JERICHO SE DESPERTÓ EN EL MOMENTO EN QUE DELPHINE le tocó. Por un
instante pensó que estaba luchando contra él, hasta que se dio cuenta de lo incorrecta que
era su suposición.
Completamente desnuda, frotaba el cuerpo contra el suyo.
Oh, ¡Ay de mi!... ¿Qué hice bien?
Sus sentidos saltaron cuando le tanteó, y su cuerpo imploró y ardió por más. Las manos
estaban por todas partes, acariciando, sondeando, palpando. Con respiración desigual,
gimió de placer rechinando los dientes.
No estás de suerte. ¡Despiértate, gilipollas!
Pero esa era la última cosa que quería hacer. Quería ser su juguete.
Sobre todo, quería ser su juguete mordedor.
Es más probable que seas su cabeza de turco. Te va a joder vivo, y no del modo en que deseas.
¿Cuándo fue la última vez que una mujer te tentó de esta manera?
Delphine era virgen, y a menos que estuvieran en una película pornográfica sobre la
que él no tenía conocimiento, las mujeres como ella no hacían eso a los hombres que las
mantenían prisioneras. Aquella comparación con la realidad fue como un cubo de agua
helada. Dándose una sacudida mental, le dio un empujón en la espalda.
—¿Qué estás haciendo?
Ella le contestó con un beso ardiente. Sus sentidos se incendiaron, rodó con ella,
atrapándola bajo él. A pesar de eso, le pasó las manos por el cuerpo, volviéndole loco de
lujuria, sobre todo debido a que los vellos en la unión de los muslos se frotaban contra el
hueso de su cadera, haciendo que deseara ardientemente degustar esa parte de ella.
—Por favor —rogó Delphine con voz rota—. Estoy ardiendo. Te necesito.
Jericho se congeló cuando se percató de que tenía la misma mirada drogada en los ojos
que Zeth. Y que cada gota de su ser estaba fuera de control. Es más, los ojos eran negros
como el azabache, no con su sombra habitual.
¿Qué le habían hecho?
Ella le mordisqueó la barbilla, tirándole del cabello mientras seguía estremeciéndose
contra él, poniéndole el cuerpo duro y grueso.
—Te necesito dentro de mí —Era una cruda demanda.
Él inspiró bruscamente cuando le ahuecó con la mano.
—¡Para!
¿Es que estás jodido de la cabeza? ¡Tú quieres esto!
Sí, sí, lo quería. Realmente lo quería. Pero no con una mujer que no estaba en plenas
facultades.
Sí, lo quieres. Mírala. Es bellísima y está loca por ti. ¡Tómala!
Sólo mira ese cuerpo...
Sin bromear. Realmente era una diosa en todo el sentido de la palabra. A excepción de
las cicatrices en la espalda, no había ni un defecto en ella.
Entonces haz que te pida... que la adores hasta que ambos os quedéis sin fuerzas.
Su voz interior era implacable. Y era difícil mantener el control, más aún cuando le
había bajado los pantalones hasta las caderas, y le tenía entre las manos, masajeándole la
polla.
Maldita fuera, era una alumna aventajada.
Tuvo que sacudirse cuando ella trató de guiarle dentro de su cuerpo.
—¡Delphine! —Gritó, tratando de hacerse oír—. ¡Detente!
Ella le tiró de la verga.
Estuvo a punto de correrse de puro placer.
¡Dale lo que ella quiere!
Gruñendo de frustración, desplegó las alas y se movió lo bastante lejos como para que
no pudiera alcanzarle. Su corazón estaba acelerado, observando fijamente la cama donde
ella estaba tumbada con las piernas ligeramente separadas. Cada parte de él quería unirse
a ella.
Soy un idiota de primera.
—Jericho.
La súplica desgarró su corazón.
Se subió los pantalones mientras se cernía sobre la cama, deseándola con una pasión tan
aguda, que esto era lo único que podía hacer para evitarlo.
—¿Qué te hicieron?
Le fulminó con la mirada.
