—¡El contrato ha sido revocado!
Kiara apenas si escuchó el grito de júbilo de su mejor amiga, Tiyana. En su lugar, miró fijamente el calendario de presentaciones que tenía en su regazo, incapaz de creer que habían pasado seis semanas desde que vio a Nykyrian por última vez.
Una y otra vez, la escena se repitió en su mente, los sonidos, el dolor.
—Kiara, ¿no me escuchaste? —preguntó Tiyana, dándole golpecitos al brazo de la silla en donde Kiara estaba sentada—. ¡Puedes regresar al teatro!
—Te escuché —contestó ella con un suspiro lleno de nostalgia.
Tiyana se tranquilizó y tomó asiento en una silla idéntica, blanca, de hierro forjado, que estaba enfrente de ella.
A Kiara siempre le había encantado sentarse en el jardín bien podado que estaba en el patio de la casa de su padre, sentir el olor de todas las flores que la rodeaban, la luz del sol que calentaba su piel, no hacer nada excepto respirar el aire dulce, chismorreando con Tiyana. Pero ya no. Ahora, todo parecía aburrido, vacío.
Kiara observó como Tiyana levantaba la vista sobre su hombro y agitaba su bonita cabeza rubia, y por esa acción supo que su padre estaba de pie detrás de ella. No se molestó en mirar. Realmente no podía importarle menos donde estaba su padre.
—Tiyana —dijo él con rudeza—. ¿Nos perdonas un momento?
—Seguro, comandante —se puso de pies y le tocó la mano a Kiara—. Regresaré en un minuto. ¿Quieres algo?
Kiara negó con la cabeza, mientras sofocaba un sollozo. La única cosa que ella quería era a su marido y nada podría traer de vuelta a Nykyrian. Con una respiración temblorosa, Kiara apartó la mirada de su padre cuando se sentó en la silla que había ocupado Tiyana.
—Ángel.
—¡No me digas así! —chasqueó ella, incapaz de perdonarle lo que le había hecho, y todas las cosas que le había dicho desde ese día.
Él tomó una respiración profunda y le extendió una carpeta.
—Te traje tu reporte médico. ¡Deseo poder matar a todos esos bastardos por lo que te hicieron!
Kiara estrechó la mirada, queriendo sacarle los ojos por lo que había dicho. Se negó a aceptar la carpeta de su mano. No quería nada de él. Nunca.
Su padre pensaba que ella había sido violada por todos los hombres del OMG, sin importarle cuantas veces intentó explicarle lo que de verdad había pasado entre ella y Nykyrian, su padre solo se la pasaba diciendo que le habían lavado el cerebro.
¿Por qué no la escuchaba? ¿Cuántas veces había intentado decirle que nunca tuvo que hacer nada que no hubiera querido?
—Estás embarazada —dijo por fin su padre con un tono de amargura.
Kiara abrió la boca, y por primera vez en semanas, se sintió sonreír.
—El doctor dijo que puede terminar con el embarazo sin ningún problema.
—¡No lo hará! —chasqueó ella, al ponerse de pies.
Tiarun se incorporó, con un gesto de hostilidad en el rostro.
—Sé razonable. Un niño acabaría con tu carrera. ¿Eso es lo que quieres? —le preguntó, agarrándole el brazo y sacudiéndola con rudeza—. ¿Por qué querrías acabar con tu vida por una semilla bastarda?
Kiara tembló de la rabia y liberó su brazo de su agarre. Nunca en su vida había querido golpear a su padre, pero en ese momento dudaba que otra cosa le diera más satisfacción.
—Fue a mi marido al que mataste. ¡Mi bebé no es un bastardo! Es todo lo que me dejó, todo lo… —Sus palabras se interrumpieron cuando soltó un sollozo y salió corriendo del jardín.
Cuando llegó a su cuarto, se tiró en la cama y sollozó sobre sus almohadas. Todo lo que quiso fue regresar a ese último día que habían pasado juntos. Para tocar a Nykyrian una vez más. En su lugar, se tocó el estómago, donde la última parte de Nykyrian florecía. Le daría a su bebé todo el amor que le quiso dar a Nykyrian, todo el amor que a Nykyrian se le había negado en su vida entera.
* * * * *
—¿Vas a regresar al teatro?
Kiara se quedó a medio camino en una calle atestada de tiendas y miró a Tiyana a los ojos.
—Te he dicho mil veces que ya no voy a bailar más.
—¿Pero por qué? —insistió ella, en un tono de voz, que hizo que Kiara quisiera sacudirla.
Kiara suspiró. Se pasó una mano sobre su estómago plano, anhelando el día cuando vería alguna prueba de la existencia de su bebé.
—Ahora hay cosas más importantes que yo.
—¿Cómo cuales?
Kiara se puso rígida.
—Como mi bebé.
