lunes, 27 de febrero de 2012

BON cap 13

A Kiara le dolía la cabeza. Acababan de salir del apartamento de Rachol y la destrucción de su casa incinerada estaba cruda en su mente. Todo había sido destruido, ni siquiera el colchón había quedado intacto. Su garganta se apretó con el miedo y la aprehensión, mientras se recordaba la razón por la cual, debía alejarse de su esposo.
¿Qué le había pasado a Rachol?
Nykyrian se detuvo dos pasos delante de ella y se sintió como una esclava olvidada cuando se dio prisa detrás de él, buscando palabras que lo hicieran sentir bien, sin saber si existían.
—¿Por qué le dijiste a Driana que estábamos casados? —preguntó. Por lo menos podía tener una respuesta a una de sus muchas preguntas.
Nykyrian se detuvo y se dio la vuelta para enfrentarla. Llevaba puestas sus gafas de nuevo. Kiara deseo poder vislumbrar las emociones que lo invadían. Su cuerpo no decía nada.
—Por la ley de Andarion, eres libre de casarte con tantos maridos como quieras. Le dije a Driana lo de nosotros para que en caso de que Aksel me asesine, puedas reclamar mis propiedades.
A Kiara se le retorció el estómago al escuchar la forma hastiada en la que él hablaba de su propia muerte.
—¿Por qué no se lo dijiste a Darling o a Hauk?
—Ellos son bandidos, mu Tara. Mientras que Driana es la hija de un emperador muy bien relacionado. Todo lo que tienes que hacer es visitarla después de mi fallecimiento y todo lo que poseo será tuyo.
Las lágrimas se acumularon en sus ojos, pero se negó a llorar en mitad de la calle.
—No quiero tu dinero —dijo ella con los dientes apretados, furiosa de que él fuera tan cruel con su propia vida y su futuro.
Él no se movió.
—Bien. Deja que los bancos se queden con todo. Realmente, no podría importarme menos.
Dándose la vuelta, siguió su camino calle abajo. Kiara lo maldijo, queriendo arrancarle el corazón, si es que tenía uno. Estaba empezando a dudar que a él verdaderamente le importara algo.
—¿Kyrian?
Kiara casi se choca con Nykyrian cuando él se detuvo de repente. Su cuerpo estaba rígido. Kiara frunció el ceño, preguntándose que le había disgustado ahora. Examinando la calle, vio a una hermosa señora Andarion corriendo desde una tienda, hacia ellos.
La mujer Andarion se detuvo delante de ellos, su cara era una combinación ente escepticismo, agonía y alegría. Era casi tan alta como Nykyrian. Sus ojos rojos y blancos examinaban el cuerpo de Nykyrian, de una manera posesiva que a Kiara no le gustó. El largo cabello negro de la mujer, estaba parcialmente oculto por una diadema dorada, que enmarcaba los frágiles y pálidos rasgos de su rostro.
—¿Kyrian? —dijo ella nuevamente, y extendió una elegante mano hacia Nykyrian, pero entonces, se arrepintió y la apartó antes de tocarlo.
Él mantuvo su posición rígida, no reconociendo a la mujer en lo más mínimo.
Otra señora Andarion salió de la tienda, seguida por sus guardias.
—¡Cairistiona! —dijo ella con severidad, suavizando entre líneas su severo tono—. ¡Nunca vuelvas a salir corriendo así! —puso los brazos alrededor de los hombros de la mujer e intentó apartarla de ellos.
—¡No! —dijo Cairistiona, retorciéndose en los brazos de ella—. Es mi Kyrian, ¿no lo ves?
La mujer levantó la vista hacia Kiara y Nykyrian.
—Lo siento —dijo, con una voz suave—. Ella no está bien desde que su hijo murió cuando era niño —volvió a poner sus brazos alrededor de Cairistiona y le dio caricias consoladoras—. Ven conmigo Carie, él no es Nykyrian, tú lo sabes.
A Kiara se le empalidecieron las mejillas. Puso su mano sobre el brazo de Nykyrian y sintió el grado de tensión de su cuerpo.