—Vale. Si no me vas a ayudar, encontraré quien lo haga —rodó fuera de la cama.
Jericho salió disparado hacia la puerta para bloquearle el camino, antes de que se fuera
y se encontrara con Asmodeus, o algún otro al que tendría que matar por haberla tocado.
Ahuecó su cara con las manos.
—Delphine, ¡Basta! Dime lo que pasó.
Luchó contra él hasta que se dio cuenta de que ni le movía.
—Contéstame —insistió.
La mirada de ella estaba desenfocada, al igual que la voz cuando finalmente salió.
—Estaba soñando...
—¿Y?
Ella frunció el ceño como si no pudiera recordar.
—Azura estaba allí. Me perseguía.
—¿Qué hizo?
Delphine hizo de nuevo una pausa antes de contestar.
—Me alimentó. Alimento... Zeth me dijo que no lo comiera, pero no podía detenerla.
Me obligó a comerlo.
Jericho maldijo. Así que esa era la manera en que conseguían a los Skoti. Los drogaban.
Ella gimió suavemente, mientras frotaba de nuevo el cuerpo desnudo contra el suyo.
—Estoy ardiendo, Jericho. Por favor ayúdame. No puedo soportar lo mucho que me
angustia.
Él dejó escapar el aliento. Bien, ya le odiaba. El obedecerla no cambiaría nada.
Ella cogió la mano que tenía puesta en su cara, y la guió hasta su seno. El fruncido
pezón se excitó contra la palma, haciendo que él se pusiera más duro de lo que nunca
había estado antes.
—Por favor.
¿Qué hombre podría discutir ante esto, fuera dios o no? Tomándola en brazos, la llevó
de vuelta a la cama. Registró el dulce olor de su cuerpo cuando la acarició con la mano
sobre el estómago desnudo. Pero no quería tomarla mientras estuviera de ese modo. Ésta
no era ella.
La que hablaba era la droga. La droga era la que mendigaba por él. Pero ella aún sufría
por ello.
Así que separó los pliegues de su cuerpo suavemente para acariciarla. Ella lanzó un
grito de alivio, y tiró de él acercándole para poder besarle locamente.
El cuerpo de Jericho se tensó, suplicando poseerla. Pero a pesar de todo lo que le había
pasado, no era un animal. No se alimentaría de ella.
Estaba por encima de ello, y por primera vez en siglos, así lo creyó.
Delphine tembló con la increíble sensación de esos dedos confortándola. La provocaron
y excitaron de una manera que no habría creído posible.
Por fin algo estaba aplacando el atroz dolor en su interior.
Cuando él se apartó de sus labios, realmente gimió. ¿Adónde iba?
Obtuvo la respuesta cuando se deslizó hacia abajo, entre las piernas, y la tomó en su
boca. Incapaz de aguantar el puro éxtasis de aquello, lanzó un grito, sepultando la mano
en el cabello suave. Nunca había imaginado nada tan increíble. El calor de esa boca,
combinada con los golpes de la lengua y dedos, la tenía fascinada.
Miró hacia abajo para encontrarse con su mirada penetrante. El primitivo calor en esos
ojos asimétricos la hizo arder en llamas.
Jericho gruñó ante el sabor de ella. Su cuerpo estaba duro y listo, pero estaba
acostumbrado a controlar esos impulsos. Ahora mismo, era el orgasmo de ella, el suyo
sería después.
Y la verdad era que disfrutaba del modo en que ella sabía, el sonido de los gemidos
placenteros mientras jugaba con su pelo. Había perdido el consuelo de ser tocado. El olor y
el gusto de un amante. Podría pasarse el resto de la noche así, simplemente saboreándola.
Delphine tembló ante la larga caricia que le ofreció, en especial cuando arrastró la
mejilla sin afeitar a lo largo de su hendidura. Le atravesaron espasmos de placer.
Mordiéndose el labio, sintió como aumentaba la tensión en su cuerpo, hasta que no
pudo resistirlo más. En un momento de felicidad suprema, su cuerpo explotó.
