jueves, 23 de febrero de 2012

OSN cap 8

Zephyra levantó la mirada del escritorio ante el sonido de un ligero golpeteo en la
puerta.
—Pasa, amor —contestó, sabiendo por el sonido que sería Medea.
Bastante segura, ésta empujó la puerta para mirar detenidamente dentro de la
habitación.
—¿Molesto?
—No, bebé. Sólo estaba arreglando un poco.
Medea arqueó una ceja ante el comentario. Zephyra no podía culparla. Después de
todo, era tremendamente ordenada en su peor día. Pero era un hábito nervioso que
tenía. Siempre que las cosas se volvían confusas, tenía la compulsiva necesidad de
limpiar lo que pudiera.
—¿Cómo está nuestro invitado? —Preguntó, tratando de distraer a su hija del
firme escrutinio.
—Echándole el ojo a un par de sacerdotisas para la cena. Ya le advertí que estaban
fuera del menú, aunque piense lo sabrosas que serían.
—Bien. No quiero pelearme con Artemisa por eso.
Medea entró en la habitación y cerró la puerta.
—Todavía le amas, ¿Verdad?
—¿Amar a quién? —Preguntó, tratando de enfocar la pregunta—. ¿Davyn? Ni
siquiera le conozco. La única cosa que amo de él es su ausencia.
—Mi padre.
Odiaba lo aguda que podía ser a veces Medea.
—A él tampoco le amo —dijo con desdén—. Apenas soporto su presencia.
—Y aún así te iluminas cada vez que te mira.
Zephyra metió un montón de papeles en la papelera.
—No seas ridícula.
Medea la detuvo cuando empezó de nuevo en el escritorio.
—Te conozco, Matera. Siempre has sido fría y calculadora. Durante siglos, me ha
preocupado que mi estupidez haya matado algo dentro de ti.
Ella frunció el ceño a su hija.
—¿Qué estupidez?
—Vivir con los humanos. Siendo lo bastante ingenua como para pensar que
mientras no les hiciésemos daño, ellos no nos lo harían. Todavía recuerdo lo que me
dijiste unas semanas antes que nos atacaran. “No puedes domesticar a un lobo y
esperar que descanse ante tu corazón en paz. Tarde o temprano, la naturaleza de la
bestia se encenderá y en cuanto sus instintos se lo digan… matará”. En ese momento
pensé que estabas hablando de nosotros, pero no era así. Después de ser atacados,
después de que casi fuiste asesinada por salvarme, algo dentro de ti murió. La parte del
afecto hacia los demás. La habilidad de tener piedad.
Era cierto. Cualquier fe que hubiera tenido en el mundo, en la bondad o en la
supuesta humanidad, había muerto con su nieto. Mata al monstruo. Extrae su corazón,
así no nos matará.
Tenía cinco años… ningún monstruo. Sólo un niño, gritando a sus padres que le
salvaran. A su abuela para que dejasen de hacerle daño. Había hecho lo mejor por
protegerlos a todos y, la triste verdad, era que lo mejor no había sido suficientemente.
Le arrastraron y le apalearon hasta morir.
El bebé de su bebé.
Ella había muerto esa noche. Y ahora su corazón era un triste y vacío agujero.
—La vida es dura —dijo con una calma que difícilmente sentía. Lo sabía aún antes
de ese momento. Como hija de un pescador, había sido criada con el hambre y la
pobreza royendo su vientre y dignidad, mientras su padre trataba de ganarse la vida
desde el mar. Su fracaso había provocado que se volviera contra su familia. Se convirtió
en un amargo borracho que les culpaba por sus propios fallos. Les culpaba por haberlos
tenido y, porque dependían de él para mantenerse. Les odiaba, y nunca había fallado en
demostrárselo.
En toda su vida, no había conocido nunca respeto o gentileza, hasta que un esbelto
y guapo muchacho la había detenido en los muelles.
Incluso ahora podía ver el sol reflejado en los rubios cabellos. Ver la admiración
en esos ojos azules al observarla. Estaba envuelto en la túnica púrpura de los nobles,
que se ajustaba a su joven cuerpo de guerrero, mostrando el hombre en el que se
convertiría.
Pensando que su intención era acosarla como muchos otros antes, incluido su
propio padre borracho, le había dado un rodillazo en la ingle y corrió.
La persiguió sólo para disculparse por asustarla.
Disculparse. El hijo de un dios, a una pescadera vestida en harapos. Había sido
amor a primera vista. Luego, cuando había cogido su propio manto para protegerla de
la cruda brisa marina, se había derretido al instante.