Cairistiona lo miraba, con sus suplicantes ojos rojos y blancos.
—¡Dile a ella quien eres! —dijo, señalando a la mujer que estaba a su lado.
Nykyrian empezó a marcharse, pero Kiara lo detuvo.
—La conoces, ¿verdad? —le preguntó, deseando poder mirarle los ojos.
—Apártate de mi —chasqueó.
Kiara miró a la mujer que sujetaba a Cairistiona.
—¿Ella es tu madre?
La mujer jadeó.
—¡Nykyrian, contéstame! —le exigió Kiara, deseando tener fuerzas para sacudirlo.
Nykyrian miró fijamente a Kiara, y su estómago se anudó. Esto no podía estar sucediendo. Recordaba muy bien, como su madre lo puso en un transbordador para que lo llevaran a una casa de trabajo. Su sonrisa de felicidad, cuando le dijo que debía ser un niño bueno y hacer lo que le dijeran. La odiaba. Quería matarla.
—¿Kyrian?
Él se encogió ante la voz de su madre, la voz que había anhelado escuchar durante tantos años. ¿Qué quería de él? ¿La absolución? ¡Que se olvidara de eso, no estaba de humor para perdonar!
—Yo no tengo madre —sonrió con desprecio—. Nunca tuve una.
Obviamente, cuando comenzó a pasar al lado de Cairistiona, esta estalló en lágrimas.
Nykyrian trató de sobrepasar a Kiara, pero ella lo sostuvo rápidamente. En ese momento, él quería matarla a ella también.
—Aléjate de mí —dijo él, en un tono bajo que siempre intimidaba a las personas. Por primera vez, no funcionó. Ella solo lo miró fijamente con esos condenados y hermosos ojos ambarinos, exigiéndole con ellos hacer lo que él sabía, solo podía herirlo mucho más
Kiara miró a Cairistiona.
—¿Su hijo se llama Nykyrian Caesare?
Los brazos de Nykyrian se flexionaron peligrosamente bajo sus manos, pero Kiara ignoró su advertencia.
La mujer que sostenía a Cairistiona palideció.
—¡Sí! —dijo Cairistiona, con sus ojos clavados en la rígida espalda de Nykyrian.
—¿Él es medio Andarion y medio humano, con hermosos, claros, y brillantes ojos verdes?
—¡Kiara! —ladró Nykyrian.
Kiara lo ignoró.
Las lágrimas de Cairistiona se deslizaban debajo de su barbilla.
—Sí —dijo ella, con voz temblorosa.
Nykyrian se apartó de ella.
En un último movimiento para desafiarlo por su propio bien, Kiara se puso en puntas de pie y le quitó las gafas. La mirada que él le lanzó la hizo retroceder un paso.
—Oh, Dios —jadeó la mujer cuando vio su cara. Sus manos soltaron a Cairistiona.
Cairistiona soltó una sonrisa de felicidad, cubriéndose la boca con su mano temblorosa.
—¡Sabía que estabas vivo! —dijo, tan mareada como un niño en un festival.
Nykyrian simplemente continuó mirando a Kiara como si pudiera matarla.
La otra mujer avanzó, mirándolo fijamente con un escepticismo grabado en su hermoso rostro.
—¡Se suponía que tú estabas muerto! —miró a Kiara con sus ojos rojos y blancos—. Yo vi el cuerpo —su mirada se volvió hacia Nykyrian—. Estuve allí cuando ellos lo enterraron.
Cairistiona avanzó y le tocó la mejilla a Nykyrian, su mano temblaba.
—¡Esa vez te dije que ese niño no era mi Kyrian! Pero tú no me escuchaste. Todos ustedes pensaron que yo estaba loca —se mordió su labio tembloroso—. Ni siquiera me dejaron buscarte.
Nykyrian se mantuvo rígido mientras ella le tocaba la cara y Kiara sabía que él quería huir, quería alejarse, pero no podía permitirlo. Esta era la única forma de ponerle fin a sus pesadillas. Él podía negarle que todo esto le gustara, pero sabía que aún anhelaba el amor de su madre.
