miércoles, 1 de febrero de 2012

SN cap 5

Tabitha no estaba para nada preparada para la reacción de Valerius a su beso. En un rápido y tierno movimiento la acercó a sí, la levantó del suelo, giró y luego la recostó sobre las pulidas escaleras. No era la más cómoda de las posiciones, pero era extrañamente erótica.
Aún así, no era rival para su beso caliente y exigente, que la dejó débil y sin respiración. Su cuerpo largo y masculino yacía entre sus piernas, mientras él mantenía todo su peso sobre una rodilla. Ella podía sentir la erección presionando contra su centro, mientras su propio cuerpo ardía por sentirlo de este modo, desnudo.
El intenso y delicioso aroma de Valerius la atravesó, excitándola aún más.
No había nada civilizado ni correcto en la manera en que la besaba. Nada civilizado en la manera en que la abrazaba. Era crudo y mundano. Prometedor.
Tabitha envolvió sus piernas alrededor de la delgada cintura mientras le devolvía el beso con todas sus fuerzas.
Valerius no podía pensar mientras la saboreaba. Mientras la sentía. Ella lo envolvía en un capullo con su calidez y su pasión.
Apenas podía contenerse para no tomarla en las escaleras como un bárbaro jefe militar.
—Tienes que dejar de besarme, Tabitha —le susurró entrecortadamente.
—¿Por qué?
Él siseó mientras ella mordía suavemente su mentón.
—Porque si no lo haces, te haré el amor, y eso es lo último que cualquiera de nosotros necesita.
Tabitha trazó el contorno de los labios de Valerius con la lengua mientras él hablaba. Lo único que quería era quitarle la ropa y explorar cada centímetro de su exquisito y masculino cuerpo con la boca. Lamerlo y provocarlo hasta que rogara por su piedad.
Pero él tenía razón. Era lo último que necesitaban. Él era un Dark Hunter que tenía prohibido tener novia y, aún peor, no era el tipo de chico que pudiera presentarle a su familia alguna vez.
Todos se pondrían en su contra por entablar amistad con el enemigo más odiado de su cuñado. Kyrian había sido más que aceptado en su enorme familia. Todos lo querían.
Incluso Tabitha. ¿Cómo podría lastimarlo de este modo?
No, no era justo para ninguno de ellos.
—Está bien —dijo tranquilamente—. Pero primero tendrás que salir de encima de mí.
Eso fue lo más difícil que Valerius tuvo que hacer en su vida. Todo lo que su corazón deseaba era quedarse allí mismo donde estaba. Pero no podía, y lo sabía.
Respirando profundamente, se obligó a levantarse y ayudarla a ponerse en pie.
Su cuerpo seguía duro, le costaba respirar. No soportaba estar cerca de ella sin tocarla. Pero, por otro lado, estaba acostumbrado al control.
Lo habían criado de ese modo.
Lo que jamás había esperado era la necesidad casi animal que sentía por tomarla. Era primitiva y exigente. Feroz. Y lo único que anhelaba era probar a Tabitha.
—Supongo que esta es la parte en la que nos separamos —dijo, con voz entrecortada.
Tabitha asintió. Pasó tan cerca de ella que pudo oler su aroma crudo e innatamente masculino. Hizo que su corazón se acelerara y alimentó aún más su deseo.
Apenas podía evitar acercarse a él. Anhelando, lo vio abrir la puerta principal de su casa.
—Gracias, Tabitha —dijo calmadamente.
Ella sintió su tristeza y la hizo sufrir aún más.
—No te metas en problemas, Val. Intenta que no vuelvan a apuñalarte.
Él asintió y se mantuvo rígido y formal. Pero se rehusó a mirarla.
Suspirando nostálgicamente por algo que no podía ser evitado, Tabitha se obligó a partir.
Había terminado.
Impulsivamente, volvió la vista mientras la puerta se cerraba. No había señales de Valerius. Ni una.
Excepto por un sexto sentido que le decía que aún estaba observándola.
Valerius no podía apartar su mirada de Tabitha mientras ella subía a su auto. No comprendía por qué sentía el impulso de correr hacia la puerta y detenerla.
Ella no era como Agrippina. Tabitha no era tranquilizadora ni reconfortante, y sin embargo…
Su corazón sufrió mientras ella salía rápidamente del camino de su casa y de su vida.
Estaba solo otra vez.
Pero, por otra parte, siempre lo había estado. Incluso cuando Agrippina había vivido en su hogar, se había mantenido apartado. La había observado de lejos. La había deseado cada noche, y sin embargo jamás la había tocado.
No le correspondía. Él había sido un noble y ella no más que una esclava de humilde cuna que servía en su casa. Si hubiese sido uno de sus hermanos, la habría tomado sin cuestionarlo. Pero no había estado en él aprovecharse de ella. Forzarla a ir a su cama.
Ella no se hubiera atrevido a negarse. Los esclavos no tenían nada de control sobre sus vidas, especialmente cuando tenía algo que ver con sus amos.
Cada vez que la había visto, había tenido en la punta de la lengua pedirle que se acostara con él.
Y cada vez que había abierto la boca, la había cerrado rápidamente, rehusándose a pedirle algo en lo que ella no tenía voz. Entonces, la había llevado a su casa para salvarla de lo que otros miembros de su familia podrían hacerle.
Valerius dio un respingo mientras recordaba la noche en que sus hermanos habían ido a buscarlo. La noche en que habían encontrado su estatua y se habían dado cuenta de quién era.
Maldiciendo, se apartó de la ventana y obligó a esos pensamientos a apartarse de su mente.
Jamás había sido su destino ayudar a nadie.
Había nacido para estar solo. Para no tener amigos ni confidentes. Para no reír ni jugar jamás.
No se podía luchar contra el destino. No se podía esperar otra cosa. Había nacido a esta vida del mismo modo en que había nacido a la anterior.
Tabitha se había ido.
Y era lo mejor.
Con el pecho apretado, subió por las escaleras de caoba hacia su habitación. Se ducharía, cambiaría de ropa, y entonces haría el trabajo con el que se había comprometido.
Tabitha condujo su auto de regreso a lo de Tia, donde vio el Toyota de Amanda en la calle. Entró, y estaba bajando del auto cuando Amanda y Tia salieron por la puerta trasera.
—Hey, Mandy —dijo Tabitha, acortando la distancia para poder abrazar a su gemela.
—Entonces, ¿quién era el hombre hermoso con el que estabas? Tia dijo que no mencionaste su nombre.
Tabitha se obligó a no enviar ningún pensamiento o emoción inconsciente a su hermana melliza.
—Es sólo un amigo.
Amanda sacudió la cabeza.
