sábado, 25 de febrero de 2012

DW cap 3

DELPHINE SE PUSO RÍGIDA AL DESPERTAR Y encontrarse tendida boca abajo sobre
el frío suelo de mármol. Desnuda. Avergonzada. Aterrorizada.
Se incorporó ligeramente e intentó cubrirse con las manos, pero le faltaban
extremidades para hacerlo. Y, por si eso no fuera suficientemente malo, era más que
consciente del par de botas negras masculinas de las que no podía apartar los ojos. En su
mayor parte, porque no quería mirar a ese hombre, quién quiera que fuese, directamente a
los ojos después de que la hubiera visto completamente desnuda.
La invadió el calor y quería arrastrarse hasta un agujero, uno que con suerte tuviera
ropa dentro, y esconderse.
Maldiciendo de tan mala manera que la hizo respingar, el hombre se arrodilló. Se tensó,
esperando lo peor y se preparó para luchar hasta la muerte.
Pero no la tocó.
En vez de eso, se pinchó el dedo con un pequeño cuchillo y la sangre de la yema del
dedo se tejió a su alrededor formando una capa cálida de color carmesí que la cubrió
totalmente. Y aún así no le miró. No podía mirarle estando tan avergonzada.
—Eso no era necesario —gruñó con ese tono profundamente masculino que
recientemente había aprendido a reconocer como perteneciente a Cratus.
Su voz retumbaba como un trueno airado.
Fue Azura quien le contestó.
—Es nuestra ofrenda para mostrarte nuestro agradecimiento por tu lealtad.
Completamente cubierta y con cierta semblanza de dignidad, Delphine se levantó y se
encontró con que Cratus miraba airadamente a Azura, que estaba en el rincón al lado de la
puerta. La maligna diosa parecía completamente satisfecha de sí misma.
Sonrió malévolamente hacia Delphine y la señaló.
—Es tu esclava.
Delphine jadeó con la revelación aunque Jericho no dijo nada.
—He bloqueado sus poderes y te la entrego —continuó Azura—. Haz con ella lo que
quieras. Aunque debes saber que es una de los Oneroi y amiga de los Dolophoni que odias
tanto… los que te ha estado torturando durante siglos. Le he devuelto todas las emociones
para que pueda complacerte de la forma que desees.
Comenzó a salir pero se detuvo.
—Ah, probablemente querrás saber que es una de las diosas favoritas de Zeus. Me han
dicho que la valora enormemente.
Delphine abrió la boca para negarlo, pero no le salió ni una palabra. Azura había
bloqueado su voz.
¡Si tuviera sus poderes durante un segundo…!
Y un minuto a solas con esa perra tramposa.
Con aire engreído, Azura se desvaneció en una nube de humo azul.
Jericho miró su nuevo “regalo” con la intención de devolverla a Azura de inmediato,
pero en el momento en que sus miradas se encontraron, se quedó de piedra.
El pelo rubio, largo y ondulado, contrastaba agudamente con la capa roja que había
creado para ella. Pero eran sus ojos los que le mantenían prisionero. De un castaño
verdoso, le mostraban un miedo intenso que ella, siendo una Dream-Hunter, no debería
ser capaz de experimentar. Y más aún, le mostraban su espíritu y su voluntad de luchar.
Estaba tensa de controlarse aunque sabía que no tenía ni una oportunidad si se enfrentaba
contra él. El hecho de que estuviese dispuesta a luchar de todas formas decía mucho de
ella.
Era menuda, con la cara tersa como la porcelana, los pómulos altos y un pequeño pico
de viuda. Se parecía tanto a una Dream Hunter que había conocido que no pudo evitar
preguntarle.
—¿Leta?
Frunció el ceño.
—Me llamo Delphine.
Delphine…
Dio un paso atrás y de nuevo fue consciente de exactamente cuán frágil de apariencia
era. Podía aplastarla e, incluso, con la relación que tenía con Zeus, no podía soportar la
idea de hacerle daño y maldito si sabía por qué. La amabilidad era algo en lo que no tenía
práctica. Estaba en su naturaleza lanzar el primer golpe.
