miércoles, 29 de febrero de 2012

BOF cap 21

Con piernas temblorosas, Shahara se dirigió a la supervisora del Tribunal de justicia Trigon que se encontraba en la Ciudad Central de Gondara. Aquí estaba el mayor bastión de la ley y el orden de todo el Universo Ichidian. Este era el lugar donde se hacían las leyes y el único sitio donde podían ser derogadas o anuladas. La supervisora estaba en la parte más alta del tribunal formado por cinco jueces y su veredicto era en cualquier caso definitivo y supremo. Ni siquiera La Liga podía anular una de sus decisiones. Ella era la voz de la ley y la última esperanza que tenía Shahara para liberar a Syn de la cárcel.
Siglos después de que La Liga se hubiera librado de las cadenas del tirano emperador señor de la guerra Justicale, sus líderes se reunieron para garantizar la paz y los derechos para todos, para asegurarse de que ningún otro tirano señor de la guerra pudiera convertirse en un dictador de nuevo. Ellos establecieron a los cinco jueces y les asignaron la tarea de buscar las injusticias y la delincuencia en cualquier planeta.
Como Seax, ella era una soldado encargada de detectar las injusticias e informar de ellas, así como también someter a cualquier delincuente buscado por el Tribunal Supremo.
Todos los Seaxs habían jurado escuchar las historias de corrupción política o de violaciones de derechos humanos, investigarlos y reportar sus hallazgos a la supervisora. Una vez que presentaban sus evidencias, la supervisora escuchaba los testimonios y luego dictaba sentencia.
También era prerrogativa de la supervisora revisar cualquier caso, en cualquier planeta, que pudiera ser una injusticia y reabrir la causa.
En su mundo, la supervisora era el ser vivo más poderoso. Y aunque nunca antes Shahara la había conocido, ella era una parte integral del mundo de la supervisora.
Con una seguridad que no sentía, se aproximó a la mesa del secretario.
Unos pocos años mayor que ella, el cabello del hombre ya se estaba volviendo gris, dándole un aspecto distinguido. Levantó la vista de su trabajo.
—¿Puedo ayudarle en algo?
Shahara alzó la barbilla.
—Necesito ver a la Supervisora.
—¿Su nombre?
—Seax Shahara Dagan.
Miró el registro en su ordenador.
—Lo siento, Seax Dagan. No tiene cita, y la Maestra de Justicia ya tiene una serie de reuniones esta tarde. Me temo que no la podrá atender hoy. ¿Le gustaría concertar una cita para la semana que viene?
¿La semana que viene? ¿Le estaba tomando el pelo?
Syn estaría muerto para entonces y eso era lo único que no podría permitir.
—No.
Él volvió la mirada hacia abajo, despidiéndola.
Ferozmente determinada, Shahara eludió su escritorio y se dirigió a la oficina que estaba detrás de él.
—¡Espere! Usted no puede ir...
Los dos guardias que franqueaban la puerta fueron a agarrarla. Shahara esquivó al primero y empujó al otro, desequilibrándolos. Deslizándose en la oficina, cerró la puerta en sus narices. Cerró con fuerza mientras la voz apagada del secretario seguía reprendiéndola desde el otro lado.
Con todo el cuerpo temblando de miedo, se dio la vuelta lentamente.
La oficina era más bien estéril, dada la cantidad de poder que sostenía la supervisora. Todo lo que contenía era dos sillas colocadas frente a un gran escritorio finamente tallado.  Banderas de todos los mundos organizados e imperios estaban colocadas en la pared izquierda, mientras que un mapa electrónico de todos los planetas, colonias y puestos de avanzadilla estaban en el lado opuesto de la habitación.
El lugar era enorme, sin duda para intimidar a todo el que entraba. Y ciertamente, tenía ese efecto sobre ella.
La supervisora la miró por encima de su ordenador con una expresión de desconcierto.
—Disculpe —dijo suave pero con tono altanero—. ¿Quién es usted y cómo ha entrado aquí?
Respirando hondo para darse valor, Shahara se obligó a caminar la larga distancia que la separaba de la mesa de la supervisora.
—Estoy aquí para corregir una grave injusticia, Señora.
Probablemente entre mediados y finales de los sesenta, la supervisora aún conservaba una cara que sólo podía ser descrita como hermosa y serena.
Como mujer joven debía de haber sido impresionante. Como mujer mayor, era digna.
