La fila en el Camry era enorme, como de costumbre. A Kiara le retumbaba el estómago de hambre. Ella odiaba esperar tanto. Al detenerse al final de la fila, se sorprendió de que Nykyrian la agarrara por el codo y la llevara al frente.
—¿Qué estás haciendo? —susurró ella.
Nykyrian la miró fijamente.
—Yo no puedo quedarme en la calle. A demasiadas personas les gustaría dispararme.
Su voz baja y uniformemente entonada, la lastimó. A él parecía encantarle, recordarle constantemente lo precaria que era su vida y cuantas personas querían acabar con ella. Y aunque él había sido un poco más agradable desde que habían hecho el amor, todavía estaba siendo difícil de tratar.
Con un suspiro, Kiara lo siguió, sorprendida cuando la llevó directamente hacia la entrada del restaurante. Notó las miradas de enfado de las personas que estaban esperando delante de ellos. Eso la hizo sonrojar.
El maître levantó la mirada de su podio, con una luminosa sonrisa.
—Que bueno verlo Comandante, su grupo lo está esperando.
Kiara le echó un vistazo al maître detrás de Nykyrian. Una sacudida afilada de sorpresa al escuchar las palabras del maître la estremeció.
—¿Comandante? —preguntó.
Nykyrian se encogió de hombros.
—Mi rango en la Liga.
—¿Fuiste un Comandante? —jadeó ella, asombrada de que él hubiera llegado a un rango tan alto.
El maître le sonrió.
—¡Él salvó la vida de mi hijo en la Batalla de Wymon!
Nykyrian se movió un poco incómodo.
—No lo creo. Todo lo que hice fue advertirle de una bomba inminente.
El maître sonrió.
—Si no lo hubiera hecho, ahora él estaría muerto.
Nykyrian puso los ojos en blanco hacia Kiara. Ella sofocó su risa. Por lo menos Nykyrian ahora parecía tener mejor humor que antes. Todavía estaba sorprendida de que él hubiera salido de casa. En todo el viaje hasta allí, había esperado que él se diera la vuelta y regresara a casa.
—Me tomé la libertad de preparar su plato favorito para usted y para su esposa. Los demás ya han hecho sus pedidos —dijo el maître, antes de llevarlos al comedor.
Kiara siguió al maître más allá de las filas intrincadas de mesas atestadas. Los llevó a la parte trasera del restaurante dónde los comedores privados eran reservados por los invitados importantes.
Una punzada de incomodidad corrió a la lo largo de su espina dorsal, cuando recordó el hecho de que su esposo era un príncipe. No estaba segura de que esa idea le importara en absoluto.
El maître abrió una puerta y los anunció. Kiara vaciló cuando reconoció al Emperador Aros sentado en la mesa junto a la madre de Nykyrian y su tía.
Escuchó la débil maldición que Nykyrian murmuró entre dientes. Mirando sobre su hombro preocupada, Kiara notó el enojo que ardía en sus ojos. Obviamente, Nykyrian no estaba lo suficientemente listo para encontrarse con su padre.
Cairistiona sonrió y se puso de pies.
—Aquí estás —exhaló ella felizmente—. Habíamos empezado a preocuparnos de que hubieras cambiado de idea.
Nykyrian no transmitía ninguna emoción, hasta parecía una estatua. Kiara estaba tentada de darle una patada. El maître se excusó y los dejó en privado.
Aros se levantó más lentamente. Apretaba sus manos de una forma que le dijo a Kiara, que él no estaba acostumbrado a ser inseguro.
—Espero que no te moleste mi presencia. Cuando Carie me dijo que te había encontrado, insistí en asistir también.
Kiara tomó la mano de Nykyrian y le dio un apretón alentador. Sus dedos estaban helados. Podía jurar que casi temblaban. Durante varios segundos incómodos, nadie habló.
Nykyrian finalmente acabó con el silencio tenso.
—Esta es mi esposa, Kiara.
Aros sonrió.
—Ya nos habíamos conocido, pero es un placer para mí verla de nuevo.
Kiara le devolvió la sonrisa mientras hacía una reverencia.
—Es un honor para mí verlo otra vez, Su Majestad.
Aros protestó ásperamente.
—Nada de eso, querida. Ahora eres de mi familia. Odio todo eso de las reverencias y las veneraciones. ¡Es degradante!
Kiara se rió de sus palabras, sintiéndose un poco más a gusto sobre la cena.
Aros haló una silla que estaba a su lado para Kiara.
