miércoles, 1 de febrero de 2012

SN cap 1

—Me importa un comino si me arrojan en el más profundo y fangoso pozo durante toda la eternidad. Pertenezco a este sitio y nadie me obligará a irme. ¡Nadie!
Tabitha Devereaux respiró hondo y se esforzó por no discutir mientras intentaba alcanzar el cierre de las esposas que su hermana Selena había usado para atarse al portón de hierro forjado que rodeaba la famosa Jackson SquareÀ. Selena había escondido la llave en su sostén, y Tabitha no tenía ningún deseo de buscarla allí.
No había duda de que las arrestarían, incluso en Nueva Orleáns.
Por suerte no había mucha gente en la calle a mitad de Octubre, justo al atardecer, pero quienes andaban por allí las miraban fijamente mientras pasaban junto a ellas. No era que a Tabitha le importara. Estaba más que acostumbrada a que la gente la observara y pensara que era extraña. Hasta demente.
Ella se enorgullecía de ambas cosas. También se enorgullecía de estar disponible para sus amigos y su familia en medio de una crisis. Y ahora mismo, su hermana mayor estaba en una confusión emocional sólo menor a la vez que su esposo, Bill, había estado en un accidente de auto que casi lo había matado.
Tabitha buscó torpemente la cerradura. Lo último que quería era que arrestaran a su hermana.
Otra vez.
Selena intentó apartarla de un empujón, pero Tabitha se rehusó a ceder, así que Selena la mordió.
Tabitha dio un salto hacia atrás gritando mientras sacudía la mano en un intento de aliviar el dolor. Para nada arrepentida, Selena se extendió sobre los escalones empedrados que conducían al Parque con un par de vaqueros rasgados y un enorme suéter azul marino que, evidentemente, pertenecía a Bill. Su largo y rizado cabello castaño estaba trenzado y extrañamente serena. Nadie reconocería a Madame Selene, como era conocida por los turistas, excepto por el gran letrero que sostenía, que decía: “Los psíquicos también tienen derechos.”
Desde que habían aprobado esa estúpida y necia ley que decía que los psíquicos ya no podían leer las cartas a los turistas en el Parque, Selena había estado luchando contra eso. Antes, la policía la había sacado a la fuerza del edificio federal por protestar, así que Selena había ido hacia allí para encadenarse al portón, no muy lejos de donde una vez había colocado su mesa plegable para leer el futuro de otras personas.
Era una lástima que no pudiese ver su propio destino con tanta claridad como lo veía Tabitha. Si Selena no se soltaba de la bendita verja, pasaría la noche en la cárcel.
Alterada y furiosa, Selena continuó agitando su cartel. No había modo de hacerla entrar en razón. Pero Tabitha también estaba acostumbrada a eso. Las emociones fuertes, la obstinación y la demencia eran habituales en su familia cajun-rumana.
—Vamos, Selena —dijo, intentando tranquilizarla—. Ya ha oscurecido. No quieres ser carnada para los Daimons, ¿verdad?
—¡No me importa! —aspiró Selena, con mala cara—. De cualquier modo, los Daimons no se comerán mi alma, ya que no tengo la jodida voluntad de vivir. Sólo quiero que me devuelvan mi hogar. Este es mi sitio, y no me iré.
Puntualizó cada una de las últimas palabras con un golpe de su cartel contra las piedras.
—Bien.
Suspirando irritada, Tabitha se sentó cerca de ella, pero no tan cerca como para que Selena pudiese morderla otra vez. No iba a dejar a su hermana mayor allí afuera, sola. Especialmente porque Selena estaba tan molesta.
Si los Daimons no la atrapaban, un asaltante lo haría.
Así que las dos se sentaron inmóviles, sin nada que hacer: Tabitha vestida toda de negro con su cabello castaño oscuro sostenido por un pasador de plata, y Selena agitando su cartel a cualquiera que se les acercase, instándolos a firmar su petición para modificar la ley.
—Hey, Tabby. ¿Cómo estás?
Era una pregunta retórica. Tabitha saludó con la mano a Bradley Gambieri, uno de los catedráticos que realizaba tours sobre vampiros alrededor del Barrio, que se dirigía al centro turístico a dejar algunos folletos más. Ni siquiera se detuvo mientras pasaba. Pero sí le frunció el ceño a Selena, quien lo llamó con un imaginativo apodo porque no quiso firmar su petición.
Qué bueno que las conocía, o podría haberse ofendido en serio.
Tabitha y su hermana conocían a la mayoría de los vecinos que frecuentaban el Barrio. Habían crecido allí, y habían rondado el área alrededor del Parque desde que eran adolescentes.
Por supuesto, las cosas habían cambiado con los años. Algunos de los negocios habían ido y venido. El Barrio era bastante más seguro en esta época de lo que había sido a fines de los '80 y principios de los '90. Sin embargo, algunas cosas eran iguales. La panadería, el Café Pontalba, el Café Du Monde, y el Corner Café estaban en el mismo lugar. Los turistas aún se reunían alrededor del Parque para mirar ávidamente la catedral y a los pintorescos nativos que pasaban por allí… y a los vampiros y asaltantes que aún acechaban las calles en busca de víctimas fáciles.
Los pelos de su nuca se le erizaron.
Tabitha movió su mano, instintivamente, hacia la vaina escondida en su bota que quedaba oculta por el fino tacón de siete centímetros y medio, mientras escrutaba la raleada multitud de octubre a su alrededor.
Durante los últimos trece años, Tabitha había sido una supuesta cazadora de vampiros. También era una de las pocas humanas en Nueva Orleáns que en realidad sabía lo que sucedía en esta ciudad por la noche. Tenía cicatrices por dentro y por fuera de sus batallas con los condenados. Y había prometido por su vida que se aseguraría que ninguno de ellos lastimase a nadie que estuviera bajo su cuidado.
