jueves, 23 de febrero de 2012

OSN cap 5

Nick yacía en el suelo, temblando con un sudor frío mientras trataba de enfocar.
Era inútil. Todo daba vueltas ante sus ojos. Sentía su cuerpo como si fuera negro asfalto
a las tres de una tarde de agosto en el Barrio Francés.
¿Qué le estaba sucediendo?
—Sh... —Una mano tierna le apartó el sudoroso pelo de la cara.
Mirando hacia arriba, se encontró a Menyara ahí. Diminuta y hermosa, su piel
criolla era de un perfecto color café au lait. Los ojos verdes lo miraban con
preocupación.
—Está todo bien, mon petit ang 3—dijo con la voz profunda que siempre le había
recordado la de Eartha kitt 4.
—¿Qué haces aquí? —Le preguntó él, con la voz gruesa y rasposa.
—Sentí tus poderes liberarse y he venido tan pronto como he podido.
Él frunció el entrecejo con confusión.
—¿Qué?
Menyara sacudió la cabeza mientras lo cogía en sus brazos y le sostenía como
había hecho cuando era un niño pequeño asustado de los matones del vecindario.
—Mi pobre Ambrosius. Has pasado por mucho ya. Ahora hay algo que esperaba no
tener que contarte nunca…
3 Mon petit ange: mi pequeño ángel
4 Actriz, cantante y estrella de cabaré, famosa por su participación como Catwoman en la serie
de los años 60 Batman y Robin.
—No entiendo —Stryker sacudió la cabeza, tratando de poner sentido a lo que
Zephyra y War le habían dicho—. ¿Cómo puede ser Nick Gautier esa criatura
supremamente poderosa? Es un mosquito sin valor.
War respiró hondo antes de hablar en un tono impaciente.
—Cuando el Primus Bellum luchó, el poder más oscuro, el Mavromino, creó los
Malachai para derrocar a los Sephirii. Guardianes y consortes de la primera orden de
Dioses, los Sephirii eran soldados que impusieron las leyes originales del universo.
Cuándo el Mavromino se volvió contra la Fuente y pensó terminar con toda la creación,
los Sephirii fueron liberados para matarlo. La mayoría de ellos cayeron en trampas.
Pero bastantes Sephirii sobrevivieron para declarar la guerra a los Malachai, y los
habrían destruido si no hubieran sido traicionados por uno de los suyos.
—Siempre hay uno, ¿verdad? — preguntó Stryker retóricamente.
En cada casa, había siempre alguien descontento y celoso, pinchando para
destruir a todos sólo por rencor. Toda la historia de la tierra estaba escrita con la
sangre de los que habían sido traicionados por la gente de la que se habían fiado
insensatamente.
Miró a War.
—¿Cuántos Malachai hay ahora?
—No debería haber ninguno. Cuándo finalmente llegó la tregua, ambos bandos
estuvieron de acuerdo en ejecutar a sus propios soldados. Entonces todos los Malachai
y Sephirii fueron sacrificados.
—Menos uno —dijo Zephyra, dando un paso adelante—. El Traidor que había
ayudado a Mavromino siguió existiendo para sufrir y ver lo que había hecho. Sus
poderes fueron atados e iba a ser deshonrado para siempre y esclavizado.
War asintió.
—Contención y equilibrio. Aparentemente cuando permitieron que un Sephiroth
viviera, la orden primitiva permitió que un Malachai escapara también. Y hoy, encontré
al último de su casta.
Joder. Stryker debería haber sabido que no sería tan fácil exterminar a los dos
hombres que más le habían agravado. Pero por otra parte, había un lado positivo que le
hizo sentirse mejor, puesto que War lo estaba pasando tan mal como él para acabar con
ellos. Al menos no era cuestión por su falta de habilidad.
El universo solamente aspiraba y soplaba.
—¿Dónde está ese Sephiroth? —preguntó Stryker a Zephyra.
—En Grecia. En el último templo que funciona de Artemisa.
