miércoles, 29 de febrero de 2012

BOF cap 14

Shahara se desveló cuando alguien la tocó suavemente en el brazo. Instintivamente se despertó con el blaster preparado y apuntando a su cabeza. Syn atrapó el cañón y la desarmó antes de que pudiera dispararle. . . otra vez.
—¿Estás bien?
Comenzó a luchar hasta que se dio cuenta de quién era. Se calmó al instante, agradecida de que no haberle herido sin querer.
—Lo siento.
No le dio importancia a la ofensa.
—Está bien. Yo hago lo mismo.
Le devolvió el blaster.
Deslizándolo de nuevo en la funda, bostezó.
—¿Dónde estamos?
—En Broma. Aterricé hace casi veinte minutos.
Levantó la mochila del suelo, delante de sus pies y se la entregó a ella.
—¿Por qué no me despertaste antes?
—Parecía como si necesitaras el sueño, aunque sólo nos quedan aproximadamente tres horas de oscuridad. Así que tenemos que salir pronto de aquí.
Shahara se frotó los ojos y volvió a bostezar.
—Está bien, Capitán. Después de ti.
Él arqueó una ceja.
—¿Qué? ¿No el insulto de convicto?
Se levantó y le puso la mano en la mejilla. A pesar de que el tono era estable y calmado, tenía la clara impresión de que sólo lo traía a colación, porque el uso de la palabra le ofendía.
—Veo en ti, Syn. Se lo que eres.
Syn no respondió cuando el cuerpo le estalló con la sensación del suave tacto.
No seas idiota. Mara te tocó también cariñosamente una mano, en otro tiempo.
Y había sido una mentira. En el primer momento que hiciera algo que ha Sahara no le gustara, se volvería contra él al igual que Kiara había hecho después de que hubieran arriesgado sus vidas para salvar la suya. En un segundo de confesión había sido reducido a la suciedad de su pasado.
Al igual que Mara y Paden.
Al igual que Caillen.
La verdad de su pasado nunca lo liberaría. Sólo lo esclavizaría más.
Y estaba cansado de él.
Distanciándose, se puso un par de guantes negros, y luego le entregó otro juego a ella.
Shahara quiso maldecir cuando vio caer el velo sobre su rostro. Se había cerrado de nuevo en sí mismo y no tenía idea de por qué. Decepcionada, aceptó los guantes, notando las pequeñas burbujas de plástico rígido que se alineaban en la palma y los dedos. Siguiendo algunos de ellos con el dedo, lo miró con una expresión de desconcierto.
—Bajaremos haciendo rappel por el lado de mi edificio. Estos deberían evitar el deslizamiento.
Su cuerpo se volvió frío.
—¿Rappel?
—Simplemente no mires hacia abajo.
El estómago se le encogió con el pensamiento.
—Eres un bastardo sádico, ¿no?
—Viene con ser un Wade —dijo en un tono tan bajo que no estuvo segura de lo que oyó.
Nunca en su vida había querido alcanzar más a alguien de lo que quería ahora mismo.
No eres tu pasado, Syn.
Pero las palabras no le alcanzarían y lo sabía. Era el tipo de hombre que sólo creía en las acciones. No en la utilidad de las palabras.
Y ella iba a tener que traicionarlo.
Apartando el pensamiento, lo siguió fuera de la lanzadera.
En sólo unos minutos, estaban dirigiéndose por una oscura y silenciosa calle. La luna se había refugiado detrás de un grupo de nubes y el paisaje exterior aparecía sólo en forma dispersa donde las farolas formaban diminutos charcos de luz coloreada para ayudar a guiarlos. Vik se remontó hasta explorar el área por delante y detrás de ellos, en busca de alguien que pudiera amenazarlos.
El viento silbaba a través de los callejones entre los edificios con un grito aterrador. Se le puso la piel de gallina y deseó haber pensado en traer una chaqueta. Apretando los dientes para evitar que castañearan, se mantuvo un paso por detrás de Syn.
