ZEUS SE ESTABA RIENDO CON HERMES CUANDO SINTIÓ UNA brisa malévola.
Era tan potente, tan tangible que le atravesaba igual que un cuchillo aserrado.
Echando un vistazo alrededor, intentó encontrar al dios o diosa que se atrevía a
desafiarle… Pero no vio nada. Ni siquiera nadie le estaba prestando atención.
¿Estaba alucinando?
—¿Algo va mal? —Preguntó Hera desde el trono a su derecha.
—¿No sientes eso?
—¿Sentir qué?
Antes de que pudiera responder, la puerta del templo se abrió. Vestido con su uniforme
completo de batalla por derecho, Jericho irrumpió a través de las puertas. La larga túnica
negra se adhería al cuerpo, perfilando cada músculo que había sido moldeado para matar.
Agudos pinchos sobresalían de cada hombro, curvándose hacia la cara igual que un marco
letal.
Las alas estaban desplegadas, mientras que el largo pelo blanco flotaba sobre los
hombros y caía por la espalda. Las manos estaban cubiertas de afiladas garras de metal,
hundidas contra el oro de la puerta, igual que uñas sobre una pizarra.
Las botas negras y plateadas resonaban en un diabólico repiqueteo, mientras cruzaba
caminando el suelo de mármol con una mirada que presagiaba el infierno, y una venganza
sin piedad esculpida en las afiladas facciones.
Nadie se movió.
Nadie se atrevía. Sólo Zeus sabía quién era su objetivo. El resto contenía el aliento
conjuntamente, con ansioso temor de que Cratus les hablara y tuvieran que enfrentarse a
él.
No había duda de que todos recordaban la última vez que él había sido perforado con
rayos en aquella sala.
Pero hoy era diferente…
—¡Ares! —llamó Zeus a su hijo, el dios de la guerra—. ¡Protege a tu padre! ¡Pon a ese
perro de rodillas! ¡Ahora!
Ares se cubrió con la armadura, y luego saltó desde la mesa al encuentro de Jericho. Sin
vacilar, Jericho convocó el escudo y la espada antes de que el dios atacara. Los escudos
chocaron audiblemente, cuando Jericho utilizó el suyo para hacer retroceder al dios.
Ares afianzó el pie, y se inclinó con todo el peso contra el escudo, pero no fue suficiente
para bloquear a Jericho. Era igual que una apisonadora, con una única determinación en la
mente.
Zeus.
—Tú sangre no me apaciguará, Ares. Mantente fuera de esto, o siente una ira como la
que jamás has imaginado.
Ares lo apuñaló sobre el escudo.
Gruñendo, Jericho levantó el borde del escudo para rechazar el golpe, luego se lo
devolvió con uno de su propia cosecha. La espada corta se curvó alrededor del lado
descubierto de su oponente, abriendo un tajo en el antebrazo de Ares.
Harto del obstáculo, Jericho lanzó el propio escudo al suelo y utilizó la espada para
perforar el escudo de Ares. Más rápido de lo que el dios pudiera contar, Jericho encajó
cuchillada, golpe tras cuchillada, y golpe bajo sobre el escudo de oro, doblándolo rápida y
furiosamente hasta que se hundió en el brazo de Ares. El dios gritó cuando el oro se
rompió y le mordió la carne.
Jericho le pateó de nuevo, enviándole de espaldas a través del suelo.
Usó sus poderes para arrancar la espada de la mano de Ares, y recogerla en el puño de
su garra izquierda. Cruzando las espadas en un arco, las dejó caer a los lados. Jericho se
volvió, mirando a todos los dioses y diosas reunidos.
—¿Alguien quiere sangrar por este bastardo?
Zeus le lanzó un rayo luminoso.
Jericho lo esquivó con la espada.
—No me someteré a ti jamás.
Otro fue hacia él. Esta vez, tiró la espada de Ares y cogió el rayo en la mano. Éste
impactó contra las garras plateadas, humeando y chismorreando. Pero no le hacía daño a
través de la armadura.
—¿Estás senil, Olímpico? Nunca .
—¡Tienes un corazón humano! ¡Puedes ser asesinado!
