JERICHO DESCENDIÓ AL INFIERNO. BUENO, más bien al reino del infierno
Atlante llamado Kalosis, pero aún así… ¿Por qué discutir sobre esto o aquello?
El Infierno era el infierno, sin importar el panteón.
Delphine se había quedado atrás con Phobos, después de mucho discutir. Pero Acheron
había estado de acuerdo que cuanto menos supiera la gente, más oportunidades tendrían.
Stryker y su esposa, Zephyra, respetarían a un sólo emisario. Dos o más, quizás lo
considerarían comida.
Tory condujo a Jericho bajando por el corredor de mármol negro que mantenía una
débil luz sobre sus cabezas. Ésta reflejaba las paredes con una extraña luminiscencia que
los atormentaría si fueran humanos. Como eran, encontraba sus distorsionadas imágenes
fascinantes.
Se dirigieron hacia la sala de recepción de Stryker.
Ya que Acheron no podía venir aquí sin empezar el Apocalipsis, Tory se había ofrecido
voluntaria para guiar a Jericho y hacer las presentaciones. Aparentemente parte de los
deberes de Acheron como Heraldo era liberar a su madre de su prisión… la cuál
casualmente estaba en el reino en el que estaban ellos.
Si Acheron tan solo hiciera una insignificante aparición allí, su madre se liberaría y
destruiría el mundo, así que jamás podría verla.
Habría sido trágico si Jericho fuera capaz de sentir simpatía por alguien. Podía
apreciarlo, pero francamente, no le importaba.
Tory le sonrió.
—Es realmente noble por tu parte arriesgar tanto por los Oneroi.
Jericho gruñó.
—No doy dos mierdas por los Oneroi. Mi plan era luchar contra ellos con Noir, pero
decidió que sería más fácil lanzar a los gallu sobre mí y controlarme de esa manera. Él
declaró esta guerra, y maldita sea si voy a dejar que los gallu me ataquen en mi sueño. He
pasado bastante tiempo de mi vida con otros controlándome. No voy a pasar ni un
momento más de esa manera. Noir quiere una pelea, voy a darle una. Y no perderé.
Tory dejó escapar un lento suspiro.
—Olvidé que eras el hijo de Styx y Pallas.
Inclinó la cabeza hacia ella.
—Yeah, y estoy completamente lleno de su veneno. No empecé ninguna mierda, no seré
ninguna mierda. Mi meta es conseguir que los Oneroi y los Skoti se recuperen y entonces
acabar con los gallu lo más rápido posible. Después de eso, la veda a los Olímpicos está
abierta.
—¿No incluye eso a Delphine?
Él lo vio todo rojo ante la mención de su nombre. Delphine era un tema que no tenía
intención de discutir con nadie.
—Ella no es de tu incumbencia.
Tory le dedicó una apaciguadora mirada.
—Lo siento. No intentaba ofenderte o curiosear. Sólo apuntaba que parece que te
preocupas por ella.
Claro, pero el problema era que no entendía el porqué. Una caricia, un susurro y él se
deshacía por ella.
¿Por qué Delphine, cuando nadie le había hecho sentir nunca así? Que había en ella que
se abría paso a través de su rabia y le hacía sentir…
Calidez.
Humano.
Completo.
En todos esos siglos, nunca había sentido lo que sentía cada vez que le tocaba. Ella
esgrimía más poder en una simple caricia que cualquier entidad que jamás hubiera
conocido.
Ella sola tenía el poder de ponerle de rodillas.
Sin estar dispuesto a pensar en ello, cambió de tema.
—¿Cómo es que eres capaz de ir y venir de este reino? —Parece extraño que Stryker te
tolere aquí.
—Mi suegra me dio total libertad para visitarla siempre que sintiera el impulso de
hacerlo, especialmente porque Ash no puede venir. Aunque Stryker quizás quiera
encadenarme y ofrecerme de alimento a sus Daimons, no se atrevería. Apollymi puede ser
un poco difícil de derrotar.