—Tabby —la regañó—. Tienes que dejar de pasar tiempo con tus amigos homosexuales y buscarte un novio.
—A mí no me pareció homosexual —dijo Tia—. Pero estaba bien vestido.
—¿Dónde está la bebé M? —preguntó Tabitha, intentando sacar del tema a ambas.
—En casa. Sabes cómo es Ash. Se rehúsa a permitir que abandone el edificio una vez que cae el sol.
Tabitha asintió.
—Sí, estoy de acuerdo con él. Es una niñita muy especial, que necesita protección.
—Yo también concuerdo, pero odio dejar a mi bebé. Siento como si me faltara un órgano vital —Amanda sostuvo su talismán de plata—. Tia me hizo prometer que lo colgaría en la habitación de Marissa.
—Buen consejo.
Amanda frunció el ceño.
—¿Segura que estás bien? Hay algo muy extraño en ti esta noche.
—Siempre hay algo extraño en mí.
Amanda y Tia rieron.
—Es cierto —concordó Amanda—. Está bien, entonces dejaré de preocuparme.
—Por favor. Una madre es suficiente.
Amanda la besó en la mejilla.
—Las veré más tarde.
Ni Tabitha ni Tia hablaron hasta que Amanda subió a su auto y partió. Tabitha metió sus manos en los bolsillos y giró para enfrentar el ceño fruncido de su hermana.
—¿Qué?
—¿Quién era él, en realidad?
—¿Qué sucede con ustedes? No es nadie por quien debas preocuparte.
—¿Era un Dark Hunter?
—Basta, Gladys —dijo Tabitha, refiriéndose a la entrometida vecina de “Hechizada”, el programa de TV que le había dado nombre a TabithaÀ—. No hay ronda de gratificación para Veinte PreguntasÀ, y tengo cosas que hacer. Nos vemos.
—¡Tabitha! —Tia la siguió por la calle—. Tú no sueles ser sigilosa en nada. Me pones nerviosa.
Tabitha respiró hondo y enfrentó a su hermana mayor.
—Mira, él sólo era alguien que necesitaba ayuda, y se la presté. Ahora regresó a su vida y yo a la mía. No necesitamos una conferencia familiar por eso.
Tia hizo un sonido de desaprobación.
—Eres tan exasperante. ¿Por qué no puedes simplemente responder a mi pregunta?
—Buenas noches, Tia. Te quiero.
Tabitha continuó caminando y agradeció que su hermana se detuviera y regresara a su tienda.
Aliviada, se dirigió a la calle Bourbon sin un destino fijo. Buscaría algo de comida para los indigentes y luego haría sus rondas.
—¡Oh, es Tabitha!
Ella giró ante la distintiva voz cantarina que conocía extremadamente bien. Acercándose por detrás estaba la demonio de Ash, Simi, quien parecía una mujer de diecinueve o veinte años exteriormente. Esta noche Simi llevaba una minifalda negra, leggingsÀ púrpura, y un corset de un tono subido. Vestía un par de botas stiletto altas hasta los muslos y llevaba una cartera en forma de ataúd de PVC. Su largo cabello negro estaba suelto sobre sus hombros.
—Hola, Simi —dijo Tabitha, echando un vistazo a la calle detrás de la demonio—. ¿Dónde está Ash?
Ella puso los ojos en blanco y dejó escapar un sonido de irritación.
—Fue demorado por esa vieja vaca-diosa que dijo que tenía que hablar con él, y entonces le dije que estaba hambrienta y que quería comer algo. Entonces él dijo: “Simi, no comas gente. Ve al Santuario y espérame mientras hablo con Artemisa”. Así que aquí Simi está yendo al Santuario sola, para esperar que akri venga a buscarla. ¿Irás al Santuario, Tabitha?
Siempre la divertía que la demonio se refiriera a sí misma en tercera persona.
—En realidad, no. Pero si quieres que te acompañe, puedo hacerlo.
Un hombre silbó mientras pasaba a su lado y echaba un vistazo a Simi.
El demonio le regaló una mirada sensual y una pequeña sonrisa.
Él se dirigió hacia ellas.
—Hey, nena —dijo—. ¿Buscas compañía?
Simi resopló.
—¿Estás ciego, humano? —le preguntó. Hizo un dramático gesto hacia Tabitha—. ¿No puedes ver que Simi tiene compañía? —sacudió la cabeza.
Él se rió.
—¿Tienes un número al que pueda llamarte y hablar alguna vez?
—Bueno, sí tengo un número pero, si llamas, akri responderá y se pondrá furioso contigo, y entonces tu cabeza explotará en fuego —Se golpeteó el mentón—. Hmmm, pensándolo mejor, barbacoa… Es 555…
—Simi… —dijo Tabitha en un tono de advertencia.
—Oh, bah —dijo Simi mientras soltaba otro suspiro irritado—. Tienes razón, Tabitha. Akri se enojará conmigo si Simi hace que este hombre se convierta en barbacoa. Puede ser tan exigente a veces. Lo juro.
—¿Akri? —preguntó el hombre—. ¿Es tu novio?
—Oh, no, eso es enfermo. Akri es mi papi y se enoja cada vez que un hombre mira a Simi.
—Bueno, papi no se sentirá mal por lo que no se entere.
—Sí —dijo Tabitha, parándose entre los dos—. Confía en mí, su “papi” no es alguien con quien desees meterte.
Tomó el brazo de Simi y la alejó.
El hombre las siguió.
—Vamos, sólo quiero su número.
—Es 1-800-date-una-idea —dijo Tabitha sobre su hombro.
—Bien, perra, sigue tu camino.
Antes que Tabitha pudiera parpadear, Simi se soltó y arremetió contra el hombre. Lo tomó del cuello y lo arrojó contra el lado de un edificio, donde lo sostuvo sin esfuerzo mientras sus pies colgaban a más o menos treinta centímetros del suelo.
—No le hablas a los amigos de Simi de ese modo. ¿Me oyes?
Él no podía responder. Su rostro ya se estaba volviendo púrpura, sus ojos saltaban.
—Simi —dijo Tabitha, intentando apartar la mano de la demonio de la garganta del hombre—. Vas a matarlo. Suéltalo.
Los ojos marrones de la demonio destellaron en rojo un segundo antes que Simi lo soltara. Doblándose en dos, el hombre tosió y jadeó mientras luchaba por respirar otra vez.
—Será mejor que jamás insultes a otra dama, estúpido humano —le dijo—. Simi también dice eso en serio.
Sin otra palabra o pensamiento ante el asunto, Simi se colgó la cartera sobre el hombro y se pavoneó por la calle como si no hubiese estado a punto de matar a alguien.
El corazón de Tabitha aún martilleaba. ¿Qué hubiese sucedido si ella no hubiera estado para detener a Simi?
