miércoles, 22 de febrero de 2012

UMC

REUNIONES NAVIDEÑAS

Nueva Orleáns
Bar el Santuario, Navidad

Aimee Peltier se detuvo mientras observaba la reunión a su alrededor. Este era el único día del año en el que el Santuario estaba oficialmente cerrado. Incluso aunque muy pocos miembros de su extensa familia eran were Cristianos, todavía se tomaban tiempo para celebrar las navidades. Para recordar sus propias creencias y volver a pensar en aquellos que han amado y perdido.
Como indicaba el nombre del bar, este era el cielo para los were-animales, cambiadores de forma quienes eran cazados los unos por los otros y por los humanos. Sus padres habían fundado el bar hacía un ciento de años después de que los hermanos mayores de Aimee hubieran sido asesinados en la guerra sin sentido que dividía a su gente unos de otros.
Había sido el solemne voto de su madre que ninguna mujer lloraría jamás la perdida de un hijo si ella podía ayudar. Pero desde entonces, la visión de su madre de lo que era correcto y lo que estaba mal había cambiado un poco. Y para mantener la paz aquí en el bar, su madre había tomado decisiones con las que Aimee nunca estaría de acuerdo.
Pero entonces, las desavenencias entre madre e hija eran más antiguas que los propios were-animales.
El bar estaba atenuado, iluminado sólo por velas. Su hermano Dev estaba en la esquina, poniendo bebidas. Se había recogido su largo y rizado pelo rubio en una cola de caballo mientras bromeaba con Colt y Angel, quienes estaban en forma humana, sentados sobre taburetes enfrente de la barra bebiendo cervezas.
La madre de Aimee, Nicolette, estaba del lado de fuera en forma humana mientras jugaba con los osednos de Zar. Había varios tigres, un jaguar, y osos holgazaneando o luchando juguetonamente mientras otros estaban en su forma humana jugando a las cartas, apostando, o sólo salían a pasar la noche.
—¿Estás bien?
Se volvió ante la profunda voz detrás de ella para encontrarse a Maxis allí de pie. Alto y magnífico, tenía oscuro pelo rubio y ojos verde-plateados que brillaban a la débil luz. Atónita, había parpadeado un par de veces para asegurarse que no estaba imaginando su presencia. Maxis había llegado al santuario gravemente herido. Uno de los raros dragones Katagaria, no se mezclaba fácilmente con otros grupos. Prefería quedarse aislado en el ático donde podía dormir en forma de dragón y no ser molestado.
—¿Qué estás haciendo aquí abajo?
Max cruzó los brazos sobre el pecho.
—Sentí tu dolor y me estaba preguntando que lo causaba.
Su preocupación la tocó profundamente. Era verdad, viendo a la familia a su alrededor se dolía por lo único que más quería.
Fang Kattalakis. Un lobo que había estado medio muerto, había sido traído aquí por su hermano y Aimee lo había atendido devolviéndole la salud de la misma manera que habían hecho a Max. Pero al contrario que con Max, se había enamorado de Fang incluso aunque sabía que no había oportunidad de que hubiese algo entre ellos.
Si sólo pudiera convencer a su corazón de eso.
Ella ofreció a Max una sonrisa que sabía era falsa.
—Estoy bien.
—No estás bien, Aimee. No has estado bien desde la noche en que Fang se marchó.
Ella se puso nerviosa.
—Por favor baja la voz…
—¿Mejor así?
Ella podía oír su voz en la cabeza. Asintiendo, le palmeó el brazo.
—Estaré bien, Max. Gracias por preocuparte, pero ya me conoces.
—Te conozco, Aimee. Y se que esa soledad es un calabozo de espinas que perforan cada capa de armadura que intentas construir para ello.—Él mantuvo la mano en alto de modo que ella pudiera ver el tatuaje que había colocado allí en recuerdo de su familia—.Yo perdí lo que más significaba para mí. No cometas el mismo error.
—Pero Fang y yo no somos compañeros. No hay marcas…
—Tampoco había marcas para nosotros. Y aún así mi corazón está roto. No dejes que los Destinos rijan tu vida. Algunas veces tenemos que tomar esa responsabilidad por nosotros mismos.
