sábado, 25 de febrero de 2012

DW cap 13

DELPHINE POSÓ LA MANO EN LA CARA DE JERICHO, dejando que su bigote le
acariciara la palma de la mano, mientras que con el pulgar acariciaba sus labios.
—¿Tienes idea de cuánto significas para mí?
Jericho tragó ante la pregunta. Esperaba que la respuesta expresara al menos lo que
sentía por ella. De lo contrario todo se iría a la mierda.
—No.
Ella cogió sus manos entre las suyas.
—Más de lo que cualquier palabra pueda expresar.
Esas silabas seguían sonando en sus oídos cuando ella utilizó sus poderes para disolver
sus ropas. Totalmente desnuda, le llevó su mano al pecho.
—Hazme el amor, Jericho. Muéstrame lo que puedo experimentar con todas mis
emociones intactas.
Su cuerpo entero reaccionó inmediatamente a su petición mientras que su voz interior
gritaba de satisfacción.
—¿Estás segura?
—Absolutamente.
Hizo desaparecer también sus ropas, antes incluso de que él tuviera una ocasión de
pensar en ello.
Jericho se dejó caer sobre la cama con ella fuertemente recogida en sus brazos. ¡Ah! La
sensación del terciopelo de su piel contra la suya…
Sí él muriera ahora mismo, no podía pensar en una despedida mejor.
Sus labios se encontraron mientras él inhalaba el cálido aroma de su cuerpo. Había
pasado una eternidad solo. Pero de alguna manera, tocarla aliviaba su pasado. Era como si
la conociera desde siempre. Como si no pudiera imaginarse un mundo sin ella.
No quería alejarse de ella nunca. Si pudiera tener al menos ese sueño.
Delphine tembló ante su dureza cuando se presionó contra ella. Tenía el cuerpo
marcado con músculos tensos. Duros y suaves. Le sentía tan increíblemente bien encima
de ella. Se deleitó pasándole las manos por la espalda hasta la delgada cintura y las prietas
caderas. Aunque era mucho más grande que ella, encajaban perfectamente, su pelo blanco
y suave le caía sobre la cara.
Hundió las manos en su cabello, echándole hacia atrás mientras sus lenguas bailaban.
Estaba tan hambriento de sus besos que casi temió que la devorara. Cerró las piernas sobre
sus caderas, acunándole con su cuerpo. Sintió que los escalofríos la recorrían cuando él
dejó un rastro caliente de besos desde el cuello hasta la oreja.
Delphine jadeó ante la sensación de su lengua trazando espirales en el lóbulo de la
oreja. Debería sentirse vulnerable y expuesta, pero no. Todo lo que podía sentir era a
Jericho. Quería poseerle y quedarse con él para siempre.
Su amor por él quemaba su corazón al rojo vivo, extendiéndose a cada centímetro de su
cuerpo. Sólo ella conocía esa faceta suya. Sólo ella veía esa parte de él que era amable y
generosa.
Para el resto del mundo era brutal, pero para ella era dócil y dulce.
Casi se rió ante la idea de que era dulce. Pero era cierto. En lo que a ella concernía, lo
era. Y la hacía preguntarse cómo sería con un hijo propio.
Podía imaginárselo perfectamente.
Quería ser la que le diera ese legado y la paz. Abrazarle fuerte, lejos del mundo que
pudiera perjudicarle. No quería que luchara más. Había tenido más que suficiente. Quería
mostrarle un mundo de confianza y amabilidad. Un mundo en el que nadie le dañara o
traicionara. Otra vez.
—Quédate conmigo, Jericho —le susurró al oído.
—Mientras me abraces así, no voy a ir a ninguna parte.
Sonrió ante las roncas palabras. Su tono la emocionó tan profundamente que tocó su
corazón.
—Siempre estarás a salvo conmigo.
Jericho aspiró ante su declaración y promesa. Nunca creyó en esas tonterías, pero un
profunda parte de él quería creer. La parte que caminaría por los fuegos del infierno
solamente para tocar su mejilla.
A pesar de su armadura, ella se abrió camino hasta su alma. Estaba perdido. No había
esperanza para él. Todo lo que podía hacer era esperar que ella mantuviera su promesa.
Confiar en que no fuera otra persona en la que no hubiera debido confiar nunca.
No me hagas daño, Delphine. La silenciosa petición se atascó en su garganta, provocándole
dolor aunque su toque lo mitigaba.