—¿Y con todo, Apollymi te tolera?
Ella sonrió.
—Odia a los humanos. Pero adora a su hijo. No hay nada que no hiciera por Acheron.
—Excepto dejar a los humanos en paz.
—Bueno, aquí es. —Ella bajó por el brillante corredor con una mano sobre la pared—.
Sé que no tiene sentido. Pero declaró la guerra a los humanos y se niega a retractarse. Sin
embargo, se supone que Ash y todos a los que ama tienen inmunidad de los Daimons que
ella controla.
Había una nota en su voz que hizo saltar las alarmas de Jericho.
—¿Se supone?
Su expresión se volvió sombría y triste, dejándole saber que lo sentía profundamente
por todos los involucrados.
—La madre de Nick era muy cercana a Ash. Murió debido a un ataque Daimon hace
algunos años, es por lo que Ash y Nick están ahora en guerra el uno con el otro. Nick
culpa a Ash de ello y no le perdona. Es realmente triste, de veras, y me rompe el corazón
verlos pelear. Pero dicen que están mejorando, lo cual me concierne. Si lo que tienen ahora
es mejor, odiaría ver lo peor.
Ella se detuvo en seco cuando una mujer rubia les salió al paso.
Menuda y ágil, vestida con un traje de gato de cuero con corsé, la mujer entrecerró los
ojos sobre ellos con una viciosa mirada.
—¿Qué estás haciendo husmeando por los alrededores, Tory?
En vez de reaccionar al enfadado tono, Tory inclinó la cabeza.
—No creo que esté husmeando. No me siento como una fisgona. He fisgoneado antes y
honestamente puedo decir que esto no lo es.
La mujer la fulminó con la mirada.
—Relájate, Medea —dijo ella en un tono calmado—. Venimos a ver a tu madre.
Ella entrecerró los ojos.
—Es tu funeral.
Tory sonrió con naturalidad.
—También es siempre agradable verte. Eres como un rayo de sol alegre y luminoso,
espero con impaciencia todas nuestras charlas.
Medea se burló de ella.
—Deberías alegrarte de haberme salvado la vida. Ahora mismo, es la única razón por la
que estás viva.
Tory resopló.
—Y mi vida no tiene nada que ver con el hecho de que serías tostada si me tocas,
¿verdad?
La mirada que Medea le dedicó habría sido letal.
Jericho no habló cuando siguieron a Medea al interior de una oficina vacía. Decorada en
oscuros dorados y borgoña, estaba obviamente diseñada para amedrentar. No es que
funcionara con él. No había mucho que lo intimidara. O más concretamente, no había nada
que lo intimidara.
Medea se detuvo en el umbral.
—Esperad aquí. La traeré.
Cerró la puerta de golpe y la cerró con llave, lo cual parecía ridículo dado el hecho de
que podían desaparecerse de allí en cualquier minuto. Pero él estaba lejos de hacer notar lo
obvio.
Tan pronto como estuvieron solos, se dirigió a Tory.
—¿Deduzco que Zephyra es su madre?
Ella asintió.
—¿Crees que tenemos una oportunidad con esto?
Tory se encogió de hombros mientras miraba alrededor.
—No lo sabremos hasta que hablemos con ella. Creo que quizás, y utilizo esa palabra
con todo el aplicable optimismo, nos ayudará.
—¿Ayudaros a hacer qué?
Tory se giró en el acto para ver a Zephyra, quien había aparecido en la habitación detrás
del escritorio de Stryker. Tory miró intensamente a la demonio.
—Te ves bastante bronceada para una criatura nocturna.
Zephyra la ignoró.
Casi idéntica a Medea, era increíblemente hermosa con lujuriosas curvas que se
acentuaban por su ajustado vestido negro.
—¿Tienes un motivo para esta visita? ¿O simplemente debería matarte y empezar una
guerra? —pasó su mirada de Tory a Jericho—. Realmente me fastidia que traigas un dios a
mis dominios.
Jericho le guiñó el ojo, lo cual sólo pareció enfadarla más.
