miércoles, 1 de febrero de 2012

Sn cap 2

Valerius despertó lentamente, al escuchar a alguien tarareando cerca.
¿Tarareando?
Abrió los ojos parpadeando, esperando encontrarse en su propia cama, en su propia casa. En cambio, estaba en una cama antigua muy grande, con un dosel de madera adornado con un acolchado terciopelo de Borgoña.
La voz que escuchaba provenía de una mecedora, a su izquierda. Giró la cabeza y quedó apabullado por lo que encontró.
Era…
Bueno, a primera vista parecía una mujer muy grande. Tenía largo cabello rubio y vestía un suéter peludo color rosa de mangas cortas, y pantalones caqui. Sólo que la “mujer” tenía unos hombros tan anchos como los de Valerius y una pronunciada nuez.
Estaba sentada en la silla, pasando las páginas de la edición de otoño de Vogue con unas brillantes uñas rojo sangre que podían pasar por garras. Levantó la vista y cesó de canturrear.
—¡Oh! ¡Estás despierto! —dijo emocionada, levantándose inmediatamente y revoloteando alrededor de la cama. Tomó torpemente lo que parecía ser un walkie-talkie que estaba sobre la mesa de luz y presionó el botón mientras se aseguraba de no quebrarse una uña—. Tabby, el Sr. Sexy está despierto.
—Está bien, Marla, gracias.
Valerius tenía un débil recuerdo de aquella voz, pero no era demasiado claro, mientras intentaba recordar lo que le había sucedido.
—¿Dónde estoy? —preguntó.
“En el infierno” parecía la respuesta más adecuada. Pero, el dolor en su cuerpo, y la habitación en penumbras que era una mezcla tan peculiar de lo antiguo y lo moderno, le decían que ni siquiera el infierno sería tan malo o vulgar.
—No te muevas, dulzura —le dijo la mujer desconocida mientras continuaba gesticulando y rondando la cama—. Tabby estará aquí enseguida. Ella dijo que no debía dejarte ir a ningún lado. Así que no lo hagas.
Antes de que pudiese preguntar quién era Tabby, otra mujer irrumpió en la habitación.
Ella también era alta. Pero, a diferencia de la primera, era esbelta, casi escuálida, salvo que su cuerpo estaba bien definido, como si levantara pesas. Su largo cabello castaño estaba atado en una cola de caballo y tenía una gran cicatriz sobre el pómulo izquierdo.
Valerius se quedó helado ante la visión de la guerrera que había visto la noche anterior. Los recuerdos lo inundaron. Incluyendo aquél en que ella lo apuñalaba en el pecho, ayudado por el hecho de que aún llevaba un enorme cuchillo de carnicero en la mano derecha.
—¡Tú! —la acusó, corriéndose hacia el borde más alejado de la cama.
La mujer se encogió visiblemente antes de volverse hacia la otra y empujarla hacia la puerta.
—Gracias, Marla, te agradezco que lo hayas vigilado.
—Oh, cuando quieras, cariño. Sólo llámame si necesitas algo.
—Lo haré. —Empujó a la mujer más grande por la puerta y la cerró de un portazo—. Hola —le dijo a Valerius.
Él miró fijamente el cuchillo en su mano, y entonces miró hacia abajo, a la herida curada en su pecho.
—¿Qué? ¿Regresaste para terminar conmigo?
Ella frunció el ceño.
—¿Qu…? —Entonces su mirada fue hacia el cuchillo que sostenía—. Oh, esto. No, lo de anoche fue un completo accidente.
Tabitha dejó el cuchillo sobre el tocador, luego giró para enfrentarlo. Debía admitir que Valerius se veía extremadamente apuesto sobre su cama. Su largo cabello negro estaba suelto, y cubría su rostro. Sus rasgos estaban perfectamente cincelados como por un maestro del arte. Y ese cuerpo suyo…
Realmente, ningún hombre debería verse tan delicioso.
Por eso es que ella había pasado la noche en su oficina en la planta baja, y por eso había enviado a Marla a cuidarlo a primera hora de la mañana.
Dormido había sido una tentación más grande de lo que ella quería. Se veía relajado y gentil.
Apetitoso.
Despierto parecía peligroso.
Y aún así, apetitoso.
Tenía que darle crédito a la diosa; Artemisa tenía un gusto exquisito en hombres. Y por lo que Tabitha sabía, y de acuerdo con las palabras de Amanda, no había tal cosa como un Dark Hunter feo.
En verdad no podía culpar a la diosa por eso. Si una tuviese que elegir hombres para su ejército personal, ¿qué mujer no escogería a los más altos y apuestos del montón?
Eso también explicaba porqué Acheron era su líder.
Sí, era bueno ser una diosa. Tabitha no podía siquiera imaginar lo genial que sería dominar toda esa deliciosa testosterona.
Y Valerius era material de Dark Hunter de primera calidad, mientras estaba sentado con un brazo divinamente esculpido asegurado contra su colchón, mientras el resto de él estaba completamente al descubierto ante su mirada. Parecía una bestia salvaje enroscada, lista para atacar.
Pero estaba confundido. Sentía sus emociones llegando hasta ella. También estaba enojado, pero Tabitha no estaba segura de la razón.
—Estás a salvo aquí —le dijo, acercándose a la cama—. Sé lo que eres, y me aseguré que todas las ventanas estuviesen cubiertas.
—¿Quién eres? —preguntó él en un tono sospechoso.
—Tabitha Devereaux —respondió.
—¿Eres una Escudera?
—No.
—¿Entonces cómo sabes…?
—Soy amiga de Acheron.
La furia de Valerius estalló al escucharla.
—Estás mintiendo.
Repentinamente, se puso de pie, y luego siseó al darse cuenta de que estaba completamente desnudo.
Tabitha se mordió el labio para evitar gemir al ver toda esa exquisita piel desnuda. Debía darle crédito a los Dark Hunters, todos estaban increíblemente bien formados.
Valerius agarró la sábana de su cama y se tapó.
—¿Dónde está mi ropa? —preguntó en el tono más desdeñoso que ella jamás había escuchado.
No era extraño que Nick y los demás lo pasaran mal con él. La arrogancia y una suprema superioridad brotaban de cada molécula de ese masculino cuerpo. Era evidente que Valerius era un hombre acostumbrado a dar órdenes, lo cual tenía sentido, ya que ella sabía que una vez él había sido un General romano.
