Medea gritó de cólera cuando trató de tele transportarse fuera de Kalosis.
Stryker sonrío.
—He cerrado el canal. No puedes salir de aquí hasta que lo abra de nuevo.
Sus negros ojos brillaban de ira, recordándole aún más a su madre.
—Matera te matará por esto.
La liberó y dio un paso atrás.
—Ella va a matarme de todos modos. ¿Qué diferencia hay?
—Su plan no incluía la tortura la primera vez. Esto... Esto la hará cambiar de
opinión.
Se encogió despreocupadamente.
—Tú querías pasar tiempo con tu padre. Aquí estoy —sus facciones se
endurecieron cuando sus miradas se encontraron demostrándole su determinación—.
Pero deberías saber una cosa sobre mí. No hago nada que implique seguir condiciones
de otras personas. Y yo siempre soy el que maneja el desarrollo de las cosas. Nadie me
dice qué hacer —la última persona a la que había obedecido, su propio padre, lo había
traicionado. Desde esa noche, se había prometido que en el futuro su vida era suya y de
nadie más.
Medea curvó los labios.
—Matera tenía razón. Eres un idiota.
Su ira lo divertía.
—No es verdad. Un idiota te arrojaría a sus demonios. Yo soy tu padre, y
sinceramente, añoro que mis hijos estén conmigo. Esa debilidad es la única razón por la
que todavía estas viva después de amenazarme.
Se estiró para acunarle la cara entre las manos. Por la forma en que se tensó, le
sorprendió realmente que no le hundiera los colmillos en la palma. En lugar de ello,
continuó mirándolo con desprecio.
Le recordaba tanto a su hija que había muerto once mil años atrás. Sólo que
Tannis nunca había sido una luchadora. Nunca había compartido el amor por la vida de
su hermano Urian. No como Medea.
Tannis había consentido consumirse alegremente en su veintisiete cumpleaños,
mientras que Stryker la sostenía entre sus brazos, rogándole que tomara una vida
humana para que pudiera vivir otro día. Se había negado rotundamente. Y sus gritos de
dolor hacían eco en sus oídos hasta el día de hoy.
Medea giró el rostro entre sus manos, y le dio un duro rodillazo en la ingle.
Maldiciendo, Stryker capturó su mano antes de que pudiera golpearlo de nuevo y
se la retorció hacia la espalda. Su cuerpo ardía con la necesidad de matarla por lo que
había hecho. Pero era hija de su madre.
Y suya.
Utilizando sus poderes, la presionó contra la pared tras ella.
—No tienes ni idea de lo afortunada que eres, puesto que he lamentado haber
matado a mi hijo por hacerme algo mucho menos insultante que lo acabas de hacerme.
Si no fuera por eso, ya estarías muerta.
—Yo también te quiero, papá. —Su tono sarcástico era frío y exacerbante.
Pero al menos no era como Urian, diciéndole lo mucho que lo odiaba y deseaba
matarlo.
—¡Davyn! —gritó, llamando a uno de sus comandantes.
Se paró firmemente y se negó a dejar que sus hombres se percataran del dolor que
sentía. Nadie, nunca conocería sus debilidades.
Davyn entró en la habitación.
—¿Mi señor?
El giró su mentón hacia Medea.
—Lleva a nuestra invitada a mis habitaciones y enciérrala hasta que tenga tiempo
de ocuparme de ella —levantó la mano, dejando que cayera con libertad de la pared
antes de manifestar un par de grilletes en sus muñecas.
Tomo aliento mientras trataba de romperlos.
—Te voy a hacer pagar por esto. Y a tu perrito, también —añadió maliciosamente.
Davyn sabiamente hizo caso omiso de sus comentarios.
—Sí, señor. Ahora mismo.
Medea no habló mientras el atractivo hombre daba un paso hacia delante.
Había que darle crédito, porque, no la tocó.
—Podrías seguirme —le dijo extendiendo la mano en dirección a la puerta.
¿Como si tuviera elección? ¡Malditos bastardos!
Furiosa, miró a su padre antes de permitir a Davyn que la condujera fuera de la
habitación.
—¿Siempre le obedeces? —le preguntó tan pronto estuvieron solos.
Davyn la miró por encima del hombro. Alto y rubio, tenía el cabello corto y una
pequeña perilla.
—Si no quisiera vivir, dejaría de capturar almas humanas y expiraría. Eso sería
mucho menos doloroso que desobedecer a Stryker.
—¿Así que le tienes miedo?
Davyn gruñó.
—Todo el mundo le tiene miedo. El hombre mató a su propio hijo.
—Eso me ha dicho.
—Sí, bueno, estaba allí cuando sucedió. Estábamos enfrentándonos contra
nuestros enemigos cuando Stryker caminó hacia él, tan calmado y seguro, lo abrazó, le
cortó la garganta y lo dejó morir.
