miércoles, 1 de febrero de 2012

SN cap 16

Ash ingresó al templo de Artemisa en el Olimpo sin ningún preámbulo. En medio del enorme salón principal, que estaba rodeado por columnas, ella estaba reclinada en un trono blanco que era más parecido a una chaise longue.
Sus koris, que habían estado cantando y tocando el laúd, salieron corriendo inmediatamente de la habitación, y mientras una kori bastante alta y rubia pasaba junto a él, Ash se detuvo y se dio vuelta para mirarla.
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Artemisa, y por una vez su tono fue vacilante.
Él se dio vuelta para enfrentarla y se pasó la mochila de un hombro al otro.
—Quería agradecerte lo que hiciste esta noche, pero mientras tomaba en cuenta eso, me di cuenta de que ni una sola vez en once mil años has hecho algo gratis por mí. Sólo el puro factor de miedo de esa comprensión hizo que viniera a buscarte. Entonces, ¿qué quieres?
Artemisa se abrazó mientras se sentaba en su trono blanco.
—Estaba preocupada por ti.
Él rió amargamente.
—Nunca te preocupas por mí.
—Sí que lo hago. Te llamé y no me respondiste.
—Casi nunca te respondo —ella apartó la mirada, recordándole a Ash a una niña acobardada que había sido atrapada haciendo algo malo—. Lárgalo, Artemisa. Tengo un montón de porquería que limpiar esta noche, y no te quiero encima de ella.
Ella respiró hondo.
—Muy bien, no es como si pudiese ocultártelo.
—¿Ocultarme qué?
—Un nuevo Dark Hunter nació esta noche.
Su sangre se heló al escucharla. Literalmente.
—¡Maldita seas, Artemisa! ¿Cómo pudiste hacerlo?
Ella bajó de su trono preparada para la batalla.
—No tenía elección.
—Sí, claro.
—No, Acheron. No tenía elección.
Mientras Artemisa hablaba, su mente se conectó con la de ella y las imágenes de ella junto a Nick lo atravesaron.
—¿Nick? —susurró, con el corazón rompiéndose en pedazos.
¿Qué había hecho?
—Lo condenaste —dijo Artemisa con calma—. Lo siento tanto.
Ash apretó los dientes mientras la culpa lo consumía. Sabía que no le convenía hablar mientras estaba enojado.
Su voluntad, incluso cuando no lo pensaba bien, se hacía realidad. Una palabra incorrecta…
Había condenado a su mejor amigo.
—¿Dónde está?
—En el salón privado —Ash comenzó a alejarse, pero Artemisa lo detuvo—. No sabía qué más hacer, Acheron. No lo sabía.
Ella estiró la mano y un amuleto verde oscuro apareció. Se lo pasó a él.
—¿Cuántos latigazos? —preguntó amargamente, pensando que era el alma de Valerius lo que le ofrecía.
Una sola lágrima cayó por la mejilla de Artemisa.
—Ninguno. Es el alma de Nick, y no tengo derecho a tenerla —dijo presionándola contra la mano de él.
Ash estaba tan aturdido que no sabía qué decir.
Él la colocó en su mochila.
Artemisa tragó con fuerza mientras lo veía guardarla con cuidado.
—Ahora aprenderás.
—¿Aprender qué?
—La pesada responsabilidad que es un alma.
Él la miró con sequedad.
—Aprendí eso hace mucho tiempo, Artie.
Y con eso, salió y se trasladó a voluntad a la prisión de Nick. Abrió la puerta lentamente, para encontrar a su amigo en posición fetal en el piso.
—¿Nick?
Nick levantó la mirada, sus ojos negros estaban bordeados de rojo. La furia y el dolor que Ash vio y sintió provenir de Nick lo desgarró.
—Mataron a mi madre, Ash.
Una nueva ola de culpabilidad lo azotó. En un ataque de rabia y con nada más que una simple oración, había alterado sus destinos, y le había quitado a Nick y a Tabitha a dos personas que no deberían haber perdido.