—Entonces, Tabitha, ¿tienes más de esas deliciosas mentas que le diste a Simi cuando fuimos al cine?
—Lo siento, Simi —le dijo, intentando recuperar la compostura mientras veía al pobre tipo tropezar por la calle. No cabían dudas que pasaría algún tiempo antes que intentara coquetear con una mujer que no conociera—. No las traigo conmigo.
—Oh, bah, realmente me gustaban. Especialmente me gustó esa lata verde. Era muy agradable. Simi necesita hacer que akri le compre algunas.
Sí, y Tabitha necesitaba asegurarse que Ash no dejara suelta a su demonio sola otra vez. Simi no era mala, simplemente no comprendía el bien y el mal. En el mundo de los demonios, no existía tal concepto.
Simi sólo comprendía las órdenes de Ash, y las cumplía al pie de la letra.
Pero al menos se encaminaban a un sitio donde la mayoría de la gente conocía y comprendía a Simi. El Santuario era un bar de motociclistas en el 688 de la avenida Ursulines, que pertenecía a una familia de Were Hunters. A diferencia de los Dark Hunters, los Were Hunters eran primos de los Apolitas malditos y los Daimons, con una profunda diferencia: ellos también eran mitad animales.
Eones atrás, los Were Hunters habían sido originalmente mitad Apolitas, mitad humanos. En un esfuerzo por salvar a sus hijos de morir a los veintisiete años como sucedía con los Apolitas, su creador había empalmado mágicamente una esencia animal en el cuerpo de sus hijos.
El resultado había creado a dos hijos varones que poseían corazones humanos, y dos que tenían corazones animales. Aquellos que eran humanos fueron llamados Arcadianos, y los que eran animales fueron llamados Katagaria. Los Arcadianos pasaban la mayor parte de sus vidas como humanos que podían cobrar forma animal, mientras que los Katagaria eran animales que podían cobrar forma humana.
Aunque estaban emparentados, los dos grupos guerreaban entre sí, porque los Arcadianos pensaban que sus primos animales eran mucho menos humanos, y los animales luchaban porque esa era su naturaleza.
Los dueños del bar eran un clan de osos Katagaria. Dentro de las paredes del Santuario, cualquiera era bienvenido. Humano, Apolita, Daimon, Dios, Arcadiano, o Katagaria. Sólo había una regla: “No me muerdas y no te morderé”. El Santuario era una de las pocas áreas sagradas en este planeta donde ningún ser paranormal podía atacar a otro. Y los osos mantendrían alegremente ocupada a Simi hasta que Ash pudiese reunirse con ella.
Simi parloteó interminablemente, hasta que llegaron a las puertas estilo taberna del bar.
—¿Entrarás? —le preguntó a Tabitha.
Antes que pudiera responder, Tabitha vio a Nick Gautier yendo hacia ellas. Como la madre de Nick trabajaba en el bar, era un visitante casi constante allí.
—Damas —dijo con una encantadora sonrisa mientras se unía a ellas.
—Nick —dijo Tabitha, saludándolo.
Simi sonrió cariñosamente.
—Hola, Nick —dijo, enroscándose un mechón de cabello con los dedos—. ¿También irás a El Santuario?
—Eso planeaba hacer. ¿Y ustedes dos?
El teléfono de Tabitha sonó.
—Esperen —le dijo a Nick y a Simi antes de atender. Era Marla, con un ataque de histeria—. ¿Qué? —preguntó Tabitha, intentando comprender las palabras de Marla, que salían entrecortadas entre sus sollozos. Miró a Nick, quien la observaba con el ceño fruncido—. ¿Qué hay de Nick Gautier…? —La pregunta fue cortada por un grito de terror de Marla—. Está bien, está bien —dijo Tabitha, dándose cuenta inmediatamente de porqué Marla estaba molesta. Nick vestía una de sus atroces camisas Hawaianas, junto con unos andrajosos jeans azules y un par de zapatillas que se veían como si hubiesen sido alimento de un triturador de basura—. Deja de llorar y vístete. Conseguiré a alguien, te lo prometo.
Marla aspiró por la nariz.
—¿Lo juras?
—Por mi alma.
—Gracias, Tabby. ¡Eres una diosa!
Tabitha dudaba seriamente de eso mientras cortaba la comunicación.
—Nick, ¿puedes entretener a Simi un ratito? Tengo que ir a impedir un desastre.
Nick sonrió.
—Seguro, cher. Estaré más que feliz de acompañar a Simi, si a ella no le importa.
Simi sacudió la cabeza.
—Sabes, realmente me gusta la gente de ojos azules —le dijo a Tabitha—. Son de buena calidad.
—Pásenla bien —dijo Tabitha mientras los dejaba y corría hacia la calle Chartres.
Valerius estaba secándose el cabello con un secador cuando escuchó una conmoción en su dormitorio. Sonaba como Gilbert y…
Apagando el secador, salió del baño, para encontrar a Gilbert intentando sacar a empujones a Tabitha de su habitación.
—Perdóneme, mi señor —dijo Gilbert mientras soltaba a Tabitha—. Venía a hacerle saber que tenía un visitante cuando ella me siguió a sus habitaciones.
Valerius no podía respirar mientras veía lo imposible. Tabitha de regreso en su casa.
Una inesperada felicidad lo consumió, pero se rehusó a sonreír siquiera.
—Todo está bien, Gilbert —le dijo, asombrado de lo sereno que era su tono, cuando lo que en realidad quería hacer era sonreírle a Tabitha como un imbécil—. Puede retirarse.
Gilbert inclinó su cabeza antes de obedecer.
Tabitha tragó con fuerza ante la maravillosa visión de Valerius vistiendo nada más que una toalla borgoña ligeramente húmeda envuelta alrededor de sus delgadas caderas. Parecía completamente incongruente encontrarlo de ese modo. Con su aire majestuoso, hubiese pensado que tenía una colección de batas de seda, o algo así.
Su cabello oscuro estaba húmedo y suelto, enmarcando un rostro que estaba cincelado a la perfección.
Wow, se veía bien así. Probablemente se vería aún mejor desnudo, como había estado cuando había saltado de su cama…
Tabitha acalló ese pensamiento antes que la metiera en problemas.
—¿A qué debo este honor? —le preguntó él.
Ella sonrió. Oh, sí, él era perfecto para lo que necesitaba… y ni siquiera quería ponerse a pensar en ese doble sentido.
—Te necesito vestido.
Tabitha se detuvo ante ese pensamiento. Sí, claro, había algo realmente mal en una mujer que le decía eso a un hombre tan excelentemente construido.
—¿Discúlpame?
—Apúrate y vístete, nos encontramos abajo —ella lo empujó hacia la cama, donde yacía un traje—. ¡Fretta! ¡Fretta!