—Sabes que puedes bailar unos meses más. —Tiyana la agarró por el brazo y empezó a caminar nuevamente calle abajo—. Debes volver a pensar lo que estás haciendo. Dios, yo vendería mi alma por tener tu fama.
Kiara abrió su boca para replicarle que ella vendería su alma para recuperar a Nykyrian, pero cuando levantó la mirada, vio a Darling almorzando dentro de la cafetería por la que estaban pasando. La conmoción la hizo detenerse en la acera.
Sin decirle otra palabra a Tiyana, se liberó de su brazo y se dio la vuelta, mientras una extraña felicidad la recorría. Kiara entró a la cafetería y vaciló. Pestañeó, sin estar segura de lo que sus ojos estaban viendo.
—¿Darling? —preguntó, al acercarse a su mesa.
Darling levantó la mirada y se sobresaltó.
—¿Kiara? —dijo, con una sonrisa dibujada en el rostro cuando se puso de pies—. ¡Me había preguntado que había pasado contigo!
Kiara envolvió sus brazos alrededor de él, estallando de felicidad al ver finalmente a uno de los amigos de Nykyrian.
—¡Quería verte, pero no pude hacer contacto con ninguno de ustedes! ¿Qué haces aquí?
Darling sonrió y la abrazó con firmeza.
—Esperando a Caillen.
—¿Kiara?
Kiara se volvió y le sonrió a Tiyana.
—Tiyana, este es mi amigo, Darling.
Ellos estrecharon sus manos y Darling apartó una silla para ella.
—Es muy bueno verte. Después de la forma en la que ha estado Nykyrian últimamente, había empezado a creer…
—¿Qué? —gimió Kiara, la sangre abandonó su rostro mientras un frío aterrador se arrastró a lo largo de su columna vertebral. No podía ser posible. Seguramente no había escuchado correctamente.
Darling levantó la mirada hacia ella, volvió el lado del rostro que tenía sombreado por su cabello.
—¿Nykyrian está vivo? —preguntó Kiara, medio aliviada y medio enfurecida.
—Se suponía que yo no debía cometer este desliz —murmuró Darling.
El corazón de Kiara se tambaleó. No podía creerlo. No, no era cierto. Si Nykyrian estuviera vivo, hubiera venido por ella.
—Vi como fue asesinado —insistió ella, recordando la forma en la que Nykyrian retrocedía por los disparos, a su cuerpo inmóvil lleno de sangre, el sonido de la voz de los soldados diciendo que él estaba muerto.
Darling se lamió los labios y miró a Tiyana.
—Él estaba muy herido, pero un par de miembros del OMG lo ayudaron a ir a casa.
Kiara agarró el borde de la mesa con manos temblorosas, sus pensamientos se agitaban en su mente. Nykyrian estaba vivo y no la quería. Todo este tiempo, se había dicho que él la amaba, ¡pero ni siquiera se había molestado en decirle que estaba vivo!
Apretó los dientes con rabia.
—Ya veo —dijo por fin, su voz era tan helada como el sentimiento de amargura que la consumía.
Se puso de pies y le extendió la mano a Darling.
—Fue un placer haberte visto hoy. Deseo poder pasar más tiempo contigo, pero me temo que tengo que llamar a mi manager y aceptar un trabajo.
Kiara notó la confusión de Tiyana cuando salió de la cafetería y se internó en la multitud de la calle, con ella pegada a sus talones.
—¿Qué fue eso? —preguntó Tiyana, volviéndose para mirar en dirección a la cafetería—. ¿Quién era ese tipo?
Kiara estaba echando humo.
—Él no es nadie —mientras caminaba a través de la muchedumbre, deseó poder ver a Nykyrian nuevamente, ¡para poder dispararle ella misma!—. ¡No puedo creer que haya malgastado mi tiempo y mis esfuerzos! ¡Mi carrera!
—¿Qué?
Kiara miró a Tiyana.
—Nada. Estoy bien, y ¡voy a salir de mi retiro!
* * * * *
Nykyrian acariciaba la suave barriga de Ulf mientras miraba la presentación grabada de una de los ballets de Kiara. Sentía el corazón pesado. Sabía que debió haber ido tras ella —necesitaba ir detrás de ella, se corrigió a sí mismo— pero no podía.
Y no siendo suficiente infierno con echar de menos a Kiara, Rachol también había desaparecido. Su apartamento había sido destruido y nadie sabía quien lo había hecho. Lo habían buscado por semanas, pero nadie pudo encontrar ningún rastro de su paradero.
Nykyrian se tomó otro trago de grenna, mientras el dolor lo desgarra. Estaba solo, como siempre había querido estar. Pero nunca se había imaginado lo dolorosa que era la verdadera soledad. Suspiró de frustración. Kiara se estaba presentando esa noche en Gouran.