Él dio un paso atrás y pasó su mirada alrededor de los otros.
—No me gusta estar aquí con esa gente y animales. Voy a retirarme, pero recuerda, valor es hacer lo que sabemos que es peligroso. Es arriesgar nuestra seguridad por una oportunidad de hacer algo mejor. No dejes que tus temores den forma a tu realidad porque no importa lo cautelosa que seas, alguien o algo siempre entra a hurtadillas por la puerta de atrás para manifestar ese temor. Mejor enfrentarlo y derrotarlo que dejar que te coja desprevenido.
Antes de que pudiera contestar, él se desvaneció.
Aimee se quedó allí de pie mientras consideraba sus palabras. Tenía razón, pero saber algo y actuar sobre ello eran dos cosas completamente diferentes.
—¿Qué quería?
Ella vaciló ante la pregunta de su padre. Alrededor de los dos metros trece, su padre intimidaba a todo el que lo veía. Pero no a ella. Como su única hija, Aimee sabía que nunca le haría daño.
—Me estaba deseando unas Felices Fiestas.
Su padre sonrió antes de atraerla contra él y besarla en la coronilla.
—Atraes a extrañas criaturas.
—¿Eso es algo malo?— miró significativamente a sus hermanos.
Su padre se rió.
Pero su risa no la alivió.
—¿Papá? ¿Puedo preguntarte algo?
Él entrecerró los ojos sobre ella.
—No estoy seguro de que me guste ese tono de voz, pero puedes intentarlo.
Antes de que hablara, echó un vistazo a donde su madre jugaba con los cachorros.
—Si no te hubieses emparejado con Mamá, ¿Todavía te habrías quedado con ella?
Su mirada se oscureció.
—¿Porqué lo preguntas?
—Curiosidad.
Su expresión se endureció y podía ver que su respuesta no le había agradado.
—No me mientas, Aimee. Puedo olerlo en tu piel. Estás pensando en ese lobo, ¿No es verdad?
Ella apartó la mirada incapaz de responderle. No es que no lo supiera ya.
Los ojos de su padre ardieron ante ella.
—Él no es de nuestra especie.
Y en su mente eso no cambiaba nada.
—Lo sé, Papá. Me lo digo a mi misma cada día.
—Si nos dejas por él, no sé si Nicolette podrá manejarlo. Tu madre puede ser dura, pero te quiere y sólo desea lo mejor para todos nosotros.
—Lo sé.
Él se inclinó para susurrarle al oído.
—Pero esta es tu vida, ma petite cour. Siempre estaré aquí para ti.
Aimee cerró los ojos cuando esas palabras aliviaron su corazón.
—Gracias, Papá. Te quiero.
—Y yo a ti. Ahora sonríe y únete a la fiesta.
La dejó para hablar a su hermano Serre mientras Aimee se sentía repentinamente fuera de lugar y no sabía por qué. Esta era su casa. Allí estaba su gente y familia, y aún así…
Nunca había experimentado nada igual a esto antes y hacía que le doliera.
—¿Estás bien, hermanita?
Asintió a su hermano Kyle cuando se detuvo a su lado.
—Me está empezando a doler la cabeza.
—¿Quieres que te traiga algo?
Sonrió ante su juvenil rostro. Era el más precioso de todos sus hermanos.
—Está bien, bebé. Creo que voy a echarme unos minutos. Dile a Mamá que volveré a bajar en breve.
—Vale.
Ella le apretó el brazo antes de salir por la puerta que conectaba ese edificio con la casa en la que vivían. Estaba extrañamente silenciosa con todo el mundo en el bar. Este era el único momento en que la casa estaba completamente tranquila.
Aimee subió hacia su habitación.
Empujando la puerta para abrirla, se detuvo cuando captó una esencia familiar.
Fang.
Su corazón se aceleró cuando cerró la puerta de golpe para buscarle. Pero él no estaba allí. Quería llorar… al menos hasta que se dio cuenta de que su esencia todavía era fuerte junto a su tocador.