Era un juramento que tomaba seriamente; mataría a cualquier cosa o persona si debía hacerlo.
Pero en cuanto su mirada encontró al alto y exóticamente sexy hombre que llevaba una mochila negra girando en la esquina del edificio Presbíteriano, se relajó.
Habían pasado un par de meses desde la última vez que él había estado en la ciudad. A decir verdad, ella lo había extrañado mucho más de lo que debería.
Contra su voluntad y su sentido común, había permitido que Acheron Parthenopaeus se colara dentro de su cauteloso corazón. Pero, por otra parte, era difícil no adorar a un hombre como Ash.
Su andar largo y sensual era imposible de ignorar, y cada mujer que estaba en el Parque, excepto la distraída Selena, quedó paralizada ante su presencia. Todas se detuvieron para verlo caminar, como obligadas por alguna fuerza invisible. Él era sexy de un modo en que muy pocos hombres lo eran.
Tenía un aura peligrosa y salvaje; y por sus lentos y lánguidos movimientos, era evidente que sería increíble en la cama. Era algo que sabías intrínsecamente al verlo, y que ondulaba por tu cuerpo como un chocolate caliente y seductor.
Con más de dos metros de estatura, Ash siempre sobresalía en una multitud. Al igual que ella, estaba vestido completamente de negro.
Su remera de GodsmackÀ colgaba fuera del pantalón y era un poquito grande, pero aún así no disminuía el hecho de que Ash estaba verdaderamente bien formado. Y sus pantalones de cuero hechos a medida se amoldaban a un trasero de una calidad tan increíble, que rogaba por un pellizco.
Y no es que ella alguna vez fuera a hacerlo. Había un aire indefinible a su alrededor que le advertía a la gente que mantuviera las manos alejadas si deseaban continuar respirando.
Tabitha sonrió al ver sus botas. Ash tenía algo con la ropa gótica alemana. Esta noche llevaba un par de botas de motociclista negras, que tenían nueve hebillas en forma de murciélago a lo largo.
Llevaba suelto su largo cabello negro, flotando sobre los hombros. Era el marco ideal para un rostro que era sobrenaturalmente hermoso y aún así totalmente masculino. Perfecto. Había algo acerca de Ash que hacía que cada hormona de su cuerpo se despertara y anhelara más.
Y además de todo su atractivo sexual, también había un aura tan oscura y mortal que le impedía pensar en él como algo más que un amigo.
Y él había sido un amigo desde que lo había conocido en la boda de su melliza, Amanda, tres años atrás. Desde entonces, sus caminos se habían cruzado repetidamente cuando él visitaba Nueva Orleáns y la ayudaba a vigilar la ciudad de sus depredadores.
Ahora era una parte habitual de su familia, especialmente porque se quedaba con frecuencia en casa de su melliza y era, de hecho, el padrino de la hija de Amanda.
Él se detuvo a su lado e inclinó la cabeza. Con sus anteojos de sol puestos, Tabitha no podía saber si estaba mirando a Selena o a ella. Pero era evidente que ambas lo preocupaban.
—Hola, hermoso bebé —dijo Tabitha. Sonrió al darse cuenta de que la camiseta de Ash rendía tributo a la canción “Vampiros”, de Godsmack. Qué extrañamente adecuado, ya que Ash era un inmortal que venía equipado con su propio par de colmillos—. Linda camiseta.
Ignorando su elogio, descolgó la mochila negra de su hombro y se subió los anteojos, para mostrar unos cambiantes ojos plateados que parecían destellar en la oscuridad.
—¿Cuánto tiempo ha estado Selena esposada a las rejas?
—Cerca de media hora. Se me ocurrió quedarme con ella y evitar que se convierta en kabobÀ para Daimons.
—Ojalá —refunfuñó Selena. Levantó la voz y abrió los brazos de par en par—. ¡Aquí estoy, vampiros, vengan y acaben con mi miseria!
Tabitha y Ash intercambiaron una mirada divertida e irritada ante su dramatismo.
Ash fue a sentarse junto a Selena.
—Hola, Lanie —dijo calmadamente, mientras depositaba la mochila a sus pies.
—Vete, Ash. No me iré de aquí hasta que anulen esa ley. Yo pertenezco a este Parque. Fui criada aquí.
Ash asintió, comprensivamente.
—¿Dónde está Bill?
—¡Él es un traidor! —gruñó Selena.
Tabitha respondió a la pregunta.
—Probablemente está en los tribunales, poniéndole hielo a sus partes privadas luego que Selena lo golpeó y lo acusó de ser “el hombre que la está oprimiendo”.
La expresión de Ash se suavizó, divertido por ese pensamiento.
—Se lo merecía —dijo Selena a la defensiva—. Me dijo que la ley es la ley y que debo acatarla. Al diablo con eso. No iré a ningún lado hasta que la modifiquen.
—Supongo que estaré aquí algún tiempo —dijo Tabitha nostálgicamente.
—Tú puedes hacerlos anular la ley —dijo Selena, volviéndose hacia Ash—. ¿Verdad?
Ash se recostó contra las rejas sin hacer comentarios.
—No te acerques demasiado a ella, Ash —lo advirtió Tabitha—. Es conocida por morder.
—Entonces somos dos —dijo él con una pizca de humor en la voz mientras sus colmillos asomaban brevemente—. Pero, por alguna razón, pienso que mi mordida podría doler un poquito más.
—No eres gracioso —dijo Selena malhumorada.