Jericho le lanzó el rayo luminoso de vuelta a Zeus, quien apenas lo esquivó.
—Entonces hazlo. Si tú o cualquiera de los ciegos estúpidos que te siguen creen
honestamente que pueden… adelante. Estoy de humor de Descuartizamiento. Asesinato y
Muerte, también.
Los ojos de Zeus se ensancharon cuando captó el significado del comentario de Jericho,
y la fuente de su furia.
Atenea, Apolo, Dionisio y otros dioses se levantaron como si lucharan del lado de Zeus.
Pero antes de que pudieran, Jericho sintió una poderosa presencia detrás. Esperando un
ataque, se volvió listo para la lucha.
Entonces se congeló en el lugar.
Detrás de él estaba Delphine, con Madoc, Zeth, Zarek, Astrid, Jared, Deimos, Phobos,
Asmodeus y dos docenas de Oneroi. Y se veían abiertos a negociar, y listos para
defenderse.
Apenas podía comprender lo que estaba viendo.
Los otros dioses retrocedieron inmediatamente.
Delphine y su grupo se adelantó hasta rodearle como un arco protector. Ella le dedicó
un malicioso guiño.
—No creerías realmente que ibas a estar solo, ¿Verdad?
—Sí, lo creí. —Jericho estaba todavía horrorizado por la gratuita muestra de apoyo.
Nunca en sus más salvajes imaginaciones habría visto llegar esto.
Nunca lo había pedido o esperado.
Madoc se burló.
—Es un nuevo mundo, hermano. Y nosotros, los oprimidos, lo estamos recuperando —
miró a Zeus con un fiero gruñido—. No seremos nunca más tus herramientas. Considérate
derrocado.
Zeus gruñó en voz baja, mientras se fulminaban el uno al otro con la mirada.
—¡Cómo te atreves! ¿Realmente crees que un puñado de números nos asustan?
Zeth bufó.
—Te asustaremos lo bastante por haber masacrado a nuestras hijas. ¿Qué tipo de dios
teme a un recién nacido?
Los dioses Olímpicos susurraron entre ellos.
—Es la hora —dijo Jared—. Ha ordenado dos veces la muerte de Delphine, y todavía
vive.
Zeus se mofó de Jericho.
—Por tus propias palabras, soy tu propietario. Juraste que si liberaba las emociones de
los Oneroi, te someterías a mí para siempre.
Jericho se encogió de hombros.
—Yeah, dije eso, ¿Verdad? Deberías haberme hecho jurar por mi madre un juramento
inquebrantable… Oops. Hoy apesta estar de tu parte.
Zeus se puso rojo de furia.
—No puedes negarte.
—Nunca lo haría, si tú no hubieses ido tras la única razón por la que hice el trato para
empezar —Jericho retrajo las garras sobre la mano derecha para tomar la de Delphine—. Si
no me hubieras mentido, y la hubieras dejado en paz, te habría dejado vivir en paz
mientras mantenía mi juramento. Pero no serviré a nadie que intenta matar a la única
persona que me ha importado. No me ataré a ti, y la dejaré desprotegida contra ti, o contra
los ataques de tus subordinados.
Delphine apretó el agarre sobre su mano.
Ares se incorporó del suelo. Sin su escudo, acunaba el brazo roto contra el pecho.
—Podemos luchar contra ellos, Padre.
—Puedes luchar —se mofó Jericho—, pero nunca ganarás.
—¿Padre? —preguntó Ares con incertidumbre.
Zeus los fulminó con la mirada.
—No seré vuestro prisionero.
—No tendrás que serlo —Madoc se movió para quedarse en frente de Zeus—. No
queremos ni tu posición, ni tu autoridad. Los dioses lo saben, definitivamente no
queremos tratar con las quejas y pequeñas gilipolleces que el resto de vosotros lleváis a
cabo en un día normal.
Deimos se burló.
—No sé. Creo que fue divertido cuando Dionisio arrolló al Dark-Hunter con una
carroza de Mardi Gras hace algunos años. Eso me divirtió durante días sin fin —se rió
igual que un villano de dibujos animados.
