Nueva Orleáns, 2009. 6000 años después antes… Difíciles
(Pon o quita algunos siglos).
DELPHINE SE DETUVO PARA CONSEGUIR ORIENTARSE, miró alrededor de los
viejos edificios con balcones de hierro o enrejados de madera profusamente trabajados,
muchos de los cuales tenían tejadillos sobre las ventanas. Qué ciudad tan extraña… pero
claro, no solía estar en el reino mortal, salvo a través de los sueños humanos. El mundo
real de los humanos parecía totalmente diferente.
Este lugar sumamente ruidoso y brillante la desconcertaba. Por no mencionar el
horrible olor de algo que pensaba podría ser algún tipo de estiércol…
Dio un brinco cuando un sonido fuerte y disonante la asustó, mientras un coche pasaba
a toda velocidad.
Phobos la agarró del brazo y con un tirón la colocó junto a él sobre la desigual acera.
—Ten cuidado. Si te golpea un coche, te hará daño.
—Lo siento. No estaba prestando atención.
Él asintió antes de mirar a lo largo de la calle, donde varios coches estaban aparcados
delante de una fila de edificios que estaban muy próximos entre sí, ella se preguntaba si no
compartirían una pared.
—El taller debe ser aquél de allá.
Ella miró hacia donde estaba apuntando. Landry´s Garage, Detalles y Reparaciones.
—¿Estás seguro de que él está allí?
Phobos la dedicó una mirada burlona.
—Su presencia no es lo que está en duda, es el cómo nos recibirá. Tendremos suerte si no
nos destripa más rápido que Noir.
Se quitó con la mano un poco de sudor de la frente. Pero fue reemplazado rápidamente
por más. Nunca había estado en un lugar tan caliente en su vida. Pobre Phobos, llevaba
toda la ropa negra, no es que fuera apropiadamente vestido tampoco. Se veía tan sofocado
por el calor como se sentía ella. Siempre le había considerado como uno de los dioses más
atractivos con su excepcional pelo negro y rasgos marcados.
Alto y ágil, se movía rápida y fluidamente. Algo que aterrorizaba a sus enemigos y lo
hacía terrible en la lucha. Su trabajo era inspirar temor, y hubo un tiempo en el que él y su
hermano gemelo, Deimos, habían causado estragos en los antiguos campos de batalla. En
siglos más recientes, se habían convertido en guerreros para las Furias, castigando a quien
contrariaba a los dioses.
Hasta hacía dos días, cuando todo había cambiado…
Tembló con el recuerdo. Incluso aunque no debería sentir nada, su estómago todavía se
anudaba por el horror que había presenciado. Todavía intentaban juntar las piezas de su
mundo después del perverso ataque de Noir.
—¿Nuevamente, cómo hemos sido escogidos para esto? —preguntó ella.
—No estábamos allí cuando Zeus lo desterró y, por lo tanto, no debería odiarnos tanto
como odia a los demás dioses —resopló burlonamente—. Lo más importante, es que
formamos parte de los pocos que no han sido ni encarcelados, ni muertos.
Eso era tan reconfortante…
No, en absoluto.
Y no significaba que Cratus les escuchara, o que le importara realmente ayudarles.
—¿Crees que tendremos una oportunidad?
—Como un bloque de hielo en el ecuador. Pero Cratus saca sus poderes de la misma
Fuente Primigenia de la que nació Noir. Sin él en nuestro equipo, estamos completamente
jodidos.
Todavía no estaba segura acerca de todo esto. Zeus les había enviado aquí para rogar
un favor a un antiguo dios que probablemente les destriparía en cuanto aparecieran. Ella
nunca había conocido a Cratus, pero su desagradable reputación era legendaria.
No tenía piedad con nadie.
Su brutalidad sólo había sido igualada por su fanatismo y su decidida determinación.
Aunque Zeus le había quitado sus poderes de dios, los demás dioses le seguían temiendo.
Que por sí sólo, decía todo sobre su personalidad “ganadora”. El mismo Hefestos la había
advertido que no se podía razonar con Cratus.
El hombre estaba enojado y era huraño.
Y esto era antes de que su castigo le hubiera conducido a la locura.
—¿Estás seguro que no hay ninguna otra manera?
Las facciones de Phobos se ensombrecieron.