Desdichadamente, Tabitha no estaba acostumbrada a seguir las órdenes de nadie, especialmente de un hombre.
—No te alteres —dijo, riendo ante su mal chiste—. Tu ropa está en la lavandería. La traerán en cuanto esté lista.
—¿Y mientras tanto?
—Parece que estás desnudo.
La mandíbula de Valerius se endureció, como si no pudiese creer lo que estaba escuchando.
—¿Perdón?
—Te perdono todo lo que quieras, aún así seguirás desnudo. —Tabitha se detuvo ante la traviesa imagen en su mente—. Ahora que lo pienso, un hombre hermoso, desnudo, rogando… eso es una fantasía. Rogar no te regresará tu ropa, pero podría traerte otra cosa —le dijo levantando las cejas.
El puño de Valerius se apretó contra la sábana que sostenía alrededor de su cintura. Ella podía sentir que estaba ofendido y, aún así, extrañamente divertido.
Ella meneó la cabeza.
—Sabes, eres romano. Podrías hacerte una toga con la sábana.
Él sintió una extraña necesidad de farfullar. Si fuera un plebeyo, probablemente lo hubiese hecho.
Esta debía ser la mujer más extraña que existiera.
—¿Cómo sabes que soy romano?
—Te lo dije, conozco a Ash y al resto de ustedes, habitantes de la noche —Lo miró juguetonamente—. Vamos, hazte una toga para mí. Intenté hacer una en la universidad, y terminó cayéndose en medio de la fiesta. Gracias a dios que mi compañera de cuarto estaba lo suficientemente sobria como para levantarla y envolvérmela alrededor antes de que los chicos de la fraternidad se abalanzaran.
Detrás suyo, oyó un sonar un reloj cucú. Valerius se dio vuelta para ver la hora y frunció el ceño al darse cuenta de que el “pájaro” tenía un mohawkÀ rojo.
También tenía un parche en el ojo.
—¿No es para morirse de risa? —preguntó Tabitha—. Lo compré en Suiza, cuando pasé un año allí estudiando.
—Fascinante —dijo fríamente—. Ahora, si me dejas, iré…
—Epa, espera un segundo, compañero. No soy tu sirvienta y no usarás ese tono conmigo. ¿Capisce?
Saeva scaeva —murmuró Valerius en voz baja.
Saeve puer —le retrucó ella.
Valerius en realidad se quedó con la boca abierta.
—¿Acabas de insultarme en latín?
—Tú me insultaste primero. Y no es que me sienta particularmente insultada por que me llamen “diablesa desenfrenada”. Es un poco halagador, pero de todos modos no soy el tipo de persona que acepta un insulto en silencio.
A pesar de sí mismo, Valerius estaba impresionado. Verdaderamente había pasado mucho tiempo desde que había conocido a una mujer que hablara su lengua nativa. Por supuesto, no le agradaba que lo llamaran “niño tonto”, pero había que darle crédito a una mujer que poseía una inteligencia semejante.
Y había pasado una eternidad desde que había estado con alguien que no lo desdeñara abiertamente. Ella no era mordaz en sus réplicas. Más bien estaba discutiendo con él como un polemista campeón que no se tomaba nada de esto a pecho.
Qué inusual…
Qué terroríficamente placentero.
De pronto, la canción de Dimensión Desconocida resonó por la casa.
—¿Qué es eso? —preguntó aprensivamente.
Quizás en verdad se había adentrado en el reino de Rod Serling.
—El timbre. Probablemente están trayendo tu ropa.
—¡Tabby! —gritó Marla desde algún sitio fuera de la habitación—. Es Ben, con tus cosas.
Valerius se puso rígido ante el burdo comportamiento.
—¿Él siempre grita de ese modo?
—Hey, vamos —dijo Tabitha severamente—. Marla es una de mis amigas más queridas en el mundo, y si la insultas o continúas diciéndole “él”, te clavaré una estaca en un lugar que dolerá más que en tu pecho —dijo, dejando caer la mirada significativamente hacia su entrepierna.
Valerius abrió los ojos ante su amenaza. ¿Qué tipo de mujer decía algo así a un hombre?
Antes de que pudiera hablar, ella abandonó el dormitorio.
Asombrado, no estaba seguro de qué hacer. Qué pensar. Fue hacia el tocador, donde ella había dejado el cuchillo. Al lado del mismo estaban su billetera, sus llaves y su teléfono.
Tomó el teléfono y llamó a Acheron, quien respondió inmediatamente.
—Necesito ayuda —le dijo Valerius, por primera vez en dos mil años.
Acheron gruñó suavemente.
—¿Ayuda con qué? —preguntó.
Su voz gravemente acentuada sonaba atontada, como si Valerius lo hubiese despertado de un profundo sueño.
—Estoy en la casa de una loca que dice conocerte. Tienes que sacarme de aquí ahora mismo, Acheron. No me importa lo que haga falta.
—Es mediodía, Valerius. Los dos deberíamos estar durmiendo. —Acheron se detuvo—. De cualquier modo, ¿dónde estás?
Valerius miró alrededor de la habitación. Había collares de Mardi Gras colgados por todas partes, sobre el espejo triple del antiguo tocador. En lugar de una alfombra Persa, había… un gigantesco mapa de rutas de autos de juguete. Había partes del cuarto que mostraban un gusto y una clase impecables, y otras partes que eran sencillamente espantosas.
Vaciló frente a lo que parecía ser un altar vudú.
—No lo sé —dijo Valerius—. Oigo una horripilante música que proviene del exterior, bocinas estruendosas, y estoy en una casa donde hay un pájaro cucú con un mohawk, un transvestido, y una lunática manipuladora de cuchillos.
—¿Por qué estás en casa de Tabitha? —preguntó Acheron.
Valerius quedó apabullado ante la pregunta. ¿Acheron realmente la conocía?
Está bien, Acheron era un poquito excéntrico, pero hasta este momento, Valerius había asumido que el Atlante tenía más sentido que para asociarse con humanos de tan poca clase.
—¿Perdón?
—Relájate —dijo Acheron bostezando—. Estás en buenas manos. Tabby no te lastimará.