Un dejo de satisfacción lo invadió. Sus amenazas habían funcionado. Némesis había logrado intimidar al Probekeins lo suficiente, para que revocaran su contrato. Kiara había recuperado su vida. Una vida en la que no lo necesitaba, ni lo merecía.
Había tantas cosas que deseaba decirle a Kiara. Si al menos pudiera tocar su cuerpo por última vez…
Ay demonios, ¿qué le importaba? Se había pasado toda su vida deseando algo que no podía ser. Como le diría Rachol si estuviera allí, Nykyrian tenía dos opciones. Podía continuar revolcándose en su propia autocompasión inútil, o podría intentar ver a Kiara. Ninguna de las dos opciones parecía muy prometedora en ese momento. Suspirando de nuevo, Nykyrian fue a llenar su vaso otra vez.
* * * * *
Las luces parpadearon sobre el rostro de Kiara, cegándola. Apartó la cabeza y respondió algunas de las preguntas de los reporteros mientras se dirigía a su camerino.
Después de su breve y misteriosa desaparición, ella parecía ser más popular para los medios de comunicación. Los dejaría chismorrear. De todas formas, ¿qué le importaba? Esperaría hasta que ellos se enteraran de la existencia de su bebé, entonces si que tendrían sus jugosos bocados de chismes.
Con un suspiro de cansancio, entró a su cuarto y les cerró la puerta a los reporteros más entusiastas. Apoyándose en la puerta, respiró profundamente para tranquilizarse.
Se preguntaba, como es que había disfrutado bailar en la vida y si algún día volvería a disfrutarlo otra vez. Toda esa sucia política detrás de bastidores y los bailarines ávidos por quitarle el puesto a otro, todos esos promotores enfrentados que querían hacer un sola con una mano y empujarle la otra debajo de su vestido. Estaba cansada de eso.
Apartándose de la puerta, agarró una toalla de la mesa de maquillaje y limpió la transpiración de su frente.
—¿Kiara?
Ella se congeló, conociendo a esa voz que continuaba rondando sus sueños. Nykyrian salió de las sombras. Lo miró fijamente, notando los círculos oscuros debajo de sus ojos, la tensión alrededor de sus labios. La barba en su hermoso rostro, como si no se hubiera afeitado en muchos días.
A pesar de su enojo y dolor, su cuerpo latió con el deseo. ¿Cómo podía desear querer hacer el amor con él, después de todo lo que le había hecho? ¡La había abandonado a ella y a su bebé sin decirles si quiera adiós!
—¿Qué quieres? —chasqueó ella.
Él extendió una mano para tocarla, pero entonces la apartó.
—Quería explicarte.
Ella se dio la vuelta y le dio tirones a la cremallera de su vestido, maldiciendo cuando su cabello se enredó con ella y se le arrancaron varios mechones.
—¡No quiero escucharte! —gruñó ella, enfrentándolo—. ¡Me dejaste creer que habías muerto!
Como esperaba, su rostro estaba impasible.
Las lágrimas se deslizaron por las mejillas de Kiara al recordar su supuesta muerte, y su temperamento ardió mucho más.
—¡Pensé que habías sido asesinado por culpa mía! ¿Cómo pudiste hacerme eso?
Él apartó su mirada y se pasó la mano por el cabello.
—¿Acaso piensas que yo no sufrí? —su voz era un murmullo, un susurro imparcial que apenas escuchó—. Casi muero.
—¡Ojala Dios te hubiera llevado!
Su mandíbula tiró bruscamente, pero él no mostró ninguna otra reacción. Sin una palabra más, desapareció a través de las puertas abiertas del balcón. Kiara se dijo, que se alegraba mucho de que él se hubiera marchado. No lo quería ver después de todo lo que le había hecho. Él la había dejado. Pero su corazón no la escuchó.
—¡Nykyrian! —gritó ella, corriendo hacia el balcón, pero ya era demasiado tarde.
La calle abajo estaba tan vacía como su alma, como su vida.
Una ligera brisa ondeó a través de su cabello mientras estaba de pie, tratando de encontrarlo, haciéndole recordar los tiernos dedos que solían jugar allí en su lugar.
* * * * *
Kiara inhaló profundamente, aliviada de haber finalizado por fin con la entrevista en el programa de televisión. Su padre y Tiyana caminaban a su lado por el enorme pasillo de la estación, conversando sobre el éxito que había tenido en su regreso al teatro, sus pies golpeaban con un ritmo solemne sobre el suelo de porcelana gris.
Kiara se frotó los brazos para calentárselos. Que no daría ella por regresar a la soledad y a la paz que tenía con Nykyrian. Extrañaba hacer el amor con él, mientras las estrellas brillaban sobre ellos.
—¿Estás bien? —preguntó su padre, su tono de voz era caluroso y preocupado.