—Todo el que pasa por esa puerta lleva esa misma afirmación —suspiró con cansancio—. Y no tengo tiempo para escuchar su historia hoy. Concierte una cita con mi secretario y regrese cuando sea más conveniente.
¿Más conveniente? Shahara se horrorizó por sus palabras. No podía creer que hubieran salido de la persona que impartía equidad en todos los mundos.
—¿No hay tiempo para la justicia?
La mujer se rió mientras se inclinaba hacia delante sobre sus codos, juntaba las manos y se apoyaba en la parte superior de ellas.
—Por estar tan sorprendida por mis palabras, sólo puede ser una de mis Seaxs.
—Sí, soy la Seax Shahara Dagan.
Su sonrisa era condescendiente pero contrita.
—Bueno, Seax, la justicia necesita tiempo, y tiempo es un lujo que no tengo.
Esas palabras tan familiares la perseguían, tirando de su memoria. Mientras la supervisora volvía a lo suyo con un amaneramiento con la que estaba muy familiarizada, una extraña sensación de déjà vu le puso los pelos de punta en la parte posterior del cuello.
Ahora que lo pensaba, la curva de la mandíbula de la supervisora era exactamente igual a una que ella había besado incontables veces. Conocía el pequeño hoyuelo en la mejilla izquierda que la había atormentado con sus diabólicas burlas y sarcasmos.
Al acercarse, Shahara vio que los ojos de la supervisora eran tan oscuros como el espacio. Si hubiera albergado alguna duda, eso se las arrancó.
—Oh, dios mío —jadeó.
La supervisora la miró impacientemente.
—¿Aún está aquí?
Demasiado aturdida para pensárselo mejor, soltó.
—Es su madre...
La supervisora frunció el ceño y la miró como si estuviera loca.
—Yo no tengo hijos.
Shahara sacudió la cabeza, sabiéndolo mejor.
—Sí, los tiene. Usted tiene un hijo llamado Sheridan Digger Wade y tiene una hija llamada Talia. Y si no me escucha, juro que dejaré que todo el mundo sepa exactamente quién es y lo que les hizo.
El pánico se desató en las profundidades de obsidiana antes de que la supervisora pudiera enmascararla.
—No sé de lo que me está hablando.
Más golpes se oyeron en la puerta. Sonaba como si estuvieran usando un ariete.
—¿Señora? —Shahara no le dio tregua—. ¿Está segura de que los quiere aquí para esto?
La supervisora vaciló un momento más antes de pulsar el botón del interfono.
—Estoy bien, Bruin —le dijo a su secretario—. Sólo mantén a los guardias fuera hasta que diga lo contrario.
—Sí, Señora de la Justicia.
Ella miró a Shahara, y en ese momento, Shahara sintió que tenía la total atención de la supervisora.
—Ahora, ¿qué puedo hacer por usted Seax...? —Hizo una pausa y cerró los ojos—. Perdóneme, he olvidado su nombre.
—Dagan. Seax Shahara Dagan. Estoy aquí para obtener un juicio justo para su hijo.
La repugnancia y el odio brillaron en las profundidades de los ojos de la mujer. Ella frunció los labios.
—De tal palo, tal astilla. Estoy segura que de lo que se le acusa, es más que culpable de ello.
—No —la corrigió Shahara—. Sheridan es un hombre bueno y justo. Nada que ver con su padre.
—No la creo. La maldad como la que Indy poseía corre por sus genes.
—Y la otra mitad de los genes provienen de usted, señora. Créame. Sheridan me salvó la vida más de una vez cuando otra gente me hubiera abandonado a la muerte. Él no es el hijo de su padre —dudó antes de añadir—. Pero sí el suyo.
Había algo es su mirada... como si esas palabras hubieran erosionado algo de su hielo.
—¿Qué es lo que te pidieron por él?
—Se me acercó el Seax Traysen en su nombre. Me pidió que escoltara a Sheridan —era tan extraño seguir usando ese nombre, pero ella quería hacerla entender a la fuerza su identidad a la supervisora—, a fin de obtener la pruebas de asesinato y corrupción en Ritadaria.
—¿El caso Merjack?
—Sí, señora.
Ella echó un vistazo a las banderas en miniatura en su escritorio.
—¿Las has encontrado?
—Sí... con la ayuda de Sheridan.
Ella asintió con la cabeza.
