lunes, 27 de febrero de 2012

BON cap 8

La mano de Nykyrian se detuvo a unas pulgadas de su cara. Sonriendo por ese gesto, Kiara apretó su mano con las suyas y le besó las yemas heladas de sus dedos. Su mano tembló mientras ella se la sostenía. La indecisión oscureció sus brillantes ojos verdes.
Kiara esperó mientras le acariciaba los tendones de sus fuertes manos, rezando para que la abrazara.
Nykyrian enterró la mano que tenía libre en el cabello de ella, los dedos le acariciaban el cuero cabelludo suavemente haciendo que un escalofrío recorriera todo su cuerpo. El deseo hizo erupción dentro de ella y supo que esa noche no querría, y no podría dejarlo marchar. Quizá mañana estarían separados, pero tendrían esta noche contra todo pronóstico.
Sus brazos la apretaron y la presionó contra su cuerpo. Sus labios reclamaron los suyos con una pasión nacida de una necesidad desesperada. Kiara gimió de placer y escuchó como se le quebraba la respiración cuando él le mordisqueaba los labios. Abriendo la boca, le dio la bienvenida a su calor.
Nykyrian se deslizó de la silla y sus manos hicieron magia sobre su cuerpo. La tocó por todas partes y la hizo arder de deseo. El corazón de ella latió de prisa cuando puso las manos bajo la suave seda de su camisa, encantada por la forma en la que sus duros músculos se curvaban bajo la yema de sus dedos.
Lo deseaba más que a cualquier cosa en la vida.
Nykyrian enterró los labios en el cuello de Kiara inhalando la fragancia dulce de su perfume exótico. Tembló por la fuerza de su necesidad y se perdió en la primera verdadera bendición que le había sido concedida en toda su existencia.
Sus brazos le dieron la bienvenida y lo sostuvieron en un gentil abrazo que él nunca pensó que pudiera alguna vez sentir. El deseo corrió por sus venas como fuego líquido. Se aferró a ella desesperado, necesitándola, deseándola.
Los escalofríos le recorrieron la espalda bajo el calor de sus manos. Abrió la boca y dejó que su lengua vagara a lo largo de su cuello, con los dientes la mordisqueó suavemente. Cerró los ojos para seguir disfrutando de esa sensación. Reclamando sus labios, la besó profundamente. Y por primera vez en la vida se sintió amado, deseado.
El cuerpo de Kiara latió con una necesidad dolorosa, exigiendo poder sentir su cuerpo desnudo contra el suyo. Le puso los dedos debajo del cuello de la camisa, pero eso no la aplacó, solo intensifico más su deseo. Gimió de placer cuando él le puso la mano encima de su pecho, bajo su estómago y bajo el dobladillo de su vestido. Escalofríos la recorrieron cuando él le acarició con su mano la piel de su estómago. Kiara lo besó furiosamente queriendo mantenerlo a su lado.
Con un gemido, Nykyrian se apartó condenándose por sus acciones. Respiraba con dificultad mientras se ponía de pie. Miró fijamente los ojos desconcertados de Kiara y su cuerpo latió dolorosamente excitado. ¿Qué estaba haciendo?
Recorrió con sus manos temblorosas a su cabello, no podía creer lo que había hecho, lo que podría haber hecho y lo que aún quería hacer con esa diminuta bailarina.
—Lo siento.
Kiara pestañeó, su disculpa la confundía más que las emociones que se arremolinaban en su interior.
—¿Por qué? —le preguntó.
Él cerró los ojos y se dio la vuelta.
—No tenía ningún derecho a tocarte —le susurró.
El corazón de Kiara se tambaleó por esas palabras llenas de dolor.
Acercándose, le puso la mano sobre la espalda.
—Tienes más derecho que nadie —le dijo ella, agarrándole el brazo y girándolo para que la enfrentara.
Nykyrian la miró fijamente con esos ojos maravillosos y hermosos. Kiara le puso la mano sobre la mejilla y le pasó la palma sobre la barba.
—Te deseo.
El dolor le nubló los ojos. El se apartó de ella como si su caricia lo quemara.
—Me tienes lástima. Y no la necesito, no la quiero.
—¡No intentes decirme qué es lo que siento! —Kiara cruzó la habitación y se le puso en frente.
Él intentó marcharse de nuevo, pero ella le agarró el brazo y lo detuvo.
—No puedes alejarte de mí, no te lo permitiré.
Su mandíbula se tensó.
—Quizás, yo no te deseo.
Una esquina de la boca de ella se levantó. Recordó el número de discos que él tenía en su armario sobre sus presentaciones, y la mirada que tenía en la cara hace unos momentos mientras extendía una mano hacia ella.