Era todo su culpa.
—Lo sé, Nick, y lo siento —lo lamentaba más de lo que Nick jamás sabría—. Cherise era una de las pocas personas decentes en este mundo. Yo también la quería.
Quería al grupo de Nueva Orleáns mucho más de lo que debería. El amor era una emoción inútil, que jamás le había ofrecido otra cosa que miseria.
Incluso Simi…
Ash pasó la mano sobre su tatuaje mientras luchaba contra sus emociones.
Se entumeció, y se estiró hacia Nick.
—Vamos.
—¿Adónde vamos?
—Te llevaré a casa. Tienes mucho que aprender.
—¿Acerca de qué?
—Cómo ser un Dark Hunter. Todo lo que crees que sabes sobre luchar, sobrevivir, no es nada. Tengo que enseñarte a usar tus nuevos poderes y ver correctamente con esos ojos.
—¿Y si no quiero aprender?
—Entonces morirás, y no tendrás modo de regresar esta vez.
Nick tomó su mano y le permitió ayudarlo a ponerse de pie.
Ash cerró los ojos y llevó a Nick a casa.
Jamás había esperado con ansias entrenar a un nuevo Dark Hunter, pero éste…
Este le dolía más que ninguno.
Valerius abandonó la casa de los Devereaux una hora antes del amanecer. Tabitha finalmente se había quedado dormida, y él la había cargado escaleras arriba a la habitación que había compartido con Amanda cuando eran pequeñas.
Luego de dejarla sobre la cama, había pasado más tiempo del que debía observando las viejas fotos en la pared, de ellas dos juntas.
De ellas con sus hermanas.
Su pobre Tabitha. No sabía si alguna vez sanaría.
Llamó a un taxi para que lo dejara en su casa. El lugar estaba completamente oscuro. Ahora no había nadie allí, y se dio cuenta de lo mucho que había llegado a confiar en Tabitha.
Estas últimas semanas…
Habían sido milagrosas.
Ella era milagrosa.
Ahora su tiempo juntos había terminado.
Valerius abrió la puerta de su casa y escuchó el silencio. Cerró y trabó la puerta, y luego subió las escaleras hacia el solarium donde la estatua de Agrippina esperaba.
Rellenó el aceite de su lámpara antes de comprender lo estúpido que había sido, tanto como hombre como Dark Hunter.
No había sido capaz de proteger a Agrippina o a Tabitha del sufrimiento que era la vida.
Tal como no podía protegerse a sí mismo.
Pero, bueno, quizás la vida no se trataba de protegerse. Quizás se trataba de otra cosa.
Algo incluso más valioso.
Era acerca de compartir.
No necesitaba a alguien que lo protegiera del pasado. Necesitaba el contacto de una mujer cuya calidez ahuyentara a esos demonios. Una mujer cuya presencia hiciese soportable lo insoportable.
Y, en todos esos siglos, aún no había aprendido lo más valioso de todo.
Cómo decirle “te amo” a alguien.
Pero, al menos, ahora comprendía el sentimiento que significaba.
Con el corazón rompiéndose en pedazos, tocó la fría mejilla de Agrippina. Era hora de dejar ir al pasado.
—Buenas noches, Agrippina —susurró.
Renunciando, apagó la llama de un soplido y salió de la habitación que había sido sólo de ella, hacia la que había aprendido a compartir con Tabitha.
Tabitha despertó para encontrarse sola en su vieja cama. Cerró los ojos y deseó regresar a su infancia. Regresar a los días en que todas sus hermanas habían compartido esta casa con ella. Regresar a la época en que su mayor temor era no conseguir una cita para el baile de graduación.
Pero el tiempo siempre era efímero.
Y no había modo de regresar.
Suspirando, se dio vuelta y se percató que Valerius no estaba con ella. Sintió su ausencia inmediatamente.
Se levantó y se puso una bata que su madre debía haber dejado para ella en la habitación. Mientras pasaba frente al tocador, se detuvo y dio un paso atrás al ver un anillo encima del mismo.