Y allí, por el más breve instante, se había sentido amada y deseada. Con más valor
que la suciedad debajo de los pies de otras personas.
Hasta que Apolo había llegado y condenado su relación, debido a que ella era
basura, sin ningún valor para un semidiós, y Stryker, avergonzado, había obedecido la
orden paterna de abandonarla.
La ira le desgarró por el recuerdo.
—No creo en cuentos de hadas —contestó a su hija.
—Me criaste con esas historias.
Porque quería que su hija fuera una mejor persona de lo que era ella. No había
querido matar la inocencia de Medea, de la forma en que la suya propia había sido
masacrada.
—Te amo, niña —murmuró—. En toda mi vida, eres la única cosa que me ha traído
una felicidad infinita. Eres la única por la que moriría por proteger. No amo a tu padre.
No soy capaz de hacerlo de nuevo.
Medea inclinó la cabeza hacia la suya.
—Como digas, Mamá. Pero aún veo la luz que te llena cuando entra en una
habitación —empezó a alejarse y luego se detuvo—. Que conste, que si por algún
milagro pudiera tener a Evander de regreso a mi vida, no le alejaría. Le acercaría por el
resto de la eternidad.
—Él no te abandonó cuando eras una niña de catorce años, embarazada de su hija.
—Cierto, pero Evander no era un muchacho de catorce años con un padre que
podría matarlos a ambos con un simple pensamiento.
Zephyra no dijo nada mientras Medea la dejaba sola. Era verdad. Stryker sólo
había sido un muchacho y le había dejado el suficiente dinero para cuidarse ella y el
bebé, pero los desgarrados trozos de su corazón se negaban a racionalizar ese
comportamiento.
Debió luchar por lo que amaba.
Eso es lo que no le podía perdonar. Nunca. No, lo que no le podía perdonar era
cómo la había hecho sentir, un gusano insignificante que no merecía su amor. Habría
preferido que dejara que su padre la matara, antes que volver a hundirse una vez más.
Todo el mundo merecía dignidad.
Todo el mundo.
Excepto Jared, y mientras lo pensaba, se dio cuenta del porqué disfrutaba tanto
torturándole. También había traicionado a su propia familia. A sus compañeros
soldados. Cuando habían necesitado unirse, luchar por la supervivencia, él había sido
quien los había entregado a sus enemigos para que les masacraran.
Podría odiarlo eternamente por eso. Así como odiaba a Stryker por abandonarla.
Suspirando, volvió a reorganizar el escritorio que ya había reorganizado unos
minutos antes. Había dado sólo un paso cuando una luz estalló.
Era Stryker.
Condenada si Medea no tenía razón. Los latidos de su corazón se aceleraron por
esa visión, ahí de pie. Un rizo de cabello negro le caía por los ojos. Los rasgos eran
acerados y perfectos, manchados por un pequeño toque de barba. Nada le daría más
satisfacción que recorrer con la lengua la línea de su mandíbula, y dejar que esa
sombra le raspara la piel.
La ira la recorrió ante el pensamiento y la manera en que su cuerpo traicionaba el
odio que quería sentir hacia él.
—¿Qué es lo que quieres?
Stryker apenas se contuvo antes que las palabras “A ti” salieran de su boca. Era lo
que quería. Todo lo que necesitaba. Y en ese preciso momento, lo que más quería era
soltar el rubio cabello y dejarlo caer sobre su pecho, mientras ella le montaba de la
manera en que solía.
Su pene se endureció dolosamente. Era la parte más difícil de estar a su alrededor.
Todo lo que tenía que hacer era aspirar su delicado aroma de lavanda y valeriana, y se
llenaba de necesidad.
Forzándose a moverse, aclaró la garganta.
—Necesito que tú y Medea regreséis conmigo a Kalosis.
—¿Realmente crees que será más seguro que aquí?
—Dado que allí hay un ejército de Carontes y una muy enojada diosa deseosa de
sangre, si. A menos que sepas algo sobre los enterrados instintos maternales de
Artemisa, que yo no. Pero honestamente, no la veo saliendo en tu defensa más de lo que
saldría en la mía.
Le observó fijamente.
—Quiero que sepas que sólo acepto por la seguridad de Medea. De otra manera, te
diría que te estacases donde el sol no te da.
Él le lanzó una sonrisa torcida.
—Dulzura, estoy estacándonos a ambos donde el sol no brilla. A diferencia de
aquí, en Kalosis no hay luz solar. Nunca.
