lunes, 27 de febrero de 2012

BON cap 4

Kiara estaba hablando con su padre en el telelink cuando Rachol se marchó. Nykyrian escuchaba su voz suave flotando desde su cuarto. Su tono de seda dulce lo agujereaba. Obligando a su mente a concentrarse en sus asuntos como se había prometido, sacó la Terminal de su computadora portátil de la bolsa que Hauk había dejado para él en el suelo.
Se sentó sobre la cama y desempacó la Terminal. La risa de Kiara lo invadió causándole un dolor agridulce que retorció su estómago. Apretó los puños y recordó la letanía que se padre adoptivo le había obligado a recitar mientras crecía.
Eres un guerrero, un asesino. No necesitas a nadie. Estás mejor solo.
Sus pensamientos regresaron a su trabajo y encendió la Terminal. La brillante pantalla azul resplandeció haciéndolo retroceder. Sus ojos le ardieron por la tensión de llevar los lentes puestos en el interior de la casa, pero a pesar del dolor, no se atrevía a quitárselos teniendo a Kiara alrededor.
Quizá debió de haberle asignado a Rachol vigilar esa noche. Esta misión estaba condenada a ser su destrucción.
Había pasado la cena entera buscándola, sintiendo su presencia cerca de él. Si tan solo no le hubiera permitido tocarlo en el teatro, ya la habría desterrado de sus pensamientos.
Nykyrian se mofó de sus ideas. ¿A quién estaba intentando engañar? Desde la primera vez que la había visto bailando no había podido sacarla de sus pensamientos. Desde entonces frecuentaba sus sueños como un fantasma, acercándose furtivamente para robarle su podrida alma.
Suspiró fatigado. Esta misión no era definitivamente lo que necesitaba para expulsarla de su mente. Escuchó cuando ella terminó su conversación. Luego la vio entrar al cuarto de enfrente mirándolo con una sonrisa calurosa. La sangre de Nykyrian corría acalorada en respuesta de su gentil mirada.
—¿Se ha ido Rachol? —preguntó ella alegremente.
—Sí —dijo él, esforzándose por concentrarse en su trabajo.
 Kiara se sentó en su silla favorita, enfrente de Nykyrian. Las palabras horribles de su padre hicieron eco en sus orejas. Le había advertido sobre la ferocidad del OMG, diciéndole que ellos asesinaban por contrato sin tener en cuenta sus emociones.
Mirando a Nykyrian de cerca, trató de leer sus pensamientos. Aunque su cara no expresaba ninguna señal, sabía que las tenía. Nadie estaba desprovisto totalmente de emociones.
Las propias palabras de Nykyrian flotaron a través de su mente. Las emociones se destierran de nosotros durante el entrenamiento. Aún así, se negaba a creer que no tuviera emociones. Si fuera verdad, no la habría consolado cuando estuvo llorando.
Una sonrisa maliciosa curvó sus labios cuando estudió su estilizada masa muscular. Había mirado y había sido sostenida por muchos hombres que constantemente trabajaban para mejorar su apariencia física, pero ninguno de ellos la había atraído tanto como el hombre que estaba a su lado. Un hombre cuya distancia le incomodaba.
Nunca había tenido que luchar para lograr que alguien le prestara atención. Normalmente, luchaba para escapar de atenciones indeseables. Se preguntó si quizá la parte que más le atraía de él era su caradura habitual.
Pero cuando lo estudiaba, comprendía que no solo era esa parte la que le atraía, era más grande su deseo de cambiarle ese modo de ser reservado. Había algo que la llamaba como si fuera un niño herido, que necesitaba consuelo. Kiara casi lanza una carcajada por ese pensamiento. Miró fijamente a Nykyrian, su barbilla tensa, sus rasgos inexpresivos. No, en nada parecía ser frágil.
¿Entonces por qué se sentía de esa manera?
—¿En qué estás trabajando? —le preguntó finalmente.
Nykyrian gruñó una advertencia baja en su garganta, que la hizo sentir un poco intranquila.
—Tengo mucho trabajo que necesita ser terminado. No estoy aquí para ser sociable. Solo debo protegerte.
Kiara envolvió los brazos alrededor de su pierna y descanso la barbilla en la rodilla. Miró el vuelo de sus dedos, las teclas haciendo clic en la Terminal debajo de ellos.
—Pero como estás aquí… —Sus dedos se detuvieron, el silencio súbito hizo eco a su alrededor, aumentando su incomodidad—. Pensé que podrías contarme algo sobre ti. Podríamos pasar días juntos, semanas y por eso…
—Bien —le chasqueó él, interrumpiéndola.
 Kiara escondió su sonrisa triunfal detrás la rodilla, pero estaba segura que sus ojos brillaron por la travesura.
 Nykyrian se sentó y cruzó sus brazos encima de su pecho defensivamente.
—Si eso logra que tu mente se tranquilice, dejaré que hagas ocho preguntas sobre mí. Después de eso, nunca me preguntarás nada sobre mi pasado, o mis amigos, y te quedarás callada para que pueda terminar lo que estoy haciendo.

El tono de sus palabras la fastidió. Lo miró fijamente intentando pensar en algo que pudiera darle una ventaja sobre él.
—De acuerdo —le dijo, cuando pensó en la primera pregunta—. ¿Cuál es tu apellido?
—Uno, Quiakides.
La sorpresa ensanchó sus ojos.
—¿Cómo el universalmente afamado y aclamado Comandante Huwin Quiakides de la Liga Intergaláctica de Pacificadores?
Él suspiró.
—Dos, sí.
—¿Era tu padre?