Stryker bufó mientras la comprensión le picaba. Supo instantáneamente quien era
el Sephiroth y por qué había sido tan maltratado.
—Jared.
Ella inclinó la cabeza con un gesto sarcástico.
—Jared.
Lo cual daba por sentado una importante cuestión.
—¿Y cómo llegaste a poseerlo?
Ella se negó a contestar.
—Todo lo que importa es que le poseo y hará cualquier cosa que le diga sin dudar.
Sí, correcto. Parecía demasiado optimista para su salud mental.
—No parecía tan sumiso cuando le encontré.
—Quizás no, pero hará lo que deseemos. Confía en mí.
Stryker estaba menos que convencido. Aún así, notaba la rara elección del
pronombre.
—¿Nosotros?
—Quieres a Gautier muerto. Yo te quiero muerto. Personalmente no me importa si
este Gautier vive o muere, pero si es una amenaza para mi Sephiroth, le quiero
eliminado, también. Mejor capturarlo antes de que aprenda a utilizar sus poderes.
Stryker sonrió.
—Una mujer tras mi propio corazón.
Por una vez la mirada de ella fue seductora y le hizo endurecerse sólo con
observarla.
—En eso tienes toda la razón. Nada me complacería más que arrancarte ese
órgano y darme un banquete con él.
War arqueó una ceja ante su abierta hostilidad.
—Mmm, una mujer con la que puedo relacionarme. Dime por favor que estás libre.
—Es mi mujer –dijo bruscamente Stryker.
—Era —corrigió Zephyra rápidamente—. Pareces haber olvidado un tiempo
verbal importante —alzó la mirada hacia War—. Se divorció de mí.
War se llevó su mano a los labios y le besó tiernamente los nudillos.
—Encantado de conocerte, mi señora. ¿Qué nombre debo dar a alguien tan
hermoso y malvado?
—Zephyra.
—Como el viento. Suave y apacible.
Ella le dedicó una sonrisa astuta.
—Y capaz de la destrucción total cuando se irrita.
Él aspiró el aliento con aguda apreciación.
—Te elogio, Stryker. Tienes un gusto excelente para las mujeres. Una pena que no
fueras lo suficientemente hombre para conservarla.
En contra de su sentido común, Stryker le empujó lejos de ella.
—Zephyra es mía. Harías bien en recordar eso.
War parecía menos que intimidado mientras se giraba para dirigirse a Zephyra.
—Después de que lo mates, llámame y te mostraré de lo que un verdadero hombre
es capaz. Mientras tanto, si vamos a matar al Malachai y definitivamente estoy para eso,
necesitamos empezar. Cada segundo que nos retrasamos, crecen sus poderes.
—Entonces hacia Grecia para liberar a mi Sephiroth —miró a Stryker—.
Devuélveme a mi templo.
Jared suspiró mientras sus muñecas en carne viva y manchadas de sangre latían
en total agonía. Cómo deseaba poder morir. Pero éste era su destino para toda la
eternidad.
Es lo que mereces, traidor.
Quizás lo era. Pero en cuando a lo que había hecho, era la única decisión que podía
haber tomado.
Apalancamiento. La vida era todo sobre el efecto palanca y el equilibrio de poder
que nunca había estado con él. Todas las criaturas eran víctimas de su nacimiento y sus
familias. Con todo el poder que comandaba, ni siquiera había sido inmune. Repudiado
por eso, se tensó mientras sentía en el aire a su alrededor una onda extraña. Conocía
esa sensación…
Un instante más tarde, la claridad entró por la puerta que se abría para dar paso a
su ruina, Zephyra y dos hombres. Uno era el Daimon semidiós otra vez. El otro…
Problemas. War.
Bravo. Necesitaban el espíritu de War despierto tanto como él necesitaba un
atizador caliente empujado por su trasero. Mantén esa idea para ti, chico. No necesitas
dar a Zephyra ninguna sugerencia más sobre cómo hacerte sufrir.
Bastante cierto. Ella vivía para hacerle rogar misericordia.
Jared se encontró con la mirada hostil de Zephyra y supo instantáneamente por
qué estaban allí.