—No eres gracioso.
—¿De verdad? Me encuentro bastante entretenido.
—Deberías.
Stryker no hizo ningún comentario, mientras ella se adelantaba reuniendo
algunos objetos, incluidos maquillaje y cremas. Una extraña excitación le recorrió
cuando recordó la manera en que acostumbraba a aplicarse ambos por la mañana. Él
permanecía en la cama, mientras ella aplicaba la loción por el rostro, usaba el khol para
delinearse los ojos y, el bálsamo de henna para los labios.
No había nada más agradable para observar. Era tan femenina y dulce.
Tan Zephyra.
—¿Qué estás mirando? —le espetó.
—Nada —Su voz fue más cortante de lo que en realidad quería demostrar, pero no
tenía intenciones de dejarle saber cuán frágiles eran sus emociones en lo que a ella
concernía. Eso le daría un poder sobre él que no necesitaba conocer.
Una vez que tuvo sus cosas reunidas, él se las quitó para llevarlas. Al principio se
las iba a arrebatar. Luego, sin una sola palabra, cedió.
—Iré por Medea.
—¿Está Davyn aún en su habitación?
Ella se adelantó por la puerta.
—Estuvo dando vueltas por el terreno muy temprano, así que no estoy segura.
La siguió por el pasillo hacia la habitación de Medea y se quedó inmóvil cuando les
encontró jugando al ajedrez en la mesa que estaba cerca de la ventana. La cara de
Davyn estaba magullada e inflamada por el ataque, pero por otro lado, parecía que ya
estaba de nuevo en juego.
Zephyra puso las manos en las caderas.
—¿Debería preocuparme de que vosotros dos parezcáis tan cómodos aquí?
Medea estudió el tablero.
—Relájate, Mamá. En realidad, es bastante agradable para ser un Daimon.
Zephyra arqueó los ojos hacia Stryker.
—Creo que deberías hablar con tu hombre.
—¿Por qué?
—Porque está solo, con tu hija en su habitación.
—Jugando ajedrez.
—Por ahora…
Stryker rió.
—Relájate, Zephyra. Estaría más preocupado si estuviera aquí con mi hijo, que con
mi hija. La máxima amenaza que plantea es que podría querer pedirle prestados los
zapatos.
Sus labios formaron un silencioso Ah.
Davyn rió, mientras movía su alfil.
—Tampoco tienes que preocuparte por eso, dado que tiene los pies más finos que
he visto en una mujer. Además, que prefiera a los hombres no significa que quiera ser
una mujer. Creedme.
Zephyra dio unas palmadas, ordenando.
—Muy bien. Necesito que os mováis. Medea, recoge tus cosas. Nos vamos a quedar
con tu padre por un tiempo.
Ella se horrorizó ante la declaración de Zephyra.
—¿Por qué? —le preguntó a Stryker.
Él se molestó ante su tono.
—Soy tu padre. No me cuestiones.
Ella bajó la mirada.
Zephyra resopló en alto.
—Medea, detén tu furia y haz lo que dice —se giró hacia Stryker con una furiosa
mirada—. Y tú, debes recordar que ella es la hija que nunca conociste. No uno de tus
soldados a los que ordenas.
Davyn se levantó lentamente.
—Si te sirve de consuelo, Medea, su tono es mucho más suave cuando te ladra a ti,
que cuando nos ladra a nosotros.
Stryker envió una mirada asesina en su dirección.
—Deberías mantenerte fuera de esto.
—Sí, mi Señor.
Medea se detuvo al lado de su madre.
—No veo porqué debemos huir de los demonios.
—No de los demonios, amor. War. Y no estamos huyendo. Estamos
posicionándonos estratégicamente, para así poder atraparle y encontrar sus
debilidades. Ahora coge tus cosas.
Nick saltó cuando pasó por un espejo y tuvo una visión de sí mismo.
—Santa mierda —susurró. La piel estaba rojo sangre y cubierta con antiguos
símbolos negros. Pero fue su cara la que le paralizó.
El cabello era negro, con franjas rojas que descendían por la cara. Negras líneas
cruzaban ambos ojos y bajaban hasta las mejillas. Los ojos de ébano centelleaban en
rojo.
Atontado, bajó la mirada y vio que los brazos y manos eran también rojos con
marcas negras.
—¿Qué demonios está pasando?
—Es tu forma verdadera.
Se volvió para mirar a Menyara, sólo que no vio a la mujer anciana que lo crió.