Creyó haberlo visto apretar los dientes antes de contestar.
—Tres, sí.
Kiara dio un resoplido poco femenino.
—Eso no cuenta. Debiste habérmelo dicho cuando hice la segunda pregunta.
Nykyrian se encogió de hombros de una manera agravantemente desinteresada.
—Se más específica. Todo cuenta.
Kiara se sentó durante un minuto, pensando en la poca información que Mira le había dado en la base del OMG.
—¿Si era tu padre, por qué desertaste de la Liga?
En ese momento, vio el tictac de enfado en su mandíbula que endureció sus rasgos.
—Como supiste que estuve en la Liga.
Kiara se asustó ante su tono áspero y mortal. En ese momento, lo imaginó rompiendo a pedazos a alguien fácilmente y no tenía el deseo de que ese alguien fuera ella o Mira.
—Solo lo escuché por ahí. Es verdad ¿no? ¿Eras un asesino de la Liga?
Algo de tensión se suavizó en sus labios y ella se preguntó por qué.
—Cuatro, sí.
Kiara estaba cansándose de que numerara sus respuestas.
—Sabes, deberías intentar ser más amistoso.
—No me pagan para ser amable. Me pagan para matar.
Un nudo de miedo cerró su garganta ante esa idea.
—¿Te gusta matar? —le preguntó ella, con la garganta apretada por los fuertes latidos de su corazón.
 Kiara fue testigo de su primera respuesta emocional visible: él hizo una mueca de dolor como si lo hubieran golpeado, su respiración se puso trabajosa por la furia, cerró la Terminal de un golpe y la puso a un lado. Y sin decir una palabra se marchó del cuarto.
Kiara se quedó sentada en la silla durante varios minutos preguntándose que cosa había motivado su reacción. ¿Si hablaba tan a menudo de sus matanzas, por qué su pregunta lo molestaría? Fue a averiguarlo.
Nykyrian estaba de pie delante de los escudos antiexplosivos del estudio. Lo miró desde la puerta concentrado, deslizando su mano sobre los paneles plásticos como si estuviera buscando un orificio. Parecía tranquilo.
—Dijiste que contestarías a mis preguntas —le dijo suavemente, intentando que la dejara mirar dentro de él al menos un minuto, para averiguar por que era tan distante.
Él dejó caer su mano.
—No esperaba que me preguntaras eso.
Kiara se frotó los brazos para darse calor.
—¿Por qué no?
Nykyrian cruzó el cuarto y se le puso en frente. Su proximidad la embriagada más de lo que mil tazas de larna podrían hacerle en la vida. En un momento pensó que iba a tocarla, porque estaba a un pie de ella, lo cual ya era suficiente para calentarla con su calor corporal, con la intangible pared que traía a su alrededor, a pesar de eso no se atrevía a moverse y tocarlo como su corazón le pedía.
—¿Por qué podrían importarte mis sentimientos? —su suave voz parecía humilde y penetrante.
Se tragó el conjunto de emociones variadas que se batían dentro de su ser.
—No lo se, solo me importan.
Él tomó una respiración profunda y se dio la vuelta.
—¿Practicas aquí?
Kiara frunció el ceño por la pregunta inesperada, preguntándose los motivos que lo incitaban.
—Sí.
Nykyrian caminó alrededor de los espejos y tocó la barra de ejercicios.
—¿Disfrutas lo que haces?

La pregunta la cogió fuera de base. Frunció el ceño de nuevo, pensando en su respuesta.
—Nunca me he puesto a pensar en eso —dijo—. Bailar es todo lo que siempre he querido hacer en la vida, supongo que debo disfrutarlo.
Su agarre se intensificó sobre la barra.
—¿O quizá solo lo haces por qué alguien lo esperaba de ti?
 Un frío se alojó en su espalda.
—¿Qué te hace pensar eso?
Nykyrian se dio la vuelta y la enfrentó.
—Las fotos que tienes en el salón principal. En la mayoría de ellas eras una niña vestida con ropas de baile. No parecías lo suficientemente mayor en ninguna de ellas como para tomar una decisión por ti misma. Podría decir que bailas solo porque te dijeron que era lo que debías hacer con tus talentos.
La verdad de sus palabras penetró su conciencia. ¿Cómo podía ver algo sobre ella que nunca había notado?
—¿Siempre eres tan observador?
Él se encogió de hombros.
—En mi negocio, se me paga por conocer y entender a las personas. Eso me mantiene con vida.
 Kiara sopesó esas palabras en su mente. Y en ese momento tuvo la primera percepción de él.
—¿Es por eso que lo haces? ¿Porque alguien te dijo que podías ser un asesino?
Solo el silencio le contestó.
—Todavía me debes seis respuestas.
—Cuatro respuestas —le corrigió ácidamente, cruzando los brazos encima de su pecho—. Y ya he contestado suficientes preguntas por esta noche.
Nykyrian se alejó de Kiara y ella supo que el asunto estaba tan firmemente cerrado como si estuviera sostenido por la confianza de los Protectores de la Liga. Con un suspiro cansado, comprendió que no sabía más de él ahora que lo que sabía desde un principio.
Frustrada, regresó al cuarto principal dónde una vez más estaba ocupado con la Terminal.
—¿Te molesta si enciendo el televisor?
—No —le contestó lacónicamente, mientras sus dedos no dudaban en su golpeteó rápido.
De nuevo en su silla, Kiara tomo el control y comenzó a pasar los canales. Pero escuchaba más a Nykyrian El Pendenciero, que a sus programas. Aunque parecía que se había olvidado de ella, sintió el muro rígido de defensas que había puesto a su alrededor. En alguna parte, tenía que haber una grieta.