Sus manos se deslizaban por la piel casi sin rozarle, provocándole y deleitándole. Hacía
tanto tiempo que no le mimaban así.
No. Nadie lo había hecho nunca. Por primera vez, estaba en brazos de alguien que se
preocupaba por él. No en los de una diosa empeñada en poner celosos a sus otros
amantes. O los de una ninfa que quería echar un polvo.
Por encima de todo, estaba el sentimiento de que le importaba a alguien. Alguien que
significaba algo más que un rápido revolcón.
Delphine tocaba algo más que su cuerpo. Tocaba su corazón y su alma. Y moriría para
protegerla.
¿Por qué no? Ya he vendido mi libertad por ella.
Dos veces.
Debería estar más que enfadado. Pero no lo estaba. La idea de que ahora estaba a salvo
era suficiente para él.
No dirás eso cuando Zeus te esté torturando.
La verdad es que sí. El recuerdo de este momento mitigaría el castigo de Zeus y nunca
se lamentaría. Lo sabía. Su propia vida ya no le importaba tanto como la de ella.
Ella era su vida y la estaba protegiendo, entregando su libertad. La verdad, era un
precio pequeño y estaba contento de pagarlo.
Echándose hacia atrás, la miró a la cara. Trazó la línea de su mejilla mientras sus ojos no
abandonaban los suyos.
—Eres tan hermosa.
Alargó la mano y tocó el parche del ojo antes de quitárselo y dejarlo caer al suelo.
Siempre se había sentido cohibido por la cicatriz y el ojo blanco, pero con ella no. Quería
que le viera tal cual era.
Y le veía con todas sus faltas y sus fortalezas y no la importaba.
Sonriendo tan dulcemente que hizo que se le parara la respiración, le puso las manos
suaves sobre las mejillas. Doblando la cabeza, la beso el interior de la muñeca.
—Siento mucho lo que te hizo Zeus.
—No pasa nada. Mereció la pena.
Una parte de él quería contarle el motivo de sentirlo así, porque había sido por ella.
Pero la otra parte no quería destrozar los recuerdos de su niñez. ¿Qué ganaría con decirle
que se había salvado gracias a él?
No le ayudaría. Contarle lo ocurrido sólo serviría para que ella lo amara por lo que
había hecho tiempo atrás. Y no quería eso.
Quería lo que estaban compartiendo ahora. No por gratitud o deber. Deseaba su amor
sincero.
No puedo creer lo que estás pensando. Más aún, no podía creer que quisiera su amor o el de
cualquier otra. Era un dios de odio y fuerza. Siempre había despreciado todas las
emociones sensibleras. Se burlaba de cualquiera que se comportaba como un idiota por
algo tan transitorio como el amor.
Sin embargo, tal y como estaba aquí, desnudo con ella, no había nada dentro de él,
salvo una suave paz que no quería que terminara nunca. Ella le conocía. Le había visto en
sus peores momentos y aún así le había curado con gentileza y amabilidad, sin rendirse.
Ella era su mejor parte y lo sabía.
Nunca en toda su existencia había suplicado a nadie por nada. Pero por ella, sacrificaría
alegremente su dignidad y su vida.
Algo que entregarás tan pronto como Zeus te ponga las manos encima. Pero estaba bien. Podía
vivir con ello.
—¿En qué piensas? —preguntó—. Pareces tan triste.
Le besó la ceja.
—Sólo que me gustaría poder permanecer así para siempre. Que no tuviéramos que
salir de esta cama.
—Sería bonito, ¿verdad?
Jericho asintió antes de arrastrarla, colocándola sobre él para tantear sus pechos con las
manos. Aunque de pequeño tamaño, eran los más perfectos que hubiera visto nunca.
Delphine se quedó sin aliento cuando Jericho se incorporó para lamer su pecho derecho.
Cada pasada de su lengua provocaba una contracción en su estómago. Estaba ardiendo, le
deseaba con una locura que apenas entendía. Era como si tuviera un vacío dentro que sólo
él pudiera llenar y hasta que no lo hiciera, iba a sufrir por ello.
Le sujetó la cabeza entre las manos mientras la lamía. Su dura erección presionaba
contra su vientre. Deseaba tener más experiencia para saber cómo complacerle. Que
hiciera que esto fuera especial.
—¿Qué puedo hacer por ti?