—¡Me apuñaló!
—Demonios —dijo Ash—. Le dije que no apuñalara a más Cazadores. Odio cuando hace eso.
—¿Tú lo odias? Soy yo quien tiene una herida pudriéndose.
—¿En serio? —preguntó Acheron—. Jamás conocí a un Dark Hunter que tuviese una herida podrida. Al menos no externamente.
Valerius hizo rechinar sus dientes ante el descolocado humor del Atlante.
—No te encuentro divertido, Acheron.
—Sí, lo sé. Pero mira el lado bueno: eres el tercer Dark Hunter al que ha derribado hasta ahora. En ocasiones se entusiasma un poquito.
—¿Se entusiasma un poquito? Esa mujer es una amenaza.
—Nah, es una buena chica. A menos que seas un Daimon; entonces podría competir con XanthippeÀ.
Valerius lo dudaba. Incluso la infame y regañona griega debía ser más sosegada que Tabitha.
La puerta se abrió y mostró a Tabitha entrando a la habitación con su ropa envuelta en plástico.
—¿Con quién estás hablando? —le preguntó.
—Mándale saludos —dijo Acheron un segundo más tarde.
Esta vez, Valerius farfulló. No podía creer lo que estaba sucediendo. Que estos dos se conociesen tan bien.
Miró fijamente a Tabitha mientras ella colgaba su ropa en el pomo de la puerta del placard.
—Acheron te manda saludos.
Ella fue a pararse frente a él, se inclinó hacia delante y levantó la voz para que Acheron pudiese escucharla por el teléfono.
—Hola, bebé hermoso. ¿No deberías estar durmiendo?
—Sí, así es —le dijo Acheron a Valerius.
—No llamas “bebé” a Acheron —le dijo Valerius sombríamente a Tabitha.
Ella le bufó. Como un caballo.
—Tú no llamas “bebé” a Acheron porque… bueno, porque es sencillamente enfermo. Pero yo le digo “bebé” todo el tiempo.
Valerius estaba impresionado.
¿Ella era…?
—No, no es mi novia —dijo Acheron del otro lado, como si pudiese escuchar los pensamientos de Valerius—. Le dejo eso a otro pobre bobo.
—Tienes que ayudarme, Acheron —dijo Valerius, aferrando con más fuerza la sábana mientras se apartaba de Tabitha, quien continuaba persiguiéndolo por toda la habitación.
—Está bien, escucha. Aquí tienes un poco de ayuda. ¿Recuerdas tu preciado abrigo de cachemira?
Valerius no podía imaginar cómo eso podría ayudarlo, pero a esta altura estaba dispuesto a intentar cualquier cosa.
—¿Sí?
—Cuídalo. Marla es más o menos de tu tamaño y definitivamente intentará robarlo si lo ve. Tiene un extraño fetiche con las chaquetas y los sobretodos, especialmente si han sido usados por hombres. La última vez que estuve en la ciudad, terminó quedándose con mi chaqueta de motociclista preferida.
Valerius se quedó boquiabierto.
—¿Y cómo es que te relacionas con transvestidos, Acheron?
—Tengo muchos amigos interesantes, Valerius, y algunos de ellos incluso son unos completos y absolutos imbéciles.
Él se puso rígido.
—¿Eso iba dirigido a mí?
—No. Sólo pienso que eres demasiado tenso para tu propio bien. Ahora, si has terminado de retarme, me gustaría volver a dormir.
Ash colgó el teléfono.
Valerius se quedó parado allí, sosteniendo su teléfono celular. Se sentía como si alguien hubiese cortado la línea con el preservador de su vida, y lo dejase a la deriva en aguas infectadas de tiburones.

Y la propia JawsÀ estaba allí, esperando para devorarlo.
Que Júpiter lo ayudara.
Tabitha levantó la almohada del piso y la devolvió a la cama. Se quedó quieta al ver la espalda de Valerius. Diablos, tenía el trasero más lindo que había visto en cualquier hombre. Alguien debería ponerle una etiqueta de Calidad Superior. Apenas podía evitar acercarse y apretarlo, pero su postura rígida y helada la mantenía a raya.
Eso, y la multitud de cicatrices que desfiguraban su espalda. Parecía que alguien lo había golpeado repetidamente.
Pero, ¿quién se habría atrevido a hacer algo así?
—¿Estás bien? —le preguntó Tabitha mientras él iba hacia el tocador y dejaba su teléfono.
Él pasó su mano por el largo cabello y suspiró.
—¿Cuántas horas faltan hasta el atardecer?
—Un poquito más de cinco —Ella sentía que aún estaba enojado y confundido—. ¿Quieres regresar a la cama a dormir?
Él la miró cruel y amenazadoramente.
—Quiero ir a casa.
—Sí, bueno, te hubiese llevado a casa si Otto hubiera atendido su teléfono anoche.
—Suspendí a Guido por mal comportamiento —dijo Valerius en voz baja.
Entonces su rostro se puso repentinamente pálido.
Tabitha sintió terror, seguido rápidamente por un dolor tan agudo que la hizo dar un respingo.
—¿Qué sucede? —preguntó.
—Necesito ir a casa inmediatamente.
—Bueno, a menos que tengas una relación muy especial con Apolo de la que deba enterarme, eso es tan probable como que yo gane la lotería, lo cual sería muy probable si Ash compartiera esos malditos números conmigo. Perverso canalla. No comparte nada —Sintió que una ola de desolada desesperación consumía a Valerius. Instintivamente, fue hacia él y tocó suavemente su brazo—. Está bien, en serio. Te llevaré de regreso en cuanto caiga el sol.
Valerius miró la mano que estaba apoyada sobre su bíceps. Ninguna mujer había puesto una mano desnuda sobre él en siglos. No era sexual. Era tranquilizante. La mano de alguien que le ofrecía consuelo.
Levantó la mirada hacia ella. Tenía unos ojos ardientemente azules.
Eran vivos e inteligentes. Más que nada, eran bondadosos, y la bondad no era algo a lo que Valerius estuviese acostumbrado.
La mayoría de la gente lo miraba e instantáneamente sentía un fuerte desagrado. Como humano, lo había atribuido a su estatus de realeza, y a la fama bien merecida de su familia por su brutalidad.
