miércoles, 1 de febrero de 2012

SN cap 3

Tabitha colgó el teléfono, sintiéndose un poco rara por su conversación. Y se sentía aún más extraña por la predicción de Amanda acerca de su salud. La preocupaba mucho, especialmente cuando estaba combinada con su propia sensación de intranquilidad.
Casi había muerto dos veces tres años atrás, cuando Desiderius había intentado asesinar a Amanda y a Kyrian. Desde entonces, ningún Daimon se había acercado a ella. Principalmente porque había perfeccionado sus habilidades y se había vuelto mucho más observadora.
Pero los de la noche anterior…
Habían sido difíciles de matar, y un grupo de ellos había escapado. Seguramente no regresarían. La mayoría de los Daimons desocupaban el área rápidamente luego de cruzarse con ella, o con uno de los Dark Hunters. La valentía no era precisamente algo por lo que fueran conocidos: como eran jóvenes, y la idea era mantenerse con vida, muy pocos Daimons querían competir con el ejército de Artemisa, el cual constaba de guerreros con cientos, si no miles, de años de experiencia en combatirlos.
Sólo Desiderius —quien había sido mitad dios— había poseído la fuerza y estupidez suficientes como para pelear con los Dark Hunters.
No, los Daimons de la noche pasada se habían ido, y ella estaría bien. Amanda debía haber comido algo en mal estado, o algo así.
Regresó junto a Valerius, que estaba terminando con su cena.
—¿Cuáles son tus poderes? —le preguntó.
Él pareció un poquito desconcertado ante la pregunta.
—¿Perdón?
—Tus poderes de Dark Hunter. ¿Incluyen premoniciones o precogniciones?
—No —dijo él antes de tomar un trago de vino—. Como la mayoría de los Dark Hunters romanos, salí bastante, y por favor disculpa lo burdo de esto, “perjudicado” en ese departamento.
Tabitha frunció el ceño.
—¿Qué quieres decir?
Él respiró hondo antes de responder.
—A Artemisa no le importaba el hecho de que en Roma ella no fuese una deidad importante. Más bien, era principalmente venerada por nuestras clases más bajas, los esclavos y las mujeres. Así que mudó su rencor a nosotros cuando fuimos creados. Soy más fuerte y más ágil que un humano, pero no poseo los elevados poderes psíquicos que tienen el resto de los Dark Hunters.
—¿Entonces cómo te las arreglas para luchar contra los Daimons?
Él se encogió de hombros.
—Del mismo modo que tú. Peleo más habilidosamente que ellos.
Sí, tal vez, pero ella se encontraba ensangrentada con frecuencia luego de sus batallas. Se preguntaba qué tan seguido le pasaba a él también. Era difícil luchar contra un Daimon siendo humana.
—Eso no está bien —dijo Tabitha, enojada en su nombre por que Artemisa hubiese creado una desigualdad semejante entre sus Dark Hunters.
¿Cómo podía la diosa hacerlos flojos, sabiendo lo que tenían que enfrentar?
Hombre, Simi tenía razón. Artemisa era una diosa-bruja.
Valerius frunció el ceño ante la furia que escuchó en la voz de Tabitha. No estaba acostumbrado a que nadie se pusiera de su lado en ningún asunto. Ni como hombre, ni como Dark Hunter. Siempre había parecido ser su desdicha terminar del lado de los perdedores en cualquier asunto, sin importar si estaba en lo correcto o no.
—Pocas cosas son justas alguna vez —Tomó lo último de su vino y se puso de pie, luego inclinó la cabeza hacia ella—. Gracias por la comida.
—Cuando quieras, Val.
Él se puso rígido cuando ella utilizó el sobrenombre que despreciaba. Las únicas personas que lo habían usado habían sido su hermano Markus y su padre, y sólo para burlarse de él o menospreciarlo.
—Mi nombre es Valerius.
Ella lo miró secamente.