—La mitad de tus hermanos están muertos, y cada vez que los míos salen del escondite,
consiguen que se les patee de vuelta a la Edad de Piedra. Créeme, arrastrarme sobre mi
estómago hacia este gilipollas es lo último que quiero hacer.
Pero era un mal necesario.
—Zeus es el que debería estar haciendo esto —se quejó ella, mientras se limpiaba el
sudor de la frente.
Phobos resopló.
—¿Quieres decirle eso a él?
Difícilmente. El padre de todos los dioses no toleraba que nadie le hiciera preguntas.
Ella le miró con los ojos entrecerrados.
—Es tu brillante idea, Phobos. Encabezas la marcha.
—¿Qué te ocurre? ¿Asustada?
Ella le dedicó una desagradable sonrisa. Debido a su sangre medio humana, tenía más
emociones que la mayoría de sus hermanos Dream-Hunter, pero eran sórdidas en
comparación con las humanas.
—Si fuera capaz de odiar, probablemente, te odiaría.
Él expulsó el aliento bruscamente a través de los dientes.
—Sabes, se consigue el mejor sexo con una mujer cuando está enfadada y te odia.
—Como nunca he tenido relaciones sexuales con una mujer ¿Cómo podría saberlo? —le
dio un suave empujón en el hombro para hacerlo avanzar—. Estamos en una misión,
Dolophonos. Recuerda que si fallamos, tu gemelo muere.
—Créeme, no lo he olvidado. —Cruzó la calle decididamente.
Delphine le siguió a pesar del mal presentimiento que no podía sacudirse. Esto no iba a
salir bien. Lo sabía.
Entraron en la oficina del taller para encontrarse con una niña pequeña que hacía
garabatos sobre una hoja de papel y a una mujer en torno a los treinta años que se
inclinaba sobre un golpeado escritorio de metal. La mujer era bastante bonita, con
pequeños ojos marrones y el pelo negro. Su sonrisa era brillante cuando los miró.
—¿En qué puedo ayudarles?
Phobos pasó al lado de Delphine para acercarse al escritorio.
—Buscamos a un tipo llamado Cratus.
—No conozco a nadie con ese nombre —dijo frunciendo el ceño—. Lo siento. Quizá esté
en el taller que hay al final de la calle.
Phobos se rascó la cabeza, evidentemente tan desconcertado como Delphine.
—Estoy seguro que trabaja aquí, en este garaje. Créanme, mis fuentes son infalibles.
La niña se limpió la nariz y empujó sus gafas con los nudillos.
—¿Han perdido a su amigo, Mami?
—Haz tus deberes, Mollie. —Volvió su atención de nuevo a Phobos—. Mire, realmente
lo siento, pero nunca he escuchado el nombre de Cratus antes. Llevo trabajando aquí
desde hace cinco años y les aseguro que ninguno de nuestros muchachos se llama así. No
es exactamente un nombre que se olvide ¿verdad? —El teléfono comenzó a sonar. Puso la
mano sobre él—. ¿Hay algo más que pueda hacer por ustedes?
—No —Phobos observó a través del largo ventanal que separaba las oficinas de la zona
del garaje hacia los hombres con monos de faena que estaban trabajando en varios coches.
Delphine siguió su ejemplo y se congeló cuando vio al hombre que buscaban.
Santo dios…
Nadie podría pasar por alto a él.
Por algo era el hijo del dios de la fuerza y de la guerra… Aquel formidable poder
manaba por cada poro de su piel. Sobrepasaba el metro ochenta y tres de estatura, estaba
constituido por músculos bien definidos. Mientras ella lo miraba, él se limpió la grasa de
las manos en un paño azul oscuro. Su mono de trabajo estaba abierto y las mangas estaban
atadas alrededor de la delgada cintura, dejando su torso cubierto por una camiseta tanque
negra que sólo enfatizaba más su musculatura. Tatuajes negros tribales decoraban ambos
brazos desde las muñecas hasta los hombros.
Pero era su rostro lo que la hizo jadear. Nunca había visto a un hombre tan
increíblemente bien hecho, a pesar de la cicatriz irregular que recorría todo el lado derecho
de su rostro, desde el nacimiento del pelo hasta el lóbulo de la oreja. Su ojo derecho estaba
cubierto con un parche negro dando profundidad a la cicatriz, ella se preguntó si habría
perdido completamente el ojo como consecuencia de la herida.