—¿Qué hora es aquí? —Preguntó, la voz pareciendo extra fuerte por encima de la quietud.
—Sobre las tres de la mañana.
—Es un poco espeluznante aquí fuera, ¿no?
Syn se detuvo por un momento y miró a su alrededor las calles desiertas de la ciudad antes de que se encogiese de hombros.
—En realidad no. Yo siempre prefiero esta hora de la noche. Es pacífico. Incluso los peores depredadores suelen estar dormidos o en casa por estas horas. —Le lanzó una extraña mirada—. Con excepción de los ladrones. Hacemos nuestro mejor trabajo después del anochecer. 
Se dirigió a un callejón. Ella vio como subía a la parte superior de un contenedor de basura, luego le tendió la mano. Aceptándola, le permitió tirar de ella hasta estar a su lado con el fin de que pudieran equilibrarse en el filo del reborde, por encima de la basura.
Un instante después, sacó un pequeño garfio del paquete de plástico negro que debió de haber atado al brazo mientras ella dormía. Lanzó con fuerza el gancho hacia arriba, hacia el techo del edificio, donde los aguijones se abrieron a presión y desapareció por el borde. Después de aterrizar, Syn tiró fuertemente de la cuerda, probando la tensión. La boca se le secó ante la vista de los acerados, como felinos músculos bajo el ajustado traje.
Y antes de que pudiera parpadear, una imagen de su cuerpo desnudo apareció ante sus ojos, enviándole una inapropiada ola de deseo estrellándose a través de ella.
Syn envolvió la cuerda alrededor del torso y la miró.
—Vamos —dijo, deslizando la gruesa cincha que había utilizado para unirlos la última vez que habían escalado un edificio—. Voy a ayudarte a subir. Pero estarás sola una vez que alcancemos nuestro destino.
—No hay problema.
Notó la seriedad de su tono. No era el mismo hombre que antes había bromeado con ella. No había sido el mismo desde el enfrentamiento con Caillen, y se preguntó cuánto tiempo pasaría antes de que regresara el Syn que cuidaba de ella.
Entristecida por el pensamiento, se metió en sus brazos. El abrazo fue frío, mecánico.
El aliento de Syn se detuvo cuando el calor de su cuerpo le calentó. Aquí de pie, fue difícil dejar reinar a la razón, sobre todo porque toda la sangre de su cabeza estaba precipitándose hacia el sur.
Nunca debería haberme acostado con ella. Todo lo que había conseguido era despertar su apetito por más y hacerle desear cosas que no podía tener.
Los sueños eran mentiras manifestadas por los deseos sin valor. Y la última vez que había cometido el error de entregarse a una mujer, ella le había apuñalado directamente a través del corazón. Retorciendo el cuchillo y dejándolo sangrando.
Si sólo esas heridas fueran mortales.
Coge el mapa, el disco, y sácala de tu vida. Entonces podría volver a. . .
Infierno.
Pero al menos allí conocía las reglas, y las ideas erróneas de la gente sobre él no le hacían daño.
—Agárrate fuerte.
Ella obedeció y subieron rápidamente hacia la parte superior.
Una vez en el techo, la liberó.
—Tendremos que saltar tres edificios más antes de llegar al techo correcto.
—¿Crees que los Rits estarán esperándonos?
Replegó el garfio de vuelta a la funda.
—No lo sé. No pude obtener un enlace fiable del satélite para comprobarlo. Pero la buena noticia es que ellos tampoco pudieron conseguirlo de nosotros. —Golpeó el enlace de su oreja—. ¿Vik? Informa.
—No veo nada, jefe. Parece despejado, pero no apostaría por esas probabilidades.
—Mantente alerta y avísame cuando encuentres algo —Syn sacó el bastón y miró a Shahara—. Si tenemos suerte, lo que rara vez parece ocurrir, se habrán dado por vencidos y se habrán ido por ahora. Pero si se mantiene mi suerte, tendrán al menos dos personas apostados en mi edificio. Dudo que estén más lejos, sin embargo, y tengo serias dudas de que estén buscando nuestras vías de entrada, que es por eso que estamos aquí. —Hizo una pausa y añadió—. Creo que los encontraremos muy pronto.