Como si sintiera sus pensamientos, puso más espacio entre ellos.
—No seré tu esclava.
Su desafío le divirtió.
—No creo que tengas muchas opciones.
Levantó la barbilla desafiante.
—Lucharé hasta que uno de los dos esté muerto.
Le consumía una abrumadora urgencia de tranquilizarla. Era algo que no había sentido
desde que consolaba a su hermana cuando eran pequeños y nunca lo había sentido por
otra persona. Hasta ahora.
No tenía sentido que quisiera tranquilizar a la mascota de Zeus después de lo que el
cabrón le había hecho y aún así, no podía soportar la idea de que le tuviera miedo.
—No voy a hacerte daño.
Delphine quería creerle, pero lo estaba pasando mal, especialmente desde que la
crudeza de sus nuevas emociones la hacían sentirse mareada. Eran agudas y muy
confusas. ¿Cómo podían soportarlo las personas?
—¿Dónde estoy?
—En Azmodea.
Delphine se encogió con el nombre, cuya traducción era “demonio furioso”. Aquí era
donde Noir y Azura habían establecido su hogar y donde se regocijaban torturando a sus
infortunadas víctimas. No tenía ni la más mínima duda de que eso era lo que la esperaba
ahora que la tenían también como rehén.
Su mirada cayó sobre la espada que estaba sobre la cómoda pulida a fondo.
—¿De verdad lucharás junto a un mal tan implacable?
El único ojo destelló con el peso de su ira cuando le gruñó.
—No sabes nada sobre mí.
—No es cierto. Sé que fuiste maldecido por Zeus y que has vivido completamente solo
desde entonces.
Se rió amargamente.
—Sólo cuando tenía suerte.
Le miró con el ceño fruncido.
—¿Qué quieres decir?
Toda emoción abandonó su rostro. Aunque el odio desnudo rezumaba por sus poros
con un calor tan potente que podía jurar que chamuscaba el aire entre ellos.
—No te debo nada.
Delphine no podía respirar ante la furia que destilaba desde su ojo bueno. Era palpable
y aterradora.
—Nunca te haría daño.
Antes de que pudiera ni parpadear, la cogió de la garganta y la apretó contra la pared.
A pesar de la rapidez y la ferocidad del gesto, no le hizo daño. Simplemente sujetaba su
cuello con la gran garra que era su mano con un apretón suave, mientras ese ojo
profundamente azul la taladraba.
Jericho quería partirle el cuello en dos. La furia contenida le pedía que lo hiciera.
Mandarla de regreso a Zeus hecha pedazos.
Pero no podía matarla.
Rechinó los dientes y la soltó.
—No me provoques.
Le miró a los ojos sin estremecerse.
—No pensaba que te provocaría el que simplemente expusiera un hecho.
Estaba consternado por su inagotable temeridad, que parecía impedirle callarse, aunque
fuera lo más prudente que podía hacer.
—¿No tienes idea de lo que es la autoprotección?
—¿No tienes idea de lo que es un comportamiento como es debido?
Eso sí que le hizo querer hacerle daño de verdad, porque le hirió en lo más hondo.
Hubo un tiempo en que se había comportado como era debido. Incluso había sido cortés.
Pero las pasadas degradaciones habían matado todo eso hacía mucho tiempo. Nadie le
había mostrado piedad, así que ¿por qué debería mostrársela a alguien?
—No, no la tengo.
Delphine sintió un susurro de viento antes de que se desvaneciera de la habitación.
Miró a su alrededor, pero no había ni rastro de él. Incluso su espada no estaba. Aunque lo
que le sorprendió era que, en su lugar, había ropa para ella. Unos vaqueros, zapatos y una
camiseta rosa sin mangas.
¿Por qué se había molestado?
Estaba agradecida aunque no tenía sentido. Dejó caer la capa y cogió la ropa. En el
momento en que lo hizo, se dio cuenta del frío que hacía en la habitación. Le recorrieron
escalofríos, haciendo que le castañearan los dientes.
El ambiente era absolutamente frígido.