La miró con el ceño fruncido.
—¿Qué?
—Quiero darte placer. Pero no sé cómo.
Su sonrisa la tocó muy hondo.
—Nena, soy feliz sólo con saborearte. Pero… —La tomó de la mano y la enseñó cómo
cogérsela.
El gruñido de placer la hizo sonreír. Al menos hasta que le apretó demasiado fuerte y
siseó.
—Suavemente, amor, suavemente.
—Lo siento.
Jericho se rió por su tono compungido. Le encantaba que se preocupara tanto por él y
su placer. Sobre todo, quería bañarse en su aroma hasta que lo tuviera grabado en los
sentidos. Hasta que estuviera cubierto de ella.
La puso de espaldas otra vez sobre la cama y se echó hacia atrás para mirarla a la tenue
luz. Su piel pálida era preciosa y sus piernas ligeramente separadas eran una abierta
invitación. La amaría tan a fondo que jamás olvidaría este momento.
Zeus le podría poner las cadenas en cualquier momento. Pero antes de irse, quería
llevarse consigo este recuerdo. Ella sería el único bálsamo que conocería nunca.
Delphine estaba asombrada por la ferocidad de su beso cuando volvió a sus labios. Pero
no se detuvo ahí. Se movió por su cuerpo despacio, a fondo, besando y lamiendo cada
centímetro. Desde la garganta hasta los pechos y después más abajo hasta las caderas. Se
abrió camino por las piernas hasta los dedos de los pies. Chillando de placer, tuvo que
esforzarse para no darle una patada cuando chupó cada uno de los dedos.
Pero su verdadero placer comenzó cuando él se colocó entre sus piernas para probar la
parte que más le ansiaba. La levantó de las caderas mientras su lengua hurgaba
profundamente dentro de ella.
Delphine no podía respirar por la intensidad del calor que la recorría el cuerpo. Enterró
la mano en su pelo mientras la saboreaba a fondo.
—Córrete para mí, Delphine —gruñó—. Déjame probar tu placer.
Pero no cedió hasta que él hundió los dedos en su interior. En el momento en que lo
hizo, se liberó con un grito cuando las ondas del éxtasis recorrieron su cuerpo.
Jericho sonrió ante el sonido de su orgasmo. Al fin llegaba el momento que más
deseaba. Su cuerpo todavía se convulsionaba cuando se colocó sobre ella y la penetró.
Delphine jadeó cuando sintió la repentina plenitud dentro de su cuerpo. Ante la
sensación de Jericho entero y duro. Nunca en la vida hubiera imaginado lo bien que se
sentiría. Y cuando empezó a mecerse lentamente contra ella, verdaderamente pensó que
iba a morirse de gusto.
Se sujetó sobre un brazo para mirarla.
—¿Estás bien?
Ella envolvió sus piernas alrededor de sus caderas, para introducirlo más
profundamente.
—Absolutamente. No podría estar mejor.
Su sonrisa hizo que la palpitara el corazón. Le puso la mano en la mejilla marcada de
cicatrices, mirando sus ojos de dos colores mientras veía el placer pasar por su cara. Se
introdujo más profundo en su interior y después se paró. Cogiéndola en los brazos, se dio
la vuelta y la puso encima de él.
Ella jadeó cuando la levantó por las caderas.
—Cabálgame, Delphine. Quiero mirarte cuando te dé placer.
Se sentía insegura, tímida al principio, le daba miedo hacerle daño de alguna forma.
Pero cuando se movió y él gruñó tiernamente, se volvió más audaz. La verdad era que le
encantaba poder mirarle desde arriba. Ver la forma en que se movían los músculos de su
abdomen.
Con las miradas entrelazadas, él se aproximó hasta donde sus cuerpos se unían. Ella no
tenía ni idea de lo que pretendía hacer hasta que acarició su clítoris.
En el momento en que la tocó, saltó de placer.
—¡Ay, dios mío!
Él sonrió otra vez.
—Te gusta eso, ¿verdad?
Incapaz de hablar, asintió.
Jericho se rió mientras la acariciaba al ritmo de sus embestidas. Le encantaba mirarla
cuando se mordía el labio mientras aceleraba sus caricias. Él quería correrse de tan mala
manera que podía degustarlo, pero no quería que esto se terminara. Quería quedarse en su
interior para siempre.
¿Por qué el sexo tenía que ser tan corto?