Realmente, esa descripción le envió un escalofrío por la columna vertebral. ¿Cómo
podía alguien tener la sangre tan fría? El hecho de ser la misma que corría por sus
venas era todavía más alarmante.
Davyn giró hacia la izquierda y caminó a lo largo de otro pasillo.
—Urian era uno de mis mejores amigos y amaba a su padre más que a nada. Le
había servido durante siglos con absoluta lealtad. Créeme, no merecía lo que le pasó.
¿Qué había hecho su medio hermano para tener un castigo tan severo?
~ 39 ~
—¿Por qué lo mató Stryker?
—Se casó con una de nuestras enemigas a sus espaldas.
Ella tropezó ante sus débiles palabras, incapaz de creer que una ofensa tan ligera
fuera merecedora de una vida, aún más la vida de uno de tus hijos.
—¿Eso fue todo?
Davyn se detuvo para abrir una puerta.
—Eso fue todo.
Incapaz de creer en la crueldad del hombre, Medea dudó, mientras sentía algo
sobre su escolta.
—Eres Anglekos —los Anglekos eran Daimons que sólo cazaban a humanos
corrompidos.
Daimons que se comprometían a tomar sólo las almas de los que merecían morir,
Pedófilos, Violadores, Asesinos. Lo peor de lo peor.
Él pestañeó.
—¿Cómo lo sabes?
—Puedo sentir las almas dentro de ti. Has matado a tres recientemente —
entonces se dio cuenta de otra cosa.
No era como su padre. Todavía tenía un corazón que no había sido destruido.
Aún.
—Sé porque eliges las almas que tomas, pero déjeme darte un consejo. Esas almas
te van a arruinar. Te van a corromper hasta que te conviertas en lo mismo de lo que te
alimentas.
Davyn la miro cautelosamente.
—¿Y tu cómo lo sabes?
Esa era una pregunta que no planeaba responder.
Stryker se sentó en su oficina, observando a Zphyra caminar furiosamente a través
de su nueva sfora. La mujer se movía como plata líquida. Caliente. Fluida. Elegante.
Hacía que cada hormona en su cuerpo se encendiera mientras recordaba cómo se
sentía entre sus brazos. Cómo se sentía al hacerle el amor a una mujer tan desinhibida.
Su aroma y tacto estaban grabados en sus recuerdos.
Siempre la deseaba cuando estaba enfadada. Una vez no mucho después de
casarse, la había hecho enfurecer cuando coqueteó con otra mujer. Al volver a casa, lo
había agarrado, empujado al suelo y había hecho el amor con él hasta que casi había
quedado ciego de placer. Había tenido las rodillas llenas de pequeñas quemaduras
producidas por la alfombra toda la semana siguiente.
—Si alguna vez miras a otra mujer, te arranco los ojos.
En cambio, había arrancado la mayor parte de la piel de su espalda mientras
hacían el amor toda la noche. Su corazón se aceleró mientras recordaba sus habilidades
y se puso instantáneamente duro mientras ardía por su toque. Alejarse de ella ha sido
la cosa más difícil que había hecho. Pero si se hubiera quedado, su padre la habría
matado sin piedad. Como mortales, no había forma de que Apolo les hubiera permitido
desafiarlo. Perdonaba todavía menos que Stryker.
Y por eso había hecho lo más noble. Lo correcto. En lugar de tratar de luchar una
batalla perdida que les habría costado a ambos la vida, la había dejado en paz,
pensando que habría sido capaz de encontrar un hombre digno de ella.
Y desde entonces, durante todos esos siglos, Stryker había pensado en ella y la
había extrañado día tras día y su perdida. Lamentaba cada momento que se les había
negado.
Pero nunca lamentó haber salvado su vida de la ira de su padre.
Incapaz de soportar estar lejos de ella un instante más, Stryker se tele transportó
a su templo en Grecia. Uno de los últimos templos de Artemisa que se seguía utilizando
para adorarla, era frío y eterno como la propia diosa.
Tan pronto como Zephyra sintió su presencia, se volvió para atacarlo con todo el
peso de su furia. Con los negros ojos brillantes, retiró el puñal de su vaina y avanzo
hacia él.
—No —dijo calmadamente, aunque su cuerpo ardía por saborearla—. Mátame y
mis hombres destruirán a Medea.
Zephyra apretó aún más el agarre sobre la daga, mientras se congelaba frente a él.
—¿Utilizarías a tu propia hija como moneda de cambio?
Se encogió de hombros.
—Agamenón mató a la suya sólo para pilotar un barco y atacar a su enemigo.
Somos antiguos griegos, ¿no?
—Tú eres medio cerdo griego. Soy una Atlante Apólita —enfundó la daga en la
funda, y se enderezó. Su tensa postura le indicaba que estaba más que lista para
pelear—. Entonces, ¿qué quieres?
Antes que pudiera detenerse, la atrajo hacia sus brazos para besarla.