Miró debajo de una pila de papeles para encontrar una pequeña caja. Levantándola, inhaló la esencia inequívoca de Fang. Como le extrañaba. Sus ojos lloraban, desempaquetó el regalo y abrió la caja para encontrar un pequeño medallón. Tenía una garra de oso gravada alrededor de un diamante en el frente. En la parte de atrás estaba la garra de un lobo. Pero era lo que había en su interior lo que hizo que cayeran sus lágrimas.
Era un trozo de su pelo. Aimee sollozó al verlo. Los animales no daban cosas así. Con ese pelo, un enemigo podría rastrearlo a través del tiempo.
Pero él confiaba lo bastante en ella como para dejarle tenerlo. Nada le había llegado más.
Su mano temblando, cerró el medallón y se lo colgó al cuello. La larga cadena caía entre sus pechos, y lo metió en su sujetador de modo que pudiera tenerlo tan cerca como fuera posible de su corazón y mantenerlo fuera de la vista de los otros.
Cuando se estiró a por la caja, se dio cuenta de que había una nota en el fondo. Desdoblándolo, sonrió ante el típico comentario de Fang.
Te extraño.
No “te amo”. Nada tonto o romántico. Sólo una corta y clara verdad.
—Yo también te extraño.—susurró ella, intentando detener las lágrimas. Y fue entonces cuando levantó la mirada para ver la marca de una mano impresa en su espejo.
La de Fang.
Aimee levantó la mano hacia esto, colocando la palma contra la impresa de él.
—Un día, Fang. Un día…


Fang parpadeó mientras observaba a Aimee a través de la ventana. En forma de lobo, era capaz de ocultarse a través del oscurecido cielo. Quería abrazarla tan desesperadamente, pero sabía que era mejor no intentarlo. Su mera presencia la ponía en peligro.
Un día, Aimee…
Con el corazón rompiéndose, dio la vuelta y se agazapó cruzando el tejado hasta que hubo bastante distancia entre ellos de modo que pudiera cambiar a forma humana, destellando en las ropas que había estado llevando, y bajó. Fue hasta donde había dejado su Suzuki GSX-R. Se puso el casco antes de arrancar el Jixer y dirigirse a casa para pasar la noche.
Era difícil estar con su familia cuando lo que realmente quería era Aimee. Su hermano Vane era un lobo con suerte. Su compañera humana, Bride, lo había aceptado, y los destinos los habían decretado como compañeros de vida.
Si sólo un lobo pudiera emparejarse con una osa.
Suspirando, Fang aparcó la moto y entró en la casa a través de la puerta de atrás.
Bride había engalanado toda la casa para las fiestas de Navidad. Había campanas, acebo, y flores de pascua por todos lados. Él oía risas procedentes del comedor cuando dejó las llaves sobre el mostrador.
Su hermano Fury se detuvo en el umbral. Él inclinó la cabeza antes de hacer un sonido lobuno con la garganta.
—Mejor lava el oso de ti antes de acercarte a Vane. Entrá allí oliendo de esa manera y te esquilará tu peludo culo.
Fang empezó a decirle lo que podía hacer con esa advertencia. Lo último que quería era quitarse la esencia de Aimee, pero era navidad.
Tiempo de paz y familia.
- Bajaré en unos minutos.
Fury asintió mientras veía a Fang dirigirse de vuelta a las escaleras. Lo sentía tanto por su hermano. Si pudiera, le entregaría a Aimee, pero eso no podía ser. Los osos nunca tolerarían que su única hija se emparejara con un lobo. Eso sólo no se hacía. Y si los destinos no lo decretaban…
Hombre, eso debía apestar.
—¿Fury?
Él se volvió para ver a Maggie viniendo por el corredor para unirse a él en la cocina.
—¿Necesitas una mano?—preguntó ella.
—Nah.—dijo él, dirigiéndose al frigorífico—.Sólo vine a buscar algo de agua. No me gusta beber esa cosa humana. No va conmigo y no creo que quieras que tu padre me vea cambiar a la forma de lobo mientras está aquí-.Su padre no tenía idea de que estaba rodeado por animales los cuales tomaban forma humana para aplacar a las familias de Maggie y Bridge—. Con mi suerte, estaré tan borracho que mearé sobre su pierna.
