miércoles, 1 de febrero de 2012

SN cap 14

Vestida completamente de encaje negro, Apollymi estaba sentada observando a los no-iniciados como un hermoso ángel rubio y etéreo en su sofá. Observó su jardín a través de las grandes puertas francesas abiertas, donde sólo crecían flores negras, en memoria de su único hijo verdadero, que le había sido quitado brutalmente.
Incluso después de todos esos siglos, su corazón de madre sufría por la pérdida. Junto con la salvaje e interminable necesidad de tener a su hijo con ella. Sentir su cálido contacto.
¿De qué servía ser un dios cuando no podía tener el único deseo que había ardido en su interior?
Este era el más doloroso de los días. Porque este era el día en que había dado a luz a su hermoso y perfecto hijo.
Y este era el día en que se lo habían quitado para siempre.
Las lágrimas brillaron en sus ojos mientras levantaba el pequeño almohadón negro desde su falda a su rostro, e inhalaba el picante aroma de la misma. El perfume de su hijo. Cerrando los ojos, evocó una imagen del rostro más precioso y valioso en su mente. Escuchó el sonido de su imponente voz.
—Necesito que regreses, Apostolos —pero su susurro no era escuchado, y lo sabía.
—Él está aquí, Benevolente.
Apollymi se detuvo al escuchar la voz de Sabine detrás de ella. Sabine era su sirviente Charonte de más confianza, desde que Xedrix había desaparecido en la noche que el dios griego Dionisio y el dios celta Camulus habían intentado liberarla de su prisión en Kalosis.
Apollymi devolvió el almohadón a su regazo mientras daba permiso para retirarse al demonio alado de piel anaranjada.
—¿Me convocaste, madre? —preguntó Stryker mientras se aproximaba.
Ella se forzó a no delatar el hecho que sabía que él se había vuelto en su contra. Él se creía más inteligente.
Era suficiente para hacerla reír.
Nadie podía derrotar jamás a la Destructora. Por eso es que estaba prisionera. Podía ser contenida, pero nunca aniquilada. Era una lección que Stryker aprendería demasiado pronto.
Pero no hoy. Hoy, aún lo necesitaba.
—Es hora, m'gios. El término Atlante para “hijo mío” siempre era amargo en su lengua. Él era un sustituto muy mediocre para el niño al que había dado a luz.
—Esta noche será el momento perfecto para atacar. Hay luna llena en Nueva Orleáns y los Dark Hunters estarán distraídos.
¡Y ella quería a esa niña humana! Era hora de poner fin a su cautiverio de una vez por todas.
Marissa Hunter era un leve sacrificio que necesitaba para regresar a su hijo a su estado vivo y real. Y por todo el poder de la Atlántida, restauraría a su hijo.
Ninguna otra vida, ni siquiera la suya, valían una pequeña parte de la de él.
Stryker inclinó la cabeza.
—En efecto, madre. Ya he soltado a mis Daimons para hacer una matanza. Desiderius regresará con la niña a medianoche y, cuando partamos esta noche, no quedará un solo Dark Hunter respirando.
—Bien. No me importa cuántos Spathi u otros mueran. ¡Debo tener a esa niña! —sintió que Stryker comenzaba a partir.
—¿Strykerius? —lo llamó.
—¿Sí, madre?
—Sírveme bien y serás recompensado sin límites. Traicióname y no habrá nada que pueda salvarte de mi furia.
Stryker entrecerró los ojos al observar a la diosa, que incluso se rehusaba a mirarlo.
—Jamás soñaría con traicionarte, madre —dijo, enmascarando el rencor de su tono.
No, no iba a traicionarla esa noche.
Iba a matarla.
Luego de abandonar su templo, Stryker invocó a sus Illuminati antes de abrir el bolt-hole que llevaría a sus hombres a Nueva Orleáns. Allí harían su voluntad mientras él se mantenía escondido a salvo, lejos de la vista de la Destructora. Era momento de terminar con el antiquísimo conflicto entre humanos y Apolitas.