Nykyrian desnudó sus colmillos, la rabia oscureció sus ojos.
—¡No me mientas! Tú no querías gemelos que dividieran tu imperio. ¡Te quedaste con Jullien y a mi me enviaste lejos!
La comprensión golpeó a Kiara tan fuerte, que le quitó la respiración. Retrocedió un paso, mirando a Cairistiona, a Nykyrian y a la otra mujer. No podía ser.
Su mirada flotó sobre las costosas túnicas imperiales de las mujeres, los guardias imperiales. Su garganta se secó. La mujer que estaba frente a ella era la Princesa Cairistiona, la señora que la sostenía era la Princesa Tylie, por lo tanto Nykyrian era…
Nykyrian apenas si pudo agarrar a Kiara cuando se desmayó.
—Oh, mi... —dijo Tylie, mirando alrededor de la calle—. ¿Ella está bien?
Nykyrian apretó los dientes, mientras el miedo lo invadía. No podía imaginar que le ocurría a Kiara.
—No lo sé —dijo, mientras el flácido cuerpo de Kiara oscilaba en sus brazos.
—Nuestro transbordador aterrizó detrás de ese edificio. El doctor de Cairistiona está a bordo —dijo Tylie, mirando a su madre—. Ese probablemente es el lugar más cercano para que la atiendan.
Nykyrian miró a su tía, queriendo alejarse de ellas, tan rápido como podía. Pero Kiara estaba primero. Asintió y las siguió alrededor del edificio. Su madre se mantuvo mirándolo, con su amplia sonrisa. Cada vez que la mirada, se dividía entre el deseo de darle la bienvenida y querer soltar una maldición.
Parecía haber transcurrido una eternidad antes de que abordaran el transbordador y el doctor Andarion saliera de la parte trasera, quejándose de tener que servirle a un paciente humano. Aquel prejuicio carcomió la poca tolerancia de Nykyrian y quiso darle una cachetada al hombre.
Nykyrian acostó a Kiara suavemente en una butaca acolchada. Su corazón hizo un ruido sordo en su pecho cuando admiró su pálida belleza, anhelando que se despertara para que pudieran alejarse de esas personas.
El doctor le exigió que saliera para que pudiera examinar a Kiara sin interferencia. Ante el disgusto extremo de Nykyrian, su madre lo agarró por el brazo y lo llevó a la parte trasera del transbordador, para que ella y Tylie pudieran hablar con él.
—¿Quién es la mujer? —preguntó Tylie, levantando la mirada hacia la butaca para poder observar al doctor.
—Mi esposa —dijo él finalmente.
Su madre sonrió.
—¡Estás casado!
Él apenas la miró fijamente. Le molestó que su propia madre no supiera la más mínima información sobre él.
Tylie volvió la mirada hacia él.
—¿Qué pasó contigo? Después de que te enviamos a la escuela, nos dijeron que habías muerto en un incendio.
Nykyrian hizo un gesto despectivo con los labios.
—Nunca me enviaron a esa escuela, para que se molestan en mentir.
Su madre y su tía intercambiaron ceños confundidos.
Cairistiona le tocó la mano.
—Te subí al transbordador yo misma. Fuiste enviado a la Academia Pontari —dijo ella lentamente, como si le estuviera hablando a un idiota.
Un escalofrío recorrió a Nykyrian.
Intentó recordar la razón por la cual su madre lo envió lejos, pero no pudo traer a su mente todos los detalles. Todo lo que podía recordar era verla a ella sonriendo y despidiéndose de él, con su tierna voz diciéndole como debía comportarse. Él miró profundamente sus ojos, tratando de encontrar la respuesta. ¿Podría ella estar diciendo la verdad? No, gritó su mente. Era una mentira, tenía que serlo.
Su temperamento hirvió.
—¡Me enviaron a una casa de trabajo humana! —gruñó, mientras las miraba.
Amabas perdieron el color de sus rostros.