—No puedo decirte Valerius. Por dios. Suena como un auto italiano roto. Y cada vez que escucho ese nombre siento una profunda necesidad de decir “Vo-la-re, Oh, oh, oh”, y luego empiezo a pensar en la película “The Hollywood Knights” À y créeme, no quieres que empiece con eso. Así que, para rescatar mi cordura de esa canción de porquería haciendo eco en mi cabeza, e imágenes de una lunática corriendo por el gimnasio de la secundaria haciendo cosas innombrables, puedes ser conocido como Val o Pastelito.
Su mirada oscureció.
—Mi nombre es Valerius, y no responderé a Val.
Ella se encogió de hombros.
—Bien, entonces, Pastelito, será como tú quieras.
Él abrió la boca para protestar, pero ya sabía que no le convenía discutir. Tabitha tenía un modo de salirse con la suya, y malditos fueran todos los razonamientos.
—Muy bien —dijo él de mala gana—, toleraré Val. Pero sólo proviniendo de ti.
Ella sonrió.
—¿Ves que no duele? De cualquier modo, ¿por qué odias ese sobrenombre?
—Es vulgar.
Ella puso los ojos en blanco.
—Debes ser realmente divertido en la cama —le dijo sarcásticamente.
Valerius estaba asombrado por sus palabras.
—¿Discúlpame?
—Simplemente me pregunto cómo sería hacer el amor con un hombre que está tan preocupado con ser rígido, pero… Nah. No puedo imaginar a alguien tan majestuoso haciéndolo del modo sucio.
—Te lo aseguro, jamás he tenido quejas en lo que a eso se refiere.
—¿En serio? Entonces debes estar acostándote con mujeres que son tan frías que podrías hacer cubitos de hielo sobre ellas.
Él se dio vuelta, para abandonar la habitación.
—No estamos teniendo esta discusión.
Pero ella no le dio un alivio temporal mientras lo seguía hacia la escalera.
—¿Eras así en Roma? Quiero decir, por lo que he leído, ustedes eran crudos con la sexualidad.
—Sólo puedo imaginar las mentiras que cuentan.
—¿Entonces siempre eran así de convencionales?
—¿Qué te importa?
Su respuesta lo sorprendió, mientras ella lo hacía detener.
—Porque estoy intentando deducir qué te hizo ser como eres ahora. Eres tan cerrado, que eres apenas humano.
—No soy humano, señorita Devereaux. En caso de que no se haya dado cuenta, soy uno de los condenados.
—Bebé, abre los ojos y mira alrededor. Todos estamos condenados de un modo u otro. Pero estar condenado es muy diferente a estar muerto. Y tú vives como si lo estuvieras.
—También lo estoy.
Ella echó una ardiente mirada sobre su delicioso cuerpo.
—Te ves extraordinariamente en forma para ser un hombre muerto.
Su rostro se endureció.
—Ni siquiera me conoces.
—No, es verdad. Pero la pregunta es, ¿tú te conoces?
—Soy el único que me conoce.
Y esa simple oración le dijo todo lo que necesitaba saber sobre él.
Estaba solo.
Tabitha quería acercarse, pero podía sentir que necesitaba darle algo de espacio. Él no estaba acostumbrado a interactuar con gente como ella… pero en realidad, pocos lo estaban.
Como la Abuela Flora, la vidente gitana de su familia, siempre decía, Tabitha tendía a abalanzarse sobre la gente como un tren de carga y segarlos en el sitio donde se encontraban.
Tabitha suspiró mientras él daba otro paso para alejarse de ella.
—De cualquier modo, ¿cuántos años tienes?
—Dos mil cient…
—No —lo interrumpió—. No los años de Dark Hunter. ¿Cuántos tenías cuando falleciste?
Ella sintió que una profunda ola de dolor lo atravesaba ante el pensamiento.
—Treinta.
—¿Treinta? Por dios, actúas como un viejo arrugado de mal genio. ¿Nadie se reía en el sitio del que provienes?
—No —dijo él sencillamente—. La risa no era tolerada ni consentida.
Tabitha no podía respirar mientras comprendía las palabras de Valerius, y recordó la visión de las cicatrices en su espalda.
—¿Nunca?
Él no respondió. En cambio, continuó subiendo las escaleras.
—Debería retirarme ahora.