Una nueva era estaba naciendo, y la humanidad…
Era momento de que aprendieran que su posición era inferior.
En cuanto a Acheron, ahora que sabía lo que el hombre realmente era, sabía cómo neutralizarlo.
Después de todo, ni siquiera el gran Acheron podía estar en dos sitios al mismo tiempo, ni podía hacer frente al ataque que estaba a punto de comenzar.
Desiderius se detuvo fuera de una pequeña tienda de vudú. Era pintoresca y encantadora y, para la mayoría de los turistas, se parecía a todas las demás.
Lo único que separaba a esta tienda del resto que ocupaban áreas designadas del Barrio Francés era el hecho que aquí sentía un poder verdadero.
Cerrando los ojos, inhaló el rico y anticuado aroma. Como Daimon, necesitaría que el alma de ella viviera, pero como estaba en el cuerpo de un Dark Hunter…
Ahora asesinar humanos era realizado sólo por el simple placer de hacerlo, no por sustento.
Sonrió para sí mismo mientras entraba para encontrar su blanco. Le llevó sólo un segundo ubicarla detrás del mostrador, donde esperaba a un turista que estaba comprando una poción de amor.
—¡Hola, Ulric! —dijo con entusiasmo su víctima mientras el cliente salía de la tienda y los dejaba solos.
Ah, bien, conocía al Dark Hunter. Haría que matarla fuese mucho más sencillo.
—Hola —dijo él, acercándose al mostrador—. ¿Cómo estás esta noche?
—Estaba a punto de cerrar. Me alegra que hayas venido. Después de todo lo que ha estado sucediendo por aquí, bueno… es agradable ver un rostro amigable.
La mirada de Desiderius fue más allá del hombro de ella, hasta una pequeña instantánea colgando de un calendario que publicitaba velas aromatizadas. En ella había nueve mujeres, dos de las cuales reconoció instantáneamente.
Su mirada oscureció.
—¿Cómo están Tabitha y Amanda? —preguntó.
—Están bien. Tomando en cuenta todo. Mandy tiene miedo de salir de la casa y Tabby… probablemente la has encontrado en las calles.
Sí, Amanda tenía miedo de abandonar su casa, lo cual hacía que meterse allí fuera casi imposible.
Pero conocía un modo de sacar a la hechicera de su hogar.
Le sonrió con los labios apretados a la mujer detrás del mostrador.
—¿Te gustaría que te acompañe a casa?
—Qué dulce. Gracias, sería genial. Sólo dame un segundo para buscar el sobre con el dinero y haré el papeleo en casa.
Desiderius se mojó los labios. Ya podía saborear su sangre…
La noche estaba espeluznantemente tranquila mientras Ash caminaba solo a través del Cementerio Nº 1 de St. Louis, buscando Daimons que frecuentemente venían a tomar las almas de los muertos que se rehusaban a seguir adelante.
Los nativos de Nueva Orleáns llamaban a estos impresionantes cementerios de piedra las Ciudades de los Muertos, un nombre que era totalmente adecuado. Como la ciudad estaba por debajo del nivel del mar, nadie podía enterrar a los muertos sin que los cuerpos hicieran una desagradable reaparición.
La luna llena proyectaba sombras distorsionadas de las estatuas junto a las criptas de ladrillo, piedra y mármol, algunas de las cuales eran aún más altas que él. Aunque en algunos sitios estaban colocadas sin ton ni son, la mayoría de las tumbas estaban ordenadas en calles que, de hecho, reflejaban extrañamente el diseño y distribución de una ciudad.
Cada cripta estaba elegantemente tallada como un monumento para aquellos cuyos restos contenía. Había tres clasificaciones para las tumbas: criptas de pared, bóvedas familiares, y bóvedas de sociedad que estaban reservadas para grupos específicos, como la cuantiosa tumba de la Sociedad Italiana, que era la más grande de todas y dominaba el cementerio.