¿Pero realmente quería encontrarla?
Kiara se ahogó en la trepidación cuando consideró lo que significaría para su vida, que él se le abriera a ella. Era uno de los criminales más buscados por todos los gobiernos. Si las personas la relacionaban con Nykyrian en un nivel social, sería excluida del teatro. Se había pasado demasiados años labrando su carrera como para echarlo todo a perder por un hombre guapo. Incluso uno tan delicioso como su guarda espaldas.
No, no podría permitir que todo el tiempo y la energía que había gastado construyendo su vocación fuera a perderse ahora. Dejaría que Nykyrian se mantuviera apartado y distanciado tanto para su causa, como para la suya.
Apagó la televisión.
—Me voy a la cama.
Nykyrian dejó de teclear y escuchó sus pasos bajando del vestíbulo hasta su cuarto. Cerró la Terminal para aliviar un poco el dolor de sus ojos y permitió que la rigidez abandonara su cuerpo cuando reclinó la espalda contra el sofá.
Los sonidos de Kiara preparándose para dormir consolaron extrañamente a su alma. Se quitó las gafas y las balanceó en sus rodillas, se frotó los ojos ardientes hasta que se ajustaron a la luz. Su alma no necesitaba consuelo, necesitaba soledad.
Su trabajo era protegerla, no seducirla.
 Contrario a sus pensamientos y a su noble código, una imagen de Kiara abrazándolo pasó por su mente. ¡Ya es suficiente! Le rugió a sus pensamientos traicioneros y al instante la imagen desapareció.
 Nykyrian puso sus gafas en la mesa y se estiró sobre el sofá, escuchando aliviado el silencio vacío que lo rodeaba. Reunió toda su fuerza y juró mantener sus pensamientos en los hombres que rastreaban a Kiara, no en seducirla.

* * * * *

Kiara se despertó en medio de una pesadilla. Una vez más sus sueños la habían atormentado con la visión de Nykyrian asesinándola. Inhalando profundamente y sosteniendo la respiración, se puso el camisón y fue a la cocina para buscar su ritual vaso de jugo de spara.
Al entrar a la cocina, se detuvo sorprendida. En la mesa de la cocina, puesto delante de su silla, estaba un apetitoso desayuno y un vaso de jugo de spara. Asombrada por la escena, miró a Nykyrian quien estaba sentado en un taburete de la barra leyendo una pila de papeles. Estaba como de costumbre, ignorándola.
 —Impresionante —dijo ella, cogiendo la tostada más caliente. Sus papillas gustativas saborearon las extrañas especias que le había agregado al pan—. Muy impresionante.
Él ignoró sus cumplidos.
—¿Qué tienes que hacer hoy? —le preguntó con una voz ruda que le hizo rechinar los dientes.
Kiara tomó un poco de jugo.
—Tengo que ensayar esta tarde, entonces mi presentación…
—No —la interrumpió él—. No harás ni presentaciones, ni ensayos.
 Kiara puso el jugo en la mesa y lo miró fijamente con la boca abierta.
—Estás demente si piensas que puedes impedirme bailar.
Él puso los papeles en el mesón y se puso de pie.
—La próxima vez ellos bombardearán el edificio para matarte.
 Kiara sonrió afectadamente.
—¿Cómo lo sabes?
—Yo lo haría.
Su inexpresiva voz la asustó más que sus palabras. Kiara se tragó el nudo que quemaba su garganta.
—Es de mi carrera de la que estás hablando. Faltar a una presentación podría ser el fin.
—La muerte sería un final mucho más permanente.
Bien, ella no podía defenderse de esa lógica.
—¿Qué se supone que debo hacer? ¿Quedarme aquí prisionera, esperando al próximo asesino que venga a matarme? ¿Por qué no solo bombardean este edificio para que todo termine de una vez por todas?
Nykyrian no hizo más que estirar un músculo cuando le respondió en voz baja y firme:
—Son las reglas de la Liga.
 Kiara se puso rígida por la confusión.
—¿Qué?
—La Liga le prohíbe a los asesinos libres detonar una bomba en un edificio residencial.
Se rió de lo irónico que era que los asesinos contratados siguieran un código de honor.
—¿Realmente me estás diciendo que los asesinos tienen que cumplir esas reglas? ¿Por qué a alguien que mata para vivir le importaría una tonta ordenanza de la Liga?
Aún no había ninguna reacción visible de Nykyrian, El Pendenciero.
—Si alguna vez hubieras desobedecido a la Liga no harías esa pregunta.
Kiara se acercó a él y se apoyo contra la barra.
—¿Qué se supone que significa eso? ¿Estás hablándome de tu propia experiencia?
Nykyrian se alejó de ella.
—Hay pocos asesinos libres que tienen la habilidad de burlar a los Asesinos de la Liga. A pesar de la corrupción inherente en su propio sistema, la Liga intenta mantener algún tipo de ley por encima de los asesinos, para asegurarse que no sean más poderosos que los burócratas más ricos.
Kiara frunció los labios. Eso no contestaba su segunda pregunta en absoluto.
Miró a Nykyrian, encontrando divertido que permitiera que alguien gobernara sus actos. Levantó una ceja incrédula.
—¿Y tu cumples esas reglas?
—Solo cuando me conviene.
Kiara apretó su bata cerrada. La amenaza que enfatizaban sus palabras no le pasó desapercibida. Tenía razón, él no respetaba las reglas de ningún hombre, excepto las propias.
Ella aclaró su garganta y rápidamente cambió de tema.
—¿Puedo ir de compras por lo menos? Tengo que comprar un regalo de cumpleaños para una amiga.