Zephyra había pensado que en el momento en que la tocara lo apuñalaría, pero
tan pronto sus labios tocaron los suyos recordó por que se había casado él. Era
insufrible, arrogante, desleal, e increíblemente sexy, Stryker siempre la había puesto
caliente. Nadie besaba como él. Nadie se sentía como él. Su cuerpo de guerrero estaba
esculpido por duros y tensos músculos que se movían como el agua. Músculos que te
coaccionaban a tocar y mordisquear.
Y con los brazos a su alrededor, casi le podría perdonar cualquier cosa.
Casi.
Lo empujó hacia atrás.
—Eso ya no funciona conmigo, idiota. No soy la niña que dejaste atrás.
Sus remolinantes ojos se oscurecieron.
—No, no lo eres. Ella era hermosa, pero tú... Eres una diosa.
Sacando su arma nuevamente, Zephyra colocó la daga contra el cuello de Stryker,
justo debajo de su nuez de Adán. Quería cortarle la garganta y, sin embargo, una
extraña parte de ella no podía. ¿Qué le estaba pasando? Ella nunca dudaba.
—No te acerques a mí.
Su magnífico rostro la tentaba. Dioses, ningún hombre había nacido tan hermoso.
Negras cejas se arqueaban sobre un par de remolinantes ojos plateados. Y sus labios...
recordaba muy bien como la complacían y cada segundo era aún mejor que el siguiente.
Había sido insaciable, talentoso, y un considerado amante. Uno al que nunca dejó de
querer.
—¿De verdad me cortarías la garganta? —Le preguntó, bajando la voz una octava.
Se mantuvo firme pese a sus volátiles emociones.
—Libera a mi hija y lo descubrirás.
Frotó su cuello contra la afilada hoja, dejando una fina línea de sangre en la piel.
Zephyra miró la sangre, su boca salivaba ante la necesidad de probarlo. Esa era una de
las cosas que más odiaba de la maldición de Apolo. La lujuria Apolita por la sangre era
una locura que los hacía necesitar alimentarse cada vez que la olían. Era una
compulsión que nadie nacido en su raza podía negar.
Incapaz de soportarlo, tiró su daga, agarró a Stryker del pelo, y lo acercarlo hacia
ella.
Stryker tomó aliento rápidamente, mientras hundía sus colmillos en su piel.
Escalofríos se propagaron a través de su cuerpo mientras lo abrazaba estrechamente.
La sensación de su aliento en su cuello calentaba todo su cuerpo.
—Dios, cómo te he extrañado.
Lo mordió aún más fuerte, succionando sangre hasta que le dolió.
—Te odio con cada latido de mi corazón.
Esas palabras le lastimaron aún más que la alimentación. Sin embargo, sentía
placer del dolor. Se merecía su odio.
—Ojalá pudiera volver atrás y cambiar la noche que me fui.
Zephyra se alejó con una maldición.
—Siempre fuiste un cobarde.
Agarró su brazo y la acercó a su cuerpo.
—Nunca un cobarde. Un tonto quizás, pero nunca he huido de algo.
—Si realmente crees eso, eres aún más tonto de lo que pensaba. Devuélveme a
Medea.
Él sacudió la cabeza.
—Mi hija se queda conmigo.
Gruñendo, Zephyra fue por su garganta.
Stryker la atrapó y sujetó contra su cuerpo.
—Sigues igual de irracional.
Todavía peor, era exquisita y la deseaba con una locura que lo consumía. Se
inclinó hacia su cabello para poder inhalar el delicado aroma de valeriana y lavanda.
—Te propongo algo. Me quieres muerto y yo quiero saborearte. ¿Qué te parece si
arreglamos esto como los guerreros que somos?
—¿Cómo?
—Luchamos y si ganas tú, me matas.
Inclinó la cabeza suspicazmente.
—¿Y si pierdo?
—Me das dos semanas para conquistarte de nuevo. Si al final de las dos semanas
todavía me detestas, dejaré que me ejecutes.
Zephyra se quedó de piedra ante la oferta. Lo miró recelosa.
—¿Cómo sé que puedo confiar en ti?
—Soy un hombre de palabra. De todo el mundo, sabes mejor que nadie que el
honor lo es todo para mí. Si no te he reconquistado en dos semanas, no me merezco
nada mejor que morir por tu mano.
—Te das cuenta de que no soy la misma tonta con la que te casaste, a la que le
temblaban las piernas y no podía ni cortar su propia carne. Te mataré.
—Lo sé.
—Entonces acepto tu oferta —retrocedió un paso—. Prepárate a morir.
Stryker hizo aparecer dos antiguas espadas griegas y le tendió una.
Con los ojos brillantes de furia, cogió la espada de su mano y se preparó. Stryker la
saludó con la suya.
Ella lo atacó, dirigiéndose a su garganta. Detuvo la hoja de su espada con la suya y
la forzó a retroceder. Girando, cambió de mano y la sorprendió con un golpe hacia
arriba que casi la desarmó. Pero era fuerte y rápida. Y, como él, cambió de mano y le
hizo retroceder con la ferocidad de su ataque.