—Nunca deja de asombrarme lo que gente hace para salirse con la suya. No lo
mataré por ti. Es mejor que lo sepas antes de pedirlo.
Zephyra preguntó mientras sacaba un puñal de la bota.
—¿Por qué tenemos que jugar a este juego, Jared? Conoces mis pensamientos. Sé
que ya estás en mi cabeza leyéndolos. Ahora se un chico bueno y haz lo que digo.
Estaba tan cansado de seguir órdenes. De no tener voluntad propia. Era hora de
parar de servir y tomar el control de su miserable vida.
—No me importa lo que me hagas.
Ella pasó una tierna mano engañosa por su barbuda mejilla, haciéndole anhelar
una verdadera caricia. Una que no se volviera vil con él.
—Sé que no te importa. Pero ambos sabemos que no sientes lo mismo por tu
pequeño amigo. Nim moriría por protegerte.
Se tensó ante la mención de su compañero demonio.
—Nim no está aquí. Salió.
—Por supuesto —su tono era burlón.
—¿Nim? —Preguntó Stryker.
Zephyra le miró por encima el hombro.
—Un inútil demonio babosa que Jared adoptó.
—No hice tal cosa —Nim le había adoptado, y había estado tratando desde
entonces de deshacerse de él.
El demonio era una obligación que no deseaba ni necesitaba llevar.
Honestamente, estaba harto de que Nim se quedara y complicara aún más su vida sin
valor. Todo lo que el demonio hacía le metía en problema. Y peor, Nim lograba que le
torturaran.
Ella arrastró la punta del puñal por las marcas divinas en el brazo izquierdo. Una
vez las había llevado con orgullo. Ahora sólo le recordaban su humillación. Le
marcaban como esclavo. El último de su clase.
—¿Está aquí? —Preguntó.
Siseó cuando ella abrió la longitud del tatuaje. La sangre goteó bajo la línea,
deslizándose por la carne. Stryker giró como si la vista le enfermara.
Zephyra no era tan amable.
—Parece que he adivinado mal.
Jared encontró su mirada sin estremecerse mientras su ira se rompía.
—Te dije que había salido.
—¿De verdad? —Arrastró el puñal sobre la clavícula. Apostaré a que se oculta en
tu espalda.
Jared jadeó mientras hundía el puñal profundamente en su hombro, a través del
tatuaje que allí estaba. El dolor le abrasó.
—¡Zephyra, para! –Dijo bruscamente Stryker—. No hay necesidad de esto.
—Confía en mí, es la única manera de conseguir su conformidad. Pero no te
sientas mal por él, Stryker. Cortó las gargantas de su propia gente, ¿verdad, Jared? A los
que no mató, los guió a la masacre.
El dolor y la furia se mezclaron dentro de él.
—¡Cállate!
—¿Por qué? Es la verdad. Nunca te has preocupado por nadie excepto por ti
mismo. Así que danos al demonio y permíteme que termine con tu sufrimiento en lo
que a él concierne.
Contra su voluntad, dio un tirón cuando arrastró el cuchillo sobre el tatuaje que
no estaba marcado en su piel. Fundido con los otros, pero no era suyo…
—Aja, encontré al pequeño desgraciado, ¿verdad? –Apretó el puñal, presionándolo
en la piel donde Nim descansaba.
Jared rechinó los dientes. Si apuñalaba a Nim mientras dormía en su cuerpo,
mataría al demonio.
—¿Te liberaré de tu molestia? —Presionó la punta, haciendo brotar sangre.
Jared intentó soltarse, pero no pudo. Las cadenas le sostenían con fuerza y no le
dieron elección.
—¡Para! –gruñó—. No le hagas daño.
—Mata a Gautier y dejaré vivir a tu demonio.
—¿Y si no puedo matarlo?
Ella tiró con fuerza de su pelo, golpeándole la cabeza contra el muro.
—No quieres averiguarlo. Confía en mí.
Chasqueando los dedos, utilizó sus poderes para abrir los grilletes.