—Mamá —susurró Tylie—. Queridísimo Dios, nunca pensé que ella haría algo tan horrible.
El ceño de Nykyrian se profundizó.
—¿De qué esta hablando?
Las lágrimas se acumularon en los ojos de Cairistiona mientras se aferraba a su collar.
—Ella siempre te odió. Decía que Jullien podría pasar por un Andarion, pero tú siempre parecerías demasiado humano.
—Fue su idea que te fueras a Pontari —interpuso Tylie—. Ella pensó que tú estarías mejor con los humanos.
El enojo lleno de amargura en la voz de su tía lo sorprendió.
—Todo era una mentira. Y todo este tiempo nosotros la creímos —Tylie se volvió y enfrentó a su madre—, te drogó para que no lo buscaras. ¿Cómo supiste que estaba vivo?
Cairistiona le ofreció una sonrisa insegura a Nykyrian.
—Me acabo de enterar.
Nykyrian se sentó conmocionado, no sabiendo que hacer. Miró fijamente a sus pies, intentando poner en orden todas las emociones que revoloteaban a través de él, la rabia, el dolor, el pesar, la pérdida.
—¡Mamá ha cometido un crimen terrible! —exclamó Tylie—. ¿Qué vamos a hacer?
Cairistiona agitó la cabeza. Miraba a Nykyrian con unos ojos que penetraron todas las defensas que mantenía alrededor de su corazón y su alma. Quería llorar, pero sabía que no lo haría. Había pasado su momento de lágrimas hace años.
Su madre cruzó las manos sobre su regazo, mirándole la cara todo el tiempo.
—¿Qué te hicieron cuando estuviste en esa casa de trabajo? —le preguntó su madre, con voz quejumbrosa.
Nykyrian se encogió de hombros, no queriendo recordarlo. No había nada que ella pudiera hacer para aliviar o corregir el dolor. Solo Kiara parecía ser capaz de hacer eso.
—Fui adoptado —dijo él, decidiendo que esa era la cosa más fácil de revelar.
Su madre sonrió.
—¿Por buenas personas?
Un nudo se atoró en su garganta y sofocó el impulso de gruñir.
—Por el Comandante, Huwin Quiakides.
La sonrisa de su madre se ensanchó.
—Mi padre lo conocía bien. Ambos entrenaron juntos en la Liga —pasó su mano sobre la suya con una gentil caricia que le apretó el nudo en su garganta—. ¿Eres un soldado?
Nykyrian la miró a los ojos, con su alma ardiendo de pesar y el deseo de herirla.
—Lo fui. Ahora soy un asesino libre.
La expresión de sorpresa en su rostro no le dio la satisfacción que pensó que iba a lograr.
Antes de que ella pudiera responderle, el doctor se aclaró la garganta. Nykyrian miró sobre la butaca, angustiado por su esposa.
—¿Ella está bien?
El doctor sonrió.
—Oh, sí. Ella debió haberse asustado. No es muy raro para una mujer en su condición. He escuchado que muchas mujeres humanas se desmayan cuando están esperando.
—¿Cuándo están esperando qué? —preguntó Nykyrian y entonces un segundo después, el entendimiento cayó sobre él, y pensó que quizá también se desmayaría.
El doctor abrió los ojos como platos.
—¿Usted no sabía que ella estaba embarazada?
Los muros se cerraron alrededor de la mente de Nykyrian, bloqueando la luz y el aire. Estaba atrapado.
Queridísimo Dios, ¿qué había hecho?
Nykyrian miró fijamente la cara de su madre, deseando poder sentir la misma felicidad que ella emitía. En su lugar, todo lo que podía pensar era en cuantas personas estaban afuera para matarlo. Había firmado el contrato de muerte de Kiara más eficazmente, que si hubiera contratado a sus asesinos él mismo.
—¿Nykyrian? —dijo su madre, con un ceño de angustia en su rostro—. ¿No lo sabías?
Él negó con la cabeza, deseando nunca haber nacido, nunca haber tocado a Kiara.