—Eres increíble —suspiró impresionado por su pericia y su pasión.
—Tú no —se cruzó empujándole hacia atrás y balanceó la hoja hacia su cuello.
Stryker sintió la quemazón mientras la esquivaba y se dejaba caer al suelo desde
donde barrió sus pies. Maldiciéndole, se volvió para aterrizar sobre los pies y después
lanzó una estocada a su brazo extendido. Stryker sonrió con admiración mientras
seguía presionándola con sus ataques. Ella giró a la izquierda y luego a la derecha.
Cogió la hoja con la mano y la hizo oscilar, lanzándola fuera de su alcance.
Lo empujó, hundió los dientes en su brazo y rodó por el suelo para coger la
empuñadura y levantarse con la espada en alto y en guardia.
Stryker maldijo cubriéndose la herida del brazo con la mano.
—¿Me has mordido?
—Se hace lo que se puede —se acercó balanceándose.
—Ese ha sido un movimiento muy de chica —dijo, desilusionado que de que
hubiera utilizado tales tácticas.
—Pero funciona. A lo mejor si lucharas como una chica y no como un babuino
pasmado ganarías.
El brazo le latía. Paró su golpe y la empujó hacia su izquierda. Sin pensarlo,
levantó la mano para golpearla y se paró en seco.
Nunca le pondría la mano encima a la mujer a la que una vez había amado más que
a su propia vida.
La duda le valió que ella liberara su espada y le hiciera un tajo en el hombro.
Siseando de dolor, retrocedió. Como un auténtico guerrero, aprovechó la ventaja
golpeándole con la espada una y otra vez.
La ferocidad de su ataque hizo más que dañarle el brazo herido. Le hirió
profundamente en el corazón.
—¿De verdad quieres matarme?
—Con cada fibra de mi ser.
Incapaz de permitirle que lo consiguiera reanudó su ataque, deslizó su espada
bajo la suya, arrancándosela de la mano. Voló por los aires, haciendo un arco.
Empujándola, cogió la espada en el aire y apuntó ambas hojas hacia su garganta.
—Ríndete.
Los ojos le flameaban de ira.
—Te odio, bastardo.
—Y yo te he ganado limpiamente. Reconoce la derrota.
Escupió en el suelo a sus pies.
—Cumpliré con mi palabra pero nunca me reconquistarás. Créeme, dentro de dos
semanas te abriré la garganta, me beberé tu sangre y te arrancaré el corazón y me reiré
mientras tu cuerpo se convierte en polvo.
—Una preciosa imagen. Deberías escribir para Hallmark —utilizó sus poderes
para que las espadas se desvanecieran—. Quiero que sepas que he luchado
limpiamente. De igual a igual. Podría haber utilizado mis poderes contra ti pero no lo
he hecho.
—¿Tengo que ir a calentar el horno y hacerte unas cuantas galletitas de héroe?
Dejó escapar un largo suspiro.
—No hay nada que pueda hacer con respecto a ti, ¿verdad?
—La verdad es que no. Hoy te odio. Mañana te odiaré. Que dices si no perdemos
mas el tiempo. Dame la espada y te rebano el pescuezo ahora. Una vez me dijiste que
morirías por mí. ¿Qué tal si cumples con tu promesa?
Se burló de su rencor.
—¿Por qué mantener una ahora, después de haber roto tantas?
Eso trajo color a sus mejillas, mientras sus ojos brillaban de furia.
—Lo sabía. Eres un mentiroso y un cobarde. No te vas a entregar a mí en dos
semanas, ¿No es así?
—Esto no es sobre promesas. Es una cuestión de honor. Nunca he sacrificado mi
honor por nadie.
—No, sólo tu amor —le dijo desdeñosamente—. Dime algo, Strykerius. ¿Valió la
pena?
Esa era siempre la pregunta más importante de la vida. Una de las sacerdotisas
que lo cuidaba cuando era niño, le había dicho una vez que lo que uno más lamenta es
lo que nunca tuvo el coraje de hacer.
Y ella tenía razón. Desearía haber luchado por Zephyra.
Su corazón se ablandó mientras recordaba el pasado.
—Tuve diez hijos hermosos. Fuertes. Decididos. Y amé a cada uno. ¿Cómo podría
arrepentirme de eso?
—¿Y tu esposa? ¿Qué hay de ella?
También había sido hermosa. Dócil y tranquila. Nunca cuestionaba sus decisiones.
Una verdadera dama del mundo antiguo.
—Fue obediente y fiel. Nunca podría insultar o manchar el honor de la madre de
mis hijos.
Sus ojos se oscurecieron aún más. La había lastimado sin darse cuenta.
Y nunca podría borrar las cosas que se interponían entre ellos.
—Pero ella nunca fue tú, Phyra. No en la cara, la forma, o la pasión. Siempre fuiste
la luz en mi oscuridad.
