ATERRADA, DELPHINE FUE LANZADA EN UN OSCURA CELDA por una de las
sirvientas de Azura. La puerta se cerró de golpe, sellándola en su interior con un sordo
ruido enfermizo. No había luz alguna y en la opresiva oscuridad podía escuchar a alguien
respirando. ¿Dónde estaba?
Más importante aún, ¿Qué era?
Peor todavía, Azura la había devuelto el collar de contención al cuello. Todo lo que
tenía eran sus propias manos para protegerse. Nunca se había sentido tan vulnerable.
—Realmente me estoy cansando de ser cogida y abandonada. —Durante miles de años,
había luchado sin problemas. Ahora parecía que no podía moverse sin que la jodieran.
Algo tosió.
Delphine se giró, lista para la batalla.
—¿Quién hay ahí?
—Yo.
La voz era tan débil que al principio no la reconoció.
—¿M’Adoc?
—Sí.
Ella siguió el sonido de la entrecortada respiración para encontrarle en el suelo junto a
sus pies. Ahora que estaba cerca, podía confirmar que el profundo aliento no era de rabia.
Más bien eran jadeos de dolor.
Temiendo pisarle, se detuvo.
De todos modos no podía ver más allá de los tenues contornos de su cuerpo.
—¿Estás bien?
—Estupendamente —dijo en un tono seco que traicionó el dolor insoportable que
padecía.
Se estiró para tocarle sólo para que él dejara escapar una agónica maldición. Sintió
como si tuviera sangre en los dedos y cuando él dio un respingo, escuchó una especie de
traqueteo de pesadas cadenas.
—No me toques.
—Lo siento —se disculpó ella—. No veo nada.
—Simplemente… quédate… ahí.
—¿Hay luz aquí?
Él tosió.
—No quieres esa luz.
—¿Por qué no?
Escuchó algo cruzar deslizándose por la habitación. Aterrorizada, se volvió, tratando de
ver en la oscuridad. Pero allí no había nada en absoluto.
—Confía en mí, niña. No quieres ver lo que está aquí con nosotros.
Algo se arrastró cerca de la puerta, haciendo que el pelo de la nuca se la erizara. No le
gustó nada. Ni un poco.
—¿Estás encadenado?
—Sí.
—¿Puedes liberarte?
—No. Han encajado las cadenas a través de mi cuerpo.
Su estómago se revolvió por el horror. ¿Cómo podía soportar el dolor que debía estar
padeciendo?
—¿Por qué estamos aquí?
—Para alimentar a las cosas que llaman a este lugar hogar.
Un crudo y absoluto miedo la recorrió.
—¿Qué? —Sintió crecer el pánico.
—Cálmate, Delphine. Tienes que hacerlo.
Ella volvió a escuchar el deslizamiento. Dándose la vuelta, trató de localizarlo.
—Atacan cuando sienten el miedo. Debes controlar tus emociones. Sé que es difícil,
pero concéntrate.
Su corazón golpeaba tan duro, que se sorprendió que no saltará de su pecho. No ayudo
nada cuando tropezó y cayó sobre un esqueleto que había en el suelo. Cuando aterrizó,
algo desconocido la tocó una pierna.
—¿Qué? ¿Quién está aquí?
—Shhhhh —le susurró M’Adoc con dulzura—. Cálmate.
Sí decía eso una vez más, gritaría.
—¿Por qué no me respondes?
—Porque estoy tratando de no asustarte más. Respira despacio. Piensa en algo
agradable.
Delphine cerró los ojos. En el pasado, su madre habría ocupado su mente. Pero hoy, se
trataba de la imagen sonriente de Jericho que la hacía sentirse segura. Protegida.
El deslizamiento se retiró.
—Esa es mi niña.
Ella se levantó lentamente.
—¿Hay algo que pueda hacer para ayudarte?
—Evitar que los monstruos ganen esta guerra. Asegúrate que Noir es detenido sin
importar cómo.
Eso es lo que pretendía hacer.