—Espera —le dijo, apresurándose para adelantarse y hacer que se quedara quieto.
Giró para enfrentarlo.
Podía sentir la agitación en su interior. El sufrimiento. La confusión. Sabía lo odiado que era este hombre. Quizás se lo merecía, pero muy dentro de ella, no estaba tan segura.
La gente no se apartaba del mundo sin una razón. Nadie era tan estoico alegremente.
Y en ese momento, se dio cuenta de algo. Era su mecanismo de defensa. Ella se volvía insolente y salvaje cada vez que estaba de mal humor o incómoda.
Él se volvía frío. Formal.
Esa era su fachada.
—Lamento si dije algo que te ofendió. Mis hermanas frecuentemente dicen que he convertido el ofender a la gente en una forma de arte.
Una sonrisa tironeó del borde de sus labios y, si no se confundía, sus ojos se suavizaron ligeramente.
—No me ofendiste.
—Bien.
Valerius estaba tentado de quedarse allí y hablar con ella, pero se sentía incómodo ante esa idea. Jamás había sido el tipo de persona con la que los demás hablaban. Incluso mientras era un hombre, sus conversaciones habían girado en torno a tácticas de guerra, filosofía y política. Jamás chácharas.
Sus conversaciones con mujeres habían sido incluso menos que sus conversaciones con hombres. Ni siquiera Agrippina había hablado realmente alguna vez con él. Habían intercambiado comentarios, pero ella nunca había compartido sus opiniones con él. Simplemente estaba de acuerdo con él, y hacía lo que le pedía.
Tenía la sensación que Tabitha jamás estaría de acuerdo con nadie, aunque supiese que la otra persona tenía razón. Parecía una cuestión de principios tener que estar en desacuerdo con todo.
—¿Siempre eres tan franca? —le preguntó.
Ella sonrió ampliamente.
—No conozco otro modo.
De pronto la canción “Gimme Three StepsÀ de Lynyrd Skynyrd comenzó a sonar en la radio.
Tabitha dejó escapar un pequeño chillido de felicidad y bajó corriendo las escaleras. Valerius apenas tuvo tiempo de parpadear antes de que ella subiera el volumen y corriera de regreso hacia él.
—Amo esta canción —dijo, mientras bailaba al ritmo. A Valerius le resultó difícil concentrarse en cualquier otra cosa que no fuera el balanceo de sus caderas mientras bailaba y cantaba la canción—. Vamos, ¡baila conmigo! —dijo, en el primer solo de guitarra.
Subió las escaleras para tomarlo de la mano.
—En realidad esta no es música para bailar.
—Claro que sí —dijo, antes de comenzar con el coro.
A pesar de sí mismo, él estaba enormemente entretenido por Tabitha. En toda su vida, jamás había conocido a nadie que disfrutase tanto de la vida, que sintiera semejante placer por algo tan sencillo.
—Vamos —intentó de nuevo cuando la parte cantada terminó—. Es una canción genial. Tienes que admirar a cualquiera que pueda rimar “leñador” con “el gritón con la cabeza de color” —dijo, guiñándole el ojo.
Valerius rió.
Tabitha se quedó muda.
—Oh, mi dios, él sí sabe cómo reír.
—Sé cómo reír —dijo Valerius suavemente.
Lo hizo bajar de la escalera y bailó a su alrededor antes de usarlo como palo y continuar bailando.
Ella se dejó ir, chasqueó los dedos y serpenteó hacia abajo antes de volver a levantarse.
—Creo que un día vas a destrozar esos mocasines lustrados a mano y terminarás soltándote.
Valerius aclaró su garganta e intentó imaginar algo así. No era posible. Había existido una época, cuando era humano, en la que podía haberlo intentado.
Pero esos días habían desaparecido mucho tiempo atrás.
Cada vez que había intentado ser algo diferente a lo que era, otra persona había pagado un precio terrible por eso. Así que había aprendido a mantenerse del modo en que era, y dejar en paz a los demás.
Era lo mejor.
Tabitha observó cómo su rostro se volvía de piedra una vez más. Suspiró. ¿Qué haría falta para llegar a este tipo? Para alguien que era inmortal, ciertamente no parecía disfrutar mucho de la vida.