—Ven niña, toma asiento. No deberías estar tanto de pie.
Kiara levantó la vista hacia Nykyrian, para ver como estaba sintiéndose con su familia recientemente encontrada. Como de costumbre, no podía decirlo. Sin decir una palabra, se acercó a su padre y a la silla que Aros sostenía para ella. Su madre y su tía intercambiaron ceños de angustia y todos permanecieron mirando a Nykyrian nerviosamente mientras él se sentaba en una silla al lado de Kiara.
Kiara inhaló profundamente, preguntándose en lo que podría hacer para interferir servicialmente, pero no quería enfurecer a Nykyrian hasta el punto de que se levantara y se marchara.
—Sin duda tendremos nietos hermosos, ¿no es cierto, Carie? —preguntó el emperador, mientras empujaba el asiento de Kiara a la mesa.
Cairistiona sonrió.
—Ellos será la envidia de todos —agregó.
Nykyrian se movió con incomodidad al lado de ella. Kiara puso una mano encima de la que él tenía en su regazo. Él levantó la vista hacia ella con algo que parecía ser orgullo.
Permanecieron en silencio mientras les traían sus comidas y las ponían delante de ellos.
Nykyrian sostuvo la mano de Kiara suavemente, mientras se reñía por haber venido a esa estúpida expedición. Él no conocía a esas personas, y no estaba muy seguro de que quisiera hacerlo. Y lo peor, era que su temperamento estaba empeorando.
Había esperado este momento la mayor parte de su vida. Una breve oportunidad para hablar con sus padres, para lograr que lo miraran con amor, que lo aceptaran. Ahora que lo había conseguido, no sabía que hacer.
—Sé que esto debe ser muy difícil para ti —dijo Aros después de que los sirvientes abandonaron el cuarto—. Debes saber que yo no sabía que estabas vivo. Si lo hubiera sospechado, podría haber atravesado el universo para buscarte.
Nykyrian tomó un sorbo de su bebida, tentado a retorcer su labio y responderle cáusticamente. Pero se acordó de Thia.
Nadie le había hablado sobre ella, y al conocerla, se sintió culpable por abandonarla. Todo lo que Nykyrian sabía, era que Thia albergaba los mismos sentimientos de rechazo y aislamiento. Esa revelación casi lo estranguló. ¿Cómo podía culpar a sus padres de lo mismo que él le había hecho a su propia hija?
—No te culpo —Nykyrian captó la mirada de sorpresa de Kiara—. ¿Por qué no olvidamos el pasado y empezamos desde ahora?
Aros lo saludó con su vaso.
—Siento pesar por los años perdidos. Puedo decirte que son una de mis más grandes pérdidas.
Nykyrian resopló, mientras miraba fijamente a Kiara.
—Creo que no deberías afligirte tanto. Yo era un niño revoltoso que pasaba semanas enfurruñado.
Kiara sonrió.
—Algunas cosas nunca cambian.
Sus padres se rieron.
Agradecida por el cambio de humor de Nykyrian, Kiara se preguntaba que lo había causado. Él se veía tan guapo sentado a su lado, que no cabía del orgullo. Inclinándose hacia él, le susurró algo en la oreja.
—Te lo enseñaré —dijo Nykyrian, mientras apartaba su silla.
Kiara se ruborizó ante las miradas fijas que recibió. Parecía que últimamente necesitaba ir al baño cada segundo.
—Solo dime donde está y yo lo encontraré.
Él negó con la cabeza.
—Está demasiado lleno. Creo que no deberías ir allí sola.
Kiara sentía la cara tan caliente, que temía explotar.
—Puedo ir sola —dijo, enfatizando sus palabras—. Regresaré en seguida.
Notó por la tensa línea de su mandíbula, que él quería discutir un poco más.
—No te demores.
Kiara sonrió, aliviada de que se hubiera rendido.
—No tendrás tiempo ni siquiera para extrañarme.
Excusándose de sus padres, se dirigió a la puerta. No le tomó mucho tiempo encontrar el camino desde los comedores hacia los baños.
Cuando salió del baño, le sonrió al maître al pasar a su lado, llevando a otros invitados a su puesto. Feliz de que su esposo estuviera comportándose, sin estar demasiado malhumorado, hizo su camino de regreso a través del comedor.
—¿Kiara?
Ella se detuvo, preguntándose quién la había llamado.
Al darse la vuelta, intentó localizar la fuente de esa voz tan familiar. Se le detuvo el corazón cuando reconoció a Jullien sentado en una mesa al lado de otro hombre. ¿Por qué no estaba él junto a sus padres?