Incapaz de ver su gesto, Tory sonrió.
—Sabes que no lo haría sin una buenísima razón.
—¿Y esa es?
—Necesitamos a Jared.
Zephyra se rió incrédula, entonces se calmó tan rápido que él se preguntó si no habría
tenido alucinaciones.
—Estáis perdiendo el tiempo. Largaos.
Maldición, era una malhumorada zorra. Esto le hacía preguntarse cómo la toleraba
Stryker.
—Oh, vamos —dijo Tory—, no es que le estés utilizando para nada. Realmente, ¿qué
está haciendo ahora mismo?
—Una cosa que no está haciendo es joderme, lo cual es más de lo que puedo decir de ti.
—Niñas —dijo Jericho, adelantándose—. Intentémoslo de nuevo. Tenemos un problema
gallu. Dirigidos por Noir y Azura, están planeando convertir a los Oneroi y a los Skoti en
gallu de modo que puedan atacar infiltrándose en nuestros sueños. Cuando eso suceda,
nadie estará a salvo. Nadie —reiteró fríamente—. Y con ello me refiero a ti también. Desde
que a los gallus les da lo mismo comerse a un Daimon que a un humano, tal vez quieras
pensártelo.
Zephyra entrecerró su mirada amenazante.
—Y la gente en el infierno quiere agua fría. Algo que tienen más probabilidades de
conseguir que tú a mi Jared.
Jericho apretó los dientes para controlar la urgencia que tenía de sacudir a la estúpida
mujer.
—Nos levantaremos contra Noir y Azura. ¿Tienes alguna idea de cuanta sangre va a
correr?
Zephyra no contestó.
—¿Qué quieres a cambio de él? —preguntó Tory.
—No hay nada que tengas.
De repente un ruidoso choque sonó fuera de la sala. Zephyra los pasó corriendo para
abrir la puerta que estaba enfrente de la que habían utilizados ellos para entrar.
Los ojos de Jericho se ensancharon cuando vio un Daimon en el centro de la enorme
sala. Sólo que ya no era un Daimon. Tenía los ojos lechosos y su tono de piel era la de una
víctima infectada por un gallu. Los otros Daimons se apartaban, dejándole espacio. Si
hacía algún movimiento, correrían. Esa era la belleza de los gallu, no sólo convertían a las
personas en zombis, sus zombis podían crear más zombis.
Si se soltaba, podría matar a cualquiera sin dilación.
Jericho miró a Zephyra.
—¿Decías?
Ella expuso sus colmillos y le siseó.
—¿Lo trajisteis aquí?
—Diablos, no. Por lo que entiendo, el gallu tiene su propia cuenta pendiente con tu
gente.
—No tienes idea. —Agarró una espada de la pared y se dirigió hacia el Daimon.
Jericho estaba extremadamente impresionado, cuando se precipitó a la lucha. El
Daimon-gallu fue por ella. Ella esquivó sus brazos, giró y con un golpe limpio le cortó la
cabeza. Sin detener su movimiento, le pasó la espada a otro Daimon.
—Límpiala, Davyn, dile a Stryker que tenemos un problema.
—Lo he notado.
La atención de Jericho se centró en el hombre extremadamente alto de pelo negro que se
unió a ellos. Por el aire de autoridad y mortal aura, supuso que sería Stryker.
Stryker bajó la mirada al cuerpo sobre el suelo y siseó furioso.
—¿Qué están haciendo ahora los malditos gallu?
Jericho respondió antes que Zephyra tuviera una oportunidad.
—Están uniéndose a los Oneroi y los Skoti para atacarnos en nuestro sueño.
Stryker maldijo audiblemente.
—Debí haber matado a los gallu cuando tuve la oportunidad.
Zephyra le dio una conocida sonrisa.
—Oh, bebé, piensa en el error que habría sido.
—¿Qué error? —preguntó Tory.
Zephyra cruzó los brazos sobre el pecho.