 Shahara puso los ojos en blanco.
—Excelente. —Amaba su optimismo. Era una de sus cosas favoritas sobre él.
Sacando el bastón y extendiéndolo, lo vio correr, y luego catapultarse sobre el borde. Se elevó a través del amplio espacio como un elegante pájaro tomando el vuelo, como si fuera un hábito muy arraigado en él. La parte más triste de todo era el hecho de que era un hábito muy arraigado en él.
Su elemento era la lucha. Y la estaba haciendo uniéndose en  uno con la oscuridad que los rodeaba. . .
—Adelante —se quejó a sí misma—. Hazlo parecer fácil. Pero si me caigo, te juro que te atormentaré para siempre.
Lo cual era justo ya que él la atormentaba.
Con el corazón alojado dolorosamente en la garganta, salió a la carrera y saltó hacia el edificio de al lado. El corazón no le volvió a latir hasta que aterrizó sin problemas en el otro lado.
Él sacudió la cabeza ante la expresión de pánico de ella.
—¿Qué dijiste que hacías para ganarte la vida? ¿Jugar a video juegos?
Shahara respiró hondo y pensó en cómo le gustaría plantar el bastón extendido en su cuerpo.
—Prefiero hacer frente a mis enemigos en la calle. Al descubierto.
El sigilo también era su amigo, a veces, pero sólo era cautelosa hasta que llegaba a su blanco.
Luego era una máquina.
—Y prefiero vivir. —Dicho esto,  saltó a la azotea siguiente.
No lo suficientemente pronto como para calmar sus nervios de punta, aterrizaron sobre su tejado.
Syn se acercó a la orilla opuesta del edificio y se inclinó sobre la cornisa. Con una indiferencia al peligro que envidió, miró fijamente la calle durante varios minutos antes de volverse hacia donde ella estaba manteniendo una respetuosa distancia. Le hizo una señal de hacia delante.
Con el corazón todavía alojada en la garganta, obedeció a pesar de que odiaba la idea de mirar hacia abajo.
—Veo dos rastreadores —dijo una vez que ella se le unió—. ¿Y tú?
Miró hacia abajo, a la calle oscura y el estómago le golpeó el suelo. Por un momento, se enfermó, pero se tragó el pánico y se obligó a mirar al alrededor. No fue hasta que un trozo de papel voló a través de la calle que finalmente vio a un hombre caminando.
—Allí —dijo él, señalando al hombre que caminaba entre dos farolas el cual ella había notado—. Y allí.
Miró al otro hombre sentado en un banco cercano, se parecía a un vagabundo sin hogar. ¿Cómo no había logrado verlo antes?
Mientras los miraba, se dio cuenta que sus ropas eran demasiado nuevas y limpias para que fueran de gente sin techo y no podía imaginar ninguna otra razón para que estuvieran ahí.
—¿Por qué elegir esas posiciones tan obvias?
—Son señuelos.
Se volvió hacia él con una ceja levantada.
—¿Dónde están los otros?
Se encogió de hombros.
—No los localizo. Pueden estar observándonos ahora mismo.
Entonces, ¿cómo podía estar tan tranquilo al respecto?
—Y pensar que rechacé la posibilidad de dormir una buena noche en tu oficina.
—Sí, bueno, te dije que te quedaras.
—La próxima vez te escucharé.
Se puso la capucha, y a continuación aseguró dos cuerdas bajando por el lateral del edificio.
—¿Vik? —Golpeó ligeramente el auricular que los mantenían en contacto uno con otro—. ¿Ves algo?
—No.
La miró impacientemente.
Ella se puso la capucha y plegó la trenza dentro. Una gota de sudor corrió entre los senos, mientras pensaba en lo que vendría después.
Se colgaría unos trescientos metros sobre el suelo. Un paso en falso y moriría.
Dolorosamente.