Con el ceño fruncido, tocó la capa que vibraba con calidez. Verdaderamente era como el
calor de un cuerpo vivo…
¿Era por su sangre? No tenía ni idea pero agradecía la calidez. Y en ese momento,
quería tener algo entre la piel y su capa.
Con las manos temblorosas se vistió rápidamente. Seguía intentando usar sus poderes,
pero el collar de contención era más que efectivo.
Jodidos perros…
Furiosa con el apuro en que se encontraba, abrió la puerta para salir y se paró
bruscamente. En el pasillo estaba lo que debía ser el demonio más grande y más feo que
había visto en su vida. De unos tres metros, tenía la piel bulbosa y olía tan sumamente mal
que tuvo que contener la respiración.
Dio un paso atrás inmediatamente y cerró de un portazo.
La risa malévola resonó fuera.
Delphine puso los ojos en blanco.
“¿Es que eres tonta? ¿O estúpida? Por supuesto que tenían guardia. ¿Qué parte de ‘eres
una prisionera’ no has entendido?” se castigó en voz alta.
Se sentía enferma, frustrada y alterada. Cruzó los brazos alrededor del pecho y se
preguntó qué podía hacer para ayudar a los otros desde donde se encontraba. Ese tenía
que ser el sitio a donde los Skoti los llevaban. Si pudiera encontrar el lugar donde estaban
prisioneros, quizás pudiera liberarlos…
Y después podía concentrarse en poner a Jericho de nuevo de su parte. Eso sería lo
mejor del mundo.
Literalmente.
¿Cómo se seduce a alguien? Verdaderamente no tenía ni idea. La mayoría de sus
interacciones con la gente habían sido a través de los sueños y puesto que no era una
Skotos erótica, jamás se había involucrado sexualmente con ellos. Sólo actuaba como
guerrera para combatir a los Skoti y liberar al durmiente de su hechizo.
Como humana…
Bueno, eso había sido hacía mucho tiempo. Y aunque recordaba haber apreciado a
alguno de los chicos de su pueblo, esos sentimientos se habían apagado.
Ahora sus emociones eran otra cosa. Crudas. Hirientes. Dolorosas.
Abrumadoras.
La ira la quemaba porque la mantenía cautiva y quería herir a alguien.
Afortunadamente, comprendía que era sólo una furia exagerada y no realmente ira. Tenía
que calmarse y pensar racionalmente.
La ventana…
Se acercó y retiró las cortinas. La lluvia se lanzaba silenciosamente contra el cristal. El
cielo gris se extendía interminablemente lleno de nubes hinchadas y feas. Su mirada veía
un mar que hervía y se estrellaba contra piedras negras. Colocó la mano sobre el cristal y
la retiró inmediatamente. Estaba tan frío que quemaba.
—Cálmate —susurró, intentando recordar todo lo que sabía sobre Azmodea.
La verdad, no era mucho. Se decía que era el residuo primordial que había quedado
una vez que se había creado el universo. Temerosa de que pudiera contaminar la belleza
del resto del universo, la Fuente lo había desterrado a la parte más profunda de la tierra,
para que no volviera a verse de nuevo.
Cuando Noir y sus hermanas se alzaron con el poder, habían profanado la luz y la
habían adoptado como su residencia. Se contaba que las paredes del palacio estaban
pintadas de rojo con la sangre de las víctimas que habían torturado.
Miró la pintura burdeos. No, no era sangre seca. Era sólo una historia para asustar a la
gente.
Pues han hecho un trabajo soberbio.
¡Déjalo ya!
Era racional y no dada a ataques de pánico, aunque un escalofrío le recorriera la espina
dorsal. Aunque la habitación era amplia y bien dotada de muebles con intrincados
grabados, la atmósfera austera la hacía poco acogedora. La verdad, prefería el agujero en
que Jericho había vivido en la tierra a ese sitio. Al menos la casucha no era tan insidiosa ni
estaba tan helada. Espeluznante. Seguía esperando que algo saltara desde las paredes y la
cogiera.