El compañero de Maggie, Wren, rió cuando se unió a ellos.
—Por eso, quizás te pague.
Maggie le dio un codazo a su compañero en el estómago.
—Me prometiste que te comportarías.
—Me estoy comportando. Pero si Fury de repente se mea sobre tu padre…
—¡Wren!
Él sostuvo las manos en alto a modo de rendición antes de dedicarle un guiño.
—Sois todos tan malos.
Wren sólo sonrió cuando agarró el agua del frigorífico antes de que volviesen al comedor donde la familia de Bride estaba cantando villancicos Navideños. Bridge estaba sentada en el sofá con su hijo sobre su regazo mientras Vane se sentaba en el suelo, sosteniendo su mano mientras se encogía un poco por la desafinada canción a capela.
Fury sentía una profunda necesidad de aullar, pero la aguda mirada de Vane le mantuvo la boca cerrada. Él se encontró con la mirada de Fang cuando su hermano se unió a ellos. Su pelo oscuro estaba todavía mojado por su rápida ducha.
Olfateando, Fang se encogió muy a lo lobo cuando su nariz fue asaltada por la esencia de los humanos que lo rodeaban. Siempre era difícil estar con tantos alrededor. Pero habían llegado a ser maestros en mezclarse con ellos.
Algunas veces.
Fury fue hacia él y le tendió una botella de agua.
—Feliz navidad, hermano.
Fang asintió antes de quitar el tapón y tomar un sorbo. Pero incluso así, Fury veía el anhelo en la cara de su hermano y se preguntaba que sería peor. Saber que quería y no ser capaz de reclamarlo o ser como él y no tener ni idea de si encontraría a alguien que pudiera tolerarle…







Nueva Orleáns
Casa de los Hunter

Kyrian Hunter miró alrededor ,a sus amigos y familia quienes estaban reunidos para la cena de Navidad. Su hijo Nicky, y su hija, Marissa, estaba jugando bajo el árbol con su suegra mientras su mejor amigo, Julian, y su esposa Grace estaban ayudando a sus hijos a abrir el último de los regalos.
La familia de su esposa, el clan Devereaux, estaban todos allí, riendo y celebrando.
Tenía que ser el bastardo con más suerte del planeta. Parecía que ayer había estado solo en el mundo sin nadie que lo amara. Nadie que se preocupara por él.
Y una noche un letal enemigo casi había tomado a la mayoría de las personas que estaban ahora reunidas en su casa.
Su cuñada, Tabitha, se levantó y golpeó su vaso para atraer la atención de todos.
—Siento interrumpir, pero quería tener un segundo y deciros Feliz Navidad a todos.
Se alzó un grito, pero Tabitha les indicó que guardaran silencio.
—Sabéis, mi abuela Romaní siempre me dijo que los enemigos y los amantes hacen extraños compañeros de cama.
Kyrian encontró la mirada de Valerius por encima de la cabeza de Tabitha. Los dos habían pasado siglos odiándose el uno al otro. Pero por sus esposas que eran hermanas gemelas, habían enterrado el hacha , sólo que no en la cabeza de Valerius como había querido Kyrian. Él levantó su vaso en un silencioso brindis a Valerius quien le devolvió el gesto antes de que su mirada encontrara la de su hermano, Zarek, quien estaba de la mano con su esposa, Astrid. Al igual que Kyrian, Zarek también había pasado la eternidad odiando a Valerius.
Ahora los hermanos estaban reunidos.
Los milagros sucedían. Las personas en esa sala era la prueba viviente de ello.
—Por la familia,—dijo Tabitha, sosteniendo su vaso—.Y por esos que hemos perdido, pero que todavía están en nuestros corazones, yo quiero proponer un momento de silencio por ellos…
Todo el mundo inclinó sus cabezas en respeto.
Pero no era tristeza lo que sentía Kyrian, era gratitud por todos aquellos que estaban aquí esta noche, vivos y bien.
Levantó la cabeza al mismo tiempo que lo hacían Talon y Sunshine. Kyrian les sonrió, recordando un tiempo cuando él y Talon habían sido los únicos dos Dark-Hunters para patrullar Nueva Orleáns. Tío, cuantas cosas habían cambiado desde el fatídico día cuando despertó esposado a su esposa, Amanda.