—Si eso fuera cierto te quedarías y no intentarías escapar de mi presencia. ¡Enfréntalo soldado, me quieres más que a nada!
La intensidad de su mirada se afianzó.
—Esa es una suposición bastante arrogante de tu parte.
Kiara sonrió ampliamente.
—¿Acaso no es verdad?
 El humor chispeó en los ojos de Nykyrian cuando la miró fijamente y entonces se marchitó.
—Tú no me deseas. Y estoy seguro como el infierno que no me necesitas.
Kiara cerró los ojos por la frustración y rezó para que alguna ayuda divina la auxiliara para hacerlo cambiar de parecer.
—¿Por qué piensas eso?
Nykyrian se apartó y tomó su larga chaqueta negra del sofá en donde la había extendido.
—Aquí estarás segura. Regresaré en un rato.
 La desesperación la invadió. Si él se marchaba, sabía que se alejaría de ella para siempre.
—Por Dios, híbrido —le gritó—. ¡No te alejes de mí!
La mirada asesina que él le lanzó mientras se daba la vuelta la hizo retroceder un paso. Nykyrian mantuvo la mano apretada en su costado y ella tuvo el presentimiento de que quería matarla.
—Pensé que los soldados eran entrenados para manejar los conflictos, no para alejarse de ellos —le dijo ella, todavía negándose a darse por vencida.
 Él la miró.
—¿Qué es lo que te asusta de mi?
Él no le contestó.
Kiara quiso gritar por la frustración. ¿Podría ser verdad que realmente no la deseara?
—Regresaré más tarde —le dijo él y se dirigió hacia la puerta.
Como si fuera una inspiración divina, Kiara recordó las escenas de los discos y comprendió lo que él estaba haciendo y por qué no le permitía a nadie, ni siquiera a Rachol estar a su lado.
—¿Por qué crees que no puedes ser amado?
Él se congeló.
—Es eso ¿no? —le preguntó ella, tentada de reírse por la absurda idea—. En algún lugar obtuviste la idea de que nadie podía amarte. ¡Bien, lo hago, y no voy a permitir que me abandones! —Sus ojos se abrieron espantados cuando comprendió lo que se había resbalado de su boca. Horrorizada por lo que había dicho, se mordió el labio. ¿De donde había salido eso?
Nykyrian se dio la vuelta despacio. Una gama de emociones fluctuaba por su cara cuando comprendió sus palabras.
Una luz de esperanza chispeó en su interior, pero Kiara sabía que tenía que ir despacio. Cerrando el espacio entre ellos, le puso una mano en la mejilla. Él no se marchó.
—Te amo —le dijo Kiara con convicción, comprendiendo exactamente la razón por la cual había dicho esas palabras.
Nykyrian la ahuecó entre sus brazos, aplastándola contra él. Su mejilla se apretó contra su pecho y oyó el latido fuerte de su corazón, percibiendo el calor del cuerpo que la rodeaba. Sabía que nunca querría abandonar ese paraíso. En ese lugar estaba segura, allí era a donde pertenecía.
—Te necesito. —Su susurro lastimero la estremeció.
Kiara lo miró a los ojos, que estaban oscurecidos por la pasión y vio lo profundo que era su amor por ella.
—Déjame amarte Nykyrian —le suplicó.
Sus brazos se apretaron alrededor de ella, la recogió del suelo y se dirigió hacia los escalones.
—Tu herida —jadeó ella, asustada de que se le abriera de nuevo.
—Estoy bien —le dijo. Y entonces la cosa más maravillosa pasó, él le sonrió.
Kiara lo miró fijamente boquiabierta.
—¡Tienes hoyuelos!
Al instante, su sonrisa desapareció.
—Lo sé.
—¡Son hermosos! —le sonrió Kiara—. Muéstramelos otra vez —le tocó la mejilla intentando que él le diera otra sonrisa.
Nykyrian la puso en la cama y se estiró encima de ella, esa presión contra el colchón la excitaba. El la miró fijamente a los ojos y le sonrió otra vez.
—Se siente raro —dijo Nykyrian después de un minuto—. Estoy seguro de que parezco un tonto.
Kiara sonrió.
—Te ves maravilloso. Rachol tenía razón, debes sonreír más a menudo.
Él le tomó la mano y le besó la palma. Su respiración calurosa le electrizó el brazo.
—¿Cuál es tu segundo nombre? —le preguntó ella súbitamente.
Él le soltó la mano y la miró fijamente como si se hubiera puesto morada de repente.
—¿Qué?