Jericho puso los ojos en blanco. Su viejo amigo siempre había estado un poco loco. Esa
era la razón por la que los dos se habían llevado tan bien.
Eros y Psyche se levantaron de la mesa para acercarse a la izquierda de Jericho. Con
alas blancas y pelo rubio, Eros era el epítome de la belleza. También estaba vestido con un
par de pantalones de cuero negros, una camiseta negra, y botas de motorista humano. El
cabello rojo de Psyche estaba recogido despejando la cara, y vestía igual que una chica
motera. Dio la mano a Eros.
Jericho se tensó cuando caminaron hacia él y su grupo. Pero lo que más le asombró fue
cuando Eros le tendió la mano en señal de amistad.
— Aquí no todos somos gilipollas. Y ahora mismo, creo que tenemos mucho de lo que
preocuparnos con Noir y su equipo. Considéranos aliados.
Zeus bramó de rabia.
—No tengas un aneurisma, anciano —le dijo Madoc vilmente —. Lo que propongo es
una tregua. Tú y tu corte permanecéis como estáis, planeando y tramando los unos contra
otros, mientras nos dejáis en paz para encargarnos de nuestros asuntos.
Zeus estaba atónito.
—¿Dividirías este panteón?
Madoc negó con la cabeza.
—Este panteón está dividido desde hace mucho tiempo. Ya estamos hartos de ser tus
perros falderos, y vivir aterrorizados por tu rabia. Tenemos cosas mucho más importantes
en las que enfocarnos, que tus pequeñas intrigas y flirteos —miró a Jericho—. Y con un
Titán entre nosotros, ahora tenemos el poder de decírtelo sin que nos empujes incluso
donde Helios no ha brillado.
Zeth levantó la cabeza para dirigirse a los dioses que los rodeaban.
—Si alguno de vosotros está dispuesto a pelear contra Noir y Azura, sois bienvenidos a
nuestro equipo. El resto de vosotros podéis volver a vuestros asuntos como siempre.
Atenea y Hades dieron un paso adelante. Como siempre, Atenea se alzaba en un
vestido rojo suelto y pelo negro. La diosa de la guerra y la sabiduría se conducía a sí
misma con toda la fluidez de la elegancia.
Hades, por otro lado, era oscuro y siniestro. Dios del Inframundo, sólo tenía paciencia
con su esposa, quién estaba notablemente ausente.
—Estamos con vosotros.
Zeus dejó escapar un sonido de disgusto.
—¿Has perdido la cabeza, Hades?
—No. Preferiría encontrar mi alma. Noir y Azura nos declaran la guerra. Lo menos que
podemos hacer es ofrecer una resistencia que no olvidarán demasiado pronto… hermano.
—Entonces bienvenidos —dijo Madoc volviéndose a Zeus—. Te dejaremos en paz, y tú
nos devolverás el favor.
—¡Sí! —Gritó Asmodeus, hinchando el pecho.
Zarek se inclinó hacia delante y susurró.
—Quizás no quieras hacer eso, grandullón. El hombre enfadado del trono no tiene
mucho sentido del humor.
—Oh —Asmodeus se ocultó detrás de Jared.
Zarek se rió hasta que se dio cuenta de que otras personas le estaban mirando.
Inmediatamente se puso serio volviendo a su “Te mataré y bailaré sobre tu tumba”.
—¿Tenemos un acuerdo? —Preguntó Jared.
Zeus los fulminó con la mirada, pero en el fondo sabía que era la mejor oferta que
obtendría sin una guerra. Una guerra que muy bien podía perder.
—Tenemos un acuerdo.
¿Podía decirlo con menos entusiasmo? Pero el punto era que lo había dicho.
Madoc inclinó la cabeza hacia Zeus y los otros dioses, antes de volverse y dejar a su
grupo salir de la habitación.
Jericho soltó a Delphine y recuperó el escudo de donde lo había lanzado, a los pies de
Artemisa. Esbelta y elegante con vibrante pelo rojo, echó un vistazo a Delphine, que estaba
esperando a que él volviera.