—Muy bien, Seax. Ahora, ¿cómo se relaciona todo esto con el juicio de un criminal convicto? Un delincuente que estoy más que segura de que se ganó su condena por traición y robo.
Shahara quería estrangular a esa mujer por la obstinación que tenía -por la misma obstinación que había heredado su único hijo. ¿Qué haría falta para hacerle ver que estaba equivocada?
¿Qué haría falta para que la propia madre de Syn escuchara su caso al menos? 
Pensando, examinó los certificados y honores que cubrían las paredes por detrás de la supervisora. Y cuando las fechas de las comisiones de la supervisora fueron registradas en su mente, tuvo una revelación.
—¿Cuánto tiempo ha sido la supervisora, Señora de la Justicia? ¿Veinte años?
—Veintitrés para ser exactos. ¿Por qué?
Su estómago se transformó en piedra con esas palabras. Era como sospechaba. No era de extrañar que Syn nunca hubiera intentado limpiar su nombre. Habría significado enfrentarse a la mujer que le había dicho que si alguna vez posaba de nuevo los ojos sobre él, lo encarcelaría. Habría significado enfrentarse a la mujer que había tratado de matarle cuando era un bebé y que lo había abandonado dos veces en un mundo que lo odiaba.
La dura realidad de eso la hizo estremecerse, pero al menos, había entendido finalmente por qué Syn había preferido seguir siendo un criminal en vez de limpiar su nombre.
Honestamente, no podía culparlo por esa decisión.
—¿Se da cuenta, Señora de la Justicia, de que su hijo ha estado huyendo de los marcadores y asesinos durante veintitrés años porque prefería morir antes que pedirle nada a usted? Incluso un juicio justo, que es lo mínimo que se merece.
Shahara miró audazmente a la supervisora de arriba abajo, notando que ella se tomaba sus palabras con calma.
—Del aspecto exterior, tiene más genes suyos que de su padre. Pero bueno, supongo que estoy equivocada. A diferencia de usted, Sheridan nunca permitiría que un hombre inocente muriera sin un juicio. Al menos, se tomaría el tiempo para escuchar el caso antes de que una persona fuera condenada a una muerte que no mereciera. Y él, seguramente, no condenaría a alguien por sus propias acciones en las que ellos no habrían tenido parte. Él es muy digno siendo así.
Ella sintió que sus ojos se llenaban de agua mientras hablaba de Syn y del hijo que continuaba reclamando a pesar de todo lo que Mara y Paden le habían hecho.
—También debería saber que a diferencia de usted, él sigue manteniendo a su hijo a pesar de no ser su padre biológico... y su ex-mujer, como usted, ha intentado matarlo repetidamente y arrestarlo, no por sus pecados, sino por los de su padre.
Pobre Syn, haber sido relegado por tales perras de sangre fría en su vida.
—Cuando era joven, salió de las alcantarillas en las que usted lo abandonó y fue a la facultad de medicina con su propio dinero. Fue cirujano hasta que un reportero expuso su pasado. Incluso entonces, no se convirtió en su padre. Construyó una compañía naviera y llevaba una vida respetable hasta que yo lo enredé.
—¿Qué hay de Kiara Zamir? ¿Él no la violó y la mató?
—Está viva y bien, por si quiere comprobarlo. Sheridan la estaba protegiendo cuando el padre de ella lanzó un ataque y, en lugar de darle el beneficio de la duda, exigió su ejecución. El único delito de Syn es no dejar colgado a su mejor amigo –el hombre que está enamorado de Kiara y que aún la protege– ante el Presidente Zamir. Él preferiría morir antes que traicionar a su amigo. Una vez más, esas no son las acciones de su padre, sino las de un hombre decente. Y a todo esto, no tengo ni idea de dónde aprendió él su decencia.
Se dio la vuelta para marcharse.
—Espere —dijo la supervisora, deteniéndola.
Shahara se volvió para mirarla.
—¿Tiene alguna prueba de su inocencia?
Cruzando hasta quedarse delante del escritorio, buscó en su bolsillo y sacó el chip.
—Esto demuestra de manera concluyente su inocencia, así como la culpabilidad de Merjack.
—¿Ha revisado el chip?
—Sí, Señora de la Justicia.
La supervisora lo cogió de su mano y lo colocó en un recipiente hermético.
Colocándolo con cuidado ante ella, la supervisora estudió el pequeño chip que contenía el futuro de Syn.