Su corazón latió violentamente al reconocer el anillo de sello de Valerius, encima de una nota doblada.
Tomándolo, leyó las contadas palabras.
“Gracias, mi señora Tabitha. Por todo. Val.”
Tabitha frunció el ceño. ¿Era una despedida? Oh, sí, justo lo que necesitaba en ese momento.
¿Por qué no?
Estaba casi furiosa hasta que la leyó otra vez y se dio cuenta de que no había firmado como “Valerius”.
Había usado el sobrenombre que ella le había dado.
Un sobrenombre que odiaba.
Con la garganta hecha un nudo, metió la nota en su bolsillo y besó el anillo que le había dejado. Lo deslizó en su pulgar y fue a bañarse.
Valerius estaba soñando con Tabitha. Ella reía en su oído mientras se recostaba debajo de él.
Parecía tan real, que casi podía jurar que sentía su mano en la espalda…
No, ahora estaba enterrada en su cabello.
Y entonces ella la apartó y la pasó por su cadera, bajándola por su muslo hasta que lo acunó en su palma.
Gruñendo de placer, Valerius abrió los ojos para comprender que no era un sueño.
Tabitha estaba recostada a su lado.
—Hola, bebé —le susurró ella.
—¿Qué estás haciendo aquí? —le preguntó, incapaz de creer que fuera real.
Tabitha levantó la mano para mostrarle su anillo.
—¿Cómo podría estar en otro sitio, dada la brusquedad de tu nota?
—Mi nota no era brusca.
Ella resopló.
—Casi pensé que me estabas diciendo que me largara.
—¿Por qué pensarías eso? Te dejé mi anillo.
—¿Regalo consuelo?
Él puso los ojos en blanco ante su mal concebido razonamiento.
—No, ese anillo significa que el portador vale su peso en oro. ¿Ves? —lo levantó para que ella pudiese ver la cresta real.
Una lenta sonrisa apareció en el rostro de Tabitha.
—¿Valgo mi peso en oro?
Valerius corrió la mano de ella hacia sus labios, para poder besarla.
—Vales mucho más que eso para mí.
Los ojos de ella se empañaron mientras lo miraba.
—Te amo, Valerius.
Él jamás había escuchado algo más precioso.
—También te amo, Tabitha —dijo, con la voz poco clara.
La sonrisa de ella se ensanchó mientras lo atraía a sus brazos y lo besaba hasta dejarlo sin sentido.
Ella literalmente se arrancó la camisa antes de menearse debajo de él.
Valerius rió ante su impaciencia, antes de besarla suavemente en los labios.
Ella no estaba de humor para eso. Hicieron el amor furiosamente, como si no fueran a tener otra oportunidad.
Más tarde, se quedaron recostados uno en brazos del otro. Valerius jugaba con su cabello mientras contemplaba su futuro.
—¿Y qué hacemos ahora, Tabitha?
—¿Qué quieres decir?
—¿Cómo hacemos que esta relación funcione? Kyrian aún me odia, y todavía soy un Dark Hunter.
—Bueno —dijo ella entrecortadamente—. Roma no se construyó en un día. Daremos un paso por vez.
Poco imaginaba que esos pasos serían horrorosos.
El primero llegó la noche del funeral de su hermana. Valerius había llevado a Tabitha a casa de sus padres, sólo para parase en seco al darse cuenta de que Kyrian, Amanda, y Julian y su esposa Grace, estaban allí.
La hostilidad era tangible.
Tabitha había tenido la intención de quedarse con Valerius todo el tiempo, pero su tía Zelda la había apartado.
—Regresaré enseguida.
Valerius asintió mientras iba a buscar algo para tomar.
Julian y Kyrian lo arrinconaron en la cocina.
Suspiró cansadamente mientras esperaba que empezaran. Dejó su vaso.
Kyrian lo tomó del brazo.