Gritó, aferrándose a Jericho mientras él continuaba lamiendo y excitando, haciendo el
orgasmo aún más intenso.
Cuando finalmente hubo conseguido el último espasmo de ella, subió hasta descansar
la barbilla sobre su estómago, mientras yacía entre sus piernas. Trazó un pequeño círculo
alrededor del ombligo mientras le sostenía la mirada.
—¿Mejor?
—Sí —suspiró Delphine, al tiempo que le pasaba una mano por el pelo—. Mucho mejor.
Él restregó las patillas por el estómago, añadiéndole otro temblor.
Delphine suspiró absolutamente complacida cuando sintió que el fuego se extinguía,
para ser sustituido por un sentimiento de completa satisfacción.
—Así que esto es lo se siente, ¿Eh? —No la extrañaba que se hubiera quedado tan
tranquilo y amable después de su orgasmo. Ahora mismo, realmente se sentía en paz.
Entonces se percató del hecho de que estaba completamente desnuda. Expuesta.
Él yacía entre sus piernas abiertas...
Nadie la había visto jamás de esta manera. Nadie.
El calor se arrastró sobre su cara cuando el horror la llenó.
Jericho se levantó al darse cuenta del cambio en ella. Ahora estaba tensa. La cara
ruborizada, mientras a sus ojos volvía la hermosa sombra que le hechizaba.
—¿Qué pasa?
Ella trató de cubrirse.
—¿Qué he hecho? Estoy tan avergonzada.
Él se movió para situarse a su lado, antes de cubrirla con la sábana.
—No lo estés. No tenías control.
Ella se cubrió la cara con la sábana.
—¿Cómo voy a poder mirarte después de esto?
Jericho reprimió una sonrisa ante el tono desesperado. Su timidez le divertía, pero se
sentía realmente mal por ella. Tiró ligeramente hacia abajo de la ropa de cama, hasta que
ella tuvo que mirarle.
—Eres hermosa, Delphine. No hay nada vergonzoso en lo que hemos hecho.
—Pero…
La besó rechazando las palabras.
—Nada de peros. No quiero que sientas vergüenza conmigo. Nunca.
Delphine le sonrió agradecida por su bondad. Lo que más le asombraba era el hecho de
que no se hubiera aprovechado de ella, aún cuando se lo había rogado. Le había echado
una mano desinteresadamente. Incluso ahora, sentía lo rígida que estaba su erección, pero
no le exigió nada.
Se había equivocado respecto a él. Después de todo, tenía compasión. Podría haberse
desentendido, o haberla poseído brutalmente de cualquier modo que le hubiera apetecido.
Pero no lo había hecho. Aún cuando todavía estaba duro, se había contenido.
Por ella.
Su corazón se caldeó con ese conocimiento, colocando la mano en su mejilla con
cicatrices. Él le dio un mordisquito juguetonamente en el pulgar.
—Tenemos que hacer algo sobre esto, Jericho. No sé lo que Azura me dio, pero es
terrible lo que provoca.
—No hay ningún escrito sobre lo que han encontrado, pero la pregunta es ¿Por qué se
lo dan a los Skoti? ¿Por qué incapacitar a un ejército que quieres que luche por ti?
—Tal vez no quieran que luchen. Tal vez van detrás de alguna otra cosa.
Él hizo una mueca.
—¿Cómo qué?
—No sé. Se supone que tú eres el que tiene conexión con la Fuente, y destreza en el
combate.
—Sí, pero eso no me proporciona ninguna comprensión del mal. Tienes que recordar
que Noir y Azura están hechos de una pasta completamente diferente a la mía.
Delphine se alegró de oírselo decir. No había nada redimible en Azura, o Noir.
Peinándole el cabello con las manos, se quedó asombrada de lo relajada que se
encontraba acostada desnuda con un hombre. El aliento de él le hacía cosquillas en la cara,
y aunque su peso debiera haberle parecido asfixiante, era consolador tenerlo
presionándola.