Apretó los dientes, tratando de retardar el clímax, pero cuando ella encontró su propia
liberación estando él en su interior, fue incapaz de conseguirlo. Echando la cabeza hacia
atrás, rugió por la ferocidad de su orgasmo.
Joder…
Se introdujo en su interior tan profundo como pudo mientras su cuerpo estallaba de
placer. ¡Ah, sí! Valía todo un infierno y más. Y vendería su alma al postor más bajo si
pudiera quedarse así con ella para siempre.
Maldito seas, Zeus. Pero se había hecho su propia cama y ahora tenía que dormir en ella.
Por Delphine. No debía perder de vista nunca el motivo de haber hecho el pacto. Era
por ella y sólo por ella…
Había tenido razón. A veces la gente hace cosas por los demás sin esperar nada a
cambio.
El amor era real y lo sentía en cada parte de sí mismo. Lo único que necesitaba era saber
que ella era feliz y con eso tenía suficiente.
Soy un tonto de la peor clase.
Pero incluso con la conciencia gritándole, no podía arrepentirse de lo que había hecho.
Esto era exactamente lo que ella había intentado explicarle, y no lo entendió hasta que
finalmente lo había experimentado.
Su madre estaba equivocada. El odio no era el sentimiento más fuerte. Lo que sentía por
Delphine le daba más valor y más determinación que todo el odio que le había
corrompido. Esta era la razón de vivir.
No por venganza y definitivamente no por odio.
Vivía por su amor.
Suspirando, Delphine se dejó caer sobre él. Posó la cabeza sobre su pecho para poder
oír latir su corazón mientras su cuerpo se calmaba. La rodeó con los brazos haciéndola
sentirse protegida y, tan exagerado como era, amada. No se hacía ilusiones en lo que a él
concernía.
Pensaba que el amor era una debilidad que debía evitar. Si pudiera hacerle comprender
lo que sentía por él.
Pero no iba a ser así. Sólo podía soñar que Jericho la amaba como se habían amado sus
padres. Incluso en estos momentos, recordaba cómo había llorado su madre cuando su
padre murió.
Tenía trece años cuando su padre cogió una infección. Sufrió durante semanas mientras
su madre hacía todo lo que podía para curarle.
Se había ido en medio de la noche. Su madre la despertó con los gritos de angustia a
primeras horas de la mañana. Se había necesitado la fuerza de tres hombres para
despegarla del cuerpo de su padre, y no hubo consuelo para ella.
Su madre sólo había vivido seis meses más antes de sucumbir a la misma enfermedad.
Al menos eso es lo que dijeron a Delphine. Pero ella sabía la verdad. No pudo seguir
viviendo sin su padre, se había dejado morir. Delphine fue incapaz de hacer algo que
alegrara a su madre.
”Algún día encontrarás el amor, hija. Y lo comprenderás. Sólo espero que cuando te llegue, seáis
capaces de envejecer y vivir décadas juntos.” Aquellas fueron las últimas palabras que le dijo
su madre.
Arik la había traído aquí tres días después.
Desde el día en que llegó a la Isla Desaparecida, Delphine había dejado de intentar
comprender lo que su madre, tan desesperadamente, había querido explicarle.
Y cuando al final había llegado, se encontraba en el más inverosímil de los sitios. En
brazos de un dios del odio…
¿Quién lo hubiera imaginado?
Apoyó la cabeza en la mano para mirar sus hermosos ojos.
—Ha sido increíble.
Él se rió suavemente mientras pasaba los dedos por su pelo enredado.
—Estoy bastante seguro de que me has roto.
Se incorporó bruscamente, preocupada por lo que había dicho.
—¿Qué? ¿Te he hecho daño?
—No. Es sólo que estoy demasiado contento para moverme.
Le devolvió la sonrisa.
—Te equivocas.
Jericho la encerró en sus brazos y la abrazó fuerte contra él hasta que protestó. Nunca
en su vida se había sentido así por otro ser.
Sin ira. Sin dolor.
Sólo ella.
Por lo menos hasta que un estrépito agudo se oyó al otro lado de la puerta. Podía oír
voces airadas y algo que sonó como a cristales rotos.
La ira destruyó su paz tan duramente ganada.
—Debería haber supuesto que era demasiado pronto para sentirme satisfecho —se
quejó mientras se vestía.