Y gracias a los dioses por eso.


Nick retrocedió desde la ventana cuando vio al grupo de dentro inclinando sus cabezas para rezar. Colocó la mano contra el cristal de la ventana y recordó las navidades pasadas cuando él y su madre había estado en casa de Kyrian, celebrándolo.
Cada año con su madre había exigido que asistiese a misa de medianoche con ella. Cada año hasta que había sido brutalmente asesinada.
Ahora Nick no tenía a nadie.
Podrías decírselo. Kyrian y Amanda le darían la bienvenida. Pero él no podía permitírselo. Había vendido su alma al diablo por venganza y lo que quiera que él viese, lo veía Stryker.
Y Stryker quería a la hija de Kyrian.
No importaba cuando Nick odiara quizás a Acheron por permitir que muriera su madre, no podía dejar que Kyrian sufriera. Le debía demasiado a Kyrian para eso.
Cerrando los ojos, Nick se alejó de ellos y giró el cuello de su jersey de cuello alto para bloquear el frío. Debería de haber alguna clase de vuelta para los errores. Pero no lo había. La vida era fría, y esta era brutal.
Para él, nunca habría perdón. No había manera de regresar a la vida que había tenido una vez.
Ninguna manera de traer de regreso a la madre que una vez había amado más que a su propia vida. Realmente lo había jodido todo.
Con el corazón roto, Nick dejó la casa de Kyrian y cruzó la calle hasta donde había aparcado su Jag. Después de meterse dentro, Nick se detuvo para observar la casa de Kyrian. Las luces rojas y blancas brillaban en la noche y podía oír las risas que venían de la fiesta en el interior.
—Feliz navidad,—susurró antes de encender el coche y conducir hacia el Cementerio de St. Louis en la Calle Basin. Aparcó en la gasolinera cruzando desde esta y atravesando la calle vacía hasta que estuvo ante las puertas cerradas. Nick miró a la derecha y después a la izquierda antes de elevarse por encima de la reja de tres metros y medio y entonces saltar al interior.
Estaba negro como el carbón, pero como un Dark-Hunter, podía ver mejor en la oscuridad que a plena luz del día. Ignoró las hambrientas almas que se extendían a por él cuando caminó hacia la tumba de su madre. A causa de su vínculo con Stryker, era inmune a la posesión de sus almas.
Nick apartó su abrigo y sacó las rosas que había comprado para ella. Destrozado por la tragedia de su vida, se arrodilló ande su tumba y apoyó la frente contra la fría piedra.
—Te extraño, Mamá. Y lo siento.
Y allí en la oscuridad por un breve momento, pensó que podía sentir su presencia. Pero lo sabía mejor. Ella estaba tan perdida como lo estaba él.
Cayendo de rodillas, Nick se enroscó contra la tumba y cerró los ojos con fuerza mientras la pena lo atormentaba.


Stryker puso los ojos en blanco cuando vio la imagen de Nick ante la tumba de su madre en su mente.
—¿Porqué lo hice mi sirviente de nuevo?
Su hermana, Satara, levantó la mirada desde su esquina.
—¿Qué?
Stryker suspiró cuando se movió en el trono.
—Tu mascota. Está lloriqueando otra vez. Ve por él.
Satara dejó escapar un sonido de disgusto.
—¿Porqué no lo matas ya?
Stryker lo consideró.
—Porque él será mi herramienta para matar a Acheron. Confía en mí.
—Confío en ti…—ella le sopló un beso. Levantó la mano para formar una boda de modo que pudiera ver a Nick—.Oh, sólo déjale. Déjale revolcarse en su pena. Cuanto más sienta su pérdida, mejor para nosotros.
Quizás su hermana tenía razón.
Incluso así, viendo a Nick con su madre recordaba a Stryker la pérdida que había sufrido una vez, y le dolía ver a Nick con una pena igual a esa. Pero más que su pérdida, él pensaba en la de su propio hijo.
Urian.