—Creo que la necesidad de acorralar a los gallu. ¿Qué tenéis exactamente en mente con
Jared?
—¿Es inmune a ellos? —preguntó Tory adelantándose.
—Es inmune a la mayoría de las cosas.
Jericho se alegró de oír eso.
—Bien. Nuestro plan es liberar a los Oneroi y a los Skoti de Noir.
—¿Qué pasa si ellos ya están infectados? —preguntó Stryker.
—Los mataremos —contestó Jericho sin vacilar.
Stryker sonrió.
—Casi podría gustarte —se frotó la barbilla pensativamente mientras se acercaba más—
. El único problema es que los gallu pueden infiltrarse en los sueños de cualquiera que
conozcan.
—Pero nuestro sueño está protegido —dijo Zephyra—. Con las habilidades que
poseemos, podemos luchar con ellos en ese reino.
—Incluso así, no son tan poderosos en los sueños como los Oneroi —añadió Jericho—.
La combinación de los dos, desastrosa. Incluso para vosotros. Un Oneroi o Skoti infectado,
y somos tostada.
La mirada sobre la cara de Zephyra decía que se oponía firmemente a entregarles a
Jared.
Y Jericho había tenido bastante de su indecisión.
—Mira, voy a jugar contigo. Necesitamos a alguien que realmente haya luchado y
ganado contra Noir. Si bien puedo luchar solo, quiero alguien que conozca la debilidad del
bastardo. Ese sería Jared. Ahora entrégalo.
Zephyra arqueó la ceja provocativamente.
—¿O qué?
Jericho sacó las manos y liberó dos ráfagas divinas que pasaron rozándola.
Para su crédito, ella no se estremeció ni parpadeó.
Jericho bajó las manos.
—Créeme, no quieres descubrirlo.
Stryker frunció el labio.
—Esas tácticas no funcionan aquí. El temor está lejos de ser una gran motivación para
nosotros. También deberías recordar que yo, soy el hijo de un dios y puedo devolverte
esos disparos… Sin embargo, hay algo que quiero.
—¿Y qué es?
—Un amuleto verde que Jaden le quitó a una anciana en Nueva Orleáns. Estoy seguro
de que todavía lo tiene. Te daremos a Jared, y tú nos entregarás ese amuleto.
Cada sospecha impactó en el cuerpo de Jericho abrumándolo.
—¿Qué hace ese amuleto?
—Es para protección.
Ahora, ¿Por qué no lo creía? Quizá porque Stryker no parecía ser del tipo de Daimon
que necesitara la protección de alguna pieza del antiguo hokum. No es que le importara.
Promesas hoy.
Mentiras mañana.
Si a Jericho no le gustaba lo que hacía ese amuleto, no lo traería aquí. Nada decía que
tuviera que cumplir su parte del trato. La última vez que había mantenido su palabra,
había pagado caro por ello. Las cosas ahora eran diferentes. Ahora él era diferente. Lo más
importante era conseguir a Jared.
—Hecho.
Stryker entrecerró los ojos.
—No me falles.
—No me falles tú a mí —le devolvió el tiro Jericho.
Tory sacudió la cabeza.
—¿Os dejamos a los dos unos cuernos y os soltamos en la montaña para que os deis
topetazos ahora?
Stryker la dirigió una dura mirada.
—No tengo ni idea que vio Acheron en ti —volvió a mirar a su esposa—. Dejemos que
tengan a Jared.
Zephyra hizo un sonoro ruido de disgusto.
—No tener, mi amor. Prestarlo. Jared es sólo un préstamo.
—Bien —dijo Jericho—. Lo devolveremos tan pronto como acabemos con él.
—Mejor que lo hagas. De otra manera Stryker y yo nos daremos un banquete con tus
entrañas, me bañaré en tu sangre y usaré tus ojos como pendientes.
Jericho resopló.
—Sabes, con esa imaginación, deberías escribir para Hallmark.
ASH ACABABA DE REGRESAR A SU CASA CUANDO sintió algo extraño en el aire.