—Esperemos, por lo menos, que no sean gallu.
La miró con el ceño fruncido. El tono de su voz decía que era la peor cosa que podía
imaginar.
—¿Por qué? No son todos malos, apestosos, inmundicia, con necesidad-de-matar a
cualquier tipo que encuentres en tu camino.
—Justo lo que yo pensaba. —Se vistió y se puso junto a él al lado de la cama.
Jericho la cogió de la mano y la condujo a través de la habitación, asegurándose de
mantenerse entre ella y la posible amenaza a la que se dirigían.
Cuando llegaron al vestíbulo, tres Oneroi sujetaban a Zeth mientras M’Adoc se sacudía
la ropa. Parecía que Zeth le había atacado.
Aunque por lo menos, M’Adoc parecía estar mejor. Algunos de los cardenales se habían
curado y no estaba tan pálido como antes.
—Quiero su corazón en mi puño —gruñó Zeth.
M’Adoc le lanzó una tranquila mirada.
—Como todos. Pero, por ahora, estamos bloqueados para llegar a Azmodea. Lo mejor
que podemos hacer es prepararnos para luchar hasta que encontremos una forma de
entrar.
Zeth se debatió contra los hombres que le sujetaban. Dejó escapar un grito de batalla
que resonó alrededor de todos ellos.
—Tranquilo, tigre —dijo Jericho, soltando a Delphine para unirse al pequeño grupo—.
No quiero esa mierda resonando en mis oídos. Si lo vuelves hacer, tendrás un problema
peor que Noir. Seré yo el que te patee el culo.
Zeth se sacudió de los otros. Se enderezó y le echó una mirada de complicidad a Jericho.
—Te recuerdo. Intentaste hablar conmigo cuando estaba bajo los efectos de las drogas.
Jericho inclinó la cabeza.
—No estabas en condiciones. —Miró a los Skoti y los Oneroi que le rodeaban… y
recordó un tiempo en que los dos grupos se habían relacionado—. Tíos, ¿ya estáis bien?
M’Adoc se encogió de hombros.
—Depende. Ahora que volvemos a tener sentimientos, algunos sienten rencor y
resentimiento —miró significativamente a Zeth—. Mientras que otros sólo quieren matar
porque no pueden controlar su ira.
—A mí me suena a un paseo por el parque normal y corriente —se burló Jericho.
M’Adoc se rió sarcásticamente.
—Estamos intentando reestructurar nuestras obligaciones y algunos de nosotros
estamos en desacuerdo sobre quienes deben ser los nuevos líderes.
Zeth frunció los labios.
—Los Skoti necesitan su propio representante. No confiamos en vosotros, gilipollas.
Han sido demasiados siglos matándonos y persiguiéndonos.
M’Adoc gruñó profundamente.
—¿Perdona? Fuisteis vosotros los que nos provocasteis. Ninguno de vosotros sabe
comportarse y estáis a un paso de traer la ira de Zeus sobre todos nosotros. Siendo uno de
los primero a los que torturó puedo deciros que nosotros fuimos más amables de lo que él
fue con nosotros.
Zeth puso los ojos en blanco.
—Lo que tú digas.
Jericho miró de soslayo a Delphine, que parecía tan desconcertada como él por la
discusión. Sin mencionar que estaba resentido de verdad porque le hubieran arrancado de
sus brazos por algo tan estúpido. Tenían suerte de que se sintiera un poquito dulce en
estos momentos.
Delphine miraba la reunión de Oneroi y Skoti.
—Parece que todos tenéis la cabeza más clara. ¿Qué más habéis decidido?
M’Adoc señaló a varios de los Oneroi que le rodeaban.
—Nos vamos a deshacer de la nomenclatura que Zeus nos forzó a adoptar.
Jericho se burló.
—¿La qué?
—La M, la V, la D y los apóstrofes de nuestros nombres. Zeus nos los impuso como
castigo y para despojarnos de nuestra individualidad. Nuestros verdaderos nombres
fueron prohibidos y utilizó las letras sólo para humillarnos recordándonos que éramos sus
obedientes siervos y no entidades libres.
Los ojos azules de Zeth brillaron de odio.
—Cada letra designaba una tarea que se suponía debíamos llevar a cabo. Los de la M
eran los que hacían de policía de los Oneroi y los Skoti, básicamente los narcos del grupo.
