sábado, 25 de febrero de 2012

DW cap 4

ESTA VEZ, JERICHO SE ENCONTRÓ A NOIR EN LA SALA DE GUERRA y sin
señales de Azura. Ataviado con su armadura borgoña, el dios primordial estaba sentado
en una silla con las piernas sobre la mesa y los tobillos cruzados. Sus ojos medio abiertos,
sus dedos entrelazados mientras sus manos descansaban sobre su estómago.
Si Jericho no lo conociera mejor, pensaría que Noir había estado dormitando.
—¿Quieres algo?
Jericho se detuvo ante las bruscas palabras. Incluso, aunque Noir no había añadido un
insulto al final, fueron dichas con más desprecio del que estaba implícito.
—Azura me dijo que estoy aquí para liderar un ejército. Me gustaría conocer a esos
soldados.
Noir le sonrió con satisfacción.
—¿Entiendes lo que te estamos pidiendo que hagas?
—Matar a Zeus y poner de rodillas a los Olímpicos.
El rostro de Noir era impasible y frío.
—¿Crees que puedes hacerlo?
Jericho no se dejaría intimidar. Aunque sabía que Noir era el más poderos de los dos,
realmente no daba una mierda por él.
—Soy un Titán y luché con Zeus para encerrar a mis hermanos por él. ¿Tú qué crees?
—Creo que si mantienes esas valientes palabras, serás un valioso aliado.
—¿Dudas de mí?
Noir se encogió de hombros antes de bostezar como si le aburriera su conversación con
él.
—Yo dudo de todo el mundo. Todavía no he encontrado una persona a la que no pueda
corromper y/o poseer. Todo el mundo está en venta. Es sólo cuestión de negociar el precio
correcto.
—Entonces probablemente debí haber pedido más.
Noir se rió.
—Sí, deberías haberlo hecho. Esperaba que fueras difícil de convencer, pero no había
tenido en cuenta tu inmenso odio por Zeus —tomó una profunda bocanada de aire,
saboreándola—. Adoro el aroma del odio y la venganza. Es el más embriagador de los
brebajes.
Jericho no estuvo de acuerdo.
—Personalmente me siento más inclinado hacia la sangre. No hay mejor aroma en el
universo que ese, combinado con el aroma de la aterradora muerte.
Noir jadeó con fuerza como si se emocionara sexualmente por la descripción de Jericho.
—Oh, yo te gustaría. Los verdaderos espíritus afines son difíciles de encontrar.
—Olvidas quién y qué me dio la vida.
Noir asintió mientras hacía girar los pulgares.
—Lástima de aquellos que nacieron en el lado de la luz. Ellos no entienden cuán
seductora es la crueldad. La melodía hecha de gritos y ruegos de piedad. Mmm. Nada
mejor.
Jericho juraría que podía sentir la hoja temblando a su lado, pero si era en aprobación o
miedo, no podía asegurarlo.
—¡Asmodeus! —gritó Noir repentinamente—. Muéstrate.
Una nube oscura se formó al lado de Noir. Esta se solidificó lentamente hasta
convertirse en un ser que le recordaba a Jericho a un elfo alto. Sus agudas facciones se
inclinaban hacia la belleza, con todo, sus oscuros ojos grises no mostraban otra cosa que
crueldad. Vestido todo de negro, el demonio parecía siniestro y sin emociones.
—¿Me llamaste Maestro?
Noir le dedicó una fría mirada.
—Nunca te llamaría amo, babosa —alzó la barbilla para señalar a Jericho—. Es nuestro
nuevo aliado. Quiero que le muestres a Zeth y al resto de los perros Olímpicos que luchan
para nosotros.
Asmodeus se inclinó de forma verdaderamente aduladora.
—¿Alguna cosa más, Maestro? ¿Lamerle las botas? ¿Limpiarle el trasero?
Noir se movió hacia delante, pero no se levantó del asiento.
—Jódeme, gusano, y eso será la última cosa que hagas.
Los ojos de Asmodeus se ensancharon mientras añadía.
—Y con esa nota, Maestro, lo llevaré ante Zeth —se detuvo al lado de Jericho—. Ven
conmigo, Maestro Menor. Te enseñaré el camino.
El demonio se dirigió hacia la puerta.