Su padre se había vuelto mucho más comprensivo en las últimas semanas, pero todavía se negaba a llamar a su bebé, de otra forma que no fuera “eso”. Kiara había dejado de estar enfadada con su padre. Ahora enfocaba su rabia en otra fuente, una que tenía un hermoso cabello rubio y hoyuelos, a una que le gustaría realmente matar.
—Solo estoy cansada —dijo ella, arreglándose la capa alrededor de los hombros.
Kiara captó un movimiento por el rabillo del ojo. Se volvió para ver una pistola apuntada directamente hacia su pecho. Un gritó se soltó de sus pulmones cuando su padre la apartó. Un dolor intenso y palpitante, estalló por su brazo cuando se cayó al suelo.
Más tiros fueron disparados, pero ella no podía saber que era lo que estaba pasando ya que estaba debajo de su padre. Los gritos invadieron al vestíbulo y alguien pasó al lado de ella.
—¿Kiara?
Ella pestañeó al escuchar la voz de Nykyrian, olvidó el dolor de su brazo.
Su padre rodó fuera de ella con un gruñido. Kiara intentó alejarse de Nykyrian, pero él extendió la mano y la agarró por el brazo, con un asimiento acerado que no pudo romper.
—¡Suéltela! —rugió su padre, intentando apartar la mano de Nykyrian de ella.
Nykyrian apartó ferozmente a su padre y la levantó por un brazo. Con una salvaje maldición, su padre volvió hacia ellos.
—No —dijo Nykyrian, apuntándole al pecho de su padre con la pistola.
Su padre se congeló, sus ojos lucían confundidos por lo que pudiera hacer.
Kiara intentó furiosamente soltarse de Nykyrian hasta que observó como la sangre cubría la parte superior de su cuerpo. Un terror frío la consumió. ¡Su bebé!
—¿Me han disparado? —gimió ella, incapaz de comprender por qué razón no sentía dolor.
Nykyrian la levantó del suelo, se la echó encima del hombro y corrió a toda velocidad por el vestíbulo. Otra ráfaga de tiros les fueron disparados. Kiara permaneció en silencio, porque no podía creer lo que estaba pasando, rezando para que la herida no arriesgara la vida de su bebé.
Hauk apareció de repente, disparando su pistola.
—Te cubriré —le gritó a Nykyrian—. Sácala de aquí.
Kiara sintió dudar a Nykyrian solo un segundo antes de que abriera la puerta de las escaleras y bajara corriendo tan rápido como podía con ella encima.
Ella se retorció, intentando liberarse.
—¡Aléjate de mí! —gritó ella al fin.
Él no le prestó atención. Nykyrian la soltó solo cuando llegaron al lado de su nave, pero la seguía sosteniendo firmemente con su mano derecha mientras enfundaba su pistola con la izquierda.
Kiara luchó contra él, golpeándole el brazo con toda su fuerza.
—No me voy a ir contigo.
—El infierno, si no —chasqueó él, tirándola contra su cuerpo para que no pudiera seguir pegándole—. Los hombres de Aksel tienen este lugar rodeado. ¡Su misión es capturarte!
—¡Estás mintiendo! No existe ningún contrato en mi contra. ¡Estoy segura!
La expresión venenosa de sus ojos la congeló.
—Es a mí a quien quiere atrapar usándote a ti como cebo para atraerme.
Sus mejillas empalidecieron. Por un momento pensó que estaba mintiendo, pero la fría gravedad en su rostro le advirtió que le estaba diciendo la verdad. Atontada, permitió que la subiera a su nave para salir rápidamente de Gouran.
—¿Adónde me llevas? —susurró ella, intentando detener el flujo de sangre de su brazo—. Necesito un doctor.
Sus ásperas manos rompieron su vestido sobre la herida de su hombro.
—Solo es un arañazo —dijo, mientras sacaba un pedazo de tela debajo de su asiento—. Apriétate con esto. Dejará de sangrar antes de que lleguemos a casa.
A Kiara le temblaron los labios. Él estaba enfadado, la prueba estaba en su voz endurecida cuando le habló.
¿Qué le había hecho ella? ¡Era la única que tenía derecho a estar enfadada!
—Quiero ir a mi casa en Gouran —insistió ella.
Su mano se apretó alrededor del volante.
—No puedes.
Kiara no se molestó en discutir con él. Sabía que regresaría a casa sin importarle lo que tuviera que hacer. ¡No iba a quedarse con él, después de que la había abandonado!
Demoraron una eternidad en llegar a su casa. Su silencio hostil la hizo poner más nerviosa, pero Kiara sabía que romperlo sería mucho peor que soportarlo.
Nykyrian entró primero a la casa. No se molestó en mirarla, o ayudarla con su herida. Kiara apretó los dientes furiosa. Estaba de pie frente a la puerta, entre la bahía y su casa, sus piernas eran acariciadas por las lorinas.