—Lo estoy intentando, M’Adoc.
Lo escuchó maldecir por el dolor antes de que hablara de nuevo.
—Eres una mujer valiente, Delphine. Siempre lo has sido.
—No me siento valiente, especialmente no ahora mismo —dijo frotándose los brazos.
—Eso es valentía, sobre todo para una mujer que no está acostumbrada a tener
emociones. Cuando sientes el profundo y paralizante miedo y no dejas que este te
detenga, se necesita verdadero coraje. Nunca hay valentía sin temor. Así como no hay
amor sin odio.
No estaba segura de si era cierto o no. Su experiencia con las emociones era demasiado
reciente. El concepto de valentía estaba más allá de su comprensión.
—¿Por qué te pusieron aquí?
—No les di lo que querían. Me negué a convertirme y participar en los planes de Noir.
Además, Zeus fue más cruel cuando nos castigo por entrar en sus sueños. Noir y Azura no
han sido peor que él. Puedo soportar las palizas y la tortura.
Delphine se estremeció cuando recordó algunos de sus propios golpes. Aunque los
Oneroi eran inmunes a las emociones, la capacidad de sentir y experimentar dolor había
permanecido con ellos. Por una parte, no eran realmente emociones, era una respuesta
física al ser heridos, y por otra, permitía a Zeus y a los demás dioses castigarles cuando se
saltaban las normas.
—¿Qué hay de los otros? ¿Se han convertido?
—M’Ordant está muerto —escuchó la congoja en su voz cuando lo dijo y su propio
corazón se dolió por la pérdida.
M’Ordant había sido quisquilloso con las normas, pero al mismo tiempo, había sido un
buen Oneroi. Y un gran amigo. Cada vez que necesitó respaldo, había estado ahí para
ayudarla. Le echaría mucho en falta.
—Lo mataron hace días cuando se negó a tomar su veneno.
No quería hacer la siguiente pregunta, pero tenía que saber la respuesta.
—¿Qué hay de D’Alerian?
—No lo sé. No le he visto desde que fuimos capturados. Una parte de mi espera que
también esté muerto, en vez de torturado como lo he sido yo. De todos modos, sé que
nunca conseguirán convertirlo. Que los dioses le ayuden, donde quiera que esté.
Ella gruñó con frustración.
—¿Por qué nos están haciendo esto? Hay otros panteones ahí fuera.
—Pero no con los Oneroi. Son nuestros poderes lo que ambicionan. Más que eso, Zeus
nos quitó nuestras emociones haciendo de los Skoti un objetivo fácil. Noir fue capaz de
infiltrarse en nuestras filas prometiéndoles devolverles los sentimientos. Los estúpidos y
crédulos bastardos creyeron sus mentiras.
—No es enteramente culpa suya. Los drogaron.
—Lo sé. Trataron de drogarme a mí también.
—¿Y no te convertiste?
—No. No soy lo suficientemente estúpido para llamar maestro a esa babosa. Mejor vivir
la eternidad en este agujero para ser comido vivo que ayudarle.
Delphine…
Jadeó ante la demoníaca voz que pronunciaba su nombre. Le recordaba a su madre.
Ayúdame, Delphine. Por favor.
—Ignóralos —la chasqueó M’Adoc.
—¿Qué son?
—Las almas de los condenados. Si respondes, tomarás su lugar para siempre en este
infierno y ellos serán libres para ir al reino mortal.
Las llamadas se hicieron más altas ahora.
Delphine se tapó los oídos y se obligó a oír la voz de Jericho. Cerró los ojos y se imaginó
que estaba con él. Sosteniéndole.
Esto eso…
La risa se extendió.
De repente, la luz inundó la celda. Delphine gritó cuando vio el horrible fantasma
blanco frente a ella. Su rostro hueco. Los ojos hundidos en la oscuridad. Mechones de pelo
sucio y gris flotando en torno a un rostro hinchado, mientras se estiraba para intentar
atraerla.