—Si realmente la amas, Cratus, házselo saber cada día. Y siempre anteponla a ti y a lo
que quieres, igual que has hecho hoy. Tómalo de alguien que lo sabe. El amor perdido es
la carga más difícil de llevar a hombros, y es la única que no puedes poner en el suelo —
mientras hablaba, hizo aparecer el arco y la funda de flechas que él le había dado hace
siglos.
Le asombraba que ella lo conservara.
—Mi regalo para ti. Tu puntería siempre será certera, y tu funda nunca estará vacía
mientras lo lleves.
—Gracias.
Ella inclinó la cabeza y dio un paso atrás.
Jericho volvió al lado de Delphine, y siguió a los otros de regreso a la Isla Desaparecida.
Tan pronto como se materializaron, Delphine le arrinconó en el lado exterior del hall.
—¿De veras ibas a entregar tu libertad por mí?
Él apartó la mirada avergonzado.
—Jericho —le giró la cara hacia ella—. ¿Por qué lo hiciste?
Su pregunta le irritó. No quería ser interrogado, y definitivamente no por algo tan…
personal.
—¿Por qué crees?
Ella le fulminó con la mirada.
—Porque soy una bruja mandona, y preferirías estar esclavizado a un hombre que te odia,
que hacer tratos conmigo.
Eso hizo que su rabia creciera incluso más.
—Sabes… —Se dio cuenta de que estaba bromeando con él. La rabia se convirtió en
indignación— No tienes gracia.
—Creo que soy histérica, y quiero oírte por qué hiciste tal trato.
Jericho intentó apartarse, pero ella no lo permitiría. Necesitaba oírlo.
Le ahuecó la boca en su suave mano.
—Vamos, dulzura, puedes decirlo —le movió la boca juguetonamente—. No apestas,
Delphine —dijo imitando una voz profunda—. Yo… a ti. Vamos Jericho. Sólo muerdo en
la cama. Puedes hacerlo. Sé que no eres realmente mudo.
¿Pero por qué tenía que decirlo? ¿No era obvio? ¿Qué más tenía que hacer, para
demostrarle lo mucho que significaba para él?
Pero sabía que no le dejaría en paz.
No hasta que le dijera las palabras que quería oír.
—Porque te amo… Apestosa y todo.
—¡Apestosa! —Se acercó a él, pero en vez de hacerle daño, le hizo cosquillas.
Jericho se rió, sorprendido por el juego. Nadie había sido tan amable con él. La acercó y
la besó con fuerza.
—Gracias por venir a por mí.
—No —contestó, poniéndose instantáneamente seria—. Gracias a ti por defenderme —
le empujó con brusquedad en el pecho—. Pero nunca vuelvas a hacerlo otra vez. No quiero
que jamás te arriesgues por mi causa.
—¿Por qué?
Ella encontró su mirada, y la sinceridad en aquellos ojos celestes le quemó.
—Porque también te amo, y no puedo soportar ser la razón por la que seas herido, o te
maten.
Él se llevó su mano a los labios.
—No te preocupes. Nunca voy a dejarte sola. Te metes en demasiados problemas sin
mí.
Ella le gruñó.
—Oh, por favor. Jamás me metí en problemas hasta ti.
—Uh, huh.
—Um, tíos —dijo Phobos, asomando la cabeza por la puerta—, odio interrumpir lo que
quiera que sea que estáis compartiendo, pero tenemos una situación aquí que quizás
queráis comprobar.
Frunciendo el ceño, Jericho se dirigió a la sala para encontrar un nuevo grupo de Skoti...
Confundido por su apariencia, miró a Madoc en busca de una explicación.
—¿Qué está pasando?
Madoc alzó las manos y se encogió de hombros.
—No estamos seguros. Simplemente aparecieron.
Destelló otra ráfaga de luz cuando Nike se apareció en medio de los Skoti. Permanecía
de espaldas a él, de pie con las alas inclinadas en un torpe ángulo.
Jericho dio un paso hacia ella, luego se congeló cuando se volvió para enfrentarle y
encontró su mirada.
Nike era un gallu.
Madoc y Probos maldijeron mientras manifestaban espadas para atacar.
—¡No! —Gritó Jericho, apartándoles de ella—. Es mi hermana.