Valerius estaba a punto de dejarlo allí cuando se dio cuenta de que Kyrian no estaba lastimándolo. Él retiró la manga de Valerius para que las cicatrices de su ejecución quedaran visibles.
—Amanda me contó cómo moriste —dijo Kyrian con calma—. No le creí —Valerius apartó su brazo de un tirón.
Sin una palabra, comenzó a alejarse de los dos griegos. Pero la voz de Kyrian lo detuvo.
—Mira, Valerius, tengo que decirte que literalmente me mata cada vez que te veo. ¿Puedes imaginar cómo sería si yo tuviese el rostro del hombre que te clavó a la madera?
Valerius rió amargamente ante la ironía.
—En realidad, sé exactamente cómo te sientes, General. Cada vez que uso un espejo, también veo el rostro de mi ejecutor.
Podía no haber sido gemelo de sus hermanos, pero se parecían lo suficiente como para que le resultara difícil mirarse en un espejo sin verlos a ellos reflejados. Por eso es que estaba tan condenadamente agradecido que los Dark Hunters no tuvieran reflejo a menos que quisieran.
Kyrian asintió.
—Sí, supongo que sí. Creo que no puedo sobornarte o intimidarte para que te alejes de Tabitha, ¿verdad?
—No.
—Entonces tendremos que ser adultos, porque amo demasiado a mi esposa como para lastimarla. Ya ha perdido a una hermana, y la mataría perder a otra. Necesita a Tabitha —Kyrian hizo una mueca como si le doliera, y estiró su mano hacia Valerius—. ¿Tregua?
Valerius estrechó su mano.
—Tregua.
Kyrian lo soltó, y entonces Julian ofreció su mano.
—Que conste —dijo Kyrian antes de irse—, que esto sólo nos convierte en amigables enemigos.
Tabitha entró a la cocina mientras ellos salían.
—¿Estás bien?
Él asintió.
—Kyrian decidió madurar.
Ella parecía impresionada.
—Supongo que la inmortalidad le sienta bien.
—Aparentemente.
Los dos se quedaron en el funeral hasta después de la medianoche, cuando decidieron ir a casa en el apaleado Mini Cooper de Tabitha.
Cuando entraron al vestíbulo encontraron a Ash esperándolos.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Valerius.
Ash se adelantó y le entregó una pequeña caja a Tabitha.
—Sabes qué hacer. Sólo recuerda: no lo dejes caer.
Tabitha estaba espantada mientras sostenía la caja que contenía el alma de Valerius en sus manos.
—Habíamos decidido que no haríamos esto. No quiero quitarle su inmortalidad a Valerius.
Ash respiró lenta y cansadamente.
—Hasta que le regreses su alma, Artemisa es su dueña. ¿Es eso lo que quieres?
—No.
—Bueno, ahí tienes —Ash se dirigió a la puerta, y luego se detuvo para mirarlos—. A propósito, Tabby, ahora también eres inmortal.
—¿Qué?
Él se encogió de hombros.
—No sería justo para Amanda perderte cuando envejezcas.
—Pero, ¿cómo? ¿Cómo puedo ser inmortal?
Ash le sonrió irónicamente.
—Es la voluntad de los dioses. No la cuestiones.
Salió por la puerta y los dejó a solas.
—Wow —susurró Tabitha mientras abría la caja, para encontrarse con un medallón azul oscuro dentro.
Vibraba con colores remolinantes que hacían parecer que tenía vida.
Cerró la caja.
—Bueno, ¿qué piensas?
—Pienso que será mejor que no la dejes caer.
Ella estuvo de acuerdo.
Más tarde esa noche, cuando llegó el momento de estacarlo para poder regresarle su alma, comprendió algo horrible.
No podía hacerlo.
—Vamos, Tabitha —dijo Valerius mientras se sentaba en la cama, con el torso desnudo—. Me apuñalaste la noche que nos conocimos, sin siquiera parpadear.
—Sí, pero entonces eras una bolsa de basura.
—Creo que estoy ofendido.
