lunes, 27 de febrero de 2012

BON cap 1

¡Había sido secuestrada!
Kiara Biardi se despertó con un grito alojado en su garganta cuando recordó los eventos ocurridos en la oscura habitación del hotel. Alguien había entrado en su cuarto en mitad de la noche y la había narcotizado. Temblando de miedo, aún podía sentir el frío, el áspero agarre moviéndose sobre su piel, la mordedura del inyector y la forma en como la droga rápidamente fue absorbida por su torrente sanguíneo. Nunca tuvo la oportunidad de ver quién era, e incluso no pudo pedir ayuda.
Ahora su cabeza le dolía terriblemente mientras se desgastaban los últimos remanentes de la droga. Un hedor acre llenó sus sentidos, estrangulándola por su agudeza.
Kiara intentó no respirar profundamente y abrió los ojos para confrontar quién o que cosa la mantenía prisionera.
Para su alivio, estaba sola, puesta boca abajo en un colchón podrido. Con una mueca de asco, se empujó y casi se cae cuando una ola de vértigo zumbó a través de su cabeza. Se reclinó en la pared que estaba a su lado, un áspero trozo de algo oxidado estaba en la palma de su mano.
 —Genial —masculló—. Esto no tiene sentido. ¿Se supone que debo esperar pacientemente a que regresen?
Incluso cuando decía esas palabras, Kiara sabía que no querría —no podría— hacer eso. Su padre no había criado a una hija tonta y ella había aprendido muchos trucos en todos esos años, incluso la habilidad de abrir una cerradura.
Una sonrisa se dibujó en sus labios cuando se dirigió hacia la puerta con pasos inseguros. Era cierto que habían pasado muchos años desde que había abierto las cerraduras de su casa para salir furtivamente y encontrarse con sus amigos después del toque de queda. Pero Kiara estaba segura de que podía recordar como se hacía. Tenía que hacerlo.
Kiara puso su mano encima del pequeño teclado. La cerradura parecía ser del tipo que usaban en el ejército, no era demasiado diferente a la de su padre. De hecho...
Ella se detuvo, cuando sintió el frío del miedo. Una cerradura militar. Un nudo de terror quemó su garganta, cuando comprendió que no había sido secuestrada para obtener dinero. ¡Era una prisionera política!
—Oh, Papa. —Susurró, preguntándose en que problemas estaría envuelto.
Éste siempre había sido su peor miedo, ser tomada por uno de sus enemigos. Kiara nunca había creído en las advertencias de su sobre protector padre. Ahora, deseaba tener razón.
Deja de pensar en eso, se ordenó. Si su conclusión era correcta, entonces debía liberarse y regresar a casa antes de que su padre arriesgue su gobierno para buscarla.
 —Esta cerradura será muy fácil —se aseguró con confianza.
 Haciendo estallar sus nudillos, ingresó un código. La cerradura pitó melódicamente cuando la presionó. Una luz se encendió encima de la pantalla, desplegando el código introducido.
 No pasó nada. Kiara lo intentó de nuevo.
 Después de casi media hora de intentarlo, estaba a punto de rendirse.
—Vamos, Kiara —dijo en tono alto—. Todo lo que tienes es tiempo. ¡No tienes nada más que hacer, excepto sentarte alrededor y sentir compasión por ti!
 Con un suspiro, miró el cuarto y notó la cantidad inmoderada de basura que había regada en el suelo. Kiara arrugó su nariz del asco. El compacto de paredes de acero estaba cubierto por grandes manchas de óxido y corrosión. Se preguntó cómo esa embarcación había pasado alguna vez la inspección espacial. Seguramente no era adecuada ni para llevar suficientes calcetines, mucho menos a ocupantes humanos.
Retornó a la cerradura y empezó a apretar más botones. Cuando la luz zumbó de nuevo, oyó pasos que se acercaban fuera del corredor. Kiara se mordió el labio sin saber que hacer. Miró a su alrededor en busca de un arma. Pero solo vio montones de basura podrida. Suspiró. La única ayuda que la basura le ofrecía era la posibilidad de que sus secuestradores se desmayaran del hedor.
Apretando sus dientes con determinación y probó otro código.

* * *

—Pienso que debemos sacar un poco de placer de esto —dijo un hombre, con su voz acercándose despacio hacia su cuarto. ¿La viste?
 Kiara tragó un nudo súbito de miedo en su garganta y retrocedió hasta la pared, su corazón latía fuertemente mientras su mente estaba desesperada por pensar en algo, algo que hacer.
 —No lo se, Chenz —contestó otro hombre—. Creo que debemos esperar hasta que logremos escapar. He pensado mucho en el mensaje que recibimos donde se dice que Némesis está intentando atraparnos. Deberíamos matarla cuando nos paguen y luego olvidar su existencia.