El dolor de la muerte de su hijo todavía le quemaba por dentro, y hacía que odiase a la diosa a la que servía la cual le había ordenado matar a su propio hijo.
—Un día, Apollymi, te serviré lo que tú me serviste a mí—. Y él se reiría mientras ella lloraba la muerte de su precioso Acheron.


Katoteros.

Ash sonrió mientras veía a su hija, Simi, y a su hermana, Xirena, abriendo regalos. Vestida en un traje gótico de Ayudante de Santa, Simi tenía el pelo rojo y negro. Sus alas de demonio eran de un rojo a juego, y se ondeaban mientras desempaquetaba una caja grande.
El pelo de Xirena era rubio, y estaba vestida en verde oscuro y oro.
De repente, Simi chilló de placer.
—¡Muñecas BE-Goth!—. sonrió a Acheron de oreja a oreja cuando rompía la caja para abrirla de la muñeca Slayer Storm y la colocaba junto a su muñeca Pandora.— Akri, tú consientes a tu Simi y ella adora a su akri. ¡Gracias!
Xirena dejó escapar un ruido similar cuando abrió sus regalos para encontrar una colección de Bebés Voodoo. Se volvió hacia el sirviente de Acheron, Alexion.
—Oh, akri, sabes lo que le gusta a tu demonio. Gracias.
Danger se inclinó contra la espalda de Ash para susurrarle al oído.
—¿Qué crees que harán cuando abran sus bolsos Tokidoki?
Un penetrante, desgarrador grito respondió a la pregunta. Ash realmente se encogió.
—Creo que he perdido toda la audición.
Alexion bufó.
—Creo que acabamos de quedarnos sin algunos cristales en las ventanas.
Danger puso los ojos en blanco a su marido antes de apartarse del lado de Ash para rodear el pecho de Alexion con un brazo.
—¿Entonces deberíamos ver de reemplazarlos?
—No...—Alexion se detuvo como su de repente captara lo que ella quería decir—.Um, sip, creo que debería. —él miró a Ash—. Si me disculpas…
Ash no tuvo tiempo de responder antes de que los dos se desvanecieran.
Simi frunció el ceño.
—¿A dónde van?
—Sudoroso sexo humano,—respondió Xirena antes de comerse uno de los qees plásticos de su bolso.
Ash se encogió ante el comentario de Xirena que era muy probablemente cierto.
—Xirena, ¿Te importa?
Ella lo miró inocentemente.
—¿Qué? Es lo que van a hacer. Esos lo hacen siempre. Todo ese jadear y…
—¡Xirena, por favor!
Simi dejó escapar un largo y sufrido suspiro cuando captó la atención de su hermana.
—No eres tú, Xirena. Akri teme que su Simi vaya a encontrar a otro humano con el que tener sexo.
Xirena hizo un extraño sonido demoníaco.
—Sigo diciéndotelo, necesitas dejarme que te presente a algunos de mis amigos demonios. Tienen mucha más energía que la de esos humanos. Pueden pasar días sin detenerse. Y se ven mucho mejor. Ningún humano se vuelve azul cuando…
Ash se levantó.
—¿Señorita Demonio? ¿Te importa? Realmente me gustaría cambiar ese sujeto.
Simi resopló.
—Escúchale. Pensarías que akri nunca ha tenido sexo antes de la manera en que se conduce, lo cual la Simi sabe definitivamente que no es verdad. Akri tiene más sexo que diez humanos sudorosos cualquiera que puedas nombrar.
—¡Simi! Compasión, por favor.—lo único que quería era tener que hablar abiertamente de sexo con su hija.
Ash se detuvo cuando una repentina idea lo impactó. Chasqueó los dedos. QVC apareció en la TV, y las demonios inmediatamente se trasladaron a los monitores.
Gracias a los dioses que conocía al menos una cosa que podía distraerlas. Dejó escapar un aliviado suspiro cuando se tendieron en el suelo y manifestaron sus teléfonos móviles de modo que pudieran empezar a comprar.
—¿Problemas con los demonios?
Ash se congeló al oír la voz de su hermano detrás de él. Alexión le había advertido que le había permitido a Styxx cruzar a su lado de Katoteros para las fiestas.
Aún así, esto lo fastidiaba.