—¡No te temeré! —gritó—. No temo a nada. ¡Nada! —Ella se preparó para luchar.
El espectro se lanzó contra ella.
Delphine esquivó un golpe, esperando que la atacara. Pero justo cuando la alcanzaba,
esto gritó y se retiró.
Era Jericho.
Tenía a la criatura cogida por el cuello.
—Saca a Delphine de aquí—gritó por encima de su hombro. Con un rápido
movimiento, le cortó la garganta a la criatura y la lanzó lejos, justo a tiempo para ocuparse
del asalto de otro de ellos.
Phobos corrió hacia ella, la cogió y tiró hacia la puerta.
—¡Espera! —dijo ella, intentando detenerle—. M’Adoc también está aquí.
—Le tenemos —Phobos la condujo hacia el corredor.
Asmodeus estaba fuera, esperando.
Delphine se detuvo bruscamente, esperando que él estuviera contra ellos.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Contarme entre los amigos. Sólo para que conste, es mejor que no perdáis. No quiero
que frían mi culo, o cualquier otra parte del cuerpo, ya puestos.
—¿Por qué nos ayudarías?
Asmodeus se encogió de hombros.
—He oído que la estupidez es una enfermedad mortal. Quería comprobarlo yo mismo
para ver si era verdad o no. Si sobrevivo, sabremos que no lo es. Si muero… bueno,
apestará. Malamente. Y no seré feliz.
Phobos salió de la habitación con M’Adoc apoyado pesadamente contra él. M’Adoc
tenía la cara golpeada hasta el punto de que apenas se le reconocía. Sus ropas estaban
desgarradas y mostraban un cuerpo destrozado por sangrantes heridas.
—Vamos.
Ella no tuvo oportunidad de hablar antes de dejar ese reino. Lo siguiente que supo, es
que estaba en una enorme sala blanca con Tory y varios otros Oneroi. Un hombre y una
mujer estaban tendidos en el suelo, en muda agonía.
Tres Carontes aparecieron con más heridos, colocándolos en el suelo antes de volver a
desaparecer.
—¿Qué está pasando? —le preguntó a Tory, que estaba ayudando a uno de los Skoti a
beber un vaso de agua.
—Ash, Jericho, Jared y Phobos están liberando a tantos prisioneros como pueden.
Aún así, Delphine estaba confundida.
—¿Por qué los traen aquí?
—Es el lugar más seguro hasta que podamos reagruparnos. Ash quiere primero contar
a los supervivientes.
Delphine miró a su alrededor al pequeño grupo que había. Realmente no parecía
prometedor. Pero al menos no estaban luchando entre ellos. Los Skoti parecían demasiado
débiles para hacer otra cosa que tenderse en el suelo y gemir.
La puso enferma verlos así.
—Aquí. Déjame ayudarte.
Se giró para encontrarse a una menuda mujer a su lado.
—¿Ayudarme con qué?
Ella sonrió cariñosamente.
—A quitarte ese collar. Relájate, mi nombre es Danger y soy una de los administradores
de Acheron. Aquí estás a salvo, te lo prometo.
Delphine se levantó el pelo de modo que pudiera desabrocharle el collar y restaurar sus
poderes… otra vez. Se estaba cansando realmente de perderlos.
—Gracias.
—De nada.
Cuando Danger lo quitó, un fuerte aguijonazo la atravesó.
Haciendo una mueca, se echó hacia atrás. Pero le llevó un minuto darse cuenta que no
venía del collar.
Eran sus poderes advirtiéndola que Jericho estaba en serios problemas.
JERICHO DEJÓ EL HOYO PARA REGRESAR CON ASH Y JARED, que luchaban
contra demonios, gallus y otras cosas espeluznantes, en el agujero principal donde habían
sido llevados la mayoría de los prisioneros. No podía dar un paso sin ser golpeado por
ellos.
Pero eso estaba bien para él. Tenía un montón de rabia reprimida que sacar. Pobres de
ellos por ser los receptores. Si no disfrutara tanto de ello, realmente sentiría lástima por
ellos.