Como Dark Hunter, se desprendía del hecho de que era romano, y como Roma y Grecia habían pasado siglos guerreando entre sí hasta que Roma finalmente había puesto a Grecia de rodillas, era de esperar que los griegos lo odiaran. Desgraciadamente, los griegos y las amazonas eran un grupo que decía lo que pensaba, que rápidamente había puesto a los demás Dark Hunters y Escuderos en contra de sus hermanos de origen romano.
A través de los siglos, Valerius se había auto-convencido de que no necesitaba hermanos de armas, y hasta había comenzado a obtener una especie de mórbida diversión recordándoles su estatus de realeza Romana.
Desde el primer año de su renacimiento, había aprendido a golpear antes de ser golpeado.
Finalmente había adoptado la rígida formalidad y el sentido de decencia que su padre le había inculcado a golpes cuando era pequeño.
Pero esa formalidad se desvaneció ante la bondad del tranquilizador contacto de esta mujer.
Tabitha tragó mientras algo pasaba entre ellos. Su mirada oscura e intensa la atravesó y, por primera vez, no era desaprobatoria o prejuiciosa. Era casi tierna, y la ternura no era algo que ella esperara de un hombre con la reputación de Valerius.
Él puso sus dedos contra la cicatriz en su mejilla. Ella no vio el desprecio que tenía la mayoría de los hombres en sus rostros cuando la veían. En cambio, él trazó suavemente la línea.
—¿Qué sucedió? —le preguntó.
Casi dijo “accidente de autos”. Había dicho esa mentira tanto tiempo que ahora era prácticamente automática. Sinceramente, era mucho más fácil decir la mentira que vivir la verdad.
Ella sabía lo espantoso que era su rostro. Su familia no tenía idea de cuántas veces los había oído por casualidad haciendo comentarios sobre su cicatriz. Cuántas veces Kyrian le había dicho a Amanda que él felizmente pagaría para que se hiciera una cirugía plástica.
Pero Tabitha había tenido terror de los hospitales desde que su tía había muerto por una sencilla amigdalectomía que había salido mal. Ella jamás elegiría hacerse algo sólo porque ya no era bonita. Si el resto del mundo no podía tratar con ella, era problema de ellos, no suyo.
—Un Daimon —dijo tranquilamente—. Dijo que quería darme un regalo especial para que siempre lo recordara —La mandíbula de Valerius comenzó a temblar ante esas palabras, y ella sintió la furia que él sentía por ella—. Le daré crédito —dijo ella, con un nudo en la garganta—. Tenía razón. Pienso en él cada vez que me miro al espejo.
Valerius dejó caer su mano hasta la cicatriz en su cuello, donde uno de los Daimons la había mordido. Si no fuese por Kyrian, que había venido en su rescate, probablemente hubiese muerto esa noche.
—Lo siento —susurró él.
Esas eran palabras que ella estaba segura que jamás habían salido de los labios de este hombre.
—Está bien. Todos tenemos cicatrices. Simplemente tengo suerte de que la mayoría de las mías estén en el exterior.
Valerius estaba asombrado por su sabiduría. Jamás habría esperado tal profundidad de pensamiento en una mujer como ella. Ella apretó ligeramente su mano antes de quitarla de su cuello y apartarse.
—¿Tienes hambre?
—Estoy famélico —le respondió con sinceridad.
Como la mayoría de los Dark Hunters, él generalmente hacía tres comidas por noche. Una no mucho después de despertar al atardecer, otra alrededor de las diez u once de la noche, y la tercera alrededor de las tres o cuatro de la mañana. Como había sido herido bastante temprano, sólo había comido una vez la noche anterior.
—Bien, tengo una cocina muy bien surtida. ¿Qué te gustaría?
—Algo italiano.
Ella asintió.
—Suena bien. Ve a vestirte y nos encontramos abajo. La cocina es la puerta a la izquierda. No abras la de la derecha que tiene una etiqueta de “Riesgo biológico”. Esa conduce a mi tienda y allí no hay más que luz del sol. —Comenzó a dirigirse a la puerta cerrada detrás de sí, y entonces se detuvo—. A propósito, quizá quieras dejar tu abrigo en mi armario hasta que te vayas. Marla…
—Acheron ya me advirtió.
—Ah, bien. Nos vemos pronto.
Valerius esperó hasta que ella se hubiera ido antes de ir a cambiarse. Mientras colgaba su abrigo en el armario, le sorprendió el hecho que ella tuviese tanta ropa negra como él. El único color en su armario era un vestido de satén rosa brillante que sobresalía fuertemente entre el mar de oscuridad. Eso, y una minifalda roja escocesa.
Fue la minifalda la que llamó su atención mientras una imagen no deseada de Tabitha vistiéndola lo atravesó, y se preguntó si tendría buenas piernas.
Siempre había apreciado un par de suaves y bien proporcionadas piernas femeninas. Especialmente cuando estaban envueltas a su alrededor.
Su cuerpo se endureció instantáneamente ante ese pensamiento. Valerius hizo una mueca al sentirse de pronto como un pervertido parado frente a su armario, soñando despierto con ella.
Cerró la puerta inmediatamente y abandonó la habitación. El pasillo estaba pintado en un tono amarillo brillante que era un poco fuerte para sus sensibles ojos de Dark Hunter. Había un cuarto a través del pasillo que tenía la puerta abierta y mostraba un dormitorio ordenado, y decorado con buen gusto. Vio un vestido de lentejuelas plateadas sobre la antigua cama y una recargada peluca castaña reposando sobre una cabeza de goma-espuma detrás del mismo.
—Oh, hola, belleza —dijo Marla mientras salía de lo que debía ser un baño. Llevaba un turbante sobre su cabeza aparentemente pelada, y una bata rosa—. Tabby está abajo.
—Gracias —dijo él, inclinando la cabeza.
—Uuuh, modales. Qué cambio agradable para Tabby. La mayor parte de los hombres que trae a casa son todos groseros rufianes. Excepto ese Ash Parthenopaeus, que es extraordinariamente educado. Pero él también es extraño. ¿Lo has visto alguna vez?
—Nos conocemos, sí.
Ella tembló visiblemente.