Nerviosa e indispuesta, fue hacia el espejo e intentó quitarse el collar aunque sabía que
sería una pérdida de tiempo. Pero era mejor que no hacer nada. No estaba en su
naturaleza no luchar.
Pero, después de unos minutos, su frustración creció y la dejó dando tirones del collar
hasta que empezaron a hacérsele cardenales.
No valía la pena.
—¿Dónde estás, Jericho? —Y lo que era más importante, ¿qué estaba haciendo?
JERICHO SE PARÓ ANTE LA PUERTA DONDE Azura lo había llevado la primera
vez. Había dicho que era la sala de guerra, lo que tenía sentido. Pero mientras estaba allí,
sintió un dolor agudo en el pecho. Le costaba trabajo respirar. Pensar.
Las imágenes destellaban por su cabeza, rápidas e intensas. Se vio a sí mismo como
había sido en el reino humano. Sintió hambre y dolor.
Apuesto a que desearías no haberte vuelto contra Zeus, ¿eh?
No sabía el nombre del Dolophonos que lo había matado aquella noche, pero si alguna
vez encontraba al cabrón, se bañaría en su sangre.
Agarró con fuerza la empuñadura de su espada, muriéndose de ganas de usarla contra
el que se atreviera a cruzarse en su camino. Y, otra vez, le sorprendió la calidez de la
espada. Verdaderamente era como si estuviera viva y sabía que era una espada hecha para
matar.
¿Por qué Azura le había hecho un regalo tan valioso? Las criaturas como ella y Noir no
eran estúpidas. Quería algo más que un guerrero. Lo podía sentir en el fondo de su alma.
Pero, ¿tras de qué andaban exactamente? ¿Y por qué era tan importante para ellos?
Queriendo averiguarlo, empujó la puerta y se encontró con que Azura estaba sola en la
habitación.
Se volvió hacia él con una ceja arqueada.
—¿Ocurre algo?
—¿Dónde está Noir?
Chasqueó los dientes.
—No tenemos que contestarte, amor. Luchas para nosotros y eso es todo. Nunca olvides
tu puesto.
Esas no eran las palabras correctas para hacerle feliz. Era todo lo que podía hacer para
no contestarle que se jodiera.
Sus rasgos se suavizaron mientras señalaba con la barbilla la puerta a su espalda.
—Venga, ¿por qué no estás entreteniéndote con tu nueva mascota?
El tono y su actitud no le gustaron. Pero no se lo iba a decir… todavía. Tenía algunas
cosas que investigar antes.
—Quiero ver a los Oneroi que habéis traído.
Le miró con el ceño fruncido de desagrado.
—¿Por qué?
Sus incesantes preguntas estaban empezando a cabrearle.
—Tengo una cuenta que saldar con la mayoría de ellos.
—No tengas miedo. Se les está haciendo adecuadamente miserables en tu nombre. Te
aseguro que te impresionaría su actual condición.
Sus sospechas se acentuaron con su negación continua.
—¿Me estás diciendo que también soy un prisionero?
—No he dicho eso. Pero tienes que entender que dudamos de tu lealtad hacia nosotros
tanto como tú dudas de la nuestra. Tú, Noir y yo sólo tenemos una alianza débil de
momento. Una alianza que no ha sido probada.
—¿Y aún así me dais esta rara espada?
—Una ofrenda de amistad y esperanza en nuestro futuro juntos.
Algo no cuadraba en este escenario. Cada instinto que tenía estaba en guardia. Había
algo más en la espada. Algo que no le estaba diciendo.
—¿Por qué?
—Ya te lo he dicho. Te queremos de nuestro lado. Mientras estés con nosotros, se te
dará todo lo que desees.
Y si les disgustaba, se lo harían pagar. Era una amenaza velada que colgaba
pesadamente a su alrededor. Una que no se tomaba con agrado. Había estado en esa
situación y se había estrellado.
Pero si quería concederle todos sus deseos…
—Deseo ver a los Oneroi.
Se rió.
—Niño persistente. Con el tiempo seremos abiertos contigo y podrás hacer lo que
gustes. Pero no todavía. Vuelve con tu mascota. O si lo prefieres, te puedo devolver a tu
taller y volver a quitarte tus poderes.