Mientras, completamente imperturbable, Syn se meció sobre el borde y comenzó el rápido y atrevido descenso. Tragó saliva y miró la experta manera en que él se movía bajando por el costado del edificio, golpeando ligeramente las botas contra la pieza de metal de dos centímetros que separaba los bloques de espejo.
Bueno, tendría que sacar lo mejor de sí misma. Lamiéndose los secos labios, se encaramó cuidadosamente encima.
Cuando comenzó el descenso mucho más lento, el frío viento azotó su cuerpo.
¿Cómo podía Syn hacer esto para vivir? ¿Cómo podría alguien?
Sólo un pequeño resbalón y. . .
Bueno, quien tuviera la desagradable tarea de limpiar el desorden probablemente usaría una esponja sobre sus restos.
Con ese pensamiento en la mente, levantó la mirada al tejado y trató de pensar en algún lugar seguro. Para su completa consternación, el único lugar seguro que se le ocurrió fue una imagen de Syn abrazándola.
Dios mío, ¿qué ocurría con ella? Nunca antes había tenido tales falsas ilusiones. Nunca antes tuvo una única hormona dirigiendo desagradablemente su cabeza.
Hasta él.
Algo sobre Syn había apartado su indiferencia e invadió sus pensamientos y corazón de una manera aterradora.
De la nada, dos manos agarraron sus piernas.
—Ya casi ha terminado —le dijo Syn, guiándola para aterrizar en el balcón junto a él.
Soltar esa cuerda fue la cosa más fácil que alguna vez había hecho. Se frotó las manos por los costados, tratando de utilizar el material de los guantes para absorber parte de la humedad.
Syn sacó varios discos pequeños de la mochila y los colocó en cada esquina de las ventanas.
—¿Qué estás haciendo? —Preguntó.
—Son filtros de luz. Evitarán que alguien en el exterior pueda ver ninguna luz mientras estamos dentro. 
—Wow. Nunca he oído hablar de nada como esto.
—Eso es porque lo he inventado yo y en realidad no tengo ganas de compartirlo con otras personas.
—¿Lo hiciste de verdad?
Hizo una pausa y se volvió hacia ella. A pesar de que no podía ver su rostro, estaba segura de que le estaba dirigiendo una mirada que rivalizaría con el frío viento. Cuando habló, estuvo incluso más segura.
—Puedo hacer un montón de cosas que no impliquen el robo.
Cruzando los brazos sobre el pecho, entornó los ojos.
—¿He dicho que no pudieras? Tú, amigo mío, estás muy a la defensiva cuando se trata de tu pasado.
—Me juzgarás alguna vez en mi futuro.
Antes de que pudiera preguntarle qué quería decir, descorrió la puerta y entró. Una vez que entró, cerró de golpe.
De repente, se quedó paralizado, como si algo lo hubiera aturdido.
¿Eran los Rits?
El corazón le latía con fuerza, Shahara entrecerró los ojos en la oscuridad, pero no podía ver nada.
—¿Dónde está la luz?
Entonces se encendieron.
Se quedó sin aliento mientras una sensación de malestar se apoderó de ella.
Oh, no. . .
Su inmaculada casa se parecía a una instalación de residuos de una ciudad. Las pinturas habían sido arrancadas de las paredes y acuchilladas. Los sofás parecían haberse encontrado con una enorme ave de rapiña y haber perdido la batalla para sobrevivir.
Papeles, chips, y discos llenaban todo el suelo. Incluso la comida que había dejado había sido sacada de la unidad frigorífica y lanzada por el suelo donde se había podrido llenando el lugar de un “adorable” olor.
¿Cómo puede alguien hacer una cosa así?
Si hay algo que aprecio es mi casa. Se estremeció ante el recuerdo de las palabras de Syn. Mirándolo, vio que no se había movido. Se limitaba a mirar el desorden.
Con una expresión de dolor, tragó saliva.
—Mi señora de la limpieza va a estar realmente molesta.
Decidiendo que la risa sería la peor respuesta posible, Shahara agregó:
—Es más probable que diga que se va en el momento en que lo vea.