Valerius no estaba seguro qué lo sorprendía más: que ella lo quisiera vestido o que hablase italiano.
—Tabitha…
—¡Vístete! —sin otra palabra, abandonó su habitación. Antes que él pudiera moverse, ella abrió la puerta y metió la cabeza dentro—. Sabes, podrías haber dejado caer esa toalla, tortuga… oh, no importa. Déjate el cabello suelto y asegúrate de llevar algo realmente caro y elegante. Preferiblemente Versace, si tienes algo, sino Arman...  también servirá. Y asegúrate de llevar corbata y tu abrigo.
Completamente desconcertado y sin embargo extrañamente curioso por su pedido, cambió el traje de su cama por uno de Versace, de una mezcla de seda y lana negra, con una camisa de seda negra y una corbata del mismo material a juego; luego abrió la puerta.
Tabitha giró mientras la puerta se abría, y sintió que se le secaba la boca. Se quedó boquiabierta.
No era como si no supiera que él era hermoso, pero…
¡Oh… dios!
Lo único que podía hacer era respirar. Jamás había visto a un hombre vestir un traje totalmente negro antes, pero era alta costura de primera línea. Se veía elegante y majestuoso.
¡Marla iba a morirse!
Eso, si Tabitha no moría antes por una sobrecarga de veneno hormonal.
—Sabes, siempre he escuchado a la gente decir que debería ser ilegal verse tan bien pero, en tu caso, realmente es cierto —Él frunció el ceño. Tabitha lo tomó de la mano y lo hizo bajar las escaleras—. Vamos, no hay tiempo que perder.
—¿Dónde me estás llevando?
—Necesito un favor.
Valerius estaba extrañamente halagado por su solicitud. Era extremadamente raro que alguien le pidiera un favor. Esas eran cosas que la gente se reservaba para la gente a la que consideraban amigos.
—¿Qué necesitas?
—Marla necesita una escolta para el desfile de Señorita Luz Roja.
Valerius se detuvo inmediatamente.
—¿Ella qué?
Tabitha giró para enfrentarlo.
—Oh, vamos, por favor, no seas mojigato. Eres romano, por el amor de dios.
—Sí, pero eso no significa que tenga una condición innata para ser escolta de un transvestido. Tabitha, por favor.
Ella se veía tan decepcionada que en realidad lo hizo sentir culpable.
—Marla ha estado practicando para esto durante meses, y su chico canceló esta noche. Su competidora número uno lo sobornó para que la escoltara a ella. Si Marla pierde, esto la matará.
—No tengo deseos de ser exhibido entre un grupo de hombres homosexuales.
—No es una exhibición… precisamente. Lo único que tienes que hacer es acompañarla en el principio, cuando la presentan. Llevará sólo unos minutos y eso es todo. Vamos, Val. Gastó el sueldo de un año en un hermoso vestido de Versace —Tabitha le lanzo la mirada más patéticamente sincera que había visto en su vida. Lo derritió por completo—. No hay nadie más a quien pueda llamar con tan poco tiempo. Ella necesita a un hombre realmente elegante. Alguien de primera clase, y no conozco a nadie más que satisfaga todos los requisitos. ¿Por favor? ¿Por mí? Juro que te recompensaré.
Personalmente, hubiese preferido ser golpeado o asesinado… otra vez. Y aún así, no podía decepcionarla.
—¿Qué sucede si uno de ellos me mete mano...?
—No lo harán. Lo prometo, protegeré todos tus… —arqueó una ceja mientras miraba su trasero— bienes.
—Y si alguien se entera alguna vez de esto…
—No lo harán. Lo llevaré conmigo a la tumba.
Valerius dejó escapar un largo suspiro.
—Sabes, Tabitha, cada vez que he intentado ayudar a alguien en mi vida, sólo lo he hecho peor para ellos. Tengo una mala sensación acerca de esto. Algo irá mal. Espera y verás. Marla caerá del escenario y se quebrará el cuello o, peor, su enorme peluca se prenderá fuego.
Ella sacudió la mano descartándolo.
—Estás siendo paranoico.
No, no lo era. Mientras ella lo llevaba hacia la puerta principal, cada horrible recuerdo de su vida pasó por su mente… La vez que se había sentido mal por Zarek y había intentado tranquilizarlo luego de una golpiza. Su padre lo había forzado entonces a golpear aún más a Zarek. Él había dado sus golpes de lejos, esperando que no fueran tan dolorosos como los que su padre le había dado a Zarek. En cambio, había terminado cegando al pobre esclavo.
Otra vez, cuando intentó evitar que Zarek fuese atrapado fuera de los confines de su villa, había causado que su padre le pagara a un negrero para que apartara a Zarek de todo lo que conocía.
En su primera época como General, había tenido a un joven soldado bajo su mando, que era el último hijo sobreviviente de su familia. Con la esperanza de mantener a los jóvenes lejos del campo de batalla, lo había enviado como mensajero a otro campamento romano.
El chico había muerto dos días más tarde, luego del ataque de unos canallas celtas que se habían encontrado con él.
Y Agrippina…
—No puedo hacer esto, Tabitha.
Tabitha se detuvo en los escalones de la entrada para mirarlo. Había algo en su voz que le decía que no estaba siendo ridículo.
En realidad, sintió una ola de miedo atravesándolo.
—Todo estará bien. Cinco minutos. Eso es todo.
—¿Y si ocasiono que Marla salga lastimada?
—Estaré allí mismo. Nada malo va a suceder. Confía en mí.
Él asintió, pero ella sintió su reticencia mientras lo empujaba hacia el taxi que los estaba esperando. Subiendo, le dio las indicaciones al conductor para ir al Club Cha Cha en Canal Street.
Les tomó apenas quince minutos llegar allí. Tabitha pagó el taxi mientras Valerius estaba parado en la vereda, como si estuviera preparado para largarse, especialmente porque algunos clientes del club ya lo habían visto.
—No te preocupes —le dijo Tabitha mientras se unía a él—. En verdad no te molestarán.
Valerius no podía creer que estuviera haciendo esto. Debía haber perdido la cabeza.
Tabitha tomó su mano y lo condujo a través de las brillantes puertas rosa dobles.
—Hey, Tabby —la llamó un guardia de la puerta.
Era enorme y musculoso, y vestía una camiseta sin mangas. Su cabello castaño oscuro era corto, y tenía una banda celta tatuada alrededor de su bíceps descubierto. A primera vista parecía intimidante, pero su sonrisa abierta y honesta le quitaba ferocidad.
Tabitha sacó su billetera para pagar la entrada.
—Hola, Sam. Estamos aquí para ayudar a Marla. ¿Está en la parte de atrás?
