tres botones de la blusa. Nykyrian gimió interiormente, lamentando haberle dicho que no estaba interesado en su cuerpo. Sin duda alguna, ella se figuraba que podía correr casi desnuda sin perturbarlo. Esta iba a ser una larga misión.
Trató de devolver su cuerpo a su rígido control y se dirigió a la puerta.
Kiara la abrió dándole entrada a Rachol y a su padre.
—Gracias a Dios —dijo el Comandante y la abrazó—. Cuando vi los cuerpos, temí que hubieras resultado herida.
Otra ola de pánico amenazó con consumir a Kiara cuando pensó que estuvo a punto de morir.
—Por suerte Nykyrian y Rachol estuvieron allí —le dijo.
Tiarun la soltó y enfrentó a Nykyrian.
—Pensé que su gente iba iniciar mañana con su protección.
—Si hubiéramos esperado hasta mañana ya estaría muerta —dijo Nykyrian con su acostumbrada indiferencia, haciendo que Kiara se preguntarse si algo lo sacaba alguna vez de casillas, o si era capaz de contestar “normalmente”.
Su padre se puso rígido antes de asentir por sus duras palabras.
—Quise informarte sobre esto —le dijo a Kiara, al acariciarle el brazo tiernamente—. Estaba esperando que terminaras con tu presentación. No quise perturbarte.
—No estoy disgustada —le mintió ella, no queriendo herir sus sentimientos.
Tiarun le sonrió prudentemente. Miró a Nykyrian con un ceño duro que nunca había fallado en intimidar a Kiara.
—Tengo un presentimiento sobre esto. Se lo advertí a Némesis y ahora se lo advierto a usted. Si le pasa algo a mi hija no descansaré hasta que haya destruido a cada miembro del OMG.
Nykyrian casi se ahoga con su resoplido incrédulo.
—Somos profesionales. Kiara está más segura con nosotros que con usted —le contestó él serenamente.
Tiarun estrechó los ojos y eso hizo que Nykyrian quisiera gruñirle en respuesta.
—Protéjala. Intentaré mantener el contacto constantemente. —Tiarun abrazó a Kiara firmemente—. Odio tener que marcharme, pero debo volver a la base y hablar con los reporteros sobre lo que pasó esta noche. Si me necesitas llámame.
—Lo haré —le prometió ella, al besar su mejilla.
—Te avisaré cuando puedas regresar a casa.
—De acuerdo. —Ella cerró la puerta con renuencia detrás de su padre.
Kiara frunció el ceño al ver la expresión burlona en la cara de Rachol cuando caminaba hacia Nykyrian.
—¿Los cuidados Paternales? ¡Puaj! —Rachol se estremeció.
Nykyrian le empujó el hombro.
—No te burles.
—Vamos, Kip. ¿No te da asco?
Kiara miró fijamente a Rachol, curiosa por sus palabras, la encolerizó la manera en la que actuaba ante la preocupación de su padre.
—¿Sus padres nunca se preocuparon por ustedes? —les preguntó ella, ácidamente.
—¿Qué padres? —le chasqueó Rachol.
Una onda de terror invadió a Kiara.
—¿Están muertos?
—Ten cuidado —le dijo Nykyrian mientras regresaba a la cocina—. Quizá no quieras saber la respuesta.
Frunciendo el ceño, intentó comprender ese acertijo.
—¿Qué quieres decir?
—Que Kip no nació, fue desovado. —Rachol sonrió.
Ahora estaba completamente desconcertada.
—¿Quién es Kip?
Rachol señaló a Nykyrian con su dedo pulgar.
—¿Fuiste un bebe probeta?
Nykyrian estaba concentrado en preparar su cena.
—Rachol tiene un desorden cerebral que lo obliga a mentir la mayoría del tiempo. Ignóralo.
Así que Nykyrian no había sido un bebé probeta. Realmente nada de lo que estaban diciendo tenía sentido.
—¿Ninguno de los dos tuvo padres?
Nykyrian hizo muecas.
—Somos huérfanos.
—Eso fue lo que les pregunté desde el principio —dijo Kiara, mientras miraba a Rachol tomando asiento en uno de sus taburetes.
Ellos ignoraron la agitación de su voz.
—¿Vas a quedarte a cenar? —le preguntó Nykyrian a Rachol, mientras le daba un vaso de jugo de spara.
—¿Te importaría? —le preguntó Rachol a Kiara.
—No —dijo ella, sorprendida por la honestidad de su declaración.
Por alguna razón le gustaba Rachol a pesar de sus miradas muy poco ortodoxas. Su pelo castaño oscuro estaba atado con una coleta. Sus ojos marrones estaban delineados con líneas negras, dándole la apariencia de una salvaje bestia de caza. Dos aros de plata colgaban de su lóbulo izquierdo.
No era definitivamente el tipo de hombre que la atraía pero tenía que admitir que era extrañamente guapo.
Kiara se giró para mirar a Nykyrian mientras hablaba con Rachol. Él se veía más a gusto con Rachol que con sus otros dos amigos.
Cuando Rachol hizo otro chiste que ella no pudo entender, comprendió que Nykyrian nunca sonreía. No pudo recordar haberlo visto sonreír alguna vez. Y por alguna razón, quiso ver sus labios curvarse y escuchar su risa.
¿Cómo podría hacer reír a alguien?
Su pecho se apretó cuando consideró la vida que debió haber vivido. Sin padres, sin risas, un Asesino de la Liga. De verdad, era un milagro que todavía estuviera vivo.
Quería resolver el enigma.
Quizás Nykyrian no estaba interesado en ella, pero eso no evitaba que ella sintiera una profunda curiosidad por él. Y nunca había podido dejar sin resolver un misterio. Kiara se prometió que en los próximos días, excavaría su mente para averiguar lo que él escondía detrás de sus lentes oscuros.

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