Estuvo tentado de decirle que se los metiera por el esfínter, pero se contuvo aunque lo
único que quería era atacarla por el tonito condescendiente.
Eso sería un suicidio.
Descansa, recupera tu porte. Ataca sólo cuando estés en una posición de fuerza.
Se sabía el código del guerrero de memoria.
Aún así no podía quitarse de encima la sensación de temor. Algo iba remotamente mal.
Pero no sabía qué.
Agitado e infeliz, volvió a su habitación y se encontró que Delphine se había vestido
con los vaqueros y la camiseta que le había dejado. También llevaba su capa apretada
contra el cuerpo como si fuera un escudo blindado. Poco sabía que en verdad lo era. Nada
podía atravesarla.
Estaba sentada en la cama, nerviosa, mirando la puerta como si esperara que alguien
entrara y la atacara. Lo que, dado el sitio en que estaban, no era un miedo infundado.
Se paró a mitad de camino de la cama, no sabiendo bien qué decirle. La conversación
insustancial no era algo en que lo que hubiera participado mucho, ni siquiera antes de
dejar el Olimpo.
¡Joder! Casi no había hablado con nadie en siglos.
Y especialmente, no con una atractiva mujer. La polla se le puso dura de necesidad sólo
con mirarla. Uno de los castigos más crueles de Zeus había sido hacerle arder por cada
mujer que veía y, en el momento en que estaba sólo con ella, se quedaba blando. La
frustración de querer tener sexo y no ser capaz nunca de tenerlo le había vuelto loco. Ni
siquiera podía ocuparse de sí mismo.
Sólo eso era suficiente para hacerle desear retorcerle el pescuezo al dios del Olimpo.
Así que aprendió a no pensar en ello siquiera. A mantenerse tan alejado de las mujeres
y su olor como podía y así le dolería menos de lo que ya le dolía. Pero de verdad, echaba
de menos que le tocaran y le abrazaran. Echaba de menos la suavidad de una mujer
desnuda en los brazos.
Y allí estaba ella, tan guapa. Tan tentadora.
Un toque…
Pero no podía. Según creía, se pondría flácido. Y eso le haría enfadarse más todavía.
—¿Tienes hambre? —le gruñó.
Ella frunció el ceño. Tenía la expresión preocupada y asustada.
¿Estaba mal que se lo hubiera preguntado? En vez de calmarla, la había puesto más en
guardia. O a lo mejor era su tono. ¿Cómo podía tranquilizarla?
De verdad que alguien debía escribir un manual. Después de todo, que los dioses
intenten comunicarse con sus rehenes era tan raro que nadie querría tomarse la molestia
de escribirlo.
—Quiero que me quites el collar —dijo con tono severo.
—No puedo hacerlo.
—¿Por qué no? ¿Tienes miedo de mí si tengo mis poderes?
Él resopló.
—Sí, seguro. Llamándome cobarde no vas a conseguir nada. Créeme, eres una
aficionada en este campo y me han llamado cosas peores.
Delphine no se perdió la nota de dolor en su voz aunque intentó ocultarla. Dado lo que
había visto de su vida, estaba segura que habían hecho más que insultarle. Pero eso no
cambia el hecho de que era su prisionera y lo odiaba.
Y sobre todo, no podía entender por qué estaba allí.
—¿Por qué te has unido a ellos?
Jericho se detuvo ante la pregunta, considerando la mejor manera de contestar. Si al
menos entendiera su razonamiento o sus motivos. Al final, sabría la verdad. Tendría que
experimentar el infierno por el que había pasado para comprenderlo.
Levantó las manos y creó un arco brillante de poder que palpitaba entre sus palmas. Por
primera vez en siglos podía crear y lanzar un rayo divino para freír a todos y a todo. Esa
sensación estimulante… saber que no volverían a pisotearle.
Sólo por eso, vendería su alma, su vida y lo que fuera que quisieran. ¿Cómo podía decir
no a lo que Azura le ofrecía? Pero no tenía intención de discutirlo con Delphine.
