Cuatro meses más tarde
Monte Olimpo
—Tu hermano se casa hoy, Zarek.
Zarek giró en la cama para encontrar a su esposa, Astrid, mirándolo fijamente con esa turbada y penetrante expresión, que parecía reservar exclusivamente para cada ocasión en que él la irritaba.
—Y debería importarme porque…
—Es toda la familia que te queda, y me gustaría que mi bebé conociera a ambos lados de su familia.
Zarek regresó a su lado de la cama mientras pretendía ignorarla. Pero eso era imposible. En primer lugar, la amaba demasiado como para darle poca importancia y, en segundo lugar, ella no sería ignorada.
Sintió su mano en el cabello, mientras ella jugaba con él.
—¿Zarek?
No le respondió. Luego que Ash había regresado a la tierra con Tabitha, él había pasado mucho tiempo en el Peradomatio, o Salón del Pasado.
Astrid estaba domesticándolo, después de todo. Estar casado con ella le había enseñado mucho acerca de la justicia.
No, eso no era exactamente cierto. Estar con ella estaba haciendo al pasado soportable de algún modo, y ahora que estaba embarazada…
No quería que su hijo naciera en un mundo en el que el perdón fuera un concepto ajeno.
—No es fácil dejar ir al pasado, Astrid —dijo finalmente.
Ella le besó el hombro, provocándole temblores.
—Lo sé, Príncipe Azul.
Lo hizo girar hasta quedar de espaldas y se inclinó sobre él.
Zarek colocó su mano sobre su hinchado vientre, donde sintió a su bebé moviéndose alborotadamente contra su palma. Su hijo nacería en sólo dos semanas.
—Entonces, ¿necesito vestirme para una boda? —preguntó Astrid con calma.
Zarek le apartó el largo y rubio cabello del rostro, para poder ahuecar su mejilla.
—Te prefiero desnuda, en mi cama.
—¿Esa es tu respuesta final?
—¿Qué sucede, Tabitha?
Tabitha giró para ver a Valerius detrás de ella. Se veía completamente elegante en su atavío negro pero, en realidad, siempre se veía de ese modo. A diferencia de ella, él jamás había tenido un solo cabello fuera de lugar.
Su cuerpo se entibió instantáneamente ante la cercanía de él. Tabitha llevaba un vestido de bodas sin tirantes, y en ese momento estaba descalza, habiendo pateado los tacos altos en el instante en que habían abandonado la catedral.
—No pasa nada —le mintió, sin querer que él supiera cuánto lamentaba todo el conflicto que le había causado.
Y cómo realmente, un día, ella sería su muerte.
Su corazón sufrió.
—¿Ya estás listo para cambiarme por otra? —preguntó juguetonamente, aunque su garganta estaba realmente anudada.
—Jamás, pero hay una gran cantidad de gente en el patio preguntándose dónde está la novia.
Ella frunció la nariz.
—Está bien, allí voy —dijo, tomándolo del brazo.
Él la condujo hacia afuera, hacia la multitud de locura que era su familia.
En la iglesia, había optado por no dividir a los invitados en los bancos, por temor a que fuera dolorosamente evidente que no había nadie del lado del novio.
Incluso cuatro de los siete padrinos habían tenido que ser prestados de su lado. Sólo Ash, Gilbert, y Otto habían estado allí para Valerius.
Aún estaba enojada por que ningún otro Dark Hunter hubiese asistido o enviado buenos deseos.
Kyrian, Julian, Talon, y Tad se habían ofrecido amablemente a completar el número de padrinos del novio, para que sus hermanas no quedaran sin escoltas. Por eso, los querría siempre.
Su tía Sophie la agarró y la apartó de Valerius.
Tabitha prometió su regreso antes de que las mujeres la rodearan.
Valerius sonrió ante la imagen, y luego fue a buscar una copa de champagne para cada uno. Las risas resonaban en el patio, en medio de las cuerdas de la orquesta que habían contratado. Tabitha había querido que tocara una banda gótica, pero su madre se había puesto firme, y había insistido para que Tabitha no hiciese sangrar los oídos de los invitados.
Él se dio vuelta para mirar a la multitud, que reía y hablaba entre sí. Ash, Otto, e incluso Gilbert estaban parados a un costado junto a los demás padrinos. Él añoraba ir y unírseles, pero sabía por experiencia que aunque Kyrian y Julian toleraban su presencia, no les agradaba.
Qué extraño que se sintiera ajeno incluso en su propia boda.
Tomando un sorbo de champagne, escudriñó la multitud hasta que encontró a su esposa junto a sus hermanas.
Sonrió ante la imagen de Tabitha, que estaba absolutamente adorable con su cabello castaño suelto sobre los hombros. Alguien había colocado pequeños ramitos de flores por todo su cabello, y lo había rociado con brillo. Parecía una etérea hada que había venido a seducirlo.
El director de la boda se acercó a él para informarle que la cena estaba lista para ser servida.
Inclinando su cabeza hacia ella, Valerius fue a decirle a Tabitha que necesitaban que todos se sentaran.
Reclamó a su novia y la condujo a la mesa nupcial.
Tabitha rió en voz baja mientras se sentaba en la silla y la acomodaban sin ningún incidente. Finalmente estaba aprendiendo cómo hacer esto correctamente. La primera vez que Valerius había apartado la silla para ella, había sido un completo fiasco.
Él tomó el asiento a su derecha mientras que Gilbert se sentaba a su izquierda.
Los mozos comenzaron a traer platos, y llenar las copas de vino.