Shahara contuvo la respiración, rezando por un milagro.
Finalmente, la supervisora la miró.
—Puedo conseguirle un juicio justo, pero eso es todo. Si el tribunal le declara culpable, entonces no habrá nada que hacer para detener su ejecución.
—Eso es todo lo que pido.
—Muy bien, ¿dónde lo tienen retenido?
—En Ritadaria.
Ella inclinó el envase para que el chip cayera en una esquina.
—Enviaré una escolta contigo para que lo trasladen y encarcelen aquí hasta su juicio.
—Gracias, señora.
Se hizo el silencio entre ellas. Shahara quería decirle a la supervisora si quería saber algo más, pero la duda se cernía en sus ojos mientras estudiaba el chip.
—Dime algo, Seax —dijo ella finalmente.
—¿Sí?
—¿Realmente, es un hombre decente?
—Sí, señora. Nunca he conocido a alguien tan noble. Hace que esté orgullosa de cada día que vive.
Ella sonrió.
—¿Le puedo hacer una pregunta dura?
—¿Por qué les abandoné?
Shahara negó con la cabeza.
—¿Por qué trató de matarlo cuando era pequeño?
El color desapareció de su rostro.
—¿Qué?
—Digger me dijo que trató de matarlo cuando era un bebé.
Las mejillas de ella se oscurecieron con ira.
—Eso es mentira. Talia quería bañarle y yo la dejé. Ella dejó que se cayera al agua y casi se ahoga. Yo fui la única que lo reviví pero Indy nunca quiso creerme. Nunca les haría daño a mis hijos.
—Pero usted les abandonó.
Lágrimas contenidas brillaron en sus ojos.
—No tuve elección. Indy me habría matado si me hubiese quedado. Tenía la esperanza de que mis padres los hubieran acogido. Después de un tiempo, se hizo fácil vivir sin ellos.
—¿Y cuando él vino a usted cuando tenía doce años?
—Me tomó por sorpresa y no supe qué hacer. Hubiera perdido todo lo había conseguido si alguien se enteraba de que alguna vez había estado casada con Indy Wade. Me asusté cuando vi a Sheridan y perdí los estribos. Para cuando recuperé el sentido común, se había ido.
Shahara negó con la cabeza.
—¿Ya ve lo fácil que es ser malinterpretado cuando no se tienen todos los hechos?
—No me digas, niña. No sabes todo lo que he pasado en estos años.
—Y usted no tiene ni idea de lo que su hijo tuvo que enfrentar sólo por lo que usted le hizo.
La supervisora no habló cuando esas palabras quedaron suspendidas en el aire. Después de unos segundos, alzó la vista.
—¿Sabe lo que le pasó a su hermana, Talia? ¿Está bien?
Shahara tragó al escuchar el desesperado anhelo en su voz.
—No, señora. Talia se suicidó hace mucho tiempo para escapar de su padre.
La supervisora respiró hondo.
—¿Y usted, Seax? ¿Por qué defiende al hijo de Iridian Wade con tal vigor?
Ella respondió con la verdad que no podía negar.
—Porque le amo. Profundamente.
—¿Él lo sabe?
—Estoy segura de que tiene sus dudas —especialmente por la forma en la que se había visto obligada a actuar en el hotel, pero si ella hubiera mostrado alguna debilidad, Merjack los hubiera matado a los dos—. Pero tengo la intención de conseguir que crea en mí otra vez.
La supervisora asintió con la cabeza.
—Todos cometemos errores que nos torturan el resto de nuestras vidas. Por desgracia, la suerte no siempre nos da una segunda oportunidad. Espero que consiga la suya, Shahara.
—Gracias, Señora.
La supervisora sonrió con tristeza.
—Debe de ser realmente un hombre noble para inspirar la lealtad de un Seax.
—Camina con nobleza y honor.
Ella asintió.
—Ahora, ve. Y cuida de su seguridad.


Insensible a todo, excepto al punzante dolor de su cráneo, Syn, estaba acurrucado en un rincón de su helada celda. Balanceó las cadenas hacia un roedor que se había acercado demasiado para su gusto.
En momentos como aquel, realmente maldecía su vista. Era capaz de ver cada cosa pequeña y deslizante criatura arrastrándose y que lo miraba como comida o como un hostal.