—No te importa.
Dejó caer las manos y apoyó una de ellas en la empuñadura de su espada.
Le lanzó una mirada frustrada con el ceño fruncido.
—Noir destruirá el mundo.
—¿Y qué? ¿Quién dice que merece la pena salvarlo?
Delphine quería sacudirle por su obstinación. Nunca había conocido a nadie tan corto
de comprensión ni tan imperdonable. ¿Qué le habían hecho para hacerle así?
—¿Matarías o esclavizarías a todo el mundo? Hay mucha belleza en el mundo que
destruirían. ¿Cómo puedes no verlo?
Se burló de ella como si fuera una niña.
—Hablas como alguien que siempre ha vivido entre almohadones en el mundo de los
sueños. No tienes ni idea de cómo es el mundo real. No sabes lo que la gente te haría si
supieran que iban a quedar impunes. La gente es absolutamente cruel y yo digo que le
demos todo el poder posible a Noir para que lo destroce.
—Pueden ser crueles a veces —admitió—. Pero yo he visto lo mejor de la gente. Sus
esperanzas y sus sueños.
Por eso luchaba con fuerza por la humanidad.
—Y yo he visto lo peor.
El dolor en su ojo la quemaba.
Y también explicaba mucho de él y de su razonamiento. Pero no hacía que tuviera
razón.
—Así que todo lo que haces está justificado, ¿no es eso? Te hicieron daño, ¿y por eso te
parece bien que se lo hagan a ellos?
Se encogió de hombros despreocupadamente.
—Me parece justificable.
Dejó escapar un largo suspiro. ¿Cómo podía llegar a él? ¿Hacerle entender y, lo más
importante de todo, preocuparse por lo que estaba haciendo?
—¿Siempre has estado tan amargado?
Jericho se paralizó ante su inesperada pregunta. Nadie le había preguntado eso antes.
Nadie. Y le forzó a echar una mirada dura a su interior.
Nunca se había gustado a sí mismo. Ni cuando servía a Zeus ni, definitivamente,
cuando le desterraron. Desde el día en que nació, había sido un dios con un destino
impuesto.
Mantén el equilibrio con tus hermanos. Sirve a tu amo. Haz lo que te dicen. Sin
preguntas. Sin vida…
Y así había existido hasta el momento en que ya no pudo obedecer ciegamente.
Y todo acabó. Nacimiento, destrucción, muerte y renacimiento. Era la ley del universo.
El código de conducta de la Fuente. ¿Quién era para discutirlo?
Pero la verdad seguía siendo dura.
—Sí —dijo con tono frío—. Siempre he estado tan amargado.
Soltó un suspiro cansado.
—Entonces, lo siento mucho por ti.
—Pues no lo sientas. No necesito la piedad de alguien que sabe tan poco de la vida.
Delphine sacudió la cabeza.
—Eso no es verdad. Cada vez que he entrado en un sueño, he visto la vida. He visto el
amor y la alegría en su forma más pura. Es hermoso contemplarlos aunque estén apagados
por el sueño.
Hizo un ruido grosero de desacuerdo.
—Vives como un subproducto.
Eso elevó su ira a un nivel de rabia que nunca antes había experimentado.
—¿Y tú no? ¿Sabes? También te he visto. No te relacionas con nadie. Ni siquiera les
dices adiós cuando te marchas. ¿Qué clase de vida es esa?
Le temblaban las aletas de la nariz de rabia y contuvo el aliento mientras avanzaba
hacia ella con una furia tan potente que intentó escapar sólo para que la acorralara en un
rincón. Tuvo que echar la cabeza hacia atrás para mirarle. Era increíblemente grande. Tan
fiero. Y aquel único ojo brillaba con un odio absoluto.
Jericho quería explicarle por qué no podía relacionarse con la gente. Quería
emprenderla a golpes con ella y hacerla pagar por lo que Zeus le había hecho. Pero
mientras estaba allí de pie, su olor le golpeó y paralizó todo su cuerpo.