—Uuuh, me gusta el modo en que dices “conocemos”, bombón. Tienes un buen acento. Ahora será mejor que te vayas antes que robe más de tu tiempo. Dios sabe que te dejaré sordo si me dejas.
Sonriendo ante sus extravagantes gestos mientras lo ahuyentaba, Valerius se despidió y cerró la puerta. Había algo extrañamente encantador en  Marla.
Bajó por la hermosa escalera de cerezo que conducía a un pequeño rellano. Frunció el ceño ante la etiqueta de “Riesgo biológico” que estaba justo donde Tabitha había dicho. Giró hacia la izquierda, donde dos puertas francesas, a las que les vendría bien un arreglo, llevaban hacia un pequeño comedor. Dentro había una vieja mesa campestre marrón y blanca y sillas de respaldo alto que, en algún momento, habían estado en mejores condiciones.
Las paredes estaban pintadas de un blanco brillante, y tenían colgados afiches con marcos blancos y negros de paisajes europeos tales como la Torre Eiffel, Stonehenge, y el Coliseo. Las persianas negras habían sido cerradas por él, para bloquear la luz del sol. Y un aparador negro estaba ubicado contra la pared más lejana. La parte superior estaba atestada de fotos y platillos de colección, incluyendo unos de Elvis y ElviraÀ. Había dos grandes y antiguos candelabros de plata en cada extremo.
Pero lo que lo sorprendió fue una foto de 8 x 10 en el centro del aparador, de quien parecía ser Tabitha en un vestido de novia, junto a un hombre cuyo rostro estaba cubierto por una pequeña foto recortada de la cabeza de Russell Crowe.
Se estiró para quitar la foto.
—Allí estás —dijo Tabitha detrás de él.
Valerius se quedó duro inmediatamente.
—¿Estás casada? —preguntó.
Ella frunció el ceño, hasta que vio la fotografía.
—Oh, por Dios, no. Esa es mi hermana Amanda en su boda. La bebé en la foto de al lado es su hija, Marissa.
Valerius estudió la foto de la boda. Realmente no había ninguna diferencia entre las mujeres, excepto la cicatriz.
—¿Tienes una hermana gemela?
—Sí.
—¿Y por qué tu hermana está casada con Russell Crowe?
Tabitha rió.
—Ah, es una broma para mi cuñado, el santurrón y proselitista schlemielÀ.
Él la miró con picardía.
—Veo que no le tienes afecto.
—En realidad, lo quiero a morir. Es realmente bueno con mi hermana y mi sobrina, y es verdaderamente adorable a su propio modo. Pero, como tú, se toma a sí mismo demasiado en serio. Ustedes deberían relajarse y disfrutar más. La vida es demasiado corta… bueno, quizás no para ustedes, pero para el resto de nosotros, mortales, lo es.
Valerius estaba fascinado por esta mujer que debería provocarle repulsión. Era vulgar y rústica y, aún así, era divertida y encantadora del modo más inesperado.
Ella dejó caer una pequeña lata roja sobre la mesa, de la cual sobresalía una cuchara de plástico entre lo que parecía ser una especie de macarrones y salsa marinara.
Valerius frunció el ceño.
—¿Qué es eso?
—Ravioles.
Él arqueó una ceja.
—Eso no son ravioles.
Ella observó la comida.
—Bueno, está bien. Son CarnarronesÀ. Mi sobrina llama ravioles a cualquier cosa que venga en estas pequeñas latas para calentar en el microondas. —Apartó una silla para él—. Come.
Valerius estaba horrorizado por lo que le estaba ofreciendo.
—¿Perdón? En realidad no esperas que coma eso, ¿verdad?
—Bueno, sí. Dijiste que querías algo italiano. Es italiano —Levantó la lata e indicó la etiqueta—. Mira. Chef BoyardeeÀ. Él sólo hace las mejores cosas.
Valerius jamás había estado tan pasmado en toda su vida. Seguramente, ella estaba bromeando. —No como en tazones de papel y con cubiertos de plástico.
—¡Bueno, bueno, Sr. Presumido!. Lo siento si te ofendí, pero aquí en el planeta Tierra, el resto de nosotros los plebeyos tendemos a comer lo que esté a mano, y cuando nos dan algo, no lo cuestionamos.
Tabitha cruzó los brazos sobre su pecho mientras él se quedaba duro como una piedra. Si las miradas pudiesen matar, su pobre tazón de Carnarrones estaría hecho pedacitos.
—Me retiraré hasta el anochecer.
Hizo una majestuosa inclinación con la cabeza antes de dirigirse de regreso a las escaleras.
Tabitha se quedó boquiabierta mientras él se iba. Realmente estaba ofendido, y muy dentro, herido. A esto último no le encontraba ningún sentido. Ella era quien debería sentirse insultada. Recogiendo los Carnarrones, suspiró, tomó un bocado y regresó a la cocina.
Valerius cerró cuidadosamente la puerta de la habitación de Tabitha, cuando lo que en verdad quería hacer era dar un portazo. Pero la nobleza no andaba a los golpes dentro de la casa. Eso era para los plebeyos. Los nobles mantenían sus emociones bajo un prudente dominio.
Y no se sentían heridos por la opinión de burdas mujeres sin refinamiento que los insultaban.
Había sido un tonto por pensar siquiera un momento que ella…
—No necesito agradarle a nadie —murmuró en voz baja.
Había vivido toda su vida sin que a nadie le importara un comino. ¿Por qué debería cambiar ahora?
Y aún así, no podía acallar a esa diminuta parte que anhelaba que alguien tuviera un comentario bondadoso hacia él. Un simple, “dile a Valerius que le mando saludos”. Sólo una vez en su vida…
—Estás siendo un tonto —se gruñó a sí mismo.
Mejor ser temido que querido. Las palabras de su padre resonaron en sus oídos. La gente siempre traiciona a quien quiere, pero jamás a alguien a quien verdaderamente teme.
Era cierto. El temor mantenía a raya a la gente. Él, más que nadie, sabía eso.
Si sus hermanos le hubiesen temido…
Valerius dio un respingo ante el recuerdo, y fue a sentarse en la silla de director de cine que estaba en una esquina de la habitación.
Estaba ubicada junto a una biblioteca que poseía una amplia variedad de novelas. Frunció el ceño mientras repasaba los títulos, que iban desde “Los últimos días de Pompeya” y “Vida y tiempo de Alejandro Magno” hasta las novelas de “Los Archivos Dresden” de Jim Butcher.