—Aparta eso —dijo Sam, haciéndole guardar la billetera—. Sabes que tu dinero no sirve de nada aquí. Sí, Marla está atrás, y por favor ve a ayudarla. Mi novio está a punto de perder la cabeza porque no deja de llorar.
Tabitha le guiñó el ojo.
—No te preocupes. Ha llegado la caballería.
Valerius respiró hondo mientras seguía a Tabitha dentro de lo que tenía que ser el sitio más terrorífico en el que había estado jamás. Personalmente, hubiese preferido meterse directo en un nido de Daimons armados con motosierras y guillotinas.
Pero para el momento en que llegaron a la puerta amarillo brillante detrás del escenario, se sentía un poquito mejor. Aunque muchos de los hombres en el club se detenían para mirarlo embobados, ninguno de ellos se le había insinuado.
—No te preocupes —le dijo Tabitha mientras él pasaba junto a ella—. Tengo tu flanco cubierto.
Valerius dio un salto cuando ella le pellizcó el trasero juguetonamente.
—Por favor, no les des ideas.
Ella se rió.
Caminaron a través de una multitud de gente que estaba en el proceso de maquillarse, ponerse pelucas y elaborados vestidos. Marla estaba sentada en una esquina del fondo, gimiendo mientras otro hombre revoloteaba a su alrededor, quejándose. Su cabeza pelada estaba cubierta por un turbante de red rosado, y su maquillaje estaba completamente destrozado.
—Estás arruinando todo mi trabajo, cariño. Tienes que parar de llorar, o jamás lo arreglaremos a tiempo.
—¿Qué importa? Voy a perder. ¡Maldito seas, Anthony! Todos los hombres son cerdos. ¡Cerdos! No puedo creer que me haya traicionado.
Valerius se sentía mal por Marla. Era evidente que este concurso significaba mucho para ella.
—Hola, nena —dijo Tabitha—. Anímate. Tenemos algo mucho mejor que el viejo Tone. De hecho, tanto él como Mink morirán cuando salgas con esto a tu lado —agregó, empujando a Valerius hacia adelante.
—Hola, Marla —dijo sencillamente, sintiéndose como un total y completo idiota.
Marla se quedó boquiabierta.
—¿Harás esto por mí?
Él echó una mira sobre su hombro para ver a Tabitha observándolo. Había miedo en sus ojos por que él se retractara.
Dios sabía que verdaderamente lo deseaba.
Él en serio, realmente, no quería seguir adelante con esto. Pero Valerius Magnus era más duro. Jamás en su vida había escapado, y le haría este favor a Tabitha sin importar lo desagradable que fuera para él.
Enderezándose, giró hacia Marla.
—Sería un honor ser tu escolta.
Marla dejó escapar un grito perforador de tímpanos mientras saltaba y lo abrazaba tan fuerte que él temió que sus costillas fueran a quebrarse. Gritó aún más fuerte mientras lo dejaba y abrazaba a Tabitha de tal modo que la levantó del suelo.
—¡Oh, amiga, eres la mejor amiga que nadie ha tenido jamás! Imagina a Marla Divine saliendo allí afuera del brazo del único hombre heterosexual de todo el club. Chica, morirán de envidia —soltó a Tabitha—. Carey, ven aquí y arregla mi maquillaje, pronto. ¡Necesito estar fabulosa! ¡Fabulosa!
Carey sonreía ante el histrionismo de Marla.
—Siéntate, querida, y lo estarás.
Mientras Carey trabajaba con Marla, Valerius y Tabitha se quedaron de pie a un lado, fuera del camino.
—Gracias —le dijo Tabitha—. En serio.
—Está bien.
Tabitha observó a Valerius. Antes de poder detenerse, envolvió sus brazos alrededor de él, le sonrió y apoyó la cabeza contra su pecho.
Valerius no podía respirar ante la sensación de su abrazo. Su corazón latía con fuerza al ver la cabeza de Tabitha recostada contra él, ante la calidez del cuerpo presionado contra el suyo. Una inesperada ternura creció dentro de él.
Levantó la mano y acarició ligeramente su cabello mientras esperaba que nada saliera mal con Marla porque él estaba ayudándola.
La última vez que había intentado ayudar a alguien había sido más de un año atrás, cuando Acheron le pidió que ayudara a apartar a los Daimons de una manada de lobos Katagaria. Él había ido voluntariamente pero, durante la pelea, Vane y Fang, los dos lobos a los que estaba ayudando, habían perdido a su hermana, ante el golpe mal dirigido de un Daimon. Ella había muerto en los brazos de sus hermanos.
Esa visión lo rondaba hasta el día de hoy.
Valerius le había dicho a Vane que, en cualquier momento que lo necesitara, prestaría alegremente su espada al lobo. Afortunadamente, Vane jamás lo había necesitado.
Estás siendo ridículo.
Tal vez, pero no le molestaría tanto si él fuese quien llevara el peso de eso. El desastre siempre parecía caer sobre aquellos a los que intentaba ayudar.
Apartó ese pensamiento y se concentró en la mujer que estaba con él. Una mujer como ninguna otra que hubiese conocido antes.
Ella era verdaderamente especial. Única.
El tiempo pareció detenerse mientras estaba allí, permitiendo simplemente que la calidez de Tabitha se filtrara en su interior.
En realidad se sobresaltó cuando Marla se puso de pie y le hizo señas para que la siguiera.
—Dum-da-dum-dum… dum… —Tabitha canturreó el tema de “DragnetÀ” como presagiando su condena mientras seguían a Marla a través del vestuario, hacia un pasillo lleno de transvestidos.
Tabitha besó a Valerius en la mejilla, luego se apartó, para dejarle espacio a los demás.
Fue hacia el club y se encontró con el mejor amigo de Marla, Yves, sentado en una mesa frente a la pasarela con un grupo de compañeros.
—Hola, cazadora de vampiros —dijo Yves mientras ella llevaba una silla hacia la mesa—. ¿Estás aquí para alentar a Marla?
—Por supuesto. ¿En qué otro sitio podría estar?
Una ovación partió de la mesa mientras bromeaban y hacían apuestas sobre quién ganaría, hasta que el espectáculo finalmente comenzó.
Tabitha era un atado de nervios, hasta que Marla y Valerius aparecieron. La multitud se volvió loca en el instante en que vieron a Valerius, quien caminaba como si estuviese completamente cómodo en su papel de acompañante. Sólo Tabitha podía sentir su incomodidad, y tenía la sensación que se debía más a su temor a que Marla saliera lastimada que a otra cosa.
Cuando llegaron a los escalones que los llevarían fuera del escenario, donde estaban reunidos el resto de las participantes, Valerius descendió primero y, como un verdadero caballero, estiró su mano para ayudar a Marla a bajar.