Sin embargo, de ninguna manera le restaba hermosura. En todo caso, le añadía. El pelo
negro como el azabache estaba sudoroso y ligeramente rizado alrededor de un rostro
cincelado como el acero y sombreado con una barba incipiente.
Un poder feroz emanaba de cada pulgada de él. Fuerte y letal, te hacía verlo en campos
de batalla, espada en mano, matando y mutilando a sus enemigos, no atrapado en un
taller, trabajando en los coches.
Era todo lo que había escuchado de él y mucho más.
Que los dioses les ayudaran…
Si no los mataba a ambos, ella se sorprendería.
Phobos echó un vistazo por encima del hombro a Delphine.
—Él definitivamente está aquí.
La secretaria frunció el ceño mientras colgaba el teléfono y miraba a Cratus a través del
ventanal.
—¿Está buscando a Jericho?
Phobos la miró.
—Se refiere a Cratus.
Ella señaló al hombre que Delphine se comía con los ojos.
—Es Jericho Davis. Lleva aquí tan sólo un par de semanas. ¿Tiene algún problema con
la ley o algo por el estilo? Si están aquí para procesarle…
—No. Nada de eso —Phobos le dedico una sonrisa casi encantadora—. Somos viejos
amigos.
Ella entrecerró los ojos con recelo.
—Bueno, si su nombre no es Jericho Davis, tenemos que saberlo. Landry es muy estricto
sobre que su personal tenga una conducta intachable. Aquí no tenemos convictos o
chusma. Este es un negocio respetable, y tenemos la intención de mantenerlo así.
Phobos levantó las manos.
—No se preocupe, estoy seguro que no es un criminal. Sólo necesito hablar con él un
minuto.
La secretaria resopló.
—Pensé que había dicho que lo conocía.
—Así es.
—¿Entonces cómo va a dirigirse a un hombre que es mudo?
Phobos pasó su atención sobre Delphine, quién estaba tan impresionada como él por
aquel descubrimiento.
Seguramente Zeus no habría sido tan cruel...
¿Qué le pasaba? ¿Estaba loca? Por supuesto que lo sería.
Enferma por el pensamiento, Delphine miró hacia “Jericho”, que tenía la cabeza bajo el
capo de otro coche. ¿Qué le habían hecho exactamente? Zeus le había arrebatado su
divinidad, su vida y parecía que también su voz y su ojo.
Obtener su ayuda parecía menos y menos probable por segundos.
—Quédate aquí —dijo Phobos mientras cogía el picaporte de la puerta que separaba la
oficina del taller.
No había ningún problema. Ella prefería enfrentarse a un león rabioso que intentar
pedir un favor a un hombre que los dioses habían jodido tan duramente. ¿Por qué en la
tierra o más allá de ella, este hombre debería ayudarles siquiera?
Esperando lo mejor, se acercó al ventanal para mirar a Phobos. Cerró los ojos y se
expandió hacia el espacio para poder oír la conversación.
La tienda estaba llena de ruidos mecánicos y del sonido de la radio tocando “Live Your
Life” de TI. Varios de los hombres charlaban y bromeaban mientras trabajaban. Uno de
ellos cantaba desafinando, mientras introducía aire en el neumático de un Jeep rojo.
Phobos se detuvo ante el Intrepid blanco ante el que estaba Cratus. Éste alzó la mirada
y su cara se congeló un instante antes de que volviera a bajarla para seguir trabajando.
Phobos se aproximó más.
—Tenemos que hablar. —Cratus hizo caso omiso—. Cratus…
—No sé lo que está usted haciendo aquí —dijo un hombre mayor también vestido con
un mono que se detuvo al lado de Phobos—. Pero gasta su tiempo si intenta dirigirse a
Jericho así. El muchacho no puede hablar —palmeó el brazo de Jericho—, no es que lo
necesite. Su trabajo con los coches es mágico —miró a los demás hombres y sonrió—.
Intentan hablar con Jericho… —Más risas se unieron a las de antes, mientras se dirigía
hacia el Jeep donde el hombre estaba cantando.