Ash se volvió para encarar a la única persona que era casi una copia idéntica de él. La única diferencia eran sus ojos. Los de Styxx eran de un brillante azul mientras que los de Ash era un remolino de plata.
—Pensé que pasarías de esto. No son exactamente tus fiestas.
Styxx miró el árbol de navidad en la esquina de la sala del trono de Ash,la mitad de los adornos habían desaparecido desde que las demonios habían decidido comérselos a primera hora de la tarde.
—Nunca pensé que vería algo así en el hall de los dioses atlantes. Piensas mucho en tu familia, ¿no?
Ash vaciló. Como humano, había rogado una vez que su hermano lo quisiera. Al menos, reconocido como su familia. Y cada vez que intentaba alcanzar a Styxx, Styxx lo había abofeteado brutalmente apartándolo de él.
Ahora las cosas habían dado la vuelta, y era Styxx el único que se extendía por él. Su instinto era devolverle el favor.
Pero Ash se negaba a ser de esa manera…al menos hoy.
—Me llevó mucho tiempo tener una familia que me reclamara.
Styxx suspiró.
—Nunca voy a ser capaz de probarme a ti, ¿verdad?
-¿Cuántas veces has intentado matarme hasta ahora?
Styxx colocó su mano sobre el hombro de Ash y le dedicó una sincera mirada.
—Me he disculpado por eso.
—Y yo he aceptado tus disculpas.
—Pero no me crees.
—¿Lo harías tú?
Styxx apartó la mirada mientras quitaba la mano del hombro de Ash, y Ash se arrepintió por la herida en la mirada de su hermano. Quería confiar en su hermano, pero no era tan simple. Los separaban siglos de traición.
—Mira, tomémonoslo con calma, Styxx. Dame tiempo.
Styxx asintió.
—Al menos no me estás lanzando a la calle desnudo, ¿huh?
Ash se puso rígido ante las crueles palabras y los recuerdos que lo atravesaron del día en que Styxx y su padre habían hecho eso con él.
Styxx parecía horrorizado cuando se dio cuenta de qué había dicho inadvertidamente.
—Oh dioses, Acheron. Lo olvidé. Lo siento mucho.
Eso había todavía una cuña entre ellos. Styxx había olvidado un suceso que había dejado una cicatriz imborrable en el alma de Ash. Una de abyecta humillación y amargura.
Y esto hacía que Ash quisiera lanzar a su hermano a la pared detrás suya. Tenía el poder para hacerlo sin hacer un movimiento.
Así de fácil.
Pero se refrenó a tiempo.
—¿Qué estás haciendo aquí, Styxx?
—No me gusta estar solo todo el tiempo.
Cuando Ash habló, se aseguró que sus emociones no se revelaran en su voz.
—Sí, realmente apesta estar solo, especialmente los días de celebración.
Styxx saltó.
—Fui estúpido, Acheron. Por favor, dame otra oportunidad.
—¿Quieres que lo largue fuera?
Ash miró pasando el hombro de Styxx para ver a Urian acercándose a ellos. Alto y delgado, Urian tenía el pelo rubio blanquecino que normalmente llevaba atado atrás con una cinta. Desde el día en que el padre de Urian, Stryker, le había cortado la garganta y lo diera por muerto, Urian había vivido aquí con Ash, Simi y Alexion.
—Está bien, Urian. Lo tengo.
-¿Seguro? Ha pasado todo un día desde la última vez que maté a alguien, y estoy poniéndome ansioso.
Styxx volvió una amenazadora mirada sobre él.
—No puedes matarme. Si lo haces, Acheron muere.
Urian chasqueó la lengua.
—Bonito truco, pero lo conozco mejor. El lazo funciona al revés. Si mato a Ash, tú mueres. Si te mato a ti, es sólo otro día para alegrarse.
Ash sacudió la cabeza.
—Pensé que estabas pasando las fiestas con Wulf y Cassandra.
—Lo estaba, pero entonces Cassandra se puso a llorar por lo de las fiestas y no puedo hacerme cargo de eso.