Ahora era más alta que él y parecía estar en los veintitantos. Vestía una blusa con
cordón negra y pantalones ceñidos negros, el largo cabello peinado hacia arriba en una
delgada coleta.
—¿Quién eres? ¿Realmente?
Menyara le lanzó uno de las dos varas que sostenía.
—He sido conocida por muchos nombres a través de los siglos. Pero podrías
conocerme mejor como Ma’at.
El corazón de Nick dio un vuelco cuando recordó a la diosa Egipcia. Era quien
mantenía el orden del Universo. Diosa de la justicia y la verdad. Menyara le había dado
una estatua suya cuando cumplió siete años.
“Ella te protegerá de cualquier daño, Nicholas. Colócala debajo de tu cama y nadie,
nunca, te lastimará cuando duermas. Ella velará por ti. Siempre.” Aún podía recordarla
diciéndole eso.
Una ira amarga le inundó.
—Para una diosa de la verdad, me has mentido como a un tonto.
Menyara sonrió.
—No he mentido, querido. Sólo oculté algunos hechos de ti y de tu madre. Si te
hace sentir mejor, soy la razón por la que Cherise nunca sospechó de tus Dark-Hunters.
La mantuve protegida de todos los hechos paranormales de su vida. Así como traté de
hacer contigo. Pero el destino es una perra que no debe ser negada. Estabas
predestinado a adquirir tus poderes y, ni siquiera los míos, podían protegerte para
siempre.
—Debería decir gracias por mantener la ceguera de mi madre sobre mis
actividades extracurriculares, pero esa es la parte que la llevó a la muerte —probó el
peso de la vara—. ¿Qué se supone que tengo que hacer con esto?
Ella sacó la suya para cruzarle la cara, forzándole a devolver el golpe con la que
tenía.
—Tienes que aprender a pelear.
—Nací peleando —esta vez, apenas esquivó el movimiento antes de que le
golpeara en la cabeza.
—Con personas, no con los poderes que vendrán a por ti ahora —Volvió a
balancear la vara hacia él.
Nick bloqueó y retorció la vara del apretón. Sonreía orgullosamente mientras la
desarmaba.
—Te lo dije. Soy el mejor que jamás ha habido.
Ella resopló ante su arrogancia.
—Y yo soy la diosa de la verdad, no de la guerra. Darme una paliza te demuestra
que puedes derrotar a una mujer vieja. Nada más. No tengas tantos humos.
Nick hizo una mueca con los labios.
—Sabes, si ibas a protegernos a mi madre y a mí, debiste protegernos de la
pobreza —El dolor le rasgó cuando recordó la mirada de derrota en el rostro de su
madre, cada vez que pasaba la mano por su cabello, para después salir al escenario a
quitarse la ropa para que él pudiera comer. Una vez le dijo que la única razón por la
que le llevaba al trabajo con ella, era para recordarle por qué hacía eso. De otra
manera, habría huido por la puerta.
La culpa le carcomía. Había arruinado la vida de su madre y, después, por su
propia estupidez la había terminado.
Menyara le sostuvo la mano y le arrebató la vara del ceñido agarre. Le empujó
hacia la pared con el extremo de la misma. Él hizo una mueca de dolor, cuando le clavó
la punta en el pecho.
—La pobreza es lo que te ha hecho humano, niño. Sin ella o tu madre, serías
exactamente como tu padre.
—¡Mentira!
Ella abrió la boca para hablar, luego se detuvo.
Un instante después, una luz cegadora estalló a través de la habitación. Nick siseó
como si le cortara, quemándole la piel.
Algo feroz lo golpeó, levantándole del suelo y fijándolo en el techo. Trató de
apartarse, pero se sintió como una cucaracha debajo del pie de alguien, mientras le
presionaban contra el pavimento.
De repente, se estrelló contra el suelo.
Menyara corrió hacia él mientras gruñía de dolor. Los oídos le zumbaban, trató de
enfocarse. Cada parte de él dolía.
Hasta que levantó la mirada.
Ahí, cruzando la habitación estaba Acheron, y estaba peleando con un hombre que
llevaba el mismo estilizado patrón en su piel que el que tenía Nick. Sólo que donde el de
Nick era rojo, los símbolos del hombre eran negros y, donde los suyos eran negros, los
del hombre eran rojos.
—Quédate fuera de esto, Atlante —rugió la figura demoníaca.
Acheron capturó la descarga que iba hacia él con la mano.