Zephyra se movió lentamente hacia él. Con cautela.
El hombro todavía le sangraba y dolía, Stryker se tensó, esperando que lo atacase
de nuevo. Llegó hasta él, hundió la mano en su cabello y tiró hasta que sus labios se
presionaron contra los de ella para que pudiera darle un beso tan salvaje y caliente que
incendió su sangre. Su cuerpo volvió a la vida mientras le devolvía el beso con cada
parte de su cuerpo que la extrañaba.
Gruñendo, se alejó y lo observó antes de empujarlo lejos.
—Eso es sólo para que recuerdes lo que abandonaste. Mi corazón está muerto
para todos a excepción de Medea. Ella es la que guarda la única pieza.
—Entonces la liberaré.
Resopló con desdén.
—Tus trucos no funcionan conmigo.
—No hay trucos. Me diste tu palabra y yo estoy dándote mi fe. Confío en que
respetes nuestros términos y por eso la devuelvo a tu custodia.
Zephyra lo miró con ojos entrecerrados, sin fiarse ni un momento. Era más
inteligente que cualquier hombre que hubiese conocido. Astuto. Sabía cómo manipular
a la gente hasta obtener lo que quería. Siempre lo hacía.
A todo el mundo excepto a su inservible padre.
Más guapo que cualquiera de los dioses, su Strykerius una vez había hecho que su
cuerpo ardiera con una lujuria insaciable. Ahora sólo sentía ira y odio.
Era tan extraño verlo ahora con esos terribles ojos remolinantes. Como mortal,
sus ojos habían sido del azul más claro. Quería tener hijos e hijas con esos ojos para
recordar lo mucho que lo amaba.
Los ojos de Medea eran verdes como los suyos, y mientras fueron mortales, había
dado gracias a los dioses por ese pequeño acto de misericordia.
Hasta la noche en que Apolo había maldecido cada miembro de su raza, porque un
grupo de soldados Atlantes había sacrificado a su amante griega y a su hijo bastardo.
Fue en el sexto cumpleaños de Medea y durante la celebración Zephyra observó
como los ojos de su hija se volvían negros.
Ignorante durante ese tiempo de lo que había causado la maldición, Zephyra había
sostenido a su hija mientras vomitaba toda su comida y la sed de sangre comenzaba.
Una vez que Zephyra había entendido lo que les había pasado, lo que la maldición
significaba, detestó todo lo que estaba relacionado con Stryker y su padre, Apolo.
—Dime. ¿Todavía adoras a tu padre?
Un profundo disgusto brillo en sus ojos.
—Lo odio con todo mí ser.
—Entonces tenemos una cosa en común.
—También tenemos una hija.
Arqueó los labios ante su audacia.
—No, yo tengo una hija. No voy a permitir que reclames a Medea como tuya
cuando nunca estuviste ahí para ella. Es mía.
Stryker sacudió su cabeza.
—Los hijos son tercos. No importa cuánto los ames y no importa lo mucho que lo
intentes, se van a forjar su propio camino. Y al diablo con los padres.
—Pero eso no fue cierto en tu caso ¿no es así?
Hizo una mueca de dolor ante la verdad.
—Sólo era un niño, Zephyra. Mi padre nos hubiera matado, si lo hubiera
desobedecido. O por lo menos nos habría maldecido.
—Nos maldijo de todas formas.
—Lo hizo y vi como cada uno de mis hijos y nietos se convirtieron en polvo ante
mis ojos. Sostuve a mi hija mientras suplicaba misericordia durante las horas que
estuvo agonizando. La habría matado y evitado su dolor, pero era joven y mantenía la
esperanza de que se convirtiera en Daimon como sus hermanos. Pero se negó, hasta
que finalmente quedó reducida a polvo. Uno por uno, cada miembro de mi familia
pereció y sufrió. No tengo nada ahora. Nadie.
Zephyra quería insultarlo por su sensible lloriqueo.
Pero la verdad era que había tocado una parte que había reservado sólo para su
hija. En realidad, quería consolarlo por sus pérdidas. Su peor temor había sido ver a su
hija envejecer y morir.
Afortunadamente, Medea era más fuerte que eso.
—Medea, ¿tiene hijos?
Zephyra se sobrepuso al dolor provocado por esa inocente pregunta. Los amargos
recuerdo que quemaron profundamente su alma.
—Tenía un hijo.
El bebé más hermoso.
Praxis había sido dulce y precioso. Siempre sonriendo. Siempre abrazándote.
—¿Dónde está ahora?
Eliminó cualquier emoción de su voz.
—Muerto.
Los ojos de Stryker se oscurecieron ante su monosilábica respuesta.
—¿Su esposo?
—Es realmente irónico. En contra de mis deseos, ella y su marido eran miembros
del culto de Pollux.
Eran Apolitas que creían en no hacer nada para eludir la maldición de Apolo.
