lunes, 13 de febrero de 2012

SON cap 6

Stryker estaba sentado en la oscura biblioteca de su casa en Kalosis, el reino del infierno atlante, con su segundo comandante de pie ante su inmaculado escritorio de ébano, mirándolo. La superficie del escritorio era tan brillante que reflejaba la luz de la vela con un brillo misterioso que bailaba alrededor de ellos.
La tristeza asentada pesadamente en su corazón mientras recordaba un tiempo cuando habría sido su hijo, Urian, quien conspirara con él esa noche.
Urian. El mero pensamiento del que una vez fuera su amado hijo era suficiente para mutilarlo. La pérdida de Urian todavía lo carcomía por dentro como una enfermedad ulcerosa a la que nada podía curar.
Y era todo debido a Acheron que él hubiera asesinado a su querido hijo. Su heredero. Su corazón. Ahora no había nada más dentro de él excepto el odio y una necesidad de venganza tan profunda que ponía en ridículo las traiciones que hacían a los humanos convertirse en Cazadores Oscuros.
Él quería a Urian de regreso. Nada podría mitigar el vacío que la muerte de su hijo había dejado. Nada podría reprimir el vívido recuerdo de la mirada dolida y traicionada en los ojos de Urian en el instante en que Stryker había cortado su garganta.
Stryker rechinó sus dientes mientras la pena se rasgaba nuevamente por él. Cómo deseaba poder deshacer ese momento.
Pero esto estaba hecho y él no podría vivir hasta que estuviera seguro de que Acheron conocía este dolor directamente. Que Acheron sufriría su eternidad en amarga angustia. Algo que se hacía más difícil por su necesidad de hacerlo todo fuera del radar de Apollymi.
Cuando uno sirve a una diosa, es difícil encontrar el tiempo para una venganza personal que ella probablemente desaprobaría. Pero Stryker sería imparable hasta que cada uno de los seres queridos de Acheron estuvieran permanentemente muertos y metidos en sus tumbas. Ya él había causado la muerte de Nick Gautier y su madre, Cherise.
Había sólo otros tres que significaban algo para el príncipe Atlante. La demonio Caronte, Simi, que sería prácticamente imposible de matar, pero por otra parte, donde había una voluntad, siempre había un modo. La niña humana, Marissa Hunter, y Alexion.
Él casi había logrado capturar a Marissa unos meses atrás en Nueva Orleáns. Lamentablemente, su tentativa había fallado, y por el momento Acheron estaría en guardia en lo que concernía a la niña. Ya llegaría el momento cuando su vigilancia se relajaría.
Entonces la niña sería vulnerable otra vez.
Pero en cuanto a Alexion…
Acheron pensaba que su mano derecha podría cuidarse por sí mismo. Esa pomposidad sería su perdición.
—Acheron un Daimon —Trates se rió mientras recogía la sfora que Stryker usaba para poder mirar a aquellos en el reino humano.
El hombre rubio ante él, como todos los Daimons, medía más de un metro ochenta, y era increíblemente apuesto, y en la plenitud de su juventud. Era la antigua maldición de su raza Apolita que nadie pudiera vivir más allá de su veintisiete cumpleaños.
En la hora que marcó su nacimiento, ellos comenzaban lentamente, con mucho dolor a desintegrarse en polvo. El único modo de evitar ese destino era alimentándose de almas humanas. Siempre que un Apolita decidía alimentarse de almas en vez que morir, era llamado Daimon y echado del dominio Apolita. La mayor parte de los Apolitas temían tanto a los Daimons como a los humanos, aunque él nunca había entendido porqué.
Muy pocos Daimons alguna vez cazaban a los suyos.
Era después de la conversión al estado de Daimon que los Cazadores Oscuros eran enviados por Acheron para matarlos y liberar las almas robadas antes que murieran.
Canalla despreciable, él estaba del lado de los humanos y no de los Daimons. Si Acheron hubiera sido inteligente, habría estado de su lado. Pero por alguna razón que Stryker nunca había entendido, Acheron estaba del lado de una raza que intentaría destruirlo si alguna vez se enteraran quién y qué era él.
Qué idiota.
Trates hizo rodar la sfora en un pequeño círculo sobre el escritorio pulido.
—Tengo que decir, akri, que eso estuvo bueno. Los Cazadores Oscuros son realmente demasiado estúpidos para vivir.
Stryker apoyó la espalda en su silla de cuero negro mientras las comisuras de sus labios se levantaban ante el recuerdo de su mentira.
—Desearía poder tomar crédito de esto, pero ¡ay! Fue un Cazador Oscuro quien inspiró ese rumor en algún sitio hace quinientos o seiscientos años.
—Sí, pero usted fue el que inventó toda la guerra entre él y su supuesta madre. Pienso que Apollymi estaría sumamente ofendida al enterarse que usted osó decir que ella había dado a luz a uno de los servidores de Artemisa.
La risa se congeló en la cara de Stryker. Poco sabía Trades, eso era exactamente lo que él sospechaba. Aunque Apollymi rechazara admitirlo, él había comenzado a creer que ella era la madre de Acheron la noche en que Urian había muerto. ¿Por qué otra cosa Apollymi le prohibiría matar al servidor de Artemisa?
Artemisa tenía el alma de Acheron. Acheron había jurado servirla y pasado todo su tiempo luchando contra los mismos seres que servían a Apollymi. Considerando el profundo odio de la Destructora por Artemisa, parecería lo más natural que los enviaran a matar al amante favorito de Artemisa.