Sin mirarla, Nykyrian abrió un armario de la cocina y sacó una bolsa médica.
—Aquí —dijo él, sacando un antiséptico y una tela blanca. Los puso en la mesa antes de dirigirse hacia las escaleras.
Kiara caminó dentro del cuarto, su cuerpo estaba entorpecido por todo lo que le había sucedido.
Nykyrian hizo una pausa en la puerta de su alcoba y se volvió para enfrentarla. Ninguna emoción se retrató en algún poro de su cuerpo que le indicara lo que estaba pasando por su mente.
—Tú vas a dormir en el cuarto de la televisión —dijo él ausentemente, luego cerró la puerta detrás de él con un fuerte porrazo.
Kiara agarró la botella de antiséptico, queriendo tirársela a la cabeza. ¡Cómo se atrevía a tratarla de esa manera! Echando humo, se apresuró a ocuparse de su herida, maldiciendo en todo momento al hombre que estaba arriba.
No le tomó mucho tiempo el limpiar la herida y vendarla. Nykyrian había tenido razón, solo era un arañazo. Con una mirada intensa hacia las paredes oscuras de arriba, se dirigió al cuarto de la televisión.
Se detuvo en la puerta, observando una de sus batas echadas sobre la cama. Incluso en medio de todo su enojo, él cuidaba de ella. Kiara sintió como se apretaba su garganta. Sería tan fácil, correr hacia arriba y tocarle la puerta hasta que él la abriera, pero no podía hacerlo.
Dios, como lo deseaba, ardía por él. Pero a él no le importaba ella. Si así fuera, nunca hubiera permitido que pasara por todas esas miserables semanas en las que creyó que él había muerto. Si solo supiera que decir, o que hacer. Sus mejillas se inundaron de lágrimas mientras se sentaba en el borde de la cama, rezando para que ocurriera un milagro que pudiera sanarle los destrozados trozos de su vida.
* * * * *
Nykyrian miraba las estrellas que estaban sobre él. Finalmente Kiara se había callado después de horas de llorar y maldecir su alma. Inclinó la botella de alcohol contra sus labios, permitiendo que el líquido ardiente bajara por su garganta. Rachol había tenido razón, las estrellas eran muchísimo más interesantes cuando se estaba borracho que sobrio.
Suspiró, dolido por el amigo que sabía, estaba muerto, dolido por la mujer que sabía que no podía tener. Si Driana no le hubiera avisado a Hauk esa tarde, Kiara ahora estaría muerta y todo habría sido su culpa. Dios, si hubiera llegado segundos después, hubiera sido capturada o asesinada. Sus intestinos se retorcieron. Tomó otro trago de grenna. Qué vida.
Antes de que pudiera detenerse, salió del cuarto y se dirigió hacia las escaleras, para bajar hasta la cama de Kiara. Abrió la puerta del cuarto de televisión, teniendo cuidado de no hacer ruido.
Su respiración se intensificó y el deseo latió en sus venas, exigiéndole hacer algo mas que quedarse ensimismado como un necio con la boca abierta. Pero sabía que esta noche no podía escuchar esa parte de él que amaba a Kiara, esa parte de él que se moría por ella.
Un amargo y anhelante deseó lo invadió cuando miró como ella levantaba y dejaba caer su pecho en medio de su sueño pacífico. Estaba acostada a medio lado, su pelo rizado se desparramaba por detrás.
Su mano le ardió al recordar como se sentía el acariciar esos mechones. Nykyrian apretó los dientes. Su cuerpo latía y por un momento, temió que podría rendirse a sus necesidades después de todo.
—¿Nykyrian? —susurró Kiara, abriendo los ojos para levantar la vista hacia él, con el rostro triste y lastimoso.
Él se agarró al marco de la puerta indeciso. Tenía que dejarla ir. Aksel solo era uno de los cien asesinos que harían cualquier cosa por acabarlo. Lo que sea.
—Vuélvete a dormir —gruñó y cerró de golpe la puerta.
Kiara miró fijamente el portal, con el corazón roto. ¿Por qué había venido a verla? ¿Y por qué a ella le importaba?
Se puso la mano sobre el estómago, tentada de hablarle sobre el bebé, pero no podía. Con su actual temperamento, quien sabe como reaccionaría. Lo último que necesitaba era a otro asesino furioso vagando alrededor de la casa mientras dormía.
Además, era a su hijo al que nutría. Un recuerdo de un tiempo feliz que dudaba alguna vez regresaría.
* * * * *
—¿No estás lista aún? —gruñó Nykyrian mientras Kiara se arreglaba la última parte de su pelo.
—¡Deja de gritarme!
En su lugar la miró con intensidad.
Kiara apretó los dientes furiosa. Todo lo que había hecho desde que la despertó rudamente, era gritarle y sisearle.