Ash pasó un brazo sobre el hombro de Selena.
—Vamos, Lane. Sabes que nada cambiará porque te quedes aquí. Tarde o temprano vendrá un policía…
—Y lo atacaré.
Ash la apretó con más fuerza.
—No puedes atacarlo por hacer su trabajo.
—¡Sí que puedo!
Él se las arregló para mantenerse en calma mientras trataba con la Reina de la Histeria.
—¿Realmente es eso lo que quieres hacer?
—No. Quiero que me regresen mi puesto —dijo Selena, con la voz quebrada por el dolor y la pena. El propio pecho de Tabitha se había encogido, en una compasiva angustia por ella—. No lastimaba a nadie colocando mi mesa aquí. Este es mi espacio. ¡He tenido mi puesto en este sitio desde 1986! No es justo que ellos me obliguen a irme porque esos estúpidos artistas están celosos. De cualquier modo, ¿quién quiere una de sus pinturas de porquería del Parque? Son estúpidas. ¿Qué es Nueva Orleáns sin sus psíquicos? Sólo otra ciudad turística aburrida y deteriorada, ¡eso es lo que es!
Ash la abrazó, compasivamente.
—Los tiempos cambian, Selena. Créeme, lo sé, y a veces no hay nada que puedas hacer, excepto dejarlo pasar. Sin importar cuánto desees detener el tiempo, debe seguir adelante, y avanzar hacia otra cosa.
Tabitha escuchó la tristeza en su voz mientras consolaba a su hermana. Ash había estado vivo por más de once mil años. Recordaba a Nueva Orleáns en aquellos días en que apenas podía ser calificada como ciudad. En cuanto a eso, probablemente recordaba a Nueva Orleáns antes de que cualquier tipo de civilización la hubiese reclamado.
Si alguien sabía de cambios, era Acheron Parthenopaeus.
Ash secó las lágrimas del rostro de Selena y movió su mentón para que viera el edificio en la calle de enfrente.
—Sabes, ese edificio está en venta. “Lectura de Tarot y Boutique Mística y de Madame Selene.” ¿Puedes imaginarlo?
Selena resopló.
—Sí, seguro. Como si tuviera con qué comprarlo. ¿Tienes alguna idea de lo que valen los bienes inmuebles aquí?
Ash se encogió de hombros.
—El dinero no es un problema para mí. Pídelo y es tuyo.
Selena lo miró parpadeando, como si no pudiese creer lo que le estaba ofreciendo.
—¿En serio?
Él asintió.
—Podrías poner un cartel aquí mismo que indique a la gente tu flamante tienda, donde puedes leer las cartas hasta saciarte.
Viendo finalmente una solución a la demencia temporaria de su hermana, y agradecida a Ash por eso, Tabitha se sentó enfrente, para poder mirar a Selena.
—Siempre dijiste que te agradaría estar en algún sitio en el que no tengas que empaparte con la lluvia.
Selena se aclaró la garganta mientras lo pensaba.
—Sería lindo mirar desde el interior de un edificio que hacia él.
—Sí —dijo Tabitha—. Ya no te congelarías en el invierno ni te llenarías de ampollas en el verano. Aire acondicionado todo el año. No más arrastrar tu carrito hasta aquí y poner la silla y las mesas. Hasta podrías tener una La-Z-BoyÀ en el cuarto trasero y llevar todo tipo de mazos de cartas de tarot. Tia estaría terriblemente celosa, ya que ha estado deseando tener una tienda más cercana al Parque. Piensa en eso.
—¿Lo quieres? —preguntó Ash. Selena asintió fervorosamente. Él extrajo su teléfono móvil y marcó un número—. Hey, Bob —dijo luego de una breve pausa—. Soy Ash Parthenopaeus. Hay un edificio en venta en St. Anne's en Jackson Square… sí, ese mismo. Lo quiero. —Le sonrió a Selena—. No, no necesito verlo. Sólo ten las llaves aquí por la mañana. —Apartó el teléfono—. ¿A qué hora puedes encontrarte con él, Selena?
—¿A las diez?
Él lo repitió en el teléfono.
—Sí, y haz la escritura a nombre de Selena Laurens. Pasaré mañana a la tarde a pagarte. Muy bien. Que tengas una buena noche.
Ash colgó y regresó el teléfono a su bolsillo.
Selena le sonrió.
—Gracias.
—No hay problema.
En el instante en que se puso de pie, la esposa cayó, abierta, de la mano de Selena.
Por dios, este hombre tenía terribles poderes. Tabitha no estaba segura de cuál era más impresionante. El que le había permitido quitar la esposa a Selena sin un rasguño, o el que le permitía gastar un par de millones de dólares sin parpadear.
Ash estiró la mano hacia Selena y la ayudó a ponerse en pie.
—Sólo asegúrate de tener muchas cosas brillantes y radiantes para que Simi compre cuando estemos por aquí.
Tabitha rió ante la mención de la demonio… algo de Ash… Tabitha aún no sabía si Simi era su novia o qué. Ellos tenían una relación muy extraña.
Simi exigía y Ash daba sin vacilar.
A menos que se tratara de Simi matando y comiendo a alguien. Esas eran las únicas ocasiones en que había visto a Ash ponerse firme con la demonio que mantenía oculta a la mayoría de sus Dark Hunters. La única razón por la que Tabitha sabía acerca de Simi era porque la demonio los acompañaba con frecuencia a ver películas.
Por alguna razón, Ash realmente amaba el cine, y Tabitha había estado yendo a ver películas con él en los últimos dos años. Sus favoritas eran las de terror y de acción. Mientras que Simi era un ser más excepcional y exigente, que lo obligaba a soportar películas de “chicas”, que generalmente dejaban a Ash gimiendo.