Tabitha quería llorar por la generosidad de lo que estaba haciendo por alguien a quien ni siquiera conocía.
No podía pensar en ningún otro hombre heterosexual que hiciese algo tan ridículo como esto para ayudar a una mujer a la que recién conocía. Una mujer que lo había apuñalado, nada menos.
En cuanto los acompañantes tuvieron permiso para retirarse, ella se abrió paso a través de la multitud para encontrarlo. En el instante en que llegó a él, se arrojó en sus brazos y lo abrazó con fuerza.
Valerius estaba completamente asombrado por la exuberante reacción de Tabitha. Se sentía tan bien en sus brazos que apenas podía evitar no aplastarla contra sí y besarla hasta que hicieran un espectáculo.
Ella lo apretó y luego le dio un suave beso en los labios.
—¡Eres el mejor! —conmocionado, él no supo qué decir—. Si quieres, podemos irnos ahora.
Valerius miró alrededor.
—No —dijo, sinceramente—. He llegado hasta aquí y no maté a Marla, así que creo que deberíamos quedarnos y ver cómo le va.
La expresión en el rostro de Tabitha hizo que su cuerpo entero ardiera.
—¿Ash tiene alguna idea de lo adorable que eres?
—Tiemblo ante la mera perspectiva.
Ella rió, luego lo tomó de la mano y lo condujo a una mesa cerca del escenario.
Un grupo enorme de hombres lo saludó.
—¡Estuviste genial! —dijo el que estaba más cerca.
Valerius inclinó la cabeza mientras Tabitha los presentaba. Se quedaron allí sentados poco más de una hora, mientras las participantes mantenían una competencia de talento y una en trajes de baño. Esta última incomodó a Valerius aún más que estar sobre el escenario.
—¿Estás bien? —le preguntó Tabitha, inclinándose hacia él—. Te ves un poquito pálido.
—Estoy bien —dijo, aunque estaba encogiéndose al pensar cómo un hombre podía restringirse tanto dentro de un traje de baño, como para no dejar rastro de su género.
No valía la pena pensar algunas cosas.
Luego de una hora, los jueces finalmente lo habían reducido a tres participantes.
Tabitha se echó hacia adelante. Envolvió su brazo alrededor de Valerius y posó su mentón sobre el hombro de él, mientras aguantaba la respiración y rezaba por Marla.
Valerius no se movió, pero la sensación de su mano sobre la de ella la alegró considerablemente. Sin importar el resultado, estaba muy agradecida con él por haberla sacado del apuro.
Ni Kyrian ni Ash estarían aquí, ni muertos.
Tabitha vio la mirada nerviosa de Marla mientras llegaban al nombre de la ganadora.
No podía respirar. No hasta que anunciaron a…
—¡Marla Divine!
Marla gritó y agarró a la participante que tenía más cerca. Saltaban y lloraban mientras otras participantes pasaban a abrazarla y felicitarla.
Tabitha se puso de pie de un salto, gritando y silbando para apoyarla.
—¡Vamos, Marla, vamos! —Bajó la mirada, para encontrar a Valerius mirándola con horror. Resoplando, lo hizo poner de pie—. Escuchémoslo, General —le dijo—. Grita.
—Sólo grito cuando doy órdenes a las tropas, y eso fue hace mucho tiempo.
Bueno, sólo se podía aflojar a una persona en una sola noche hasta cierto punto.
Ella lo abucheó y continuó gritando por su compañera de apartamento.
El maestro de ceremonias le puso la corona y la faja a Marla, luego le dio una docena de rosas y la llevó hacia la pasarela.
Marla caminó por la misma, llorando y riendo mientras tiraba besos a la audiencia.
Cuando todo había terminado, Tabitha y Valerius lucharon para llegar a su lado. Marla abrazó primero a Tabitha, luego se aferró a Valerius.
—¡Gracias!
Valerius asintió.
—Fue un placer. Felicitaciones por tu victoria, Marla.
Marla sonrió.
—Les debo a ambos. No crean que voy a olvidarlo. Adelántense, y nos encontraremos más tarde.
—Muy bien —dijo Tabitha—. Te veré en casa.
Salieron del club, hacia la transitada calle Canal que bordeaba el Barrio Francés.
Tabitha chequeó su reloj. Eran casi las diez.
—No sé tú, pero estoy famélica. ¿Te apetece mordisquear algo?
Valerius la miró divertidamente.
—Tienes que ser la única mujer viva que puede hacerle esa pregunta a un hombre con colmillos.
Ella rió.
—Probablemente tengas razón. Entonces, ¿te gustaría acompañarme?
—No tenemos reservaciones en ningún sitio.
Ella puso los ojos en blanco.
—Cariño, al sitio a donde voy no necesitamos esas apestosas reservaciones.
—¿Adónde vamos?
Ella se condujo hacia la calle Royal, que conectaba a Canal con Iberville.
—El Antoine de los mariscos. La casa de ostras Acme.
—¿Acme? Jamás he comido allí.
Y en cuanto Tabitha llegó a la puerta del lugar, Valerius supo porqué. Tenía manteles a cuadros blanco y negro de plástico.
Vaciló en el umbral, mientras escudriñaba el pequeño restaurante. El sitio era diminuto, y la clientela reducida. A la derecha tenía una barra que se extendía por la pared, y las mesas estaban ubicadas a su izquierda. Las paredes eran una mezcla de mal gusto de espejos, cuadros, y señales de neón. Era llamativo y desagradable.
Sin mencionar que Valerius había tenido que concentrarse rápidamente y forzar mentalmente su imagen en los espejos antes de que alguien se diera cuenta de que no tenía reflejo.
Tabitha se dio vuelta para mirarlo. Se puso las manos en la cadera.
—¿Podrías dejar de parecer alguien a quien acaban de estropear los zapatos nuevos? Aquí tienen las mejores ostras de la tierra.
—Es tan… neón.
—Ponte los anteojos de sol.
—No se ve sanitario —dijo en voz baja.
—Oh, por favor, estás por comer algo que es la aspiradora del océano. Sabes cómo se forman las perlas, ¿verdad? Lo único que hacen las ostras es ingerir basura. Además, eres inmortal, ¿qué te preocupa?
—¿Valerius?
Él miró más allá de Tabitha, para encontrarse con Vane y Bride Kattalakis sentados en la barra, donde dos hombres detrás del mostrador desbullaban ostras para las personas que estaban allí sentadas. Valerius respiró con alivio. Finalmente, alguien con quien podía relacionarse. Al menos un poco, ya que Vane era un lobo Arcadiano, y Bride su pareja humana.