Valerius tomó su mano y le besó los nudillos. La sensación de esos labios en su mano envió fuego a través de Tabitha. Jamás había sabido que un ser humano podía estar tan feliz y aterrado al mismo tiempo.
Una vez que todos habían sido servidos, Gilbert se puso de pie para hacer un brindis.
La banda cesó de tocar.
Gilbert abrió la boca, pero antes que pudiera hablar una voz profunda y acentuada lo interrumpió.
—Sé que es típico que el padrino brinde por la pareja, pero creo que Gilbert podría perdonarme por usurpar su lugar por un minuto.
Tabitha tuvo que forzarse a cerrar la boca mientras Zarek se aproximaba a su mesa de entre medio de la multitud.
Valerius apretó su mano con más fuerza.
Zarek se detuvo directamente frente a ellos, y miró significativamente a su hermano.
—Las bodas siempre han sido una cosa fascinante para mí —dijo, con la voz resonante—. Un momento en que dos personas se miran a los ojos y prometen que jamás permitirán que nada ni nadie los separe. Provenientes de dos familias, se unen para formar una rama separada que los vincula con sus raíces. Es un momento en que dos familias se unen, debido a los corazones de dos personas. Un momento en que la enemistad y los malos sentimientos deberían ser olvidados, junto con el pasado —la mirada de Zarek pasó por la mesa, deteniéndose en cada uno de los actuales y antiguos Dark Hunters—. Las bodas significan un nuevo comienzo. Después de todo, ningún humano jamás ha sido capaz de elegir a su familia… Dios sabe que yo nunca hubiese elegido a la mía —le ofreció una peculiar sonrisa a Valerius—. Pero como dice la obra romana que una vez escribió Terence, “De muchos malos comienzos se han formado grandes amistades” —Zarek levantó su copa hacia ellos—. Por mi hermano, Valerius, y su esposa Tabitha. Que ambos lleguen a disfrutar de la felicidad que he conocido con mi propia esposa. Y que se entreguen uno al otro el amor que ambos merecen.
Tabitha no estaba segura de cuál de ellos estaba más aturdido por las palabras de Zarek. Su familia, inconsciente de lo inesperado que era este momento, ovacionó el brindis de Zarek.
Conmocionados más allá del entendimiento, ninguno de ellos dio un sorbo.
Zarek caminó hacia ellos y les brindó una sonrisa irónica, y casi burlona.
—Se supone que beban ahora.
Lo hicieron, pero Valerius se ahogó con su trago. Olisqueó la copa sospechosamente.
—¿Me envenenaste? —le preguntó a Zarek en un tono bajo.
Zarek se frotó la ceja con el dedo del medio.
—No, Valerius. Ni siquiera yo soy tan cruel.
—Es néctar —dijo la voz de una mujer.
Tabitha giró para ver a una hermosa mujer rubia embarazada detrás de ella.
La mujer colocó una suave mano en su hombro y la besó en la mejilla.
—Soy la esposa de Zarek, Astrid —dijo en un tono bajo que sólo ellos dos pudieron escuchar. Giró hacia Valerius y también le dio un beso—. No podíamos decidir qué darles como regalo de bodas, así que Zarek pensó que el mejor regalo sería la eternidad juntos.
—Sí —dijo Zarek malhumoradamente—. Esa es la versión educada de lo que dije.
Astrid le dirigió una mirada alegremente perversa antes de volver a observarlos.
—Felicitaciones a ambos —le alcanzó a Valerius un pequeño recipiente de algo que le recordaba a Tabitha a Jell-OÀ—. Es ambrosía —le dijo a Valerius—. Cómela y serás capaz de devolverle los relámpagos a Zarek cada vez que juegue contigo.
—¡Hey! —dijo Zarek bruscamente—. Nunca acordé eso.
Astrid lo miró con inocencia.
—De este modo, asumo que jugarás más bondadosamente con tu hermano en el futuro.
Tabitha rió.
—Saben, creo que me agrada mi nueva cuñada.
Astrid los dejó para unirse a Zarek, quien se veía muy poco complacido.
—No te preocupes, cariño, me aseguraré que tengas muchas otras cosas en que ocupar tu tiempo antes que acosar a Valerius.
La mirada de Zarek se suavizó en el instante en que ella lo tocó.
Valerius se puso de pie y dio la vuelta a la mesa hasta pararse ante Astrid y Zarek.
—Gracias —dijo.
Estiró la mano hacia Zarek, quien la observó desconfiadamente. Tabitha esperaba a medias que se alejara.
No lo hizo.
Tomando la mano de Valerius, lo palmeó en la espalda y luego lo soltó.
—Tu mujer te ama más de lo que crees. Es una terrible gata salvaje. Probablemente debería haberte regalado algo en KevlarÀ.
Valerius se rió.
—Espero que se queden a la recepción.
—Nos encantaría —dijo Astrid antes de que Zarek pudiera responder.
Los dos se sentaron a la mesa con Selena y Bill mientras que Valerius regresaba junto a ella.
—Bon appetit —dijo Tabitha mientras le alcanzaba la ambrosía. Él la comió y luego la besó—. Mmm —susurró Tabitha, inhalando el aroma de su esposo—. Pedicabo ego vos et irrumabo.
“Tengo la intención de manejarte de arriba abajo”.
Valerius sonrió.
—Y yo tengo la intención de permitírtelo —su rostro se puso serio mientras la miraba fijamente, y su amor por ella lo consumía—. Amo, Tabitha. AmoÀ.
À Gelatina.
À Kevlar: poliamida ultra resistente, utilizada para chalecos antibalas, equipamientos para deportes extremos y para la industria aeronáutica.
À En latin en el original.
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