Qué criatura más bizarra. Jericho vaciló en su lugar durante un momento más mientras
Noir continuaba con la mirada perdido.
—¿Hay algo más? —preguntó Noir desde su posición medio en reposo. Incluso aunque
parecía como si lo hubiera olvidado, Jericho había tenido la sensación de que nada
escapaba a la atención de Noir.
—Sólo es curiosidad. Cuando domines el mundo, ¿Qué planeas hacer con esto?
—Disfrutar. Ha pasado demasiado tiempo desde la última vez que fuimos
reverenciados por las masas. Una vez que lo hayas probado, lo entenderás. Y lo
recordarás. Somos los Señores Supremos. Es leche materna para los de nuestra clase.
Noir tenía razón. Jericho no podía recordar la última vez que alguien le había mostrado
algún tipo de respeto o incluso común decencia. Habían pasado años de su pasado
encerrado en prisiones, mazmorras y otros infernales agujeros en los que Zeus lo había
lanzado. Ninguna parte de él había quedado sin violar.
Ese era el por qué quería estar cubierto con la sangre de los Olímpicos. Por qué quería
lamerla de sus dedos…
Inclinando la cabeza hacia el antiguo poder, Jericho se dio la vuelta y lo siguió.
Asmodeus salió de la sala y bajó por un corredor que parecía iluminarse. Qué extraño.
—¿De dónde viene la luz? —le preguntó al demonio.
Asmodeus alzó la mirada, entonces volvió a mirar al suelo mientras caminaban.
—Um, no creo que quieras que te responda a eso, Maestro Menor.
—¿Por qué no?
—Eso quizás te moleste.
—Entonces moléstame.
Asmodeus vaciló otros pocos segundos antes de responder finalmente.
—Es por la sangre de los Cali, no la diosa Kali, porque afrontémoslo, hacerla sangrar
sólo la enfadaría y no es poca cosa ya que ella es malditamente demasiado poderosa,
aunque probablemente ya lo sabes. Así que esta viene de los pequeños e inofensivos
demonios Cali que fueron creados cuando se pinchó el dedo con una rosa. Esos Cali.
Aparentemente su sangre brilla. ¿Quién sabe, verdad?
Jericho se detuvo mientras levantaba la mirada. Los Cali eran una benevolente raza de
demonios que ayudaban a la humanidad. Dado que él nunca luchó con ellos, no tenía ni
idea si su sangre era azul o brillaba.
La sangre fluía a través de los tubos, recordándole una linterna.
—¿Cuántos han sido utilizados para iluminar el pasillo?
Asmodeus se encogió visiblemente.
—Bueno, verás, el problema con la sangre es que ésta a menudo se seca, y tienes que
tener un constante suministro de ello, lo cual no es realmente algo de lo que se supone que
hablemos y por eso te dije que no querías realmente que respondiera a tu pregunta. Tenía
razón, ¿huh?
El estómago de Jericho se encogió ante el pensamiento de la fría brutalidad de matar a
una especie sólo para usar su sangre para iluminar. Entonces, pensó otra vez en que los
humanos cogían luciérnagas por la misma razón. No podía contar el número de personas
a las que había visto reírse de ello untando el abdomen del pobre insecto sobre su piel para
hacerla brillar y entonces carcajearse de ello.
Suponía que básicamente era el mismo principio, la verdad. Jericho continuó tras
Asmodeus.
—¿Cuántos demonios y personas están esclavizados aquí?
—Define esclavizado —Asmodeus volvió a lo mismo.
—Retenidos en contra de su voluntad.
—Buena definición —se rascó la barbilla pensando—. ¿Contándome a mí?
—¿Por qué no?
—Probablemente un par de millones… tú sabes, es realmente difícil contar un millón,
además siempre están muriéndose y algunos nuevos entrando. Intenté contarlos una vez,
pero se hizo realmente deprimente así que me detuve. El constante añadir y quitar.
Realmente, no es mi fuerte.
Esto hacía que Jericho se preguntara cuál era el fuerte del demonio. Entonces otra vez,
probablemente era mejor no preguntar.
—¿Cuánto tiempo hace que estás aquí?
—No lo sé. De nuevo intenté contarlo una vez, me deprimí y lo dejé. Encuentro más
fácil sólo ir con la corriente. Fácil como los guisantes.
Jericho frunció el ceño.