—¿Adónde me vas a llevar?
—Afuera.
Disgustada, Kiara suspiró.
—Eres una gran fuente de información. Quizá deberías considerar conseguir un trabajo en los medios.
Por su cara, ella pudo decir que su sarcasmo no le afectó.
—Si has terminado de hacer tus tontos comentarios, se supone que debo de encontrarme con alguien.
Kiara se heló.
—¿Y por qué vas a llevarme?
La furia y el odio ardieron en sus brillantes ojos verdes. Ella retrocedió un paso, asustada de él.
—Rachol se ha ido —gruñó—. No tengo ni idea de quien sabe donde vivo ahora. Si te dejo aquí, con la suerte que tengo, te encontrarán.
Ella le frunció el ceño.
—¿Racho se ha ido? —repitió, mientras su cuerpo se entumecía—. ¿Qué quieres decir con eso?
Nykyrian se puso la chaqueta con tirones enfurecidos.
—Quiero decir que ha desaparecido. Nadie lo ha visto en semanas y su apartamento quedó destrozado. Asumimos que alguien actuó por el contrato de tu padre y lo mató. Supongo que debo ir a la casa de tu padre para ver si le han entregado la cabeza de Rachol como él la pidió.
—No —susurró ella, incapaz de creerlo. Las lágrimas se recogieron en sus ojos mientras pensaba en el dolor que debía estar sintiendo Nykyrian, a pesar de la frialdad de su tono de voz mientras le hablaba.
Nykyrian retorció el labio ante ella, con los ojos ardiendo.
—Desearía haber matado a tu padre en lugar de salvarlo.
Kiara sollozó al escuchar la amargura de su voz.
—¿Y por qué no lo hiciste?
—¡No lo sé! —rugió—. Ya no sé por qué hago las cosas.
Kiara extendió la mano para tocarlo, pero él la rechazó.
—Solo entra a la nave y déjame solo.
Las lágrimas cayeron por sus mejillas mientras obedecía su orden. Sabía que debería estar enfadada con él, maldecirlo, algo. Pero en ese momento, todo lo que pudo hacer fue ver imágenes de Rachol molestándola. Ellos habían sido familiares, hermanos de espíritu.
Sorbió sus lágrimas.
Kiara miraba las estrellas a su paso mientras volaban hacia un destino que ni siquiera se molestó en preguntar. Estaba cansada de que le gruñeran. Todo lo que quería era un día de paz. Regresar a esos días antes de que le dispararan a Nykyrian.
Nykyrian aterrizó violentamente. Kiara jadeó, por su cuerpo adolorido. Le frunció el ceño, preguntándose por qué había aterrizado de esa manera, pero contuvo su lengua.
Sin decirle una palabra, él la sacó de la bahía, hacia una pequeña fila de casas. Kiara echó una mirada alrededor, intentando descifrar su rumbo, pero nada le parecía familiar.
Lo siguió a través de muchas calles, antes de que se detuviera en una enorme casa blanca. Él levantó la mirada y bajó la calle en una manera que le recordó la primera noche que la había protegido, luego golpeó la puerta.
La empujó a un lado de la puerta y desenfundó su pistola.
La puerta se abrió para desplegar a la atractiva rubia del club.
—Si prefieres, puedes revisar todo el lugar —la mujer sonrió con afectación, abriendo la puerta ampliamente para que pudieran entrar—. Me enferma la manera en que ustedes los hombres siempre andan esperando una emboscada.
A Kiara no le extrañó el odio subyacente en el tono de voz de la mujer.
Nykyrian metió a Kiara en la casa. Con curiosidad, ella le echó un vistazo al cuarto principal. Una niña estaba sentada en el suelo, levantando la mirada hacia ellos con sus enormes y luminosos ojos verdes. Sus ojos se abrieron como platos cuando miró a Nykyrian, y apretó su muñeca de trapo contra su pecho.
—Yo no soy peligroso —dijo él con voz calmada, mientras le pasaba los dedos por el cabello a la niña, de una forma, que hizo anhelar a Kiara contarle lo de su hijo.
La muchacha miró a su madre para confirmarlo.
—Él es un buen hombre, Thia. Ahora corre a tu cuarto.
La niña se levantó rápidamente del suelo como si un escuadrón de policías la estuviera persiguiendo. Kiara frunció el ceño, preguntándose por qué una niña tan pequeña, le tenía tanto miedo a los extraños.
Driana la llevó de la mano hasta el sofá.
—Ustedes dos, tomen asiento, mientras yo voy por los discos.
Kiara no se movió. En su lugar, observaba la extraña expresión en el rostro de Nykyrian mientras este miraba detrás de la niña pequeña.
—¿Cuántos años tiene ella, Driana? —Nykyrian enfrentó a la mujer con un duro ceño.