Ella empezó a regresar al comedor ignorándolo, pero su conciencia no se lo permitió. Como Aros le había dicho, ahora era su familia y no podía ser tan grosera.
Jullien caminó y se detuvo justo en frente de ella.
—No esperaba verla tan pronto —dijo él afectuosamente. Le tomó la mano y le plantó un beso mojado encima de sus nudillos. Kiara sofocó su temblor.
Su sonrisa era bastante calurosa, pero ella captó la frialdad detrás de sus ojos.
—Me doy cuenta de que debe estar aquí con alguien —dijo Jullien, echando una mirada alrededor del cuarto—. Pero debería tomarse un momento para saludar a mi amigo. Él es un fanático suyo y se muere por tener una oportunidad de saludarla.
Ella intentó apartarse, pero su mano se apretó alrededor de la suya.
—Prometí no…
—Solo le tomará un momento —le rogó, con esos ojos aterradores—. ¿Por favor?
Recordándose que era su cuñado y un príncipe real, asintió con la cabeza.
Jullien le brindó una sonrisa y la llevó hasta su mesa.
—Esta es la mujer de la que he estado hablándote.
El hombre se levantó y muy despacio se volvió para mirar a Kiara. Su corazón latió de terror.
—¡Usted! —jadeó ella, al reconocer al hombre que los había mirado intensamente, desde el piso de la bahía de su casa, Aksel Bredeh.
Él le apretó una pequeña pistola en su estómago.
—Actúa como si estuvieras feliz de verme —dijo el con un tono bajo y amenazador—. O el cocinero tendrá entrañas humanas frescas para servirle al híbrido. Sonríe —le sugirió.
Kiara quiso escupirle la cara, arrancarle los ojos, hacer algo diferente a seguirle la corriente. ¿Pero que opción tenía? No tenía ninguna duda de que la mataría si ella hacia algo como intentar soltarse.
¡Algún día, aprendería a escuchar cuando alguien le advirtiera sobre no hacer algo! Si es que sobrevivía a esto, se mofó su mente.
—Te debo una —le dijo Aksel a Jullien antes de estrecharle sus ojos grises a Kiara—. Camina despacio hacia la puerta de salida.
Nykyrian levantó la vista de su comida esperando ver a Kiara entrar, en su lugar vio al maître aterrorizado.
—¡Comandante! —dijo, su voz y sus manos temblaban—. Su esposa se fue con un amigo del Príncipe Jullien. Creo que no se fue de buena gana.
La frialdad invadió el alma de Nykyrian y le hizo apretar las manos en puños.
Escuchó el resuello de su madre y la maldición de su padre. Pero eso fue todo lo que escuchó antes de concentrarse en el furia cruda que latía a través de su cuerpo. Trató de controlar su fuerza, porque sabía que iba a matar a alguien por esto.
Nykyrian atravesó la puerta, sacando su pistola de su funda. Cuando cruzó el comedor buscando a su blanco, los comensales gritaron, se agacharon y corrieron.
Salió del restaurante y se dirigió hacia la bahía de desembarco más cercana. Nada. No había señal de Kiara en ninguna parte. Apretó más fuertemente su pistola. Nykyrian echó el botón de descargo hacia atrás.
Jullien.
Con ese solo pensamiento ardiendo en su mente, regresó al restaurante y atravesó el área donde sus padres tenían al bastardo acorralado.
Una furia ciega nubló sus ojos. Todo lo que Nykyrian quiso hacer fue arrancarle el corazón a Jullien y dárselo de comer.
Con un puño, Nykyrian recogió a su hermano del suelo y lo lanzó por la mesa. Se estrelló con la comida y esta se esparció, el sonido de un tintineo helado imitó a la frialdad que lo consumía.
Némesis estaba despierto y exigía ser aplacado.
Nykyrian levantó a Jullien del suelo por el cuello.
—¿Dónde está?
Jullien intentó arañarle la mano para quitársela de su garganta. Nykyrian apretó su asimiento. Quería ver a esa gorda comadreja arrastrada.
—Tu vida depende de lo rápido que me contestes, ¡bastardo!
Dos de los guardias de Jullien se acercaron a ellos.
Nykyrian movió su pistola para golpearlos o dispararles antes de que ellos pudieran acercársele y el patán gordo se balanceaba en su puño como un gimfry asustado. Nykyrian miró a sus padres para ver si ellos interferían. Lo miraban fijamente como si él fuera un animal. Que así fuera. Kiara era todo lo que le importaba. Al infierno con todo lo demás. Nykyrian presionó el botón de su pistola de rayos para matar y la sostuvo debajo del mentón de Jullien.