Su estómago se anudó. ¡Ellos podrían matarla, pero pensaba arrancarles un gran pedazo antes de morir!
 La risa de Chenz hizo eco en el vestíbulo. El sonido amargo le envió un escalofrío a su espina dorsal.
—No debemos temerle a Némesis. Cuando nos paguen, pienso que deberíamos disfrutar de esto.
 Los cerrojos de la puerta zumbaron suavemente cuando resbalaron hacia arriba.
Por favor, Dios —rogó Kiara silenciosamente—, ojalá me maten antes de que me violen.
 Dos de los seres más sucios que había visto alguna vez, entraron a la habitación. Si antes pensaba que el cuarto apestaba, ese olor no podía compararse con el hedor que traían pegado a sus cuerpos. Kiara se preguntó si se habían bañado alguna vez en sus vidas.
 Le pareció que eran humanos, pero ninguno honraba a su raza.
 —Mira. —Kiara reconoció la voz de Chenz—. La belleza está despierta.
 Ella hizo una mueca de desprecio ante el gordo y mugriento hombre.
—¿Qué quiere de mí? —preguntó, conociendo la respuesta, pero esperando ganar algo de tiempo hasta que pudiera pensar en una forma de escaparse.
 Su sonrisa lujuriosa le contestó.
 Kiara lo miró fijamente, preguntándose cómo podía mantenerse en pie con tanta fealdad, con los verdugones de su rostro tardaría mucho tiempo en afeitarse. Pero comprendió al ver la cantidad de barba que había sobre sus abultadas mejillas, que no era un hábito que hiciera muy a menudo.
El hombre que estaba a su lado sólo era unos centímetros más alto. Sus rasgos angulares largos y afilados le recordaban a una de las bestias con las que su niñera la asustaba cuando era niña.
Sus ojos reflejaban la frialdad de sus almas, eso la heló.
 Se agarró del borde de la cama, con los nudillos apretados. Kiara los evaluó y trató de medir la distancia y el tiempo que le tomaría pasar entre ellos para llegar hasta la puerta. Era muy rápida, pero no lo suficiente para atravesar sus toscas formas. Deseaba ser un mago o un soldado en lugar de una bailarina huesuda.
—Mi padre les dará cualquier cantidad que pidan, si me devuelven ilesa.
Chenz dio un paso hacia ella.
—No pensamos devolverte en absoluto.
Un pánico frío y demandante, atravesó su interior, oscureciendo su vista temporalmente.
Y antes de que pudiera moverse, Chenz la asió por el brazo. Furiosamente, Kiara arañó a su cara. ¡Por Dios, le arrancaría los ojos por eso!
Él echó su puño hacia atrás y la golpeó fuertemente en la cara. Kiara cayó de espaldas, estrellándose contra la pared. Resbaló al suelo, aturdida. Nunca en su vida la habían golpeado y el dolor que le latía en la mejilla y el ojo, era contrario a todo lo que había sentido alguna vez.
Sólo el sonido de su camisa de dormir al ser rasgada la devolvió al presente y apartó a su mente del dolor. Con una maldición nacida de la desesperación, Kiara golpeó con el puño la flácida barriga de Chenz. Al soltarla, se dobló del dolor.
Le dio un puntapié al otro hombre en el centro de su pecho. Su camisa de dormir se rasgó aún más cuando dio un salto encima de sus cuerpos. No podía permitir que la violaran. Preferiría morir intentando escapar que someterse dócilmente a sus lujuriosos deseos.
Kiara ignoró el frente medio abierto de su vestido y corrió hacia la puerta. Alguien le agarró el pie y la golpeó contra el suelo con tanta fuerza que la dejó sin respiración. ¡Oh Dios, tenía que escapar! Kiara arañó la basura cuando intentaban acercarla hacia ellos.
—¡Pagarás por esto, perra! —chasqueó Chenz, mientras envolvía su cinturón alrededor de su garganta.
Kiara abrió la boca para buscar aire, pero el cinturón mordía la carne de su cuello, estrangulándola. Desesperadamente, intentó apartar el cuero de su garganta. Les dio puntapiés a sus tobillos e intentó gritar. Pero ni siquiera un murmullo salió de sus labios.
Estaba muerta, lo sabía.
—¡Mátala, Chenz! —dijo el hombre más alto, mientras se frotaba el pecho dónde ella lo había golpeado.
 El cinturón se apretó. La visión de Kiara se oscureció. Arañó el cinturón. Su lengua estaba hinchada, demasiado grande para el tamaño su boca. Pero cuando pensó que Chenz acabaría con su vida, el cinturón se aflojó.
 Kiara trató de tomar aire para llevarlo a sus pulmones ardientes y a su garganta. Frotó su cuello y sintió las quemaduras dejadas por el cuero áspero.