—¿Qué sucede? —preguntó su madre.
Nykyrian no sabía que contestar. ¿Qué iba a hacer?
—¿Está despierta? —le preguntó al doctor.
—No aún, pero podría revivirla si lo prefiere.
—Por favor.
La mano fría de su madre le tocó la mejilla.
—¿Vas a dejarnos? —su voz tembló.
—Tengo que hacerlo.
Grandes lágrimas se derramaron por las mejillas de su madre y él finalmente entendió como se sentía Rachol cuando veía llorando a una mujer.
—Tú no planeas regresar a mí, ¿verdad?
Él apretó los dientes por la rabia y el dolor.
—¿Qué quieres de mí? Ya no tengo edad para que una madre me esté consintiendo.
Los sollozos atormentaron su cuerpo y Nykyrian se sentía como un cretino. Tylie mantuvo abrazada a su madre, meciéndola de un lado a otro.
—¿Podrías cenar con nosotras? —preguntó Tylie súbitamente.
Nykyrian apartó la mirada de la tierna expresión de su tía. Y antes de que su sentido común pudiera intervenir, su boca contestó:
—Seguro.
Su madre sorbió sus lagrimas y le brindó una sonrisa insegura.
—Encuéntrate con nosotras esta noche. Solo pasa unas pocas horas y si decides que no quieres vernos más, entonces me conformaré con las pocas horas que me diste.
El corazón de Nykyrian latía con fuerza. Definitivamente era un asno.
—Bien. ¿Dónde nos encontraremos?
Su madre sonrió.
—Aquí en Camry. ¿Sabes donde queda?
Nykyrian asintió con la cabeza.
—¿A las seis y treinta?
—Estaré allí —dijo Nykyrian, mirando a Kiara mientras se acercaba. Su cara pálida y pellizcada, lo preocupó.
—¿Cómo te sientes? —le preguntó mientras se incorporaba.
Ella se frotó los brazos.
—Un poco mareada.
Despidiéndose de su madre y de su tía, Nykyrian envolvió su brazo alrededor de los hombros de Kiara y la ayudó a salir del transbordador. Permanecieron callados hasta que estuvieron dentro de su nave y regresaban a su casa.
—¿Por qué no me dijiste que estabas embarazada?
Kiara se heló cuando escuchó su pregunta inexpresiva.
—¿Cómo lo supiste?
Él le dio tirones al acelerador con la mano y Kiara se preguntó cuál había sido su reacción al escuchar la noticia.
—Me lo dijo el doctor.
—Oh —dijo ella, deseando haber visto su rostro cuando recibió la noticia—. ¿Estás contento?
—¿Qué crees?
Su corazón se hundió. Recordó su rabia al encontrarse con Thia y ella sabía que eso no lo había emocionado tanto como esto.
—¿Entonces que significa esto para nosotros? —preguntó ella, temerosa de su respuesta, pero necesitando escucharla.
Su cuerpo se tensó alrededor de ella. Sentía como su corazón latía detrás de su espalda. Quería consolarlo, pero sabía que no podía.
—¿Qué quieres hacer al respecto? —preguntó él casi en un murmullo, sin que ninguna emoción se colara en su voz.
Las lágrimas se acumularon en sus ojos. Lo que ella quería era vivir con él y criar a su familia como lo habían hecho sus padres. Mirarlo jugar con su hijo, que le enseñara todos los idiomas que conocía, que lo abrazara cuando llorara y necesitara consuelo.
Pero todo era un sueño.
—Estaba planeando criar al bebé en Gouran.
—Probablemente sea lo mejor —dijo él en una voz tan inexpresiva que hizo que su temperamento ardiera—. Una vez que termine con Aksel, nadie te molestará. Sé que Driana no le hablará a nadie sobre ti y estoy seguro de que mi madre tampoco.
A Kiara se le revolvió el estómago con el miedo y el dolor.
—¿Te volveré a ver?