—Jericho —Phobos lo intentó otra vez—. Por favor, concédeme un minuto de tu
tiempo.
Si las miradas pudieran matar Phobos estaría muerto al instante. Jericho apartó la mano
de un tirón antes de dirigirse a otro coche.
Phobos echó un vistazo a Delphine quién se encogió de hombros en respuesta. Ella no
tenía ni idea de cómo convencerlo.
Suspirando, Phobos lo siguió.
—Vamos, yo…
Jericho giró sobre él tan rápido que ella no se dio cuenta ni siquiera que se había
movido hasta que hubo lanzado a Phobos sobre el capó del coche y lo fijó a este con una
mano en la garganta.
—Jódete y muere, pútrido bastardo —gruñó en la antigua lengua griega de los dioses
mientras golpeaba con furia la cabeza de Phobos contra el capó.
Cada mecánico que oyó su profundo gruñido se detuvo a observarlos.
—Diablos —dijo un alto y delgado afroamericano—. Después de todo puede hablar.
¿Alguien sabe qué idioma es ese?
—¿Ruso?
—Nah, creo que es alemán.
—Tío —dijo un chico más joven, tirando del brazo de Cratus—, vas a abollar el capó y
cuando lo hagas, se descontará de tu sueldo.
Gruñendo, Cratus apartó a Phobos del capó, lanzándolo como a una muñeca de trapo.
Phobos recorrió la mitad del taller rodando antes de detenerse.
Con el semblante alterado, Phobos se puso de pie. Cuando habló, continuo utilizando
su idioma de modo que los humanos no pudieran entenderlos.
—Necesitamos tu ayuda, Cratus.
Mientras pasaba al lado de Phobos para regresar al Intrepid, hizo que sus hombros
chocaran, provocando en Phobos una mueca de dolor y que se frotara el brazo.
—Cratus está muerto.
—Eres el único…
Cratus le gruñó.
—Estáis muertos para mí. Todos vosotros. Ahora, lárgate.
Delphine proyectó sus pensamientos a Phobos.
—¿Debería entrar?
—No. No creo que eso ayude. —Phobos se dirigió a Cratus—. El destino del mundo
está en tus manos. ¿No te importa?
La salvaje mirada que le dirigió Cratus le dijo que no. Bueno eso, y que se podía ir al
Tártaro y pudrirse.
Delphine suspiró. ¿Qué iban a hacer ahora? Ellos necesitaban al dios de la fuerza. Uno
que pudiera manejar el poder de la fuente primigenia para combatir al más perverso de
los seres. Sin Cratus, no había oportunidad de ganar a Noir y su ejército de Skoti.
El más viejo de los hombres caminó hacia Cratus.
—Así que, ¿después de todo, de qué país eres?
Cratus lo ignoró y volvió a trabajar en silencio.
Phobos se movió hasta colocarse a su lado.
—Zeus está dispuesto a perdonarte lo que hiciste. Te ofrece devolverte tu divinidad.
Toda ella. Te necesitamos.
Cuando Cratus todavía se negó a responder, Phobos dejó escapar un suspiro de
frustración.
—Mira, entiendo por qué estás jodido. Pero la vida de mi hermano está en juego aquí. Si
no me ayudas, Noir lo matará.
Cratus ni se inmutó.
A Phobos le comenzó a palpitar un músculo de la mandíbula.
—Bien. Cuando el mundo y sus habitantes estén muertos, recuerda que eres el único
que podría haberlo evitado.
Cratus continuó haciendo caso omiso. Phobos se giró y se dirigió hacia ella.
Delphine esperaba que Cratus lo reconsiderara y detuviera a Phobos. Pero realmente
parecía querer decir lo que había dicho. No le importaba.
Incluso ella, que no tenía nada más que apagadas emociones, parecía tener más que las
manifestadas por este hombre.
—Estamos muertos —dijo Phobos en un tono grave cuando se acercó a ella—. Tal vez
deberíamos reunir otro equipo antes de convertirnos en picadillo.
Delphine posó una esperanzada mirada hacia el hombre del taller.
—Tal vez debería intentarlo yo.
Él negó con la cabeza.
—No hay manera de llegar a él. No ayudará.
—Esta noche puedo intentar contactar con él en sus sueños. Así no será capaz de huir
de mí.