 Chenz envolvió las manos en su largo pelo castaño oscuro y la atrajo hacia su cuerpo.
—Tu vida no significa nada para nosotros, lindura. La forma en que nos trates los próximos minutos, decidirá si te matamos rápido o de una manera realmente dolorosa.
Trató de no aspirar el hedor de su respiración que cayó contra su mejilla. Y antes de que pudiera pensar en una réplica mordaz, unos labios mojados llenos de cicatrices cubrieron los suyos. Kiara apretó su boca.
—Por qué tu... —Se apartó para golpearla otra vez.
Un sacudón de la nave los hizo dar volteretas. Un sonido de advertencia perforó el aire. Los pulsos afilados de ese sonido encendieron las luces.
—¡Estamos siendo atacados! —gritó el hombre alto antes de correr fuera del cuarto.
Kiara estaba acostada sobre el suelo, entorpecida por el dolor físico y el miedo. Chenz la agarró por el brazo y le dio tirones a sus pies para empujarla contra la pared. Lo miró fijamente a los ojos con valentía, preguntándose si la mataría antes de salir. Estaba asombrada por no haber derramado ni una lágrima.
—Terminaré contigo, cuando todo esto acabe —le prometió, mientras sus dedos apretaban furiosamente su rostro al intentar retorcerle la boca con la mano. Dándole una sonrisa de desprecio lujuriosa la soltó y corrió para unirse a su compañero.
 La puerta se cerró de golpe, acentuando el efecto desagradable del cuarto. Kiara resbaló muy despacio hacia el suelo, con su mente demasiado cansada para pensar en algo distinto al destino que la esperaba luego de que la batalla llegara a su fin.
 Estaba a bordo de una clase de avión junto a dos asesinos, sin saber en que sector o galaxia se encontraba, y ahora estaban bajo el ataque de alguien que podría ser más cruel que sus actuales captores.
En un breve momento, pensó que podía ser su padre intentando rescatarla. Pero lo sabía muy bien. Su padre todavía estaba en el consulado, pensando que seguramente estaba protegida en las habitaciones del hotel de la compañía de baile.
Las lágrimas se deslizaron por sus mejillas, cuando comprendió lo desesperada que era su situación. Moriría en el espacio, violada y torturada. La única esperanza que le quedaba era que quienquiera que los estuviera atacando los aniquilara.
—Por favor —rogó con voz rota—. ¡Déjame morir durante la lucha!
 Su garganta se apretó cuando escuchó los sonidos de la batalla. Las paredes viejas del transbordador crujieron horriblemente. Las explosiones golpearon la nave y esta se mecía debajo de sus pies.
Kiara miró fijamente la cerradura, tentada de intentar abrirla de nuevo.
¿Pero que tan bueno podría ser eso? Escuchaba las explosiones que dañaban los circuitos eléctricos del vestíbulo. Ahora, toda la energía de las puertas había sido drenada y se había transferido a las armas de la nave y a sus escudos.
Las luces se apagaron.
Kiara estaba en la oscuridad total, limpiándose las lágrimas de las mejillas.
—Se valiente —susurró, su voz se perdió entre los sonidos que venían de afuera. Era la hija de un comandante, serenamente encontraría su muerte, con dignidad.
Después de una eternidad de naufragios y nervios atormentados, la nave estaba inmóvil. El olor del alambres quemados y del humo se filtró en su cuarto. Kiara tosió por el humo hasta que sintió a su garganta arder. Todavía estaba viva, aunque solo pudiera suponer, la razón o el destino que le esperaba.
Al oír el sonido de unos pasos acercándose, se puso rígida, pero ellos avanzaron rápidamente más allá de su cuarto. La estrechez de su garganta se aflojó un poco.
Parecía que hubiera envejecido cuarenta años antes de escuchar a alguien más fuera de la puerta. Su corazón latió con fuerza y abrevió el sonido chirriante de una antorcha que quemaba a través del acero.
Kiara agarró el soporte de la cama con la mano izquierda y asió los remanentes de su camisa de dormir con la derecha. Su cabeza estaba tan llena de pánico, que temió que podría desmayarse.
 Un estallido fuerte sonó antes de que un pedazo grande de la puerta se desplomara. Su estómago se anudó en un bulto frío. La luz de una antorcha se reflejaba en el cuarto, y se detuvo cuando la iluminó.
A pesar del dolor que le causó ajustar sus ojos, intentó ver más allá de la luz, a quienquiera que la sostenía, pero todo lo que vio fue una sombra grande y negra.
La sombra pasó a través del agujero y entró en el cuarto.
 Kiara envolvió sus piernas debajo, para poder levantarse rápidamente si la situación lo ameritaba. El sudor se resbalaba cerca de sus orejas. Se tensó, lista para golpear con todas sus fuerzas a cualquiera, antes de que su cansado cuerpo le pasara revista.