Qué mujer peculiar era Tabitha. Mientras Valerius se estiraba para alcanzar un libro sobre la antigua Roma, su mirada recayó sobre el cesto de basura junto a la silla. Era grande, como los que la mayoría de las personas tenían en la cocina, pero lo que llamó su atención fue el pedazo de manga negra que asomaba bajo la tapa. Abriéndolo, encontró su camisa y su abrigo.
Su ceño se profundizó aún más mientras los extraía. Aún estaban cubiertos de sangre y desgarrados. Metió un dedo por el tajo en la espalda, donde el Daimon lo había cortado con una espada.
Pero él estaba vistiendo su…
Valerius se puso de pie y se quitó su suéter de seda. Era Ralph Lauren, idéntica a la que llevaba la noche pasada. Había una sola explicación.
Tabitha le había comprado ropa nueva.
Fue hacia el armario y examinó el abrigo. No fue hasta entonces que notó que los botones eran de un tono cobre ligeramente diferente. Aparte de eso, era una copia exacta.
No podía creerlo. Sólo el abrigo le había costado mil quinientos dólares. ¿Por qué haría Tabitha algo así?
Deseando una respuesta, regresó escaleras abajo, donde la encontró sola en la cocina, cocinando.
Valerius vaciló en el umbral. Estaba parada de costado a él, con un perfil perfectamente sereno. Era una mujer verdaderamente hermosa.
Sus vaqueros negros gastados se ceñían a unas largas piernas y un trasero extremadamente atractivo. Llevaba un suéter negro abotonado de mangas cortas que estaba en plena forma, dejando expuesta una gran cantidad de piel bronceada entre los vaqueros de tiro bajo y su ombligo, el cual, si no se equivocaba, estaba perforado.
Su largo cabello castaño estaba retirado hacia atrás, y se veía extrañamente tranquila parada descalza ante la cocina; un anillo de plata brillaba en un dedo de su pie derecho. La radio estaba encendida, pasando el tema “Sal en mis lágrimas” de Martin Briley. Las caderas de Tabitha se movían al compás de la música, en un ritmo erótico que era mucho más atractivo de lo que él quería admitir.
De hecho, apenas podía evitar acercarse a ella, inclinar su cabeza y probar un poco de la suculenta piel que lo llamaba.
Ella era una persona colérica, que seguramente lo cabalgaría bien. Él dio un paso adelante y ella se sobresaltó, y estiró su pie. Valerius maldijo mientras dicho pie hacía contacto con su entrepierna, y se doblaba por el dolor.
—¡Oh, dios mío! —jadeó Tabitha al darse cuenta de que había golpeado a su huésped—. ¡Lo siento tanto! ¿Estás bien?
Él la miró amenazadoramente.
—No —gruñó, cojeando mientras se alejaba de ella.
Tabitha lo ayudó a ir hacia la banqueta plegable que guardaba en la pequeña cocina.
—Lo siento tanto, tanto —repitió mientras él se sentaba y mantenía su mano contra sí—. Debería haberte advertido que no anduvieras a hurtadillas detrás de mí.
—No andaba a hurtadillas —dijo él con los dientes apretados—. Estaba caminando.
—Espera, deja que te busque un poco de hielo.
—No necesito hielo. Sólo necesito un minuto para respirar y no hablar.
Ella levantó las manos en rendición.
—Toma tu tiempo.
Luego de ponerse de varios tonos interesantes, Valerius finalmente se recuperó.
—Gracias a Júpiter que no tenías otro cuchillo en las manos —murmuró, y luego dijo más alto—: ¿Pateas de este modo a cada hombre que entra a tu casa?
—Oh, Señor, ¡otro más no! —dijo Marla mientras entraba a la habitación—. Tabby, juro que es un milagro que tengas algo de vida personal con el modo en que tratas a los hombres.
—Oh, cállate, Marla. No lo hice a propósito… esta vez.
Marla puso los ojos en blanco mientras tomaba dos Coca-Colas dietéticas del refrigerador. Le pasó una a Valerius.
—Sostén esto contra tu herida, dulzura. Ayudará. Y agradece que no eres Phil. Escuché que tuvieron que hacerle una operación de recuperación de testículo luego de que Tabby lo atrapó poniéndole los cuernos.
Luego abrió su bebida y regresó arriba.
—Se lo merecía —le gritó Tabitha a Marla—. Tiene suerte que no se lo haya cortado.
Valerius realmente no quería continuar con esa conversación. Se puso de pie y dejó la Coca-Cola sobre la mesada.
—¿Por qué estás cocinando?
Tabitha se encogió de hombros.
—Dijiste que no querías nada que proviniera de una lata, así que estoy preparándote pasta.
—Pero dijiste que…
—Digo muchas cosas que no quiero decir —Él la miró apagar el fuego y luego llevar la olla de pasta hirviendo hacia el fregadero. Una campana sonó—. ¿Te ocuparías de eso por mí?
—¿Ocuparme de qué? —preguntó.
—Del microondas.
Valerius miró alrededor. Raramente había visto una cocina en toda su vida, y sabía muy poco acerca de los electrodomésticos con los que uno cocinaba. Tenía sirvientes para ese tipo de cosas.
La campana sonó otra vez.
Asumiendo que era el microondas, fue hacia el mismo y tiró de la manija. Dentro había un recipiente de salsa marinara. Tomó la manopla en forma de pez que reposaba frente al microondas y extrajo el recipiente.
—¿Dónde debería poner esto?
—Sobre la cocina, por favor.
Él hizo lo que le dijo.
Ella llevó un pequeño recipiente hacia donde él estaba parado y cubrió la pasta con salsa.
—¿Mejor? —preguntó, pasándoselo.
Valerius asintió, hasta que su mirada bajó hacia los fideos. Parpadeó, incrédulo, mientras veía la forma de la pasta.
No. Seguramente lo estaba imaginando.
¿Era un…?
Se quedó boquiabierto al comprender que era lo que parecía ser. Pequeños penes de pasta nadaban en la salsa marinara roja.
—Oh, vamos —dijo Tabitha en un tono irritable—. No me digas que un General romano tiene problemas con el peneroni.