—¿Tu segundo nombre?
Él frunció el ceño.
—¿Por qué me preguntas eso?
 Kiara jugó con un mechón de su pelo rubio, encantada por su suavidad.
—Quiero saber todo de ti y me parece que ese es una buena manera de empezar.
El agitó la cabeza hacia ella esparciéndole el pelo rubio sobre su rostro.
—Caesare.
Ella sonrió recorriendo con la yema de sus dedos las curvas de su boca.
—Nykyrian Caesare Quiakides. Suena bastante noble.
Un momento breve de dolor le encendió los rasgos. Cruzó por su cara tan rápidamente, que ella se preguntó si se lo había imaginado.
Entonces la miró otra vez con esos maravillosos ojos verdes.
—¿Quieres que oscurezca el cuarto? —le preguntó él.
El calor arrasó sus mejillas.
—Por favor.
Él rodó fuera de ella y alcanzó un control de la mesa que estaba al lado de su cama.
Las luces se apagaron y en el techo sobre sus cabezas se marchitaba la transparencia. Mil estrellas centellearon, su luz baño al cuarto con su incandescencia suave y blanca.
—Parece un sueño —susurró ella intimidada por la belleza—. Ya veo por qué te gusta estar aquí.
Él se quitó las botas.
—Las estrellas no son ni la mitad de hermosas que tu.
Su voz era tan baja, que Kiara se preguntó si él lo había dicho, o solo lo había imaginado. Ella se sentó y se reclinó contra su espalda. La succión afilada de su respiración trajo una sonrisa a su cara. Recorrió con sus manos el lugar debajo de los brazos de él y se deleitó con la sensación de sus músculos tensándose bajo sus manos.
Los cuatro lorinas se pegaron a la cama en seguida. El más grande empujó a Kiara intentando separarla de Nykyrian.
Nykyrian masculló una maldición.
—¡Pixley, abajo! —le ordenó al más grande.
—No sabía que ellos tenían nombres —le dijo Kiara, mientras acariciaba al más pequeño detrás de las orejas.
Nykyrian asintió.
—El que estás acariciando es Cintara, Pixley es el más grande, Ulf es el que tiene la mancha blanca y el otro es Ilyse —le dijo mientras empujaba a Pixley hacia los escalones.
Una vez que los sacó del cuarto, cerró la puerta con llave.
—¿Cuánto tiempo hace que viven contigo?
—Ocho años —le dijo él, mientras se sacaba la camisa por la cabeza.
La timidez superó a Kiara cuando miró el juego de músculos bien definidos. Su boca se secó ante el espectáculo que le ofrecía esa piel morena y quiso pasar sus manos por todo su cuerpo. Vio el tatuaje de un dragón y una daga, debajo de su clavícula izquierda, la marca de un Asesino de la Liga. De algún modo su carrera ya no la molestaba.
La cama se hundió bajo su peso. Él se estiró al lado de ella y con una mano le sostuvo la cabeza intentando estudiarla con una intensidad que ella encontró desquiciante.
Kiara imitó su gesto. Se quedó mirándolo, temerosa de tocarlo, porque pensaba que él podría cambiar de parecer y dejarla. Después de varios segundos, el extendió su mano y le tocó el cabello, extendiéndole los largos mechones negros.
Kiara sonrió calurosamente con el corazón latiéndole con fuerza. A pesar de todas las cicatrices que él tenía en el pecho, pensaba que Nykyrian tenía el cuerpo más hermoso que había visto en toda su vida. Ella tocó la peor de sus cicatrices que le recorría la clavícula hasta su tatuaje. Parecía como si alguien le hubiera clavado una enorme garra en el cuello. El nudo de tristeza en su garganta estranguló su respiración cuando pensó en todo lo que él había padecido en la vida.
Nykyrian sacó la mano de su pelo.
—¿Haz cambiado de parecer?
El desaliento que escuchó en su voz, la hizo querer llorar.
—No —le susurró.
Él frunció el ceño, mientras le aplanaba un rizo en la mejilla acariciándole el pómulo con su dedo pulgar.
—Te ves tan triste.
Ella sostuvo la mano sobre su mejilla, disfrutando de la sensación de su palma callosa sobre su piel. Kiara se llevó esa mano hacia los labios y le besó los nudillos.
—Deseo poder apartar de ti el dolor —le susurró ella—. Deseo poder regresar al momento en que naciste y llevarte a un lugar seguro. Lejos de todas las personas que te hirieron.
Los ojos de él estaban empañados.
—Lo estás haciendo ahora. —Él se inclinó y la besó en los labios.