Él no dijo que no, pero su mirada expresó lo que pensaba sobre que estaba malgastando
el tiempo.
—¿Quieres respaldo?
—Creo que seré más eficaz sola.
Phobos bufó.
—Buena suerte. Si me necesitas, estaré a la espera.
Delphine volvió a mirar a Cratus. Estaba trabajando, pero ella vio agonía en su ojo. Era
tan profundo y penetrante que le provocó dolor por él…
Como extrañaba tener esos sentimientos. Pero no significaba nada. Tenía una misión
que cumplir.
Te veré esta noche. Y definitivamente no tenía ninguna intención de fallar.
JERICHO SE DETUVO CUANDO VIO LA GRASA EN SU MANO, tapaba el tatuaje
que se había hecho para ocultar las palabras de condena que su propia madre le había
grabado a fuego en la piel por orden de Zeus. Viejos recuerdos le atravesaron de nuevo,
cuando pensó en la manera en que los Olímpicos se habían vuelto contra él.
Y todo porque se había negado a asesinar a un recién nacido. Cerrando los ojos, recordó
aquel momento muy claramente. La pequeña choza… los gritos de la diosa que le rogaba
misericordia.
—¡Mátame a mí, no a mi bebé, por favor! Por el sagrado Zeus, el bebé es inocente. Haré
cualquier cosa.
Había agarrado al niño, con la plena intención de cumplir con su deber. El padre del
crío se había acercado por la espalda. Pero el dios del sufrimiento, Dolor, le había cogido y
reducido junto a la diosa que había intentado desesperadamente salvar a su familia.
El único pecado de aquel bebé había sido su nacimiento.
Y cuando miró a la pequeña y confiada carita y el bebé le sonrió, inconsciente de lo que
ocurriría, vaciló.
—Mátale —gruñó Dolor.
Cratus colocó la daga en su garganta con la intención de rebanarla. Riendo, el bebé se
estiró para alcanzarle, sus ojos brillando con fuego y disfrute cuando esos diminutos
dedos rodearon su enorme mano.
Entonces había hecho lo único que podía hacer. Había usado sus poderes para poner a
dormir al bebé, luego lo escondió y se lo dio a unos campesinos para que le criaran.
Un momento de compasión.
Una eternidad de vergüenza, abuso y degradación.
Ahora se atrevían a pedirle un favor después de todo lo que le habían hecho. Ellos le
habían echado fuera de sus mentes.
Y él había hecho lo mismo.
—Hey, hombre —dijo Darice, acercándose a él—. ¿Por qué nunca nos dijiste que podías
hablar?
Porque si hablaba con Darice podría dar lugar a una amistad. Y si cometía ese error,
Darice estaría muerto antes que él. Brutalmente y sin piedad.
Zeus le había quitado todo.
Así que mientras ignoraba a Darice quitó el alternador que necesitaba ser reparado.
Darice hizo un sonido de disgusto.
—Como quieras. Supongo que eres demasiado bueno para relacionarte con el resto de
nosotros.
Era mejor que pensara eso. Es mucho más fácil que tratar de dar explicaciones sobre
una verdad que nunca aceptaría. Estaba solo en este mundo. Como siempre.
Darice se dirigió al Toyota en el que había estado trabajando. Paul y él bromeaban con
naturalidad mientras limpiaban a fondo el radiador y los cables.
Jericho había retirado el alternador cuando una sombra cayó sobre él. Buscando,
encontró al dueño del taller, Jacob Landry. Bajo y rechoncho, Landry tenía el pelo cano con
entrantes y un par de ávidos ojos azules.
—He oído que aquí ha habido algunos problemas contigo.
Jericho negó con la cabeza.
—Um…hmm. Charlotte también me ha dicho que puedes hablar. ¿Es cierto?
Asintió.
—Muchacho, ¿por qué me has mentido? Te dije cuando te contraté que no quería
gilipolleces. Si quieres trabajar aquí, vienes a tiempo completo, y guardas tu vida personal
en casa y no me vienes con problemas y mentiras. ¿Comprendido?
—Sí, señor —dijo mientras trataba de mantener la hostilidad fuera de su voz. Odiaba
tener que arrastrarse de culo sólo para poder comer—. No volverá a suceder de nuevo,
Señor Landry. Se lo prometo.