—¿Fácil como los guisantes?
—Si —dijo lentamente—, sin embargo, no es un recuerdo agradable. Vamos a olvidar
que lo mencioné —se detuvo a la entrada de una puerta—. Aquí están. Quizás debería
advertirle antes de que entremos.
Jericho pasó de él y abrió la puerta de golpe.
—Oh, quizás no. Sólo entremos sin avisar y sorprendámoslos, ¿verdad?
Jericho estaba definitivamente estupefacto por lo que encontró. Había Skoti borrachos
por todos lados. Algunos entrelazados en escenas que el Kama Sutra apreciaría. Tuvo que
detenerse junto a una pareja. La escarpada flexibilidad requerida para hacer lo que ellos
estaban hacienda era asombrosa…
Diablos, ambos necesitarían después un quiropráctico.
Si esto no los mataba primero.
—Están borrachos de sangre —dijo Asmodeus explicando cuando tiró del brazo de
Jericho.
—Parece que nunca hubiesen celebrado antes sus victorias. Personalmente me recuerda
un puñado de borrachos chicos de la fraternidad, pero ¿qué sé yo? Sólo he visto la película
Animal House3. Al menos ninguno de ellos está pretendiendo ser un grano.
Asmodeus se encogió de hombros.
Jericho frunció el ceño ante la confusión del demonio.
—¿Eres siempre tan arbitrario?
Él asintió parlanchín.
—Mayormente. Esto realmente irrita a Noir, lo cual es sólo un incentivo añadido para
mí. Al menos tanto tiempo como pueda excederlo.
Jericho le dedicó una dura e invertida mirada.
—Oh —se vio un poco sacudido—. No vas a chamuscarme los testículos por esto,
¿verdad?
Jericho admiró que hiciera esa seca pregunta que obviamente tocaba de cerca el querido
corazón del demonio.
—No planeo hacerlo.
Asmodeus se animó inmediatamente.
—Bien. Entonces podemos ser amigos.
¿Amigos? Dada la personalidad del demonio, no estaba tan seguro acerca de eso. Pero
Asmodeous parecía bastante inofensivo y una fuente de información. Quizás no fuera tan
malo tenerle alrededor.
A condición de que pudiera calmarse. Había algo acerca del demonio que le recordaba
un nervioso terrier Jack Russel4.
Jericho volvió su atención de nuevo a los calientes Skoti fuera de control.
—¿Quién los lidera?
—Aquel.
Asmodeus apuntó hacia un sofá donde un macho Skotos estaba enrollado con dos
hembras medio desnudas.
—Creo que están teniendo problemas para ajustarse a las emociones que tienen fuera de
sus sueños. Por lo menos, continúan actuando igual que dementes quinceañeros de una
versión porno de una película de John Hughes5.
Jericho frunció el ceño.
—¿Cómo estás tan informado sobre la cultura pop?
—¿Has estado atrapado en un infernal agujero? Cuando no estás siendo torturado por
los psicópatas, no hay mucho más que hacer. Además, me gusta Molly Ringwald6. Ella
tiene esa mirada demoníaca que realmente me enciende. Desearía poder conseguir sacarle
las bragas durante algunos minutos.
Claro… bueno, al menos esto explicaba mucho acerca de la lucidez del demonio.
Jericho observó al Skotos, quien era ajeno al hecho de que allí había invitados no
deseados mientras besaba un sendero bajando por el cuerpo de la mujer.
—¿El tipo que los dirije es Zeth?
Asmodeus sonrió.
—Oooh, alguien estaba prestando atención en clase. Sí. Zeth. Te lo presentaría pero él
tampoco me gusta. Y desde que es el único de estos chicos al que le gusta arrancar alas a
los demonios…
—Tú no tienes alas —le recordó Jericho.
—Ya no. He ahí la palabra clave.
Jericho dio un respingo de simpatía por su dolor. No estaba seguro si todavía tenía sus
propias alas o no. Como humano, se las habían arrebatado. Y desde que sus poderes
habían sido restaurados, todavía no había intentado sacarlas.
No queriendo pensar en ello ahora mismo, atravesó el corredor y pasó de los enlazados
cuerpos al sofá donde Zeth parecía tan borracho como el resto de ellos.
Él no alzó la mirada hasta que Jericho se aclaró la garganta.