Y lo peor de todo, evaporó su furia y le puso la polla tan dura que estaba seguro de que
podía usarla como martillo. Ella se convirtió en el centro de su razonamiento, no de su
odio.
Ella y aquella piel suave y el delicado cuerpo que tan desesperadamente quería
saborear.
Su mirada se enfocó en los labios que estaban entreabiertos por su rápida respiración.
¿Serían tan suaves como parecían? ¿Podían darle el placer que no había conocido desde
que le condenaron y maldijeron?
No había besado a una mujer hacía siglos… ¿Se acordaría de cómo se hacía?
Mata a la perra y sigue con tu venganza. Entrégasela a Zeus en trocitos. Hazle saber lo que se
siente cuando se sufre. Toma de él lo que él tomó de ti.
Pero no podía. Incluso con sus palabras y su propia rabia, no era suficiente para
obligarle a hacerle daño. Y maldito fuera si sabía por qué.
No, no quería tomar eso de ella.
Antes de saber lo que estaba haciendo, cogió un grueso mechón de pelo de su hombro.
Su pelo era increíblemente suave. Se lo enredó alrededor del dedo, provocando su carne.
Lo levantó hasta la cara, cerró los ojos e inhaló el suave aroma y se imaginó lo que sería
hacerle el amor hasta que ambos estuvieran saciados.
Su polla saltó de necesidad cuando se la imaginó desnuda en sus brazos.
Delphine no podía respirar mientras le miraba. Una parte de ella esperaba aún que la
atacara. Pero no lo hizo.
En vez de eso, se restregó el mechón de pelo contra los labios. Labios que estaban tan
cerca de los suyos…
Nunca la habían besado. Y hasta ese momento, nunca lo había pensado. Puesto que
verdaderamente no sentía lujuria, no había sido un problema. Pero ahora, por primera
vez, su cuerpo se sofocaba de calor. Sentía que el corazón se le aceleraba con una pesadez
profunda que no había experimentado nunca antes.
Quería que la tocara…
Inclinó la cabeza como si fuera a besarla. Pero justo cuando sus labios iban a tocarse,
enterró la cabeza en su pelo e inhaló. Como no estaba muy segura de qué hacer, le cogió la
cabeza con una mano y pasó el otro brazo a su alrededor. No estaba preparada para lo
bien se sentía abrazándole así. Olía a cuero y a especias intensas, a hombre. El pelo blanco
y espeso era suave como una pluma, rozando su cara y haciendo que se estremeciera.
Podía sentir sus músculos ondulándose baja su mano, la suavidad de su pelo rubio en su
palma…
Jericho hundió la cara en el hueco de su cuello y se imaginó todas las cosas que quería
hacerle. Se imaginó lo bien que sabría. Quería respirarla desesperadamente.
La sensación de sus manos sobre su cuerpo… Era el paraíso. Y el infierno.
No quería sentirse así. No quería ser débil otra vez y definitivamente, no por otra
persona.
Que alguien le controlara. La última vez que se había permitido el lujo de sentir algo
por alguien, lo había perdido todo. Hasta su dignidad. Furioso con el pensamiento, gruñó
desde el fondo de su garganta y se arrancó de su abrazo. No necesitaba toda esa suavidad
ni ese consuelo. No necesitaba que lo tocaran. Zeus se lo había enseñado. Podía sobrevivir
bastante bien sin nadie a su alrededor. Era más fuerte solo.
—¡Apártate de mí! —le gruñó.
Parecía desconcertada por sus palabras.
—Tú viniste a mí.
—¡No me presiones, mujer!
Entrecerró los ojos.
—Mira, todas estas emociones también son nuevas para mí. No sé cómo lidiar con todas
estas cosas tan conflictivas y el que me grites no me ayuda precisamente… ¡Hombre!
—¡No me levantes la voz!
—Ídem, colega, ídem.
No se había dado cuenta que se había acercado tanto a él que le estaba mirando casi
nariz con nariz.
Su rabia realmente le dolía pero no podía hacer nada por él. Nada en absoluto y la
frustración le hacía querer retirarse a algún sitio donde se pudiera sentir de nuevo segura.