Los de la V ayudaban a los humanos mientras soñaban y los de la D ayudaban a los dioses
y a los Dark-Hunter. Por eso, una de las primeras cosas que los Skoti hicieron cuando se
rebelaron fue volver a los nombres que les pusieron cuando nacieron. En casi todos los
casos. Hubo algunos como V’Aidan, que no lo hicieron. Pero siempre he pensado que era
un idiota.
M´Adoc le lanzó una mirada a Zeth.
—Y ahora somos una fuerza unida. ¿Verdad, Zeth?
—Que te den, cabrón.
El Oneroi que estaba a sus espaldas le dio un cogotazo. Zeth giró para atacar, pero no
había dado ni un paso cuando M´Adoc le agarró con una llave al cuello.
—No agotes mi paciencia, Zeth. Es peligrosamente escasa —con un profundo suspiro
miró de nuevo a Jericho—. Realmente hace que te preguntes como logra Ash manejar a los
Dark-Hunter, ¿no?
Jericho se rió.
—Entonces, ¿cómo te llamo?
Liberó a Zeth, que gruñó, pero lo pensó mejor antes de atacarle otra vez.
—Me quedo con Madoc. Me recordará porqué no podemos dejar que Zeus o cualquier
otro vuelva a subyugarnos.
—Eso puedo respetarlo. Y creo que sé cómo maneja Ash a su gente.
Jericho sacó el látigo que le había dado Azura y se lo tendió a Madoc.
Y al hacerlo, le vino una idea a la cabeza.
—Hijo de… Sé cómo podemos entrar en Azmodea.
Los ojos de Madoc se iluminaron con la misma excitación que sentía.
—¿Cómo?
—¡Asmodeus! —gritó, convocando al demonio.
El demonio apareció al instante.
—¿Has llamado, Maestro Me… Bueno, ya no eres el Maestro Menor, ¿no? ¿Cómo tengo
que llamarte?
Jericho entrecerró los ojos, amenazador.
—Piensa en un término educado, demonio.
Asmodeus abrió mucho los ojos.
—Entonces serás Señor Maestro. ¿En qué puedo servirte?
—Haznos entrar en Azmodea.
El demonio escupió con incredulidad.
—¿Por qué, en nombre de los pies malolientes, querríais volver allí? ¿Qué ganaríais con
eso?
—Necesitamos sacar a Jaden.
—No podéis.
Jericho se volvió cuando Jared se acercó. Debía haberse teletransportado justo después
del demonio. Todavía estaba vestido de negro y parecía sorprendentemente fresco e ileso a
pesar de la lucha que habían tenido.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Jericho.
Los inquietantes ojos de Jared estaban tristes.
—Jaden se ha puesto a su servicio voluntariamente. Sacadle de allí sin su permiso y
morirá. Creedme, le habría sacado de allí si hubiera podido.
Delphine suspiró. Esto se estaba poniendo feo. Gracias a Zeus no podían enviar a
Jericho y ahora tampoco podían utilizar a Jaden.
—Entonces, ¿cómo detenemos a Noir y a Azura si no podemos contar con Jaden?
—Debéis usar a Cam y a Rezar. Sólo ellos tienen el poder para aprisionar a Noir y
Azura.
Delphine miró alrededor, agradecida al comprobar que no era la única que pensaba que
a Jared se le había ido la olla.
—¿A quién?
Jericho contestó con tono frío, muerto.
—Los dioses primigenios del sol y el fuego. Se dice que son los más poderosos dioses de
la creación.
Jared inclinó la cabeza ante él.
—Exactamente. Sólo ellos tienen el poder de anular a Azura y Noir.
Aire y oscuridad. Sólo podían ser extinguidos por el sol y el fuego.
Eso al menos, le dio un poco de esperanzas a Delphine.
—¿Dónde están?
Jared se encogió de hombros.
—Nadie lo sabe. Después de la primera guerra, ellos, disgustados por lo que habían
visto de los dioses y la humanidad, se retiraron a la clandestinidad.
Jericho maldijo de mala manera.
—Me estás tomando el pelo.
Jared negó con la cabeza.
—La única persona que puede encontrarlos o incluso identificarlos es Jaden. O Noir y
Azura. Puesto que estoy relativamente seguro de que ellos no van a querer encontrarlos,
no apostaría a que esos dos quieran ayudarnos.
Jericho soltó un suspiro agitado.
—Así que no hay manera de derrotarlos completamente.