Nykyrian se quedó absolutamente inmóvil y Kiara se cuestionó el por qué su pregunta lo molestaba.
—Si debemos hacerlo —le contestó finalmente—. Supongo que quieres ir hoy.
Kiara estrechó sus ojos hacia él.
—Bien, como mi horario es tan apretado, no se. Pienso que podría estar disponible entre mi almuerzo y la fiesta.
No se molestó si quiera en sonreír por su sarcasmo.
—Ve a vestirte. Será mejor salir antes de que la muchedumbre pulule en las calles.
Con un suspiro, Kiara tomó su jugo y una rodaja de grasdin y se fue a su alcoba.
No le tomó mucho tiempo bañarse y vestirse, pero antes de terminar escuchó a Rachol y a Nykyrian en el salón principal. Hablaban en un idioma extraño que no podía entender, aunque intentaba escuchar cuidadosamente su nombre o cualquier palabra que pudiera reconocer.
Por lo menos, la aspereza de Nykyrian se marchitaba un poco cuando estaba alrededor de Rachol. Le gustaría ver una reacción diferente a su guardaespaldas que no fuera su habitual encogimiento de hombros o sus réplicas mordaces.
Una sonrisa maliciosa se dibujó en sus labios. Y antes de que su sentido común la hiciera reaccionar se cambió de ropa. Si había algo que había aprendido en su madurez, era que los hombres adoraban su delgado cuerpo bien proporcionado. Quizá al enseñar un poco de más, obtendría algún tipo de reacción por parte de Nykyrian.
Se puso unos pantalones negros y ajustados en las caderas, que combinaban con una chaqueta deportiva que resaltaba sus curvas de la manera correcta. Kiara se envolvió una bufanda blanca en el profundo escote, para enmascarar el hecho de no llevaba puesta una blusa.
Esta era la vestimenta que había hecho que pudiera salir con algunos de los hombres más deseables del universo. ¡No podía esperar ver la reacción de Nykyrian! Deslizando sus pies en un par de botas de tacón bajo, salió para unirse con Rachol y Nykyrian.
Cuando entró en la sala, Nykyrian continuó con su conversación y no se quedó sin palabras, ni hizo una apreciación de sorpresa como solían hacer normalmente los hombres cuando ella vestía de esa manera.
Rachol se dio la vuelta en la silla y casi se cae. Se aclaró la garganta.
—Whoau —dijo, mirando a Nykyrian detrás.
—Gracias —dijo ella, con un suspiro de desilusión.
Nykyrian se levantó, todavía negándose a darle un reconocimiento por su vestimenta.
—¿Estás lista?
Apretando los dientes por la decepcionante frustración, asintió. Pensó que Nykyrian tomaría su brazo al menos para mantenerla cerca, pero todo lo que hizo fue abrir la puerta y examinar el corredor antes de sacarla del apartamento.
 —¿Rachol se va a quedar aquí? —preguntó ella, notando que él no se levantaba de la silla.
 La risa de Rachol le contestó.
—Sí, Kip va a protegerte mientras que yo protejo tu casa. La vida muerde al gran te-tawa.
Kiara frunció el ceño.
—¿El gran qué?
—No tardaremos mucho tiempo. —La interrumpió Nykyrian antes de que Rachol pudiera contestarle. Ajustó y cerró con llave la puerta.
—Eso fue rudo —lo castigó.
En lugar de la réplica mordaz que esperaba, él se pasó la mano por su pelo largo destrenzado.
—No le preguntes a Rachol lo que significa su vocabulario. Es mejor que no conozcas el significado de la mayoría de sus acrónimos.
Kiara sonrió, agradecida por la distensión usual que había extrañado tanto.
¿Tee-tawa?
Él apretó el botón del ascensor.
—No se que significa exactamente, pero supongo que no es adecuado para todos los sexos.
Las puertas se abrieron con un zumbido suave.
—¿Y cual es tu Racholismo favorito? —le preguntó ella, mientras entraban en el ascensor.
Una esquina de su boca se levantó bruscamente. En un momento Kiara pensó que iba a sonreír, pero él solo se limitó a meter las manos dentro de los bolsillos de su larga chaqueta negra, mientras las puertas del ascensor se cerraban con un sonido metálico.
Duwad —dijo por fin.
Kiara sonrió.
—¿Qué significa?
—Un fulano con deseos de morir.
Kiara pensó un momento por qué Rachol lo habría propuesto.
—¿Lo creó para ti?
—No, Kip fue creado para mí.
Se preguntó como podía mantener su voz tan ligera cuando hablaba. Dudaba que ella pudiera imitarlo, incluso con años de práctica.
—¿Y qué significa Kip?
—Keyaya imporus petana.
Escuchó el extraño lenguaje saliendo de sus labios como si fuera un liquido caluroso en un día helado, el sonido la aliviaba como un arrullo.
—¿Y que se supone que eso significa? —preguntó saliendo del ascensor, hasta la antecámara.
—La respuesta es otra de tus tantas preguntas sobre mi, mu Tara. —Él caminó hacia fuera y llamó a un vehículo.
Kiara caminó ante él, invadiendo su espacio personal deliberadamente. Para su sorpresa, él no se apartó.
—Aun así, me gustaría saber.
Un transporte frenó en la acera. Nykyrian le abrió la puerta.
—En Ritadarion significa Hermano de espíritu.
Kiara se sentó en el auto.
—¿Y lo eres? —le preguntó tecleándole su destino al sistema de transporte antes de insertar su tarjeta débito.
—De muchas maneras.
Se sentía en una muralla alrededor de él. A pesar de su naturaleza inquisitiva, no podía sondear los límites de esa muralla.