Vestido con jeans y una camiseta mangas largas, Vane era de la altura de Valerius, y tenía un largo cabello castaño oscuro que llevaba suelto sobre los hombros. Bride era una hermosa mujer rellenita, cuyo largo cabello castaño estaba recogido en un desordenado moño. Tenía un suéter color tostado, sobre un vestido marrón con pequeñas flores blancas.
Valerius se acercó a estrechar la mano de Vane.
—Lobo —lo saludó… siempre era cortés referirse a los Arcadianos y Katagaria por su parte animal—. Me alegra verte otra vez —miró a Bride—. Y usted, señora mía, siempre es un honor.
Bride le sonrió y luego miró a Tabitha.
—¿Qué están haciendo ustedes dos aquí? ¿Juntos?
—Val me estaba haciendo un favor —dijo Tabitha mientras aparecía detrás de él. Se volvió hacia uno de los hombres detrás del mostrador, que estaba secándose las manos luego de desbullar un plato de ostras—. Hey, Luther, dos cervezas y un tenedor.
El alto afroamericano se rió de ella.
—Tabby, esta es… ¿qué? ¿La cuarta vez en la semana que vienes? ¿No tienes una casa?
—Sí, pero no tenemos ostras allí. Al menos no de las buenas. Y tengo que venir aquí sólo a acosarte. Imagina un día entero sin Tabitha… ¿Qué harías?
Luther rió.
Valerius no se perdió de la extraña mirada entre Vane y Bride antes que Luther le alcanzara a Bride el plato de ostras y fuese a buscar las cervezas para Tabitha.
—¿Hay algo que debería saber? —les preguntó Valerius.
En el instante en que Vane abrió la boca para hablar, Tabitha lo pateó en la espinilla. Fuerte.
Vane gritó y luego la miró con el ceño fruncido.
—¿Qué fue eso? —preguntó Valerius—. ¿Por qué lo pateaste?
—Por ninguna razón —dijo Tabitha, estirándose sobre la barra para tomar una ostra de la pila.
Se veía angelical, lo que significaba que algo verdaderamente malvado estaba sucediendo.
Valerius miró a Vane.
—¿Qué ibas a decir?
—Absolutamente nada —dijo Vane antes de dar un trago a su botella de cerveza.
Valerius tenía una mala sensación acerca de esto.
Luther regresó con dos botellas de cerveza y se las alcanzó a Tabitha, quien pasó una de ellas a Valerius.
Él la miró perplejo.
—¿No tienes sed? —le preguntó Tabitha.
—¿No nos dan vasos?
—Es cerveza, Val, no champagne. Tómala. En serio, no muerde.
—Tabby, no seas mala —la reprendió Bride—. Valerius probablemente no está acostumbrado a la cerveza.
—Sí la bebo —dijo Valerius, tomando la botella renuentemente—, pero no de este modo.
—¿Quieres ostras? —le preguntó Tabitha.
—No estoy seguro, luego de tu recordatorio bastante brusco de lo que son.
Tabitha se rió de él.
—Ubícanos, Luther, y que sigan viniendo hasta que me caiga.
Luther le sonrió.
—Creo que no tienes límite, Tabby. Es una maravilla que nos quede algo para servir cuando te vas.
Tabitha se sentó en la banqueta junto a Bride y le indicó a Valerius que tomara la que estaba frente a ella. Valerius dejó su cerveza sobre el mostrador antes de obedecerla.
—Te ves tan incómodo aquí, Valerius —dijo Bride dulcemente—. ¿Cómo diablos te convenció Tabitha de esto?
—Aún no estoy seguro.
—¿Han estado saliendo durante mucho tiempo? —preguntó Vane.
—No estamos saliendo, Vane —respondió Tabitha rápidamente—. Te lo dije, Val sólo está haciéndome un favor.
—Como digas, Tab. Sólo espero que tu her…
Sus palabras fueron cortadas por Bride aclarándose la garganta.
—Tabitha sabe lo que está haciendo, Vane. ¿Verdad, Tabby?
—Generalmente no, pero esto está bien. En serio.
Valerius vendería su alma otra vez por una oportunidad de leer la mente de Vane.
—Vane, ¿puedo hablar contigo en privado?
Bride echó salsa Tabasco sobre una ostra.
—Abandona ese asiento, señor. Kattalakis, y estarás literalmente en la caseta del perro por el resto de la semana. De hecho, haré que tu hermano Fury te ataque y cambiaré la cerradura.
Vane se acobardó.
—Por mucho que me gustaría ayudarte, Valerius, debes recordar que su padre vive de castrar perros, y entrenó bien a su hija. Creo que tendré que pasar.
Valerius miró a Tabitha, quien estaba muy ocupada tomando una ostra de Luther. Se rehusaba a encontrar su mirada.
¿Qué sabía Vane que él ignoraba?
Se sentaron en la barra, con Tabitha y Bride conversando acerca de ropa, viejos amigos, y nada importante mientras ambos hombres estaban inquietos. El restaurante cerró a las diez, pero Luther les sirvió ostras otros quince minutos más.
—Gracias, Luther —dijo Tabitha—. Realmente aprecio que no me hayas sacado corriendo.
—Siempre es un placer, Tabby. Me agrada el modo en que aprecias mi servicio y mi comida, y debo decir que esto es mucho más fácil que alimentar que tu amiga Simi. Esa pequeña come como un demonio.
—Oh, no tienes idea.
Valerius fue a pagar mientras Vane se quedaba con las mujeres. Una vez que pagaron la cuenta, Vane y Bride partieron hacia Royal mientras que él y Tabitha se dirigían a Bourbon.
—¿Listo para patrullar? —preguntó Tabitha.
—Te dejaré en tu…
—No voy a casa —dijo, interrumpiéndolo.
—¿Adónde vas?
—A cazar Daimons. Como tú.
—Eso no es seguro.
Ella se detuvo y lo miró furiosa.
—Sé lo que estoy haciendo.
—Lo sé —dijo él, con calma—. Tienes el espíritu y la fuerza de una Amazona. Pero realmente preferiría que no te mates a ti misma por algo que es mejor dejarnos a los que ya hemos muerto. A diferencia de ti, no tenemos a nadie que nos llore si perecemos.
Tabitha quedó desconcertada ante sus inesperadas palabras. Más que eso, estaba desconcertada por la preocupación que sentía de su parte. El dolor.
—¿Quién lloró por ti cuando falleciste? —preguntó, sin estar segura de por qué quería saberlo.
Él se detuvo, luego apartó la mirada.
—Nadie.
—¿Nadie? ¿No tenías familia?
Él rió amargamente.
—Mi familia era una tragedia Shakespeariana. Créeme cuando te digo que se deshicieron alegremente de mí.