Pero peor que los insectos y los roedores, era el frío mortal causándole que la mandíbula rota le doliera sin piedad. No estaba muy seguro de cuándo se la había roto. Le habían dado tantos palos cuando Merjack le interrogó que apenas podía recordar cuál le había causado la lesión.
Si no le doliera tanto, se hubiera reído al ver el pánico de Merjack cuando el hombre había tratado de averiguar qué había hecho Shahara con el chip real.
Realmente tenía que darle crédito. Ella les había traicionado a todos. Primero le había entregado y, a continuación, se había largado con el dinero de Merjack y el chip.
Era una pieza en su trabajo.
Cerró los ojos y dejó que la agonía de la traición asolara su alma.
¿Cómo has podido hacerme esto a mí? Hubiera dado la vida por ella si se lo hubiera pedido. Pero le había hecho eso…
Quería matarla.
La puerta de la celda se abrió, dando paso a otro punzante viento. Syn se preparó mentalmente para la paliza que estaba por venir. Quizá, esa vez tuvieran éxito matándolo.
Escuchó los pasos que se acercaban y, aunque su primera reacción fue la pelear, no se movió. Simplemente, no lo hizo. Sus días de lucha habían acabado. Ahora sólo deseaba que su vida terminara también. En lugar de unas manos ásperas asiéndole, algo increíblemente suave y cálido le agarró por los hombros. Aturdido, miró los ojos dorados que lo habían perseguido desde que Merjack se lo había llevado.
—Hola —dijo ella con una sonrisa.
La rabia le nubló la vista. Quiso hablar, pero su mandíbula y el frío lo hacían imposible. Haciendo caso omiso a su dolor, se acercó a ella con la intención de arrancarle su lengua mentirosa.
Shahara notó el odio en sus ojos cuando se abalanzó sobre ella.
—Syn, por favor, no. Sólo vas a hacerte daño.
Cuando se abalanzó sobre ella de nuevo, Nero lo empujó para echarle atrás.
—Tranquilo, amigo. No quieres hacerte más daño a ti mismo.
Un hombre vestido con el uniforme verde y oro de la guardia de la supervisora se interpuso entre ellos.
—¿C.I. Syn, nacido Sheridan Digger Wade?
Con la respiración entrecortada por el dolor, dejó de moverse y miró a todos con cautela.
Cuando no respondió, el hombre miró a Shahara para confirmar su identidad antes de continuar.
—C.I. Syn, usted está bajo custodia de la supervisora en espera de una investigación y el juicio de su caso.
Confuso, miró al guardia.
—¿Cómo?
—Fui a ella —le explicó Shahara como si hubiera leído sus pensamientos—. Está de acuerdo en escucharlo todo.
Oh, eso era una gran jodienda. Tendría suerte si su madre no lo mataba a los dos segundos de su llegada.
El guardia que había hablado se arrodilló para liberarle de las cadenas mientras Nero entregaba a Shahara su ropa.
—Esperaremos fuera mientras consigues que se vista.
Shahara miró a Syn, que todavía conservaba su posición de cuclillas en el suelo.
—Gracias.
Parecía tan derrotado y herido que la ahogaban los remordimientos. Sus heridas eran mucho peores esta vez de lo que lo habían sido antes. Era obvio que Merjack había sido poco comprensivo con su subterfugio con el chip.
Ella no podía imaginar cómo era capaz sólo de moverse y respirar.
—Aquí —dijo cerrando el espacio entre ellos—. Déjame que te vista y...
—No necesito tu ayuda —le espetó entre dientes mientras la empujaba con una fuerza que la movió cierta distancia, la cual encontró chocante dada su condición física.
Quiso discutir pero tenía miedo de intentarlo. Lo último que necesitaba era una pelea que sólo le perjudicaría aún más.
—Aquí está tu ropa.
Syn se la arrancó de entre las manos y trató de vestirse por sí mismo, pero con un brazo roto y otras lesiones brutales, apenas podía moverse.
Fue inútil, ni siquiera podía levantar los brazos lo suficientemente alto como para tirar de la camisa.
Esta vez, cuando ella se acercó, no la rechazó. Sin una palabra, le vistió con unas suaves manos que rara vez le habían herido. Pero no era eso lo que realmente dolía, de todos modos.
Las lesiones externas, podía con ellas. Había sido la herida de su corazón la que lo había lisiado. Eso era lo único que no podía superar.
Cómo pudo...
Cuando terminó, le cogió por el brazo bueno y se lo pasó por encima de sus hombros.