—Son dioses, Jericho. Ya has luchado en la guerra. ¿Cuántos siglos habéis luchado tú y
los Olímpicos? La derrota de un dios no es fácil. La mejor manera de hacerlo es con
trampa, y con mucha cautela, y puesto que lo saben están en guardia…
—¿Entonces qué hacemos? —preguntó Madoc.
—Tenéis que anular la amenaza gallu. Proteged a los humanos y esperar que el
Malachai desarrolle sus poderes. Y rezar todo el tiempo para que no se una a Noir. —Jared
miró a los Oneroi reunidos—. Y mantenerlos fuera de nuestros sueños. Estoy seguro de
que los gallu atacarán por ese frente. El plan de Zarek es la mejor opción. Recuperar,
neutralizar o matar a cada olímpico que está con ellos. Sin mostrarles misericordia.
Zeth frunció el ceño.
—Pero dices que no podemos ganar.
—No, no podemos. De momento. No será esta semana, ni este año. Y definitivamente
no será hoy. Pero si reunimos el equipo adecuado y no cometemos errores, podemos
derrotarles y ponerlos en un sitio donde nunca sean capaces de volver a hacerle daño a
otra persona o a otro dios.
Delphine tragó con fuerza ante la funesta profecía.
—¿Y si fallamos?
Madoc suspiró.
—Ser humano es una mierda.
—Es más mierda ser nosotros —dijo Zeth con tono hosco.
Jared asintió.
—No me puedo creer que haya sido tan estúpido como para creer en Noir. Pasar al lado
oscuro. Tenemos galletitas —refunfuñó Zeth.
Jericho le dio una palmada en la espalda.
—No seas tan duro contigo mismo. No fueron las galletas lo que te tentaron.
»No. Cuando se te niegan las necesidades básicas, estás dispuesto a hacer cualquier
cosa para conseguirlas. —Jericho buscó la mirada de Delphine—. Créeme, lo sé y casi
cometí el mismo error que tú. El Mal es seductor. Es lo que hace que los dos sean tan
peligrosos.«
—No —dijo Jared con tono serio—. Es nuestra disposición a creer sus mentiras y a ver
lo que queremos ver lo que los hace tan peligrosos. Aunque lo sepamos, nos mentimos a
nosotros mismos y ahí es donde está la traición.
Zeth asintió.
—Como dijo el poeta: “Sé fiel a ti mismo”.
Todos le miraron atónitos.
—¿Qué? —preguntó con aire ofendido—. ¿Pensáis que un Skotos no puede ser
aficionado a la lectura? Se da la casualidad de que me encanta Shakespeare. Hamlet es uno
de mis favoritos.
Jericho se burló.
—No lo tocaría ni con pinzas y ni con una máscara de gas —se giró hacia Madoc—.
¿Qué otros cambios habéis acordado, tíos?
Madoc señaló a Zeth y a él mismo.
—No sabemos si D’Alerian vive o no. Espero que sí, pero hasta que no lo sepamos con
certeza, necesitamos a alguien para dirigir a los Oneroi para ayudarles a adaptarse a lo que
está pasando —sus ojos se entristecieron, y dudó antes de hablar de nuevo—. M’Ordant
está muerto, y nuestra jerarquía está en ruinas. Por mucho que me duela admitirlo, creo
que es correcto que Zeth sea el comandante que los ayude. Ha sido el líder Skoti durante
mucho tiempo y tienden a escucharlo.
—Para dejarlo claro, yo era la tercera opción después de Solin y Xypher —se mofó Zeth.
Madoc le lanzó una mirada que no era nada divertida.
—Y considerándolo todo, probablemente seas el más sensato. Xypher es más demonio
que Skotos y Solin… sólo se interesaría en observar y ayudar a nuestras mujeres.
Deimos soltó una breve carcajada mostrando su conformidad.
—Phobos y yo todavía estamos al mando de los Dolophoni. Nada ha cambiado, excepto
que ahora ayudaremos más a los Oneroi que lo hacíamos en el pasado.
A Jericho todo le parecía genial, excepto por un pequeño detalle.
—¿Le habéis informado a Zeus de todo esto?
Madoc negó con la cabeza.
—Todavía no, pero no creo que se oponga. En tanto mantenga limpios sus sueños,
estará de acuerdo.
Zeth no parecía tan convencido.