Zeth levantó la cabeza de la garganta de la mujer para mirarle.
Jericho frunció el ceño. En vez de los comunes ojos azules de los Skoti, los de Zeth eran
negros. Tan negros, que ni siquiera podía ver las pupilas del hombre. ¿Estaban dilatados o
algo había causado eso?
Zeth lo miró de arriba abajo.
—¿Quién eres?
—Tu nuevo comandante.
Zeth bufó.
—Lárgate. No necesito otro, para joder.
—Demasiado tarde —Jericho miró alrededor para hacerse una idea de cuantos Skoti
estaban en la habitación. Parecía ser varios cientos y ninguno se veía sobrio—. ¿Están
todos tus soldados aquí?
Zeth inclinó la cabeza de nuevo de modo que una de las mujeres pudiera succionar su
cuello.
—No lo sé. Quizás.
Jericho quitó a la mujer de Zeth, entonces lo agarró por la camiseta y lo alzó hasta
ponerlo de pie.
—Céntrate, gilipollas. ¿Qué pasa contigo?
La cabeza de Zeth cayó hacia atrás.
—No puedo centrarme. Hay demasiada sobrecarga sensorial.
Zeth se rió cuando palmeó a Jericho en el hombro.
—Necesitas relajarte.
Jericho tuvo que obligarse a sí mismo a no meterle a bofetadas el sentido común. Pero
era difícil mantener el control.
—Te necesito sobrio. ¿Cómo puedes luchar con los Oneroi de esta manera?
—No necesitamos acorralarlos. Los convertimos.
Disgustado, Jericho lo dejó ir y Zeth volvió a hundirse en el sofá. Sin una palabra, Zeth
rodó sobre otra hembra mientras la primera se restregaba a sí misma cruzando su espalda
de modo que pudieran retomar el chupeteo.
Ridículo.
—¡Asmodeus! —lo llamó Jericho, convocando de nuevo al demonio.
Él apareció instantáneamente.
—¿Llamaste Maestro menor?
—Estoy buscando a un dios llamado Deimos. ¿Está aquí?
Asmodeus arrugó la cara antes de responder.
—Define Aquí. De acuerdo, bien, no me grites. No me gusta que me griten. No está aquí
en esta habitación, obviamente, pero está en el reino, si sabes lo que quiero decir.
—Llévame a él.
Asmodeus miró alrededor avergonzado.
—¿Se supone que tengo que hacerlo?
—Si no lo haces, vas a recibir algo mucho más doloroso que el que te arranquen las alas.
Él jadeó y entonces se cubrió a sí mismo.
—Eres malo, eres muy malo.
Jericho no tenía intención de hacerle eso, pero no iba a dejar que el demonio lo supiera.
—Y tú estás a punto de sentir dolor.
—Bien. Te llevaré. Pero si el “Oh, Primer Gran Mal” se entera, te echaré
inmediatamente la culpa a ti. No es mi incendio. No es mi problema. No lo poseeré, ni
siquiera por un amigo. Tú mismo con esto, tío.
Esta vez Asmodeus no caminó. Tocó el brazo de Jericho y los transportó dentro de un
oscuro, iridiscente agujero. Un insoportable olor impregnaba el lugar, como lo hacían los
gemidos y los ruegos por morir finalmente. Noir definitivamente debía llamar a esto
hogar, pero Jericho, a pesar de su deseo de venganza, no podía llamarlo otra cosa que
infierno.
—¿Dónde estamos?
Asmodeus creó una bola de luz en sus manos, de modo que pudieran ver los cuerpos
devastados que estaban encadenados y sangrando por todas partes.
—El lugar feliz de Noir. Es a donde trae a los seres con los que quiere jugar.
—Castigar.
—Tú-dices-castigar, yo-digo-jugar. ¿Quieres ver ahora a Deimos?
Jericho intentó no compadecer a las pobres almas atrapadas en ese triste lugar.
—Eso es por lo que estoy aquí.
Asmodeus señaló detrás de él.
—Él es la quinta víctima de la pared. Creo. Es difícil decirlo, la verdad. Una vez que han
sido lo bastante golpeados sus facciones empiezan a contorsionarse e hincharse, entonces
imaginarse quién es quién es una putada. Pero tenía hebras rubias en su pelo cuando lo
trajeron. Si la sangre no lo ha teñido demasiado, quizás eso pueda ayudarte a encontrarle.