—Sólo apóyate en mí, Syn, y yo te sacaré de este infierno.
—Tú eres la que me puso aquí. Dos veces —gruñó a través de su fracturada mandíbula.
La conciencia de Shahara gritó su propia condena por la condición de él. Había estado aquí menos de un día y Merjack le había hecho todo menos matarlo.
—Lo sé, cariño, lo sé.
Nero se hizo cargo una vez estuvieron fuera de la celda y ayudó a Syn el resto del camino hacia la bahía. Tan pronto como se hubieron subido al transbordador de la supervisora y se pusieron en marcha, uno de los escoltas le trajo un botiquín de primeros auxilios mientras que Nero se puso al frente del transbordador.
—No sé de cuánta ayuda será. Pero creo que habrá algo para aliviar el dolor.
—Gracias —Shahara lo cogió de sus manos.
Rebuscó hasta que encontró unas pastillas.
—¿Necesitas agua? —le preguntó a Syn.
Negó con la cabeza antes de rechinar bruscamente.
—Me... rompieron... la... mandíbula.
—Oh —murmuró, sabiendo que no podría abrir la boca lo suficiente como para tomar las pastillas.
No era de extrañar que hubiera estado tan silencioso.
Shahara miró hacia abajo con vergüenza y dejó el bote de nuevo en el botiquín. Una vez más, buscó algo para poder aliviar su dolor.
No había nada.
—Lo siento. Aquí no hay ningún inyector o cualquier otra cosa que darte.
Syn no dijo nada. Sólo puso la cabeza contra la pared de la nave y cerró los ojos.
Queriendo desesperadamente ayudarlo, Shahara se levantó, se movió alrededor del tabique de acero que los separaba de los pilotos y preguntó a los dos escoltas.
—¿Hay algún lugar donde pueda descansar hasta que lleguemos allí?
El hombre que le había traído el botiquín de primeros auxilios, habló.
—Podríamos hacer un palé en el suelo con nuestras mantas de emergencia.
Al ver el ceño en la cara de ella, se volvió contrito.
—Lo siento, Seax. Esto es una lanzadera prisión, no un crucero de lujo. Eso es lo mejor que podemos ofrecer.
Bueno, al menos el palé sería mejor que su intento de incorporarse.
—¿Dónde están las mantas?
Él los llevó a Nero y ella a los compartimientos de almacenamiento y la ayudó a sacarlos. Juntos, Nero y ella hicieron una cama semi-blanda y ayudaron a Syn a acostarse.
Shahara se sentó a su lado mientras el escolta regresaba a su puesto. Vio que Syn intentaba tragar y se odió por haberlo dejado con Merjack. Si pudiera volver atrás cambiaría las cosas.
Pero no podía hacerlo.
Lo más que podía hacer era tratar de explicarse, especialmente dado el hecho de que a él no le quedaba más remedio que escucharla.
—Sé que no me crees —dijo ella, acariciando su amoratada mejilla—, pero nunca quise hacerte daño.
Su mirada se volvió letal y ella pudo escuchar sus pensamientos como si fueran los suyos propios.
—Tienes razón. Te entregué. Dos veces. Pero no es lo que piensas. La primera vez que nos conocimos, yo creía que eras culpable de todos esos crímenes. Entonces, se me acercó otro Seax, Warden Traysen, desde tu prisión. Había estado investigando a Merjack desde hacía años y cuando se enteró de lo del chip, decidió no procesar a Merjack por las violaciones de los derechos humanos sino que esperó hasta que pudiera procesarlo por asesinato. La única manera de probar su caso era conseguir tu chip.
Ella le pasó la mano por la frente febril.
—Fue el único en sugerir a Merjack que se pusiera en contacto conmigo y luego Traysen me dijo que ese era mi deber real. Tenía miedo de decirte mi misión porque pensé que no me creerías. Ahora que sé quién es tu madre, que no me habrías creído. Nunca. Eres tan cabezota sobre eso y no puedo culparte.
Suspiró y le quitó el pelo sucio de la frente.
—No sabes cuántas veces me he arrepentido de mi trato con Merjack.
Él la miró y sus ojos estaban tan tristes y mostraban tanta traición que le llevaron lágrimas a los de ella.