Las luces se encendieron y quemaron sus ojos. Kiara pestañeó varias veces y vio como la sombra se convirtió en un soldado vestido con un traje de batalla negro. Un casco negro y denso cubría su cara impidiéndole ver a qué raza pertenecía. Ninguna insignia o bandera marcaban su uniforme.
 ¿Quién era?
 Lo miró fijamente, dudando si la ayudaría o la dañaría aún más. Hasta que no supiera la respuesta, trataría de ser dócil, calmándolo para que no le hiciera daño. Y si intentaba herirla, le daría con la rodilla donde más le doliera. Pero él no se acercó.
Para su sorpresa, él apagó la antorcha y la puso en el suelo. Ella se preparó para correr.
Sin prever su intento de escape, el hombre desabrochó el casco de las hebillas que lo aseguraban a su traje de batalla y se lo quitó.
Kiara quedó asombrado por la hermosura de su cara. Su largo pelo castaño estaba atado hacia atrás con una coleta y dos aros pequeños plateados se balanceaban en el aire desde el lóbulo de su oreja izquierda. Sus ojos oscuros miraron su cuerpo midiendo su estado de desorden.
Cuando Kiara miró su rostro, solo vio piedad y preocupación.
—Soy Rachol —dijo suavemente en el idioma universal, luciendo un poco nervioso—. No voy a herirte.
Kiara le creyó. Soltó su asimiento de la cama y otra ola de lágrimas se resbaló hacia sus mejillas. ¡Estaba a salvo!
El soldado se le acercó prudentemente.
—¿Puedes entenderme?
Comprendió que su acento era Ritadarion, un planeta aliado al suyo.
—Sí —dijo Kiara, mientras intentaba contener sus lágrimas.
 Él se quitó la chaqueta y suavemente la envolvió sobre ella.
—Todo está bien, te llevaremos a casa. —Él se enderezó y le ofreció la mano.
 Kiara puso su mano diminuta y helada dentro de la suya que era grande y caliente. Intentó ponerse de pie, pero alcanzó a dar solo un paso antes de desplomarse.
 Rápidamente, él se arrodilló a su lado.
—¿Estás bien? —su voz era calurosa debido a la preocupación.
—No entiendo —masculló—. ¡No puedo caminar! —Otra ola de pánico la atravesó.
 —Shh —la alivió Rachol—. Solo estás conmocionada, es lo menos que podría pasarte después de tener cerca a esos dos. No te preocupes, ya se te pasará. —Con la mano la agarró de las costillas y la midió con la mirada—. No puedo cargarte —dijo después de un minuto—. Tengo una herida sanando en mi costado y si te levanto podría abrirse.
Le alzó la barbilla para que mirara fijamente sus ojos marrones.
—¿Confías en mí?
Por alguna razón desconocida ella lo hacía.
—Sí.
 Rachol asintió y le sonrió.
—Voy a pedirle a un amigo que te lleve a nuestra nave. Prométeme que no te desmayarás cuando llegue.
 Kiara frunció el ceño por sus palabras, se preguntaba por qué era necesario pedirle que hiciera esa promesa.
—No suelo desmayarme.
 Rachol la miró escépticamente, y sacó un intercomunicador portátil de su cinturón.
—Némesis, necesito ayuda.
 Kiara palideció.
—¡Némesis! —chilló, intentando alejarse de Rachol.
Por un momento creyó que podría desmayarse después de todo. Némesis era el más feroz asesino viviente. Todos los gobiernos, incluido el suyo, lo querían muerto.
—No te hará daño —la alivió Rachol.
Kiara no lo estaba escuchando. Recordaba los muchos reportes de noticias que aireaban regularmente algo sobre los brutales asesinatos a sangre fría que Némesis realizaba. Nadie conocía su rostro, ni su verdadero nombre. Las únicas personas que habían visto su cara, no vivieron lo suficiente para informarles a las autoridades. Se rumoreaba que había matado a sus propios padres cuando era un muchacho joven, solo para practicar.
Una sombra grande se proyectó sobre ellos.
Kiara se atragantó y miró la forma tosca vestida idénticamente que Rachol. Por lo menos, Némesis aún llevaba puesto su casco. Quizá viviría después de eso… quizá. Tembló de miedo.
Al verla desfallecer, Némesis sobrepasó a Rachol y se arrodilló ante ella. Su mano grande enguantada, se extendió para tocarle la mejilla ardiente, donde Chenz la había golpeado. Kiara se encogió, intentando pegarse a la pared que tenía detrás y apartó su rostro.
Némesis dejó caer su mano antes de tocarle la mejilla.
—No puede caminar —le explicó Rachol.