Fue entonces cuando la fachada de hielo cayó bajo una máscara de furia final.
—Malditos —escupió entre dientes, mientras se sacudía con fuerza la capucha de la cabeza. Se tiró del pelo liberándolo de la cola de caballo y pasándose las manos por él—. Espero que os pudráis en el infierno, viscosos bastardos.
Shahara no estaba segura de cómo reaccionar. Le recordó a un resorte que está demasiado apretado y en cualquier momento se espera que explote. Cada músculo de su cuerpo estaba tenso. Incluso los párpados y nunca había pensado que pudieran tensarse.
Lanzó un sibilante siseo y empezó a patear los documentos con la punta de la bota.
De repente, se paralizó otra vez.
—No…dioses, no —jadeó como si se le acabara de ocurrir algún horrible pensamiento.
Salió corriendo hacia su habitación como un relámpago.
Cautelosamente, lo siguió, con miedo de lo que encontraría.
Estaba de pie delante de la caja fuerte de la pared y sacó chips y papeles.
—¿Dónde está? —Gruñó como si la caja fuerte contuviera su propia alma.
—¿Qué estás buscando?
Él la ignoró. En cambio, cayó de rodillas y comenzó a buscar frenéticamente en el suelo de la habitación.
Su corazón se apretó con fuerza. Nunca lo había visto así antes. Después de todo lo que había pasado, pensaba que nada podría ponerle nervioso. Pero estaba completamente destrozado por lo que fuera que le faltaba.
—¿Encontraron el mapa?
Cuando levantó la vista, se le cortó la respiración en la garganta. Primitivo, malvado odio ardía en la tempestuosa negrura de sus ojos. Parecía una salvaje lorina a punto de atacar.
Shahara se tragó el nudo de la garganta. ¿Cómo había podido olvidar lo peligroso que era ese hombre?
—Tú quieres el jodido mapa —gruñó él—. Puedes cogerlo.
Se levantó tan rápido que casi esperaba que la golpeara. En su lugar, dio un paso rodeándola y levantó el enorme tocador de madera de ébano con un brutal empujón. Un trozo de vidrio del espejo cayó al suelo y se rompió en mil pedazos.
Después de volcar el tocador hacia un lado, pateó una de las intrincadamente esculpidas patas sacándola fuera del sitio. Se la entregó a ella.
Shahara miró hacia abajo para ver un pedazo de papel doblado y un disco escondido dentro de un espacio hueco.
Volvió a registrar el suelo.
Muy bien. . . el mapa no era lo que le había ofuscado.
Lo sacó y lo puso en la mochila, después se arrodilló a su lado.
—¿Qué estamos buscando?
De nuevo se volvió hacia ella con un gruñido.
—¡Fuera! —Gritó—. ¡Quítate de mi vista!
Su furia la aturdió. No es que lo culpara. Lo que habían hecho no tenía nombre. Y debía culparla por esto.
Después de todo, ella fue quien les dio su dirección.
¿Cómo pude ser tan estúpida?
Había destruido su vida. Causado que fuera golpeado, perseguido.
Y ahora esto.
La única e incomparable cosa que él apreciaba.
Aclarándose la garganta, recogió la mayor dignidad que pudo y regresó a la sala principal. Se quitó la capucha y suspiró mientras examinaba la total destrucción a su alrededor.
¿Qué había hecho?
Todo parecía tan simple al principio. Entregar a un convicto y salvarse ellos cuatro. ¿Cuánto más simple podía ser?
Sólo que no era tan simple. Había destruido a un hombre inocente.
No, no es del todo inocente, pero no se merecía esto. Nadie merece que su casa sea desgarrada en pedazos.
Una y otra vez veía su cuerpo golpeado, oía el golpe de su cuerpo golpeando el suelo de la cárcel. La visión del joven y maltratado rostro en la fotografía.
Había sido ampliamente castigado por algo que jamás había hecho. Sin duda no merecía más.
Por el momento, se odiaba a sí misma por su parte en todo esto.
Me salvó la vida, apartó mi miedo, y yo le recompensaba pateándole en los dientes.