—Contéstame, o el próximo sonido que escucharás, será el de tu cerebro golpeando la pared que está detrás de ti.
El sudor cubrió la gorda quijada de Jullien.
—La tiene Aksel. No sé a donde se la ha llevado.
El estar conmocionado por esa respuesta inesperada, fue lo único que salvó la vida de Jullien. Aturdido, Nykyrian lo liberó. El cuarto parecía dar vueltas. La tiene Aksel, esas palabras resonaban en su mente como si fueran una pesadilla.
Su padre extendió la mano para tocarlo. Nykyrian se marchó con un gruñido. Miró a su padre con todo el odio que ardía en su interior, ampollando su alma.
—Ella es la única razón por la que vine esta noche —dijo Nykyrian, estrechando sus ojos hacia su padre—. Si algo le pasa, quiero que sepas que regresaré por Jullien, y cuando termine con él no quedará nada.
Estimulado por su agonía y rabia, Nykyrian dejó a sus padres, quienes estaban al lado de su hermano observándolo con ojos decepcionados. Al infierno con ellos. Los dejaría consolando a Jullien. Él no necesitaba su amor. No necesitaba a nadie excepto a Kiara.
Nykyrian presionó el timbre en la casa de Jayne. Se limpió las lágrimas que caían en sus mejillas, sorprendido de que estuviera llorando. Todas las veces que había sido golpeado, herido, y maltratado ninguna lágrima se le había escapado. Ahora parecía no poder detenerlas.
Cambiaría su vida alegremente por la de Kiara. Cualquier cosa que pudiera hacer, para verla sana y salva.
Jayne abrió la puerta, y se quedó detrás con la boca abierta. Nykyrian ignoró su sorpresa, sin importarle que alguien notara lo mucho que le importaba su pequeña bailarina.
—Aksel tiene a Kiara —dijo Nykyrian con una voz triste, llena de odio.
Darling y Caillen se levantaron del sofá. Jayne lo empujó dentro de la casa y lo llevó hacia la mesa de la cocina. Confundido, Nykyrian se sentó en la primera silla que encontró. Nada parecía ser real. Todo era como una pesadilla espantosa.
Levantó su mirada hacia Caillen.
—¿Averiguaste algo más sobre Rachol?
—Él está con mis hermanas pero no sé donde.
Nykyrian asintió con la cabeza, deseando que Rachol estuviera allí para que lo ayudara a planear algo. Sus emociones estaban demasiado enredadas. No podía pensar claramente. En todo lo que podía pensar era en Kiara.
Nykyrian se pasó las manos por la cara, sus lágrimas se habían detenido finalmente.
—Darling, necesito que consigas esos discos que recogiste en la casa de Rachol, junto con los que me entregó Driana. Con algo de suerte…
El timbre sonó nuevamente.
El mundo de Nykyrian se tambaleó, por segunda vez esa noche. Driana estaba afuera, apretando a Thia contra su pecho, la niña estaba envuelta en una sábana ensangrentada. Un lado de la cara de Driana estaba hinchado y rojo.
—Él se ha vuelto loco —dijo Driana, mientras abrazaba a Thia fuertemente.
Nykyrian salió disparado de su silla y atravesó el cuarto para ver si su hija aún seguía con vida, su corazón se alojó dolorosamente en su garganta, mientras su miedo se triplicaba.
Nykyrian apartó la manta y soltó una feroz maldición. Thia estaba cubierta de más cardenales que su madre. Ella volvió su pequeña cabeza para mirarlo, pero no podía abrir sus ojos porque los cardenales se lo impedían.
—Pensé que no iba a dejar de pegarle —dijo Driana, y estalló en lágrimas.
Con mucho cuidado, Nykyrian cargó a su hija y la meció. Iba a matar a Aksel esa misma noche.
—Todo está bien —le dijo a Thia, tragándose la ola de lágrimas que se agruparon en su garganta—. Nadie va a hacerte daño nunca más.
Hadrian, el esposo de Jayne, se acercó para tomar a Thia.
—Yo cuidaré de ella.
Nykyrian estaba inmóvil por el estado de turbulencia de sus emociones. No importaba lo mucho que hubiera odiado en el pasado, nada lo había preparado alguna vez, para soportar ese dolor ardiente en su alma que le suplicaba ser aplacado.