—Menyara, saca a Nick de aquí. ¡Ahora!
Antes de que Nick pudiera protestar, Menyara se envolvió a su alrededor y todo se
volvió oscuro.
Jared maldijo mientras se desvanecían.
—¿Qué estás haciendo?
—Te lo dije. Estoy atado por honor a mantenerlo a salvo, así que le protegeré con
mi vida.
—¿Estás loco?
Ash dio un paso atrás, mientras el Sephiroth detenía la lucha.
—Soy un dios Atlante, Jared. Le juré a su madre que nadie le lastimaría. Sabes lo
que eso significa.
Jared retrocedió también, mientras se calmaba. Su piel regresó inmediatamente a
la de apariencia humana.
—Así que cuando le mate, tú mueres también. ¿Estás loco? ¿Por qué harías eso?
—Porque pensé que era humano y, le debía a su madre esa promesa.
—Y ahora sabes la verdad. Eres un Chthonian, encargado de mantener el balance
del Universo. El Malachai debe morir.
Ash sacudió la cabeza.
—El orden del Universo para él es vivir, igual que para ti.
Jared rió.
—No lo entiendes, ¿Verdad? Quiero morir, Acheron. Si lo mato, me iré con él. —Y
empujando a Ash desapareció.
Ash maldijo cuando se dio cuenta de que no tenía manera de rastrearlo.
Demonios.
—¡Jared! —Rugió, dirigiendo la voz hacia lo etéreo, para que así el Sephiroth
pudiera escucharle—. Eres tú quien no lo entiende. Si yo muero, el mundo muere
conmigo. No puedes matar a Nick Gautier.
Jared no respondió.
Ash dejó escapar un aliento grave. Jared estaba en lo cierto, Ash era el encargado
de mantener el orden del universo. Y nadie lo iba a detener de seguir ocupándose de
sus deberes.
—¿Savitar? —susurró, convocándole.
Savitar apareció como un espectro junto a él.
—¿Qué, surfero?
—Sabías lo de Nick, ¿Cierto?
Savitar retiró la mirada, confirmando la sospecha de Ash.
—¿Por qué no me lo dijiste? —Preguntó Ash.
—No voy a manipular el destino. Lo sabes. Pero sí, cuando me pediste que
entrenara a Nick y lo vi por primera vez, supe lo que era. Es la razón por la que no le
entrené. De haberlo hecho, hubiera desencadenado sus poderes. Su escudo era sólido
mientras no fuera golpeado por los que, cómo nosotros, absorbemos nuestros poderes
de la Fuente.
Ash se extrañó ante las noticias.
—Entonces, ¿Por qué sus poderes no se desataron la noche que luchó conmigo?
—No lo sé. Probablemente tenga algo que ver con el hecho de que tus poderes son
mixtos. O podría ser algo tan simple, como que los dos fuisteis íntimos amigos, y aún
cuando peleaste, en realidad no querías matarle. Incluso ante tu furia, no eras una
amenaza real para él. No necesitaba sus poderes para protegerse de ti.
—Y aún así, soy la razón por la que murió.
—No, Nick es la razón por la que murió. Él apretó el gatillo.
Qué sencillo lo hacía parecer Savitar, pero eso no cambiaba la simple verdad de
esa noche.
—Porque le maldije.
Savitar le dirigió una cómica mirada.
—Conténtate con que no esté físicamente ahí, o si no, te golpearía en la cabeza.
Sabes cómo trabaja el libre albedrío, así que deja de lloriquear y deshazte de esa cruz.
Algunos necesitan la madera.
A Ash no le hizo gracia, y no era ningún mártir llorando sobre una mierda
inconsecuente. No se podía negar que era el único que había puesto todo en
movimiento. Pero los arrepentimientos tardíos no arreglaban el problema en cuestión.
—¿Cómo detengo a Jared?
—No puedes. Sólo su ama puede frenarlo.
—¿Y si ella no puede?
—Entonces estamos jodidos.
Stryker odiaba lo mucho que le encantaba ver las pertenencias de Zephyra
mezcladas con las suyas. El cepillo, las cremas. Su perfume. Levantó la tapa para poder
olerlo.
—¿Qué estás haciendo?
Bajó el envase de cristal inmediatamente.
—Nada.
—Eso no era nada. Estabas soñando despierto con mis cosas, ¿No es así?
Él arqueó una ceja ante la elección de palabras.
—¿Soñando despierto? ¿Qué clase de arcaica expresión es esa?
Ella le devolvió la mirada con una propia.