Madoc le miró como si fuera una tímida pinta de galón.
—Está infectada. Nos matará a todos.
—No me importa.
Todavía era su hermana. Jericho se armó a si mismo antes de acercarse a ella.
Gruñendo, ella se acercó como un animal salvaje, acuchillándole con las manos e
intentando morderle. Extendió las alas, él se las arregló para cogerla desde atrás y
sostenerla allí, mientras las alas chocaban con él. Ella gritó y pataleó, luego intentó darle
cabezazos.
Incluso armado, aún podía sentir las patadas contra las espinillas.
—Necesito una caja —gruñó.
Delphine hizo una del tamaño de un pequeño armario. Pero era lo bastante larga para
contener a Nike, hasta que pudieran encontrar algo que la ayudara.
—Aquí.
Jericho empujó a su hermana al interior, y dio un respingo ante la visión de ojos blancos
y dientes serrados. La boca espumaba, mientras se estiraba a través de las barras para
alcanzarles.
Eros y Zarek intercambiaron una mirada preocupada, antes de echarles un vistazo a los
Skoti. Eros se frotó la barbilla.
—Estoy pensando que también deberían ser encerrados, antes de que se lancen a lo
Linda Blair sobre nosotros.
Uno de los jóvenes Skoti se levantó.
—Hemos sido infectados. Pero con nosotros actúa con más lentitud.
Jericho frunció el ceño.
—¿Qué?
—Están probando un nuevo veneno con nosotros para ver si podemos infectar a uno de
los nuestros durante una pelea, sin que los demás sepan que estamos infectados. De modo
que cuando volvamos a casa, podamos propagarlo a los otros.
Que rastrero. Además eso haría que todos sospecharan los unos de los otros, incluso
después de que hubiesen luchado.
Zarek maldijo.
—¿Cómo luchamos contra eso?
—Tienes que matar al que los infectó.
Se volvieron hacia Jared, que había hablado en un tono impasible.
—¿Qué? —Preguntó Madoc incrédulo.
—Zephyra lo descubrió —explicó Jared—. Si matas a los gallus que los han convertido
en zombi, los zombis volverán a la normalidad.
Eros hizo una pedorreta.
—Bueno, eso es totalmente estúpido. ¿Quién habría hecho algo así?
—La diosa Egipcia Ma´at. Los gallus invadieron sus dominios hace siglos, y ella los
modificó para darle a su gente una oportunidad de luchar.
Madoc sacudió la cabeza con disgusto.
— Estupendo, simplemente estupendo.
—Yeah —asintió Eros—. De todas formas, será mejor que nadie le diga a Ma´at que dije
que eso era estúpido. Tiene un carácter repugnante, y no necesito un golpe bajo de su
parte.
Jericho ignoró la absurda paranoia.
—Así que, ¿Cómo adivinamos quién la infectó?
Zarek se encogió de hombros.
—Matémoslos a todos, y dejemos que Hades lo averigüe.
Cruzando los brazos sobre el pecho, Hades le devolvió la mirada.
—Para que conste, no limpiaré tus destrozos. Y ningún gallu se acercará a mis dominios.
Lo último que necesito es un reino lleno de muertos infectados. Eso es tener a Cesar
Romero9 por todos lados.
Eros levantó la mano.
—Uh, Hades, ese es George Romero10. César es el que solía hacer del Joker en la serie de
TV de Batman.
Hades le dedicó una fija mirada.
—¿Me veo como si me importara? ¿Y cómo es que lo sabes?
—Psyche y yo vamos a ver películas con Acheron. Es uno de los mayores fans de
zombies.
Ignorando el comentario, Asmodeus dio un tímido paso adelante.
—Descubriré quien le ha infectado.
Jericho frunció el ceño ante el ofrecimiento de Asmodeus.
—¿Qué?
—Puedo entrar allí sin que nadie sospeche. Con suerte, encontraré al gallu y lo mataré.
Delphine sacudió la cabeza.