—¿Cómo son los hermanos de espíritu?
Nykyrian le dio la espalda y miró el paisaje borroso que giraba más allá del automóvil. Al principio, ella pensó que no le contestaría, pero entonces finalmente suspiró.
—Como la mayoría de los seres que han tenido un pasado similar, nosotros nos unimos, nos entendemos.
Ella trató de sondear esa muralla un poco más.
—La mayoría de los seres pueden entender a los otros si se explican correctamente.
Él resopló.
—Si eso fuera verdad, la guerra no existiría.
Kiara lo consideró por un momento y decidió que era verdad.
—¿Cómo puedes evaluar las situaciones tan fácilmente? —hizo una pausa y no esperó a que le respondiera—. Permíteme suponer, es otra más de tus habilidades de supervivencia.
Nykyrian permaneció torpemente callado. Si no fuera porque se tocaba a sí mismo los bíceps, habría creído que era una estatua. Kiara suspiró deseando poder adivinar sus sentimientos igual que él hacía con los suyos. Sentada en el asiento trasero, intentó disfrutar el resto del paseo.
Nykyrian olió su perfume exótico y anheló enterrar los labios en la dulce carne perfumada de su cuello. Encontró que era difícil respirar teniéndola tan cerca. Sería tan fácil de compartir su pasado con ella, envolverlo en su encanto y su ingenio. Su cuerpo latió con el deseo y por un momento, quiso ahuecarla entre sus brazos y tomar de ella lo que más anhelaba.
Tomando valor, se atrevió a mirarla. Su respiración se le estancó en la garganta. Tenía los brazos cruzados encima de su pecho con abandono, mientras miraba por la ventana y le mostraba con esa pose casual la hinchazón de la cima de sus pechos cubierta por ropa interior de encaje negro.
 Su mano deseó tocarla, sus lomos se apretaron. Nykyrian se removió en el asiento y respiró temblorosamente. Tenía que alejarse de ella. No la necesitaba para nada. Nunca había necesitado a nadie.
Finalmente, el automóvil se detuvo en frente de un complejo de tiendas.
Kiara salió del automóvil después de él y miró a la muchedumbre atestada por encima de su hombro.
—Parece que hoy todo el mundo salió temprano.
Su respuesta fue un gruñido.
Por lo menos estaba mejorando un poco, ese no era su gruñido habitual. Sin meditarlo, Kiara tomó su mano para llevarlo a una tienda cercana. Nykyrian se liberó como si se hubiera quemado con fuego.
—Nunca vuelvas a tocarme —le dijo gruñéndole aún más con esa voz intimidante que ya había escuchado una vez.
Se tragó el miedo que la estrangulaba.
—Perdón —se disculpó débilmente—. Lo hice sin pensar.
Nykyrian metió las manos en los bolsillos de su chaqueta sin decir nada más.
Encogiéndose de hombros y alejándose de su mal de rabia se dirigió hacia su tienda favorita. Nykyrian se quedó un paso detrás y miró a la muchedumbre como si fuera una madre gimfry esperando a su hijo.
Cuando entraron en la tienda, Kiara se fijó en las reacciones que él inspiraba alrededor de las personas.
Los miró y se percató de como las madres cogían de las manos a sus hijos apartándolos del camino de Nykyrian y como los demás clientes lo miraban aterrados. El corazón le dolió cuando escuchó por casualidad algunos de sus susurros llenos de odio:
—Asesino, caníbal. —Buscó la cara de Nykyrian y al verla supo que también los había escuchado ya que se evidenciaba en la línea firme de sus labios.
Prefiriendo ignorar a esos imbéciles y a sus prejuicios, se dirigió a la sección de mujeres.
A Kiara le tomó unos minutos encontrar a una empleada para que la atendiera.
—Perdóneme —dijo finalmente, acorralando a una mujer antes de que pudiera escaparse a otro departamento—. ¿Tiene esta chaqueta en tamaño doce? —le preguntó sosteniendo el regalo para que lo inspeccionara la empleada.
 Los ojos de la empleada se elevaron encima de su hombro hacia donde se encontraba Nykyrian y Kiara quiso sacudir a la mujer por su miedo injustificado. La mirada de la empleada regresó hasta Kiara y la chaqueta.
—Creo que si —le dijo con voz temblorosa.
Tomó la chaqueta de la mano de Kiara y desapareció en la parte trasera. Los ojos de Kiara se estrecharon del enojo. Echando una mirada alrededor, no podía creer que las personas la miraran fijamente esta vez por algo diferente a su fama.
Después de un minuto, la empleada regresó con el tamaño correcto.
—¿No necesita nada más, señora?
Kiara asintió, sus dientes se apretaron.
Después de timbrar la orden, la empleada se apoyó en el mostrador y le susurró:
—¿Dónde conoció a ese Andarion? Nunca había visto uno en Gouran. ¿No le da miedo estar con él?
Kiara se echó un mechón de cabello por encima del hombro como si fuera descuidadamente tonta.
—Por qué lo haría, no le tengo miedo, él ya tiene su alimento diario.
—¿Usted lo alimenta? —le preguntó la empleada casi gritando con temor.
Kiara la miró incapaz de creer en sus nervios. Recogiendo su paquete, abandonó la tienda. Quiso ir a otra tienda pero se arrepintió. Por la tensión en la mandíbula de Nykyrian, supuso que quería ponerle fin a su excursión. Le asombró que no le comentara nada al respecto.
—Estoy lista para irme a casa ahora —le susurró con su garganta firme por su dolor comprensivo.