Un instante después, Phobos reapareció.
Solo.
Sus malos presentimientos se intensificaron cuando Delphine no volvió con él.
—¿Qué sucedió?
Phobos dejó escapar un suspiro.
—Fuimos atacados por Zelos cuando reunimos a los Oneroi.
Ash se sintió enfermo por las noticias. Jericho tendría un ataque cuando descubriera
que su hermano había tomado a los Oneroi.
—¿Qué?
Phobos se pasó la mano por el pelo.
—Estaba buscando a Jericho y en vez de eso nos encontró a nosotros reuniendo a los
demás. Se llevó tanto a Delphine como a Nike. Aparentemente Zelos ha sucumbido al lado
oscuro. Noir ha corrompido su mente.
—No. Está planeado estratégicamente por su parte. Es la aniquilación del panteón por
sus propios miembros. Es lo que lo hace tan insidioso. Con Nike y Delphine, cree que
castra a Jericho.
—Sí, bueno, de todos modos, estamos jodidos.
—¿Cómo es eso?
Ash dio un paso atrás cuando Jericho, Tory y Jared aparecieron. Tory, tiró de ella hacia
sí para sentirla allí y saber que estaba a salvo. Especialmente dado todo lo que estaba
sucediendo. Si algo le pasaba a ella…
Haría que Azura y Noir parecieran osos de peluche.
Jericho frunció el ceño cuando escaneó la habitación y no encontró lo que estaba
buscando.
—¿Dónde está Delphine?
Phobos respondió antes de que Ash pudiera suavizar el golpe.
—Tu hermano las cogió a ella y a Nike.
Ash se encogió ante la brusquedad de los dioses, lo cual podía explicar la expresión de
Jericho que le atravesó igual que un ácido enema.
Jericho se congeló en el lugar cuando una potente rabia que podía saborear se construía
en su interior. Nunca en su existencia había estado tan enfadado.
—¿Qué?
Phobos tuvo el buen juicio de parecer avergonzado.
—Fuimos emboscados. Zelos vino y la agarró antes de que nadie supiera siquiera que
estaba allí.
Incapaz de soportarlo, Jericho utilizó sus poderes para cubrir su mano con garras de
metal. Agarró a Phobos por la camiseta y lo estampó tan fuerte en la pared, que rompió la
mampostería.
—¡Bastardo! ¿Cómo pudiste dejar que la cogieran! ¡Te mataré!
Ash lo cogió y lo hizo retroceder antes de que pudiera hacer más daño a Phobos.
—Cálmate.
—¡Ellos tienen a Delphine!
Le tomó cada onza de voluntad que poseía no atacar a Acheron. Incluso ahora su
sentido de auto preservación sabía que atacar al dios Atlante sería un grave error.
—Lo he oído —dijo Ash calmadamente—. Puede que el inglés no sea mi lengua nativa,
pero soy bastante bueno entendiéndolo.
Él lo liberó.
Jared se adelantó. Cubierto con un largo abrigo de cuero negro, su pelo rojizo recogido
en una lisa coleta. Lo más sorprendente era que su piel no estaba pálida o pecosa. Más
bien bronceada con fuertes rasgos.
Aunque no era ni de cerca tan alto como Ash o Jericho, su poderosa aura era suficiente
para catalogarlo de chico malo que pateaba traseros. Sus ojos estaban ocultos detrás de
unas opacas gafas de sol, pero incluso así parecían luminosos.
—Dame la espada que te dio Noir.
Eso hizo que Jericho se detuviera.
—¿Cómo sabes de la espada?
—Me pertenece. La oigo llamarme y la quiero de vuelta.
Usando sus poderes, Jericho liberó a Phobos, quién se cayó de la pared con un fiero
gruñido. Cuando Phobos dio un paso hacia él, Ash se detuvo poniéndole una mano sobre
el pecho.
—Olvídalo, Phobos. En mi libro te has librado con mucha facilidad. Si hubiese sido
Tory a quién se hubiesen llevado, estarías en trozos.