—Sé qué piensas que te traicioné, pero de verdad que te amo, Syn —en su desesperación de no perderlo para siempre, agregó rápidamente—. En el momento en que vi tu verdadero yo, ya fue demasiado tarde. Todo se había puesto en movimiento y no pude detenerlo. Esa última noche, le iba a mentir a Merjack y a decir que habías muerto para que dejara de cazarte. Luego iba a cogerte y a dejar el chip bajo la custodia de la supervisora.
 La acusación en sus ojos hablaba en voz alta. ¿Crees que habría sido mejor?
Él miró hacia otro lado.
Shahara cerró los ojos y deseó empezar de nuevo con él.
Pero era demasiado tarde.
Suspirando por la derrota, le puso la mano a un lado y fue a reunirse con los escoltas.
Syn la vio marchar. Su corazón le rogó que la llamara para que regresara. Esta vez no le hizo caso. Había terminado con esa parte de sí mismo. La parte que era débil y que pensaba que necesitaba a alguien en su vida.
No la escucharía más.
Lo único que quería era la paz y la soledad lejos de la gente que le había mentido y engañado. La única garantía que había tenido en la vida es que nunca se había traicionado a sí mismo.
Respirando tan hondo como pudo, cerró los ojos y se comprometió a no pensar más en Shahara.
Nero se le acercó.
—Ella te quiere, Syn. Si te sirve de consuelo.
Puso los ojos en blanco, pero luego siseó por el dolor que le causó.
Nero se arrodilló a su lado y usó sus poderes para curarlo. Syn maldijo por el dolor que se extendió sobre él, para luego desaparecer. La última parte en sanar fue su mandíbula.
Se encontró con la mirada de Nero.
—Gracias.
—De nada. ¿Debería ir por Shahara ahora?
—No. No la quiero cerca de mí.
—Syn...
—No malgastes aliento, Scalera. Estoy cansado de que me mientan. Ni siquiera sé si creerme que está preocupada.
—Ella no puede mentirme. Ya lo sabes.
—Y yo no soy tú. No vengo con un detector de mentiras. Diablos, incluso el tuyo es, a veces, defectuoso.
Lo que habían tenido, lo que fuera, había terminado.
No quería vivir así. Además, no había salido todavía del problema.
Ellos lo llevaban a su madre para un juicio...
Sí, como que iba a ir bien para él.
Las semanas pasaron lentamente mientras Shahara luchaba consigo misma sobre visitar o no a Syn en la nueva celda. En su mente, no cabían dudas de que él la odiaba.
Que siempre la odiaría.
Aun así, quería ver cómo estaba. Ver si tal vez pudiera hacer algo por ayudarlo.
Le echaba tanto de menos que se convirtió en una terrible agonía física que le impedía comer o dormir. De hacer otra cosa que sentir dolor por él.
Finalmente, no pudo más. Incluso si él la golpeaba y la sacaba de su celda, tenía que volver a verlo.
Intentarlo por última vez.
Con ese pensamiento, voló a Gondara.
Ahora esperaba en una sala de mínima seguridad mientras los guardias revisaban el paquete que le había traído a Syn.
—Muy bien, Seax Dagan —dijo el guardia finalmente—. Puede pasar.
—Gracias.
Cogió su mochila de los guardias.
—¿Qué celda?
—LD 204.
El guardia presionó el botón de una serie de puertas que conducían a un estrecho pasillo con celdas individuales. Era la hora de las visitas y todos los presos estaban confinados en sus habitaciones.
Con una respiración profunda para darse valor, Shahara se dirigió hacia la línea de celdas. Una ventana de dos pulgadas estaba tallada a la altura de sus ojos en cada puerta, pero resistió el impulso de asomarse.
No quería ver la miseria que sentían los internos.
Ella había sido la responsable de poner a muchos de ellos allí. Y no podía dejar de preguntarse cuántos de ellos estaban confinados injustamente.
Tan pronto como llegó a la puerta correcta, los guardias dieron un timbrazo. Con las manos temblando por el miedo sobre cómo la recibiría, empujó suavemente la puerta de acero para abrirla.
Syn se sentó en el catre de espaldas a ella, mirando por la ventana al patio de abajo. El traje azul de la prisión, en realidad, se veía bien contra su piel y su pelo oscuro, y le dieron ganas de darle un bocado.
Pero no sería receptivo a ella, ahora.
No se movió en absoluto, lo que la hizo preguntarse qué estaba pasando que le tenía tan distraído.
Se aclaró la garganta antes de hablar.