—No es tan divertido estar conmigo alrededor. Debí haber enviado a Rachol contigo.
Ella se puso rígida por la forma simple en la que el declaró ese hecho como si no le molestara en lo más mínimo.
—¿Las personas siempre se comportan de esa manera a tu alrededor?
Nykyrian se encogió de hombros como si fuera simplemente una ocurrencia normal que merecía ser pasada por alto.
—Hubieras visto las reacciones cuando llevaba puesto el uniforme de la Liga.
Kiara miró fijamente la acera mientras él llamaba a otro transporte.
—¿Los Andariones reaccionan de la misma manera ante ti?
Él se ahogó.
Kiara estaba muda del asombro de que su pregunta le hubiera causado esa reacción tan poco natural de su carácter.
—Pienso que eso significa que no.
Nykyrian tomó una respiración profunda y la enfrentó.
—Los humanos me temen porque piensan que me los voy a comer en un minuto, los Andariones me ven como un lastimoso y debilucho giakon.
—Como si supiera lo que eso significa —dijo ella amargamente.
—Un cobarde castrado.
Su boca formó una pequeña O. Su pelo ondeó por la brisa súbita cuando un transporte se detuvo en la acera. Entrando al vehículo, pensó en sus palabras.
Deprimida, se apoyó en el frío asiento. Obviamente por eso era tan reservado con las personas. Estaba en medio de todo el odio y el miedo de ambas razas.
—¿Alguien te ha atacado por tu sangre mixta?
—Puedes deducir eso sin mi ayuda.
Ella suspiró por su tono bajo y sin emociones.
—¿Por qué las personas son tan estúpidas? —preguntó ella retóricamente.
Su voz la sorprendió.
—Temen por su propia vida. Soy el recordatorio de que los humanos y los Andariones son dos especies separadas, pero derivadas del mismo maquillaje genético. Desgraciadamente ninguna raza quiere admitir cualquier posibilidad de ser como la otra. Deje de culparlos hace años por eso. Lo único que intento es no mezclarme con ellos. Es más fácil vivir así.
La frialdad la consumió cuando pensó como habría sido crecer como una anatema para todos.
—¿Qué hay de tus padres? —le preguntó—. ¿Cómo se las arreglaron?
Él tomó una respiración profunda.
—Mi madre me abandonó cuando tenía cinco años.
—¿Y el comandante?
—Él me adoptó.
Kiara sonrió. Recordó al padre de Nykyrian vagamente de unos de los viajes políticos que había hecho a Gouran cuando era una niña.
—Debió de haberte querido mucho.
—No creas en eso.
Esa vez, no había ninguna equivocación en la emoción de su voz. Era odio, frío y simple. Kiara tembló, intentando recordar como era Huwin, pero todo lo que pudo revocar fue la imagen de un hombre amable que le dio golpecitos en la cabeza mientras hablaba con su padre.
Quiso extender la mano y aliviar el dolor de Nykyrian. Kiara no podía imaginar lo que debió haber sido para él. Sus padres habrían apartado a quien se atreviera a mirarla de la manera como lo hicieron con Nykyrian. No podía creer que una madre abandonara a su hijo por ninguna razón.
Kiara se quedó en silencio por el resto del camino a casa con su mente ponderando las lecciones que había aprendido durante el día.

* * * * *
Cuando regresaron a su apartamento, Rachol estaba mirando la televisión acostado en el sofá con el placer grabado en su rostro.
—Eso no tomó mucho tiempo. Nunca he conocido a una mujer que no tome al menos un día para ir a comprar algo.
—No puedo imaginarme por qué el viaje fue tan corto —dijo Nykyrian en una voz sarcástica que hizo que Kiara lo mirara por segunda vez.
Rachol sonrió, mientras apagaba el televisor y se sentaba.
—Debes tratar de sonreír. Pienso que eso podría quitarles el filo a las personas.
Nykyrian se quitó su larga chaqueta negra y la colocó encima de una silla.
—Realmente ellos temen que los intente morder. Una vez que muestro mis dientes, tiemblan de miedo. Incluso e visto algunos que pierden el control de sus funciones corporales.
Rachol sonrió incluso más duro.
Kiara no lo encontró divertido en lo más mínimo. Recogió su bolsa de la silla y se dirigió a un armario para conseguir papel de envoltura y cinta.
—¿Quieres que te releve esta noche?
Kiara se detuvo ante la pregunta de Rachol. Mordiéndose el labio, miró a Nykyrian.
Él continuaba enfrentando a Rachol.
—No —le dijo para su alivio inmediato—. Pienso que puedo encargarme de todo. Sabes que duermo muy poco.
Rachol resopló y miró a Kiara.
—Si sales mientras él está durmiendo, no lo toques o hagas cualquier movimiento súbito. Es reconocido por morder.
Kiara sacó la cinta de la cima del estante.
—Tendré cuidado —dijo ausentemente.
Rachol alzó una ceja inquisidora.
—¿No te da miedo?
Kiara se encogió de hombros y tiró los suministros para empacar el regalo en el suelo.
—Soy la hija de un soldado. Si te atreves a perturbar el sueño de papá te apuntará con una pistola en la cabeza.
Rachol le sonrió inteligentemente a Nykyrian.
—Y yo que pensaba que eras simplemente tu y tus costumbres.
Nykyrian se encogió de hombros y se sentó en la otra silla enfrente del sofá.
—Te he dicho que no pienses. Simplemente es un desperdicio de tiempo.
Kiara lo miró sorprendida por el comentario hiriente. Había un levantamiento diminuto en las esquinas de la boca de Nykyrian que parecía ser una sonrisa. Miró a Rachol quien no se tomó las palabras a pecho.