—¿Dónde está Simster esta noche? —preguntó Tabitha.
Ash pasó su mano sobre el tatuaje de dragón en su antebrazo.
—Anda por ahí. Pero es demasiado temprano para ella. No le gusta estar fuera al menos hasta las nueve.
Se colgó la mochila sobre el hombro.
Selena se puso en puntas de pies y tironeó a Ash hacia abajo, para poder abrazarlo.
—Tendré una línea completa de Kirk's FollyÀ sólo para Simi.
Sonriendo, él le palmeó la espalda.
—No más esposas, ¿verdad?
Selena se apartó.
—Bueno, Bill dijo que podía protestar más tarde con él en el dormitorio, y en realidad estoy en deuda con él por esa patada que le di, así que…
Ash rió mientras Selena recogía las esposas de la calle.
—Y tú te preguntas por qué estoy loca —dijo Tabitha cuando Selena las metía en su bolsillo trasero.
Ash bajó sus anteojos para cubrir sus extraños ojos plateados.
—Al menos es divertida.
—Y tú eres demasiado caritativo —Pero eso era lo que más amaba Tabitha acerca de Ash. Él siempre veía lo bueno en todas las personas—. Entonces, ¿qué haces esta noche? —le preguntó mientras Selena doblaba su cartel hecho a mano.
Antes que él pudiera responder, una enorme Harley negra apareció rugiendo por St. Anne. Cuando llegó a la esquina que llevaría al conductor por Royal Street, la motocicleta se detuvo y apagó el motor.
Tabitha observó cómo el alto y grácil conductor, que estaba completamente cubierto en cuero negro, sostenía la motocicleta entre sus muslos con facilidad y se quitaba el casco.
Para su sorpresa, fue una mujer afro-americana, y no un hombre, quien depositó el casco delante de sí sobre el tanque de combustible de la moto y bajó el cierre de su chaqueta. Extremadamente hermosa, era delgada pero musculosa, con la piel medianamente oscura y un cutis perfecto. Llevaba su cabello negro azabache trenzado, y atado en una cola de caballo.
—Acheron —dijo, en un acento caribeño y cantarín—. ¿Dónde debería aparcar mi motocicleta?
Ash indicó la calle Decatur, detrás de él.
—Hay un estacionamiento público al otro lado del Brewery. Esperaré aquí hasta que regreses. —La mirada de la mujer fue hacia Tabitha, luego a Selena—. Son amigas —dijo Ash—. Tabitha Devereaux y Selena Laurens.
—¿Cuñadas de Kyrian? —Ash asintió—. Soy Janice Smith —les dijo a ellas—. Es un placer conocer a amigas de los Hunter.
Tabitha estaba segura que era un juego de palabras que se basaba más en la antigua ocupación de Kyrian como Dark Hunter que en su apellido, ya que había sido un guerrero inmortal como Janice y Ash, que custodiaban la noche contra vampiros, demonios, y pícaros dioses.
Janice puso en marcha la motocicleta y se alejó.
—¿Una nueva Dark Hunter? —preguntó Selena antes de que Tabitha tuviera la posibilidad.
Él asintió.
—Artemisa la transfirió aquí desde los Cayos de Florida para ayudar a Valerius y Jean-Luc. Esta es su primera noche, así que pensé en llevarla a recorrer la ciudad.
—¿Necesitas ayuda? —preguntó Tabitha.
—Nah. Puedo solo. Simplemente intenta no clavarle una estaca a Jean-Luc otra vez si te encuentras con él.
Tabitha rió ante su alusión a la noche en que había conocido accidentalmente al Dark Hunter pirata. Estaba oscuro y Jean-Luc la había agarrado por detrás en un callejón mientras ella perseguía a un grupo de Daimons. Todo lo que Tabitha había visto eran colmillos y una alta estatura, así que lo había golpeado.
Jean-Luc aún no la había perdonado.
—No puedo evitarlo. Todos ustedes, colmilludos, se parecen en la oscuridad.
Ash sonrió.
—Sí. Sé lo que quieres decir. A nosotros también nos parecen similares todos ustedes, los que tienen alma.
Tabitha estrechó su mano mientras continuaba riendo. Abrazó a Selena y fue hacia Decatur, donde su hermana había dejado su Jeep al otro lado de la calle.
No le tomó mucho tiempo llevar a su hermana a su casa, donde la esperaba un receloso Bill, que no estaba seguro si Selena lo golpearía nuevamente o no. Una vez que Tabitha estuvo segura que Selena estaría bien… y Bill también… se encaminó de regreso al Barrio, para patrullar en busca de Daimons.
Era una noche relativamente tranquila. Siguió su habitual costumbre de detenerse en el Café Pontalba y comprar cuatro platos de frijoles rojos y arroz, y Coca-Colas para llevar, luego los llevó a un callejón cerca de la calle Royal, donde varios sin techo solían congregarse. Como la ciudad había decidido tomar medidas enérgicas contra los vagabundos y los sin techo, no eran tan comunes como antes. Ahora ellos, al igual que los vampiros que ella perseguía, se mantenían en las sombras, donde eran olvidados.
Pero Tabitha sabía que estaban allí, y jamás se permitía olvidarlos.
Tabitha dejó la comida sobre un viejo y oxidado barril, y se dio vuelta, para retirarse.
En cuanto llegó al borde de la acera, escuchó a la gente corriendo en busca de la comida.
—Hey, si quieren un trabajo…
Pero se habían ido antes que pudiera decir algo más.
Suspirando, Tabitha caminó por Royal. No podía salvar al mundo, lo sabía. Pero al menos podía ocuparse de que algunos de los hambrientos tuviesen alimento.