A pesar de sus duras palabras, Ash sentía la pena que llevaba todavía Urian por la muerte de su esposa, Phoebe. Ella había sido la hermana de Cassandra, y no dudaba que eso era lo que había puesto a Cassandra tan triste ese día.
—Todavía es tu día libre.
Urian se encogió de hombros.
—Odio los días libre. Son una pérdida de tiempo. Demonios, ni siquiera hay algún Daimon ahí fuera cerca. Todos ellos están metidos en un agujero como si hubiese alguna clase de tregua o algo.
—No te preocupes. Saldrán y con fuerza en año nuevo.
Urian parecía esperanzado.
—Envíame adelante en el tiempo, Ash. Quiero empezar a limpiar la casa.
—Sabes que no puedo hacer eso.
Urian bufó.
—Quieres decir que no quieres. Ambos sabemos que puedes.
—Sólo por que puedas…
—No significa que debas.—Urian negó con la cabeza—. Realmente desearía que consiguieses otro dicho. Ese cojea—. Urian caminó hacia las demonios y se dejó caer en el suelo entre ellas.
—¿Alguna oportunidad de que podamos ver una película de terror?
Simi levantó la cabeza para mirarlo.
—¿Hay alguna donde los demonios ganen?
—No realmente.
—Entonces pooh para ellos. Prefiero comprar.
Urian hizo una mueca.
—Yo prefiero quitarme los ojos.
Simi arqueó una ceja.
—Si lo haces, ¿La Simi puede comérselos?
Xirena sacó una botella de salsa barbacoa de su bolso.
—Tienes que compartirlos si lo haces.
Urian gimoteó en fingido dolor.
Ash no les prestó atención cuando empezó a alejarse de Styxx.
Styxx le cogió del brazo y tiró de él para detenerlo.
—No puedes ignorarme para siempre, hermano.
—Cierto,—concordó Ash—. Pero puedo ignorarte por ahora.
Y con eso, chasqueó los dedos y dejó Katoteros para visitar el Olimpo.

Normalmente, estaría como Urian y preferiría sacarse los ojos que estar aquí. Hoy, sin embargo, era diferente.
Abrió las puertas del balcón del templo de Artemisa para encontrar a su hija, Kat, visitando a su madre en la sala principal. Kat se sentaba sobre el almohadillado trono con su largo pelo rubio brillando. Su marido, Sin, permanecía parado detrás de ella con una posesiva mano sobre su hombro mientras Artemisa lo fulminaba con la mirada. Su largo, ondulado pelo rojo caía alrededor de su cuerpo, y Ash podía decir que ella estaba a un paso de hacer volar a Sin de su templo.
—¿Me he perdido algo?—preguntó Ash cuando se unió a ellos.
Artemisa se volvió a él con un siseo.
—Mata ya a Sin.
—Lo haría, pero creo que Kat lo extrañaría.
—Como si me importara.
—¡Matisera!—dijo Kat, poniendo su mano sobre su dilatado vientre—. Se agradable. Él es el padre de tu nieto.
Artemisa dejó escapar un chillido de dolor y destelló fuera de la habitación.
—Abuelita, abuelita, abuelita,—dijo Sin en una manera muy infantil.
Ash le miró con diversión.
—¿Eso era realmente necesario?
Sin se rió.
—Absolutamente, y no pretendas ni siquiera por un instante que no adoras cada minuto de esto.
Ash no pudo resistir sonreír.
—No, todos y cada uno de los minutos.
Kat puso los ojos en blanco ante ellos.
—Vosotros dos sois horribles.
Uniéndose a la risa, Ash se movió para tomar la mano de Kat, y cuando lo hizo, captó un brillante destello de algo en su mente.
Jadeó.
—¿Solren?—preguntó Kat, usando el término atlante para Padre—.¿Sucede algo malo?
Ash no podía hablar cuando un extraño sentimiento lo sobrecogió. Había algo…algo…
No, era alguien, se dio cuenta, y esto echaba un horrible manto sobre todo. El miró a Kat como si intentara hacer todo lo posible por aclararlo.
No funcionaba. Lo que quiera que fuese, se había ido. Pero aún así, dejaba detrás una grieta.
Algo estaba llegando para él.
E iba a cambiarle para siempre…

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