—Bueno, supongo que debo irme. Tengo que rastrear a un psicópata. —Rachol dudó un momento antes de lanzarle una mirada tímida a Nykyrian—. ¿Todavía tenemos planes para mañana?
—No podemos. Todos estamos ocupados mañana.
 Rachol se rascó la cabeza.
—¿Entonces cuándo vamos a hacerlo?
Kiara frunció los labios, deseando saber de que estaban hablando.
—Hauk estará libre el próximo día. Él puede cuidar a Kiara.
Rachol asintió.
—Haré que Hauk regrese rápidamente —le dio una sonrisa alentadora a Kiara—. Ustedes dos tengan cuidado y no permitan que el diras los atrape.
Kiara esperó hasta que Rachol se marchara para preguntarle a Nykyrian.
—¿Por qué tienes que salir?
—Tengo cosas pendientes.
Kiara desenrolló el papel de envolver y corto un cuadrado lo suficientemente grande para la caja.
—¿Por qué no dejas a Darling conmigo en vez de Hauk?
 Él giró la cabeza súbitamente hacia ella. Vio como su respiración se intensificaba como si su pregunta lo ultrajara. Demasiado tarde comprendió su error.
—No es porque sea Andarion —le dijo suavemente mientras envolvía el papel alrededor de la caja—. Incluso tú debes admitir que Hauk no es la persona que uno desearía tener alrededor.
Nykyrian se relajó.
—Supongo que no —dijo con un suspiro—. Darling tiene sus propios asuntos que resolver. A Hauk solo le gusta intimidar a las personas. Permanece firme y se echará para atrás.
—O me tendrá cocinada en bistec cuando regreses.
—Siempre cabe esa posibilidad.
Con una mueca, Kiara haló la cinta y está chilló estridentemente.

* * * * *

Las horas pasaron rápidamente mientras Nykyrian trabajaba y Kiara intentaba encontrar alguna cosa en que ocupar su tiempo. Renuentemente, Kiara llamó a la compañía de baile para informarles de su retiro temporal del Show.
Acostada en la cama, escuchaba el sonido de las teclas de la computadora mientras Nykyrian trabajaba en algo que parecía ocupar todo su tiempo. Si tan solo pudiera sacarlo de su mente tan fácilmente como él lo hacía.
Después de un rato, se levantó y fue al estudio para practicar. No iba a presentarse durante las próximas semanas pero no podía permitirse el lujo de que sus músculos se pusieran rígidos.
A pesar de los esfuerzos de Nykyrian por concentrarse en el papel, el sonido de la música de baile de Kiara lo sacó de su capullo igual que Tyna había atraído a Brilar a su fallecimiento prematuro. Sin un esfuerzo conciente, se encontró caminando hacia el pasillo del estudio.
Su respiración se detuvo cuando la vio en toda su gloria, girando con elegancia en el cuarto. Un escalofrío recorrió su cuerpo. Que no daría por tener el derecho de quitar de su elástico cuerpo ese traje de ejercicios apretado y hacerle el amor durante toda la noche. Apretó la madera del marco de la puerta hasta que sus nudillos se pusieron blancos.
Kiara se giró cuando vislumbró una súbita llamarada plateada. Casi se tropezó cuando se dio cuenta que Nykyrian estaba mirándola.
—Lo siento —le dijo, mientras tomaba respiraciones profundas y tranquilizantes, insegura de lo que la hacía jadear más, si era el ejercicio o el obvio interés que él demostraba—. No sabía que estabas aquí.
 Dicho eso fue a apagar el reproductor.
—No te detengas —le dijo él, con una nota extraña que no pudo comprender.
Kiara permitió que la siguiente canción empezara. Caminó hacia él empinada en sus dedos de los pies. Pensando que podía sorprenderlo con su pirueta, pero gimió cuando su pie se resbaló bajo su peso.
Nykyrian la atrapó antes de que cayera. El impacto súbito de los músculos fuertes que la rodeaban, le robó la respiración.
—¿Estás bien?
Ella sonrió por su preocupación y el tono caluroso de su voz.
—Es mi pie. Pienso que pude habérmelo lastimado.
Él la puso en el suelo. Kiara deseó poder pensar en alguna manera de mantener sus brazos alrededor de ella, pero su calor la abandonó dejándola anhelante.
Con movimientos ágiles, desató su zapato y lo tiró a cualquier parte. Un siseo escapó de sus labios. Sus ojos se ensancharon ante su despliegue emocional.
—Dios mío, ¿Qué le pasó a tu pie?
Kiara meneó sus dedos del pie y miró hacia abajo al miembro que esperaba ver roto o hinchado. En cambio, se veía bastante normal.
—No tiene nada raro.
Nykyrian rozó con sus dedos a su pie como si sostuviera a una reliquia santa. Los escalofríos se arrastraron desde su pierna a pesar de la ardorosa sensación que sentía donde sus manos la tocaban.
—Tienes más ampollas en el pie que las cicatrices que tengo... —su voz se apagó.
 Kiara soltó una risita.
—Es un riesgo de mi trabajo —le contestó—. Estoy acostumbrada. Sólo me duelen cuando sangran.
Su asimiento se apretó.
—No deberías hacerte esto a ti misma. Estoy seguro que te duele como el infierno.
Kiara estudió su rostro que estaba a medio lado de ella mientras examinaba su pie.
—¿Por qué te preocupa lo que yo sienta? —le preguntó, asumiendo que le gustaba utilizar esas mismas palabras en su contra.
El la miró.
—No lo se, solo me importa.