De mala gana, le entregó a Thia a Hadrian, sabiendo que Hadrian era capaz de cuidar de sus lesiones.
—¿Dónde está él? —le preguntó Nykyrian a Driana.
—Ha ido a su base en Oksana. Piensa que allá estará seguro.
—¿Y Kiara?
—Está con él.
Nykyrian rizó su labio con un gruñido. Le hizo señas a Darling, Jayne y Caillen para que fueran con él. Buscarían a Hauk, y antes de que terminara la noche, acabaría con Aksel, de una manera u otra.
* * * * *
Kiara se retorció contra las esposas que sostenían sus manos sobre la cabeza y la mantenían sujeta contra la pared. ¡Tenía que liberarse! Se encontró con la mirada de Aksel, allí dónde estaba sentado en el cuarto con dos de sus hombres, jugando para ver quien iba a ser el primero en violarla. Una sonrisa inteligente se dibujó en sus labios, antes de que doblara su apuesta.
Kiara apartó la mirada. Su corazón latía fuertemente mientras tiraba de las cadenas. Tenía que alejarse de él.
Aksel levantó la mirada una vez más de su juego de cartas y la miró de soslayo, pareciendo disfrutar de la manera en que ella luchaba desvalidamente contra sus esposas. Kiara se estremeció.
Rezó por liberarse, pero también rezó para que Nykyrian no viniera a ese lugar a rescatarla. Demasiadas veces, Aksel le había dicho lo que le quería hacer a su esposo.
Si capturaba a Nykyrian, Aksel lo torturaría hasta matarlo.
Kiara no podía entender su odio intolerable, y después de estar con Aksel, estaba segura de que nunca le preguntaría el por qué. El hombre era completamente maquiavélico.
La puerta que estaba detrás de Aksel se abrió. Kiara levantó la mirada y vio a Driana entrando, con la cara roja e hinchada. Driana se encontró con su mirada y Kiara vio la simpatía en los ojos de la mujer rubia.
—Aksel necesito hablar contigo. A solas.
Aksel hizo un gesto displicente.
—¿No te das cuenta que aquí estamos a mitad de un juego?
Driana avanzó hacia él con pasos determinados y volteó la mesa. Apuntó un rifle contra la cabeza de Aksel.
—Diles que salgan.
La risa retorcida de Aksel invadió el cuarto.
—Seguro. Muchachos, si nos excusan, mi esposa —se burló del título—, quiere dirigirme algunas palabras.
Kiara se tragó el nudo de su garganta y observó como los dos soldados salían del cuarto, dejando sus risas atrás mientras se decían algo en un idioma que Kiara no pudo entender.
Aksel se reclinó en su silla, cruzó los brazos en su pecho y miró a su esposa, con una confianza demasiado aparente.
—¿Qué quieres, bollito relleno? —a pesar de la burla, a Kiara le extrañó el odio crudo y la amenaza en su voz.
—Nadie hiere a mi bebé y sigue con vida —ladró Driana—. Voy a matarte, giakon —pulsó el botón de descargo de su rifle.
Aksel se movió tan rápido, que Kiara vio sus brazos apenas desenrollándose de su pecho antes de que apartara el arma de las manos de Driana.
—Estúpida harita —exclamó, mientras la golpeaba con la culata del arma en el estómago.
Kiara se encogió instintivamente. Driana cayó al suelo, apretándose el vientre mientras clamaba de dolor.
Él haló a Driana por el pelo.
—¿Dónde está Thia?
Driana lo miró fijamente y a lo lejos de la habitación, Kiara reconoció el odio que ardía en sus ojos azules.
—Se la entregué a su padre.
El pecho de Aksel oscilaba con respiraciones profundas y enfadadas mientras miraba a Kiara.
—¿Al híbrido? —chilló.
Kiara hizo una mueca de dolor al escuchar su tono, incapaz de creer que un hombre fuera capaz de hacerlo.
—Sí —dijo Driana—. ¡El era un mejor hombre y mejor amante a los dieciséis, de lo que tú alguna vez serás!
Aksel levantó la culata y la bajó sobre la espalda de Driana con un fuerte golpe. Driana gritó, y cayó al suelo. Kiara enterró la cabeza en sus brazos e intentó bloquear el sonido de los golpes que siguieron en una rápida sucesión. Finalmente, los gritos de Driana se detuvieron. Kiara levantó la cabeza y vio a Driana yaciendo en el suelo en medio de una piscina de sangre. Se le revolvió el estómago. Por un momento, se creyó enferma.