Kiara le dio la bienvenida a la percepción de sentirlo sobre ella, apretándola contra el colchón. Sus labios vagaron por su cuerpo, abriendo un sendero de fuego por donde pasaban. Nykyrian levantó el dobladillo de su vestido y le besó el estómago. Kiara agarró su cabeza por el éxtasis vertiginoso que la recorrió.
Nykyrian se maravilló al sentir toda su carne sedosa. Le encantó la manera en que ella temblaba por su toque más ligero y susurraba su nombre. Él había esperado su vida entera el sentirse amado. Ahora, no estaba decepcionado.
Kiara se olvidó de su timidez cuando él le quitó el vestido y lo dejó caer al suelo. Lo miró explorando su cuerpo, cada nervio vivía y se armonizaba con él. Ella se rió y le mordisqueó los labios mientras los pelos de su barba le hacían cosquillas en la piel.
 Él cerró los ojos antes de dejarla para quitarse los pantalones.
 Kiara le echó un vistazo a su magnifico cuerpo, el calor ardió sobre sus mejillas. Nunca había visto a un hombre desnudo y se maravilló al ver la belleza de ese espécimen tan increíble.
Kiara se puso sobre él y trazó con las manos las cicatrices de su pecho hasta el pequeño sendero de pelo que estaba debajo de su ombligo. Nykyrian cerró los ojos y respiró jadeantemente. Cuando la mano de ella viajó más abajo, él abrió la boca.
—Ahora eres mío —le dijo ella diabólicamente, mientras le mordía el cuello—. Nunca te dejaré ir.
El gimió y la liberó de su corslet. Su respiración se detuvo cuando él le acarició con las manos sus pechos desnudos. El calor ardiente recorrió sus venas hasta que quiso gritar por el dolor agridulce.
La boca de Nykyrian relevó a las manos de sus pechos y su respiración calurosa la llevó a una altura aun más vertiginosa. Ella echó su cabeza para atrás rindiéndose ante él, ante la noche. Sus fuertes y callosas manos rodearon su cintura y vagaron por su espina dorsal.
 Suavemente puso su espalda contra el colchón profundizando su beso. Kiara retorció los dedos sobre su cabello rubio atrayéndolo hacia ella.
Gimiendo, Nykyrian se apartó y le quitó la ropa interior. Se estiró totalmente sobre ella. Kiara le sonrió deseando que nunca se detuviera esa tortura tan dulce.
—Eres hermosa —le susurró él, antes de reclamar sus labios.
 Kiara le devolvió el beso con toda su pasión y abrió las piernas para él. Aceptó su invitación con un gemido acalorado. Kiara jadeó por el dolor súbito que superó al placer cuando él la penetró.
El cuerpo de Nykyrian se puso rígido sobre ella. Se detuvo y la miró confundido cuando se dio cuenta de que ella era virgen.
—Ámame —le susurró ella, mientras le aplanaba el ceño de su cara con los dedos.
Él apretó los dientes y por un momento, ella temió que la abandonara. Por eso envolvió las piernas a su alrededor y lo mantuvo aferrado.
Finalmente, él empezó a mecer sus caderas muy despacio contra ella.
—Dime si te causo dolor —le susurró.
Después de un rato, el dolor menguó y fue reemplazado por un nuevo placer. Kiara respiraba con dificultad cuando él se movía más rápidamente. Puso las manos sobre sus hombros, intentando percibir su fuerza. Era suyo y pensaba mantenerlo a su lado a cualquier precio.
Una nueva demanda creció dentro de ella. Kiara meció sus caderas contra las de él. Se emparejó a su ritmo, asombrada por el agudo e intenso placer. Y cuando pensó que nunca más podría volver a levantarse, su mundo explotó en un hormigueo que jamás hubiera creído posible.
Nykyrian enterró la cara en su pelo y se le unió en su liberación. Él respiró la fragancia dulce de sus mechones de seda. Ella envolvió sus brazos y sus piernas herméticamente alrededor de él, tratando de borrar todo el dolor de su alma. Su mano jugando con su pelo, mientras lo sostenía.
Él era incapaz de creer que eso fuera real. Esperaba despertarse en cualquier momento y encontrarse solo, pensaba que la noche entera no había sido nada más que un sueño cruel. Entonces se preguntó si la realidad de esa noche, no era incluso peor que una pesadilla.
—¿Qué estás pensando? —le preguntó Kiara al notar su distanciamiento.
—Nada —le dijo él y apartándose.