El calor inundó su cuerpo. Kiara se inclinó para besarlo. En un momento creyó que tendría éxito pero entonces, él se apartó y le soltó el pie.
—Debes dejar que esas ampollas sanen en unos días. Al ritmo que vas, terminarás lisiada cuando tengas treinta años.
Enfadada Kiara se desató el otro zapato.
—¿Por qué presiento que alguien te dijo esas mismas palabras? —le preguntó mientras se sacaba el zapato.
—En mi caso, no estaré lisiado, estaré muerto —le dijo y se marchó.
El miedo le carcomió el estómago cuando le miró la espalda. Sus palabras hastiadas la congelaron. Casi había parecido como si quisiera morirse.
¿Y qué te importa? Le gritó su mente; eres una bailarina y él es un asesino, los dos no son compatibles. ¿Pero entonces por qué se sentía tan atraída por él? Suspirando por la falta de respuestas se levantó y fue a bañarse.
Nykyrian escuchó cuando ella encendió la ducha. Caminó hasta la puerta y apoyó la cabeza contra el marco, queriendo, deseando tener el valor de entrar en ese cuarto y sentir los brazos de ella envolviéndolo.
 No, le gritó su mente. No necesitas eso. ¿Qué tipo de vida podrías ofrecerle? ¿Una bala en la espalda un día de estos cuando algún estúpido quisiera venganza? Había escogido permanecer solo. No había lugar en su vida para nadie.
Quería...
Nykyrian suspiró. Se negó a pensar en lo que quería. Sus necesidades eran insignificantes. Él tenía un trabajo que hacer y eso era exactamente lo que iba a hacer. Protegerla, nada más.
Se alejó de la puerta y regresó a la sala.
Después de unos minutos, Kiara salió y le dio las buenas noches. Una vez más, escuchó sus movimientos en el cuarto cuando se preparaba para dormir. Tembló de deseo.
Con una maldición, se quitó las botas. En una venganza mórbida se recordó quien era verificando las cuchillas retráctiles que tenía escondidas en las botas. El acero frío se disparó hacia fuera y brilló con la luz. Tocó las hojas sintiendo el filo de la navaja contra su piel. Ser asesino era el único destino que tenía.
Satisfecho de poder controlar lo que sentía por Kiara, empujó las cuchillas hacia su compartimiento oculto y acomodó las botas en el suelo al lado de la cama. Con un suspiro, puso las gafas sobre la mesa. Sus ojos se bañaron en luz y se los frotó ante el dolor súbito que sintió.
Escuchó la cama de Kiara rechinando bajo su peso. Un nudo de anhelo cerró su garganta. Apretó los dientes por la frustración. Se quitó la camisa y se acostó en el colchón para dormirse. Kiara se movió otra vez. Su cuerpo continuó latiendo por el deseo, a pesar de todos los argumentos que se repetía constantemente del por qué no podía estar al lado de ella.
Después de permanecer allí durante varios minutos, incapaz de ponerse cómodo, se rindió ante la resequedad de su garganta. Por lo menos esa era una necesidad que podía apagar. Se encaminó a la cocina. Se sirvió un vaso de jugo de spara del refrigerador.
La puerta de Kiara se abrió.
Nykyrian se congeló. Miró hacia la mesa de la sala y se dio cuenta demasiado tarde que no podía alcanzar sus gafas antes de que ella pudiera verlo. No teniendo ninguna opción, apretó firmemente el vaso.
Kiara bostezaba mientras se dirigía al vestíbulo, asegurándose de que la bata estuviera cerrada. Se detuvo cuando llegó a la puerta de la cocina al ver la espalda desnuda de Nykyrian.
Blancas cicatrices profundas atravesaban su morena y musculosa piel, eran tantas que no las podía contar. Su corazón se encogió por esa visión. ¿Cuánto dolor había soportado? ¿Todas eran heridas de guerra?
Atravesó el cuarto, sintiendo ganas de tocarlo para aliviar esa piel arrugada por las cicatrices. Extendió la mano pero se detuvo antes de alcanzarlo. Él no apreciaría ese gesto y ya estaba lo suficientemente grande como para que alguien lo consolara.
—Tenía sed —le susurró ella, como si intentara disculparse.
Sin decirle una palabra, Nykyrian le pasó un vaso encima de su hombro.
Mientras Kiara se servía el jugo, comprendió que él no llevaba puestas las gafas. Se sorprendió por ese hecho y olvidó lo que estaba haciendo. El jugo se desbordó de su vaso, le empapó la manga de su bata y le salpicó sus piernas y sus pies. Sorprendida, puso el vaso sobre el mesón de la cocina y buscó una toalla.
—Yo lo limpiaré —le gruñó él.
La mano de Kiara temblaba mientras ponía la toalla en el mesón. Intentó verle su rostro pero él la esquivó.
Entendió su indirecta y a pesar de su enorme curiosidad, tomó el jugo y se marchó.
Kiara corrió a su cuarto sintiendo emociones que no podía nombrar y sin estar segura de conocer su significado.
Nykyrian limpió el jugo pegajoso con sus pensamientos y emociones revueltas. Deseó poder confiar en Kiara. Pero la experiencia le había enseñado que no se podía confiar en nadie.
Rastrearía a sus asesinos pronto y la regresaría a su padre. Con Bredeh y Pitala fuera de acción, nadie más se atrevería a aceptar el contrato por su vida sabiendo que el OMG la estaba protegiendo. Entonces sería libre de volver a su vida. Solo.
Un dolor lo recorrió, peor que cualquier dolor físico que hubiera experimentado alguna vez. Apretó los dientes y juró encontrar pronto a Bredeh y a Pitala.

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