Jericho le dedicó una disgustada mirada antes de que empezara a abrirse paso sobre la
gente que colgaba encadenada a lo largo de la pared. Asmodeus tenía razón. No podía
decir quién eran y eso honestamente le enfermaba.
Enemigos o no, esas eran personas. Y habían sido torturados hasta el umbral de la
muerte. Habiendo sufrido bastantes abusos la última eternidad, odiaba verlos en la misma
situación a la que él se había visto reducido en incontables ocasiones.
Cuando llegó al quinto, vio las hebras rubias a través del oscuro cabello. Deimos
colgaba como si estuviera muerto. Sus hinchados ojos estaban cerrados, su cabeza
descansando contra su herido brazo. Estilizados tatuajes negros zigzagueaban desde su
sien bajando por su cara hasta su mejilla. Sus ropas estaban desgarradas y ensangrentadas.
Entre los rasgones de la tela, Jericho podía ver las profundas laceraciones y heridas.
Noir debía haber pasado un excelente momento con el Dolophonos que actualmente
tenía poca semejanza con su gemelo, Phobos.
En el momento en que Jericho se detuvo frente a él, Deimos abrió los ojos y embistió
hacia él, listo para luchar a pesar de su patético estado.
Jericho retrocedió y casi lo golpeó por reflejo.
Sus miradas se encontraron y se clavaron. Deimos dejó escapar un desvanecido gruñido
cuando lo reconoció.
—¿Cratus?
Él inclinó la cabeza.
—¿Qué estás haciendo aquí? —su mirada bajó al intacto cuerpo de Jericho antes de que
maldijera—. ¡Traidor!
Su condena hizo estallar la furia de Jericho. ¿Cómo se atrevía ese bastardo a mirarle de
esa manera.
—Traicionado.
—¡Jódete!
Jericho curvó el labio.
—Ahora sabes cómo me sentí, hermano. ¿Recuerdas el día en el que te volviste contra
mí?
—¿Cómo pudiste?
Eso era cómico.
—Esa era la misma pregunta que me ha perseguido desde que te miré mientras Zeus
me mantenía en el suelo y tú mirabas a tus pies —Jericho agarró la cabeza de Deimos e
hizo que encontrase su mirada—. Me retuviste mientras mi madre quemaba sus palabras
en mi carne. Todavía puedo sentir el dolor de tu brazo alrededor de mi garganta.
—Te ganaste tu castigo.
Jericho se contuvo para no golpearle y añadirlo a su dolor. ¿Cómo podía Deimos no
disculparse después de lo que le había hecho? Habían sido amigos antes de eso. Eso era
por lo que no sentía lástima por ninguno de ellos. Ellos no la habían tenido con él. Que se
jodieran todos.
—Y tú te ganaste el tuyo —dijo él despiadadamente—. Hijo de las Furias. ¿Cuánta gente
has torturado a través de los siglos por tu madre y Zeus? Apesta ser tú ahora, ¿huh?
Deimos intentó golpearle con la frente, pero Jericho se apartó.
—Noir va a matarnos.
—Me aseguraré de que tengas un encantador réquiem.
Deimos sacudió la cabeza.
—Así que, ¿Es así entonces? ¿No tienes remordimientos?
Jericho abrió los brazos y se encogió de hombros restándole importancia.
—Somos los productos de nuestro pasado. Pero si esto te hace sentir algo mejor, lo
siento por ti.
Deimos se burló.
—Lo sentirás incluso más cuando también estés colgando de esta pared. No pienses ni
por un minuto que Noir no te hará esto a ti. Es el dios que inventó la traición, y estoy
seguro que ya tiene un espacio aquí con tu nombre grabado en él.
Jerico se rió ante su advertencia.
—Oh, hermano, todos vosotros me habéis enseñado bien. Nunca me pondré en esa
posición otra vez… Créeme. Aprendí mi lección de las manos de los Dolophoni bajo tu
mando. No tengo intención de darle a Noir ninguna razón para volverse contra mí. Soy su
comandante. Para siempre.
—¿Jericho?