Némesis asintió. Sin decir ni una palabra, la puso en sus brazos y la alzó como si no pesara nada más que el intercomunicador que llevaba en su cintura. Kiara tembló, deseando regresar a casa para no estar en los brazos de esa criatura tan peligrosa.
Al llegar a la puerta, Némesis se detuvo para enfrentar a Rachol.
—Mátalos —dijo con una voz electrónicamente distorsionada.
Su tono indiferente la aterró. ¿Qué tipo de ser podría ordenar la muerte de alguien sin inmutarse? No queriendo estar cerca de tal criatura, intentó zafarse de sus brazos. Él la apretó tanto que estuvo a punto de causarle dolor.
La llevó a través del vestíbulo hacia el puente que vinculaba las dos naves. Rachol se quedó en el pasillo, desapareciendo de su vista, seguramente para llevar a cabo la brutal orden de Némesis.
Kiara quiso volver a llamar Rachol. Lo último que quería era estar cerca de él, pero su boca estaba tan seca, que no podía ni siquiera susurrar a través de sus labios hinchados.
Una vez dentro de su transbordador, Némesis la llevó a uno de los cuartos auxiliares que se suponía servía como enfermería. Las herramientas médicas estaban dispuestas cuidadosamente, había botellas de medicina en un armario de vidrio y una cama grande. El olor del antiséptico picó su nariz. Todo era prístino y ordenado, un contraste bienvenido ante la suciedad de sus secuestradores.
Kiara miraba a Némesis, asustada de que quisiera matarla también. Pero parecía que estaba ignorándola, al menos tanto como podía, dado el hecho de que estaba entre sus brazos.
La puso suavemente sobre la cama, y se giró para sacar una sábana de un cajón que estaba al fondo de un armario. Y con una bondad que jamás le hubiera atribuido a un asesino tan cruel, la envolvió en ella.
Kiara lo repasó minuciosamente. La luz se proyectaba en su casco con un lustre aterrador. Parecía más grande que un humano, mucho más alto y fuerte. No tenía ni idea a que especie pertenecía, pero por lo menos parecía ser un humanoide.
Miró el juego de músculos bien definidos que se percibían a través de su traje de batalla, mientras él presionaba un tablero al lado de la puerta y abría el armario.
¿Quién era ese asesino? No era la primera en hacerse esa pregunta y como todos los demás sabía que nunca sabría la respuesta.
Némesis se dio la vuelta, sosteniendo un traje de batalla negro igual a los que él y Rachol llevaban.
Kiara podía sentir sus ojos sobre ella, eran casi tan tangibles como una caricia. Cuando pensó que estaba a punto de hablar, la puerta se abrió para revelar a Rachol.
Sin saber lo que había interrumpido, Rachol tomó el traje de batalla de las manos de Némesis.
—Los encerré con llave en el cuarto de municiones. Si son rápidos, podrán escapar sin daño alguno.
Kiara aún percibía la mirada de Némesis.
Una sacudida aguda le dijo que la nave estaba alejándose de la de sus secuestradores.
—¿Va a llevarme a casa? —preguntó.
Un silencio terrible le contestó. Finalmente, Némesis habló:
—Pronto.
Y antes de que pudiera pestañear, él se había marchado.

* * *
 Nykyrian cerró con llave la puerta y se alejó. Sabía que las habilidades de doctor de Rachol serían suficientes para sosegar a la bailarina. Una imagen del cuerpo de Kiara perfilado por su lujuria con la camisa de dormir desgarrada lo chamuscó. Todavía podía sentirla apretada contra su pecho.
 Obligando a su mente a pensar en otra cosa, se quitó el casco caliente y pegajoso. Liberó de su humedad a su pelo rubio desatando el lazo de su cuello. Con un suspiro cansado, sacó unas gafas oscuras de su bolsillo y se encaminó para unirse al resto de su tripulación en el cuarto de mando que estaba al frente del transbordador.
 Dancer Hauk y Darling Crewell bromeaban entre sí cuando entró.
—Rachol dijo que teníamos una invitada —le comentó Hauk secamente.
—¡Espero que no salga de ese cuarto y te vea sin tu casco!
 Ignorándolo, Nykyrian dejó caer su casco al suelo y se sentó en la silla del piloto. Checó sus operaciones, sabiendo que no tenía que hacer ninguna corrección. Hauk y Darling eran los mejores.
—¿Chenz y Petiri se escaparon? —preguntó Nykyrian.
Darling agitó la cabeza.
—Se convertirán en el cebo del asteroide.
Nykyrian asintió. La justicia había sido servida. Mañana Rachol le informaría a su jefe sobre la muerte de Chenz. Eso no le devolvería la vida al hijo del consejero, pero le aseguraría que Chenz no decapitaría a otro niño.