Como no era así…
Cortó a un demonio por la mitad.
Phobos apareció de nuevo a su lado.
—¿Alguien ha visto a Deimos?
Antes de responder, Jericho cogió a otro gallu por el cuello, lo arrojó al suelo y hundió
la daga entre los ojos de la criatura para matarlo.
—Está con Jaden.
—¿Dónde?
—Colgado en la pared.
Phobos le dirigió una hastiada mirada.
—¿Puedes indicarme?
Dejando a Ash y a los Carontes luchar, Jericho dirigió a Phobos y Jared bajando por el
mismo corredor que había tomado antes con Asmodeus. Una de las mejores cosas de
volver a tener sus poderes era ser capaz de recordar pequeños detalles como este. Había
extrañado la infalible memoria de los dioses.
Una vez que regresaron a la sala, tuvieron que patear la puerta para entrar. Algo que no
era fácil, pero estaban decididos.
Jericho se detuvo tan pronto como vio los grotescos restos de los Oneroi en el interior
de la habitación. Parecía como si alguien los hubiera destrozado recientemente. Lo peor
era el hedor de sus cuerpos.
Maldito Noir. No podía creer que hubiese sido tan estúpido para pensar siquiera en
seguirle. Qué idiota había sido.
Phobos dejó escapar un profundo lamento de su garganta cuando corrió hacia su
hermano, quién colgaba desmadejado contra la pared. No había signos de vida.
Pero era la mirada en el rostro de Jared lo que traspasó completamente a Jericho. No
había emociones evidentes, y sin embargo, sus ojos amarillos y naranjas hablaban de una
inconmensurable angustia.
Sin una palabra, Jared fue hacia Jaden.
Jaden repartió golpes a diestro y siniestro hasta que vio quién lo había tocado. La
incredulidad se gravó a agua fuerte en su golpeado rostro.
—¿Jared? ¿Qué estás haciendo aquí?
Jared respondió con un furioso gruñido mientras acuchillaba las cadenas que sostenían
a Jaden en la pared. No tuvo éxito en cortarlas para liberarlo, pero la cadena se aflojaba
con cada golpe de espada.
—Sacarte de aquí.
—No puedes.
—Y una puta mierda.
Jaden lo agarró por los hombros y le dedicó una penetrante y dura mirada.
—No puedes —le repitió con fuerza.
Echándose atrás, el gruñido de frustración de Jared hizo eco a través del hoyo.
Jaden se volvió a recostar contra la pared, jadeando de dolor, cuidando de su brazo
derecho.
—Pon a los otros a salvo y no te preocupes por mí.
—No quiero dejarte aquí.
—Puedes y lo harás —el gruñido de Jaden igualó al suyo—. Por una vez en tu vida,
escúchame y haz lo que te digo. Sal de aquí y deja de perder el tiempo discutiendo cosas
intranscendentes.
Jared agarró la ropa sobre el hombro de Jaden y la estrujó en un puño.
—Tú no eres algo intranscendente. No para mí.
Jaden tocó su mano.
—En esta batalla, lo soy. No me matarán. Ahora vete. Salva a tantos de los otros como
puedas.
Jericho no sabía que sacar de su enfrentamiento cuando Jared tiró de Jaden hacia sus
brazos y lo sostuvo cerca en un firme apretón. La manera en que se abrazaban el uno al
otro… era como si fueran hermanos o amantes…
O íntimos amigos.
—Lo arreglaré —dijo Jared, liberándolo—. De algún modo, voy a hacerlo bien. Te lo
juro.
Jaden lo empujó alejándolo.
—Maldición. ¡Vete!
Jericho volvió su atención a Phobos, quién tenía a Deimos acunado en sus brazos.
—Está vivo —dijo Phobos—. Apenas.
—Sácalo de aquí.
Phobos no discutió. Se teletransportó inmediatamente fuera de allí.
Jared era otra cuestión. Dudaba como si no pudiera dejar a Jaden. Culpa, miedo y dolor
llenaban claramente su rostro.