Pese a todos los defectos de Kyrian, tenía que darle crédito. El antiguo General griego disfrutaba de cada respiración que tomaba. Vivía su vida al máximo.
Mientras que Valerius simplemente parecía existir.
—¿Qué haces para divertirte? —le preguntó.
—Leo.
—¿Literatura?
—Ciencia-ficción.
—¿En verdad? —le preguntó, sorprendida—. ¿Heinlein?
—Sí. Harry Harrison es uno de mis favoritos, así como Jim Butcher, Gordon Dickson, y C. J. Cherryh.
—Wow —dijo ella, asombrada—. Estoy impresionada. Continúa, Dorsai À.
—En realidad, me agradan bastante más las novelas “The right to arm bears” À y Wolfling de Dickson.
Eso sí que le pareció sorprendente.
—No lo sé, “Soldado, no preguntes” me parece más tu estilo.
—Es un clásico, pero los otros dos me revelaron más.
Hmmm… Wolfling era acerca de un hombre solo en un mundo alienígeno, sin amigos ni aliados. Eso confirmaba aún más sus sospechas sobre la vida de Valerius.
—¿Has leído “Hammer's Slammers”? À
—David Drake. Otro favorito.
—Sí, uno tiene que amar las cosas militares. Burt Cole escribió un libro hace años, llamado “The quickÀ…”
—Shaman. Era un héroe complejo.
—Sí, extrañamente inmoral y aún así honrado al mismo tiempo. Nunca estás seguro de qué lado está. Me recuerda un poco a algunos amigos que he tenido en estos años.
Valerius no pudo evitar sonreír. Era tan agradable tener a alguien que estaba familiarizada con su placer secreto. La única otra persona que sabía leyera ciencia-ficción era Acheron, pero raramente hablaban de eso.
—Eres una mujer extraordinaria, Tabitha.
Ella le sonrió.
—Gracias. Ahora te dejaré ir a la cama —dijo amablemente—. Estoy segura que te vendrá bien el descanso.
Ella ansiaba darle un beso tierno y amistoso en la mejilla, pero lo pensó mejor. En cambio, observó cómo salía de la habitación y subía la escalera.
Valerius regresó a la habitación de Tabitha silenciosamente. Tenía una presencia tan poderosa que él se sentía literalmente drenado sólo por haber estado cerca de ella.
Se quitó la ropa y la colgó, para no arrugarla, y luego regresó a la cama, para dormir.
Pero el sueño era algo que no llegaba. Por primera vez, olió el perfume en sus sábanas.
Era el aroma de Tabitha. Cálido, vivaz. Seductor.
E hizo que se pusiera instantáneamente duro por ella. Se cubrió los ojos con la mano y apretó los dientes. ¿Qué estaba haciendo? Lo último que podía hacer, como Dark Hunter, era tener una relación con una mujer. Y aunque pudiera, Tabitha Devereaux era la última mujer del planeta a la que podía tener.
Como amiga de Acheron, estaba tan fuera de su alcance, que debería llamarlo nuevamente y exigirle que encontrara un modo para sacarlo de allí.
Pero Acheron los había dejado juntos.
Volteándose, hizo su mejor intento por no aspirar profundamente o imaginar cómo se vería Tabitha en esa cama. Sus extremidades desnudas entrelazadas…
Maldijo y colocó una segunda almohada encima suyo. Mientras lo hacía, vio un pequeño camisón de seda negra. Una imagen de Tabitha vistiéndolo lo quemó.
No podía respirar. Antes de poder pensarlo mejor, lo acercó y dejó que la fría seda acariciara su piel. La sostuvo contra su nariz e inhaló su aroma.
Ella no es para ti.
Era verdad. Ya había matado a una mujer por ser tonto. No tenía ningún deseo de retomar ese camino.
Metió el camisón debajo de la almohada y se forzó a cerrar los ojos.
Pero incluso entonces fue perseguido por las imágenes de una mujer que debería, por todas las razones, repelerlo, y aún así lo cautivaba y seducía por completo.