Vivían en paz entre los humanos, esperando morir horriblemente en su vigésimo
séptimo cumpleaños. Cada uno de los miembros del culto hacia un voto de nunca dañar
a un humano o a cualquiera otra forma de vida.
—Su marido fue asesinado por los mismos enfurecidos humanos que temían sus
colmillos. Trató de distraerlos a fin de que ella y su hijo escaparan. Lo golpearon y le
arrancaron el corazón del pecho, luego la capturaron y la torturaron durante días. Le
arrebataron a su hijo de las manos y lo mataron frente a sus ojos —una indignada rabia
la quemaba profundamente—. Sólo tenía cinco años. Y también la habrían matado, si no
la hubiese encontrado a tiempo. Eso la convirtió en la guerrera que es. Odia a los
humanos por su crueldad, al igual que yo. Son animales aptos únicamente para la
masacre, y me gusta jugar a ser la carnicera.
Stryker entendía esos sentimientos. Él había sentido esa crueldad contra su gente
y sus hijos. Era la razón por la que no tenía ninguna simpatía hacia la humanidad. Por
eso no tenía piedad de ellos. ¿Por qué tenían que vivir en paz mientras su propio
pueblo no tenía futuro?
Pero sus palabras lo confundieron mientras miraba a su alrededor, el enorme
templo de piedra, donde las paredes estaban decoradas con pacíficas escenas de
mujeres bailando con ciervos. Aquí era donde los servidores humanos de Artemisa
todavía le rendían homenaje.
—Sin embargo, vives aquí con ellos.
—Sólo con un pequeño grupo. Sirvientes de Artemisa que nos dieron refugio
cuando lo necesitábamos. Nos han cuidado durante siglos, por lo que les permitimos
vivir.
Frunció el ceño.
—¿Por qué la diosa haría eso?
—Artemisa siempre ha sido buena con nosotras. Y a cambio de refugio, hacemos
algunos trabajos para ella.
—¿Qué tipo de trabajos?
—Asesinarte.
Sus ojos se llenaron de humor mientras se acercaba a ella.
—¿Volvemos a lo mismo?
—Siempre vamos a volver a eso.
—Me parece justo —suspiró—. Ven, Phyra, vamos a encontrar a nuestra hija —
Extendió la mano hacia ella.
Arqueó los labios con repugnancia.
—Puedes quedártelo —golpeó ligeramente su mano— para ti.
Negó con la cabeza.
—Hubo un tiempo en el que hubieras besado mi mano con amorosa ternura. Pero
con toda honestidad, debo decir que estoy sorprendido. Un enemigo astuto hubiera
besado mi mano, y me hubiera apuñalado mientras estaba distraído.
Se burló mientras empujaba su mano hacia un lado.
—Una acción cobarde. Por favor. No nos insultes con esa sugerencia. No creo en
mezquinos ataques juveniles. Voy tras lo que quiero, y cuando es la vida de un enemigo,
no quiero que haya ninguna duda sobre mi intención. Si eres digno de mi odio, entonces
eres digno de saber que voy a por ti.
Stryker sonrió ante sus enojadas palabras, agradecido de oírla.
—Un verdadero código de guerrero —la respetaba aún más por eso—. Toma mi
mano, Zephyra.
Ella le escupió.
Enojado, Stryker la agarró y la acercó a él. Quería estrangularla por su
obstinación. Pero deseaba aún más besarla.
—Te voy a castrar —le advirtió.
Limpió la saliva sobre su camiseta a pesar de que le golpeaba la mano.
—Bueno, siempre y cuando lo hagas desnuda, no me escucharás quejarme.
—Eres un cerdo —se movió para abofetearlo.
Capturó la mano en la suya y enfrentó su desafiante mirada.
—Y tú eres una hermosa arpía. Una que debería estar agradecida de que estoy lo
suficientemente nostálgico como para no castigarla de la manera que lo haría a
cualquiera que se atreviera a escupirme.
Zephyra contuvo el aliento cuando vio la cruda furia en sus ojos.
Estaba a un paso de golpearla, y aunque una parte de ella quería que lo hiciera, su
control la sorprendía. En el mundo donde había nacido, un hombre tenía derecho a
golpear a una mujer. Sin embargo, se había abstenido de golpearla con sus manos,
incluido durante la pelea.
Incluso durante el año en que estuvieron casados en la antigua Grecia, nunca la
había maltratado. Nunca había levantado un dedo contra ella, a pesar de no tener
piedad con los demás. Eso era lo que más había amado de él.
La había hecho sentir segura. Protegida. Si alguien hacía algo tan simple como
mirarla con recelo, Stryker los mataba.
Extrañaba a ese estúpido chico cuyos ojos brillaban con amor cada vez que la veía.
El hombre ante ella era formidable. No era un inmaduro muchacho tratando de
complacerla. Era un triunfante guerrero con once mil años de entrenamiento y
supervivencia a sus espaldas. De comandar un ejército de condenados que declaraban
guerra contra la humanidad y los inmortales Dark-Hunters que la protegían.