La mayoría de las tumbas mostraban señales de su antigüedad, al tener piezas de mampostería rotas, faltantes o torcidas, junto a techos derrumbados, y moho ennegrecido que crecía sobre ellas. Muchas tenían puertas y vallas hechas en hierro con volutas.
Era hermoso estar allí. Pacífico. Aunque los agujeros colocados estratégicamente en las paredes exteriores, que permitían a los ladrones ir y venir a voluntad eran un constante recordatorio de cómo algunos de los ocupantes habían llegado a residir allí.
Ash se estiró y tocó la tumba de Marie Laveaux, la famosa mavenÀ vudú de la ciudad. Su tumba estaba marcada con las “X” de aquellos que le rendían tributo.
Había sido una mujer extraordinaria y, en la larga vida de Acheron, había sido la única que lo conocía por lo que realmente era.
Las sirenas sonaron en la distancia mientras la policía se dirigía a una nueva escena de algún crimen.
Mientras se daba vuelta, Ash sintió que una carcajada lo atravesaba como un golpe debilitante. Siseó de dolor mientras sentía que una puerta frágil y prohibida se abría, y sintió al mal saliendo de la misma.
Los Illuminati estaban abandonando Kalosis…
De pronto, su visión se nubló.
Ash ya no veía nada a su alrededor, abrumado por los sonidos e imágenes de las almas gritando en agonía mientras morían. Era un sonido que los humanos no podían oír, pero que a él podía cortarlo como un vidrio roto.
El orden del universo estaba siendo alterado.
—¡Atropos! —gritó, convocando a la diosa Griega del destino, que era responsable de cortar los hilos de la vida de los mortales.
Alta y rubia, con los ojos furiosos, apareció a su lado instantáneamente.
—¿Qué? —preguntó bruscamente.
Ellos nunca se habían llevado bien; a decir verdad, ninguna de las MoirasÀ lo soportaba. Y no era que le importase. Él tenía muchas más razones para odiarlas que ellas para odiarlo a él.
Ash se recostó contra una de las viejas criptas mientras intentaba controlar algo de su dolor.
—¿Qué estás haciendo? —jadeó.
—No soy yo —dijo ella, indignada—. Es algo de tu lado, no del nuestro. No tenemos control sobre eso. Si deseas que se detenga, detenlo.
Desapareció.
Envolviéndose los brazos alrededor del estómago, Ash se deslizó hasta el suelo. El dolor… estaba destrozándolo aún más. No podía respirar. No podía pensar.
Los gritos resonaron en su cabeza hasta que llevaron lágrimas a sus ojos.
Sin su orden, Simi salió de su brazo.
Akri —dijo, arrodillándose a su lado—. ¿Qué te lastima, akri?
—Sim —jadeó él, entre las violentas puñaladas—. No p-puedo… —sus palabras se apagaron en un gruñido.
Ella se dobló en tamaño y se transformó de una joven mujer a su forma de demonio. Su piel y cuernos eran rojos, y su cabello y labios negros, mientras que sus ojos brillaban en la oscuridad con un opaco amarillo.
Ella lo apartó de la cripta lo suficiente para deslizarse entre él y la piedra, y luego envolvió su cuerpo alrededor de Acheron. Sus alas de medianoche se doblaron sobre ambos como si fuesen un manto protector.
Los labios de Ash castañeteaban por la agonía, mientras las lágrimas fluían de sus ojos. Sentía como si algo estuviese rompiéndose dentro de él. Tenía que bloquear los gritos, o estaría inutilizado.
Simi apoyó su mejilla contra la de él, y tarareó una antigua canción de cuna mientras lo acunaba tranquilizadoramente.
—Simi te tiene, akri, y hará que las voces se vayan.