—¿Realmente esperas que coma esto? —preguntó, pasmado.
Ella le resopló.
—No te atrevas a usar esa actitud superior conmigo, compañero. Resulta que sé exactamente cómo vivían ustedes, los romanos. Cómo decoraban sus casas. Vienes de la tierra del falo, así que no actúes con tanto asombro porque te di un recipiente lleno de ellos para que comas. No es como si tuviera unas campanillas de viento de falos voladores colgadas en mi casa para rechazar al mal o algo así, aunque apuesto a que tú sí las tenías cuando eras humano.
Era cierto, pero habían pasado siglos desde que… pensándolo mejor, jamás había visto algo como esto.
Ella le alcanzó un tenedor.
—No es plata, pero es acero inoxidable. Estoy segura de que podrás arreglártelas.
Él aún estaba hipnotizado por la pasta.
—¿Dónde conseguiste esto?
—Vendo éstos y los senoronis en mi negocio.
—¿Senoronis?
—Me parece que puedes deducirlo.
Valerius no sabía qué decir. Jamás había comido alimentos obscenos y, ¿qué tipo de negocio tenía si vendía semejante mercancía?
—La casa de Vetti —dijo Tabitha, con los brazos en jarras—. ¿Necesito decir más?
Valerius estaba muy familiarizado con la casa Romana de la que ella hablaba, así como con sus escabrosos murales. Era verdad, su gente había sido bastante abierta con su sexualidad, pero él no había esperado para nada encontrarse cara a cara con ella en esta época moderna.
—Non sana est puella —dijo Valerius en voz baja, que en latín quería decir “Esta chica está demente”.
—¿Quin tu istanc orationem hinc veterem antque antiquam amoves, vervex? —retrucó Tabitha. “¿Dejarías de usar ese idioma obsoleto, cabeza de oveja?”
Valerius nunca se había sentido tanto insultado como divertido al mismo tiempo.
—¿Cómo es que hablas latín tan perfectamente?
Ella sacó un trozo de tostada de su horno.
—Tengo una maestría en Civilizaciones Antiguas. Mi hermana, Selena, tiene un doctorado. Cuando estábamos en la universidad pensábamos que era tonto insultarnos en latín.
—¿Selena Laurens? ¿La lunática con una mesa de cartas de tarot en la Plaza?
Ella lo miró ferozmente.
—Esa loca resulta ser mi adorada hermana mayor, y si la insultas otra vez, te dejaré cojeando… aún más.
Valerius se mordió la lengua mientras iba hacia la mesa del comedor. Se había encontrado con Selena varias veces en los últimos tres años, y ninguno de esos encuentros había salido bien. Cuando Acheron la había mencionado por primera vez, Valerius se había sentido deleitado ante la idea de tener a alguien con quien hablar, que conociera su cultura y su idioma.
Pero en cuanto Acheron los presentó, Selena había tirado su bebida sobre el rostro de Valerius. Le había dicho cada insulto conocido por la humanidad e incluso había inventado un par.
Él no sabía por qué Selena lo odiaba tanto. Lo único que ella le decía era que era una lástima que él no hubiese muerto bajo una estampida de bárbaros, hecho pedazos.
Y ese era uno de sus más bondadosos deseos para su muerte.
Era más que seguro que la complacería mucho saber que su verdadera muerte había sido mucho más humillante y dolorosa que cualquiera de sus discursos rimbombantes.
Cada vez que él se aventuraba dentro de la Plaza para patrullar en busca de Daimons, ella le lanzaba maldiciones, así como cualquier cosa que tuviese a mano para arrojar en su dirección.
No cabían dudas de que se emocionaría al descubrir que su hermana lo había apuñalado. Su único lamento sería que él aún estuviese vivo y no muerto, tirado en una cuneta.
Tabitha se detuvo en la puerta y vio cómo Valerius comía su pasta en silencio. Estaba rígidamente erguido y sus modales eran impecables. Parecía calmado y sosegado.
Pero también se veía increíblemente incómodo en su casa. Sin mencionar que parecía fuera de lugar.
—Ten —le dijo, acercándose para alcanzarle el pan.
—Gracias —dijo él mientras lo tomaba.
Frunció el ceño como si estuviera buscando un plato para el pan. Al final depositó el pan sobre la mesa y regresó a su excéntrica pasta.
Había un incómodo silencio entre ellos. Tabitha no sabía qué decirle. Era raro tener a este hombre en su presencia, cuando había oído tanto sobre él.
Y nada bueno.
Su cuñado y su mejor amigo, Julian, pasaban horas en fiestas familiares vociferando acerca de Valerius y su familia, y el hecho de que Artemisa transfiriera a Valerius a Nueva Orleáns por puro despecho, ya que no había querido dejar ir a Kyrian. Quizás eso era cierto. O quizás la diosa sólo había querido que Kyrian enfrentara su pasado y lo olvidara.
De cualquier modo, la persona que parecía más castigada por la decisión de Artemisa era Valerius, a quien recordaban constantemente el odio de Kyrian y Julian.
Era gracioso que a ella no le pareciese tan malo.
Cierto, era arrogante y circunspecto, pero…
Había algo más en él. Ella podía sentirlo.
Tabitha fue a la cocina a buscarle algo para beber. Su primer idea fue darle agua, pero ya había sido maliciosa dándole el peneroni. Había sido un impulso infantil por el que ahora se sentía extremadamente culpable. Así que decidió abrir a la fuerza su armario de vinos y darle algo que, sin duda, apreciaría.
Valerius levantó la mirada mientras Tabitha le alcanzaba un vaso de vino tinto. Esperaba a medias que fuese un penetrante y barato RippleÀ, y se sintió gratamente sorprendido ante el rico y aromático sabor, el buen cuerpo.
—Gracias —le dijo.
—De nada.
Cuando ella comenzaba a alejarse, él capturó su mano y la hizo detener.
—¿Por qué me compraste ropa nueva?
—¿Cómo sup…?
—Encontré la mía en la basura.
Ella se encogió, como si le molestase el hecho de que él se hubiera enterado de lo que había hecho.
—Debería haber vaciado el cubo. Demonios.
—¿Por qué no querías que lo supiera?