Kiara se cuestionaba por la extraña emoción que oscurecía el rostro de Nykyrian. Driana bajó su mirada un poco incómoda.
—¿Ella es mía? —preguntó él y Kiara sintió como su mundo se inclinaba.
A Kiara casi se le salen los ojos de sus órbitas, cuando volvió su mirada hacia Driana, a la hermosa gracia del rostro de la mujer y sus modales.
—No —contestó Driana.
Nykyrian suspiró.
—Tú no sabes mentir. Siempre arrugas la nariz.
Inconscientemente, Driana se pasó los dedos por el puente de su nariz. Las lágrimas se agruparon en los ojos de Criaba cuando volvió su mirada hacia Nykyrian.
—Thia sabe que Aksel no es su padre. No pude soportar la idea de que lo llamara a él papá.
Nykyrian se encontró con la mirada de Kiara. Que no daría ella por saber que pensamientos pasaban por su mente. A su vez, deseaba poder ordenar sus propios sentimientos sobre este descubrimiento.
—¿Por qué no me lo dijiste? —preguntó Nykyrian, con voz rota.
La furia nubló los ojos de Driana.
—¿Y que iba a ganar con eso? Después de lo que tu padre te hizo cuando se enteró de que éramos amantes, no me atreví a decirle a nadie que estaba embarazada. Aún tengo pesadillas por la paliza que recibiste —se frotó los brazos y miró hacia el suelo—. Aksel no está seguro de que tú seas el padre. Lo sospecha. No tengo ni idea de lo que haría si alguna vez conoce la verdad.
—¿Fue por ella que me trajiste aquí?
Driana miró fijamente a Kiara.
—¿Quién es ella?
—Mi esposa.
Kiara se sobresaltó, sorprendida de que él se molestara en reclamarla, después de la manera en que la había tratado desde que la salvó en la estación.
Driana asintió con displicencia, mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas.
—No es extraño que Aksel esté intentando atraparla. Deliró toda la noche porque no pudo capturarla ayer.
Kiara quería decir algo para hacer que todo estuviera bien, para aliviar un poco el dolor en la voz de Driana, pero no podía pensar en algo que no sonara condescendiente.
—¿Puedo pasar algún tiempo con Thia? —preguntó Nykyrian, tomando una foto de su hija de la mesa.
Driana se limpió las lágrimas de sus mejillas.
—Eso me gustaría. Aksel la tiene totalmente aterrorizada. Él me recuerda a su padre. —Driana irrumpió en un sollozo—. Creo que podría arreglar algo para alguna semana —miró a Kiara—. Es decir, si no te importa.
Kiara levantó la mirada hacia Nykyrian quien la estaba estudiando con intensidad.
—No me importa en absoluto —dijo ella, sorprendida por la honestidad de su respuesta.
Driana asintió con la cabeza.
—Si quieres, puedes verla ahora mientras yo busco los discos.
Kiara siguió a Nykyrian mientras Driana los llevaba por el vestíbulo hacia una habitación en la parte de atrás. Cuando entraron, Thia saltó de su escritorio en miniatura con un jadeo de sobresalto.
—Oh Mamá —susurró, cubriéndose el pecho con una mano diminuta.
Kiara observó como Nykyrian se tensaba ante su gesto.
—Thia, estos son amigos míos. Quiero que los acompañes mientras yo hago algo.
—Muy bien —dijo ella, regresando a su silla.
Driana les sonrió, y luego salió de la habitación. Kiara se quedó parada en la puerta, no queriendo interferir en el tiempo precioso que iba a pasar Nykyrian con su hija.
Se mordió el labio, sabiendo que esto le permitiría darse cuenta de lo receptivo que él sería con su propia condición. Reflexivamente, se pasó la mano por el estómago.
Thia se rascó la cabeza, estudiando la estatura de Nykyrian.
—¿Eres amigo de Aksel?
—No —contestó él, mientras se sentaba en el suelo.
—Bien.
Nykyrian se frotó su bíceps derecho, y por ese gesto, Kiara se dio cuenta de que estaba incómodo.
—¿No te gusta Aksel?
Ella negó con la cabeza, su cabello rubio revoloteaba mientras continuaba escribiendo en una hoja.
—Él es malo con mamá.
Nykyrian buscó alrededor a Kiara. Ella le ofreció una sonrisa de estímulo. Él la miró con una expresión extraña que no pudo entender y se volvió para mirar a Thia.
Pasó la mano sobre una pila de libros que estaba amontonada al lado del escritorio. Escogiendo uno, lo hojeó.
—¿Tú lees esto? —preguntó él, volviendo a colocar el libro sobre la pila.
Thia se movió con indignación en su silla como si esa pregunta la insultara.
—Sí —dijo, mientras escribía una nota en su agenda—. Estudié idiomas en la escuela, pero nadie aparte de mis instructores puede hablar conmigo en ellos.