Poniendo fuera de su mente esos pensamientos, Nykyrian miró fijamente a la ventana mientras la oscuridad se arremolinaba alrededor de ellos. En el vértice carente de luz, una imagen de Kiara bailando en su último ballet flotó ante sus ojos. Maldijo los sentimientos que surgían de su ser, cuando pensaba en ella.
Tenía la capacidad de revolver sus sentidos. Cada vez que la veía bailar, tocaba una parte de su alma, una parte que prefería pensar estaba muerta y condenada hace tiempo.
Si las cosas fueran diferentes. Si él fuera diferente...
Nykyrian suspiró. Lo sabía. La forma en que rehusó su toque y se retorció en sus brazos le dijo lo que conseguiría si intentaba hablarle.
—¿Quién es la mujer? —preguntó Hauk finalmente, apartando a Nykyrian de sus pensamientos.
—Kiara Biardi, la bailarina.
Hauk dio un silbido bajo y apreciativo.
—¿Qué estaba haciendo ella con esas lacras espaciales?
Nykyrian se encogió de hombros.
—Lo discutiremos cuando lleguemos a la base y nos reunamos.
Tardaron una hora, en llegar a su estación. Rachol salió de la parte de atrás, y le informó que Kiara dormía sosegadamente. Nykyrian se puso el casco antes de regresar a buscar a su paciente.
 Después del desembarco, Nykyrian sacó a Kiara de la nave. La llevó al piso superior del Centro de Comando y encargó a Mira su cuidado hasta que se despertara.
 Mira se estremeció de emoción al serle asignado el deber de cuidar a una personalidad tan famosa. Sonriéndole nerviosamente a Némesis, corrió a su cuarto para buscar una bata de dormir para Kiara.
 Agitando la cabeza por la prisa indebida de Mira al huir de su presencia, Nykyrian llevó su preciosa carga a una de las habitaciones y la puso cuidadosamente en una cama grande. La cubrió con una manta extra.
 Cuando se alejó de la cama, la oyó susurrar en su sueño. Extasiado por su melódica voz, retrocedió para echarle una mirada final y la vio descansando apaciblemente.
 Estaba de pie sobre ella, embriagado por la suavidad de sus rasgos, su nariz atrevida, sus pómulos altos, sus cejas finamente arqueadas. Su largo cabello castaño oscuro que se desplomaba en adorables bucles sobre ella. Trazó la línea de su mejilla, tentado a quitarse el guante para sentir la suavidad que sabía que toda su piel tendría.
 Se dio cuenta de la presencia de Mira cuando regresó. Al mirarla, vio como levantaba las cejas y le formulaba preguntas con los ojos.
Nykyrian quiso poder besar a Kiara. Casi lo hizo. Sólo el conocimiento de la mirada fija y curiosa de Mira le impidió quitarse el casco y rendirse a su ardiente necesidad.
 Algunas cosas no eran suyas para sentirlas, o experimentarlas. Con una reverencia breve hacia Mira, abandonó el cuarto.
 Nykyrian se reunió con sus amigos abajo, ansioso de terminar su negocio y devolver a la bailarina antes de que lo distrajera de sus obligaciones.
 Rápidamente, guió a sus tres soldados a las cámaras del concilio dónde Jayne ya estaba sentada esperándolos.
 El cuarto estaba recargado con un centenar de cartas de estrellas, mapas y terminales de computadora. Los pitidos y siseos llenaban el ambiente cuando la información pasaba a través de los equipos. Todo era aseado, ordenado y eficaz, como le gustaba que fuese su vida.
 Nykyrian caminó hasta la impresora más cercana y sacó varias hojas de papel.
 Mientras esperaba que sus amigos se quitaran los cascos y tomaran asiento, leyó atentamente los puntos a seguir. Mientras estudiaba las líneas, una irracional imagen de Kiara flotó antes de sus ojos. Apretando sus dientes, obligó a sus pensamientos a concentrarse en sus asuntos.
Miró superficialmente al pequeño grupo, tomó asiento y puso la pila de papeles ante él. Se giró hacia Rachol.
—Me temo que el Probekeins contrató a Chenz y a Petiri.
Rachol asintió.
—Envía un mensaje a Tiarun Biardi donde le informes que le devolveré a su hija. Quiero que sepa que el OMG no tiene nada que ver con su rapto —dicho esto, estrechó los ojos—. Odiaría que alguien me disparara por hacer algo bueno.
Rachol asintió de nuevo, e hizo una rápida nota en su computadora.
—Recibí las noticias de uno de nuestros espías de que el Consulado de Gouran se cayó en pedazos ayer, cuando el Probekeins amenazó con asesinar a los hijos de los Consejeros. Ocho contratos han sido redactaos para efectuar los asesinatos. Se han encontrado a seis niños muertos, incluyendo al hijo del Consejero Serela que vimos anoche. Seguramente Chenz fue el causante del asesinato brutal del niño.