Nykyrian se tensó ante su pregunta. Él no podía resistir la idea de vivir sin ella, de regresar a su soledad. Incluso ahora, quería hacerle el amor a Kiara tan desesperadamente, que pensó que se volvería loco de necesidad. Si algún día la veía con su hijo, sabía que olvidaría su sentido común, sus habilidades de supervivencia, y se quedaría con ella. Pero no podía. No podía arriesgar su vida, la vida de su bebé, por sus necesidades egoístas.
—No.
Kiara sofocó un sollozo en su garganta. Había conocido su respuesta antes de que le hiciera la pregunta. Cuando él matara a Aksel, ella lo perdería para siempre. Su alma gritó de dolor. No quería vivir sin él, ni siquiera estaba segura de que pudiera hacerlo.
Todas sus esperanzas se acabaron, Kiara se sentó en su regazo deseando encontrar una solución, que sabía nunca vendría.

* * * * *

Jullien estaba sentado en el cuarto de seguridad de la embajada, con su temperamento en estado de ebullición. Se había dado cuenta que su madre y su tía ocultaban algo, por las miradas furtivas que se habían lanzado en el vestíbulo antes de que se fueran a secretear al estudio.
Había aprendido a cuidarse de la alevosía de su tía hace mucho tiempo. A ella parecía encantarle meterlo en problemas. Ahora, cuando las escuchó hablando de su hermano, comprendió la peligrosa posición en que se encontraba.
Su abuela le había contado hace varios años toda la historia sobre su hermano. Igual que ella, él había asumido que Nykyrian estaba muerto. Solo Dios sabía, que su abuela había pagado el suficiente dinero para que a su hermano se le hiciera pasar hambre y fuera maltratado en la casa de trabajo.
¡Nadie debería sobrevivir al tratamiento que se suponía Nykyrian había recibido! Sabía que no podía confiar en un asalariado. Si quieres que algo quede bien hecho, ¡debes hacerlo tú mismo!
Apretó los puños de la rabia. Si su madre y su tía querían, podían reintegrar a Nykyrian al imperio. ¡Él perdería toda su herencia!
Jullien hincó los dedos en su escritorio de madera, mientras su mente divagaba con sus pensamientos. Tenían que ser detenidas. Él era el heredero de los imperios Trioson y Andarion. Por Dios, que no toleraría a ningún usurpador.
¿Pero que podía hacer?
Sus rodillas se estremecieron con una nerviosa energía mientras conspiraba. Aseguraría su posición como único heredero a toda costa.

* * * * *

Kiara se ajustó el encaje negro de su ropa interior y se acomodó unos mechones de cabello alrededor de su rostro.
Nykyrian estaba abajo tecleando en su computadora. Todavía faltaban cuatro horas antes de que fueran a encontrarse con su madre para la cena y ella había decidido que estaba cansada de anhelarlo. Se estiró la seda de su bata, agradecida por primera vez de que no mostrara ninguna señal de su embarazo.
Un día de estos, Nykyrian podría atrapar a Aksel y enviarla lejos. Cuando eso pasara, lo único que le quedaría serían los recuerdos. Sabía que pasaría el resto de su vida anhelándolo. Bueno, ahora estaba con él y no tenía ninguna intención de empezar con su infierno tan rápido. Con esa firme resolución, abrió la puerta y se dirigió a las escaleras.
A Nykyrian le picó el cuello como si alguien estuviera mirándolo. Levantó la vista de su computadora y vio a Kiara al pie de las escaleras, su cabello largo se arremolinaba sobre su cuerpo elástico. Su respiración se estancó en su garganta. Ella llevaba puesta la ropa interior más escasa que había visto en su vida y su cuerpo se incendió con deseo ardiente. ¡No! Se dijo, pero su cuerpo ya estaba despierto y acercándose hacia ella.
Con vacilación, extendió la mano para tocar la piel cremosa de su escote. Sabía que lo que estaba haciendo era un error, pero no podía detenerse. Se acercó a ella, sin tener en cuenta todas las razones que le decían que esto era un suicidio.