Jared cayó contra la pared y se deslizó al suelo, con todo el cuerpo dolorido. No
podía recordar la última vez que había sido liberado. Por la sensación de los músculos
tiesos, parecía como hubieran pasado siglos y probablemente era así.
Zephyra se paró sobre él, mirando hacia abajo.
—Límpiate, perro. Tráeme la cabeza del Malachai y te daré dos días para tener
sexo y beber antes de llamarte de vuelta. Traicióname y creerás que esos siglos pasados
fueron el paraíso.
Jared rió amargamente.
—Tu misericordia está más allá del reproche, mi señora.
—Sarcasmo... una dulce música para mí —lo pateó duramente en las costillas—.
Ahora ve y lleva a cabo tus órdenes.
Stryker se encontró con la mirada encendida de Jared. El odio ardía brillante, pero
algo le dijo que el odio se dirigía más hacia sí mismo. Pobre criatura. Sería más amable
matarlo.
—¿Estás segura que puede hacerlo? —Preguntó Stryker a Zephyra mientras
enfundaba el puñal en la bota.
Ella le guió fuera de la sala al pasillo. War les dio alcance.
—No permitas que su lloriqueo te atonte. Fue creado para matar.
—También el Malachai.
—Sí, pero el Malachai es medio humano y nuevo con sus poderes. Jared debería
encargarse de él fácilmente.
Deteniéndose en el pasillo, ella miró más allá de Stryker a War.
—Mantén un ojo en Jared. Asegúrate que su pequeño demonio no se libere. En
realidad, esa babosa estúpida es la única manera que tengo de controlarlo.
Stryker observó como War inclinaba la cabeza ante ella antes de volver a la
habitación donde habían dejado a Jared.
—¿Cómo sabes que no se rebelará y matará a War?
Ella bufó.
—¿Y qué si lo hace? ¿Son amigos tuyos?
—Apenas, pero si War se va, Jared podría venir a por ti.
—Siempre que lleve ese collar, Jared es de mi propiedad. No puede matarme ya
que puedo decidir sobre su vida. Le puedo hacer sangrar y sufrir, pero el collar no le
permitirá atacar a su propietaria de ninguna manera. De hecho, si soy atacada, no tiene
más elección que defenderme tanto si quiere como si no.
Esa tenía que ser una de las cosas más crueles que jamás había oído. No podía
imaginarse un castigo peor que ser forzado a proteger a alguien a quien odiaba. Alguien
que le torturaba.
Y le hizo echar una dura mirada a la mujer frente a él. Era tan familiar y al mismo
tiempo tan extraña. ¿Qué le había pasado a la mujer con la que se había casado?
—Recuerdo a esa hermosa chica que ni siquiera me permitía tener un gato en casa
porque no deseaba que hiriera a los ratones. Una mujer que me hacía llevar a cualquier
insecto fuera para ponerlo en libertad antes matarlo.
Los ojos negros se encontraron con los suyos y allí dentro vio un odio tan
poderoso, que le robó el aliento.
—Y recuerdo los sonidos de mi nieto chillando pidiendo compasión mientras le
mataban cruelmente por ser diferente y estaba impotente para ayudarlo. No soy esa
niña que dejaste atrás, Stryker. Soy una mujer vengativa en guerra con el mundo que le
hizo daño.
—Entonces me comprendes. Yo no pedí esta existencia y deseo la sangre de todos
los que tomaron parte en maldecirme con ella. Mi padre, Apollymi, Acheron, y Nick
Gautier.
—¿Qué hay de Artemisa?
—No siento amor por ella. Pero tampoco hay verdadero odio. Siempre que se
quede fuera de mi camino, no me importa lo que ocurra con ella.
Zephyra alzó la mirada. El cabello negro de Stryker contrastaba fuertemente con
sus ojos de plata que se arremolinaba. No se parecía en nada al chico que le había
robado el corazón. El chico con él que había querido envejecer. En aquella época, había
esperado pasar cuarenta años con él, si tenían suerte, antes de que la muerte los
separara.