Sin ningún destino real en mente, vagó por las solitarias calles y curioseó las vidrieras de las joyerías.
—Hey, Tabby, ¿has matado a algún vampiro recientemente?
Levantó la vista para encontrarse con Richard Crenshaw caminando hacia ella. Era mozo en el restaurante Mike Anderson's Seafood, que quedaba a unos metros de su propia tienda, y tenía la mala costumbre de ir allí cuando salía del trabajo para coquetear con las strippers que le encargaban trajes hechos a medida a Tabitha.
Como de costumbre, se estaba riendo de ella. Eso estaba bien. La mayoría de la gente lo hacía. De hecho, la mayoría de la gente pensaba que estaba demente. Hasta su propia familia se había reído de ella durante años… hasta que su melliza había terminado casada con un Dark Hunter y se había enfrentado a un vampiro que casi la asesinó.
De repente su familia se dio cuenta de que sus historias sobrenaturales de todos esos años no eran inventos ni alucinaciones.
—Sí —le dijo a Richard—, barrí a uno de ellos anoche —Él puso los ojos en blanco y se rió de ella mientras seguía caminando—. De nada, Dick —dijo en voz baja mientras él se alejaba.
El Daimon al que había matado había estado rondando la puerta trasera de Mike Anderson's, donde Richard solía sacar la basura antes de salir del trabajo. Si Tabitha no hubiese matado al Daimon, probablemente Richard estaría muerto ahora.
Y bueno. Ella en realidad no quería agradecimientos por lo que hacía, y obviamente no los esperaba.
Continuó caminando calle abajo, sintiéndose extremadamente sola esa noche. Cómo deseaba poder vivir su vida ciegamente, sin saber lo que había allí afuera.
Pero no estaba ciega. Lo sabía, y ese conocimiento acarreaba la elección de ayudar a la gente o apartarse. Tabitha nunca había sido en su vida del tipo de persona que le volviera la espalda a alguien que necesitase ayuda. Sus poderes como empática, en ocasiones, eran demasiado para ella. Incluso sentía el dolor de los demás más profundamente que el propio.
Era lo que había atraído a Ash hacia ella al principio. En los últimos tres años, él le había enseñado varios trucos para disminuir las emociones de los demás y concentrarse en las suyas. Había caído del cielo, y había hecho más por su cordura que cualquier otra persona. Aún así, sus trucos no los silenciaban completamente.
En ocasiones era completamente abrumador. Era tan acosada por emociones intensas que las suyas se apartaban, y a veces ocasionaban que estallara de ira verbalmente por el estrés que eso le producía.
Así que aquí estaba, sola, pasando otra solitaria noche en las calles, mientras arriesgaba su vida por las personas que se burlaban de ella.
Patrullar era realmente mucho más divertido cuando lo hacía con un grupo de amigos.
Tabitha se forzó a no recordar a Trish y Alex, quienes habían muerto en cumplimiento del deber. Pero fue inútil. Las lágrimas llenaron sus ojos mientras tocaba la cicatriz irregular en su rostro, que le había hecho el Daimon Desiderius. Desiderius era el peor tipo de psicópata, y había estado buscando a su hermana melliza y a su cuñado para matarlos. Afortunadamente, Amanda y Kyrian habían sobrevivido. Tabitha sólo deseaba haber muerto esa noche, en lugar de sus amigos. No era justo que ellos hubiesen pagado un precio tan alto cuando Tabitha había sido quien les había pedido que la ayudaran en primer lugar.
Dios, ¿por qué no podía haber mantenido la boca cerrada y dejarlos vivir sus vidas en paz e ignorantes de todo eso?
Por eso era que ahora luchaba sola. Jamás le volvería a pedir a nadie que arriesgara su vida para hacer lo que ella hacía.
Ellos tenían la opción.
Ella no.
Tabitha comenzó a caminar más despacio cuando sintió el familiar cosquilleo en su columna vertebral.
Daimons…
Estaban detrás de ella.
Dándose vuelta, se agachó y simuló estar atando los cordones de su bota. Mientras tanto, estaba muy consciente de las seis sombras que estaban encerrándola…
Valerius tiró del borde derecho de su guante de cuero CoachÀ para ajustarlo mientras caminaba por la calle prácticamente abandonada. Como siempre, estaba impecablemente vestido con un abrigo largo de cachemira negro, un suéter de cuello alto negro, y pantalones negros. A diferencia de la mayoría de los Dark Hunters, él no era un bárbaro vestido de cuero. Era el epítome de la sofisticación. Clase. Nobleza. Su familia descendía de una de las familias más antiguas y respetadas de Roma. Como un antiguo General romano cuyo padre había sido un muy estimado senador, Valerius hubiese seguido sus pasos felizmente si las Parcas, o Destinos, no hubiesen intervenido.
Pero eso era el pasado, y Valerius se rehusaba a recordarlo. Agrippina era la única excepción a esa regla. Era lo único que recordaba de su vida humana.
Era lo único que valía la pena recordar de su vida humana.
Valerius dio un respingo y concentró sus pensamientos en otras cosas mucho menos dolorosas. Había una frescura en el aire que anunciaba que el invierno llegaría pronto. Y no era que Nueva Orleáns tuviese invierno, comparado a como solía ser en Washington D.C.
Aún así, cuanto más tiempo estaba aquí más se diluía su sangre, y el frío aire de la noche era un poquito fresco para él.
Valerius se detuvo cuando sus sentidos de Dark Hunter detectaron la presencia de un Daimon. Inclinando la cabeza, escuchó con su elevada audición.