Kiara percibió sus defensas, pero las había penetrado tantas veces, como para saber que era lo que tenía que hacer para no permitir que él se alejara. Le pasó la mano sobre la barba de su mejilla y enterró la mano en su sedoso cabello blanco. Su mano le ardió. Él cerró los ojos y le besó el brazo. El interior de Kiara se deshizo. Había ganado esta batalla, si tan solo pudiera ganar la guerra.
No le importaba que la hubiera dejado sola en las pasadas semanas. Incluso el dolor de que él no hubiera ido por ella se había marchado. Kiara dudaba de que Nykyrian pudiera hacer algo que no pudiera perdonarle. Lo necesitaba, lo amaba, y tomaría lo que él era capaz de darle, y rezaba que llegara el momento de que él fuera libre para darle más.
Sus brazos se cerraron alrededor de ella en un abrazo que le aplastaba los huesos. Kiara se aferró a él, deseando que pudieran quedarse así para siempre, con el corazón roto porque sabía que no podían.
Nykyrian la levantó y la llevó de vuelta hacia arriba. Kiara apoyó la cabeza contra su hombro.
—Te amo —le susurró, sabiendo que él no le respondería. En su lugar, la besó profundamente, con más pasión de la que ella hubiera experimentado alguna vez.
Nykyrian la echó sobre la cama. Kiara le dio la bienvenida a la percepción de sus manos fuertes y exploradoras, mientras la tocaban con una brillante y aguda melodía, a través de su hormigueante carne. Sus labios se arrastraron a lo largo de sus brazos, la cima de sus pechos, encantándola con la construcción de olas eróticas que cayeron sobre ella, haciéndole latir su cuerpo.
Ella lo deseaba. Recorrió con sus manos la parte inferior de su cuerpo, le quitó la ropa, besando cada parte de su fuerte y bronceada piel, que desnudaba. Su suave y firme piel se movía debajo de sus labios mientras ella pellizcaba su carne salada, deseando poder perderse en él para siempre.
Le pasó la lengua por el hueso de su cadera y él se estremeció debajo de ella con un gemido feroz. Una sonrisa se dibujó en sus labios, mientras continuaba succionando la piel sobre su hueso sensible. Su respiración áspera, la hizo estremecer. Él extendió las manos hacia abajo y la atrajo hasta sus labios, donde la besó con ferocidad, su lengua bailaba en sus labios, en su garganta.
Nykyrian le sacó la bata por encima de la cabeza. Sus manos regresaron para jugar sobre sus pechos, su toque la hacía arder con fuerzas refrenadas. Sus ojos brillaban calurosamente mientras la miraba con fijeza. Kiara pensó que él quería decirle algo, pero en su lugar, enterró la cabeza debajo de su cuello y le mordió la garganta, haciendo que olas de escalofríos la recorrieran.
Su cuerpo palpitaba por él, dolía por él. Ella recorrió con sus manos las cicatrices de su espalda, deseando poder penetrar las cicatrices de su mente hasta que admitiera que ella significaba algo para él, que la amaba. Su garganta se apretó de dolor. Incluso si él la amaba, ambos sabían que tenía que dejarla ir.
Desesperada por desterrar la realidad de su vida, puso sus labios sobre los suyos y le instó para que aliviara el único dolor de su cuerpo que él podía. Jadeó cuando se deslizó dentro de ella, manteniéndolo aferrado, disfrutando del poco tiempo que tenían.
Hicieron el amor lentamente, mientras el sol se apagaba en el pequeño planeta aislado. Kiara disfrutaba del placer de sentir su fuerza dentro y fuera de ella.
Le tocó la cara, intentando memorizar cada una de sus perfectas líneas. Lo aferró fuertemente cuando encontró su liberación física. Nykyrian se le unió. Sus brazos se apretaron alrededor de sus costillas, al punto que ella no podía respirar, pero en ese momento, realmente no quería hacerlo.
Él se apartó un poco de ella y abrió la boca para hablar. Kiara esperó, deseando que fueran las palabras que tanto anhelaba escuchar de él.
El silbido del intercomunicador rompió el silencio.
—¡Nykyrian!