Once mil años después, aquí estaban. Pie con pie. Enemigo frente a enemigo.
Realmente era irónico. A los catorce, habría vendido su alma por pasar la
eternidad con él. Ahora sólo quería verle morir miserablemente.
Cómo cambiaba el mundo…
—Ahora, ¿cumplirás tu palabra y liberarás a Medea?
Stryker se preguntó por su repentino cambio de tema.
—Por supuesto —estiró de nuevo la mano hacia ella, esperando que la apartara de
un golpe.
Ella entrecerró los ojos como si un pensamiento recorriera su mente. Justo cuando
estaba seguro de que lo golpearía, se estiró y la tomó suavemente en la suya.
Stryker no supo por qué eso hizo que el latido del corazón aumentara, pero lo
hizo. La piel era tan suave. Su mano delicada y pequeña. Podría aplastar cada hueso y
más aún la mano que una vez había tenido suficiente poder como para ponerlo de
rodillas.
—Había olvidado cuán pequeña eres.
Siempre había parecido más grande que la vida. Pero con ella cerca, recordó cuán
bien se había sentido arrimada a él por la noche.
—Soy lo bastante grande para patearte el culo.
Levantó la mano para poder depositar un beso en la palma.
—Estoy deseándolo.
Sus ojos se oscurecieron.
—¿Me estás retrasando a propósito?
—No —colocó la mano en el hueco del codo y los destelló de vuelta al recibidor en
Kalosis—. Cumpliré mis promesas contigo. Siempre.
—Quizás me trague que no rompiste la promesa más significativa que un hombre
puede hacer a una mujer. A la primera prueba de tu padre, huiste. Llámame hastiada.
—No hay necesidad de estar harta, mi amor —la dirigió a sus cámaras donde una
colérica Medea los esperaba.
Tan pronto como abrió la puerta, Zephyra lo dejó para asegurarse de que su hija
no había sufrido ningún daño.
Medea le miró llena de odio.
—Tienes razón, mamá. Es un gilipollas.
Zephyra se rió.
—Once mil años y todavía no escuchas mi sabiduría.
—Sólo eres catorce años más vieja que yo. Eso no te da mucha ventaja ahora,
¿verdad? —Medea miró más allá de su madre—. ¿Por qué respira todavía?
—Hemos hecho un pacto de guerreros, él y yo. Durante las próximas dos semanas
tenemos que sufrirle y después podré cortarle la garganta.
Stryker dejó salir un profundo suspiro ante la rencorosa reunión.
—¿Os dais cuenta de que todavía estoy presente?
Zephyra le lanzo una fija y altanera mirada.
—Lo sabemos. Simplemente no nos importa.
—Oh. Bien, siempre que tengamos eso claro… —puso los ojos en blanco—. ¿Por
qué no hago que uno de mis sirvientes muestre a Medea sus aposentos?
—¿Y yo qué? —preguntó Zephyra.
Una lenta sonrisa se extendió por la cara de Stryker.
—Tú permanecerás aquí... Conmigo.
Zephyra cruzó los brazos sobre el pecho. Stryker era muy confiado en lo que ella
se refería. Sin embargo admitir que era un hombre guapo, no cambiaba el hecho de que
lo odiaba.
—Estás terriblemente seguro de tus encantos.
—He tenido tiempo de afilarlos.
Medea curvó el labio.
—Nauseas en la hija, padres. Respetad por favor el hecho de que vomitar sangre es
asqueroso y a menos que los dos queráis ser bañados con ello, me iré a mi cuarto ahora,
por favor.
—¡Davyn! —llamó Stryker.
Su Daimon apareció instantáneamente.
—¿Mi señor?
—Muestra a mi hija los aposentos de Satara. Asegúrate que tiene todo lo necesita.
Davyn inclinó la cabeza ante él.
—¿Es ella libre de ir y venir?
Miró a Zephyra.
—¿Vas a enviarla a matarme?
—No. Te di mi palabra, y a diferencia de ti, la mantengo. Estás a salvo, cobarde.