—Pensé que no la aceptarías. Era lo menos que podía hacer, ya que fui parte de la razón por la cual estaba arruinada.
Él le ofreció una sonrisa que entibió su corazón.
—Gracias, Tabitha.
Era la primera vez que decía su nombre. Su rico y profundo acento envió un temblor a través de ella. 
Antes de poder detenerse, colocó una mano sobre la mejilla de Valerius. Casi esperaba que se apartara.
No lo hizo. Solamente la miró con esos curiosos ojos negros.
Ella estaba impresionada por su belleza. Por su dolor interior, que hacía que su propio corazón sufriera por él. Y antes de poder pensarlo mejor, inclinó la cabeza para poder capturar los labios de Valerius con los suyos.
Valerius estaba completamente desprevenido ante su movimiento. Ninguna mujer había iniciado un beso con él. Jamás. Tabitha era audaz en su exploración, exigente, y chisporroteó a través de su cuerpo como la lava
Acunando su rostro entre las manos, le correspondió.
Tabitha gimió ante el decadente sabor de su General. Su lengua rozó los colmillos de él, provocándole un escalofrío. Él era letal y mortal.
Prohibido.
Y para una mujer que se enorgullecía de no seguir las reglas de nadie excepto las propias, eso lo hacía aún más atractivo.
Lo empujó sobre la silla y se sentó a horcajadas sobre él.
Él no protestó. En cambio, dejó caer las manos del rostro de Tabitha y las paseó hasta su espalda, mientras ella quitaba el lazo de su cabello y liberaba los mechones gruesos y negros que se deslizaban como seda entre sus dedos.
Ella podía sentir su erección presionando contra el centro de su cuerpo, encendiendo aún más su deseo.
Había pasado tanto tiempo desde que había estado con un hombre. Tanto tiempo desde que había sentido un deseo tan potente como para envolverse de ese modo alrededor de uno. Pero deseaba muchísimo a Valerius, aunque él debería estar completamente fuera de su menú.
La cabeza de Valerius dio vueltas mientras Tabitha paseaba sus labios por la línea de su mandíbula, bajo su mentón, hacia su cuello. Su cálido aliento lo hizo arder. Habían pasado siglos desde que había tomado a una mujer que sabía qué era él.
Una mujer a la que no tenía que besar con cuidado por miedo a que ella descubriese sus colmillos.
Ni una sola vez había estado con una mujer tan excitante. Una que se encontrase tan abiertamente con él. Tan salvajemente. No había ningún tipo de miedo en esta mujer. Ninguna represión.
Ella era ardiente y apasionada, y completamente femenina.
Tabitha sabía que no debería estar haciendo esto. Los Dark Hunters no tenían permitido involucrarse con mujeres. No tenían permitida ninguna atadura emocional, excepto quizás con sus Escuderos.
Ella podía acostarse con Valerius una sola vez, y entonces tendría que dejarlo ir.
Pero más que eso, toda su familia odiaba a ese hombre, y ella también debería odiarlo. Debería sentir repulsión por él. Pero no la sentía. Había algo acerca de él que era irresistible.
Contra toda cordura y razón, lo deseaba.
Simplemente estás excitada, Tabby, déjalo ir.
Quizá era así de simple. Habían pasado casi tres años desde que había terminado con Eric, y en ese tiempo no había estado con nadie más. Nadie la había atraído como más que una curiosidad pasajera.
Bueno, excepto Ash, pero ella sabía que no debía insinuársele.
Y ni siquiera él la hacía arder de este modo. Pero él no tenía el dolor que Valerius llevaba dentro; o si lo tenía, lo escondía mejor estando cerca suyo.
Sentía como si Valerius la necesitara, de algún modo.
Justo cuando se estiraba para alcanzar el cierre de sus pantalones, sonó el teléfono.
Tabitha lo ignoró hasta que Marla usó su walkie-talkie para decir:
—Es Amanda, Tabby. Dice que tomes el teléfono. Ahora.
Ella gruñó, frustrada. Le dio un beso rápido y caliente a Valerius antes de levantarse.
—Por favor, no digas ni una palabra mientras estoy al teléfono —le advirtió.
Desde que Amanda se había casado con Kyrian, se había vuelto increíblemente psíquica, y si escuchaba la voz de Valerius, sabría instantáneamente quién era. Tabitha estaba segura de eso. Era lo último que quería afrontar.
Tomó el teléfono que estaba en la pared de la cocina.
—Hey, Mandy, ¿qué necesitas?
Tabitha giró para ver a Valerius mientras él se acomodaba. Echó atrás su cabello negro y colocó nuevamente el lazo que ella le había quitado.
Volvió a ser majestuoso y rígido mientras tomaba el tenedor y comenzaba a comer otra vez.
Su hermana continuaba parloteando acerca de una pesadilla, pero no fue hasta que el término “Daimon Spathi” apareció que Tabitha apartó su atención de Valerius.
—Lo siento, ¿qué? —le preguntó a Amanda.
—Dije que tuve una pesadilla contigo, Tabby, que te lastimaban gravemente en una pelea. Sólo quería asegurarme que estabas bien.
—Sí, estoy bien.
—¿Estás segura? Suenas un poco extraña.
—Me interrumpiste, estaba trabajando.
—Oh —dijo Amanda, aceptando la mentira, lo que hizo sentir a Tabitha un poquito culpable. Tabitha no estaba acostumbrada a ocultarle nada a su gemela—. Está bien. En ese caso, no te molesto más. Pero hazme el favor de cuidarte. Tengo una sensación realmente mala que no desaparece.
Tabitha también lo sentía. Era algo indefinible y, al mismo tiempo, persistente.
—No te preocupes. Ash está en la ciudad y hay un Dark Hunter extra al que trajo. Todo está bien.
—Está bien. Confío en que sabes cuidarte, pero… ¿Tabby?
—¿Sí?
—Deja de mentirme. No me gusta.


À Corte de cabello adoptado principalmente por los punks.
À Esposa de Sócrates, de la que todos decían era una arpía.
À El tiburón de la película de Steven Spielberg
À Personaje gótico de películas
À Persona extraña y desafortunada a la que nunca le salen bien las cosas
À Macarrones con carne
À Conocida marca de comidas para calentar
À Se dice del vino picado de mala calidad, el que toman los indigentes

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