—No me vas a distraer tan fácilmente. Estabas suspirando por mí justo ahora.
Dio un paso hacia ella y la miró suspicazmente, y aún así no demostró ninguna
emoción. Si sólo pudiera entrenar a sus hombres para ser así de efectivos…
—¿Es eso lo que quieres que diga? Ya sabes lo mucho que te he extrañado.
Ella achicó los ojos.
—Pero quiero escucharte decirlo.
—¿Por qué?
Se inclinó hacia él y le lanzó una mirada que era parte malicia, parte alegría y
parte diversión.
—Porque quiero saber lo mucho que te ha torturado mi ausencia.
Él quiso alejarse, pero su cuerpo se negó a obedecerle. No pudo. En vez de eso,
descubrió que sus labios dejaron escapar una simple verdad.
—Te he extrañado.
Zephyra quiso abofetearle por esas palabras. Quiso golpearle hasta que el dolor
dentro de ella dejara de mortificarla. Pero sabía la verdad. No había bastante injusticia
en el mundo que pudiera borrar el daño que le había ocasionado.
—¿Crees que eso arregla algo?
—No arregla nada —Su voz se quebró—. Pero mientras estás ahí, odiándome,
piénsalo desde mi punto de vista. Soy quien lo jodió, y esa es la realidad y el
conocimiento con el que he tenido que vivir cada minuto de mi vida. Eres mi único y
verdadero corazón. Mi otra mitad, y me alejé de ti. ¿Tienes idea de cuánto me ha
carcomido eso?
Ella hundió los dedos en su cabello y tiró hasta que hizo una mueca de dolor.
Incapaz de hacer frente a todas las mezcladas emociones que la agitaban, le acercó y le
besó ferozmente.
Stryker la inhaló mientras sus lenguas bailaban y la saboreaba completamente. En
toda su vida, ella era la única cosa que realmente había ansiado. Necesitando estar lo
más cerca posible, la tomó en brazos y la llevó hasta la cama.
Ella sólo se separó lo suficiente, como para sacarle la camisa por la cabeza. Pero él,
incapaz de soportar un segundo más sin ella, usó sus poderes para desnudarles
totalmente.
Ella se echó hacia atrás con las cejas arqueadas.
—Es un poder muy útil el que tienes —suspiró contra los labios.
Antes que pudiera responderle, rodó sobre él en el colchón, mordiéndole la
barbilla con los colmillos. Stryker gruñó ante lo bien que se sentía. Sosteniéndola,
regresó a esos días donde no había sido más que un joven príncipe. El mundo había
sido nuevo y fresco. No había odio en su corazón. Ninguna soledad.
En sus brazos, era capaz de mirar hacia el futuro.
Ahora ella lo atacaba con la misma pasión que él sentía al mirarla. Cerrando los
ojos, saboreó la piel desnuda contra la suya. Las manos apretando su cuerpo tenso. Aún
cuando estaba condenado y perdido, éste era el cielo y, ella, su ángel.
Zephyra presionó la mejilla contra la de él, mientras mordisqueaba el lóbulo con
los dientes. La barba arañaba su piel, provocándola escalofríos por el cuerpo. El aroma
de hombre y loción de afeitado especiada, se combinaban perfectamente con su propio
aroma. Durante años, después de que la abandonara, conservó su túnica y la sostenía
en las muy tempranas horas de la noche, sufriendo por su regreso.
En un ataque de ira contra la maldición de Apolo, la había quemado. Pero ahora
estaba con Stryker otra vez, quería perdonarle todo. Retroceder en el tiempo y
conservarle a su lado.
Si sólo pudiera.
—Te necesito dentro de mí —le susurró. Su juego podría venir después. En ese
momento, quería tenerlo lo más cerca posible.
Él contestó con un grave gruñido, mientras se deslizaba dentro de su cuerpo para
acomodar su petición.
Ella gritó de placer mientras se asentaba contra sus caderas, necesitando ser parte
de él. Había olvidado lo bien que se sentía al estar con un hombre, especialmente uno
tan experto. Cada una de sus embestidas, de sus lamidas, la encendieron en llamas
hasta que quiso gritar de puro placer.
Stryker rodó con ella, poniéndola en el centro de la cama mientras se movía más
rápido y duro dentro de ella. La mirada de plata se engarzó con la suya, y ahí, en la
tenue luz, la expuesta vulnerabilidad dentro de él la hizo jadear. La arrogancia de su
juventud se había ido, y el dolor del hombre la desgarró. Mucho les había sucedido a
ambos desde ese día en el templo de Agapa, cuando se unieron como esposo y esposa.