Landry le palmeó bruscamente el hombro.
—Mejor que sea así.
Jericho apretó la llave que tenía en la mano, queriendo dar a Landry una muestra de lo
que era capaz de hacer. Hubo un tiempo en que habría destripado a quién le hablará así. Y
mucho menos, si le tocaban sin permiso. Antes de que su vida humana hubiese
comenzado, todos los que entraron en contacto con él temblaron por temor a su fuerza y
severidad.
Landry era un idiota. Disfrutaba del minúsculo poder que tenía sobre la gente que
trabajaba para él. Sólo se sentía bien cuando los hacía arrastrase para conseguir su
sustento.
Y tanto como esto jodía, Jericho necesitaba el trabajo. Mientras el mundo se hacía más
moderno, era más difícil y más difícil encontrar gente que hiciera tarjetas de identificación
falsas por un precio razonable y quién estuviera dispuesto a dejarlo vivir de alquiler.
A otros inmortales se les permitía acumular riquezas, pero eso también, se le había
negado. Cada vez que trataba de guardar un solo dólar, Zeus se lo quitaba. Una catástrofe
tras otra.
Así había sido su existencia durante tantos siglos que ya ni siquiera se molestaba en
contarlos.
No tenía nada y nunca volvería a tener nada. Ni siquiera la dignidad.
Suspirando, volvió al trabajo, se odiaba a sí mismo y esta vida.
Puedes cambiarla…
Tenía que ser grave para que Zeus enviara a alguien para pedir su ayuda.
Podrías ser de nuevo dios…
El sueño del pensamiento lo atormentó. Era tentador, excepto por una cosa. Tendría que
tratar con los mismos seres que le habían dado la espalda y le habían dejado en este
patético estado.
Cada uno de esos bastardos le había ignorado.
Cada uno de ellos.
O peor aún, le habían torturado.
Cada noche. Durante miles de años, los Dolophoni –los hijos de las Furias- y los dioses
de los sueños le habían visitado y matado. Y cada mañana, resucitaba para vivir esta
miserable existencia que había abandonado la noche anterior.
Una y otra vez. Sangre y violencia. No importaba lo duro que intentara luchar contra
ellos, no tenía poderes que utilizar. Se regodeaban golpeándole y martirizando para
maximizar el dolor en su condena. Todos los órganos de su cuerpo le habían sido
arrancados tantas veces que el dolor se había grabado a fuego en su ADN. Temía la
llegada de la noche y el horror que inevitablemente llegaría.
Justo ayer por la noche, dos de ellos le habían arrancado el corazón… Otra vez.
Al final del día, nunca olvidaría lo que le habían hecho. Así que… ¿Qué le importaba el
peligro que corría el mundo? Si el mundo se terminaba, al menos tendría algo de paz.
Quizás esta vez permanecería muerto realmente.
DELPHINE REGRESÓ AL OLIMPO para poder pasar el resto del día investigando
para su último objetivo. Durante horas, lo había observado trabajar en soledad. Mientras
que los otros hombres bromeaban y se reían entre sí, él se contenía. Amargamente solo.
Cada cierto tiempo, lo observaba mirar a los otros y su compañerismo con un destello de
nostalgia tan potente que la hacía sufrir.
Lo ignoraban como si fuera invisible.
A las seis y media, se aseó después que los otros hubieran terminado y marchado. Se
quitó el mono y lo metió en una mochila negra que se arrojó sobre el hombro y se dirigió a
una motocicleta del viejo estilo.
Se detuvo brevemente en un pequeño supermercado de la esquina, donde cogió una
barra de pan, ensalada de pollo aliñada, una novela y un paquete de seis cervezas. Sin
hablar con una sola persona, pagó, metió todo en la mochila y se fue a casa, un diminuto
apartamento de una habitación. El lugar estaba destrozado, había grietas, incluso en el
centro del suelo de linóleo. Ella se preguntó como el edificio no se derrumbaba sobre él.
Era la cosa más deprimente que había visto nunca.
No había muebles de ninguna clase. Ni una sola pieza, ni si siquiera una televisión u
ordenador. Viejas sábanas usadas colgaban de las ventanas como cortinas, y su cama era
sólo una desgastada manta en el suelo con una almohada que estaba tan vieja y aplastada,
que mejor sería si no tuviera nada. Cerca de esto, había un adicional par de zapatos, un
pequeño montón de ropa y una vieja chaqueta de algodón.