Nykyrian dijo algo que Kiara no pudo entender.
Thia abrió los ojos como platos mientras le respondía en el mismo idioma. El calor recorrió a Kiara cuando Thia sonrió y desplegó un par de hoyuelos idénticos a los de Nykyrian.
—¿Cuántos idiomas conoces? —susurró Thia, usando su idioma nativo ante su súbita excitación.
—Realmente, nunca los he contado —Él sonrió y Kiara se enojó porque casi la hace fundir—. Pero si quieres, puedo ayudarte con ellos. He vivido en mucho de los planetas en donde esos idiomas se hablan.
—¿Esos planetas eran bonitos? —susurró Thia, con los ojos soñadores—. Aksel no me deja salir de aquí —un ceño revoloteó por su rostro, y entonces desapareció detrás de una sonrisa—. He visto hologramas y fotografías de esos lugares. En la noche, me gusta soñar con visitarlos cuando sea grande.
Nykyrian le tocó su diminuta mano y Kiara creyó que iba a estallar en lágrimas. Este era el Nykyrian del que ella se había enamorado. El hombre tierno, amable que hacía lo que sea por la gente que quería.
—Te diré un secreto —dijo él, inclinándose para acercarse a Thia—. ¡Esos lugares no son ni la mitad de hermosos que tú!
Sonriéndose, Thia acercó su silla hacia él.
—Eres más agradable que la mayoría de las personas que visitan a mamá.
—¡Aksel está llegando! —El gritó de Driana irrumpió en su conversación.
Kiara levantó la mirada hacia Nykyrian, su corazón latía de terror. Cuando él apartó la vista de Thia, lo vio dudando ante el deseo de partir o de quedarse. Se encontró con su mirada y entonces se puso de pies.
—¿Hay alguna vía de escape? —preguntó.
—Por el balcón detrás de ti.
Nykyrian abrió la puerta y ayudó a Kiara a atravesarla. Driana le entregó los discos. Él hizo una pausa por un momento, mirando fijamente a Thia.
—Regresaré por ella.
Driana asintió con la cabeza.
—Contaré con eso.
Bajaron por la espaldera y siguieron calle abajo. Kiara soltó un suspiro de alivio. Miró a Nykyrian, pero como de costumbre, no le dio ninguna pista de lo que estaba sintiendo. La tomó por el brazo y la llevó de vuelta hasta su nave. Por lo menos, esta vez su asimiento era más suave.
—Así que ahora eres papá —dijo Kiara con una sonrisa calurosa—. ¿Cómo te hace sentir eso?
Después de la forma tierna en la que había hablado con Thia, Kiara esperaba que emitiera su satisfacción, su sonrisa, su felicidad, pero todo lo que consiguió fue un gruñido profundo.
Su mano se apretó en su brazo.
—Me siento como el infierno —graznó él con un tono de voz desquiciante.
Un escalofrío recorrió la espina dorsal de Kiara. Se pasó la mano por el estómago.
—¿Por qué dices eso?
Él se detuvo en un callejón y la miró ferozmente.
—Un hijo es la última cosa que necesito en mi vida. Solo sería otra de las personas indefensas que dependen de mí para protegerlos. No puedo ni siquiera protegerme a mi mismo, Rachol… —su voz se apagó.
Kiara se estremeció nerviosamente, deseando decir algo que pudiera aliviar el dolor en sus ojos.
—Yo no sirvo para ser padre. Qué se supone que debe hacer ella, presentarme a sus amigos: Hola, este es mi papá. ¡Lo quieren muerto más gobiernos de los que puedo contar!
Kiara se tensó en reacción a sus palabras.
—No tienes que ser tan sarcástico.
Él negó con la cabeza.
—Vamos Kiara, ni siquiera tú eres tan ingenua. Aksel te persigue para poder atraparme. ¿Quieres saber lo que mis enemigos harán si alguna vez se enteran de que tengo una hija pequeña? Su vida no valdría nada.
Kiara dejó que sus palabras cayeran sobre ella y con cada una de ellas se encogía un poco más. ¿Y si Thia fuera su hija? ¿Qué pasaría si Nykyrian tuviera razón y alguien raptaba a su bebé para usarlo en contra de él? ¿Podría resistirlo? No podría. Preferiría que le arrancaran su corazón a que le tocaran a su bebé.
Su corazón latía con agónicos golpes, comprendiendo que tenía que tomar una decisión. Su marido o su bebé. No podía tenerlos a ambos, el mundo de Nykyrian era demasiado cruel para eso. Tragándose un bulto de remordimientos en su garganta, supo cual era la respuesta. Tendría que proteger a su hijo de la verdad así como Driana había hecho con Thia.
Nykyrian nunca sabría nada sobre su bebé, y ella nunca viviría con él como su esposa.
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