Él frunció el ceño antes de alcanzar el intercomunicador que estaba en la mesa al lado de la cama.
—¿Caillen? ¿Cómo demonios encontraste uno de nuestros intercomunicadores?
—Encontré este en la casa de Shahara junto con el contrato firmado por ella para acabar con tu vida y la de Rachol. No la he visto a ella, ni a Rachol, ni a Kasen en semanas. Vine por aquí para ver si me encontraba con Shahara, y encontré todo esto. ¿Qué demonios está pasando?
Kiara estudió el ceño de Nykyrian.
—¿Crees que Rachol está vivo? —preguntó ella.
Él se encogió de hombros.
—¿Dónde estás?
—En el apartamento de Shahara.
—¿No hay nada más de Rachol allí?
Se escuchó un largo silencio. El cuerpo de Nykyrian se tensó bajo sus manos.
—Sí. Tengo su chaqueta de vuelo. No crees que Shahara lo haya herido, ¿verdad?
Nykyrian apretó los dientes y miró a Kiara.
—Como voy a saberlo, ella es tú hermana.
—Si ella lo hubiera matado, no hubiera tomado estos trofeos. Esa no es su costumbre. Ellos tienen que estar juntos.
Nykyrian suspiró, no sabía si era de alivio o frustración, Kiara no podía decirlo.
—Voy a ir a un lugar en el que necesito estar unas horas. Por qué no te encuentras con Jayne más o menos a las diez y tratan de descifrar todo este enredo.
—Bien. Seguiré tratando de hacer contacto con Shahara y Kasen hasta entonces.
Nykyrian echó el intercomunicador a un lado y se pasó las manos por la cara.
—Esto solo se está poniendo peor —masculló.
Kiara frunció el ceño.
—No eran buenas noticias, ¿verdad? —le preguntó, mientras le apartaba el cabello del rostro.
—Rachol está vivo.
Nykyrian suspiró.
—Quién sabe lo que eso significa.
Kiara agarró la almohada de la cama y se la tiró en la cabeza.
—¡Ilumínate!
Él la miró fijamente un poco amenazador.
—Te lo merecías —dijo ella defensivamente—. Si vuelves a decirme algo negativo, ¡te pegaré fuertemente de nuevo!
Una esquina de su boca se levantó. Antes de que ella pudiera deducir lo que eso significaba, él la bajó a la cama y le hizo cosquillas.
Kiara se rió, le dolían los costados.
—¡Basta! —dijo ella, intentando salirse de debajo de él.
Él dejó de hacerle cosquillas. Su respiración cayó contra su mejilla, apretando su cuerpo desnudo contra el suyo.
—No se como voy a dejarte ir —susurró él, tristemente.
—Entonces, no lo hagas —dijo ella, mientras jugaba con su pelo rubio, que caía como una cascada sobre sus hombros—. No tienes que hacerlo.
Sus ojos se apagaron.
—Ambos sabemos que eso es imposible.
Kiara trazó la línea de sus labios.
—Apuesto a que si alguien te hubiera dicho hace seis meses que sonreirías para mí, tú habrías dicho lo mismo.
Nykyrian se movió para apartarse, pero Kiara envolvió sus brazos y piernas alrededor de él, manteniéndolo cerca de ella.
—Yo no puedo separarme de ti. Tengo el presentimiento de que la gente te ha hecho eso toda la vida. Pienso luchar por ti, Nykyrian. Moriré por ti si tengo que hacerlo.
—Eso es lo que temo —dijo él casi murmurando y se liberó de su abrazo.
Kiara se quedó allí, mientras lo escuchaba entrar al baño. Su corazón latía con un ritmo doloroso en su pecho. Siempre había pensado que el amor supuestamente era cosa fácil. Por qué nadie le dijo que el amor no respondía a todos los problemas de la vida, sino que solo creaba más.
Poniéndose de lado, lo escuchó entrar en la ducha. Tenía que haber alguna manera de que ellos pudieran estar juntos. Se juró encontrarla, de cualquier manera.

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