Oyó a un grupo de hombres riéndose de su víctima. Y luego escuchó lo más extraño de todo…
—Rían, imbéciles. Pero quien ríe último ríe mejor, y tengo la intención de rodar sobre mi estómago esta noche.
Se armó una pelea.
Valerius giró rápidamente sobre sus talones y regresó por la dirección por la que había venido.
Anduvo en la oscuridad hasta que encontró una puerta entreabierta que conducía a un patio.
Allí atrás había seis Daimons luchando contra una mujer alta.
Valerius estaba hipnotizado por la macabra belleza de la batalla. Un Daimon fue a la espalda de la mujer. Ella lo lanzó sobre su hombro y en un elegante movimiento lo apuñaló en el pecho con una daga larga y negra. El Daimon explotó en un polvo dorado.
Ella giró mientras se levantaba para enfrentar a otro. Tiró la daga de una mano a la otra y la sostuvo como una mujer acostumbrada a defenderse de los no-muertos.
Dos Daimons se abalanzaron sobre ella. Ella hizo una voltereta para alejarse, pero el otro Daimon se había anticipado a su acción. La agarró.
Sin entrar en pánico, la mujer cedió su peso levantando ambas piernas hasta el pecho. Eso hizo arrodillar al Daimon. Ella saltó para ponerse de pie y apuñaló al Daimon en la espalda.
Él se evaporó.
Normalmente, los Daimons restantes huirían. Los cuatro que quedaban no lo hicieron. En lugar de eso, se hablaron en un idioma que él no había escuchado en un largo tiempo: griego antiguo.
—La pequeña damita no es lo suficientemente tonta como para tragarse eso, chicos —respondió la mujer en un griego impecable.
Valerius estaba tan asombrado que no podía moverse. En más de dos mil años jamás había visto o escuchado algo como esto. Ni siquiera las amazonas habían producido alguna vez una luchadora mejor que la mujer que ahora enfrentaba a los Daimons.
De pronto, una luz apareció detrás de la mujer. Destelló brillantemente y en remolinos. Un viento frío atravesó el patio antes de que seis Daimons más aparecieran.
Valerius se quedó rígido al ver algo aún más extraño que la mujer-guerrera que luchaba contra los Daimons.
Tabitha giró lentamente para ver al nuevo grupo de Daimons. Mierda. Sólo había visto esto una vez.
La nueva tanda de Daimons la miró y rió. —Lamentable humana.
—Lamentable esto —dijo mientras arrojaba la daga a su pecho.
Él movió la mano y desvió la daga antes que lo alcanzara. Luego estiró el brazo hacia ella. Algo invisible y doloroso golpeó a través de su pecho mientras salía volando hacia atrás.
Aturdida y asustada, Tabitha se recostó en el piso.
Horribles recuerdos de la noche en que sus amigos habían muerto la atravesaron. El modo en que los guerreros Daimons Spathi los habían destrozado…
No, no, no.
Ellos estaban muertos. Kyrian los había matado a todos.
Su pánico se triplicó mientras luchaba por incorporarse.
Estaba mareada, y su visión era borrosa mientras se obligaba a ponerse de pie.
Valerius estaba al otro lado del callejón en microsegundos, mientras veía caer a la mujer.
El Daimon más alto, que medía lo mismo que Valerius, rió.
—Qué agradable de parte de Acheron habernos enviado a un compañero de juegos.
Valerius extrajo sus dos espadas retráctiles de su abrigo y extendió las cuchillas.
—Los juegos son para los niños y para los perros. Ahora que has identificado en qué categoría entras, te enseñaré lo que los romanos le hacen a los perros rabiosos.
Uno de los Daimons sonrió.
—¿Romanos? Mi padre siempre me dijo que todos los romanos mueren chillando como cerdos.
El Daimon atacó.
Valerius lo esquivó y descendió su espada. El Daimon sacó una espada de la nada y evadió su ataque con una habilidad que revelaba a un hombre con años de entrenamiento.
Los demás Daimons atacaron a la vez.
Valerius dejó caer sus espadas y estiró los brazos, soltando los garfios y las cuerdas que estaban atadas a sus muñecas. Los garfios fueron directos al pecho del Daimon más alto y del que estaba peleando contra él.
A diferencia de la mayoría de los Daimons, ellos no se desintegraron instantáneamente. Lo miraron fijamente, con los ojos vacíos, antes de estallar.
Pero mientras él estaba distraído con ellos, otro Daimon recuperó su espada y le cortó la espalda a través. Valerius siseó de dolor antes de girar y darle un codazo en la cara al Daimon.
La mujer estaba de pie. Mató a dos más.
Valerius no estaba seguro de lo que le había sucedido a los otros; a decir verdad, estaba teniendo un poco de problemas para moverse, por el violento dolor en su espalda.
—¡Muere, asqueroso Daimon! —le gruñó la mujer al instante de apuñalarlo en medio del pecho.
Extrajo la daga instantáneamente.
Valerius siseó y se tambaleó hacia atrás mientras el dolor atravesaba su corazón. Se agarró el pecho, incapaz de pensar en otra cosa que en su agonía.
Tabitha se mordió el labio con terror mientras veía al hombre retroceder, y no convertirse en polvo.
—Oh, mierda —susurró, apresurándose a ir a su lado—. Por favor, dime que eres algún jodido Dark Hunter y que no acabo de matar a un contador o a un abogado.
El hombre cayó con fuerza sobre la calle.
Tabitha lo hizo girar sobre su espalda y chequeó su respiración. Sus ojos estaban parcialmente abiertos, pero no hablaba. Mantenía la mandíbula firmemente cerrada mientras gruñía gravemente.
