—¿Ruido de pasos? —Repitió Shahara, cogiendo su arma del suelo y poniéndose de pie—. Pensé que habías dicho que nadie nunca venía aquí abajo.
Syn se colocó a su lado mientras tomaba el arma de su mano.
—No lo hacen. No sin una buena razón.
—¿Como estar persiguiendo a los dos imbéciles que fueron lo suficientemente estúpidos como para quedarse mientras los buscaban? —susurró enfadada.
—Suena como una buena razón para mí —su indiferencia, seriamente, estaba sacándola de quicio—. Así que calculé mal nuestra seguridad. No es la primera vez que he cometido ese error.
—¿Ahora me lo dices?
—Shh —dijo, alzando la mano.
En el silencio, una voz gritó:
—Syn, ¿dónde estás? Tengo aquí a alguien que quiere hablar contigo.
—¡Corre, Sheridan! —gritó la Madre Ana.
Innumerables emociones bailaron en su rostro, reemplazando su habitual estoicismo, preocupación, aturdida incredulidad y, finalmente, se decidió por la rabia. Shahara dio un paso atrás. Nunca en su vida había visto a nadie tan aterrador. Este era el hombre sobre el que sus fichas le habían advertido.
Mortal. Malvado. Frío.
—Vik —su tono era letal—. Oscuridad total. Ahora.
Vik cortó la luz.
—No puedo ver —susurró ella.
—Yo sí.
Se dio cuenta de que él la había dejado. Alargando sus brazos delante de ella, anduvo a tientas a lo largo de las paredes, dejando que sus ojos se ajustaran a la oscuridad. Era como si la envolviera. Oprimiéndola.
La profunda sensación era totalmente inquietante mientras se esforzaba por sentir o palpar algo.
Ni siquiera podía oír los pasos de Syn.
De pronto, oyó acercarse al hombre que había hablado. Sus pasos, junto con los de la Madre , hacían eco en las paredes de mármol sonando como si un ejército estuviera pisoteando de parte a parte.
Una luz se acercó.
Shahara la esquivó metiéndose en un pasillo de intersección y observó con asombro como el número del grupo crecía…
Y crecía.
Este no era un único perseguidor. Había doce de ellos. Y la Madre Ana no estaba sola. Habían tomado también a otra sacerdotisa.
—¿Dónde diablos está? —gruñó uno de los hombres.
—Shh —ladró el que había hablado originalmente—. No quiero que conozca nuestro número. Que piense que estoy solo.
—No estás solo —dijo Syn desde la oscuridad—. Pero lo estarás.
Inmediatamente, un hombre cayó al suelo, con el cuello roto.
—¿Dónde está? —gritó el primer hombre.
Cuatro más cayeron.
—¡Está por todas partes! —gritó otro.
Viendo su oportunidad para unirse a la refriega, Shahara corrió para ayudar a las sacerdotisas. Atrapó a uno por la tráquea un segundo antes de patear a otro en la rodilla.
—Corred —dijo ella a las sacerdotisas.
Ellas rápidamente desaparecieron en la oscuridad mientras se volvía para tratar con el siguiente hombre cerca de ella.
—¡Perra! —apuntó su arma contra ella.
Ella golpeó su brazo hacia un lado y sacó su daga. Le rebanó el brazo, le dio un cabezazo, lo pateó y se volvió para coger al siguiente.
Los cuatro hombres restantes avanzaron amenazadoramente hacia ella.
Syn hizo una pausa mientras miraba a Shahara deshacerse del resto de sus atacantes con una facilidad que era impresionante y un poco aterradora.
Maldición, era buena.
Una lenta sonrisa curvó sus labios cuando ella emergió por encima de los cuerpos. Su torso estaba ligeramente retorcido, era una posición de poder y habilidad.
Y era tan sexy como el infierno.
Ella se encontró con su mirada y le devolvió la sonrisa.
—Esto es en lo que soy buena.
Sí, lo era.
Su mirada se entornó fijamente en algo detrás de él. Antes de que pudiera moverse, voló junto a él para patear a uno de los bastardos que había estado tratando de abalanzarse a su espalda.
Ella lo tiró al suelo y lo pisoteó en la parte más sensible de su anatomía. Cayendo hacia atrás, él lloró como un bebé.