Nykyrian recordó la cara atormentada de Serela y la vista del pobre niño mutilado. Si Kiara no hubiera estado a bordo la nave de Chenz, habría rasgado esa lacra a pedazos.
—¿A parte de Chenz quienes más han aceptado los contratos del Probekeins?
—No lo sé —contestó Rachol.
 Nykyrian se frotó la mandíbula.
—¿Qué hizo que las negociaciones entre los Probekeins y los Gourans terminaran?
 Frunció el ceño, ante el gesto negativo de Rachol.
—Se supone que debes informarme sobre todos los contratos de asesinato. Quiero que averigües las razones de las matanzas así como el nombre del último contrato y quién lo aceptó. Mi suposición es que los asesinatos se deben a la nueva arma que los Probekeins están construyendo. ¡Si no es así, necesitamos saber por qué!
Nykyrian se sentó en su silla.
—Debes informarle inmediatamente a Biardi que su hija está a salvo. Me imagino que estará angustiado por su desaparición.
Rachol se puso de pie, dispuesto a obedecer sus órdenes.
—Pienso que debemos apuntar hacia el Emperador Abenbi —dijo Hauk mientras observaba la partida de Rachol—. Es tiempo de que le demostremos a los Probekeins que no pueden continuar asustando a otros gobiernos.
Nykyrian agitó la cabeza.
—Ésa decisión no está en nuestras manos. Debemos cumplir con los contratos atrasados. Llevamos mucho tiempo sin prestarles atención. Pasarán varias semanas hasta que podamos asumir otra asignación. A estas alturas, tendría que ser una emergencia para que aceptáramos un nuevo contrato.
Jayne suspiró de irritación.
—¿Por qué no ampliamos nuestro número? —preguntó, mientras jugaba con su pelo largo y negro—. Seguramente afuera, hay una multitud de personas que podemos emplear, algunos podrían ser utilizados para hacer las ejecuciones físicas de los contratos.
Nykyrian arrugó la frente.
—¿Le confiarías a ellos tu espalda? Los cinco somos amigos, ha sido así durante años. Nuestra lealtad entre nosotros no tiene discusión. ¿Estarías dispuesta a exponer tu vida a manos de un extraño?
—No, si el precio es mi cabeza —contestó Jayne—. Supongo que tienes razón.
Rachol regresó.
—Biardi estará esperándote —le dijo a Nykyrian—. También quiere reunirse conmigo. Es cómico como dejan de perseguir a los criminales hasta que los necesitan —murmuró Rachol mientras se sentaba—. Creo que Biardi va a pedirte que aceptes el contrato para proteger a Kiara.
El corazón de Nykyrian latió con fuerza.
—¿Fijaste la fecha de la reunión?
—Es esta tarde.
Hauk giró en su silla, con una sonrisa afectada que le retorcía los labios.
—Pensé que estábamos ocupados y no podíamos tomar algo nuevo.
Nykyrian le disparó una venenosa mirada. Hauk le pidió perdón con sus manos. Satisfecho de que no siguiera cuestionándolo, recogió las hojas de la mesa y se las entregó a cada especialista apropiado.
Hauk se quejó inmediatamente de su asignación.
—¿Por qué siempre debo proteger a Darling y a Jayne? —murmuró.
—Especialmente a Darling. Deseo que le enseñes como romper los códigos de acceso.
—¡Es peligroso!
—¿Qué soy peligroso? La última vez que fuimos juntos, hiciste disparar dos alarmas. Como ingeniero de circuitos, estás seriamente obsoleto.
—Ten cuidado humano —advirtió Hauk, mostrándole a Darling sus colmillos—. Podría estar hambriento una de estas noches y decidir que no necesitamos más a un Técnico de armas.
Nykyrian agitó la cabeza ante todo su teatro, sabiendo que eran buenos amigos, pero que continuamente se atormentaban entre si, sobre sus diferencias raciales.
Darling era de Caron, un sistema humano. Hauk era Andarion, un humano avanzado, una raza del predatorial que a veces se alimentaba de la carne de un humano menor. Como híbrido de las dos razas, Nykyrian se encontraba a menudo intentando detener sus escaramuzas.
Hauk tenía todas las características del Andarion tradicional, era un ser con un rostro excepcionalmente hermoso, el Andarions valoraba la belleza física sobre todo le demás. El pelo largo y negro de Hauk estaba entrelazado en una trenza de guerrero que le llegaba hasta la cintura. Sus iris blancos teñidos de rojo, miraban risueñamente a Darling. Los largos dientes caninos lanzaban destellos mientras Hauk sonreía. Nykyrian agradecía que sus dientes fueran una versión más pequeña de los de Hauk. Pero aún así, eran lo suficientemente largos para marcarlo como un mestizo bastardo, sobre todo cuando se combinaban con sus ojos.