Atónito de que alguien en ese agujero conociera el nombre que había adoptado, Jericho
miró hacia su derecha al siguiente prisionero colgando en la pared. Al igual que Deimos,
había sido salvajemente golpeado. Su oscuro pelo colgaba alrededor de una cara
deformada por hinchados labios y un ojo morado tan grave que toda la parte blanca de ese
ojo era roja por los vasos sanguíneos rotos.
Le llevó un minuto entero reconocerle. Fueron aquellos ojos los que le dieron la
respuesta. Uno marrón oscuro y otro de un brillante verde…
Jaden.
Jaden era el único de los demonios al que convocaban siempre que querían
intercambiar favores con Noir o Azura. Jericho había sabido que Jaden vivía allí con ellos,
pero había pensado que el negociador tendría un lugar al que llamar propio, no ser
encerrado con el resto de las víctimas.
Atónito, Jericho liberó a Jaden y retrocedió.
—¿Qué estás haciendo aquí?
Jaden se rió con amargura.
—¿Mis aposentos te ofenden? He hecho bastante uso de ellos. Aunque una vista de
algo que no sean cuerpos destrozados sería un cambio agradable.
Jericho frunció el ceño.
—Tú sirves a la fuente. Eres uno de ellos.
Jaden sacudió la cabeza.
—Sirvo a Noir y Azura. Palabra de sabio, no los molestes. Por alguna razón, parece que
yo no puedo detenerme. Supongo que los viejos hábitos difícilmente mueren —bajó la
mirada a su destrozado y ensangrentado cuerpo que apenas estaba ya cubierto por
ropas—. Como yo. Pero no te preocupes. Estoy seguro de que serán más amables contigo
de lo que lo han sido conmigo. Mantuve su enemistad durante mucho tiempo antes de que
viniese aquí, lo cual es parte de la razón por la que les gusta destriparme cada vez que
tienen oportunidad.
Él miró más allá de Jericho para ver a Asmodeus ocultándose en las sombras. La luz de
su mano era tenue y mortecina. Jaden lo llamó.
—Mo, cuánto tiempo sin verte.
—Sí, también te ves mejor que la última vez. Te dije que no jodieras a Noir. Un día vas a
escucharme.
—¿Por qué empezar ahora? —dijo Jaden.
Asmodeus asintió.
—Ah, tienes razón. El sangrar tanto ahora realmente no importa, ¿verdad?
Deimos frunció el labio.
—Todos vosotros me ponéis enfermo —tiró de las cadenas como si intentara romperlas.
Jaden lo ignoró mientras fijaba sus desiguales ojos sobre Jericho.
—Por cierto, tu bebé vive.
Jericho no tenía idea de qué estaba hablando el hombre. Él no tenía un bebé.
—¿Qué?
—El niño que salvaste hace todos esos siglos. Sólo quería que supieras que nunca
sufriste en vano. El bebé vivió y creció sano.
Bien para el mocoso.
—¿Crees que me importa?
Jaden se encogió de hombros.
—Diste tu divinidad por ella. Pensé que quizás lo hiciera.
El ceño fruncido de Jericho se hizo más profundo.
—¿Ella?
Bastante increíble, pero ni se había molestado en comprobar el sexo del infante antes de
entregarlo. No le había importado entonces. Todo lo que había visto era la sonrisa del bebé
y sus cálidos ojos.
Jaden asintió.
—La Oneroi Delphine es el bebé que tú salvaste.
Jericho se desplomó por las noticias. El aire dejó su cuerpo cuando esas palabras lo
atravesaron. Sacudió la cabeza en incredulidad.
No podía ser.
—Sabes que es verdad —dijo Jaden, su voz profunda y segura—, en el momento en que
la viste, la reconociste por lo mucho que se parece a su madre.
Aún así, se negaba a creerlo. ¿Cuáles eran las probabilidades?
—Me estás mintiendo.
—¿Por qué lo haría?
—Todo el mundo miente.
—Yo no.
Jericho se estremeció cuando se sintió incluso más traicionado por eso. Y aún así
cuando lo consideraba, sabía que Jaden no estaba mintiendo. Algo que él había sabido
instintivamente.
Él había salvado a Delphine…
La mujer que esperaba en su habitación era la misma persona por la que había dado
toda su vida.
La furia lo atravesó. Oh, aquello era pura ironía.
Y ella le debía una deuda en la que estaba más que interesado recolectar. Antes de que
ese día hubiese terminado, iba a obtener satisfacción de su parte.

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