A pesar de haber querido matar a Stryker muchas veces a lo largo de los siglos,
nunca había sido capaz de acercarse a él hasta ahora. Todos esos años, había estado
encerrado en Kalosis y la única forma de entrar era con una invitación de Stryker o
Apollymi.
Mientras sirviera a Artemisa, Apollymi no tenía nada que ver con ella. Y pedirle a
él una invitación hubiera arruinado su ataque sorpresa.
Sin embargo, la reputación entre su pueblo era legendaria.
Los Apolitas lo adoraban, y a su grupo de guerreros de élite, los Spathi. Incluso ella
lo respetaba por sus batallas.
Pero eso no cambiaba lo que le había hecho a Medea y a ella. Hasta el día de hoy,
Zephyra podía verlo girándose y salir caminando de su casa de campo para estar con la
mujer con la que su padre había querido que se casase. Sin embargo, le había dado su
palabra de quedarse y ser condenada si se atrevía a romperla. Era mejor que eso.
—Detesto tu pelo negro —se burló antes de tomar su mano.
Stryker se río ante su capitulación y su puya. No se estaba rindiendo y no dudaba
en dejárselo saber. Cerrando su mano sobre la de ella, la llevó hacia Kalosis, donde
mandaba.
Tan pronto como estuvieron en la seguridad del infierno, retiró la mano y se giró
alrededor de la oscura habitación donde gobernaba a todos los Daimons que llamaban
a este lugar Hogar.
—Es un poco deprimente ¿no crees?
—Es suficiente para mí.
No hizo ningún comentario, mientras se giraba para mirarlo.
—¿Dónde está Medea?
—En mis habitaciones. Ven, te llevaré con ella.
War se detuvo mientras se materializaba en el pasillo trasero de una mansión que
le recordaba a una antigua villa griega.
Las persianas gris oscuro se mantenían firmemente cerradas, protegiendo la casa
del implacable sol que aun así entraba a través de las pequeñas grietas.
Paredes blancas, sostenían viejas fotos de un niño y una mujer muy atractiva de
cabello rubio y sonrientes ojos azules.
Un extraño sonido de música extranjera flotaba a través de las paredes, junto con
la risa y el sonido de los automóviles del exterior. Pero nadie reía dentro de la casa.
Todo estaba silencioso y tranquilo.
Cerrando los ojos, War registró la casa con sus poderes hasta que encontró al que
había sido enviado a matar.
Nick Gautier.
Pero no estaba solo. Había una mujer en la cama con él. Ambos desnudos. Ambos
sudorosos por el sexo.
Siglos atrás, War habría sacrificado a la mujer sin dudarlo.
Sin duda todavía lo haría...
Inclinando la cabeza, caminó a través de las paredes hasta que llegó a la
habitación donde una gran cama con cuatro postes los alojaba. Estaban enredados
entre las negras sabanas de seda. Una bandeja sobre la mesa de noche sostenía una
botella medio vacía de vino, en el suelo habían rosas rojas que parecían haber sido
tiradas apresuradamente.
El hombre, Nick, estaba sobre la mujer, besando sus costillas mientras ella
dibujaba círculos en su espalda. Cabello marrón largo hasta los hombros oscurecía la
cara del hombre. La mujer, sin embargo, era hermosa. Su largo cabello negro estaba
derramado sobre la almohada, mientras arqueaba la espalda y mantenía los ojos
firmemente cerrados.
War se detuvo ante la visión de su desnudo y esculpido cuerpo. No había
saboreado a una mujer en siglos. No había sentido una suave caricia desde...
El mero pensamiento de esa puta envió su cólera por los cielos. Queriendo sangre,
recorrió la distancia entre ellos.
Agarró a Nick por la garganta y lo tiró contra la pared.
—Largo —le ordenó a la mujer, que se encogió con un grito.
—Vete, Jennifer. ¡Ahora!
Ella no dudó. Envolviéndose con la sábana, se deslizo fuera de la gran cama y
corrió hacia la puerta.
Gautier se enderezó para mirarlo. Tenía una barba de tres días en el rostro, que
estaba marcado por un doble arco y una flecha. El símbolo de Artemisa.
War frunció el ceño ante la presencia de eso en su cara. Y su significado.
No que importaba. Había nacido para joder a los dioses.
—¿Quién diablos eres? —le preguntó Nick. Levantando los brazos, manifestó ropa
sobre su cuerpo.
War sonrío.
—Llámame muerte.
—No te ofendas pero prefiero llamarte patético —estiró la mano.
War negó con la cabeza cuando vio a las shurikens volar hacia él.
—Quien habla de patético —se tele transportó a través de la habitación y agarró a
Gautier por la garganta mientras las shurikens se incrustaban en la cabecera de la
cama. War lo levantó del piso y lo empujó contra la pared.
Nick se ahogó mientras trataba de liberarse de su agarre.