Ash se recostó en sus brazos y rezó por que tuviera razón. Porque, si ella no lo restauraba pronto, no habría nadie para reparar lo que estaba siendo destruido.
Tabitha fue inundada por una repentina sensación de dolor que la detuvo allí mismo.
Jadeando, se estiró hacia Valerius, que caminaba junto a ella.
—¿Tabitha? ¿Sucede algo?
—Tia —jadeó, con el corazón sufriendo un dolor tan profundo que no estaba segura de cómo mantenía su postura—. Algo le sucedió. Lo sé.
—Tab…
—¡Lo sé! —chilló, aferrándose a la camisa de él—. ¡Oh, dios, no!
Tomó su teléfono y comenzó a marcar el número de Tia mientras corría hacia la tienda de su hermana. Estaban a sólo seis cuadras.
Nadie respondió.
Llamó a Amanda, con el corazón latiendo violentamente mientras corría. Esto no podía estar sucediendo. Tenía que estar equivocada.
¡Tenía que estarlo!
—¿Tabitha? —escuchó las lágrimas en la voz de Amanda.
—Es verdad, ¿no es así? ¿También lo sientes?
—Kyrian no me deja salir de casa. Dice que es demasiado peligroso.
—No te preocupes, estoy en la calle y te llamaré en cuanto sepa algo.
Tabitha aferró el teléfono en su mano mientras se acercaban a la oscura tienda.
Todo parecía normal…
Valerius caminó más lento mientras sentía la muerte. Había una capa de maldad colgando sobre el negocio. Había sido Dark Hunter el tiempo suficiente como para saber eso sin habilidades psíquicas.
Tabitha intentó abrir la puerta del frente, que estaba trabada.
—¡Tia! —gritó, golpeándola—. ¿Aún estás aquí?
Nadie respondió.
Lo condujo hacia atrás, a un pequeño patio. La puerta trasera de la tienda había quedado entreabierta.
Valerius contuvo la respiración ante la confirmación de sus miedos. Tabitha se desaceleró hasta caminar cautelosamente.
—¿Tia? —llamó otra vez.
Valerius la apartó de la puerta trasera.
—Quédate detrás de mí.
—¡Ella es mi hermana!
—Y yo soy inmortal. Quédate detrás de mí.
Afortunadamente, ella asintió.
Valerius abrió la puerta cuidadosamente mientras buscaba a alguien que los atacara.
Nadie lo hizo.
La habitación trasera se veía completamente normal. Nada estaba fuera de lugar. Estaba igual que unas semanas antes, cuando Tia lo había atendido allí.
Con la mano sobre la daga que llevaba en la cintura, se acercó cuidadosamente a la puerta de la tienda, que también estaba apenas entreabierta. La abrió y se quedó helado al ver el par de zapatos sobresaliendo desde atrás del mostrador.
Su corazón se detuvo.
—Quédate aquí, Tabitha.
—Pero…
—¡Maldita sea, Tabitha, quédate!
—¡No soy tu perra, General, y no me hables de ese modo!
Él sabía que era el miedo lo que la hacía enojar tanto. Jamás sabía cómo hacer frente a las emociones fuertes.
—Por favor, Tabitha. Quédate aquí mientras voy a ver.
Ella asintió.
Valerius se apartó y caminó con cuidado por el piso, hacia donde había visto los zapatos. Mientras se acercaba más, vio el resto del cuerpo.
Mierda.
Con el pecho anudado y doliendo, dio vuelta a Tia para encontrarse con los ojos vidriosos mirando la nada. Su cuello estaba abierto como si un Daimon la hubiese atacado, pero su alma aún estaba allí. Podía sentirla.
¿Por qué un Daimon no tomaría su alma?
Mientras se inclinaba para cerrarle los ojos, se dio cuenta de algo. Tabitha no estaba con él.