Syn succionó con fuerza su aliento entre los dientes mientras se sacudía involuntariamente y se sujetaba a sí mismo con la mano ahuecada.
—Tienes que dejar de hacer eso.
Ella puso los ojos en blanco.
—¿Por qué te quejas? Esta vez no fuiste tú.
—Digamos que tu última patada en mis joyas todavía está fresca en mi memoria.
Él se acercó al hombre y chasqueó la lengua.
—Sé que duele. Ella patea como una mula, ¿eh? —sacudió la cabeza.
—¿Qué vas a hacer conmigo? —preguntó el hombre, con voz temblorosa.
Shahara frunció el ceño mientras Syn rebuscaba en su mochila hasta que encontró un inyector. Lo levantó en frente de su cara como si inspeccionara la dosis. Cuando volvió a mirar al rastrero hombre, su expresión era glacial y mortal.
—Voy a matarte —le disparó todo el contenido.
El corazón de Shahara se detuvo. ¿Tenía realmente tanta sangre fría?
Él se trasladó para inyectar a otro hombre en el suelo.
Agarrando su brazo, sacó el inyector de la garganta del hombre inconsciente en el suelo.
—¿Qué estás haciendo?
Él levantó la vista con una mirada de asombro.
—Vamos, no te hagas el inocente conmigo. Me disparaste mientras estaba desarmada.
—No te maté.
Él le metió un vial en las manos.
—Y no los mato. Relájate, es sólo un sedante para asegurarnos de que no vengan tras nosotros durante un tiempo.
Todavía escéptica, miró el envase en su mano. Una lenta sonrisa curvó los labios al leer la etiqueta. Estaba siendo honesto.
—Entonces, ¿por qué mentirle?
—¿Por qué no? Tiene suerte de que no lo matara. Cualquier otra persona lo hubiera hecho.
Se aceraban más pasos. Shahara contuvo la respiración, esperando a ver si eran más atacantes. Le lanzó a Syn su blaster, quien lo atrapó con una mano antes de entrar de nuevo en las sombras.
Preparándose, ella esperó a que se acercaran.
En lugar de fuertes hombres para matarlos, las dos sacerdotisas regresaron. La Madre Ana se quedó atrás mientras la otra corría hacia Syn y le apretaba en un fuerte abrazo.
—Sé que fue una tontería volver, pero debía asegurarme de que no estabais heridos.
Syn apretó su brazo alrededor de ella y la expresión de agradecimiento en su cara hizo un nudo en la garganta de Shahara. Él la soltó y retrocedió.
—Es bueno volver a verte, Madre Omera.
La madre Ana lanzó una mueca de preocupación hacia los hombres sobre el suelo.
—¿Están muertos?
Él se rascó la mejilla.
—Descansando. Estarán de nuevo en pie en seis o siete horas —miró a Shahara—. Lo que no nos da mucha ventaja. Así que ¿si nos disculpáis?
—¿Sheridan? —La Madre Omera puso la mano en su brazo para evitar que se retirara—. Has hecho que nos sintamos orgullosas.
Syn se detuvo ante esas palabras que significaban tanto para él, pero que eran totalmente falsas e inmerecidas.
—No, pero lo intento.
Con eso, se llevó a Shahara de vuelta al final de las catacumbas y empujó para liberar la entrada secreta a fin de que pudieran salir de este lugar.
Shahara le frunció el ceño.
—¿Estás bien? Estoy obteniendo una extraña vibración de ti.
—Me siento más o menos normal.
Él se agachó para gatear a través de la abertura.
Shahara suspiró. Bueno, eso era sin duda bastante ambiguo. Mientras lo seguía a través de la entrada, ella se detuvo. Esta vez, conocía el hedor que llenaba su nariz con un podrido y agrio olor.
—¿Estamos en una alcantarilla?
—¿Se me olvidó mencionarte que tendríamos que atravesar las alcantarillas para llegar a la bahía de aterrizaje?
Ella entornó su mirada sobre él, con ganas de derrumbarlo sobre el suelo.
—Se te olvida mencionarme un montón de cosas.
Él se echó a reír.
Vik se posó finalmente en su hombro.
—No te sientas mal, Lady Huesos. También olvida decirme cosas. Como el hecho de que no iba a volver por mí.
Syn se alejó de ellos.