—He oído que saldrás pronto.
Él se dio la vuelta para mirarla a la cara.
Por un instante, ella vio su deleite, pero luego su rostro se convirtió rápidamente en estoico.
—¿Qué estás haciendo aquí?
Haciendo caso omiso a su pregunta, dejó la mochila encima de la mesa cerca de la puerta.
Había olvidado lo bien que se veía cuando estaba recién afeitado y bien peinado. Absolutamente devastador.
Por encima de todo, había olvidado la fuerte personalidad que poseía. Viajando con él, se había acostumbrado, pero ahora...
Ahora era consciente de la corriente subterránea mortal.
—Pareces estar mucho mejor que la última vez que te vi.
Él no respondió.
Suspirando por el frío trato dispensado, sacó la silla de acero de la mesa y se sentó.
—Conseguí que la supervisora dejara que siguieras con tu negocio desde aquí. Cuando llamé a Nykyrian para decírselo, se puso tan feliz que me cogió y dio vueltas conmigo. También me envió un montón de papeles que quiere que firmes.
Esperó, pero nunca respondió.
—Nykyrian también me dijo que te dijera que estaba enfermo y cansado de llevar un negocio que apenas entendía y que deseaba que te lo metieras por el culo y que lo atendieras tú mismo. Me dio un portátil y un manojo de chips de registros y facturas de tu gerente. Y en caso de que no lo hayas oído, el padre de Kiara ha caído por todos los cargos contra ti y La Sentella.
Otro silencio la respondió.
Bueno, ¿qué esperabas? ¡Ah, caray, Shahara, qué bien volver a verte! Entiendo completamente que me dieras la espalda para ser torturado por unos verdugos que tú sabías que me querían muerto. Gracias, dulzura.
No podía culparlo por su ira.
¿Qué era lo que su madre siempre decía? El amor era una frágil flor con la que había que tener mucho cuidado y que era difícil de sostener. Y al igual que una flor, se marchitaría y moriría si se era descuidado.
Una vez que se había ido, nada podría traerlo de vuelta.
No obstante, no podía creerse que estaba completamente muerto. Había estado contento de verla, aunque sólo hubiera sido por un segundo.
Ciertamente, no habría sentido ese momento de placer si verdaderamente la odiara.
Lo intentó de nuevo.
—La supervisora me dijo que estaban dispuestos a darte la amnistía en cuanto declarases contra Merjack y su hijo. Supongo que irás a casa un día de estos...
Ella esperó, pero nuevamente él no dijo nada.
Suspirando, se dio cuenta de la futilidad de su intento. Él nunca se lo perdonaría.
Que así fuera. No iba a suplicar.
—Que tengas una buena vida —le dijo, dirigiéndose a la salida.
Con cada paso que la alejaba de su celda, el corazón se le fue rompiendo a pedazos. Realmente había terminado. Syn nunca le daría otra oportunidad. Y ni siquiera podía culparlo por ello.
Incapaz de soportar lo que les había hecho, se puso a llorar.
Mirando la silla donde había estado Shahara, Syn sacó el pequeño anillo que había comprado para ella y miró las brillantes piedras ámbar. Había tenido que sobornar a cada maldito guardia para recibirlo.
Tendría que haber dicho algo. Darle las gracias al menos, por conseguir que lo liberaran, por llevarle su trabajo.
Pero había tenido miedo de confiar en sí mismo. Si hubiera hablado, tal vez la hubiera perdonado.
Oh, al infierno con el perdón, de todas formas. Tenía su vida de nuevo y ella la suya. Había sabido todo el tiempo que eran incompatibles.
¿Para qué intentarlo?
Con ese pensamiento, cogió el paquete que ella había dejado encima de la mesa. Al llegar a su portátil, su mano rozó un trozo grande de tela.
Lo sacó y se quedó helado.
Era una ampliación de la fotografía de Paden. Absolutamente atónito, miró la cara sonriente de su hijo.
Debía de haber encontrado a alguien que reparara la fotografía y la transfiriera a un panel de 10 x 13. Y debajo había una fotografía del tamaño de una cartera de Talia y él. Había asumido que había sido destruida junto con su lugar.
Una aplastante presión se instaló en su pecho mientras sostenía las fotografías. Sólo Shahara sabía lo importantes que eran esas fotos para él.
Ella era la única que lo había conocido de verdad.
Y él la había dejado ir.

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