Eso era todo.
Su corazón sufrió mientras lo observaba abrir una cerveza, luego lavar el mono en la
pila antes de colgarlo a secar en el destartalado baño. Pasando sus manos por su cabello
negro, regresó a la cocina sin fogón, donde tan sólo había una sucia nevera, para hacerse
un bocadillo con el pan que se había aplastado en la mochila. Comía en silencio mientras
que sentado en la manta de dormir, leía su libro.
De vez en cuando, levantaba la mirada expectante ante cualquier súbito sonido. Una
vez que estaba seguro que no era nada, regresaba a la lectura.
Justo después de la medianoche, suspiró y miró fijamente al techo.
—¿Dónde diablos estáis, gilipollas? ¿Tenéis miedo o algo así?
Esperó, como si verdaderamente esperara una respuesta. Manifiestamente furioso, puso
el libro en el suelo y se quitó la camiseta mostrando un pecho lleno de horrorosas
cicatrices. Se podría pensar que eran heridas de batalla, pero eran tan irregulares y
desgarradas que parecían como si sus órganos vitales hubieran sido brutalmente
arrancados de su cuerpo.
—Bien —dijo él, con un tono lleno de indignación—, simplemente no dejéis el lugar
hecho un desastre. Estoy cansado de tener que limpiar la sangre a primera hora de la
mañana y no joder mi libro. Por una vez quisiera terminarlo—. Apagó las luces y se fue a
dormir.
Sólo y en completa soledad.
¿Con quién había estado hablando?
Había perdido la cabeza desde su castigo… Hefesto le había advertido acerca de su delicado
estado mental. Obviamente, el dios tenía razón.
Delphine se sentó en la oscuridad, esperando que Cratus alcanzara el estado de sueño,
cosa que le estaba tomando muchísimo tiempo, ya que parecía que luchaba para no
dormirse. Era como si estuviera esperando que alguien lo atacara y quería estar alerta
cuando lo hiciera.
Mientras esperaba, todo lo que quería hacer era consolarlo y ni siquiera entendía el por
qué. Nunca había sentido una compulsión como esa antes.
Probablemente, porque sabía lo que era sentirse marginada del mundo, no tanto como
lo estaba él, pero aún recordaba los desolados sentimientos de su antigua vida. Como una
mujer joven, había vivido entre los seres humanos y se había sentido como una de ellos.
Pero incluso entonces había sabido que algo no era correcto en ella. Nunca sintió las
emociones como lo hacían los humanos.
No fue hasta su adolescencia que sus poderes se manifestaron completamente. Había
tenido tanto miedo al rechazo y hostilidad de su familia y amigos, que los había
mantenido ocultos y no había comentado con nadie nada sobre sus vívidos sueños y
atemorizantes poderes.
Hasta que el Dream-Hunter, Arik, había aparecido en sus sueños y le explicó quién y
que era ella realmente. Le explicó que su madre había sido seducida por un Dios de los
Sueños, dando lugar a su nacimiento.
A partir de ese día, le debía su propia cordura a Arik. Sólo él la había explicado como
los Oneroi -los dioses del sueño- habían sido creados para ayudar a la humanidad en sus
sueños. Noche tras noche, la había visitado, entrenándola hasta que tuvo completo control
de sus poderes. Y una vez que ella fue capaz de canalizarlos, la llevó a La Isla
Desvanecida, donde vivían los de su clase, y la había presentado a los otros dioses.
Eran amigos desde hacía siglos.
Aún cuando Arik, eventualmente, se hubo convertido en Skoti, diabólicos dioses del
sueño quienes cazaban a los humanos mientras dormían, se sentía muy agradecida por su
guía. Tanto que nunca lo había perseguido para luchar contra él como había hecho con
otros Skoti.
Pero Cratus no tenía a nadie que lo protegiera...
Un hecho que se hizo brutalmente de manifiesto un instante después, cuando el aire
alrededor de él giró. Delphine comenzó a entrar, pero un sentido interno le dijo que no lo
hiciera.
Algo malo estaba a punto de suceder.