—Obviamente estoy en inferioridad numérica, así que antes de que vosotros dos unáis fuerzas y me matéis, seguiré ese camino —hizo una pausa para volver la mirada hacia ella—. ¿Quieres que Vik ilumine de nuevo el camino?
Ella se detuvo al oír cosas vivientes correteando en la oscuridad.
—Depende. ¿Cuántas pequeñas bestias peludas veré corriendo cuando lo haga?
—Digamos simplemente que, si la idea te hace escrupulosa, podrías querer esperar.
Su estómago dio un vuelco. Ella sólo había estado bromeando, pero ahora que lo pensaba. . .
Un centenar de historias de horror de viles seres en las alcantarillas pasaron por su mente. ¿Serían roedores o algo mucho más siniestro?
—¿Atacarán?
—No mientras nos sigamos moviendo.
Shahara se encogió de miedo.
—¿Puedes verlos?
—Lamentablemente, sí. Puedo ver mejor aquí abajo que con la luz del día.
Él la cogió de la mano y la condujo hacia delante a través de la suciedad y el hedor.
—¿Cómo?
—Es un defecto de nacimiento Ritadarion que afecta aproximadamente a uno de cada trescientos recién nacidos. Algunos científicos especulan que es porque perdimos nuestro sol primario hace doscientos años, y lo único en lo que están de acuerdo es que los niños están mutando para adaptarse a nuestro medio ambiente más oscuro.
—Eso es… —buscó la palabra más apropiada—. Espeluznante.
—Gracias.
—No hay de qué.
Su puño se tensó sobre su mano.
—¿Qué? —preguntó ella, odiando el hecho de no ver lo que le había hecho tensarse.
—Me pareció oír algo —él se detuvo.
Shahara aguzó el oído, pero no oyó nada, aparte del doloroso recordatorio de que las sabandijas estaban corriendo demasiado cerca de su inmóvil cuerpo.
—Tal vez fue una de las pequeñas bestias corriendo por nuestros pies.
—Tal vez —le tiró de la mano otra vez—. Vamos.
Ella no dijo nada más mientras seguía tras él con Vik haciendo ruidos que zumbaban en su hombro. No podía creer que estuviera sola en la oscuridad con un hombre y no aterrorizarse. Pero cuanto más tiempo permanecía con Syn más se acostumbraba.
Era extraño para ella. Extraño y, de alguna manera, maravilloso.
Lástima que no pudiera durar. Para ellos, no había futuro. Todo lo que tendría de él sería este pequeño momento.
Pasado en una alcantarilla…
En lugar de ser feliz con la perspectiva de acabar con esta misión, un horrible dolor la apuñaló en el pecho al darse cuenta de que pronto se separarían como enemigos eternos.
Sin estar dispuesta a analizarlo, se prometió que no le permitiría acercarse demasiado. No se lo podía permitir. Su futuro y el de sus hermanos dependían de ello.
Al fin él se detuvo.
—Hay una escalera de mano justo encima de mi cabeza. Voy a sostenerte. Sube hasta la cima y encontrarás una pequeña rejilla. Tiene un resorte y, una vez que estés cerca, podrás liberarlo.
La tomó por la cintura. La fuerza de sus manos la quemaba mientras la levantaba sin esfuerzo. Shahara se apoderó de la escalera e hizo lo que él le dijo.
Cuando llegó a la cima, lanzó un suspiro de alivio. Gracias a Dios que por fin estaba fuera de ese maloliente agujero. Sin embargo, considerándolo bien, el aire en la superficie realmente no era mucho mejor.
Se volvió para ayudar a Syn. Fue entonces cuando reparó en el hombre de pie bajo la tenue luz del sol de la tarde.
Y el blaster que él apuntaba hacia su pecho.
—Di una palabra de advertencia y estás muerta —susurró él.
Shahara se congeló mientras evaluaba rápidamente la amenaza. Había dieciséis de ellos, completamente armados y listos para patearle el culo, y Syn estaría temporalmente cegado por la brillante luz cuando saliera de la oscuridad. . .
Alguien la agarró por detrás.
Con todos sus sentidos en alerta, Shahara ya no pudo pensar. Su entrenamiento tomó su lugar. Pisoteando su empeine, se giró sobre su agresor con un gruñido feroz.