Ella frunció el ceño, mientras lo miraba caminando hacia el baño. En unos pocos segundos, regresó y se sentó al borde de la cama. No la miró a los ojos. En su lugar, le abrió las piernas y le limpió la sangre de los muslos con una toalla caliente. El ceño oscuro de su cara la preocupó.
 —¿Qué sucede? —le exigió ella.
 Él la miró con los ojos en blanco.
—¿Por qué?
Ella le replicó con el ceño fruncido.
—¿Por qué, que?
—¿Por qué no me lo dijiste antes? No te habría tocado si me lo hubieras dicho.
Ella sonrió.
—Por eso no te lo dije, tonto. —Kiara le tocó la mejilla.
Podría decir que su respuesta no lo tranquilizó, al ver la expresión en su rostro.
—Te amo —le dijo ella suavemente—. Nunca había sentido lo mismo por nadie.
 Él parecía tan triste que a ella le dolió. ¿Por qué no le permitía estar dentro de él? ¿Cómo podía cerrarse después de lo que habían compartido?
 Nykyrian se levantó y regresó al baño. Kiara escuchó correr al agua queriendo gritar. Cuando él volvió un momento después, todavía llevaba el ceño fruncido.
 —¡Si no quitas esa mueca de tu cara, soldado, te voy a disparar!
Sus ojos se ablandaron un poco.
—Lo siento —le dijo, y se acostó de espaldas en la cama.
Él la ahuecó entre sus brazos y la apretó fuertemente. Kiara escuchaba el latido de su corazón, deseando conocer la manera de localizarlo, para hacerle entender que lo necesitaba, que lo amaba. Por ahora, le daría todo lo que pudiera y esperaba que algún día él comprendiera que podía ser incluida dentro de su mundo de soledad.

* * *
Tiarun inspeccionó los daños del apartamento con furia. Cuando los segundos pasaron sin encontrar ningún rastro de Kiara, su enojo se triplicó. ¡Mataría a esos bastardos aún cuando eso significara perder su vida!
—¿Comandante? —su segundo al mando se le acercó tímidamente—. Emití los contratos por las cabezas de Rachol y de Nykyrian.
—Bien —gruñó él—. ¡Quiero que me traigan sus corazones en una caja!
Tiarun estrechó sus ojos ante el soldado.
—Sellen esta área. No quiero que nadie toque las cosas de Kiara. Al decir eso, salió del apartamento.
El camino a casa fue arduo para Tiarun. Estaba dolido por la culpa porque sabía que le había entregado a su preciosa hija a sus propios ejecutores.
Las lágrimas se derramaron por sus mejillas al recordar lo que le sucedió a su esposa Lasa, su risa tranquila y el sonido de la pistola que acabó con su vida. Por lo menos la muerte de Lasa había sido rápida y sin dolor. Solo Dios sabía lo que esos bastardos le estaban haciendo a su hermoso ángel.
Si tan solo él no hubiera sido tan sobre protector, quizá Kiara todavía estuviera viviendo en su casa con él. Era su culpa. Debió haberle dado la libertad que ella quería. Si tan solo pudiera devolverlo todo, nunca permitiría que ella se separara de él nuevamente.
En una silenciosa desesperación, rezó. Ella debía regresar a casa con él. No podía vivir consigo mismo si ella moría por culpa de sus tontos ideales.
Al entrar a su casa, tumbó todos los cuadros de la pared, intentando calmar la culpa que lo angustiaba, la impotencia de su alma. De alguna manera, de algún modo, juró que mataría a Nykyrian.

* * * * *

Nykyrian observaba el cielo pintado de rosa. Kiara, aún dormía, roncaba suavemente a su lado. Él no quería moverse, pero tenía muchas cosas que hacer como para quedarse en la cama. Tan suavemente como pudo, apartó los brazos de ella y salió de la cama.
Miró a Kiara acomodándose en el colchón, sus caderas se menearon provocativamente. Una sonrisa se dibujaba en su boca. Él la cubrió con una sábana y luego oscureció el techo, para que no se reflejara el sol del amanecer.
Kiara se veía hermosa en su cama.
De mala gana se dirigió al baño para darse una ducha. Su mente lo castigaba por lo que había hecho la noche pasada. Había sido un error amarla. Ella pertenecía al día, al calor y al sol. Su mundo era claro y maravilloso, lleno de amor y risa.
Y él había nacido de la noche. Su madre era la oscuridad, su frío abrazo era todo lo que él tenía derecho a pedir. Así como el sol destruía a la noche, estaba seguro que el amor de Kiara podía destruirlo, a no ser que sus enemigos la mataran primero. Él se negaba a verla morir.