—¿Cómo puedes decir eso? Estoy segura de que les importó. Seguramente…
—Fueron mis hermanos quienes me mataron.
Tabitha sintió la vengativa agonía que crecía en él mientras gruñía esas sinceras palabras. Le dolía el pecho por él. ¿Estaba diciéndole la verdad?
—¿Tus hermanos?
Valerius no podía respirar mientras el pasado lo desgarraba. Pero, a decir verdad, sentía una ola de alivio al contarle finalmente a alguien, luego de dos mil años, la verdad acerca de lo que lo había convertido en un Dark Hunter.
Asintió mientras forzaba a las deformadas imágenes de esa noche a abandonar su mente. Cuando habló, su voz era sorprendentemente uniforme.
—Era una vergüenza para mi familia, así que me ejecutaron.
—¿Te ejecutaron cómo?
Sus ojos estaban sin expresión.
—Eres una alumna de lo antiguo. Estoy seguro de que sabes lo que Roma le hacía a sus enemigos.
Tabitha se cubrió la boca mientras una ola de náuseas la consumía. Antes de poder detenerse, tomó el brazo de Valerius y apartó su manga para poder ver la cicatriz en su muñeca. Era toda la prueba que necesitaba.
Al igual que Kyrian, había sido crucificado.
—Lo siento tanto.
Rígido y formal, él retiró el brazo y se acomodó la manga.
—No lo hagas. Lo encuentro extrañamente adecuado considerando la historia de mi familia. “Quien vive por la espada…”
—¿A cuánta gente crucificaste? —ella sintió su vergüenza antes de que él girase y se alejara de ella. Renuente a dejarlo ir, fue tras él y lo hizo detener—. Dime, Valerius. Quiero saber.
La agonía en su rostro la desgarró. La mandíbula de Valerius se apretó.
—A nadie —dijo luego de una larga pausa—. Me rehusé a matar a un hombre de ese modo.
Las lágrimas aguijonearon los ojos de Tabitha mientras lo miraba.
No era lo que Kyrian y los demás pensaban. No lo era.
El hombre al que describían no hubiese dudado en humillar o matar a alguien. Y Valerius no lo había hecho.
Él se aclaró la garganta y pareció que las palabras lo lastimaban.
—Cuando era niño, vi cómo ejecutaban a un hombre. Era uno de los más grandes generales de su época —el corazón de Tabitha dejó de latir mientras se daba cuenta de que estaba hablando de Kyrian—. Mi abuelo lo engañó y pasó semanas interrogándolo —su respiración era trabajosa, todo su cuerpo estaba tenso—. Mi padre y mi abuelo insistieron en que mis hermanos y yo debíamos ser llevados para presenciarlo. Querían que aprendiéramos cómo quebrar a un hombre. Cómo quitarle la dignidad hasta que no quedaba nada. Y lo único que vi fue sangre y horror. Nadie debería sufrir de ese modo. Miré a los ojos de ese hombre y vi su alma. Su fuerza. Su sufrimiento. Intenté escapar y me golpearon por hacerlo, luego me llevaron de regreso y me forzaron a mirar —miró a Tabitha salvaje y atormentadamente.
—Los odié por eso. Han pasado dos mil años y aún puedo escuchar sus gritos mientras levantaban su cuerpo quebrado y llevaban al príncipe una vez orgulloso a morir a la plaza como un criminal común.
Tabitha se cubrió los oídos mientras imaginaba cómo debía haber sido para Kyrian morir de ese modo. Sabía, por su hermana, que su muerte aún lo atormentaba. Aunque las pesadillas de Kyrian eran menos frecuentes ahora de lo que habían sido cuando él y Amanda recién se habían casado, aún las tenía. Aún despertaba en medio de la noche para asegurarse que su esposa y su hija estaban a salvo.
Algunas noches, directamente no dormía, por el miedo a que alguien apareciera y le quitara todo otra vez.
Y odiaba a Valerius con una venganza irracional.
Valerius respiró hondo mientras veía el modo en que Tabitha se encogía. Él también lo hacía, pero no abiertamente.
Su corazón había cargado con la culpa y los horrores de su niñez a través del tiempo. Si pudiese regresar, jamás le hubiera vendido su alma a Artemisa. Mejor morir y silenciar la resonancia de la crueldad de su padre, que vivir interminablemente con todas sus voces haciendo eco en su mente.
Estaba seguro que Tabitha ahora lo odiaba, tal como los demás. Tenía todo el derecho. Lo que su familia había hecho era imperdonable. Por eso es que evitaba a Kyrian y a Julian.
No había necesidad de recordarle a ninguno de los dos sus vidas pasadas en la antigua Grecia. Sería incluso más cruel ahora que ambos eran felices en el mundo moderno.
Jamás había comprendido porqué Artemisa lo había mudado a Nueva Orleáns. Era algo que su padre hubiese hecho para asegurarse que los dos griegos jamás tuvieran paz.
Pero eso era algo de lo que jamás hablaría. Y si alguna vez su camino se cruzara con el de Kyrian y Julian, sabía que no debía disculparse. Había intentado eso siglos atrás, una vez, con Zoe, quien había sido asesinada por su hermano Marius. La Amazona lo había atravesado con su arma, haciendo su mejor intento de matarlo.
Valerius se había visto forzado a vencerla.
Ella lo había escupido.
—¡Basura Romana! Jamás comprenderé porqué Artemisa permite que vivas cuando deberías ser destripado como un cerdo chillón.
A través de los siglos, había aprendido a mantener la frente en alto y seguir adelante pese a lo que los demás Dark Hunters pensaran. No podía darles paz por sus pasados más de lo que podía tener paz por el suyo.
Algunos fantasmas se rehusaban a ser exorcizados.
Ahora Tabitha sabía la verdad y también lo odiaría. Que así fuera.
Valerius giró, para retirarse.
—¿Val?
Se detuvo.
Tabitha no estaba segura de qué decirle. Así que no habló con palabras. Se estiró y le hizo bajar la cabeza hacia la suya, y entonces lo besó profundamente.
Valerius estaba pasmado por sus actos. La aplastó contra sí mientras saboreaba la calidez de su boca. La calidez de su abrazo.
Se apartó.
—Sabes lo que soy, Tabitha… ¿por qué sigues aquí?
Ella lo miró, con sus ojos azules ardiendo de ternura.
—Porque sé lo que eres, Valerius Magnus. Créeme, lo sé. Y quiero llevarte a casa conmigo, ahora mismo, y hacerte el amor.


À Nombre del personaje de la hija
À Juego de preguntas y respuestas.
À Medias de lycra cortadas en el tobillo; sin la parte del pie.
À 1987.Comedia clásica acerca de dos detectives privados. Protagonizada por Tom Hanks y Dan Aykroyd.

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