¿Esto era amor?
No, quizás no amor; era demasiado pronto para eso. Pero había algo muy íntimo dentro
de este momento compartido. Era familiar y reconfortante.
—¿Crees que podemos conseguir liberar a los otros?
Alzó la mirada de sus ojos dispares hacia ella.
—Te calmaste bastante rápido una vez que yo —le lanzó una sonrisa diabólica— te
apacigüe. Deben de estar alimentando constantemente a los demás para mantenerlos de
esta manera. Lo cual nos lleva de nuevo a la cuestión del porqué.
—Tenemos que conseguir sacarlos de aquí.
Hizo un sonido de desacuerdo.
—Salvar a los habitantes del Olimpo no es mi prioridad.
Ella le tiró con fuerza del pelo.
—¡Aw!
—Tienes suerte de que sea de esto de todo lo que te tire —dijo severamente—. Esos de
los que hablas son mis hermanos y hermanas.
Jericho apartó la mirada cuando aquellas palabras hicieron eco en su interior. También
eran los suyos. Total, para lo que les valía.
—No soy el dios del perdón, Delphine.
—No, eres el dios de la fuerza, y la mayor fuerza de todas es la de ser capaz de
perdonar a la gente que te ha hecho daño. E incluso mayor aún, la capacidad de luchar
para defenderlos. Sé una mejor persona de lo fueron ellos. Sé que puedes serlo.
Jericho sacudió la cabeza.
—Tienes más fe en mí de la que merezco.
La intensidad de su mirada le quemó.
—No estoy de acuerdo. He visto el otro lado de ti, y a ese es al que estoy apelando. Hay
más en ti que odio y disputas. Tienes un hermoso corazón, Jericho. Lo sé.
El único problema era que él no lo sabía. No podía encontrar el perdón dentro de sí
mismo. Sólo amargo resentimiento. Odio absoluto. Desprecio.
Hasta que la miraba.
Sólo ella le había hecho sentir algo más. Pero el problema era que no comprendía lo que
conmovía en su interior. Al menos otra cosa, aparte de lujuria. Que él supiera
íntimamente.
Pero la parte que ahora la abrazaba era nueva y atemorizante. Ni la conocía, ni la
entendía.
La misma parte extraña que había desafiado a Zeus por salvarle la vida a ella.
Ella se la debía, y por la razón que fuera, no se veía obligándola a pagarle por su
sacrificio. Sólo quería lo que quisiera darle.
¿Qué es lo que pasa conmigo?
Siempre había sido del tipo de persona que tomaba lo que quería. Pero era tan diferente
con ella. Cerrando los ojos, saboreó la sensación de la carne bajo su mejilla. Las pasadas
suaves de esas manos por su cabello.
No quería apartarse nunca.
Delphine recorrió con el dedo la barba incipiente de su mejilla. Le encantaba sentir la
piel de él. Tan diferente de la suya. Sobre todo, estaba asombrada porque permanecía
acostado con ella tan tranquilo. Conocía la violencia de la que él era capaz, y aún así...
Era como domesticar a una bestia feroz, sabías que no sería tan amable con otra alma
viviente.
Sólo ella conocía este lado suyo, y lo atesoró aún más. Lo atesoraba a él.
—¿Jericho?
Ambos se sobresaltaron con la voz serena que susurró a través del cuarto.
Jericho la cubrió.
—¿Jaden? —Preguntó en un tono igualmente sosegado.
Jaden apareció en la esquina, apenas una niebla visible. Tenía peor aspecto que cuando
Jericho le había visto antes. Había contusiones recientes en la cara, y sangre en un lado de
la boca. Pero parecía inconsciente del dolor.
—Están conspirando contra ti.
—¿Quienes?
Jaden le miró como diciendo «¿Es qué no es obvio?»
—Tus mejores amigos, zopenco, ¿Quién te creías? ¿El Conejito de Pascua, o el gilipollas
que te trajo aquí? Para tu información, están planeando cebarte para los gallu, de modo
que puedan controlar tus poderes sin tus enfrentamientos contra ellos. Yo en tu lugar, me
hubiera ido hace cinco minutos.