Aterrada, aún no estaba segura de a quién había apuñalado erróneamente. Con el corazón martilleando, subió el suéter de él para ver la desagradable puñalada en el centro de su pecho.
Y entonces vio lo que esperaba ver…
Tenía una marca de arco y flecha sobre su cadera derecha.
—Oh, gracias a dios —susurró mientras el alivio la inundaba.
De hecho era un Dark Hunter, y no un desafortunado humano.
Tabitha tomó su teléfono y llamó a Acheron para hacerle saber que uno de sus hombres había sido lastimado, pero él no contestaba.
Así que comenzó a marcar el número de su hermana Amanda, hasta que su sentido común regresó. Había sólo cuatro Dark Hunters en esta ciudad. Ash, quien los mandaba. Janice, a quien había conocido más temprano. El antiguo capitán pirata, Jean-Luc. Y…
Valerius Magnus.
Él era el único Dark Hunter en Nueva Orleáns al que no conocía personalmente. Y era el enemigo mortal de su cuñado.
Apretó el botón de cancelar de su teléfono. Kyrian mataría a este hombre en un segundo y haría caer la furia de Artemisa sobre su cabeza. A cambio, la diosa mataría a Kyrian por eso, y era lo último que Tabitha quería. Su hermana moriría si algo le sucediera a su esposo.
Pensándolo mejor, si la mitad de lo que Kyrian había dicho acerca de este hombre y su familia fuese verdad, ella simplemente debería dejarlo allí para que muriera.
Pero Ash jamás le perdonaría que le hiciera eso a uno de sus hombres. Además, no podía dejarlo allí, ni siquiera ella era tan despiadada. Le gustara o no, él había salvado su vida y ella estaba obligada por honor a devolverle el favor.
Dando un respingo, se dio cuenta que tendría que ponerlo a salvo. Y él era un poco demasiado grande como para poder manejarlo sola. Marcó su teléfono de nuevo y esperó una respuesta que llegó en un lento y suave acento Cajun.
—Hey, Nick, soy Tabitha Devereaux. Estoy en el viejo patio de la calle Royal con un hombre herido y necesito ayuda. ¿Hay alguna posibilidad de que quieras ser mi caballero de brillante armadura esta noche, y le des una mano a una damisela en apuros?
La melosa risa de Nick Gautier resonó en su oído.
—Bueno, cher, sabes que vivo por esos momentos. Estaré allí enseguida.
—Gracias —dijo ella antes de darle la dirección precisa y colgar.
Siendo un nativo de Nueva Orleáns al igual que ella, Nick había sido un conocido suyo, ya que los dos frecuentaban muchos de los mismos restaurantes y clubes. Sin mencionar que Nick había llevado a algunas de sus novias a comprar algunos de los disfraces más picantes que Tabitha vendía en su boutique para adultos, La caja de Pandora.
Nick era un pícaro encantador, y tan apuesto como ningún otro hombre que hubiese visto. Tenía un cabello castaño oscuro que tendía a caer sobre un par de ojos que eran tan azules y seductores que deberían ser ilegales.
Y cuando se trataba de su sonrisa…
Ni siquiera ella era totalmente inmune.
Se había sorprendido al enterarse en la boda de su hermana, tres años atrás, que Nick en realidad trabajaba para los no-muertos. Los rumores siempre habían abundado acerca de lo que Nick hacía para ganarse la vida. Cada nativo que rondaba el Barrio sabía que el hombre tenía toneladas de dinero y ningún trabajo real que alguien pudiese percibir. Cuando había aparecido como padrino de Kyrian, Tabitha había quedado completamente conmocionada.
Pero desde esa noche, Nick y ella habían forjado una extraña alianza como compañeros de tragos y cómplices de aventuras, que vivían para irritar a los Dark Hunters. Era realmente agradable tener a alguien con quien poder hablar, que sabía que los vampiros eran reales y que comprendía los peligros a los que ella se enfrentaba cada noche.
Tabitha se sentó en el camino empedrado esperando a Nick. Valerius aún no se movía. Ella inclinó la cabeza para estudiar al gran Satanás de Kyrian. De acuerdo a su cuñado, Valerius y su familia Romana habían sido la peor clase de bastardos.
Habían asesinado y violado a cualquiera que se atravesara en su camino mientras conducían sangrientas campañas a través del mundo antiguo. Ella hubiese tomado las difamaciones de Kyrian con reservas si no fuese por el hecho que los demás Dark Hunters estaban de acuerdo.
Por lo que ella sabía, a nadie le agradaba Valerius.
A nadie.
Pero mientras lo observaba respirar ligeramente, no le parecía tan siniestro.
Probablemente porque estaba prácticamente muerto.
En realidad, ya estaba muerto. Pero aún respiraba. La luz de la luna proyectaba sombras sobre los apuestos planos de su rostro y mostraba las gotas en su ropa, en donde estaba sangrando. Si pudiese desangrarse hasta la muerte, ella sostendría una compresa contra su herida en el pecho, pero como no era así, se quedó quieta.
—¿Cómo moriste? —susurró.
Kyrian no lo sabía, y en todas sus lecturas sobre la antigua Roma y Grecia, el nombre de Valerius había sido raramente mencionado. Para toda la brutalidad de la que Kyrian lo acusaba, Valerius Magnus no era mucho más que una nota a pie de página en la historia.
—Hey, Tab, ¿estás ahí?
Ella suspiró con alivio ante el sonido del profundo y lento acento cajun de Nick. Gracias a Dios que vivía a sólo tres calles y sabía cómo apresurarse ante un aprieto.
—Por aquí.
Vestido con un par de vaqueros gastados y una camisa azul de mangas cortas, Nick se unió a ella rápidamente, y maldijo en el instante en que vio quién estaba tirado en el piso.