Un nudo de dolor ardía en su garganta, su corazón le suplicaba que le permitiera a ella quedarse con él, pero nunca más podría escuchar esa parte de su cuerpo. Conservaría en su mente los recuerdos de la última noche, pero eso sería todo.
Se bañó rápidamente, se vistió y se dirigió al piso inferior sin mirar la silueta tentadora de Kiara.
Las lorinas lo asaltaron abajo, infelices por habérseles prohibido la entrada a su cuarto. Suspirando, se dijo: ¿Si ellas me aman lo suficiente, por qué necesitaba estar con alguien más?
Ensordeció a su mente para no escuchar la respuesta.
Nykyrian agarró un vaso de jugo y se dirigió a su trabajo. Al encender la Terminal de su computadora, se pasó la mano a través de su cabello mojado. Examinó los nuevos contratos, sin prestarles mucha atención. Bebió su jugo y cambió la pantalla. Casi se ahoga. Parpadeando, no podía creer lo que había visto.
—¡Mierda! —gruñó, mientras alcanzaba su intercomunicador.
Pasaron algunos nerviosos minutos antes de que Rachol le contestara con una maldición.
—Ya te dije Hauk, no voy a ir. Puedes asar a tu…
—Rachol, soy yo.
Nykyrian lo oyó bostezar a través del intercomunicador.
—¿Qué hora crees que es aquí?
Nykyrian no se molestó en contestarle su pregunta.
—Biardi ha emitido un contrato para que nos maten a ambos. Lárgate de tu apartamento.
—¡No me voy a ir de aquí por nada del mundo!
Nykyrian sofocó una sonrisa ante lo ultrajado que sonaba Rachol. El tipo amaba su casa.
—¿Ni siquiera por Aksel o Shahara?
Escuchó como Rachol tiraba algo de su mesa de noche, sin duda se había levantado súbitamente por la conmoción.
—¿Shahara Dagan?
—Sí.
—¿Caillen sabe que su hermana nos está persiguiendo?
—Lo dudo. Pero eso no importa. Necesito que consigas la información sobre ambos y averigua donde están viviendo. Con todo el dinero que les ofreció Biardi y después de que acabé con Arast, Aksel no va a detenerse hasta que mi cerebro quede hecho papilla.
—Sí, ni de broma. Estaré allí muy pronto.
Nykyrian se quitó el intercomunicador y volvió a revisar el contrato. Este hacía que todos los otros contratos que había hecho en su vida, parecieran un chiste. Biardi les había dado a sus enemigos total inmunidad en cualquier enjuiciamiento, lo cual significaba que ellos podían olvidarse de las reglas de la Liga y perseguirlo sin barreras. Su estómago se retorció.
Esto sencillamente era genial. Ahora Kiara estaba en más peligro que antes. Su padre tenía que tener el coeficiente intelectual de una fruta de Spara, como para hacer algo tan tonto. Biardi solo conseguiría que asesinaran a su propia hija. ¿Y ahora que demonios se suponía que debía hacer?
—Con un ceño como ese, podrías aterrorizar a los niños pequeños y también a los más grandes —le dijo Kiara, sobresaltándolo.
—No sabía que te habías despertado —le dijo y apagó la pantalla.
Kiara se confundió por su expresión distante.
—¿Sucede algo?
Él se apoyó en el respaldo de la silla y la miró.
—Tu padre me quiere muerto.
Kiara dejó caer la boca por la conmoción. Él tenía que estar bromeando.
—¿Qué? —preguntó, mientras atravesaba el piso para ponerse de pie al lado del escritorio.
Nykyrian abrió el contrato y la atrajo hasta el escritorio para que ella lo leyera.
—¡Por esa cantidad de dinero, estoy tentado a matarme yo mismo para cobrarla!
Kiara se puso nerviosa.
—No eres divertido —chasqueó, incapaz de creer que su padre fuera tan cruel. El contrato describía minuciosamente como quería su padre que fuera ejecutado Nykyrian—. ¿Cómo pudo hacer él una cosa como esta? —susurró.
Nykyrian levantó la mirada hacia ella, con los ojos en blanco.
—Él está preocupado por ti. Quien sabe lo que debió haber pensado, después de ver en que condiciones dejamos a tu apartamento ayer.
Ella quería gritar ante la injusticia del contrato.
—Necesito llamarlo. ¿Tienes un telelink?
Él negó con la cabeza.
—Nunca he necesitado uno.
Kiara se frotó los brazos de la exasperación.
—¡Tenemos que hablar con él antes de que alguien actúe con base en ese contrato!
—No creo que tu padre quiera escucharte ahora.
Kiara frunció el ceño.