—Asmodeus…
—Mira, está bien —dijo el demonio, interrumpiéndola—. Sé que suena tan jodido como
el infierno, pero todos vosotros me habéis hecho sentir parte de un equipo. Nunca había
tenido eso antes. Y quiero poner mi grano de arena. Si alguno de vosotros va, Noir os
matará. A mí… sólo me tortura. Quizás estrangule, e insulte. Quizás incluso me abofetee
alguna zorra. Pero soy la única esperanza que tenéis.
Delphine dirigió una mirada preocupada a Jericho, antes de volver a mirar a
Asmodeus.
—No podemos enviarte solo allí.
—Eh, estaré bien. Noir me odia de todos modos.
—Pero si él sospecha de ti, te matará.
El demonio se encogió de hombros.
—¿Quién quiere vivir para siempre? Bueno, para que conste, yo, pero quiero hacer esto
por vosotros.
Jericho le detuvo antes de que se fuera. Se quitó el anillo del dedo y se lo ofreció.
—Toma esto.
Asmodeus curvó el labio, mientras se encogía retrocediendo ante aquello.
—No voy a casarme con tu asqueroso trasero, chico. No te ofendas, pero no eres mi
tipo. Me gustan mis citas con menos vello corporal… y con partes femeninas añadidas por
naturaleza.
Jericho dejó escapar un gruñido ofendido.
—No es un anillo de bodas, gilipollas. Si te metes en problemas, puedes convocarle para
que te ayude a salir de allí.
Eso cambió completamente su actitud.
—Oh, hey, eso podría valer un contrato —Asmodeus sonrió abiertamente mientras lo
tocaba—. Si no vuelvo en algunas horas… Bueno, no quiero pensar en ello. Quizás cambie
de opinión sobre hacer esto. Pensaré en cosas agradables. Tripas de perro deshidratado, y
filete putrefacto. Sí. Ñam —se desvaneció.
Delphine envolvió el brazo alrededor del de Jericho, e hizo lo que pudo para no pensar
en las imágenes de la partida de Asmodeus, o en el hecho de que llamara a eso comida. No
sabía por qué, pero extrañamente le gustaba el demonio. Era como su socialmente, poco
desarrollado, e ilegítimo… primo.
—¿Crees que estará bien?
—No es el que debería de preocuparse por ello.
Ellos se volvieron hacia Hades.
—¿Y eso?
—No has acabado con Zeus. Estoy seguro de eso. No atacará hoy, pero vosotros, chicos,
lo habéis avergonzado públicamente, y si sé una cosa acerca de mi hermano… es que no se
quedará a gusto con ello.
—Eso es cierto —dijo Madoc—. Vamos a asegurar nuestro sitio aquí.
—Y necesitáis encerrarnos —dijo otro de los Skoti—. Hemos hecho bastante daño
uniéndonos a Noir. No queremos hacer más.
Jared y Madoc los encerraron, mientras Delphine consideraba todo lo que había estado
sucediendo. Quería hacerlo lentamente, pero no había nada que pudiera hacer.
Se estaba poniendo aterrador por minutos.
—Siento mucho lo de Nike.
Jericho se quedó mirándola, los ojos tristes.
—Yo también. Maldición, no debería haberme distraído. Debería haber permanecido en
Azmodea hasta haberla localizado.
—No puedes culparte a ti mismo.
—¿Entonces a quién culpo? Fui el único que la dejó allí.
—Por que estabas preocupado por mí —susurró Dephine—. Si yo no hubiese estado
allí, no tendrías que haberte desviado.
Él la estrechó.
—Eso no es definitivamente culpa tuya, bebé. Tomé la decisión y la abandoné. Tengo
que tener fe en Asmodeus.
Hades se acercó a ellos.
—Regreso al Inframundo. Avisadme si me necesitáis.
—Lo haremos. Gracias.
Hades inclinó la cabeza antes de desvanecerse.
Jericho observó a los otros que estaban limpiando el hall, devolviéndole su anterior
belleza. Pero era la tristeza en los ojos de Madoc lo que le molestaba.
Dejando a Delphine, fue a comprobar al Oneroi.
—¿Estás bien?
Madoc empezó a asentir, entonces negó con la cabeza.