—Tienes que estar bromeando —gruñó luego de que ella le pidiera que la ayudase a levantar a Valerius—. No mearía encima de él ni aunque se estuviese incendiando.
—¡Nick! —dijo Tabitha, sorprendida ante su rencor. Normalmente Nick era uno de los hombres más tranquilos—. Eso fue innecesario.
—Oh, sí, claro. Me doy cuenta que no llamaste a Kyrian para esto. ¿Por qué, Tabitha? ¿Porque los mataría a ambos?
Ella sofocó su propio temperamento, ya que sólo aumentaría la ira de él si comenzaba a decirle lo infantilmente que se estaba comportando.
—Vamos, Nick. No seas así. Yo tampoco quiero ayudarlo, pero Ash no responde al teléfono, y aparentemente no le agrada a nadie más.
—Eso es condenadamente cierto. Todos, excepto tú, tienen cerebro. Deja que se pudra en la calle.
Ella se puso de pie y lo enfrentó con las manos en la cadera.
—Bien. Entonces tú explícale a Ash porqué uno de sus Cazadores fue asesinado. Ocúpate tú de su furia. Yo salgo de esto.
Nick entrecerró los ojos al mirarla.
—Realmente apestas, Tabby. ¿Por qué no llamaste a Eric por esto?
—Porque es incómodo pedirle un favor a tu ex, quien está felizmente casado con otra, ¿está bien? De algún modo pensé que mi amigo Nick no me fastidiaría con esto, pero ahora puedo ver que estaba equivocada.
Él dio un exagerado respingo ante eso.
—Realmente odio a este hombre, Tabitha. He conocido a Kyrian por demasiado tiempo, y le debo demasiado como para prestar ayuda al hombre cuyo abuelo lo crucificó.
—Y nosotros no somos responsables por las acciones de los miembros de nuestra familia, ¿verdad, Nick?
Su mandíbula tembló al escucharla.
El padre de Nick había sido un asesino convicto que había muerto en un motín en la prisión. Todos sabían muy bien que el hombre era un criminal que había pasado toda la juventud de Nick entrando y saliendo de la cárcel por todo tipo de crímenes ofensivos. El propio Nick iba camino a repetir el destino de su padre cuando Kyrian había aparecido y lo había salvado.
—Eso fue bajo, Tab, realmente bajo.
—Pero es cierto. Ahora, por favor, olvida que es un imbécil y ayúdame a llevarlo a casa, ¿sí?
Nick le gruñó antes de acercarse a ellos.
—¿Sabes dónde vive?
—No, ¿y tú?
—En algún sitio del Garden District. —Nick extrajo su teléfono y marcó un número. Un minuto después, maldijo—. Otto, atiende el teléfono. —Maldijo nuevamente, luego colgó y la miró con rabia—. Sabes, es malo cuando el propio Escudero del tipo no responde para salvarlo.
—Quizás Otto está ocupado.
—Quizás Otto es psíquico.
—Nick…
Nick metió el teléfono en su bolsillo, luego se inclinó y arrojó a Valerius sobre su hombro, y se encaminó fuera del patio, donde estaba estacionado su Jaguar, en la calle. Dejó caer bruscamente a Valerius en el asiento del acompañante.
—¡Cuidado con su cabeza, Nick! —le dijo Tabitha cuando Nick la golpeó contra el auto.
—No es que vaya a matarlo o algo así. De cualquier modo, ¿qué le sucedió?
—Lo apuñalé.
Nick parpadeó y luego se echó a reír.
—Sabía que había alguna razón para que me gustaras. Oh, hombre, no puedo esperar a contarle a Kyrian. Se morirá de risa.
—Sí, bueno, mientras tanto, lleva a Valerius de regreso a mi casa y dame el número de Otto, así puedo seguir intentando llamarlo.
—¿Y quieres decirme cómo voy a llevarlo a tu casa si la calle Bourbon está cerrada para el tráfico luego que oscurece? —Ella lo miró cómicamente. Él le gruñó—. Está bien, pero me debes una grande.
—Sí, sí. Manos a la obra, Escudero.
Él murmuró algo en voz baja, que ella estaba segura de que era cualquier cosa menos halagador, antes de ir al otro lado de su auto y subir.
Como su auto era de dos asientos, Tabitha salió a pie para reunirse con él en su tienda. Mientras ella caminaba entre la gente en la calle Bourbon, sintió que algo maligno pasaba junto a ella, físicamente.
Dando vueltas, escudriñó la multitud, pero no vio nada.
Aún así, lo sentía adentro, muy profundo.
—Algo malvado viene en caminoÀ… —susurró el título de su libro favorito de Ray Bradbury.
Y algo dentro suyo le dijo que era mucho más maligno que cualquier cosa que hubiese enfrentado antes.


À Jackson Square, famosa plaza ubicada junto al río Mississippi, en el corazón del Barrio Francés, ha sido el foco de la ciudad desde la fundación de Nueva Orleáns. Rinde tributo a Andrew Jackson, la baronesa Pontalba, y ha sido hogar de la colonia de artistas al aire libre por más de medio siglo. Alrededor de la plaza Jackson hay museos, tiendas y restaurantes.
À Banda de música alemana, de estilo metal alternativo
À Cubos de carne marinada y cocinada en una brochette, generalmente acompañados con vegetales.
À Marca internacional de muebles para relax, especialmente sillones y sofás
À Joyería de figuras místicas (ángeles, hadas, etc.)
À Son los guantes que usan los golfistas y los conductores de autos.
À Traducción literal del título original, “Something wicked this way comes.” Fue traducido al español como “La feria de las tinieblas.”

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