—Jayne —dijo Nykyrian, mirando de frente a la asesina—. Si necesitas ayuda con tus golpes, te relevaré. Así Hauk tendrá más tiempo libre.
Jayne le brindó una sonrisa seductora. Amaba la emoción de cazar y matar a los corruptos. Nykyrian recordó una época en donde había compartido su mismo entusiasmo, pero esos días habían sido hace mucho tiempo. Ahora, solo quería tener paz y soledad.
—No es un número muy alto esta semana —dijo Jayne, mientras examinaba su lista—. Pienso que tenemos una oportunidad de matar a Abenbi — le sonrió a Hauk.
Nykyrian negó con la cabeza.
—Cumple con los asesinatos políticos que te han sido asignados. No quiero recibir ningún mensaje sobre el asesinato del Emperador de Probekein.
Hauk curvó su labio y se inclinó delante de su silla.
—¡Merece morir!
Nykyrian se tensó ante su directa confrontación.
—Necesitamos una prueba sólida antes de actuar. Cuando la tenga, les permitiré alegremente a ti y a Jayne matarlo —trató de tranquilizarse, para no pelear con uno de los pocos amigos verdaderos que le quedaban. Ya tenía suficientes enemigos como para hacer eso.
Hauk se reclinó en su silla.
Nykyrian miró alrededor a cada uno de ellos.
—No tenemos ninguna misión en un futuro cercano que requiera al grupo entero. Solo algunos coinciden, anótenlas y pónganse de acuerdo. Nuestra próxima reunión será dentro de ochos días, la hora está anotada en sus asignaciones. Buena suerte —dijo Nykyrian finalmente, mas como un hábito que por necesidad.
Los miembros agarraron sus cascos y se marcharon. Rachol permaneció sentado con Nykyrian, esperando que el cuarto quedara desocupado.
Cuando la puerta se cerró, enfrentó a Nykyrian.
—No creo que debas aceptar el contrato de Biardi. No podemos darnos el lujo de tener más obligaciones.
Nykyrian odiaba la manera en que Rachol podía anticiparse a sus pensamientos. Aunque mantenía sus expresiones y humores cuidadosamente resguardados, Rachol siempre poseía la misteriosa habilidad de ver detrás de la fachada.
—Realmente deseo que tengas en cuenta mi opinión. No podemos hacernos cargo de algo más. Deberás disculparte con su padre y decirle que llame a sus tropas Gourish para que la protejan.
Nykyrian se puso de pie. Se movió hacia una pared y presionó unos botones para cambiarse la ropa.
—No somos niñeras —determinó, mientras se quitaba su traje de batalla.
Rachol le dio la espalda a Nykyrian y continuó hablando.
—¿Ella te gusta, verdad?
—No soy ciego —chasqueó Nykyrian—. ¿Acaso a ti no te parece atractiva también?
Rachol sonrió.
—Oh sí. Pero, también se cuantas veces has ido a verla bailar. Enfréntalo Kip, estás encaprichado con esa mujer y eso no tiene discusión.
—La deseo, nada más. —Nykyrian reemplazó la pared, recogió sus botas del suelo y se sentó en su silla.
—¿Nada más? —preguntó Rachol, girando en su silla para enfrentarlo con una ceja arqueada.
Nykyrian lo miró ceñudo, mientras le daba tirones a sus botas para ponérselas.
—Esta discusión se terminó —recogió sus gafas de la mesa y se las puso para esconder el extraño verdor de sus ojos humanos. Con una última mueca hacia Rachol, abandonó el cuarto.
Nykyrian ignoró las palabras de Rachol. Era un soldado, no algún tonto enfermo de amor. Sabía demasiado bien que sus deberes y obligaciones, no le permitirían que nada lo distrajera.
Caminando hacia Mira y su encargo, se alegraba de actuar como Némesis. El nacimiento de Némesis había sido necesario, ya que no tenía necesidad de estar huyendo de los francotiradores que querían acabar con su vida. Y con su apariencia híbrida, si las autoridades descubrían al fin la identidad de Némesis, no les tomaría a sus enemigos mucho tiempo para encontrarlo.
Por ahora, las personas asumían que Nykyrian Quiakides era el favorito de Némesis; un papel que le agradaba desempeñar. Con tal de que su identidad se mantuviera oculta, podía mantener una existencia casi normal.
Recordó que su identidad era una de las muchas razones por las cuales nunca podría involucrarse con alguien más. Si había aprendido algo en la vida, era que no podía confiar en nadie.
Las personas eran sus amigas, hasta que mostraba su lado oculto.
Nykyrian se ahogó con las emociones que lo invadieron cuando pensó en Kiara, ya que revirtieron el vacío de su ser, causándole alivio.

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