El pánico amenazó con consumirlo. No era habitual en ella prestarle atención. Levantándose rápidamente, regresó corriendo al cuarto de almacenamiento, donde la encontró sentada ante una consola de video de vigilancia que mostraba las oscilantes imágenes en blanco y negro de la muerte de Tia.
Tabitha estaba sentada allí, con lágrimas cayendo de sus ojos mientras tenía las manos cruzadas sobre los labios. Sus sollozos eran silenciosos, pero sacudían todo su cuerpo.
—Lo siento tanto, Tabitha —susurró Valerius antes de apagar el monitor y tomarla en sus brazos.
—¡No puede estar muerta! —gimió mientras se aferraba a él—. Esto no es cierto. No mi hermana. Ella no está muerta. ¡No lo está!
Él no habló mientras la acunaba suavemente en sus brazos.
Ella gritó de dolor antes de empujarlo y correr hacia el frente de la tienda.
—¡Tabitha, no! —exclamó él, reteniéndola antes de que viera el cuerpo de Tia—. No necesitas verla de ese modo.
Ella giró hacia él con un chillido y le dio un empujón.
—¡Malditos sean! Malditos sean todos ustedes por esto. ¿Por qué no me mataron a mí? ¿Por qué mataron a mi hermana? ¿Por qué…? —Sus ojos se ensancharon con horror—. Oh, dios, irán por mi familia.
Extrajo su teléfono, indudablemente para llamar a Amanda otra vez.
Mientras ella llamaba a su familia, él extrajo su Nextel para notificar a los demás de lo que había sucedido.
—Código Rojo para todos —dijo, con la voz tensa—. Tia Devereaux ha sido asesinada dentro de su tienda. Todos deben apartarse y poner a salvo a sus familias.
Uno por uno, los Dark Hunters y Escuderos chequearon: Otto, Nick, Kyl, Rogue, Zoe, Jean-Luc, Ulric, Janice, Kassim; incluso Talon, Kyrian, y Julian. Pero no había señales de Acheron.
Valerius intentó ubicarlo con el beeper, luego lo llamó.
No había respuesta.
Su sangre se heló. ¿Los Daimons ya habrían llegado a Acheron y lo habrían lastimado otra vez?
—Te quiero, Mandy —dijo Tabitha mientras sus labios temblaban por el dolor—. Cuídate, ¿sí? Voy a encontrar a ese bastardo y voy a asesinarlo esta noche.
Valerius miró hacia la pantalla ahora vacía.
—¿Sabes quién la mató? —preguntó.
Tabitha asintió.
—Fue Ulric, y ahora voy a matarlo.
Nick caminaba por Ursulines, dirigiéndose a la casa en la calle Bourbon que había compartido con su madre. Luego de escuchar la llamada de Valerius acerca de Tia, había ido inmediatamente a chequear a su madre, que trabajaba hasta tarde en El Santuario.
Como había planeado quedarse dando vueltas fuera del bar para cuidar hasta que llegara la hora en que ella salía, prácticamente había estado allí cuando se produjo la llamada.
En cuanto había llegado a las puertas de estilo taberna que estaban vigiladas por Dev Peltier, uno de los osos dueño de El Santuario, le había dicho que su madre había salido temprano del trabajo porque no se estaba sintiendo bien. Nick había estado absolutamente furioso con el oso, hasta que Dev le dijo que Ulric había estado de acuerdo en escoltarla hasta la casa.
De cualquier modo, tomando en cuenta las costillas golpeadas de Nick, su mamá estaba mucho más a salvo con un Dark Hunter de lo que estaría con él. Aún así, tenía una necesidad interna de asegurarse de que estaba bien.
Sólo habían sido ellos dos toda su vida. Embarazada por un criminal cuando tenía sólo quince años, su madre había sido echada de su casa para valerse por sí misma. Él no la habría culpado si lo hubiese dado en adopción, pero no lo había hecho.
“Eres lo único en mi vida que hice bien, Nicky, y le agradezco a dios todas las noches por haberme dado a ti”.