—Extraño a mis hermanos. Nunca antes he estado sin ellos, y sigo preguntándome que
haría D´Alerian si estuviese aquí. Que dirá cuando vuelva.
Si vuelve. Pero Delphine le había enseñado a no ser tan insensible como para decir eso
en voz alta.
—Estás haciendo un gran trabajo —se acercó Delphine, y le palmeó el brazo—. De
verdad. Nadie podría hacerlo mejor, y sé que D´Alerian estaría orgulloso de ti, y de lo que
estás haciendo para protegernos.
—Gracias —bajó la mirada y sonrió tristemente—. Por cierto, hablé con Zeth acerca de
lo que sugirió Jericho. Nos gustaría ofrecerte ser nuestro tercer líder.
Delphine estaba sorprendida por la oferta.
—¿Yo?
Madoc asintió.
—De no ser por ti, ninguno de nosotros estaría aquí ahora. Eres la única que salvó a
Jericho y nos ayudó a liberarnos. Sin ti, todavía estaría encadenado al suelo.
Quizás, pero Delphine no solía ser un líder de ninguna clase.
—No lo sé.
—Eres fantástica para eso —dijo Jericho con una confianza que definitivamente ella no
sentía.
No sabía por qué, pero viniendo de él, la frase significaba más que nada.
—De acuerdo. Lo intentaré. Pero si fastidio algo, vosotros me ayudaréis a arreglarlo.
Madoc se rió.
—Y vamos a intentar algo un poco diferente.
—¿Qué?
Madoc miró a Zarek.
—Vamos a añadir dos generales. Zarek y Jericho.
—Oh, tío —dijo Eros sarcásticamente—. ¿Podrías haber elegido a dos personas más
ariscas?
—Eso es por lo que estarán a cargo de nuestro ejército. Que los dioses tenga piedad de
cualquiera que los moleste, porque Zarek y Jericho no la tendrán de ellos.
Zarek se aclaró la garganta.
—Mejor alégrate de que me lo tome como un halago. De otra manera, te hubiese
destripado.
Jericho asintió de acuerdo, con una brillante mirada de enfado.
—Lo mismo digo.
Delphine se reía cuando Astrid apareció con un lloroso bebé. Tenía los ojos de un azul
tan brillante, que habían pensado que era un Dream-Hunter de no ser porque tenía el
mismo pelo rubio de Astrid, y se veía igual que su padre… salvo por la barba de chivo.
Con cara triste, Astrid se lo tendió a Zarek.
—Menoeceus quiere a su padre.
—Bob está llorando porque quiere que su madre deje de llamarle con ese asqueroso
nombre —Zarek abrazó al niño meciéndole gentilmente contra el hombro, mientras él
seguía llorando. Con fuerza… —. Está bien, Bob, papá está aquí ahora. Te salvaré del mal
gusto del nombre de tu madre. También lloraría si mi madre me llamara después idiota.
—Menoeceus es un gran nombre —dijo Astrid a la defensiva.
Zarek bufó.
—Para un anciano, o un producto de higiene femenina. No para mi hijo. Y la próxima
vez yo elegiré el nombre del chico, y no será algo que suene a meningitis.
Astrid se paró con las manos en las caderas, pie con pie con su marido.
—Mantén eso, y la próxima vez serás tú el que dé a luz. No te metas conmigo, tío, tengo
conexiones en ese departamento. Un hombre embarazado no es una imposibilidad en mi
vecindario.
Comenzó a alejarse de él.
—Yeah, bueno, pues estaré encantado de dar a luz si eso quiere decir que puedo
llamarle algo normal —le gritó Zarek.
—Claro, claro. Eso lo dice un hombre que lloriquea como un niño de dos años cuando
se da en el dedo. Me gustaría verte sufrir diez horas de parto.
—¡No soy una nena! —Zarek echó una amenazadora mirada sobre todos ellos—. Tengo
malditas cicatrices para probarlo.
—Tú eres el hombre —dijo Eros—. No ese que lloriquea por golpearse el dedo del pie,
eso es algo que no tiene comparación. Lo mismo que yo.
Con todo, el niño seguía llorando como si le rompieran el corazón.