De nuevo, vio al alto y desconcertado joven que posó la hoja de la daga contra su
mano, mientras se cortaba.
—Con mi sangre, mi corazón y mi alma, juro dedicar mi vida a la tuya. Donde
quiera que esté, estarás conmigo en mis pensamientos para siempre. Este es mi voto
ante tus dioses y los míos. Ahora estamos unidos y, sólo la muerte nos separará —luego
se inclinó y le susurró en el oído—. Y aún entonces, encontraré la manera de estar a tu
lado. Tú y yo, Phyra. Por toda la eternidad.
Una lágrima se le escapó por la esquina del ojo, cuando el recuerdo la quemó.
Había creído en él.
—¿Phyra?
Tragó cuando se detuvo y la miró.
—¿Te estoy lastimando?
Un sollozo se quedó atrapado en la garganta.
—Me arrancaste el corazón, bastardo. Me hiciste creer en ti cuando no creía en
nadie, excepto en mí.
Stryker dejó de respirar ante esas palabras que le estremecieron el alma.
—Todo lo que he querido ser, es el hombre que vistes en mí. Deseo a los dioses
que pudiera deshacer lo que hice. Que quedarme y morir a tu lado es lo que debió ser.
Pero no puedo deshacer el pasado. No puedo deshacer el dolor. No es ningún consuelo,
pero te juro que no ha sido más fácil para mí —Su mirada la abrasó—. Nunca en mi vida
me he disculpado por algo. Nunca le he rogado a nadie por nada. Pero lamento mucho
lo que hice y me arrodillaría con gusto ante ti si pudieras perdonarme por eso.
Ella le alejó y rodó para sentarse.
—No sé como perdonar más.
Stryker hizo una mueca cuando esas palabras le hirieron. No se merecía más que
su desprecio. Pero no podía dejar que volviera a eso. Con el corazón roto, se movió de
manera que pudiera desenredar su cabello. Los hilos de seda cosquillearon sobre su
piel, mientras la recordaba cepillarlo cada noche antes de que se le uniera en la cama.
Zephyra enterró los puños en las sábanas cuando su ternura la tocó
profundamente. No quería perdonarlo, pero sus palabras y sinceridad la debilitaban.
Mirándole sobre el hombro, se derretía aún más. Éste era un hombre conocido por su
crueldad y barbarie. No dudaba ante nada.
Y aún así, rozaba su cabello como si temiera lastimarla.
¿Cómo podía odiar a alguien que la amaba tanto? Odiar al hombre que le había
dado la cosa más preciosa de su vida.
—Esto no significa que me gustes —gruñó antes de empujarle hacia atrás y
ponerse a horcajadas sobre sus caderas.
Stryker sonrió cuando Zephyra se inclinó sobre él y clavó los colmillos en su cuello
para alimentarse. Gustoso la dejaría que lo desangrara, si eso significaba que podría
sostenerla así mientras moría. La cabeza le dio vueltas con su aroma, la sensación de
sus senos presionándole el pecho, mientras los vellos en la unión de los muslos se
frotaban contra su cadera.
Inclinando la cabeza hacia abajo, inhaló la valeriana mientras le mordía
dolorosamente. Eso era el paraíso.
Deslizó la mano por su brazo, hasta que enlazó los dedos con los suyos.
Levantando esa mano, posó un beso en la palma antes de hundir los colmillos en la
muñeca.
Ella saltó al instante, pero no se alejó. Stryker rugió ante el dulce sabor. Y
mientras bebía, sintió cómo se fusionaban sus poderes con los de él. Hasta ahora, no
había tenido idea de cuánta energía demoníaca tenía.
Nunca hubiera sido capaz de derrotarla…
Se tensó ante ese razonamiento. Ella le dejó ganar. Una pequeña sonrisa curvó sus
labios, pero no dijo nada. No quería enfadarla de nuevo. No cuando estaban así.
Ella se echó hacia atrás para observarle. Él soltó la mano mientras el cabello le
hacía cosquillas en el pecho. En verdad, no había visión más hermosa que ella
elevándose sobre él, mientras los senos desnudos se frotaban contra su cuerpo.
Zephyra fue atrapada por la hermosura de Stryker. Su poder. Ahora lo sabía. Se
había contenido en la pelea. Podía haberla herido seriamente y, sin embargo, no lo
hizo.
Si sólo pudiera confiar en él otra vez.