Jericho se tensó receloso. ¿Por qué Jaden iba a ayudarle?
—¿Cómo sé que no estás mintiendo?
—No tengo ninguna razón para hacerlo. Pero si quieres pasar ahí el rato y que te
coman, lejos de mí el detenerte. Tal como están las cosas, mi culo es abono si me pillan
hablando contigo.
A pesar de eso, Jericho se mostró escéptico. La gente no le ayudaba, y encontraba difícil
imaginar que Jaden lo estuviera haciendo sin conseguir algo a cambio.
—Yo le creo —susurró Delphine—. No confío en Noir.
Jericho resopló.
—No confío en nadie —Y en especial en el mal que lo había traído aquí. Había
sospechado de ellos desde el instante en que Azura se había acercado por primera vez a él.
—Tal vez deberías intentar confiar en mí por una vez —Comentó ella en tono decidido.
Jericho se quedó hecho polvo. Realmente no sabía si podría confiar en Jaden, aunque no
tenía ninguna razón para dudar de él. Esto tenía sentido. ¿Por qué le devolverían sus
poderes, a menos que supieran que tenían completo control sobre él? Él no cometería
semejante error, más aún considerando la totalidad de sus poderes. Si le hubiera traído, le
habría encerrado a cal y canto.
Sólo para estar seguro.
Ver como trataban a Jaden. Aparentemente el juego limpio y la bondad no formaban
parte de su mundo.
Pero tenía otro problema.
—¿Dónde vamos?
Delphine frunció el ceño.
—¿Qué quieres decir?
—Si me voy al Olimpo con poderes, Zeus, a pesar de lo que dice, me atacará. No tengo
duda.
Ella sacudió la cabeza.
—Eso no es verdad. Prometió devolverte todos tus poderes.
Jericho se rió.
—Pienso que eso es lo que oíste. Ni por un nanosegundo me creo que eso fuera lo que
él dijo.
—Yo no miento.
—No digo que lo hagas. Dime textualmente lo que el imbécil de los truenos te dijo.
Ella soltó un suspiro frustrado.
—Dijo que siempre que lucharas contra Noir y los Skoti, tendrías tus poderes.
Jericho lanzó una mirada penetrante a la niebla que era Jaden.
—¿A qué te suena eso?
—A que sólo tienes tus poderes cuando luchas contra Noir y los Skoti.
—Sí, exactamente.
Delphine frunció el ceño.
—¿No es eso lo que he dicho?
—No —contestó Jericho—. Oíste que mis poderes me serían devueltos. Lo que yo oigo
es que soy un perro faldero, a menos que luche para proteger sus despreciables pellejos.
—Tiene razón. Después de lo que le hizo a Cratus, Zeus nunca se plantearía la
posibilidad de darle sus poderes sin restricciones.
—Sabe lo que yo haría con ellos y, más concretamente, lo que le haría a él con ellos.
Delphine se sentía fatal por haber sido engañada tan fácilmente. Pero por otra parte,
como Jericho había indicado, había oído lo que había querido oír. Lo que ellos decían tenía
mucho más sentido.
—Entonces, ¿Qué hacemos?
Ir a Nueva Orleans.
La voz de Jaden estaba en sus cabezas, como si también tuviese miedo de ser oído,
incluso en un susurro.
Encuentra a Acheron Parthenopaeus. Cuéntale lo que pasa, y él podrá ayudar.
—¿Por qué lo haría? —Preguntó Jericho.
—Por el amor de la Fuente, Jericho —respondió Jaden—. Hazlo. Ahora mismo él es la
única esperanza que tienes.
Jericho abrió la boca para discutir. Pero antes de que pudiera emitir un sólo sonido, la
puerta se abrió de golpe desintegrando la niebla con la forma de Jaden.
—Toc, toc.
Era un demonio gallu, y no estaba solo.
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