—Quiero irme a casa.
Jericho se encogió mentalmente ante las palabras dichas tan suavemente. Era un grito
que había resonado tantas veces durante el primer siglo de su destierro, que todavía le
hacía sentir en el corazón una dolorosa y desnuda necesidad. ¿Cuántas veces había
cerrado los ojos y recordado el sonido de la risa de Nike? ¿La belleza de sentirse
respetado?
Todo lo que había querido era cambiar lo que había hecho y pedir que le perdonaran
para poder volver a casa también.
Pero con el tiempo, aprendió a no querer. Aprendió a no recordar.
Al menos él no la torturaba ni la degradaba como le habían hecho a él.
—Más vale que te acostumbres a estar aquí. Pronto no habrá un hogar a donde volver.
Estaba aterrorizada.
—¿Matarías a tu propia madre?
Sólo albergaba frialdad en su interior en lo que concernía a la diosa Styx.
—Mi madre fue la que me despojó de mis poderes y me arrojó al mundo. ¿Qué
pensabas?
—Creo que tu madre debería ser azotada por su crueldad y probablemente Zeus
también. Pero el resto de nosotros no tendríamos que morir porque ellos dos estuvieron
equivocados.
Sí, pero no era suficiente para aplacar su ira. Ni de lejos.
—No sabes nada de venganza.
—Tienes razón. No lo sé. Todo lo que sé es proteger a la gente. Es lo que he hecho
siempre.
—Porque eres una autómata sin cerebro.
Levantó la barbilla.
—Mejor ser una autómata sin cerebro que protege, a ser un asesino que arrasa con todo
sin preocuparse de los demás. El que mis emociones estuvieran atadas no me hace más
inconsciente que tú cuando soportabas los castigos de Zeus después de tu destierro.
Hephestos me contó cómo te suplicó que no le hicieras daño a Prometeo. Y aún así te
impusiste a Hephestos y le hiciste encadenar al dios a la roca para que pudieran
destrozarle cada día para el resto de la eternidad.
—Ya has visto lo bien que resultó. Créeme, he pagado con creces mi obediencia ciega. Si
pudiera, volvería atrás. Le hundiría mi espada a Zeus en cuanto tuviera la oportunidad.
Delphine levantó las manos y dio una palmada entre ellos.
—Pero no lo hiciste. Hiciste lo correcto y ahora te pido que vuelvas a hacerlo. Únete a
nosotros en esta batalla. No dejes que el mal domine el mundo.
Se rió amargamente.
—¿No te das cuenta de que, la única vez en mi vida que hice lo correcto, me
maldijeron? Ese hecho no me motiva a repetir la experiencia. Cuando Zeus preguntó si
algún dios me defendería, todos me volvieron la espalda. Han sido los que han empezado
esto. Todos ellos. Ahora pretendo terminarlo y también a ellos. Y que se joda el mundo.
—Así será —dijo atragantándose con la desesperada pena que brotaba en su interior—.
Así será. —Respiró hondo antes de volver a hablar—. ¿Y entonces en qué te convertirás?
—¿A quién le importa?
—Si a ti no te importa, ¿cómo podría importarles a los demás?
Frunció los labios.
—No retuerzas mis palabras con tu psicología de mierda. No le gusto a nadie. Buuuuh.
La verdad es que me importa un huevo. Y ahora si me disculpas, tengo un ejército que
conocer y entrenar.
Se desvaneció.
Delphine exhaló un largo suspiro al aclararse el aire a su alrededor. Su ira y dolor eran
tan densos que casi eran tangibles.
¿Cómo podía llegar hasta él?
¿Sería posible?
Aunque lo más triste de todo era que no podía culparle ni siquiera un poco por su
reacción. Lo que le habían hecho estaba mal. Era imperdonable. ¿Cómo habría reaccionado
ella en su lugar? Salvar una vida y destrozar la tuya…
El sacrificio parecía tan injusto.
Y el reloj seguía corriendo. El tiempo se acabaría pronto.
Si no puedes convencerle, deberás destruirle…
No había otra forma.

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