Pero cuando una horda de demonios les asaltó, la atención de Jericho se volvió hacia la
supervivencia de Jared.
Él colgó al primer gallu al que alcanzó, entonces se encargó del siguiente. Rodaron por
el suelo. Jericho le golpeó con fuerza en la cara antes de levantarse para coger al siguiente
que descendía sobre él.
Impactó a uno con sus poderes, pero no antes de que el demonio le lanzara una de sus
propias ráfagas. Esta lo alcanzó en el pecho y lo lanzó hacia atrás.
Jared cortó al demonio con una fiera estocada de espada.
Cuando Jericho se puso en pie, sintió un escalofrío recorrerle la columna vertebral.
Noir estaba allí.
Lo sintió antes de que el dios apareciera en la habitación, a un metro de él.
Noir chasqueó cuando lo midió con su repugnante mirada.
—No tienes idea de lo que has empezado.
Jericho se mofó de él.
—Ni siquiera tú, gilipollas. Todo lo que has hecho fue jugar conmigo. Pensaste que sería
más divertido correrme a patadas, drogarme y así doblegarme. Mal movimiento de tu
parte.
Noir se rió.
—Volverse contra ti es lo mejor que hace la gente. ¿Todavía no lo has aprendido? No
tienes amigos. No tienes nada.
Contra su voluntad una imagen de Delphine se formó en su mente.
—¿Ella? —dijo Noir burlonamente como si pudiera leer sus pensamientos—. A
Delphine no le importas. Fue enviada por Zeus para seducirte hacia su causa o matarte.
Aquellas palabras lo golpearon. No podía ser. Ella no haría eso. Estaba por encima de
eso.
—Es verdad —insistió Noir—, pregúntale a Jaden.
Jericho se volvió para mirar a Jaden, quién entonces apartó la mirada como si no
pudiera soportar decirle la verdad.
Noir se rió.
—Eres un idiota tan crédulo. Tanto como el valiente Cratus. Eres patético. Te has
sacrificado por una mujer que te traicionó. Una que siempre te traicionará. Ella no es nada
y tú tampoco.
El dolor acuchilló el abdomen de Jericho. Bajando la mirada, vio la espada con la que
Noir le había apuñalado.
Noir le agarró la barbilla, sosteniéndolo con fuerza antes de tirar de la espada para
sacarla. Jericho jadeó cuando un crudo fuego lo atravesó.
—Debería haber sabido que no eras más que una pérdida de tiempo. Demasiado para
dirigir mi ejército.
Jericho trastabilló cuando Jared se adelantó para atacar.
Los dos se fueron el uno al otro igual que Titanes. Jaden fue por él.
—¡No te metas en esto, gusano! —advirtió Noir.
Jaden no lo escuchó. Pero tan pronto llegó al lado de Jericho, apareció una luz. Una que
perforó a Jaden, levantándolo de sus pies para fijarlo a la pared igual que algún tipo de
enfermizo experimento de laboratorio.
Jaden gritó de dolor mientras miraba a Noir.
—Si alguna vez consigo quitarte ese collar, estarás jodidamente muerto.
Esas palabras apenas se registraron en la mente de Jericho mientras intentaba usar sus
poderes para curarse.
No funcionaba.
¿Cómo podía ser? Haciendo una mueca, lo intentó otra vez y de nuevo no sucedió nada.
Noir le disparó una ráfaga que chisporroteó sobre su cuerpo.
—Eres patético.
Jericho intentó levantarse, pero algo lo volvió a golpear contra el suelo. Se cubrió el
cuerpo con la armadura.
Ni siquiera eso ayudaba.
Jared no podía llegar a Noir, Azura había destellado bloqueando su camino. Los dos
bloqueaban sus espadas y las entrechocaban mientras Noir se dirigía hacia Jericho.
No voy a morir así…
Por todo el poder de La Fuente, no sería derrotado en ese infernal agujero.
Noir lo apuñaló por la espalda, fijándolo al suelo.