Syn entrecerró los ojos en su dirección, pero por su vida que no los podría abrir los suficiente como para ver algo. El resplandor del mortecino sol lo tenía completamente cegado. Su instinto le dijo que tenían problemas, pero malditos sus ojos, no podía hacer nada. Todo lo que podía hacer era escuchar a Shahara luchar y disparos de blasters.
—¿Vik?
—A la derecha.
Syn lanzó un fuerte golpe y sintió caer a su atacante. Vik aterrizó en su hombro para que pudiera hablar con él a través de la lucha.
Para cuando sus ojos se acostumbraron, la pelea había terminado. Vik agitó sus alas cuando Syn revisó los daños. Y, honestamente, se quedó atónito.
Él se había ocupado de dos. Shahara, de todos los demás por su cuenta.
Con rasgos severos, permanecía de pie cerca de un hombre inconsciente con sus manos apretadas a los costados. El resto estaba en la calle, apilados a su alrededor. Por su ropa, los señalaban como rastreadores Ritadarion.
Con admiración, miró a Shahara.
—Recuérdame que nunca te cabree.
Ella mostró una vidriada expresión un instante antes de que se doblaran las piernas. Syn apenas la atrapó antes de que cayera al suelo.
—¿Shahara? —jadeó con sobresaltada alarma, abrazándola contra él—. Shahara… contéstame —fue entonces cuando vio que manaba sangre de su cuero cabelludo.
¿Qué iba a hacer? No podía llevarla de regreso al templo o a casa de Digger. Esos lugares ya no eran seguros.
Explorando el área alrededor de ellos, sabía que tenía que salir de la calle antes de que más Rits o desesperados nativos decidieran probar suerte apresándolos.
Recogiéndola, la acunó contra su pecho. Se sentía tan pequeña en sus brazos que momentáneamente le aturdió. Había sido tan vibrante despertándolo que había olvidado realmente lo pequeña que era.
Y no duraría mucho tiempo sin atención médica. Con ese único pensamiento en su mente, corrió con ella hacia el puerto espacial.
Una y otra vez su mente no dejaba de relampaguear sobre Talia y la forma en que lo hubo mirado cuando él la había encontrado en su dormitorio. El tinte de color azul pálido de su piel. Tenía los ojos medio abiertos. Su cuerpo bañado en la sangre que había drenado de sus muñecas cortadas…
No volvería a suceder. No en su turno.
Entrando en el puerto, se puso a evaluar las naves a su alrededor. La mayoría eran pequeños cargueros y transbordadores. Sin embargo, dos eran de la categoría de combate, justo lo que necesitaba.
Él corrió hacia ellos a toda velocidad.
—¡Oye! —gritó una de los asistentes, corriendo tras él—. No puedes coger esa nave.
Cambiando el peso de Shahara en sus brazos, Syn se giró hacia la mujer con su blaster levantado.
—Si no quieres morir, te sugiero que te retires.
Ella levantó sus manos y se alejó de él.
Syn mantuvo sus ojos sobre ella mientras continuaba moviéndose hacia la nave, esta vez más lentamente.
En la base del caza, se quedó mirando la escalera de mano y maldijo. Ahora, ¿cómo diablos iba a sujetar a Shahara para subir a bordo de un caza? Cierto que era ágil, pero eso desafiaba incluso sus habilidades.
Entonces vio su respuesta.
—Mueve la grúa de acoplamiento hacia el caza.
—No puedo hacer eso.
Él liberó el seguro de su blaster.
—Tienes cinco segundos.
Ella corrió hacia la grúa mientras Vik volaba a la cabina del piloto.
Una vez que ella estuvo en su lugar, Syn le dio la señal. Subiendo los escalones de dos en dos, todo el tiempo mirando a la trabajadora, medio esperaba que tuviera el suficiente valor para intentar algo. No fue sino hasta que los tres estuvieron a bordo y la cabina sólidamente cerrada que empezó a calmarse.
Un poco.
Tan pronto como el blindaje de la cabina hubo iniciado su descenso, la trabajadora se desvaneció. Syn estaba seguro de que estaba corriendo en busca de ayuda así que no perdió tiempo quemando motores. Un poco de preocupación corrió a través de él al no ejecutar una comprobación preliminar, pero no tenía tiempo.