Y en la única ocasión en que uno de los Daimons de Stryker había hecho daño a Acheron, Apollymi brutalmente había ido detrás de todos los responsables. Incluso ahora su gente vivía con el miedo de despertar su ira. No es que él los culpara. Apollymi, como él, vivía para la brutalidad.
Desde luego, él no tenía ninguna prueba verdadera de su sospecha en lo que concernía a Acheron. Aún no. Pero si él tenía razón y Acheron era el hijo perdido de Apollymi, entonces Stryker tendría el poder de finalmente destruir a la antigua diosa Atlante. Con ella fuera, él gobernaría Kalosis y todos los Daimons que hicieron de este reino su hogar.
Tendría poder sin igual. No habría nadie para detenerlo de esclavizar a los humanos.
El mundo del hombre sería suyo…
Ya podía probar el dulzor de victoria.
—Apollymi no debe saber de esto —dijo severamente Stryker a Trates—. Le contaré sobre la insurrección de los Cazadores Oscuros después de que todos ellos estén muertos.
Trates frunció el ceño.
—¿Por qué no se lo dice ahora?
Él fingió despreocupación.
—Ella tiene su mente en otros asuntos. Creo que esto debería ser una sorpresa para ella, ¿no crees?
Su subalterno palideció ante la idea.
—A la diosa no le gustan las sorpresas. Ella estaba más bien alterada con nosotros sobre la “sorpresiva” destrucción en Nueva Orleáns.
Eso era bastante cierto. Stryker había enviado a sus Daimons Spathi y ellos habían sembrado el terror durante unas semanas, sólo para tener a Acheron salvando a los humanos al final. Maldito. Aquella noche le había costado a Stryker muchos buenos Daimons, incluyendo a Desiderius. Pero esa no era la destrucción que había hecho enfadar a Apollymi, había sido el ataque de Desiderius sobre Acheron ante lo que ella reaccionó.
Pero Trates no sabía esto. Sólo Stryker conocía la verdadera fuente de la cólera de Apollymi.
—Sí, pero ella se ha calmado y ahora está bastante contenta otra vez.
Trates parecía menos convencido mientras devolvía la sfora a su soporte dorado.
—Entonces, ¿cuáles son sus órdenes?
—Por ahora, seguimos jugando con los Cazadores Oscuros. Déjales ver nuestro lado bueno.
—¿Tenemos lados buenos?
Stryker se rió.
—No, pero como dijiste, los Cazadores Oscuros son demasiado estúpidos para ver lo contrario. Ellos creerán nuestra mentira por ahora y permitirán a algunos de nuestros miembros más nuevos perfeccionar sus habilidades. —Trates asintió, luego dio un paso atrás como si se marchara—. Aunque hay una nueva prioridad.
Trates hizo una pausa para mirarlo de nuevo.
—¿Y esta es?
—Matar al Alexion.
Trates pareció asustado por la orden, pero rápidamente se recuperó.
—¿Cómo?
Una sonrisa lenta se extendió a través de la cara de Stryker.
—Hay dos modos. Podemos hacer que él mismo se mate o dejamos a los Carontes hacerlo.
Ningún método sería fácil. Y él podía contar por la expresión de Trates que su segundo en jefe sopesaba ambos cursos de acción con similar agitación.
—¿Cómo conseguimos que los Carontes lo maten? —preguntó Trates.
—Esa es la parte difícil, ¿verdad?
Stryker consideró sus opciones. A no ser que él pudiera conseguir que Apollymi cooperara con él permitiendo que una o dos de sus mascotas dejaran el reino del infierno Atlante del que habían hecho su hogar, no había ninguna manera de llevarlos al Alexion. Esto sería condenadamente casi imposible. La Destructora raras veces permitía a sus Carontes salir de Kalosis.
Por otra parte, había algunos Carontes que no sentían amor alguno por la diosa que los controlaba. Algunos podrían estar dispuestos a apostar por una posibilidad de ser libres…
Trates ni siquiera conocía esa opción.
—¿Cómo puede hacer usted que alguien se mate?
Stryker lanzó una risa corta ante esto.
—Normalmente, tendría que destruir su voluntad de vivir. O darles una buena maldita razón para morir.
Trates parecía hasta más confuso.
—¿Qué podría hacer que un Alexion quisiera morir?
—Kyriay ypochrosi —dijo Stryker, usando el término atlante para “noble obligación”—. Él es tan sin alma como los Cazadores Oscuros que protege. Si inyectas un alma fuerte en un Cazador Oscuro, este la asumirá, pero si inyectas una débil…
—Él la oirá rogar por piedad.
Stryker asintió. Esta era la parte más difícil de volverse Daimon y era uno de los motivos por el que ellos evitaban almas débiles. El constante lloriquear por compasión era suficiente como para llevar hasta al más fuerte de ellos a la locura.
Pero su gente tenía un leve amortiguador; ellos todavía poseían sus propias almas que podrían hacer callar a la que lloriqueaba. Alexion y los Cazadores Oscuros no la tenían. Ellos no tenían nada dentro para vencer y reprimir al alma invasora.
Nada para absorber la fuerza de la nueva vida.
Los gritos patéticos incapacitarían al Alexion, quien no tendría ninguna opción excepto la de matarse para liberar el alma o condenar a aquella alma a morir.
Si no otra cosa, sería un experimento interesante.
¿Podría el Alexion soportarlo y dejar morir al alma o él terminaría con su propia vida para salvar a un inocente?

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