—Ah… ¿Omití tu corazón?
Jericho siseó cuando Noir sacó la espada de su columna. Rodando, intentó apartarlo de
una patada. Era inútil. Cerró los ojos y convocó todo el poder que podía de La Fuente.
Noir le sonrió.
—Realmente no creerás que restauramos completamente tus poderes, ¿verdad?
Lo acuchilló a través del pecho, errando por poco su corazón.
Jericho gritó de dolor.
Retorciendo la espada, Noir la sacó de un tirón.
—Esta vez, no fallaré.
La hundió de nuevo.
Justo cuando ésta le golpeaba, algo borroso pasó junto a Jericho, alcanzando a Noir en el
pecho haciéndole retroceder.
Era Delphine.
Ella manifestó un arma y la usó para dirigirla de nuevo contra él. A Jericho le aterraba
verla enfrentarse a Noir como una igual. Cada vez que la esquivaba, ella fintaba y daba
una nueva estocada. Sus movimientos eran una sinfonía de gracia y agilidad, y sus
sucesivos golpes estaban molestando a Noir.
Ella apoyó el arma en el suelo, entonces la usó para saltar con todo su peso sobre el
estómago de Noir. Él gruñó perdiendo terreno.
Delphine se volvió hacia Jericho.
—Aguanta, bebé —jadeó antes de teletransportarle a la casa de Ash en Katoteros —el
reino del Paraíso Atlante.
Yacía en el suelo con Delphine encima de él, con un ceño fruncido de preocupación. Las
palabras de Noir rasgaron sus oídos.
¿Todo acerca de ella era una mentira? ¿Le había traicionado?
—¿Por qué volviste a buscarme?
Lo miró incrédula ante su pregunta.
—No quiero verte herido.
—Ni siquiera me conoces.
Ella le habló entonces, pero él no podía escuchar sus palabras por el dolor en su cuerpo.
En vez de eso, sintió que la oscuridad lo envolvía, tragándolo por completo.
Delphine sintió que su corazón se encogía cuando los ojos de Jericho se cerraron y dejó
caer la cabeza hacia atrás expeliendo un largo suspiro.
Aterrada de que estuviera muerto, se inclinó intentando sentir un latido. No había
nada…
No, espera. Estaba ahí. Apenas. Su respiración se desvanecía, pero era, también,
audible.
Gracias a los dioses por ello.
—Hicieron un desaguisado con él.
Ella alzó la mirada al hombre rubio que trabajaba como juez de Acheron. Alexion. Ese
era su nombre.
—¿Hay alguna cama donde pueda ponerlo mientras se cura?
Alexion frunció el ceño.
—¿No quieres transportarlo al Olimpo con los demás?
Negó con la cabeza.
—Odia estar allí. Por favor. Yo puedo sanarle, pero necesita descansar.
Alexion le tocó el brazo y Jericho se desvaneció.
Abrió la boca para preguntar sobre sus acciones, pero antes de que pudiera decir una
palabra, la había enviado a la misma habitación donde Jericho estaba tendido en una larga
e intrincada cama negra de postes. Las sábanas de lino fueron rápidamente teñidas por la
sangre de Jericho.
Alexion se apareció a su lado.
—No sé qué hacer con él en términos de esas heridas. Pensé que era un dios.
Con lo cual Jericho no debería sangrar así. Debería haber sido capaz de curarse a sí
mismo.
Pero era un caso especial y nadie lo sabía mejor que ella.
—Lo es.
—¿Entonces por que está sangrando de esa manera?
No estaba segura, pero tenía la ligera sospecha de que eso tenía que ver con su corazón
humano. Quizás Zeus le había permitido sanar de modo que pudiera matar a Jericho la
próxima vez. Zeus podía ser así de frío y calculador.
—No lo sé. —Aunque sabía que Acheron confiaba en ese hombre, ella no lo conocía del
todo. La última cosa de la que quería hablarle era de la debilidad de Jericho. Nadie
necesitaba saberlo, y guardaría el secreto hasta la tumba.