Tabitha pasó el resto del día entre su tienda y el pie de las escaleras, donde se forzaba a sí misma a dar marcha atrás y regresar a su negocio.
Pero sentía una horrible atracción hacia el Dark Hunter que dormía en su cama. Era estúpido. Él era un antiguo guerrero al que ni siquiera parecía agradarle.
Sin embargo, su beso había dicho otra cosa. Allí, por unos pocos minutos, él había estado tan ansioso por ella como ella por él. Ella no lo repelía completamente.
Esperó hasta las cuatro, y entonces fue a despertarlo.
Abriendo la puerta lentamente, se detuvo mientras lo veía dormido. Estaba acostado con la espalda hacia ella, pero lo que la hizo detener fueron las violentas cicatrices que entrecruzaban su carne. Esas no eran cicatrices de batalla. Eran el tipo de marcas que uno encontraría en alguien que había sido golpeado con un látigo. Muchas veces.
No podía apartar sus ojos. Sin pensarlo, atravesó el cuarto y puso su mano sobre el brazo de Valerius.
Él giró con un siseo y la agarró.
Antes de que ella se diera cuenta de lo que iba a hacer, la tenía debajo de él, con una mano en la garganta.
—Suéltame, Valerius, o voy a lastimarte mucho.
Él parpadeó como si estuviese saliendo de un sueño. Su apretón se aflojó inmediatamente.
—Perdóname —dijo, mientras le acariciaba suavemente el cuello—. Debería haberte advertido que no me despertaras tocándome.
—¿Siempre atacas a la gente cuando te despiertan?
Valerius no podía hablar mientras sentía la suavidad de la piel de Tabitha debajo de sus dedos. A decir verdad, había estado soñando con ella. Sólo que ella estaba en su mundo. Vestida con nada excepto un collar de perlas y cubierta por pétalos de rosas.
Era increíblemente hermosa. Sus ojos eran tan azules. Su nariz graciosa, y sus labios… eran material de leyenda. Llenos y exuberantes, rogaban por su atención.
Antes de poder detenerse, descendió su boca sobre la de ella.
Tabitha gimió ante el sabor a guerrero romano. Su beso era tierno y suave, una antítesis total a la sensación de acero de su cuerpo. La hizo derretir, mientras envolvía sus brazos alrededor de la espalda desnuda de él y trazaba las cicatrices que encontraba allí.
Y ella estaba demasiado consciente del hecho que él estaba completamente desnudo.
Valerius gruñó al sentir la lengua de ella acariciando ligeramente la suya. Sentir su aroma y sus suaves curvas envueltas a su alrededor. La tela de sus jeans raspó su piel mientras ella abría los muslos y lo sostenía entre esas piernas largas y exquisitas. Tabitha pasó una mano por el pelo de Valerius, apartándolo de su rostro antes de enterrar la mano y sostenerlo contra sí.
Él levantó el borde de su suéter para poder acunar suavemente su pecho a través del satén de su sostén. Ella gimió profundamente, con un sonido ronco y crudo que lo hizo arder.
Como Tabitha le había señalado antes, él había pasado demasiadas noches con mujeres que jamás habían reaccionado tan francamente a su contacto. Ella pasó las manos por sus hombros, luego descendió a la parte inferior de su espalda.
En lo único que él podía pensar era en tomarla. En deslizarse muy profundo dentro de ella hasta que ambos estuvieran débiles y saciados.
Mientras buscaba con los dedos el pasador del frente de su sostén, un diminuto fragmento de cordura asomó su fea cabeza. Ella no era para él.
Apartó la mano.
Tabitha acunó su cabeza entre las manos y lo atrajo.
—Sé lo que eres, Val. Está bien.
Tomó la mano de él con la suya y la llevó de regreso a su pecho. Apartó el satén hasta que él sintió el duro e inflamado pezón provocando a su palma. Valerius no podía respirar mientras acunaba su suave seno. Ella era tan cálida, tan acogedora, que le resultaba difícil creer que era algo especial para ella.
—¿Te acuestas con todos los Dark Hunters?
Ella se quedó dura.
—¿Qué?