Por eso era que él la amaba tanto.
Nick jamás había conocido a ninguno de sus abuelos. Demonios, sólo había visto a su padre un par de veces, y sólo una que recordara realmente. Había sido cuando Nick tenía diez años, y su padre necesitaba un lugar para quedarse por el período más largo de libertad que había tenido siendo adulto; tres meses enteros.
En un mal cliché, su padre se había mudado, bebió cerveza constantemente, y los maltrató a los dos hasta que uno de sus amigos criminales lo había convencido de que intentara con el robo de bancos, donde su padre había matado a cuatro personas sólo por puro gusto. Había sido rápidamente condenado y había muerto un año más tarde, cuando algún presidiario le había cortado la garganta durante un motín en la prisión.
Cherise Gautier dejaba mucho que desear en cuanto a su gusto por los hombres pero, como madre…
Era perfecta.
Y Nick haría cualquier cosa en el mundo por ella.
Escuchó la estática de su Nextel, y esperó que fuera Otto molestándolo otra vez.
No era.
La voz acentuada de Valerius rompió la quietud.
—Nick, ¿estás ahí?
Justo lo que necesitaba esa noche. Haciendo una mueca, sacó de un tirón el teléfono de su cinto.
—¿Qué? —dijo con brusquedad.
—Quería informarte que Ulric es Desiderius. Ya mató a Tia. No sé quién sigue, pero creo que querrías chequear con tu madre.
De pronto, la voz de Valerius cambió a otra que heló su sangre.
—Oh, espera… —dijo Desiderius provocativamente—, está muerta —hizo un sonido como chasqueando los labios—. Hmmm, tipo O negativo. Mi favorita. Por supuesto, te alegrará saber que sus últimos pensamientos fueron hacia ti.
Nick dejó de moverse un instante antes de dejar caer el teléfono y comenzar a correr lo más rápido que podía hacia su casa.
Una y otra vez, veía imágenes de su madre en su mente. Bromeando amablemente con él mientras crecía. El orgullo en su rostro cuando le dijo que iría a la universidad.
Sus apaleadas costillas dolían y daban punzadas, pero no le importaba si se desgarraba ambos pulmones.
Tenía que llegar hasta ella.
Para el momento en que alcanzó el portón en el camino de entrada, temblaba tanto que apenas pudo ingresar el código.
—¡Abre, maldita sea! —exclamó, cuando el primer código fue rechazado.
Lo reingresó.
Las puertas se abrieron lentamente. Ominosamente.
Jadeando por el miedo y el esfuerzo, se apresuró hacia la puerta trasera.
Estaba destrabada. Nick entró, preparado para pelear. Se detuvo en la cocina para tomar su Glock.31 del cajón junto a la estufa. Controló el revólver para asegurarse que estaba totalmente cargado con las diecisiete descargas.
—¿Mamá? —llamó mientras deslizaba el arma hacia el interior—. Mamá, soy Nick, ¿estás en casa?
Sólo el silencio le respondió.
Con el corazón martilleando, Nick avanzó con cautela por la casa, habitación por habitación, esperando ser atacado.
No encontró absolutamente nada, hasta que llegó a la sala de estar de la planta alta. A primera vista, parecía que su madre estaba sentada en su silla, como lo había estado un millón de veces antes, cuando él llegaba a la casa para encontrarla esperándolo.
Había comprado esta casa sólo por esa habitación. Su madre amaba leer novelas románticas. Toda su vida había soñado con ser dueña de una casa en la que tendría una perfecta habitación pentagonal, para leer sus libros en paz. La pared del fondo estaba alineada con estanterías hechas por encargo.
Cada centímetro de cada estante tenía un libro de bolsillo, que ella había elegido y guardado amorosamente.
—¿Mamá? —dijo, con la voz convirtiéndose en un sollozo. Su mano temblaba mientras sostenía el arma y miraba fijamente con los ojos nublados el cabello rubio que podía ver por encima de la reclinadora de cuero—. Por favor, dime algo, mamá, por favor.