Tiró del acelerador y puso en marcha los propulsores de la nave. Su estómago se hundió, mientras las fuerzas “G” hacían estragos en su cuerpo.
En pocos minutos, lograron velocidad de liberación. Giró la nave hacia el espacio, e inmediatamente penetraron a través de la atmósfera del planeta.
Una vez que estuvieron a buen recaudo en el seno del espacio y que estaba seguro de que nadie los seguía, Syn dirigió su atención a la pequeña forma encogida en su regazo. Las luces de control brillaban suavemente contra sus pálidas mejillas y notó que su sangre había empapado la pierna de su pantalón.
Con cautela, movió su cabeza hasta que pudo examinar la herida. No parecía tan grave como había pensado al principio. Tendría que haber recordado que las heridas en la cabeza sangraban mucho, incluso cuando eran pequeñas.
Pero ésta era profunda y podría necesitar un par de puntos de sutura.
Registrando su mochila sacó un botiquín de primeros auxilios. En sólo unos minutos, tenía la herida limpia y envuelta.
—¿Vivirá? —preguntó Vik.
—Creo que sí.
—¿Estará enfadada por esto?
—Probablemente. Estoy seguro de que le va a doler cuando despierte —miró a Vik, que estaba ahora en su forma de robot, encaramado en el panel de control—. ¿Por qué no me avisaste?
—Ella estaba pateando culos por su cuenta. Pensé que sería más seguro para ti no luchar estando ciego. Pero luego te metiste de cabeza y tuve que ayudarte.
—Aún así pudiste advertirme.
—Y tú pudiste venir a buscarme en lugar de abandonarme todos estos años.
Esas palabras le hicieron daño.
—Realmente lo siento, Vik. Si hubiera sabido lo mucho que te dolería, te juro que no lo hubiera hecho.
—Está bien, voy a cambiar de tema. Pero si alguna vuelves a hacerme eso voy a apuñalarte en el pene, lo cual estoy seguro de que te dolerá.
—Sí, lo haría.
—Bien. Ahora me desconecto un momento para conservar mi energía.
Moviendo la cabeza ante su extraño invento, Syn cambió el peso de Shahara y la levantó para sentarla más cómodamente en su regazo. Recostando la cabeza en su hombro, la abrazó como solía abrazar a Paden cuando gateaba a su regazo para dormir una siesta. El pensamiento le hizo brotar lágrimas en los ojos y rápidamente apartó a la fuerza sus recuerdos. No servía de nada mirar hacia el pasado.
Paden no quería tener nada que ver con él, aparte de mantener sus cuentas bancarias.
Él era nuevamente Syn y Syn nunca había tenido un hijo. Syn era un superviviente de la calle.
Mientras miraba los pacíficos rasgos de Shahara, una parte de él durante mucho tiempo olvidada mendigó algo que sabía que no podría tener. Mara había traído la cruda realidad a su hogar. Las mujeres decentes no querían pasar su vida con una bazofia como él.
Querían maridos de quienes pudieran sentirse orgullosas. No un alcohólico funcional con una fibra que activaba su temperamento. Pero al menos, el alcohol era un paso adelante respecto a las drogas que una vez le habían gobernado.
Eso fue lo que más profundamente le hirió. Mara nunca había visto la cara más oscura de su pasado. El animal que se habían arrastrado por las calles y alcantarillas en busca de su próxima misión y procurando sobrevivir durante un día más. Él había sido un patético desperdicio de la humanidad durante algún tiempo.
De no ser por Nykyrian, todavía sería un drogadicto sin valor, revolcándose en un cuchitril.
O estaría muerto.
¿Realmente tendría importancia? ¿Puede realmente el infierno ser peor que la vida que llevaba actualmente?
Pero al menos, no tenía que tratar con las convulsiones y el ansia.
Excelente por mí.
Sí, su vida básicamente estaba jodida. Y estaba tan solo. Después de mucho tiempo ya se había cansado de las noches sin consuelo. Pero, ¿qué podría hacer?
Suspiró al pensarlo. Lo que no daría por mantener a Shahara así para siempre. Sólo que él sabía la verdad. La gente nunca se quedaba. No valía la pena llegar a conocerlos, porque, tarde o temprano, de una manera u otra, se iban y él se quedaba solo para recoger los pedazos.