—Sólo me preguntaba si habrías estado con Acheron… con Talon.
Tabitha lo apartó de un empujón.
—¿Qué tipo de pregunta es esa?
—Apenas te conozco, y ya te has ofrecido dos veces a mí.
—¡Oh, imbécil arrogante! —Tomó la almohada y lo atacó con ella. Valerius levantó una mano para escudarse, pero ella no se detenía—. ¡Eres tan estúpido! No puedo creer que me preguntaras semejante cosa. Lo juro, ¡jamás volveré a estar en la misma habitación que tú!
Finalmente, el aporreo de almohadas terminó.
Él bajó el brazo.
Ella le dio un último golpe en la cabeza y entonces soltó la almohada.
—Para tu información, compañero, no soy la bicicleta del pueblo. No duermo con cada tipo al que me acerco. Pensé que eras… Oh, no importa. ¡Al diablo contigo!
Ella giró y salió violentamente de la habitación. Golpeó la puerta con tanta fuerza que hizo repiquetear las ventanas y tambalear los collares que había en su espejo y en el altar.
Valerius se quedó tirado en la cama, completamente sorprendido por lo que acababa de suceder. ¿Ella lo había golpeado con una almohada?
Por su encuentro de la noche pasada, sabía que ella podría haberlo atacado con algo mucho más doloroso, pero se había contenido.
Para ser sincero, se sentía aliviado por la obstinada reacción de Tabitha. Su indignación había sido demasiado grande como para ser fingida.
Y eso trajo una extraña calidez a su pecho. ¿Podría ser que él realmente le agradara?
No. No era posible. Él no le agradaba a nadie. Jamás lo había hecho.
“Eres despreciable. Lamento el día en que mamá te trajo a este mundo. Sólo me alegra que haya muerto antes de poder ver la vergüenza que eres para la familia”.
Se sobresaltó ante las crueles palabras que su hermano Markus le había arrojado repetidamente.
Su propio padre lo despreciaba.
“Eres débil. Patético. Debería haberte matado antes de gastar el agua y la comida que han hecho falta para criarte”.
Sus palabras eran bondadosas comparadas con lo que sus hermanos Dark Hunters habían expresado.
No, no había modo que le “agradara” a Tabitha. Ella ni siquiera lo conocía.
Él no sabía por qué ella era tan receptiva a su contacto.
Quizás era simplemente una mujer con una fuerte pasión. Él era un hombre apuesto. Y no es que por eso fuese vanidoso. Sólo era un hecho. Incontables mujeres se le habían ofrecido a través de los siglos.
Pero por alguna razón que no quería pensar más, deseaba algo más que una relación de una noche con Tabitha.
Quería…
Valerius forzó a sus pensamientos a apartarse de eso. No necesitaba a nadie, ni siquiera un amigo. Era mejor pasar su vida solo, alejado de otra gente.
Levantándose, se vistió y abandonó el dormitorio de Tabitha para bajar las escaleras.
Encontró a Marla en el comedor.
—Uuuh, bombón, no sé qué le hiciste a Tabby, pero está furiosa. Me pidió que te dijera que comas antes que envenene tu comida, o le haga algo peor.
Valerius quedó sorprendido al ver ternera al marsala y una ensalada italiana con pan con ajo esperándolo.
—¿De dónde vino eso? —le preguntó a Marla.
—De Tony's, calle abajo. Tabitha me envió a buscarlo. Ella y Tony no se hablan en este momento. Dios la bendiga, tiende a hacer que todo el mundo se enoje con ella. Pero él lo superará. Siempre lo hace.
Valerius se sentó y luego tomó un bocado del paraíso. Jamás había probado algo mejor. ¿Por qué Tabitha se habría tomado semejante molestia por él?
Estaba a mitad de la comida cuando Tabitha pasó por la puerta que conducía a su tienda.
—Espero que te ahogues —le gruñó mientras iba hacia la cocina.
Valerius tragó lo que estaba comiendo, se limpió la boca y corrió la silla para ir detrás de ella.
—¿Tabitha? —la hizo detener—. Lamento lo que dije. Es sólo que…
—¿Sólo que qué?