Ella podía sentir la maldad en ello. El feroz poder bajó por su columna vertebral,
dolorosamente, y la congeló en el lugar.
En un parpadeo, una de las más mortales de todas las criaturas, se materializó sobre su
durmiente forma. A primera vista, Azura parecía pequeña y frágil. Pero las apariencias
eran más que engañosas. El puro corazón del mal, ella era más mortal que cualquier
criatura a excepción de su hermano y hermana. Su piel era azul, reflejando la dura frialdad
de su corazón. Su cabello, ojos, pestañas y labios eran blancos como la nieve. Vestida con
una blusa y pantalones de cuero, se arrodilló a lado de Cratus.
Delphine intentó teletransportarse al interior, pero no pudo.
Azura miró por encima del hombre y sonrió como si supiera que Delphine podía verla.
—Todos vosotros pereceréis —dijo suavemente antes de alcanzar a tocar a Cratus en el
brazo.
Él se despertó, listo para la batalla.
Azura esquivó sus manos.
—Cálmate, Titán. No estoy aquí para lastimarte.
Cratus se congeló cuando se encontró ante la presencia de uno de los dioses originales
del universo. El único problema era que ella era maldad concentrada. De acuerdo, no era
tan siniestra como su hermano Noir o su hermana Braith, pero apostaría su dinero a que
tenía una buena porción.
—¿Qué estás haciendo aquí?
Ella sonrió.
—Sabes por lo que estoy aquí, bebé. He venido a hacerte una oferta que no querrás
rehusar.
Él le hizo una mueca de desprecio.
—No estoy interesado en pelear por los dioses.
Ella lo acarició gentilmente el rostro.
—Dulzura, nos subestimas enormemente —dejó caer la mano sobre su brazo.
Cratus siseó de dolor mientras las palabras que su madre le había colocado ahí le
quemaban como fuego. La agonía era tan grande que no podía moverse. No podía
respirar. Deseaba empujarla lejos, pero incluso eso era imposible.
Ella susurró en el primer lenguaje del universo y mientras lo hacía, él sentía su voluntad
desvanecerse. Su vista oscurecerse.
Entonces el dolor se había ido y su corazón estuvo tan vacío como la pocilga que
llamaba hogar.
—Síguenos Cratus y servirás a la mano derecha de los maestros. Nadie será capaz de
convertirte nuevamente.
Quería decirle que no, pero la parte de su corazón que resistía estaba cerrada y sellada.
En su lugar, vio todos los siglos de su sufrimiento. Sintiendo todas las degradaciones por
las que había pasado, empezando por Zeus adhiriéndolo al piso con sus rayos de poder.
Como el hijo de Guerra y Odio, deseaba venganza.
No, se quemaría por ella.
—Ven conmigo, Cratus y haremos que Zeus ruegue por tu misericordia.
»Vivo en un mundo donde si algo parece muy bueno para ser verdad, siempre lo es.«
Ella le dedicó una dulce y calmante sonrisa.
—Esta vez no. Tendrás todo el poder que desees. Todo el dinero que te puedas
imaginar. No más inclinarse ante un jefe que desprecias. No más ser torturado en el plano
humano. No más tener que luchar con los dioses que te maldijeron por esto —se inclinó
hacia adelante para susurrar en su oído—. Venganza...
Venganza.
Ella rozó su mejilla con la suya.
—Toma mi mano, Cratus y te llevaré lejos de esta miseria, hacia un lugar donde nunca
desearás nada más.
No lo hagas. Había algo más de lo que ella decía. Siempre lo había. Dentro de sí, él lo
sabía, y aun así, mientras yacía ahí, todo lo que veía era el pasado. El interminable ciclo de
miseria que Zeus le había dado.
Si no había nada más, por lo menos Azura lo mataría y lo sacaría del sufrimiento.
No tenía nada por lo que vivir. Nada.
Morir era fácil. Lo había hecho cada noche durante miles de años. Pero para tener un
minuto libre de lo que había sido su vida...
Él aceptaría.
Con una profunda mirada sobre ella, asintió.
—Soy tuyo.
Riendo, Azura tomó su mano.
—Entonces ven, mi precioso guerrero. Vamos a lanzar fuego y destrucción en los
Olímpicos y los humanos. La guerra final ha comenzado.
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