¿Se atrevería?
Él se levantó para poder, gentilmente, succionar los senos. Acunando la cabeza
contra ella, se estremeció con la sensación de la lengua barriéndola. La levantó sin
esfuerzo y la sentó sobre él. Ella se tragó un gemido entrecortado, ante la sensación de
ese cuerpo dentro de ella.
Levantó la barbilla para poder saborear esos labios mientras se movía
lentamente. Cómo se deleitaba con la manera en que le sentía. En la sensación del
aliento mezclándose con el suyo.
Stryker no pudo ni siquiera pensar correctamente, mientras su cuerpo gritaba de
placer. Le llevó cada pieza de control no correrse, por el placer de estar con ella.
Enterró las uñas en las palmas en un esfuerzo por mantener el control. Pero era
difícil.
Esta era la mujer que siempre había amado.
Un destello de sonrisa curvó sus labios cuando la tocó la oreja. Ahí había un
punto…
Sumergiendo la cabeza, barrió con la lengua por detrás, bajo el lóbulo.
Ella dejó escapar un jadeo entrecortado mientras los escalofríos la recorrían,
haciendo que los pezones se tensaran.
—Aún eres tan sensible.
Ella le lanzó una mirada ardiente.
—¿Y qué hay de ti?
—Nunca he sido sensible.
—Ajá —Recorrió con las manos bajo sus brazos, bajando por los costados,
haciéndole saltar. Ella gruñó, lo que provoco que la penetrara aún más profundo.
Riendo, Stryker la empujó de espaldas contra la cama. Zephyra se arqueó,
atrayéndolo más profundamente. Él aceleró los embates hasta que ella ya no pudo
soportarlo. Se corrió en un brillante estallido de sensaciones que explotaron a través
de su ser. Gritando, se envolvió a su alrededor mientras su cuerpo palpitaba.
Stryker rugió mientras se le unía en la liberación. La sostuvo cerca mientras el
cuerpo se sacudía, y los dedos de los pies se arqueaban.
Era deliciosa, y él quería pasar el resto de su vida entrelazado con ella, desnudos
en la cama.
Se tiró de espaldas con un gesto arrogante.
—Así que dime, amor… ¿Estás decepcionada?
~ 125 ~
Ella arrugó la nariz.
—Mmm, bueno, considerándolo todo, supongo que hay una expresión para eso.
—¿Y es?
—Juego pobre8
Él resopló ante el juego malo de palabras.
—La noche aún es joven. Tengo muchas horas para saborearte, y te aseguro que
cuando termine, pobre será la última palabra que te vendrá a la mente.
Ella puso una arrogante expresión, no dispuesta a dejarle saber exactamente lo
mucho que la complacía estar con él.
—Bueno, si quieres avergonzarte de nuevo, ¿Quién soy yo para detenerte?
Él chasqueó la lengua.
—Eres tan perversa —Se acercó para apartar las sábanas y así poder encajarla en
la cama.
—¿Ibas en serio sobre continuar? —Preguntó.
—Absolutamente. Tengo varios siglos con los que ponerme al día.
Ella comenzó a responder, pero antes de que pudiera hacerlo, se oyó un toque en
la puerta.
—Adelante.
Era Davyn. Dio un paso dentro de la habitación y luego se detuvo, cuando le vio
desnudo con ella a su lado. Rápidamente apartó la mirada.
—Mi Señor, quiero informar de que estamos teniendo otro pequeño problema.
—¿Y ese es?
—No podemos alimentarnos.
Stryker intercambió una mirada con ella antes de dirigirse a Davyn.
—¿A qué te refieres?
—War y los demonios nos han encerrado dentro. Si cualquier Daimon intenta salir
a alimentarse, o le matan, o le convierten. Estamos atrapados.
8 Juego de palabras entre “poor play”, juego pobre y, “fore play”, juegos preliminares para excitarse antes de una relación sexual.
Stryker dejó salir una desagradable maldición.
—¿Cuánto tiempo tienes hasta que necesites alimentarte otra vez?
—Me alimenté anoche, así que estaré bien durante un par de semanas. ¿Y tú,
Señor?
Él miró fijamente a Zephyra
Ella se enfrió cuando comprendió esa mirada.
—He tomado sangre de ti dos veces… —Asintió— Estaré bien por un par de días.
Ella tragó con miedo por el tono grave, mientras una sensación de miedo la
recorría.
—¿Cuántos?
—Tal vez dos.
Y luego estaría muerto.

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