—La gente nunca es agradable porque sí.
Y jamás eran agradables con él.
Tabitha se quedó muda. ¿Hablaba en serio?
—¿La cena estaba bien?
—Estaba deliciosa. Gracias.
—No hay problema. —Apartó su mano—. Probablemente sabes que ya está oscuro. Puedo llevarte a tu casa cuando estés listo.
—Sólo necesito detenerme para comprar un poco de aceite para lámparas.
—¿Aceite para lámparas? ¿No tienes electricidad?
—Sí, pero es imperativo que lo compre esta noche y vaya a casa.
—Está bien. El carro de batalla espera a cuatro calles, en lo de mi hermana Tia. Podemos tomar el aceite de su negocio.
—¿Tiene aceite para lámparas?
—Sí. Es una sacerdotisa vudú. Probablemente viste el altar, arriba, que hizo para mí. Es un poquito excéntrica, pero la queremos de cualquier modo.
Valerius inclinó su cabeza respetuosamente ante ella, luego regresó escaleras arriba a buscar su abrigo.
Tabitha estaba a punto de recoger los platos cuando Marla la espantó.
—Me ocuparé de eso por ti.
—Gracias, dulzura.
Marla arrugó la nariz.
—Cuando quieras. Ustedes vayan y hagan algo salvaje por mí. Quiero todos los detalles.
Tabitha rió mientras intentaba imaginar lo que podría implicar algo “salvaje” con Valerius. Probablemente sería nada más milagroso que lograr que vistiera zapatillas y bebiera de un vaso de papel.
Valerius se unió a ella. Tabitha lo acompañó rápidamente a la puerta de la tienda antes que Marla viese su abrigo y lo confiscara.
Él se detuvo tan repentinamente dentro de su tienda, que ella chocó contra él. Valerius se quedó boquiabierto mientras recorría el lugar con la mirada, con una expresión de completo horror en su rostro.
—¿Dónde estamos?
—En mi tienda —dijo Tabitha—. La caja de Pandora, en la calle Bourbon. Proveo de servicios a strippers y transvestidos.
—Esto es… es una…
—Tienda para adultos, sí, lo sé. La heredé de mi tía cuando ella se retiró. Ahora cierra la boca y para de tragar saliva. Hago mucho dinero y amigos en este sitio.
Valerius no podía creer lo que estaba viendo. ¿Tabitha era dueña de una guarida de iniquidad? ¿Y por qué lo sorprendía?
—Y esto es exactamente lo que ha ocasionado que el mundo occidental se deteriore —dijo, mientras ella lo conducía a través de una caja de vidrio con cubrepezones decorativos y tangas.
—Oh, sí, claro —dijo Tabitha—. Como si no fueras capaz de dar tu brazo derecho por tener a una mujer vestida con mis cosas, desvistiéndose para ti. Buenas noches, Franny —le gritó a la mujer detrás de la caja registradora—. Asegúrate de darle a Marla los ingresos y depositar cuando cierres esta noche, ¿está bien?
—Claro, jefa. Que tengas una buena noche.
Tabitha encabezó la salida a la calle. La ciudad ya estaba colocando las barreras en las intersecciones, que convertirían a la calle Bourbon en un centro de compras de trasnoche para los peatones. Giró a la izquierda sobre la calle Bienville hacia la casa de su hermana; mientras tanto, escudriñaba en busca de cualquier actividad sospechosa.
Valerius se mantenía notablemente silencioso.
Mientras se aproximaban a la siguiente bocacalle, oyó a Valerius maldecir.
Dos segundos más tarde, un relámpago lo golpeó.
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À Film 1980. Comedia con Tony Danza. Considerada regular, trata sobre un grupo de amigos que protestan ante el cierre de un local durante Halloween en 1965.
 À Dame tres pasos.
À Personaje de una novela del autor Gordon R. Dickson.
À Puede ser traducido como “El derecho de armar a los osos”, o “El derecho de armar a los hombres torpes”
À Serie de libros de ciencia-ficción militar. “Los golpeadores de Hammer.”
À El rápido shaman

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