—Bien, llévame a él, yo le explicaré.
—Observa el contrato. Estoy seguro de que él piensa que nosotros te asesinamos. Si me atrevo a invadir su espacio aéreo, tu padre hará que me disparen antes de que tengas la oportunidad de decirle una palabra.
Kiara se mordió la uña de su dedo pulgar, al intentar pensar en alguna manera de acabar con esa pesadilla.
—¿Entonces que vas a hacer?
Él se reclinó en su silla y suspiró.
—Me voy a ir de compras cuando Rachol llegue.
Ella dejó caer la mano de sus labios cuando la incredulidad la recorrió.
—¿Qué tu vas a hacer qué? No puedes estar hablando en serio.
Él se encogió de hombros.
—Tú no tienes ropa.
Kiara no podía creerlo.
—Yo no tengo tarjeta débito —dijo ella sarcásticamente—. No puedo creer que aunque haya un contrato por tu vida, y uno por la mía, todo lo que tú quieres hacer sobre ambos, es ir de compras, lo cual odias. ¿Acaso estás loco?
Una sonrisa se dibujó bruscamente alrededor de sus labios.
—A dónde voy a llevarte, eso no importa. Estaremos lo suficientemente seguros.
Duwad, su mente le gritó. Él no parecía estar preocupado por el contrato que exigía su vida.
—¡Si me disparan, o te matan, nunca te lo perdonaré!
—A ti no te importará, si yo muero.
Su tono aburrido la hizo querer golpearlo de nuevo. Furiosa, se dio la vuelta y fue a cambiarse la ropa arriba.
—Como si a él le importara —masculló ella, tragándose el nudo de lágrimas que tenia en su garganta mientras se quitaba el vestido y lo tiraba en el piso de la habitación—. Si a él no le importa su vida, ¿Por qué debe importarme a mí?
Una mano le tocó el hombro. Ella jadeó, incapaz de creer que él la hubiera seguido tan silenciosamente. Nykyrian le tocó la mejilla, pidiéndole disculpas con los ojos.
—Lo siento.
Kiara sostuvo su mano en su mejilla y asintió con la cabeza.
—No podría resistir que te hirieran por culpa mía —susurró ella. Una lágrima se deslizó por su mejilla. Nykyrian la atrapó con su dedo y apartó la humedad.
Kiara recibió su beso hambriento. Él la mantuvo apretada en un firme abrazo que le transmitió sin palabras, lo mucho que ella le importaba. Sus labios se deslizaron a través de los suyos con una cruda y exigente insistencia, que le quitó la respiración e hizo que su cuerpo le doliera, pidiendo más. El sonido de un motor en el exterior de la bahía, les hizo romper su mutuo abrazo.
—Rachol —dijo Nykyrian mientras se apartaba. Se dirigió hacia los escalones.
—¿Nykyrian? —Kiara esperó hasta que él se dio la vuelta—. Te amo.
Él cerró los ojos como si sus palabras lo hirieran. Sin responderle, se dio la vuelta y la dejó en su cuarto. Pixley se frotó contra su pierna.
Kiara suspiró, temiendo que todo se complicara. Era como si todas las cosas estuvieran en contra de ella. ¿Pero acaso que quería ella realmente? Con Nykyrian, ella podría ser vetada del teatro. Y sin él, ella se perdería.
—Que problema —masculló y se dirigió hacia la ducha.
Rachol atravesó la puerta con suficiente furia como para hacer estallar sus costuras.
—¡Quiero sangre! —dijo, mientras cruzaba el cuarto hasta llegar a donde estaba Nykyrian sentado en su escritorio—. Dos de los perros de Aksel me acorralaron cerca de Tondara. ¡Me dispararon! —gritó incrédulamente—. ¡El disparo de esos bastardos realmente abrió un hoyo en mi estabilizador del tamaño de Mirala!
Nykyrian solo se quedó mirándolo.
—¿No me vas a decir nada?
—¿Te hirieron?
La expresión de Rachol cambió, su enojo disminuyó un poco.
—No.
—¿Entonces por qué te está dando un ataque?
Rachol sonrió.
—No sé, creo que me hace sentir mejor.
Nykyrian negó con la cabeza incrédulo.
—¿Le hicieron mucho daño a tu nave?
Rachol suspiró. Se dio la vuelta y se puso detrás de Nykyrian, para poder leer por encima de su hombro. Pasaba algo raro con su amigo, y Rachol no podía descifrar lo que era.
—No, no realmente. Solo el suficiente para hacerme enfurecer.
Los ojos de Rachol se ampliaron cuando revisó el contrato.