Ignorándoles, Jericho convocó la espada.
En el instante en que apareció, toda la conducta de Jared cambió. En vez de estar serio y
listo para la batalla, era reverente y humilde. Arrodillándose en el suelo, Jared tomó la
espada de sus manos y colocó la hoja en el suelo para que se quedara ante él.
Susurró en una lengua que Jericho no conocía, lo cual habría pensado que era
imposible. Uno de los beneficios de ser un dios era la habilidad de entender todos los
lenguajes. Pero este…
Este era completamente extraño para él.
La espada empezó a girar en el suelo por sí misma. Rápido y más rápido. Una brillante
luz emanó de la empuñadura, cegándolos. Entonces empezó a doblarse hasta formar una
diminuta y hermosa mujer, que no era más alta de un metro. Su piel y ojos de brillante oro,
mientras que su pelo negro caía en cascada por los hombros hasta las caderas. Ataviada
con un vestido negro suelto, tenía largas orejas de elfo y sus ojos eran rasgados como los
de un gato. Una pequeña corona dorada mantenía su pelo apartado de su cara en una
intrincada enredadera dorada. Diamantes y rubíes colgaban de la corona alrededor de su
afilado rostro. Ella era exquisita.
No era sorprendente que la espada hubiera parecido viva. Lo estaba.
—Señora —dijo Jared, tomando su mano—. Perdóname.
Sus ojos destellaron rojos cuando ella retiró su mano del agarre para tocarle el pelo.
—Ha pasado mucho tiempo, Jared.
—Lo siento tanto —su voz se rompió como si estuviese luchando por retener las
lágrimas.
Ella se arrodilló en el suelo delante de él y le quitó las gafas de sol para mostrar sus
extraños ojos rojo, naranja y amarillos.
—Lo sé, couran. Pero no eres el que tiene que rogar perdón. Ahora levántate, y juntos
lucharemos otra vez.
Su mirada era tan atormentada que hizo que el pecho de Jericho se contrajera.
—No te fallaré de nuevo, Señora. Lo juro.
Ella sonrió tiernamente.
—Entiendo por qué lo hiciste. No hay rencor en mí. —Ella cogió sus manos en las
propias y las sostuvo juntas en el centro de su pecho, sobre su corazón—. Tienes otros a los
que salvar ahora. Tenemos que ser lo más rápidos posible.
Ella lo liberó y volvió a sentarse. En un flash de luz, volvió a ser otra vez una espada
que permanecía ante él.
Jared tomó la empuñadura, besándola reverentemente y se levantó.
Jericho miró a Acheron, queriendo entender que estaba sucediendo.
Ash se metió las manos en los bolsillos.
—Los Sephirii tienen diez guerreros de élite llamados los Mimoroux. Cada uno elegido
por la espada que él o ella llevan.
Jared manifestó una funda y se la puso de modo que pudiera llevar su espada.
—Takara pasó dos mil años sin un Shiori.
—¿Un qué?
—Un guía. —Jared tragó antes de hablar de nuevo—. No estaba permitido que nadie la
manejara. No hasta mí.
Jericho no entendía hasta que Ash explicó.
—Es la más poderosa de las espadas. Y quién quiera que la manejara lideraría a todos
los otros Sephirii.
Mierda. Los Sepherii habían sido traicionados por su líder. Por el elegido entre todos
ellos…
Jared sacudió la cabeza.
—Me merezco lo que me han hecho y más. Pero esto no es acerca del pasado. Tenemos
que detener a Noir —miró a Acheron—. ¿Tienes a tus Carontes?
—Estarán listos cuando nosotros lo estemos.
Phobos se adelantó.
—Tengo un puñado de supervivientes Dolophoni y Oneroi preparados ahora mismo.
Jared inclinó la cabeza.
—Entonces atacaremos. Que la Fuente nos guíe a la verdad.
Jericho se mofó.
—Que se joda la fuente. Esta es nuestra venganza, y Noir va a arrepentirse incluso de
jugar conmigo.
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