¿Bob? Gesticuló Delphine a Jericho, intentando no reírse de algo que obviamente era un
punto espinoso entre Zarek y Astrid. El nombre era tan poco convincente para el pequeño
querubín rubio, como la suavidad del hombre feroz que le sostenía mientras le mecía.
—Quiero mi fluff-fluff —lloró Bob.
Zarek se vió aterrorizado.
—Fluff-fluff… —le dio el niño a Jericho—. Cógele un segundo.
—No creo… —Jericho se detuvo cuando Zarek literalmente le tiró al niño. Aterrado, no
tuvo otra opción que cogerle.
Sosteniendo al niño frente a él, no estaba seguro de que hacer. No había sostenido un
bebé en siglos. Con los ojos abiertos del todo, se quedó mirando al pequeño, que estaba
tan asustado de él, como Jericho lo estaba de Bob. El niño estaba en absoluto silencio.
—Mira lo que hiciste —chasqueó a Zarek—. Lo he roto.
Delphine se rió.
—No lo has roto. Le gustas.
Jericho no estaba seguro de eso. Tragando con fuerza le acercó más a él, e imitó el
balanceo de Zarek.
Bob se sacó la mano de la boca y la plantó contra la mejilla llena de cicatrices de Jericho.
Jericho hizo una mueca horrible.
—Oh, gah, me ha babeado.
Bob se rió.
Riendo también, Delphine se estiró para limpiarle la mejilla.
—No es baba. Es un beso de bebé.
—Es baba —dijo Zarek volviendo con una manta azul brillante que tenía la cabeza de
una oveja en una de las esquinas. Dirigió la cabeza hacia Bob—. Hola Bobby —dijo en
falseto—. Soy la gran oveja mala que viene a darte un abrazo. ¡Mwah! —hizo un sonido de
beso.
Chillando de felicidad, Bob agarró la manta y la besó.
Delphine estaba horrorizada ante la visión de los dos enormes y agresivos hombres
mimando a un niño tan diminuto.
—Necesitamos esto para Youtube —dijo Astrid con un guiño.
—Absolutamente.
Zarek volvió a coger a Bob de modo que su hijo pudiera abrazar la manta. El pequeñajo
metió la manta bajo la mejilla, la cual descansaba sobre el hombro de su padre.
—Ves, solo necesitaba su peluche.
Zarek le dedicó a Astrid una mirada burlona.
—Después necesitaré algo del mío también.
Astrid miró a Delphine con una seca mirada fija.
—Realmente voy a estrangularle.
Zarek besó a su hijo en la cabeza, antes de devolvérselo a Astrid.
—Cuando necesites una mano paternal experta…
—Acudiré a Jericho.
Jericho pareció horrorizado.
—Um, ¿Podrías esperar al menos, hasta que esa cosa destroce la casa?
Zarek se rió.
—Sabes, así es como me sentí también. Deberías haberme visto la cara cuando me dijo
que estaba embarazada, tuve un momento de total harakiri, pero una vez que pasó el
shock, y después de que pasaron los meses, realmente me acostumbré a la idea. Lo creas o
no, realmente crecen en ti. Con babas y todo.
Delphine envolvió los brazos alrededor de la cintura de Jericho.
—Oh, vamos, Jericho. ¿No quieres una pequeña miniatura tuya correteando alrededor?
—La verdad no, y no puedo imaginarme tampoco que tú quieras otro como yo.
Ella le empujó juguetonamente antes de ir a unirse a Madoc.
Zarek y Astrid le dejaron para atender a Bob.
Solo, Jericho se volvió a Nike.
—Te conseguiremos ayuda, Nike. Lo prometo.
Ella le siseó.
—Vamos, Asmodeus —susurró—. No me falles.
—Oh, hermanito, ese incompetente demonio es la menor de tus preocupaciones.
Jericho se quedó quieto ante el sonido de la voz de Zelos detrás de él. Se volvió, con la
intención de saludar a su hermano. Pero en el momento en que lo hizo, Zelos le enterró
una daga profundamente en el pecho. Completamente hasta la empuñadura…
Atravesando su corazón humano.
Jadeando, se tambaleó, cayendo en los brazos de Nike.
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