—Jesús santo —exclamó—. Biardi no está bromeando con esto.
—No, no lo está.
Rachol tomó una respiración profunda.
—¿Entonces vamos a encargarnos de esto? Mi voto es para que acabemos con ese gratter. —Nykyrian lo miró amenazadoramente—. Él se lo merece —dijo Rachol defensivamente.
—Sí, pero no podemos dedicarnos a matar a funcionarios respetables.
Rachol resopló, deseando que pudieran hacerlo.
—Creo que debemos olvidarnos de toda esta basura de la protección y mandar a Kiara de vuelta en un transbordador. —Él se movió para acostarse en uno de los sofás.
La puerta de arriba se abrió. La expresión de ternura que vio en la cara de Nykyrian mientras miraba fijamente a la bailarina, hizo que Rachol apretara los dientes. Levantó la mirada desde el sofá y notó el rubor de Kiara, en ese momento, supo lo que había pasado entre ellos.
—Ay Dios —murmuró.
Nykyrian le lanzó una mirada letal.
—Por favor, niégamelo —le suplicó Rachol. El sonrojo de Kiara se profundizó.
Rachol sacó los pies del sofá y se levantó.
—¿Has perdido todo tu cerebro?
Nykyrian se levantó y Rachol reconoció el movimiento furioso de su mandíbula.
—Esto no es de tu incumbencia.
Apretando los dientes, Rachol cedió.
—Bien —chasqueó, mientras miraba a Kiara con toda la malicia que sentía.
—Kiara y yo tenemos cosas que hacer esta mañana. Necesito que te quedes aquí y te encargues de localizar a Aksel y a Shahara. Cuando regrese, repararemos tu nave.
Rachol quería obligar a su amigo a que recuperara sus sentidos. Nykyrian no era de los que echara la seguridad al viento por nada, mucho menos por una mujer.
—Bien —dijo Rachol, sabiendo que no era el momento de discutir, pero se prometió que haría recapacitar a Kip, así tuviera que dispararle—. Necesito un nuevo enchape para mi propulsor trasero.
—No hay problema —dijo Nykyrian, mientras se dirigía hacia las escaleras—. Debo ir a cambiarme, después nos marcharemos.
Rachol volvió su mirada intensa hacia Kiara.
Segundos después, Nykyrian le gritó:
—Necesito que encuentres la dirección de la esposa de Aksel. Su nombre es Driana Bredeh, ella debe estar en el sistema Solaras.
Rachol frunció el ceño.
—No sabía que esa lacra estaba casada —murmuró.
Kiara caminó alrededor del sofá, luciendo una expresión extraña en el rostro cuando se le acercó.
—¿Por qué Aksel y Nykyrian se la llevan tan mal?
Rachol se encogió de hombros.
—El favorito hijo mayor del comandante Huwin murió en batalla. Por alguna razón, no creyó que Aksel o Arast fueran un buen material para ser soldados, por eso decidió adoptar a otro hijo.
Rachol levantó la mirada hacia los escalones, preguntándose si Nykyrian podía escucharlo. Malévolamente, decidió que no y continuó:
—Huwin encontró a Nykyrian en una casa de trabajo. Aksel odió a Kip desde el primer momento en que lo vio. Y cuando Nykyrian se graduó en primer lugar en su clase y entró a la Liga como el funcionario comisionado más joven en la historia, Aksel no pudo soportarlo. Desde entonces, siempre ha perseguido a Kip.
Kiara abrió la boca para hacerle otra pregunta, pero Nykyrian regresó. Rachol notó la expresión de advertencia en los ojos de Kip, de que todavía debía controlar su lengua alrededor de Kiara. Una sonrisa vengativa se dibujó en sus labios cuando se atrevió a decirle algo a Kip disimuladamente.
Por lo menos Kip vestía con su ropa de calle usual, chaqueta larga negra que ocultaba su pistola de rayos, gafas y hojas retractiles de plata embutidas en las botas.
Rachol sabía que Kip podía cuidar de sí mismo, pero aún así deseaba que razonara y detuviera esa tontería con Kiara antes de que fuera demasiado tarde para todos. Nykyrian le ofreció una mano a Kiara y Rachol maldijo entre dientes.
Con su carácter apenas controlado, Rachol los observó cuando se marchaban. Mientras acariciaba la cabeza de Ilyse, escuchó el momento en que encendieron los motores.
—Espero que sepas lo que estás haciendo —le susurró a él—. Sobre todo, espero que ella valga la pena.
Incluso al decirle esas palabras, Rachol había tenido la extraña premonición, de que Nykyrian se dirigía directamente hacia su muerte. 

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