—¿Y si nos vuelve a quitar las emociones?
—No lo hará —dijo Jericho totalmente convencido.
Aunque Zeth seguía escéptico.
—¿Cómo estás tan seguro?
Jericho no tenía intención de hacerles saber su acuerdo con el cabrón. No necesitan
saber que se había rebajado para beneficiarles.
—Puse una salvaguardia. Si rompe su palabra, no le va a ir muy bien.
Asmodeus frunció el entrecejo mientras giraba la cabeza a derecha e izquierda para
observar al grupo.
—Entonces, ¿Dónde encaja mi calidad de demonio?
Deimos le pasó un brazo por el hombro.
—Consejero técnico. Puesto que conoces tan bien a nuestros enemigos, vamos a
escarbar en tu cabeza.
Asmodeus abrió los ojos como platos.
—Os diré todo lo que queráis saber. No hay ninguna necesidad de torturarme.
Deimos miró a su alrededor y su cara era una máscara de incomprensión.
—¿Eh?
Delphine se rió antes de explicárselo.
—Escarbar en tu cabeza es una expresión idiomática, Asmodeus. Significa que vas a
tener que contarnos cosas. No vamos a hurgarte la cabeza realmente.
Dejó escapar un largo suspiro de alivio.
—¡Ah, gracias a la Fuente! No puedo soportar que me abran el cráneo. Duele de verdad.
Deimos se apretó la cara en solidaridad.
—Me alegro de no ser un demonio.
Asmodeus volvía a parecer ansioso.
—¿Por dónde empezamos?
Madoc miró a Jericho y a Deimos.
—Con Azura y Noir. Tenemos que atacarlos y debilitarlos. Mientras los mantengamos
defendiéndose no serán capaces de tramar nada. Cuanto más utilicemos a nuestros
Oneroi, mejor. Tendrán que dormir en algún momento.
—Yo puedo ayudar —se ofreció Jared—. Siempre que mi dama lo permita. A propósito
—miró a Jericho—, no les permitáis nunca que se hagan con el medallón de Jaden.
—¿Por qué?
—Cuando se coloca sobre el corazón de un dios, lo deja sin poderes.
Jericho lo miró boquiabierto y se le ocurrió una idea.
—¿Lo podemos usar con Noir?
—Estoy bastante seguro que esa es la razón de que quiera a Jaden.
—¿Entonces, por qué no lo usa? —preguntó Zeth.
Jared le miró irónicamente.
—¿Has intentado alguna vez poner algo alrededor de la garganta de un dios que te
odia? No es tan fácil. Estoy seguro de que si fuera tan sencillo, Jaden ya lo habría hecho.
—Vale, buen punto, pero…
—Necesitamos ese amuleto —terminó Jericho.
Jared asintió.
—Pero una vez que Zephyra sepa que no lo tenéis, me va a convocar.
—Puede que sí y puede que no. Puede que seamos capaces de volver a negociar con
ella.
Jared se burló.
—Negociar con ella no es tan fácil. La mayoría de las veces implica derramamiento de
sangre. Y quiero decir la mía.
—¿Delphine?
Delphine frunció el ceño al ver a una mujer Oneroi llamándola desde el otro lado de la
habitación.
—¿La conoces? —preguntó Jericho.
—No, pero obviamente ella me conoce a mí —le sonrió—. Enseguida vuelvo.
Jericho la miró marchar con el corazón oprimido. De lo que más se arrepentía era que,
como esclavo de Zeus, no volvería a verla.
Estaría perdida para él.
No quería pensar en ello y volvió a la conversación. No se arrepentía de lo que había
hecho. Sólo del futuro que les sería negado a ambos.
DELPHINE SIGUIÓ A LA ONEROI que la condujo fuera de la sala. ¿Qué querría la
mujer? ¿Y por qué no podía hablar en el salón delante de los demás?
Con curiosidad, se acercó a la diosa que finalmente se había detenido.
—¿Necesitas algo?
Menuda y con el pelo negro como el ala de un cuervo, la mujer le recordaba a alguien,
pero no sabía a quién. Se volvió hacia Delphine con una sonrisa.
—Sí, hay algo que necesito.
—¿Y qué es?
La mujer se dividió en tres diosas idénticas. Antes de que Delphine pudiera moverse, la
tenían atrapada.
—Tu muerte —dijo la primera un instante antes de rajarle la garganta.

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