Las semanas pasaron, mientras Tabitha intentaba apuñalar a Valerius, sólo para encontrarse fracasando.
Incluso intentó simular que era un Daimon.
No funcionó. Sin mencionar el pequeño hecho que aún tenían que descubrir qué drenaría sus poderes de Dark Hunter y hacerlo humano el tiempo suficiente como para que muriera.
Entonces entraron en una extraña especie de paz. Tabitha se mudó de su apartamento sobre la tienda, y lo dejó para que Marla lo cuidara mientras ella vivía con Valerius.
Se quedaban juntos de día, y cazaban juntos por la noche.
Aún no podía estacarlo pero, al menos, una tarde, se había enterado de cuál era su debilidad: lastimarla. Había sido un accidente. Valerius se había estirado para tomar su espada y le había dado un codazo accidentalmente. Durante dos horas, sus ojos habían sido azules.
Aún así, ella aún no era capaz de apuñalarlo.
Era imposible.
Hasta ese verano. Mientras Tabitha y Valerius estaban en medio del entrenamiento en el gimnasio del primer piso, lo inimaginable sucedió.
En un instante, ella estaba jugando con Valerius; al siguiente, Kyrian había entrado violentamente por la puerta, haciendo que Valerius la golpeara por accidente. Sus ojos se habían vuelto instantáneamente azules. Antes de comprender lo que Kyrian estaba haciendo, él tomó a Valerius, lo arrojó al suelo, y pasó una estaca a través de su corazón y la dejó allí.
—¿Qué estás haciendo? —chilló Tabitha, corriendo hacia él.
Amanda la atrapó.
—Está bien, Tabby —le dijo, poniéndole la caja que contenía el alma de Valerius en sus manos por la fuerza—. Como sigues diciéndome que no puedes hacer esto, Kyrian se ofreció como voluntario.
—Sí, y con un poco de suerte, podrías dejarlo caer —dijo Kyrian maliciosamente.
Tabitha lo miró con el ceño fruncido.
Tomando la caja de manos de su hermana, se arrodilló junto a Val.
Valerius estaba en el suelo, jadeando. Su rostro estaba cubierto de sudor mientras sangraba por su herida.
—No te preocupes, bebé. No lo dejaré caer.
Él le ofreció una sonrisa temblorosa.
—Confío en ti.
El corazón de Tabitha se detuvo mientras él moría. Tomando el medallón, gritó mientras quemaba su palma. Tabitha se mordió el labio y colocó el medallón sobre la marca de arco y flecha en la cadera de Valerius.
—Shh —dijo Amanda tranquilizadoramente—. Dejará de quemar en un segundo. Sólo piensa en Valerius.
Lo hizo, aunque cada parte cuerda de ella quería soltar el ardiente trozo de lava que quemaba su mano.
Finalmente, comenzó a enfriarse.
Valerius no se movía.
Tabitha comenzó a entrar en pánico.
—Está bien —dijo Amanda—. Sólo toma un minuto.
Y luego de algunos más, Valerius abrió sus ojos, que eran ahora de un permanente y vibrante tono de azul. Sus colmillos habían desaparecido por completo.
Tabitha sonrió al verlo, excesivamente agradecida porque él estaba vivo.
—No te ves bien.
Valerius acunó su rostro.
—Yo creo que te ves hermosa.
—Yo creo que debería estacarlo otra vez sólo por añadidura —dijo Kyrian.
—Yo creo que debemos irnos —dijo Amanda mientras se levantaba del suelo, tomó a su esposo e hizo una salida rápida.
—Oh, vamos —se quejó Kyrian desde el pasillo—. Por favor, ¿no puedo estacarlo una vez más?
—Hola, humano —dijo Tabitha antes de besarlo.
Entonces se apartó con un grito, mientras se percataba de algo.
Ella era inmortal. Ahora que Valerius ya no era Dark Hunter, no lo era.
—Oh, dios mío —susurró—. ¿Qué hemos hecho?
Pero la respuesta era simple. La habían condenado a vivir la eternidad sin él.

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