Nunca mandaría a una niña a hacer el trabajo de su madre.
No respondió a sus insultos.
—Dale acceso a los portales.
—Sí, mi señor.
—¿Medea? —Stryker esperó hasta que miró hacia atrás antes de hablar otra vez—.
No te preocupes. Los aposentos de Satara están lo bastante lejos como para que no
estés sometida a los sonidos de nuestro salvaje sexo de monos.
Zephyra jadeó.
Medea parecía mucho menos que complacida.
—Tenías razón, mamá. Debería haberte permitido cortarle la garganta —encaró a
Davyn—. Sácame de aquí lo más rápido posible.
Los ojos de Davyn bailaron con humor mientras cerraba las puertas detrás de
ellos.
Tan pronto como estuvieron solos, Zephyra sacudió la cabeza.
—Lo que has hecho ha sido cruel.
—No lo pude resistir. Además, deberías haberle enseñado que no debe permitir
que nadie conozca sus debilidades.
—Somos sus padres. Se supone que la amamos y no acuchillamos en sus
debilidades.
—Y es ahora cuando nos sentamos a urdir la muerte de mi padre y mi tía.
—Tú estás tramando sus muertes. Yo sólo espero para matarte a ti.
—Cierto, pero el punto es... hoy familia, enemigos mañana.
—Ese ha sido tu eterno problema, Stryker. Creo en la familia para siempre. Como
dicen, la sangre es más espesa que el agua, y en el caso de los Apólitas, es incluso
verdad.
Si simplemente pudiera creerlo. Pero nunca había sido una verdad probada en su
experiencia. Toda lo que su familia hizo fue proporcionar una incursión para los
enemigos.
—¿Cuándo mi familia jamás me ha apoyado?
—Creo que la verdadera pregunta es ¿cuándo les has apoyado tú? Habría estado
allí para ti. Para siempre. Pero nunca me diste la oportunidad.
A pesar de la herida y las traiciones de su pasado, se resintió por sus palabras.
Quería tanto tener a alguien a su lado en quien confiar. Sólo una vez. Únicamente Urian
había estado allí para él, y por eso se había enfadado tanto cuando descubrió que Urian
le había estado ocultando cosas. Aquel hijo que había ido tras él...
¿Se atrevía a fiarse de Zephyra?
—Te doy esa oportunidad ahora.
Zephyra dio un paso alejándose.
—Es demasiado tarde. Han pasado demasiados siglos. Hubo un tiempo cuando
vivía para oír sólo una palabra amable de tus labios. Pero ese buque se hundió bajo el
asalto de la amargura y ningún encanto o astucia será capaz de recuperarlo.
Stryker hundió la cabeza hasta donde sus labios casi se tocaban.
—El ritmo violento de tu corazón me dice que estás mintiendo. Todavía me
deseas.
—No confundas mi ira con lujuria. Es tu sangre lo que deseo, no tu cuerpo.
No se lo creyó. Ni por un instante.
—Dime honestamente que no estás pensando ni un poquito acerca de cómo soy
desnudo. Que no estás recordando el modo en que hacíamos el amor el uno al otro.
Ella se estiró hacia abajo para acunar con cuidado su erección en la mano.
—Eres un hombre, Stryker. Sé que eso es en lo que estás pensando –la apretó
fuertemente, haciéndole jadear y doblarse mientras el dolor rasgaba por la ingle.
Hundió las uñas en su escroto—. Pero soy una mujer, y como el gran poeta escribió tan
inteligentemente, no hay furia en el infierno como la de una mujer despreciada.
Considérame tu infierno personal —con un tirón más fuerte, dio un paso lejos.
Stryker quiso golpearla, pero su cuerpo dolía demasiado así que todo lo que pudo
hacer fue mirarla enfurecido mientras se giraba y le dejaba solo en su cuarto.
—Esto no ha acabado, amor —gruñó dolorosamente.
Iba a recuperarla y hacerle rogar por su perdón. No importa lo que le tomara, la
tendría.
Entonces la mataría él mismo.

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