Ella no se movía.
Él luchó contra sus lágrimas mientras se movía lentamente hacia adelante, hasta que pudo tocarla. Aún así, ella estaba en silencio.
Nick gritó con dolor mientras enterraba la mano en el suave cabello y veía la palidez de su rostro. La violenta herida en forma de mordida en su cuello.
—¡No, mami, no! —sollozó mientras se arrodillaba junto a ella—. Maldita sea, mamá, ¡no estés muerta!
Sólo que esta vez no encontraba ningún consuelo en su contacto. Ninguna voz suave y amorosa que le dijera que los hombres no lloraban. Que no demostraban su sufrimiento.
Pero, ¿cómo podía un hombre resistir este brutal tipo de agonía?
Esto era culpa suya. Todo culpa suya. Él era el idiota que se había hecho amigo de los Dark Hunters. Si le hubiese dicho alguna vez la verdad… Igual no hubiese tenido posibilidad.
—Mami —susurró contra su frío rostro mientras la acunaba en sus brazos—. Lo siento tanto. Lo siento tanto. No quise lastimarte. No quise. Por favor, despierta, por favor. Oh, por favor, mamá, no me dejes —y entonces su furia tomó el control. Ardió en sus venas y gritó en olas hechas añicos que lo desgarraron—. ¡Artemisa! —gritó—. Te invoco en tu forma humana. ¡Ahora!
Ella apareció casi instantáneamente, con los brazos en la cadera y resentida.
Al menos, hasta que vio el cuerpo de su madre.
—¿Qué es esto? —preguntó, frunciendo el labio como si la imagen de la muerte le desagradara—. Eres el amigo de Acheron, Nick, ¿verdad?
Nick recostó a su madre en la silla, se quitó las lágrimas de los ojos con el dorso de la mano, y se puso lentamente de pie.
—Exijo venganza sobre el Daimon que hizo esto, y la exijo ahora.
Ella hizo un rudo sonido de desestimación.
—Puedes exigir todo lo que quieras, humano, no vas a obtenerlo.
—¿Por qué no? Se lo das a cualquier otro idiota que te lo exige. Conviérteme en Dark Hunter. Me lo debes.
Ella inclinó la cabeza y arqueó una ceja.
—No te debo nada, humano. Y en caso de que no te hayas dado cuenta, imbécil, tienes que estar muerto antes de poder convertirte en un Dark Hunter —dejó escapar un suspiro irritado—. ¿No has aprendido nada de Acheron?
Artemisa dio un paso atrás, con la intención de regresar a su hogar en el Olimpo, pero antes de que pudiera, el humano se arrodilló en el piso y tomó un arma.
—Conviérteme en Dark Hunter —gruñó un instante antes de apretar el gatillo.
Artemisa se quedó helada ante el fuerte y resonante sonido del disparo. No podía respirar mientras veía al hombre muerto a sus pies.
—Oh, no —dijo, sin respiración, mientras su corazón latía violentamente. El amigo humano de Acheron se había suicidado… ¡justo frente a ella! ¿Qué iba a hacer? Sus aterrados pensamientos se aceleraron—. Él me culpará por esto.
Jamás la perdonaría. Jamás. Aunque no fuese su culpa, Acheron encontraría algún modo de culparla de todo, de decirle que debería haberlo sabido y haberlo detenido.
Miró con horror la sangre coagulada que manchaba el frente de su vestido blanco. Jamás había visto algo semejante.
—Oh, piensa, Artemisa, piensa…
Pero no podía pensar con claridad. Lo único que podía oír era el sonido de Acheron en su cabeza mientras le decía porqué Nick y su madre significaban tanto para él.