Aksel caminó hacia ella como si fuera una lorina merodeando. Echó el rifle cubierto de sangre hacia la mesa volcada.
Los ojos de Aksel eran de un gris tormentoso, pasó su mirada sobre el cuerpo de Kiara y rizó sus labios cuando la visión de ella lo disgustó.
—¿Alguna vez Nykyrian te contó como entrenaban a los asesinos de la Liga?
¡Estaba loco! Kiara lo miró fijamente con escepticismo, incapaz de comprender su tono amistoso después de lo que le acababa de hacer a su esposa.
Aksel extendió una mano fría y le tocó la mejilla.
—Te llevan durante tres meses y te mantienen aislado —continuó, ignorando sus intentos de apartarse—. Te envían a un holocuarto donde te muestran una y otra vez, tus peores miedos, hasta que no le temes a nada.
Sus dedos trazaron la línea de su barbilla. Kiara se estremeció, deseando poder decirle algo, en vez de quedarse frente a él a la expectativa y vulnerable.
Sin tener otro recurso, lo escupió. Una sonrisa se dibujó en sus labios por su reacción. Él se limpió la mejilla, sin apartar nunca los ojos de ella.
Como si ella no hubiera hecho nada, Aksel continuó hablando con esa voz aterradora e inexpresiva.
—Solo te alimentan con carne cruda y mientras comes, te muestran cintas de victimas agonizantes que suplican por sus vidas.
Sostuvo una mano en frente de su cara. Kiara retrocedió un paso, pero la pared le bloqueó su retirada.
—Con esta mano podría desgarrarte la garganta —la atrajo más cerca y le puso la mano en el cuello. Kiara esperó que le demostrara su punto. Pero él no lo hizo.
En su lugar, su voz fría siguió burlándose.
—El híbrido podría arrancarte el corazón con sus propias manos. ¿Eso te excita?
—¡Tú me enfermas!
Aksel le brindó una sonrisa retorcida, mientras le acariciaba con la mano su mejilla.
—¿Nykyrian te contó que mató a dos de sus instructores antes de terminar el entrenamiento? Lo hizo, sabes —su mano se apartó y se volvió para enfrentarla, con las manos en las caderas—. Siempre fue el mejor para matar, ¡pero yo era quien más lo disfrutaba!
Su sonrisa resonó, mientras Kiara se congelaba.
—Nykyrian se quedaba sentado por horas después de una misión, mirando fijamente al espacio, sintiéndose culpable —sonrió con desprecio, dijo esas palabras como si fuera la peor cosa del mundo—. Yo era un verdadero guerrero. Yo celebraba mi gloria después.
Apretó las manos alrededor de su cintura. Kiara se mordió los labios, deseando poder apartarse de él de alguna manera.
—¿Entonces, por qué mi padre presumía de su híbrido adoptado? —gruñó Aksel, su cara era una máscara retorcida—. No eran mis muertes las que él celebraba con orgullo. Siempre eran las de Nykyrian. ¡Siempre Nykyrian!
Kiara gimió cuando sus manos se apretaron en su carne.
Aksel empujó la espalda de ella contra la pared con un golpe sólido que le quitó la respiración. Apoyó su cuerpo contra el suyo y ella pudo sentir su deseo apretado contra su estómago. El sudor caía a gotas de su cuerpo mientras temía su próximo movimiento. Él le desgarró la cima de su vestido. Kiara gritó, tratando de apartarse de él desesperada.
—Debería tomarte ahora —dijo Aksel en un murmullo áspero, mientras le pasaba la mano sobre la cima de su corslet, ignorando la repugnancia de ella—. Pero no quiero. Eso no sería divertido —retrocedió y le sonrió—. Cuando el híbrido venga por ti, tengo un lugar especial para él, para que me vea mientras te violo. Luego podrás mirarme mientras desgarro su cuerpo a pedazos, hasta que no quede nada, excepto su oreja que te la entregaré alegremente como un recordatorio.
—¡Eres un demente! —ladró Kiara, mientras tiraba puntapiés hacia él con sus piernas.
—Nunca he conocido a un asesino que no lo fuera —dijo él con una sonrisa, luego salió tranquilamente del cuarto.
Los sollozos hicieron estremecer el cuerpo de Kiara. Tiró contra sus cadenas, pero lo único que logró fue rasgarse la piel de sus muñecas. Tenía que haber alguna forma de escapar. Alguna forma de advertirle a Nykyrian.
Oró fervorosamente, para conseguir una respuesta.
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