En este momento, no tenía otro inicio totalmente nuevo. Él había agotado sus vidas y sus nombres.
No tenía adónde ir.
Shahara oyó el tenue sonido de un latido de corazón golpeando contra su oído. Al principio, pensó que era una niña de nuevo y su padre la llevaba a su habitación después de que ella se hubiera quedado dormida esperando a que volviera a casa. Sin embargo, su padre nunca había olido tan bien. Sintiéndose tan delicioso.
No, ese era Syn. Syn, malvado, cálido y dulce. Seductor. Un defensor que la abrazaba con sus suaves brazos que nunca la asustaban.
—¿Estás despierta? —dijo él con marcada preocupación en su voz.
—Más o menos —cuando trató de cambiar de posición, sintió un punzante dolor entre los ojos—. Gah, ¿qué me hiciste?
Entonces recordó.
Acomodándose, se golpeó las piernas en el afilado metal mientras su cabeza estallaba aún más de dolor.
—¿Dónde estamos? ¿Qué pasó?
Syn frunció los labios.
—¿Qué pregunta prefieres que conteste primero?
—Tú eliges.
—¿Dónde?... Incauté un caza.
—¿Quiere decir que lo robaste?
—Semántica, semántica.
Ella lo fulminó con la mirada. Si pensara que serviría de algo, le tiraría de las orejas por el robo.
—¿Cómo llegamos hasta aquí?
—Acabaste con los Rits, te desmayaste por el trauma en tu cabeza y te cargué a bordo.
Ella se pasó las manos a lo largo de la venda y palpó el nudo atado donde uno de uno de sus atacantes la había golpeado con la culata de su blaster sobre su cabeza. Esperaba que se despertara con una cantidad igual de dolor.
Debería haberle pateado tan fuerte que le hubieran tenido que reconstruir el testículo.
Pero eso no cambiaba el hecho de que Syn había cometido otro delito grave, mientras ella estaba presente. Gruñendo por lo bajo, entornó los ojos.
—Sabes que nunca he subido a bordo de una nave robada.
Él sonrió, mostrando ese maldito hoyuelo.
—No dijiste eso cuando robaste el mío.
—Iba a hacerlo hasta que me dijiste que era tuyo.
Esta vez, él se echó a reír.
—Bueno, entonces, creo que fue buena cosa que estuvieras inconsciente.
Él era incurable.
—¿Te haría sentir mejor saber que probablemente fue robado por quienquiera que voló antes?
—No, no lo haría —negó con la cabeza—. Pensé que había honor entre ladrones.
—Sólo en tus sueños.
O en mis pesadillas.
—Entonces, ¿dónde vamos?
Él le mostró su rumbo.
—Tengo que conseguir un par de cosas. Nuestra primera parada es en mi oficina y luego tengo que ir a mi apartamento.
—¿Qué eres? ¿Un chiflado? ¿Sabes cuántos rastreadores estarán allí esperándote?
—Sí, lo sé. Por eso te dije que te quedaras con Digger. Pero eres tan malditamente terca que no me escuchas así que aquí estamos. Yo con conmoción cerebral y tú con una lesión en la cabeza.
Ella lo miró con escepticismo.
—¿Qué es tan importante para que arriesguemos nuestras vidas en conseguirlo?
—El mapa me dirá dónde encontrar el chip.
Shahara frunció el ceño en una profunda arruga a pesar de que envió aún más dolor a su cabeza.
—Si el mapa está en tu apartamento, ¿por qué vamos a tu oficina?
Él suspiró, como si le molestara dar tantas explicaciones sobre sí mismo.
—Antes de meter mi culo en la freidora, quiero hacer algo de piratería informática y ver qué saben los Rits. Me gustaría obtener algunos detalles del satélite sobre dónde están ubicados en el interior y alrededores de mi edificio. Necesito estar en mi oficina para hacer eso.
—Oh.
Entonces otro pensamiento la golpeó.
—¿Y si están en tu oficina?
Él negó con la cabeza.
—Ni lo pienses. Mi oficina es una estación espacial bajo fuertes medidas de seguridad.
—Y registrada con el nombre de otra persona, sin duda.
—Exactamente. Nunca la encontrarán.
—Eso es lo que dijiste acerca de las catacumbas.
Y por un momento, ninguno se movió con el temor martilleando en sus pechos.
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