—¿Qué eres?
—Te lo dije. Soy la muerte. Ahora se un buen chico y muérete.
La respiración de Nick se intensificó.
War lo golpeó contra la pared tres veces, tratando de aplastarle la tráquea. El yeso
del muro se agrietó asemejándose a una telaraña. Las acciones de War causaron que el
labio de Nick y los nudillos de la mano con la que lo sostenía se hirieran, causando que
su sangre se mezclara.
Ajustó aún más su agarre, a la espera de que la luz en los ojos del hombre
desapareciera mientras moría. No desapareció. En cambio, las oscuras pupilas de Nick
empezaron a colorearse de rojo, tiñéndolas del color de la sangre mientras se expandía
a través de los plateados remolinos de sus iris.
Antes de que War pudiera moverse, Gautier golpeó la mano contra su brazo,
liberándose de su agarre.
Sorprendido, War retrocedió.
La piel de Nick se oscureció tres tonos. Luchando por respirar, miró a War.
—¿Qué me está pasando? ¿Qué me hiciste?
War lo atacó.
Gautier bloqueó su puño con el brazo, y luego golpeó en la cabeza a War.
Retrocedió torpemente mientras se daba cuenta de lo imposible.
Estaba a punto de que le patearan el trasero.
Stryker sólo había dado dos pasos hacia su habitación con Zephyra para liberar a
Medea cuando una brillante luz iluminó el pasillo. Nadie debería ser capaz de violar la
santidad de este pasillo sin su invitación...
Frunciendo el ceño, se volteó para encontrar a War, que se veía extremadamente
enojado mientras el espíritu aparecía ante ellos.
—¿Pasa algo malo? —preguntó a War.
—¿Pasa algo malo? —repitió—. Seguramente no eres tan estúpido, ¿verdad?
—Aparentemente lo soy, porque a menos Acheron y Nick estén muertos, no puedo
encontrar ninguna razón para tu presencia aquí.
War caminó lentamente hacia él, sus fosas nasales expandiéndose rítmicamente.
—¿Muertos? Tonto, ¿eres realmente tan estúpido?
Stryker entrecerró sus ojos mientras su ira se encendía.
—Por lo menos no estoy perdiendo el tiempo con tantos insultos. O bien te
explicas o te largas.
—OK. Déjame decírtelo de una forma que hasta un imbécil entendería. Cuando me
convocaste, te olvidaste de decirme un par de hechos extremadamente importantes.
Acheron no es sólo un dios. Es un Chthonian, protegido por otro Chthonian y un ejército
Caronte.
Cruzando los brazos sobre su pecho, Stryker suspiró agitadamente. ¿Por qué eso
molestaba tanto a War? Para empezar, esa era la razón por la Stryker había acudido a
él. Si Acheron no fuera tan malditamente difícil de matar, él mismo lo habría hecho
hacía siglos.
—Fuiste creado para matar Chthonians. Eso no debería ser un problema para ti.
—Deberías de haberme advertido.
—¿Qué importancia tiene? Son detalles triviales. Creí que podrías manejarlos.
—Puedo matarlo. Solo que va a tomar más tiempo.
—¿Y?
—También te olvidaste de decirme lo de Nick Gautier.
—¿Qué pasa con él? Es un Dark-Hunter. Un insignificante humano que vendió su
alma a Artemisa para servir en su ejército. No creo que el gran War se asuste de
personas como él.
—Dark-Hunter, mi culo —se burló—. Gautier es un Malachai, estúpido hijo de
puta.
Stryker tensó ante el insulto.
—¿Un qué?
—Malachai —repitió Zephyra, con un tono reverente—. ¿Estás seguro?
War dirigió su oscura mirada hacia ella y asintió.
—De todo el universo, un Malachai es lo único que puede matarme.
Stryker hizo un sonido de disgusto en lo profundo de su garganta.
—Tienes que estar bromeando. Pensaba que eras el más poderoso de los seres.
Incluso los dioses te temen.
—Todos tenemos depredadores —le gruñó War—. El universo entero existe en un
sistema de revisiones y balances. Yo acabo de conocer al balance.
Stryker maldijo.
—¿Me estás diciendo honestamente que la criatura más poderosa de este planeta
es un patético rufián Cajún que se suicidó porque uno de mis hombres mató a su
mamá?
Su sarcasmo fue igualado por el War.
—A menos que tengas un Sephiroth acostado en algún lugar cercano tomando sol,
sí.
—¿Qué demonios es un Sephiroth?
Zephyra se rió mientras se acercaba a él para colocar la mano sobre su hombro.
—Stryker, pobrecito mío, has estado viviendo en este agujero durante demasiado
tiempo.
—¿Qué quieres decir?
—Lo que quiero decir, mi querido hombre, si quieres a Gautier muerto, entonces
ven con mamá. Al parecer, tu negociación de poder sobre mí acaba de terminar. Ooooh,
cariño, esto se va a poner bueno.
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