—¿Necesitas algo? —preguntó Alexion.
—No, gracias. Puedo atenderlo yo.
Él inclinó la cabeza.
—De acuerdo. Voy a ver entonces a los otros. Llámame si necesitas algo.
Sola con Jericho, Delphine usó sus poderes para quitarle la camiseta. Hizo una mueca al
ver sus heridas y cicatrices. Alexion tenía razón, Noir había hecho un enorme
desaguisado…
Apuñalarlo en el corazón. Una de las heridas apenas lo había esquivado.
Se congeló cuando la realidad penetró en ella.
Noir lo sabía. Algo, alguien le había dicho que se podía matar a Jericho atravesándole el
corazón. No había otra razón para que hubiese sido acuchillado de esa manera.
¿Pero quién se lo habría dicho?
¿Por qué?
Si fallaban en detener a Noir, todos sufrirían. El Olimpo caería y nadie estaría a salvo.
Pero como Jericho había dicho, la mayoría de las personas tenían un precio. Aquellos
que no eran pocos ni lejanos entre ellos. Quizás el dios oculto pensaba que podía
permanecer del lado de Noir y evitar ser el objetivo. O quizás le había ofrecido a Jericho
como una señal de buena fe. O quizás sólo odiaba apasionadamente a Jericho.
¿Quién lo sabía?
Enferma con el pensamiento de que alguien fuera tan frío, utilizó sus poderes para
curar las heridas, entonces manifestó agua y paños para limpiarle la sangre. Cuando pasó
el paño sobre los escarpados bordes de su abdomen, se detuvo ante la visión de las
cicatrices de ahí.
Dentadas y profundas, hacían juego con la de su rostro.
Ella se estremeció ante la visión. Zeus. Conocía esas cicatrices. Eran de sus relámpagos.
Enferma ante el dolor que Jericho había afrontado, se sentó sobre la cama y trazó la línea
de la cicatriz sobre su cara a sus labios. Incluso inconsciente, su poder era inigualable.
Y había vuelto a por ella para salvarla.
Sus palabras a Phobos sonaban en sus oídos. Sí, había ido a salvar a los otros, pero
también lo había puesto como excusa para ir a por ella. Incluso antes que su hermana. Ella
había sentado el precedente. Las lágrimas de tierna gratitud le nublaron la mirada.
—Eres tan valiente —le susurró ella.
Con todo, había sangrado por ella. Él, que había jurado que no se cruzaría con Noir, lo
había hecho. No sólo porque Noir lo había amenazado. No se lo creía. Desde el principio,
la había protegido de una manera que pocas personas lo hacían.
Jericho odiaba el mundo, y aún así se había convertido en su autodenominado
guardián.
Tomó su mano en las suyas y observó la oscura y cicatrizada piel. Áspera y callosa, era
casi dos veces el tamaño de las suyas. Esas eran las manos de un asesino y de un amante, y
le pertenecían al hombre que había cautivado una parte de ella.
Sus ojos parpadearon al abrirse.
—Hola —jadeó, agradecida de verle despierto.
La rabia frunció su entrecejo.
—¿Estoy en el Olimpo?
—No, estás en Katoteros. No les permití que te llevaran allí.
Jericho apretó el agarre sobre su mano mientras su mirada se volvía tempestuosa.
—¿Por qué estás siendo agradable conmigo?
—¿Qué quieres decir?
—Te he amenazado e intimidado. Apenas nos conocemos el uno al otro, y aún así estás
siendo amable. ¿Por qué?
—¿Tengo que tener una razón?
Su mirada se volvió oscura y acusatoria.
—Todo el mundo miente. Todo el mundo tiene un precio. ¿Qué ganas por tu
amabilidad?
Estaba confundida por su hostilidad.
—No tengo más motivación que la devolverte el favor por salvarme.
Esas palabras parecieron enfadarlo más.
—Así que, ¿Me estás diciendo que no hiciste un trato con Zeus para seducirme?
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