Sacudiendo la cabeza para despejar su borrosa vista, contempló el desorden a su alrededor y vio el fragmento de una de las fotos que él había guardado dentro del estuche de plegarias. Se arrodilló y lo recogió. Era su hermana. Aunque el contenido de la mitad inferior había sido arrancado, la cara de Talia aún permanecía intacta. Tal vez podría encontrar el resto.
Con ese pensamiento, comenzó a buscar frenéticamente a través de los escombros. Por supuesto, no podría rectificar lo que había perdido. Pero al menos le daría algo a que agarrarse.
Mientras encontraba varios pedazos más, un fuerte sonido destructivo llegó desde la habitación.
¿Qué…?
Aterrada de que un francotirador disparara por la ventana, entró en la habitación y vio a Syn de pie delante de un gran agujero en las ventanas, por donde había tirado la silla a través de ellas. El viento entró corriendo, ondeando las blancas cortinas hacia él. Los papeles formaron remolinos y bailaron mientras él simplemente miraba hacia la oscuridad con el pelo batiendo alrededor de su hermoso rostro. Parecía primitivo. Feroz.
Letal.
La estatua de un hombre dispuesto a coger el universo y destruirlo.
Pensando en los rastreadores de abajo, corrió hacia la ventana. Miró fuera para ver a cinco personas corriendo hacia el edificio.
—Vienen a por nosotros —le advirtió.
—Déjalos. —El tono era tan siniestro como su postura.
Lo miró con incredulidad.
—¿Qué?
Hebras de pelo de ébano lo fustigaban alrededor de la cara, algunas enganchándose en los labios.
Cuando la miró, sus ojos eran de frágil obsidiana. Devastado.
—No me importa lo que hagan. Estoy cansado de correr. Que se jodan. Luchemos.
Estaba horrorizada.
—Bueno, has elegido un excelente momento para esa actitud, amigo. Sabes, al menos podrías consultarme antes de volverte suicida. Especialmente desde que mi vida está ligada a la tuya. Muchas gracias, capullo. —Con el corazón corriendo a toda prisa,  lo miró furiosamente—. Quédate aquí y muere, entonces. Yo por lo menos voy a intentar vivir pasando por esto. 
Syn la vio salir. Trató de decirse a sí mismo que era una liberación. Déjala encontrar su propio camino.
Pero incluso en su salvaje y furioso estado, sabía que ella no llegaría lejos por su cuenta. Y por alguna loca, estúpida razón, le importaba si vivía o moría.
Déjala ir.
No podía. Demasiado débil para luchar más contra su conciencia, salió en su persecución.
Shahara oyó a su perseguidor subiendo por la cuerda de al lado. Esperando lo peor, miró hacia abajo lista para pelear. En lugar de un rastreador, vio a Syn trepar detrás de ella.
Cuando se puso a la par con ella, la agarró por la cintura y la meció hacia otro balcón.
—¿Qué estás haciendo?
—Salvar nuestros culos.
Con eso, disparó el garfio hacia el tejado. Ella envolvió los brazos y piernas alrededor de él un instante antes de que se dispararan hacia arriba.
Miró el severo rostro.
—Gracias por no decepcionarme.
La respuesta fue un gruñido mientras la ayudaba por encima del borde del edificio. Una vez que ella estaba a salvo a su lado, examinó la azotea. Una extraña y vibrante pulsación se hizo eco a su alrededor, sacudiendo el tejado bajo sus pies.
Shahara frunció el ceño ante el ruido.
¿Qué podía ser?
Antes de que pudiera preguntar, Syn la agarró del brazo y tiró de ella salvajemente hasta ponerse en cuclillas detrás de la unidad de control atmosférico del edificio. Le cubrió el cuerpo con el suyo y, a pesar del peligro, ella se estremeció con la familiaridad del cuerpo presionando contra el suyo.
De repente, una luz brillante estalló a través del techo. Se quedó sin aliento y en un instante, supo el origen del ruido.
Tenían un explorador tras ellos.

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