Jamás lo comprenderás, Artie. No tenían nada más que a sí mismos, y en lugar de culparse uno al otro por arruinarse la vida, lo que mucha gente haría, ellos se unieron. La vida de Cherise ha apestado y, sin embargo, aún es buena y generosa con todos los que conoce. Un día, Nick va a casarse y darle una casa llena de nietos que amar. Zeus lo sabe, ambos lo merecen”.
Sólo que ahora Nick yacía muerto a sus pies.
Muerto por su propia mano, y era católico.
Ya podía oler el azufre.
—¡Acheron! —lo llamó, permitiendo que su voz viajara por todas las dimensiones. Tenía que decirle antes de que fuera demasiado tarde. Sólo él podía arreglar esto. Pero no respondió—. ¡Acheron! —intentó otra vez. Nuevamente, estaba en silencio—. ¿Qué hago?
Tenía prohibido convertir en Dark Hunter a un suicida. Pero si dejaba muerto a Nick, su alma sería reclamada por Lucifer y pasaría la eternidad en el infierno, siendo atormentado.
De cualquier modo, ella perdería. Acheron la culparía por permitir que su amigo sufriera. Pensaría que lo había hecho a propósito sólo para lastimarlo.
Y si salvaba a Nick…
Ni siquiera valía la pena pensar en las consecuencias.
Pero mientras estaba allí parada, indecisa, una imagen llegó y se quedó en su mente. La expresión en el rostro de Acheron el día que le había dado la espalda en su dolor.
Era lo único en su vida que verdaderamente lamentaba. Lo único que cambiaría si pudiera.
No había opciones. No podía lastimar a Acheron de ese modo otra vez. Nunca.
Arrodillándose, acercó el cuerpo de Nick hacia ella, y lo restauró a lo que había sido antes del disparo. Le apartó el cabello del rostro y pronunció las palabras prohibidas de una civilización muerta mucho tiempo atrás.
La piedra apareció en su mano. Sintió su calor mientras el alma entraba en ella.
Dos segundos más tarde, los ojos de Nick se abrieron. Ya no eran azules, sino negro azabache. Siseó de dolor mientras la luz perforaba sus ojos ahora sensibles.
—¿Por qué no llamaste a Acheron en lugar de a mí? —le preguntó con calma.
—Él estaba enojado conmigo —dijo Nick, ceceando por los colmillos a los que aún tenía que acostumbrarse—. Dijo que debería matarme y ahorrarle el trabajo.
Artemisa dio un respingo ante esas palabras. Su pobre Acheron. Jamás se perdonaría por esto.
Ni la perdonaría a ella.
Nick se puso de pie.
—Quiero mi venganza.
—Lo siento, Nick —susurró Artemisa—. No puedo otorgártela. No te ceñiste al curso del pacto.
—¿Qué?
Antes de que pudiera decir algo más, ella levantó una mano y lo envió a una habitación especial en su templo.
—¿Dónde estás, Acheron? —susurró.
El mundo estaba cayéndose a pedazos y él no estaba en ningún sitio.
Él no solía ser tan indiferente.
Con temor que algo malo le hubiese sucedido, cerró los ojos y lo buscó.
Desiderius caminaba por la calle como si le perteneciera. ¿Y por qué no?
Así era.
Estiró los brazos y echó la cabeza atrás mientras escuchaba los gritos de los inocentes en su cabeza.
—Deberías estar aquí, Stryker —dijo riendo.
Sólo Stryker podría apreciar verdaderamente la belleza de esa noche.
Pero el tiempo estaba terminándose.
Tenía que regresar con la niña Hunter a medianoche, o la Destructora revocaría su cuerpo.
—¿Padre?
Giró ante el sonido de la voz de su hijo.
—¿Sí?
—Acheron continúa desaparecido, tal como Stryker prometió, y hemos encontrado el modo de entrar.
Desiderius rió. Al fin podría vengarse de Amanda y Kyrian.
Y, en cuanto entregara a la niña, terminaría el plato principal con Tabitha como postre.


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